El pasado 7 de octubre,
un grupo de activistas de Hamás salieron de los túneles subterráneos que
comunican el campo de refugiados de Gaza con los territorios israelíes que se
encuentran al otro lado de la frontera, desatando el caos y la muerte entre los
grupos de colonos judíos que viven cerca de ésta. El número de víctimas
provocado por el grupo terrorista fue muy importante: doscientos cuarenta
judíos fueron tomados como rehenes por los palestinos, algunos de los cuales
murieron en las semanas siguientes, y el número de judíos asesinados en el
ataque, que en un primer momento ya había pasado de los mil, a fecha de 14 de
enero de 2024 había llegado ya a los mil doscientos, después de haber tenido
que sumar a las primeras cifras algunos de los más de veinte mil judíos que
habían resultado heridos en el ataque. Pero a estas cifras hay que sumar, además,
otro tipo de víctimas, de las que apenas se ha hablado desde entonces en los
medios de comunicación, que han sido fruto de violaciones y de todo tipo de
humillaciones por parte de los atacantes.
Tampoco se ha hablado en
España de qué era lo que pretendían los terroristas de Hamás a la hora de
desencadenar ese ataque, y que, tal y como sí han recogido algunos medios
internacionales, “no es el resultado lamentable de un gran error de cálculo.
Más bien, dicen, todo lo contrario: es el precio necesario de un gran logro, la
ruptura del statu quo y la apertura de un capítulo nuevo y más volátil
en su lucha contra Israel.” Así lo han publicado Ben Hubbard y María Abi-Habib,
en la edición digital en español del diario The New York Times, en su edición
correspondiente al día 9 de noviembre de 2023. Y continúan: “El precio
necesario de un gran logro”. En realidad, no es una apreciación subjetiva de
los periodistas, sino el reflejo de las palabras de uno de los dirigentes de
Hamás, Khalil al-Hayya: “Era necesario cambiar toda la ecuación y no solo tener
un enfrentamiento… Logramos volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa,
y ahora nadie en la región vive en calma”. Esto es, había que crear, otra vez,
un estado de guerra permanente en Oriente Medio, sin importar el número de
víctimas inocentes de uno y otro lado del conflicto, con el fin, además, de
atraer la atención de la opinión pública del mundo árabe y, si era posible, de
todo el mundo”. Lo ha dicho, también, otro de los dirigentes de Hamás, Taher
el-Nounou, al diario Times: “Espero que el estado de guerra con Israel se
vuelva permanente en todas las fronteras, y que el mundo árabe se ponga de
nuestro lado”.
Sin embargo, la mayor
parte de los países, o al menos de la opinión pública de esos países, ha
comprado el relato de Hamás, que en realidad era también una de las
pretensiones de este grupo terrorista cuando se decidió a iniciar los ataques.
Las manifestaciones en favor de los palestinos se suceden en gran parte de
Europa y de Estados Unidos, y en ellas se lanzan consignas sin realizar antes
una mínima crítica de lo que significan las palabras: “Desde el río hasta el
mar” se grita en muchas ciudades europeas y americanas, un lema que, incluso,
es también el título de un programa cultural puesto en marcha por el madrileño
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y que, en realidad, no deja de ser
un mensaje de odio contra los judíos, considerado como tal en muchos países
europeos. Porque lo que hay detrás de estas seis palabras no es, ni más ni
menos, que el deseo de la desaparición
completa del estado de Israel, el deseo de ver a toda la nación judía fuera de
la zona de conflicto: del río, el Jordán, hasta el mar, el Mediterráneo, es lo
mismo que decir que todo ese espacio geográfico que se encuentra entre ambos
accidentes debe quedar vacío de judíos.
Es cierto que la respuesta de Israel
a los ataques de Hamás fue, posiblemente, demasiado cruenta, cebándose con la
población civil, pero también lo es que la posición de Israel en esta guerra
tampoco esa fácil, teniendo que hacer frente a continuos ataques terroristas de
Hamás, desde Gaza, y también de Hizbolá, desde Líbano y Siria. Por otra parte,
son los propios terroristas de Hamás los que no han tenido ningún problema en
usar a su pueblo como carne de cañón, tal y como se desprende de las propias palabras
de uno de sus dirigentes, que hemos reproducido en líneas anteriores. Por otra
parte, tal y como ha reconocido la ONU en los últimos días, las cifras de
víctimas palestinas en los ataques de Israel, cuya única fuente es la de los
propios palestinos por la imposibilidad de que los periodistas internacionales
puedan entrar en la zona, muy probablemente han sido infladas de manera
partidista, tal y como sucede siempre en todas la guerras. No es ésta la
primera vez que las cifras de muertes entre los palestinos, de manera
interesada o no, han sido exageradas por los medios de comunicación o, incluso,
por los informes oficiales. A propósito de ello, quiero recoger aquí uno de los
párrafos del libro que, bajo el título de “Israel, la tierra más disputada. Del
sionismo al conflicto de Palestina, no es ni más ni menos que la versión
actualizada, publicada póstumamente, de Joan Baptista Culla, uno de los mayores
especialistas españoles en Oriente Medio, y profesor de la Universidad Autónoma
de Barcelona desde 1977, acaba de publicar, con la colaboración de Adriá
Fortet:
“La voluntad de conseguir una
primicia y de transmitir la última actualidad sobre el terreno también hacía
vulnerable al periodismo frente a las acusaciones interesadas. Un buen ejemplo
de ello lo encontramos en la penetración israelí en el casco antiguo de Yenín
en abril de 2002, en el marco de la operación Escudo Defensivo. El día 10, aún
en medio de las operaciones, la BBC había informado de que había 150 palestinos
muertos, cifra que al día siguiente las agencias humanitarias habían elevado a
200 y la ANP -Autoridad Nacional Palestina- a 500. El 13 de abril, el ministro
de Información palestino hablaba de 900 muertos, de fosas comunes y de
genocidio. Solamente después de verificaciones independientes se constató a finales
de mes que el balance de victimas había sido de 23 israelíes y 52 palestinos,
pero naturalmente las rectificaciones no ocupaban el mismo espacio que las
acusaciones iniciales en los titulares de prensa y la apertura de los
telediarios. Human Rights Watch y Amnistía Internacional necesitaron dos años y
más de trescientas víctimas mortales israelíes antes de condenar los atentados
suicidas como crímenes contra la humanidad, y aunque hubiera muchos judíos (Noam
Chomsky, Nadine Gordimer,…) entre la intelectualidad crítica con el gobierno
israelí, ello no quita la presencia de un componente antisemita en los ataques
contra Israel, como quedó patente en la Conferencia de Durban, en la que se
clasificó al sionismo como una forma de imperialismo colonialista y racista.”
Como suele suceder, son muchas las
novedades literarias que en los últimos meses han llegado a las librerías sobre
el conflicto de Palestina, un conflicto que es difícil de llegar a conocer en
toda su complejidad a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre ello; o quizá,
precisamente, por lo mucho que se ha escrito. Y es que algunas de esas
publicaciones se hacen desde postulados ideológicos, partidarios de uno o de
otro de los bandos enfrentados. Respecto a ello, a esa especie de bosque que no
nos deja ver la hermosura de un árbol concreto -en contraposición al refrán-,
extraigo las primeras palabras de la introducción del libro del profesor Culla,
respecto a cuáles son, a juicio de los autores, los principales problemas a los
que debemos enfrentarnos a la hora de intentar conocer en profundidad el
problema palestino, y que no tienen nada que ver con la falta de referencias
literarias y periodísticas, sino todo lo contrario:
“En la
configuración de nuestra opinión pública -occidental; europea- respecto del
litigio árabe-israelí o isaelo-palestino, respecto de aquello que venimos
denominando con optimismo el conflicto de Oriente Próximo -como si en aquello
región no existiera más conflicto que ese, como si Iraq, Siria o el Yemen
fuesen plácidas balsas de aceite- se produce un fenómeno singular, tal vez
único: todo el mundo tiene, o cree tener, una posición tomada y definida ante
el contencioso, un punto de vista formado. Cualquier persona que colabore en un
periódico -aunque sea como autor de chistes gráficos- se siente autorizada para
utilizar su viñeta, o su tira, o su crítica cinematográfica, si de tal cosa se
ocupa, para tomar partido en la confrontación entre Israel y Palestina;
cualquier entidad, asociación, grupo político u ONG se siente capaz de formular
doctrina propia -a menudo, bajo la forma más contundente y categórica- sobre
los derechos y las culpas de aquellas dos comunidades enfrentadas; cualquier
corresponsal espontáneo osa enviar a los diarios una carta al director donde
otorga enfáticamente la razón a un bando y abomina del otro; cualquier
tertulia, ya sea mediática o de café, que se ocupe de Oriente Próximo permite
escuchar un puñado de sentencias definitivas que, al parecer de sus autores,
dejan la tragedia palestino-israelí juzgada de manera irrevocable… ¿Quién,
entre nosotros, se ha atrevido a prescribir fórmulas de solución a la guerra
civil siria que estalló en 2011 y que ya acumula más de 600.000 muertos?
Después del genocidio de 1994 en Ruanda (entre medio millón y un millón de
muertos), ¿quién ha vuelto a ocuparse de la suerte de las dos comunidades
enfrentadas, hutus y tutsis, y de si la situación actual de la región de los
Grandes Lagos les hace o no justicia? ¿Quién se manifiesta, recoge firmas o
hace lobby a propósito de la guerra de Yemen, que dura desde 2014 y ha causado
quizá 60.000 muertes directas? Paradójicamente, y a pesar de que otros
conflictos han sido infinitamente más mortíferos que el de Israel-Palestina
-durante el mismo periodo o incluso en toda su historia-, nuestras opiniones
públicas los contemplan en respetuoso silencio, dejando que sean los escasos
especialistas o conocedores directos del terreno quienes arrojen alguna luz.”
Los dos primeros capítulos del libro hablan sobre el origen del sionismo, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial y la declaración Balfour, que establecía el establecimiento de los judíos en Palestina. Un origen que se remonta a mediados del siglo XIX y que tiene como principal valedor a Theodor Herzl, un escritor vienes de origen húngaro, que fue corresponsal en París del prestigioso diario New Freie Presse. Aunque en el momento de su llegada a París, Herzl era uno de esos judíos cosmopolitas y descreídos, asimilado a la cultura alemana, el affaire Dreyfus, un proceso al que fue sometido un oficial del ejército francés que era de origen judío, y que provocó el conocido escrito en su defensa de Emile Zola, le convirtió en un sionista convencido, tal y como él mismo escribiría algunos años más tarde. Fundador del sionismo político moderno, creó la OSM -Organización Sionista Mundial-, y promovió la inmigración de retorno de la diáspora judía a Israel.
El estallido de la
Primera Guerra Mundial, y la derrota en ella del imperio turco, al cual
pertenecía el territorio de Palestina, daría la oportunidad a las potencias
vencedoras, principalmente a Reino Unido, de organizar esa inmigración, aún en
contra de las pretensiones árabes, encabezadas por Hussein ibn Ali, jerife de
La Meca y rey del Hiyad. Surge así en Gran Bretaña un desencuentro entre
los militares, con Thomas E. Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia, a la
cabeza, defensores de la pretensiones de los árabes, y los políticos, más
cercanos a las pretensiones judías, que dieron como resultado la llamada
Declaración Balfour, de noviembre de 1917, en la que se anunciaba el
establecimiento de un "hogar nacional" para los judíos en Palestina.
Son embargo, el plan tenía muchos problemas, tal y como recoge Joan Culla en su
libro, y esta es una de las causas que provocaron el enfrentamiento entre
judíos y árabes, al que todavía, en pleno siglo XXI, nadie ha podido encontrar
una solución adecuada.
En efecto, esta dicotomía
entre los derechos de los judíos y los de los palestinos, será lo que va a
provocar todas las tensiones que vinieron después, y que van a caracterizar uno
de los más enconados conflictos de la geopolítica contemporánea, foco de
continuos enfrentamientos durante los siglos XX y XXI. Ya en la década de
los años veinte de la centuria pasada, los primeros conflictos, iniciados por
la instalación en Amman el príncipe Abdullah, segundo hijo del rey Hussein, se
solucionaron con la creación de dos territorios, la Cisjordania para los judíos
y la Transjordania para la árabes, dejando la frontera entre ambos en el río
Jordán. Sin embargo, este hecho no solucionó el problema, porque en el lado israelí
va a quedar un número importante de musulmanes, que a partir de este momento
van a ser conocidos con el nombre de palestinos. Desde el primer momento,
múltiples actos de violencia se van a suceder, en forma de enfrentamientos
entre palestinos y colonos judíos.
Y si la primera guerra
mundial permitió a los judíos la promulgación de la Declaración Balfour, con lo
que ello suponía para la entrada de los primeros colonos en el territorio, el
desenlace de la Segunda Guerra Mundial va a permitir, pasado unos pocos años,
la definitiva creación del Estado de Israel, tal y como David Ben-Gurión ya
había previsto en 1939. La creación de Israel, en efecto, se llevó a cabo en
1948, momento en el que las tropas inglesas abandonaron el territorio, dando
fin con ello a lo que se había llamado el “mandato británico”. Sin embargo, la
aprobación del nuevo estado israelí tampoco estuvo exenta de problemas, tal y como
los autores del libro describen en el capítulo quinto de su ensayo. A partir de
este momento, la historia del nuevo estado de Israel, tal y como ya es conocido
por todos, está repleta de actos violentos, con múltiples guerras contra los
países árabes vecinos (Guerra del Yom Kipur, Guerra de los Seis Días,… ), y de
múltiples actos terroristas provocados por diferentes grupos armados
(Organización para la Liberación de Palestina, Hamás, Hizbolá,…), aunque
también el estado judío ha sido acusado en no pocas ocasiones de realizar una
especie de terrorismo de estado contra la población civil palestina.
Culla y Fortet, a lo
largo de su estudio, nos ayudan a comprender toda esa historia violenta; a
entender las razones de un bando y de otro; sobre todo, es cierto, las de
Israel. Sin embargo, Israel, para los historiadores catalanes, no debe ser
entendido simplemente como un pueblo, como la plasmación en un territorio
concreto de todo el pueblo judío, sino como un espacio geográfico que desde
hace muchos años se encuentra en disputa. Dicho esto, no es mi deseo resumir en
esta breve entrada cada uno de los capítulos de esta guerra inacabada entre
judíos y palestinos, que, según es previsible, está lejos de acabar; hacerlo
sería poco menos que comportarnos como esos tertulianos a los que ambos autores
critican en la introducción ya citada. Más allá de ello, la única manera de
acercarnos realmente a un conflicto como éste, es leer por uno mismo a aquellos
que de verdad lo conocen. Y en el caso del conflicto árabo-israelí, ya lo hemos
dicho, Joan B. Culla es uno de los principales expertos que tenemos en España.
Pero a modo de
conclusión, sí conviene decir que en los últimos días se han sucedido las
noticias al respecto de esta última tierra de Gaza, y éstas no son demasiado
alentadoras para el proceso de paz. El 20 de mayo de este año, el fiscas jefe
de la Corte Penal Internacional de La Haya, el abogado británico Karim Khan, ha
solicitado sendas órdenes de detención internacional contra varios líderes de
Hamás -Yahya Sinwar, jefe del grupo de la franja de Gaza; Isamil Haniya,
antiguo primer ministro de Palestina en Gaza, y actual jefe principal del grupo
terrorista; y Mohammed Deif, comandante en jefe de las Brigadas de Ezzeldin
Al-Qassam, y por lo tanto, jefe militar de su brazo armado-, pero también para
el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y a su ministro de Defensa,
Yoav Galiant. Es cierto que Netanyahu es el mismo líder ultraderechista que
durante su primera etapa en el cargo, entre 1996 y 1999, torpedeó los acuerdos
de paz de Oslo con una política demasiado agresiva contra los palestinos, que
hicieron imposible la plasmación de dichos acuerdos, pero también lo es que
poner en el mismo nivel al agresor y al agredido no es la mejor manera de
acabar con la guerra en los territorios en disputa. Y por otra parte, el propio
fiscal general, no debe olvidarse, es también un personaje demasiado
controvertido, que no ha duda en defender, a lo largo de su carrera, a otros
dictadores, acusados de cometer crímenes de guerra de mayor calado que los que
ha producido el político judío.
Y al día siguiente, el
mismo en el que estoy terminando de escribir estas líneas, el presidente del
gobierno español, Pedro Sánchez, ha anunciado que el próximo día 28 de mayo,
nuestro país va a reconocer oficialmente el estado de Palestina, hecho que no
llega en el mejor momento, y que probablemente nuevas tensiones diplomáticas
con el país judío. Porque, aunque es justo que Palestina pueda ser reconocido
por la comunidad internacional, y que sólo con este reconocimiento se podría
llegar a poner fin a la guerra, ello no se debería producir nunca sin realizar
antes un sincero ejercicio de reflexión, buscando las respuestas más adecuadas
a la problemática que, sin duda alguna, se va a generar con ello. Asuntos
difíciles, como qué papel va a jugar Hamás, y otros grupos terroristas en el
futuro estado palestino -la presencia de Hamás en el gobierno puede provocar un
nuevo Afganistán, en un territorio ya de por sí demasiado caliente-. Sólo así,
a través de la reflexión internacional, Palestina podrá evitar convertirse en
un estado fallido desde el mismo momento de su creación, y germen, por lo
tanto, de nuevos enfrentamientos armados entre judíos y palestino.
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