¿Qué es lo que nosotros entendemos por el término nación?
¿Hasta cuándo, hasta qué momento de la historia, podemos retrasar el nacimiento
de España como nación? A éstas, y a otras preguntas similares, es a lo que el
historiador Santiago Cantera Montenegro ha intentado dar respuesta en su último
libro, Hispania, Spania. El nacimiento de
España, y lo hace apoyándose en las fuentes documentales de la Alta Edad
Media española, mucho más abundantes de lo que a primera vista podría parecernos.
El resultado de la investigación es clara: aunque el nacimiento de la nación
española, en el sentido moderno de la palabra, no se produjo hasta el
nacimiento de los nacionalismos propiamente dichos, durante el siglo XIX, ni en
España ni en el resto del mundo, en un sentido más histórico y tradicional, el
nacimiento de nuestro país como nación puede retrotraerse, incluso, hasta el
periodo de los godos, lo que coloca a España en una situación de prelacía, a la
altura también de las otras naciones consideradas como las más antiguas, como
la propia Francia.
Y ese
nacionalismo español que surge con los godos, se apoya en dos columnas
principales, en España igual que en toda la Europa meridional: el mundo clásico
romano, y el cristianismo. En efecto, los godos son continuadores en muchos
aspectos de los romanos, hasta el punto de que España, al contrario de lo que
pasó en otros lugares como la propia Francia, los visigodos ni siquiera se
molestaron en cambiar el nombre al territorio. Mientras en Francia, la antigua
Galia se transformaría en “la tierra de los francos”, sus nuevos pobladores
germánicos, España no va a modificar nunca ese nombre que le habían dado los
romanos, quienes fueron, por otra parte, los primeros que habían conseguido la
unificación de todas las tribus antiguas, para adoptar el nombre de Godia, o un
término semejante. De esta manera, las nuevas élites visigodas quisieron
significarse como continuadores de los propios romanos, permitiendo una
convivencia entre los dos pueblos que significaría, finalmente, un nuevo
florecimiento cultural que no llegaría a darse, o al menos no con la misma intensidad,
en otros territorios dominados por los bárbaros.
Por otra
parte, no cabe duda de que el cristianismo, y en concreto el catolicismo jugó
un papel determinante también en esa primera fase del nacionalismo español. Es
cierto que las fuentes en las que bebe el autor del libro son, sobre todo,
fuentes cristianas, principalmente las actas de los diferentes concilios de
Toledo, en los que se reunía lo más granado del episcopado y el sacerdocio
español de la época, y aquellos otros textos que habían sido escritos por los
principales padres de la iglesia española, con San Isidoro a la cabeza. Pero
también es cierto que la unidad religiosa, conseguida hacia el año 587 por el
rey Recaredo, al convertirse él mismo al catolicismo, al que pertenecía ya la
mayoría hispanorromana, y al obligar poco tiempo después a hacer lo mismo al
resto de las élites visigodas, abandonando de esta forma sus creencias
arrianas, fue tan importante para el desarrollo de ese nacionalismo incipiente
como la unión política del reino; una
unificación política que había sido lograda por su padre, Leovigildo, con la
victoria militar, primero sobre los bizantinos, quienes habían ocupado una
parte de la península, y después contra el resto de tribus y de reinos que
estaban asentados desde hacía tiempo en el norte y el noroeste, unidad que
terminó por consolidarse, como es sabido, en el año 585, con su victoria sobre
los suevos de la antigua provincia romana de Gallaecia.
La
conversión del cristianismo en religión oficial del imperio romano, en tiempos
del emperador Teodosio, quien era de origen hispano, tuvo su parte negativa
para la propia Iglesia, al perder una parte de la sencillez y la sinceridad que
le había caracterizado durante sus tres primeros siglos de existencia. Sin
embargo, este hecho fue lo que hizo posible, finalmente, su definición como el
verdadero árbitro que posibilitó el mantenimiento de la cultura occidental. A
este respecto, ha escrito lo siguiente el autor del libro: “El periodo de los reinos germánicos, que fue el de la transición del
mundo clásico al medieval y en el que se forjó la Cristiandad europea, fue
fundamental en el desarrollo de la civilización occidental y en el nacimiento
de las grandes patrias europeas, siendo una de ellas la española… La Iglesia
fue capaz de acoger e integrar a los pueblos bárbaros, pacificarlos,
romanizarlos, evangelizarlos y, en definitiva, civilizarlos bajo la fe de
Cristo y la herencia cultural clásica. Aquellos pueblos, dados a las conjuras e
intrigas internas, a los asesinatos y crueldades dentro de sí mismos y hacia
otros pueblos y culturas -a pesar de notables elementos positivos de
fidelidades y lealtades-, no eran capaces entonces de alcanzar formas políticas
estables. Y a su vez, la civilización romana se hallaba en un proceso de
profunda crisis interna que, de no haber sido por la penetración del cristianismo
en ella, habría desaparecido plenamente ante el acoso bárbaro. Y con la muerte
de la romanidad, se habría producido también la defunción de la tradición
helénica.”
Y si los
visigodos se manifestaron como seguidores, en cierto sentido, de los romanos,
también los primeros reyes cristianos, aquellos que comenzaron el camino de la
Reconquista, se manifestaron a su vez seguidores de los antiguos reyes
visigodos. A este respecto, también ha dicho lo siguiente Santiago Cantera: “Si las crónicas señalaban ya a Pelayo como spatarius
visigodo del rey Rodrigo -y ciertamente
lo era- y alegaban que la acción de Covadonga había supuesto el primer paso
plenamente consciente hacia la recuperación de España y la restauración del
Reino de los godos, Sánchez Albornoz lo negó, pero Floriano Cumbreño se inclinó
por conciliar ambas teorías. Así, opinaba que las bandas de fugitivos visigodos
llegados a Asturias se procuraron la ayuda indispensable de los montañeses y
que todos juntos iniciaron la rebelión que triunfó en Covadonga, asumiendo el
elemento godo la dirección de la campaña. El hecho es incuestionable conforme a
las crónicas. Pero, a la vez, no cabe duda de que es ya con Alfonso II cuando
propiamente nace el Reino Astur como tal, como entidad política bien definida,
como Estado con su corte y su iglesia sobre el modelo visigodo: los reyes de
Cangas, desde Pelayo hasta Bermudo I, habían sido sencillamente caudillos de la
resistencia, sin una verdadera organización política, administrativa o social;
con Alfonso II, en cambio, reaparecía toda la pompa de la corte visigótica,
siendo él denominado Rex, Prínceps, dominissimus, gloriosissimus y serenissimus. La ascendencia visigoda de la realeza astur está comprobada de forma
suficientemente clara en casos como el de Alfonso I (739-757), hijo del duque
godo Pedro de Cantabria (dux del
ducado visigodo de Cantabria), quien se casó en Asturias con la hija de Pelayo:
de este modo se fusionaron en su descendencia las dos ramas principales de la
nobleza visigoda en la región y de ella procederían los reyes astures.”
Es cierto
que el mapa de la península ibérica, el antiguo reino visigodo posterior a la
unificación política de Leovigildo, es durante toda la Edad Media, hasta el
reinado de los Reyes Católicos, una especie de puzle de reinos cristianos y
musulmanes que, además, basculaban continuamente entre la amistad y el
enfrentamiento. Pero España, que en esa Edad Media ya existe como tal, como ha
demostrado el propio Cantera Montenegro a partir de las fuentes medievales, no
es tampoco una excepción en este sentido. ¿Alguien duda, acaso, de la
antigüedad como nación de países vecinos, como Francia o como Gran Bretaña? Con
una región central, la llamada Ile-de-France, de escasas dimensiones relativas,
que era la única que realmente se hallaba durante gran parte de la Edad Media
bajo la égida del trono de los Capetos, Francia estuvo dividida durante buena
parte de ese tiempo en una serie de ducados y condados, que en realidad eran
como verdaderos reinos independientes entre sí. Inglaterra, por su parte, hasta
la llegada de los normandos, a mediados del siglo XI, procedentes del otro lado
del Canal de la Mancha, y con el francés como lengua propia, había sido sólo un
cúmulo de pueblos sin ninguna unidad política ni social: pictos, anglos,
sajones,… En efecto, sólo los normandos pudieron iniciar algo parecido a una
unificación territorial, unificación que no sería completa en realidad, si nos
referimos ahora a lo que actualmente se conoce como Gran Bretaña, hasta mucho
tiempo después, y en fechas sucesivas: 1284 (unión de Gales con Inglaterra),
1707 (unión de Escocia con Inglaterra), y 1800 (unión de Irlanda con Inglaterra,
que después volverían a separarse, en 1921, permaneciendo en Gran Bretaña, a
partir de entonces, sólo una pequeña parte de la isla. ¿Y qué decir, si no, de
países como Italia o la propia Alemania, que sólo conseguirían su unificación
durante la segunda mitad del siglo XIX?
La
unificación de la península Ibérica bajo el reinado de los Reyes Católicos, si
bien durante mucho tiempo manteniendo cada reino sus propias leyes y
estructuras de gobierno, fue una unión real, la plasmación de un deseo largo
tiempo gestado, desde los primeros reyes de Asturias, no una simple casualidad
histórica. Termino utilizando de nuevo las palabras del autor del libro. Volvemos
a retomar las palabras del autor del libro: “Si
hoy queremos comprender bien España, no sólo en su pasado histórico, sino en la
relevancia de éste para la construcción del futuro, no podemos perder de vista
el sentido fundador del Reino Visigodo y, sobre todo, lo que significó en él y
en los siglos posteriores la realidad y el ideal de la unidad católica de
España. No es posible hablar de progreso ni querer construir el futuro haciendo
caso omiso de la Tradición de un pueblo y de una Patria. Si nuestra España es
lo que realmente es como Patria, y no el caos que algunos quieren proponernos,
lo es esencialmente en virtud de esa unidad emanada del Concilio III de Toledo,
capaz de proporcionar un proyecto común primero a godos e hispanorromanos en el
Reino Visigodo, luego a los diversos condados, reinos y coronas en la
Reconquista, y posteriormente a la Monarquía Hispánica iniciada bajo los Reyes
Católicos.”