La tradición marca que
fue el 21 de septiembre de 1177, cuando el rey Alfonso VIII de Castilla
conquistó para el cristianismo, de manera definitiva, la ciudad de Cuenca.
Mucho es lo que se ha escrito sobre esta conquista, la primera de las que
después el todavía joven monarca lograría, en el curso de un proceso
reconquistador que culminaría, ya al final de su vida, en 1214, con la
importante batalla de Las Navas de Tolosa. Si bien gran algunas cosas que se
han dicho se ha demostrado haber sido una fabulación, escrita algún tiempo
después de los hechos narrados, lo que en ningún caso se puede poner en duda es
el gran apoyo que tuvo el rey castellano, por parte de las órdenes militares,
especialmente por la orden de Santiago, apoyo que después, una vez conquistada
la ciudad, se vería recompensado con una gran cantidad de donaciones, tal y
como recogen algunas de las crónicas. En este sentido, el escritor conquense Jesús
de las Heras, en su monografía sobre la orden de Santiago, escribe lo
siguiente: “Los caballeros santiaguistas estuvieron presentes en casi todas las
campañas guerreras de la Reconquista, y entre sus primeras acciones militares,
quizá la más notable fue la llevada a cabo por su protector, el rey Alfonso
VIII de Castilla, en la toma de la ciudad de Cuenca. Su contribución en dicha
conquista fue tan importante que -como antes se señaló- el rey hizo algunas
donaciones a la Orden de Santiago en el territorio recién conquistado, entre
ellas dos casas cerca de las de Abén Mazloca, en el mismo alcázar de Cuenca,
dos solares, un molino en el río Moscas y un huerto próximo.”
La fundación del hospital
de Santiago, en 1182, significaría, apenas cinco años después de la conquista
de Cuenca, la implantación definitiva de la orden en la ciudad, ahora cristiana.
La fundación se llevó a cabo a partir de las donaciones que dos de esos
caballeros santiaguistas que se destacaron en la conquista, Tello Pérez y Pedro
Gutiérrez, hicieron al primer maestre de Santiago, Pedro Fernández de
Fuentencalada, de sendas casas con las que ellos mismos habían sido recompensados
por el monarca. Y con ellas, se decidió la creación de un hospital bajo el
patrocinio de la propia orden. En este sentido, Rodrigo de Luz confirma lo
siguiente: “… uniendo a estas posesiones, en 1182, las que habían recibido del rey D. Tello
Pérez y D. Pedro Gutiérrez, grandes del reino, quienes con sus esposas, Guntrodo
García y María Buiso, las dieron al primer Maestre de Santiago, Pedro Fernández
de Fuentencalada, para que se fundara un hospital para la redención de
cautivos, lo que se hizo el día 13 de marzo de ese mismo año. Todas estas
incidencias se reflejan en el Bulario de la orden, documento de 1182, del que
Menéndez Pidal dice que es uno de los más antiguos escritos en lengua
castellana.”
Ya desde un primer
momento, la fundación santiaguista se destinó al rescate y recuperación de
cristianos cautivos, a albergue de peregrinos, y a la atención de pobres y
enfermos. Y es que tanto la regla como la praxis de la Orden de Santiago, desde
su propia fundación, combinaban la dimensión militar, relacionada con la
reconquista y la lucha contra el musulmán, con la dotación de hospitales y
obras pías; junto al de Cuenca, en la actual provincia se crearon también los
hospitales de Alarcón y Moya. De esta forma, hacia mediado el siglo XIII la
institución ya aparece configurada explícitamente como un hospital para
enfermos y peregrinos. Además, el hospital era receptor de limosnas, mandas
testamentarias y donaciones diversas, tanto procedentes de los monarcas como,
también, de otros nobles, concejos, o la propia ciudad, instituciones que
aparecen en la documentación, favoreciendo su mantenimiento.
El hospital conquense
formó parte de las propiedades y dependencias que la orden de Santiago tenía en
la provincia de Castilla. Su administración recaía en la figura del comendador,
que era designado por la orden. Este gestionaba las rentas, y el cumplimiento
de las finalidades asistenciales. Como otras encomiendas santiaguistas, el
hospital disponía de ingresos procedentes de rentas, alquerías o aldeas
vinculadas; rentas que se fueron
ampliando a partir del siglo XIII, a partir de diversas donaciones o
testamentarías, consistentes, según afirma el profesor Pedro Andrés Porras Arboledas, en “algunos diezmos de cereal, monopolios y
mercedes de almudes, pero la más importante era la derivada del arrendamiento
de numerosas heredades despobladas, diseminadas por todo el alfoz conquense
(Arcos, Tondillos, Castellar, La Moraleja, Torrebuceit, Berrechina, Albengamar,
Torre de don Alfonso, Mijares, Torre Renera, Villar del Hierro y Palmero). De
ahí lo importante de sus rentas, que en 1525 alcanzaron el cuarto de millón de
maravedíes.”
En la documentación
medieval aparecen referencias a concesiones de fueros y poblaciones
relacionadas con la encomienda del comendador del hospital. Y es que, ya, desde
un primer momento, el hospital se había constituido en una de las encomiendas
de la orden, con lo que ello significaba, especialmente si tenemos en cuenta
que el comendador del hospital de Santiago era al mismo tiempo, en muchas
ocasiones, uno de los Trece de la orden, La orden de Santiago tenía un total de
sesenta y seis encomiendas en la provincia de Castilla, repartidas por las
provincias actuales de Cuenca, Madrid, Guadalajara, Toledo, Jaén, Murcia, y en
el Campo de Montiel. En concreto, en la provincia de Cuenca contaba con quince
encomiendas: dos de ellas en Uclés, una para el propio monasterio, sede
principal de la orden, cuyo titular fue, en un primer momento, comendador mayor
de Castilla, hasta su traslado a Segura de la Sierra (Jaén), y la llamada
encomienda de Uclés que incluía las aldeas de su territorio (Tarancón,
Saelices, Rozalén, Moraleja, Villarrubio, Tribaldos, Almendros, El Acebrón,
Fuente de Pedro Naharro, Torrubia y Cabeza Mesada), además de una subencomienda
en el propio término de Uclés; y además de éstas, las encomiendas de
Bastimentos de la Mancha y Ribera del Tajo, Pozorrubio, Enfermería, Belinchón,
Hospital de Alarcón, Hospital de Cuenca, Hinojoso, Horcajo, Huélamo,
Villaescusa de Haro, Villoria y Zarza de Tajo.
Pero, ¿qué eran en
realidad las encomiendas y los Trece de la orden. En esencia, una encomienda
era la unidad básica de organización económica y territorial de la orden de Santiago,
y su origen se produce a partir de ciertas donaciones de importancia,
especialmente de tierras, castillos, iglesias o de aldeas, realizadas por los
reyes o por nobles. Tenían, sobre todo, tres funciones: generar las rentas necesarias
para el sostenimiento de la propia orden; servir como base militar y defensiva
para la propia orden y para el desarrollo de la reconquista contra los moros, a
partir de los castillos y las fortalezas, que les eran recomendadas; y atender a
las funciones espirituales y asistenciales, en este caso a partir de las parroquias,
conventos, e incluso, como en este caso, de los hospitales de la orden.
Finalmente, la tipología abarcaba tres clases diferentes de encomiendas, cada
una de ellas con funciones diferentes: encomiendas rurales, centradas en tierras,
rentas agrícolas y aldeas; encomiendas urbanas, constituidas en casas que
estaban establecidas en la ciudad, con rentas comerciales sobre todo; y
encomiendas conventuales o especiales, como hospitales, casas de religiosos o
casas de estudio. El hospital conquense de Santiago era, como es lógico
suponer, de estas últimas. Cada encomienda estaba al frente de un comendador,
que como es lógico suponer, debía ser un caballero de la orden que, por razones
de su cargo, tenía funciones de gobierno, administración de rentas, justicia
menor y reclutamiento de tropas. Éste, además, estaba obligado a residir en la
encomienda, y garantizar tanto su explotación económica como la observancia
religiosa de los miembros que allí estaban destinados.
Por su parte, los Trece eran un grupo de freires caballeros -siempre eran trece, y de ahí el nombre que recibían- de probada experiencia y linaje. Constituidos en una de las instancias más elevadas de la orden, formaban una especie de colegio o capítulo restringido de caballeros de la orden de Santiago, a los cuales, entre otros asuntos, se les encomendaba la elección de nuevo maestre, cuando el cargo quedara vacante por razón de fallecimiento o deposición del maestre anterior. Y junto a esta función principal de colegio elector, tenían también la función de asesorar al maestre en los capítulos generales y en asuntos graves, y ejercer cierto contrapeso frente al poder del rey, pues representaban la autonomía de la Orden, pero al mismo tiempo, también de contrapeso al propio maestre. Los Trece solían ser designados entre los comendadores más influyentes, es decir, los que controlaban las encomiendas más ricas y estratégicas. Con el paso del tiempo, y sobre todo desde los Reyes Católicos, la institución de los Trece perdió peso, y después de la incorporación de los maestrazgos a la Corona, estos quedaron eclipsados, como un simple cuerpo honorífico, sin capacidad real de elección.
La documentación
conservada nos ha dado los nombres de algunos de esos comendadores que estaban
al cargo de la encomienda del Hospital de Cuenca a lo largo de toda la Edad
Media, y cuyos nombres han llegado hasta nosotros: Alvar Pérez Comendador
(1204-1206), Alvar Núñez Trincado (1206-1210), Ordón Garcés de Aza
(1210-1212), Alvar Gil, (1222-1224), Pedro Pérez (1229-1235), Gonzalo
Díaz (1238), Diego de Ribera (1238-1242), Juan Muñiz (1242), Rodrigo
Bueso (1246), Íñigo Pérez (1249), García (1251), García
Pérez (1268), Alfonso Bardallo (1270), Ruy Fernández de Pancorbo,
(1270-1275), Lorenzo Pérez (algunos años antes de 1309, cuando es
mencionado en un documento, según el cual cierto Mateo Pérez, vecino de Uclés,
le vende a Pelayo Rodríguez, prior del convento, unas casas y viñas situadas en
dicho pueblo), Martín Ruiz de Deza (1293-1310), Fernán Rodríguez (1310),
Artal de Huerta (1315), Fernán Lorenzo (1329), Juan López de
Baeza (en torno a la época que se produjo el cerco de Algeciras, en 1342 y
las primeras semanas del año siguiente), Fernán Fernández de Tovar
(1371-1383), Diego Fernández Navarro (en 1383, cuando el maestre Pedro Fernández Cabeza de Vaca, le daba permiso para pinchar la localidad de Cañete, bajo las leyes del Duero de Cuenca), Juan de la Panda 1468-1470),
y Martín Ruíz de Alarcón (1414-1416).
De alguno de esos nombres podemos hablar más detenidamente.
Así, por lo que respecta a uno de los primeros comendadores, Ordón Garcés de
Aza, era quizá, era hermano de García García de Aza, quien había sido durante
un tiempo tutor del propio rey Alfonso VIII, durante su minoría de edad; en
todo caso, era miembro de la casa de los
Aza, la misma que terminaría por convertirse, ya en sus nuevos dominios
conquenses, en la ilustre familia de los Albornoz. Este comendador donó a la
orden el termino redondo de Adrada, situado cerca de la propia villa de Aza,
que era propiedad de la familia. A mediados del siglo XIII, Rodrigo, o Ruy
Bueso, en 1242, cuatro años antes de haber sido documentado como comendador del
hospital, y según los datos recogidos por
Pedro Andrés Porras en su tesis doctoral sobre “La orden de Santiago en
el siglo XV”, aparece citado como comendador de la Torre de Don Morant, nombre
que en aquel tiempo recibía lo que después pasó a llamarse Torrebuceit, en el
término de Villar del Águila; quizá
sería más bien una especie de encargado
o tenente de dicha fortaleza, que en aquellos momentos también era conocida,
además, como La Torre del Aceite; el lugar, una simple torre en la actualidad, fue en el siglo XIII una población de relativa importancia, a cuyos habitantes se les concedió en aquella centuria el cuerpo de Toledo, y que en 1229 recibo el derecho de celebrar mercado semanal. Y de Artal de Huerta, que lo era a principios
del siglo XIV, se sabe que era, también, o lo había sido, comendador mayor de
Montalbán (Teruel), sede de la encomienda mayor de la provincia de Aragón,
aunque dependiente al mismo tiempo de la casa de Uclés. Por si parte, Juan de la Panda pertenecía a un linaje muy vinculado tradicionalmente con la orden de Santiago, y el mismo llegaría a ser nombrado en 1440 miembro del consejo de la orden.
Finalmente, el último de los comendadores citados, Martín
Ruiz de Alarcón, fue nombrado durante la guerra civil que se mantuvo en el seno
de la orden, entre los partidarios de Alonso de Cárdenas, que había sido
nombrado maestre en la provincia de León, y Rodrigo Manrique, conde de Paredes
y padre del famoso poeta Jorge Manrique, que lo había sido en la de Castilla.
Éste era hijo de Álvaro Ruiz de Alarcón y Juana de Gamarra, y tuvo varios
hijos, entre ellos Álvaro Ruiz de Alarcón, que continuó con la línea familiar;
Iñigo López de Alarcón, quien contrajo matrimonio con una hija de Juan Pacheco,
señor de Minaya, y Lope de Alarcón, quien también desempeñó roles relevantes en
la nobleza castellana. Además de su labor en Cuenca, Martín Ruiz de Alarcón fue
comendador de las villas de Uclés y de Mérida. En 1454 había adquirido del
propio Rodrigo Manrique, quien era en ese momento condestable de Castilla, el
castillo y la aldea de Almodóvar del Pinar, comprando su señorío, por una
cantidad de setecientos mil maravedíes.
También han llegado hasta nosotros los nombres de algunos
subcomendadores, como Martín Pérez, en 1231, y Pedro Gómez, en
1270, en tiempos del comendador Alfonso Bardallo. Ya durante la Edad Moderna,
la administración del hospital se le entregó a uno de los canónigos de la
comunidad santiaguista de Uclés, por turno. Así, en 1511 estaba al cargo del
hospital conquense Juan Díaz de Estremera, como freire administrador;
quizá fuera el primero que lo hacía con este título. Y en ese mismo año, por
otra parte, Bernardino de la Torre, criado del rey según la
documentación conservada, figura también como tenente del castillo o fortaleza
de Torrebuceit.
No
fueron los comendadores los únicos caballeros de Santiago que residían en la
ciudad de Cuenca, y que, quizá, tuvieron alguna vinculación con el hospital
conquense. En este sentido, cabe destacar la figura de Diego del Castillo
Caclin, uno de los primeros fundadores del linaje, quien había nacido en Cuenca
en la segunda mitad del siglo XVI, y era descendiente por línea materna, según
afirma Juan Pablo Mártir Rizo del famoso caudillo bretón Bertrand du Guesclin,
condestable de Francia y héroe de la guerra de los Cien Años, que había
combatido en Castilla a las órdenes de Enrique II, durante la guerra civil que
mantuvo con su hermanastro, Pedro I. Y es que, aunque no consta que el caudillo
francés hubiera tenido descendencia legítima durante el tiempo que vivió en
Castilla, si existen diversas tradiciones genealógicas que reivindican una
descendencia de origen natural e ilegítima a partir de él, que en ningún caso
está documentada, y una de esas tradiciones es la que hace partir del caballero
francés el linaje conquense de los Castillo, por parte materna. Lo que sí está
documentado que este Diego del Castillo, caballero santiaguista, fue enviado a finales del siglo XV como embajador a Alemania, donde entró en
contacto con el maestre de la orden teutónica, el cual le otorgó para su hijo,
llamado también Diego del Castillo, la encomienda de Mota, que era la más
importante que la rama española de la orden teutónica tenía en Castilla.
Fallecido el comendador Diego del Castillo en 1514, le sucedió su nieto Constantino
del Castillo, el fundador de la capital de Santa Elena de la catedral
conquense, del que ya hemos hablado en alguna entrada anterior (ver “El canónigo
Constantino del Castillo, maestre de la orden de la rama española de los
caballeros teutónicos, y sus dos capillas en Cuenca y en Roma”, 16 de febrero
de 2024).
Más conocidas son las
figuras de Ginés Pérez Chirino y Zeit-Abu-Zeit, protagonistas históricos del famoso milagro
de la Cruz de Caravaca. Ginés Pérez Chirino era hijo de Alonso Pérez Chirino,
uno de los caballeros que habían participado, a las órdenes de Alfonso VIII, en
la conquista de Cuenca, y había sido uno de los discípulos de San Julián,
segundo obispo de Cuenca. Por su parte, Zayd Abu Zayd, era hijo de Abú Ya'qūb
Yūsuf al-Mansūr, Yusuf II, el califa almohade que había conseguido derrotar al
monarca castellano en la batalla de Alarcos, y hermano del nuevo califa, Muhámmad
an-Násir, Abu-Zayd era gobernador de Valencia y Murcia cuando sucedieron los
hechos que provocaron el milagro de la aparición de la Cruz y la conversión del
gobernador moro. Y es que, según cuenta la tradición, estando aquél como
prisionero del gobernador moro en la ciudad de Caravaca, en el reino de Murcia,
quiso el moro contemplar cómo era la celebración de una misa cristiana; sin
embargo, habiéndose dado cuenta el sacerdote de que la Eucaristía sería
imposible de celebrar, al faltar la cruz, Dios envió a dos ángeles, que se colaron
por la ventana del palacio con una cruz entre sus manos, la misma cruz que
Santa Elena, la madre del emperador Constantino, había entregado a los
patriarcas de Jerusalén, y que en ese momento portaba el patriarca Roberto. A
la vista del milagro, tanto el gobernador almohade como toda su familia, y
muchos de sus súbditos, se convirtieron al cristianismo.
Más allá de la leyenda,
hay algunos aspectos históricos en esta tradición, como la existencia real de
ambos protagonistas. Y también, desde luego, el hecho de que el gobernador
almohade se convirtió al cristianismo, con el nombre de Vicente Belvis, y que
se trasladó después a Cuenca, donde residió, siempre en la compañía de su ya
amigo Perez Chirino, tanto en el hospital de Santiago como en la fortaleza de
don Morant, a la cual terminaría por dar su nombre: Torrebuceit. Recogemos las
palabras de Rodrigo de Luz respecto a ello: “Este hijo del vencedor de Alarcos,
este excalifa de Marruecos y rey después de Murcia y Valencia, se retiró al
hospital de Santiago de esta ciudad, y en él asistió a los enfermos, dando
muestras de gran caridad, conversando con su amigo, el sacerdote Chirino, o
pasando largas temporadas en su torre, cuya posesión legó finalmente al
hospital, donde se dedicó a profundizar en sus estudios zoológicos, materia de
la que llegó a escribir algún texto, pues se dice que entre las obras de
Avicena, la Historia de los Animales, está compuesta por él mismo. Murió en
Cuenca, diez años antes que su amigo Chirino, y fue enterrado en su torre, para
finalmente set trasladado su cuerpo a San Jaime de Uclés, en Valencia, donde se
descubrieron más tarde sus restos en el claustro de dicha iglesia. En la
provincia de Cuenca fundó el pueblo de San Lorenzo de la Parrilla, a cuarenta
kilómetros de la ciudad y próximo a su torre, en el que todavía se conservan
muchos recuerdos suyos, como una casa en la que parece que habitó, con
importantes muestras de la arquitectura de su época, la Virgen de Belvis,
patrona del lugar, que se dice se le apareció milagrosamente, y el convento de
San Francisco, posible alcázar, residencia del fundador.”
Para entonces, el
edificio en el que se asentaba el hospital era más bien sencillo, sobre todo si
lo comparamos con el edificio actual, que domina la colina que se alza frente al
río Huécar a los pies de la ciudad antigua, al otro lado de la calle Calderón
de la Barca. Un edificio que, además, había sido destruido parcialmente en el
marco de las guerras que habían asolado la ciudad a mediados del siglo XV,
según nos informa el ya citado profesor Porras Arboledas: “A fines del siglo XV
poseía la encomienda una casa de morada, con su granero y bodega; en las
afueras una iglesia dedicada al apóstol Santiago en buen estado, y un amago de
edificio, que los conquenses, bajo las órdenes de Juan González de Alcalá y
Fernando Alonso, habían reducido a pavesas durante los disturbios de mitad de
siglo; tal era su estado, que en 1494, los soberanos mandaron al concejo erigir
otro nuevo, a lo que se negaron.”
Durante los siglos XVI y
XVII se realizaron importantes obras de mejora y ampliación, ampliación que ya se inició en tiempos de los
Reyes Católicos, y que se coronaron con su imponente fachada principal, obra
del arquitecto conquense Francisco de Mora, quien había participado también en
la construcción del Hospital de Santiago, y es el autor principal del convento
de Uclés, llamado “el Escorial de la Mancha”. También, con la escalinata de
acceso a esa fachada desde la calle Calderón de la Barca, antecedente de la actual,
que fue realizada en los primeros años del siglo pasado; en efecto, se sabe que
la orden de Santiago había comprado al cabildo de tejedores de la ciudad dos
casas frente a la bajada del Puente de Palo, con el fin de dar acceso al
hospital, mediante unas escaleras monumentales, desde la calle Juego de la
Pelota, actual calle Calderón de la Barca. Y nuevas obras volverán a realizarse, sobre todo en la iglesia, que está vez correrían a cargo del arquitecto José Martín de Aldehuela, maestro mayor de obras del obispado. Pero eso es, ya, otra historia.
El Podcast de Clio: EL HOSPITAL DE SANTIAGO DE CUENCA
No hay comentarios:
Publicar un comentario