No
se trata del error judicial que provocó en dos pequeños pueblos de la Mancha conquense
un rencor que ha costado muchos años superar, y en dos familias la indiferencia
y el olvido de una amistad que había durado muchos años. Tampoco el humor negro
y mal entendido con el que un conquense de San Clemente, Luis Esteso, entretuvo
a todo el país la durante la primera mitad del siglo. Se trata de otro crimen más
importante, aquél que Alicio Garcitoral retrata con nostalgia en su hermosa y desconocida
novela, aquel que una parte de la sociedad cometió, y sigue cometiendo todavía,
con una ciudad y una provincia pobres: la ciudad y la provincia de Cuenca.
Alicio
Garcitoral había nacido en Gijón en 1902. Durante su juventud militó en el
Partido Republicano Radical Socialista, y allí comenzó su carrera política, una
carrera que desembocaría a la llegada de la república en su nombramiento como
gobernador civil de Cuenca, en agosto de 1931. El dolor que le produjo la falta
de apoyo por parte de las autoridades locales e incluso de la propia República,
le obligó a presentar la dimisión a principios del afio siguiente. A pesar de
la corta duración de la estancia en Cuenca del político y escritor asturiano,
ésta significó una parte importante de su vida, y los sentimientos que la ciudad
y la provincia fueron provocándole, fueron descritos y reflejados en una
novela, titulada de esta forma, “El Crimen de Cuenca”, que fue publicada en el
mismo afio de 1932.
Auguste
Valdés, personaje principal de la novela, no es más que el mismo Alicio
Garcitoral, y las impresiones que va recibiendo a su llegada a su nuevo cargo político,
son las mismas impresiones que el propio autor debió recibir a su llegada as
Cuenca. Desde la primera página del libre, desde su entrevista con del obispo
de la diócesis, se aprecia el deseo del nuevo gobernador de que el progreso que
la República, también nueva, debía traer consigo derrotara para siempre los
abusos de les caciques y de un tradicionalismo mal entendido. Sin embargo, pronto
comprende la dificultad de lograrlo. En la provincia, el poder lo siguen ostentando
los ricos, y los ricos no están dispuestos a dejar que ello cambie.
El
nuevo gobernador no se deja impresionar por les caciques, pero tampoco por aquellos
que, cansados de la pobreza cuando la pobreza no es mas que para los que han
nacido sin nada, intentan el cambio de una manera demasiado rápida y a cualquier
precio, incluso al de la sangre y al de la muerte. Él sabe que la llegada de la
democracia debe hacerse de una manera estudiada, sin que su establecimiento provoque
traumas que más tarde serían difíciles de superar. De la novela se desprende un
pensamiento intermedio entre ambos extremismos: la virtud siempre está en el
centro; los extremes terminan por juntarse en un círculo que no tiene salida.
Pero
Valdés se encuentra en una ciudad pequeña que al mismo tiempo es la capital de
una provincia casi despoblada, sin apenas amigos. Necesita, para llevar a cabo
su labor de progreso, un apoyo que no recibe. En su contra no tiene solo a los y
caciques, que no quieren perder los privilegios que sus antepasados, no siempre
de una manera legal y clara, han conseguido. También tiene a los Ayuntamientos,
sometidos a la presión que los caciques ejercen; y tiene también .a la misma
República, una Republica demasiado débil, que no sabe hacer frente al poder de
los Ayuntamientos. Ello fue una de las causas de que la Republica nunca llegara
a consolidarse, y fue causa, a la postre, del estallido de la Guerra Civil.
Escribe
Garcitoral lo siguiente de Cuenca: "La ciudad se divide en dos, a
primera vista. Pero no se divide en dos. Son, propiamente, dos ciudades. La de
arriba es el pasado, la historia, la leyenda, la grandeza y también -¿cómo no-
la barbarie. Es ciudad alta, castillo roquero, atalaya, santuario. La otra
ciudad, la baja, la llana, es el presente y el porvenir. Con toda la prosa del
presente y todo el ensueño engañoso del porvenir. La República significa el
triunfo de la ciudad baja sobre la alta, el predominio -por fin- del presente
sobre el pasado".
Pero
falló la República, y con ella falló también el porvenir de la ciudad. Y otra
vez es el pasado el que se mira desde la ciudad alta. desde la acrópolis, en el
espejo del Júcar.