miércoles, 4 de agosto de 2021

Romanos de Hispania y de Cuenca


¿Quién es, en realidad, Paco Álvarez, el autor de este nuevo libro, “Romanos de aquí”, que vamos a comentar en la entrada del blog correspondiente a esta semana? Puede que no se trate de uno de los más importantes romanistas de la actualidad, puede que no sea uno de esos sesudos historiadores, profesores universitarios de reconocido prestigio investigador entre los especialistas en el tema, pero lo que nadie puede poner en duda es de que se trata de uno de los mejores divulgadores españoles de un periodo de nuestra historia, el de la romanización de la península ibérica, y sobre todo, de la influencia que esa cultura, la romana, ha tenido siempre en la conformación de nuestro país, y del conjunto de Europa, hasta los tiempos actuales; un periodo que sigue siendo de gran interés para el público en general, tal y como demuestra el éxito que siguen teniendo las películas de ese género, el peplum, o las películas llamadas “de romanos”. Su teoría, que yo también suscribo, es bastante sencilla: de las tres grandes civilizaciones que han venido a conformar a lo largo de los siglos, hasta los momentos actuales, ya bien adentrado el siglo XXI, el mundo desarrollado  -la romana, la musulmana y la indochina, entendiendo a esta última como la que reúne a todos aquellos pueblos, en realidad muy diferentes entre sí, que surgieron, también hace ya mucho tiempos, en los valles de los grandes ríos del sudeste asiático-, es precisamente la primera, la romana, más que ninguna otra, la que ha conformado nuestra forma de ser como europeos y occidentales. Y lo hace, por otra parte, dotando a sus textos con un estilo conciso y claro, con grandes dosis de humor incluso, que facilitan enormemente su lectura. El libro, en fin, está en la honda de otros textos suyos publicados con anterioridad, como “Somos romanos. Descubre al romano que hay en ti” y “Estamos locos estos romanos”.

            Muchas veces se ha hablado de la influencia que el mundo árabe ha tenido sobre nuestra propia configuración como españoles y como europeos, y sin embargo, tal y como afirma Paco Álvarez, esa influencia musulmana, aun cuando es desde luego importante, no lo es tanto como la que ha tenido el conjunto la romanización. Tal y como asegura el autor, los musulmanes, que no propiamente los árabes -árabes, en realidad, vinieron muy pocos; la mayoría de los que llegaron a la península eran bereberes, pasados por el tamiz de la religión de Alá-, permanecieron en nuestro país algo menos de ochocientos años, y todo ese tiempo sólo en el reino nazarí de Granada, que el resto de la península había pasado ya a ser nuevamente cristiana dos siglos antes de ello. Mientras tanto, la influencia del mundo romano sobre la totalidad de la península se extendió durante más de seis siglos, pero ese tiempo puede ser alargado todavía mucho más, casi hasta nuestros tiempos, si tenemos en cuenta la pervivencia e Europa de la cultura, una cultura que en gran parte no es más la antigua cultura judía pasada, a su vez, por la pátina de esa romanización; a nadie se nos escapa que la Roma cristiana es la heredera directa de la Roma del antiguo imperio de los césares.

Es cierto, por otra parte, que nuestro idioma, el español o castellano, cuenta con una gran cantidad de términos y palabras procedentes del árabe. Pero frente a ello, no debemos tampoco perder de vista que ese idioma, el español, es una de las lenguas romances o latinas, nacidas directamente del latín, aquel hermoso idioma que hablaban los romanos, los de aquí y los de allí, durante todos esos siglos de romanización sobre gran parte de Europa. Después, el cristianismo adoptó ese mismo latín como lengua oficial en todos sus ritos, al tiempo que los europeos, cristianos a pesar delas múltiples divisiones y separaciones que la Iglesia fue sufriendo a través de los siglos, extendió aquella cultura cristiana por los nuevos continentes y las nuevas tierras que se iban descubriendo, y los nuevos países que se iban fundando en América desde el último cuarto del siglo XVIII, primero Estados Unidos y más tarde en las antiguas colonias hispanas, siguieron siendo romanas en el mismo sentido en que también lo eran sus antiguas metrópolis. Y el idioma de los antiguos romanos, el latín, siguió siendo un lenguaje de unidad en el seno de la Iglesia hasta bien entrado el siglo XX, hasta que el concilio Vaticano II lo desterró de sus ritos más comunes.

            “Romanos de aquí”, la tercer entrega de esta trilogía del divulgador español, es un acercamiento a las biografías de todos aquellos romanos que, nacidos en los cuatro primeros siglos de nuestra era en alguna de las muchas ciudades que conformaron la provincia romana de Hispania, lograron pasar a la historia por un motivo u otro. Algunos de ellos son conocidos por casi todos nosotros, como Trajano o como Adriano, los primeros emperadores romanos que habían nacido fuera de la península itálica, o sea, en lo que entonces eran las provincias, o Teodosio, el último gran emperador, aquel que convirtió el cristianismo en la religión oficial del Estado, y que dividió el conjunto del imperio entre sus dos hijos -la parte oriental para Arcadio, destinada a convertirse en un nuevo imperio, heredero directo del romano, alrededor de Bizancio; la occidental para Honorio, destinada a desaparecer poco tiempo más tarde, aunque su herencia se mantendría, a través del cristianismo, generación tras generación, hasta más alá de la edad media-; o como los grandes filósofos cordobeses, los Séneca, padre e hijo; o como esos grandes escritores, de diferentes épocas y estilos, -Lucano, miembro de la misma familia que los dos filósofos, Columela, Marcial, Quintiliano,…-; o como los grandes maestros de la cristiandad en sus primeros siglos, San Dámaso, papa, o el obispo Osio de Córdoba, quien presidió el concilio de Nicea y que muy probablemente se convirtió, en aquel concilio, en el autor de una de las oraciones más importantes todavía entre los cristianos, el Credo, que todavía sigue rezándose, al menos, durante la celebración de la misa católica.

Podríamos citar también a muchos otros, menos conocidos entre la generalidad de los lectores porque los planes de estudio de las generaciones más recientes, realizados desde hace ya mucho tiempo a espaldas de todo ese legado romano, nos han hecho olvidarlos. Tal y como dice el autor, la “leyenda negra” no es tampoco ajena a ese olvido, con la aquiescencia de una parte importante de los españoles. En este sentido, el propio Paco Álvarez afirma lo siguiente: “Hacia el año 1600 España había creado 40 universidades, de las cuales siete ya estaban en América, abiertas a toda la población. En ese mismo año, en Inglaterra había tres universidades y en la civilizada Suecia, una. Los españoles que fueron a las Indias, además de hambre, llevaban en la mochila el derecho romano. En unos sitios donde a la gente se le abría el pecho en la plaza para arrancarles el corazón palpitante como si tal cosa, nosotros llevamos la presunción de inocencia e igualdad ante la ley. Incluso desarrollamos los derechos de Indias: nuestras leyes consideraban como personas iguales y con los mismos derechos a los habitantes de México y a los de Segovia.” Y los españoles que llevaron a América su hambre y su cultura cristiana, también eran todavía romanos, tanto como los que se quedaban en Castilla.

En efecto, son muchos los romanos que, nacidos en Hispania, esa provincia romana que ocupaba entonces los países actuales de España y Portugal -los portugueses, desde el punto de vista romano, son tan hispanos como nosotros-, y también Andorra, destacaron sobre el conjunto de sus coetáneos romanos. Basta decir que toda una dinastía de emperadores, los Antoninos, que en realidad deberían ser llamados Flavios porque ésta era la familia hispana que en realidad la había iniciado, a finales del primer siglo, era originaria de la Bética, la actual Andalucía. A esta dinastía perteneció el más importante, probablemente, de todos los emperadores romanos: Marco Aurelio, cuyo abuelo, Annio Vero, era originario de la ciudad hispana de Ucubi, la actual Espejo (Córdoba). Y en Hispania nacieron también otros muchos hispanos de pro: políticos y emperadores, de los de verdad y los autoproclamados, en aquellos tiempos en los que el imperio apenas valía la paga de un puñado de soldados de los que formaban una cohorte o una guardia personal; guerreros y militares, varios de los cuales vieron recompensadas sus carreras por alguna de aquellas coronas, equivalentes a las medallas actuales, que  estaban destinadas sólo a los héroes de guerra; escritores y oradores, cuyo magisterio sobre algunos de los grandes vates de la lengua latina, como Horacio, Virgilio o el propio Cicerón, también debe ser destacado; santos, papas y obispos de los primeros tiempos del cristianismo, cuando ser cristiano se pagaba incluso con la vida,… Podríamos hablar de todos ellos, pero hacerlo aquí sería poco más que  establecer una lista impersonal de nombres que así, a primera vista, apenas diría nada a los lectores menos avezados en la romanización de nuestro territorio. Mejor, querido lector, que cada uno acuda al libro de Paco Álvarez, que los vaya descubriendo por sí mismo, al tiempo que disfruta en la lectura amena y sencilla de este libro.

Mientras tanto, si deseo acercarme un poco a ese otro grupo de romanos que, nacidos en los estrechos límites de la romanización que marca la actual provincia de Cuenca, tan romana entonces como  resto de Hispania, como todo el sur del continente europeo, como el norte de África o el próximo oriente, lograron de alguna manera pasar a la historia, aunque sea a través de esa parte de la historia que ha podido ser recuperada gracias a la arqueología y el estudio de las inscripciones antiguas, sea cual sea la superficie en la que se hayan realizado esas inscripciones. La epigrafía y las excavaciones de los yacimientos romanos, especialmente de las tres ciudades romanas asentadas en nuestros límites provinciales, futuras sedes episcopales -Segóbriga, Valeria y Ercávica-, han recuperado para la historia algunos de esos nombres de romanos de entonces. Pero antes de acercarme a todos esos nombres, y para ser justos y exactos con la historia, quiero hablar primero de uno que no nació en nuestro territorio actual conquense, por más que muchos cronistas locales, e incluso algunos investigadores serios, lo hayan convertido en uno de los hijos oriundos de la ciudad romana de Valeria: el papa Bonifacio IV (c.550-615). Había nacido en Valeria, sí, pero en otra ciudad del mismo nombre que la conquense, cerca de la actual cuidad de L’Aquila, en la región italiana de los Abruzos.

Si había nacido en la Valeria conquense, la antigua ciudad que había sido fundada, o refundada, por Valerio Flaco, a tenor de una inscripción que fue hallada hace ya algún tiempo en una de las zonas de las excavaciones, el que podríamos considerar como el primero de los grandes deportistas conquenses, el auriga Aelio Hermeroto, quien falleció, según se desprende de la inscripción, en el curso de una carrera, en la ciudad de Ilici (Elche) o en Astigi (Écija, Jaén). A él ya le dedicamos en este blog una entrada completa -ver “Aelio Hermeroto, un Ben-Hur de origen conquense”, 26 de julio de 2019-, por lo que no quiero insistir más en el tema. Y de Valeria era también cierto G. Grattio Nigrino, miembro de una de las más conocidas tribus oriundas de Hispania, los Gratti, que estaban establecidos, ya en las primeras décadas del imperio, en todas las ciudades romanas de la meseta, y también en Edeta, la actual Liria (Valencia); algunos de ellos, más tarde, se verían reflejados también en las listas de los obispos de Segóbriga, que acudieron a los sínodos provinciales de Toledo en tiempos visigodos.

Por lo que respecta a este Grattio Nigrino, se sabe que fue cuadrunviro de la ciudad de Valeria; es decir, uno de los cuatro miembros, dos dunviros propiamente dichos y los otros dos ediles, que eran los encargados de dirigir el gobierno de la ciudad, con poderes judiciales sobre el conjunto de su territorio. Se trataba, principalmente los dos dunviros -los ediles eran en realidad magistrados de menor categoría-, de los más altos miembros de la gobernación de la ciudad, encargados de presidir el senado local de los ciudadanos. Además, tal y como demuestra también la epigrafía, fue flamen Augusti, es decir, sacerdote del culto imperial, cuyo principal templo en Hispania había sido fundado en Tarraco (Tarragona), durante el mandato del emperador Tiberio. Ser sacerdote del culto imperial en Tarraco era elemento de prestigio, y hace ya muchos años aparecieron diversas inscripciones que atestiguan la presencia de algunos personajes oriundos de Segóbriga entre ellos: Lucio Grattio Glauco (de nuevo sale a relucir otro miembro de esta tribu propiamente hispana), Cayo Julio Pila y Lucio Caecilio Porciano. Y Valeria Fida, la esposa del último de los tres flamen Augusti que eran oriundos de Segóbriga, también fue sacerdotisa de este mismo culto imperial, que también estaba permitido, como podemos ver, a las mujeres. La relación de estos personajes con la ciudad de Segóbriga, Lucio Grattio y Caecilio Porciano, ya de por sí incuestionable a partir de los textos encontrados en Tarraco, se manifiesta también en otros textos epigráficos que fueron hallados así mismo en las ruinas de la ciudad conquense.

Gracias siempre a otros restos epigráficos se han podido recuperar también algunos nombres correspondientes a ediles y magistrados de Segóbriga: Lucio Turelio Gémino, quien dedicó las estatuas votivas dedicadas a Germánico y a Druso, los hijos adoptivos de Augusto, recuperadas de las excavaciones; T. Sempronio Pullo, cudrunviro de la ciudad, cuyo nombre apareció en una de las inscripciones aparecidas en la zona de la basílica; y Lucio Sempronio Valentino, quien también corrió a cargo de algunas obras públicas en la ciudad romana, aunque todavía no sabemos de cuáles se trataba con exactitud. Otros personajes también destacaron entre la alta sociedad de Segóbriga, como Próculo Spantamico, quien corrió a cargo de los gastos provocados por el enlosado del suelo de foro. Aunque las letras, de bronce dorado, encastradas sobre el mármol, no se han conservado, su huella es todavía visible gracias a los huecos dejados por ellas sobre las propias losas. No sabemos quién fue realmente este Próculo Spantamico, si realmente era originario de Segóbriga, o si sólo permaneció en la ciudad romana una temporada, como parte de un cursus honorum del que nada más sabemos. Algo similar ocurre con otros nombres aparecidos en las excavaciones, muñidores y mecenas de las obras llevadas a cabo en la ciudad en los dos primeros siglos de nuestra era. Cayo Julio Italo, miembro del orden ecuestre, los equites, miembros de la élite social tanto en Roma como en las provincias, también hizo financió algunas obras públicas, a tenor de algunas otras inscripciones recuperadas.

Algo más sabemos respecto de Manio Octavio Novato, miembro también de esa misma orden ecuestre, y por lo tanto de la élite segobricense, al que se le erigió un pedestal que fue instalado delante de la escena del teatro, y por lo tanto también una estatua; el pedestal, y quizá también la estatua, probablemente una de las esculturas de togados que aparecieron en la misma zona del teatro, se conserva actualmente en el Museo de Cuenca, aunque el hecho de que no se haya recuperado la cabeza no nos permite conocer, ni siquiera de forma aproximada, el aspecto que tendría aquel importante personaje. La razón de aquella dedicatoria por parte de los segobricenses del siglo primero es sencilla: como praefecto fabrum, una especie de ingeniero militar encargado de las obras, fue quien llevó a cabo la construcción del teatro en el siglo primero. Tampoco sabemos si era realmente segobricense de nacimiento, pero Anthony Álvarez Melero ha resaltado su posible vinculación familiar con algunos senadores de Roma de este apellido que eran de origen hispano, y entre ellos Octavio Galo Novato, quien sería elevado a la orden ecuestre por el emperador Vespasiano. En Córdoba, por otra parte, también había nacido tres años antes de nuestra era, el senador Lucio Anneo Novato, quien era hermano del filósofo Lucio Anneo Séneca, quien por otra parte fue procurador de Acaya, en la costa norte del Peloponeso, en tiempos de San Pablo.

No conocemos los nombres de muchos de aquellos conquenses de época romana, pero sí la importancia que tuvieron dentro del conjunto de la sociedad. Como el del médico cuya casa fue excavada hace ya más de cincuenta años en la ciudad de Ercávica. O como el dueño, o los posibles dueños, que no sabemos realmente si todas ellas eran de un mismo propietario, o incluso si eran de gestión privada, de las importantes minas de lapis specularis, que, cuentan las crónicas de los autores clásicos, rodeaban Segóbriga en una extensión superior a los cien kilómetros; fueron sin duda los beneficios económicos que proporcionaban aquellas minas, cuyo producto era exportado a todos los rincones del imperio, los que permitieron su crecimiento como una de las ciudades más importantes de la meseta hispana. O como el propietario de la hermosa villa de Noheda, cuyos mosaicos, los más grandes y con más figuras de cuantos se han encontrado en toda la península ibérica, han hecho pensar a los arqueólogos que podría tratarse, incluso, de algún miembro de la familia del propio emperador Teodosio. Uno de es de donde nace, dice el refrán, sino de donde pace, y sin duda el propietario de la villa romana de Noheda “pació” muchas veces allí, reclinado sobre los triclinia que se alzaban sobre aquellos lujosos mosaicos, que en los últimos años han sido recuperados gracias a los trabajos de los arqueólogos, y especialmente de su director, Miguel Ángel Valero. Algunos siglos más tarde, ya en tiempos de los visigodos, la pervivencia de las tres ciudades romanas como sedes episcopales cristianas, y los listados de sus obispos, recuperados casi todos ellos de las listas de los obispos que asistieron a los sínodos de Toledo -excepto algunos de los de Segóbriga, los famosos Sefronio y Nigrino, que lo fueron de las inscripciones halladas en el entorno de la basílica-, demuestran la pervivencia de algunas familias de origen romano, junto a las nuevas familias de origen germano, entre las élites ciudadanas aún después de la conquista de los visigodos.

Volvemos a Paco Álvarez y a su libro sobre los romanos de Hispania. El autor no duda en resaltar la importancia que la recuperación de todos esos yacimientos romanos, ciudades, villas, necrópolis, podría tener para el desarrollo del turismo interior en muchos pueblos de España; de ese turismo cultural que debe ser, y de hecho lo es cuando las cosas se hacen bien, una fuente importante de ingresos. Sobre todo ahora, cuando tanto se habla de recuperar la España vaciada, esa España rural que conforman nuestros pueblos más pequeños y deshabitados. Tarragona y Cartagena son dos casos de ese bien hacer cultural, que casi nunca se ha realizado de manera acertada. A este respecto, dice lo siguiente el autor del libro, en una entrevista realizada por Luis H. Goldáraz para el periódico Libertad Digital: “Hace una semana publicaron en todos los medios una noticia de agencias que decía que habían encontrado en Turquía un anfiteatro romano. Fue noticia en todos los periódicos. Pues bien. Aquí, en Alcalá de Henares, hay otro teatro romano. Sabemos dónde está, y está sin desenterrar. Aquí, al lado de Madrid. Y en Sisapo, en la provincia de Ciudad Real, hay una ciudad entera sin desenterrar. E incluso en los sitios que están desenterrados, como Baelo Claudia, sólo está desenterrado el 25%. Ya está. Existen otros tantos pueblos de Castilla en los que están localizadas varias villas romanas, pero no se desentierran. Y luego mucho hablar de la España vaciada. ¡Pero si la tenemos ahí! Con esto yo siempre pongo el ejemplo de Stonehenge. Stonehenge, con todos los respetos, son cuatro piedras. El dolmen más pequeño de Antequera es más impresionante. Pero Stonehenge es mundialmente conocido.  Está en todos lados. Y nosotros, que tenemos auténticas virguerías, las tenemos ahí tapadas. Mira, yo tuve un desencuentro con unos irlandeses hace tiempo por una cosa de estas. En Irlanda hay un faro del siglo XIV que es anunciado como el faro en funcionamiento más antiguo del mundo. Yo les escribí y les mandé documentación sobre el Faro de Hércules, en La Coruña. El que hicieron los romanos en el siglo primero. Les dije eso, claro. Perdóneme usted, pero cuando su faro empezó a lucir el de aquí ya llevaba 1.400 años luciendo. ¿Y tú crees que alguien desde alguna institución ha intervenido y les ha dicho a los irlandeses que por lo menos no digan mentiras? Pueden decir que el suyo es el faro medieval más antiguo que funciona, a lo mejor. Pero no de la Historia. Ese es el de Hércules. Pues es así todo. Como siempre, a los políticos sólo les importa la España vaciada cuando hay elecciones. Y les importa la cultura… pues nunca. Porque entre otras cosas, si se sacase a la luz el patrimonio que tenemos, se demostraría la cohesión que existe. Que entre Irún y Cádiz, o entre Cartagena y Cataluña, no hay diferencias de origen. Todo viene de lo mismo. No hay razas ni Rh distintos.”


Copia de la inscripción dedicada por los segobricenses a Manio Octavio Novato, en el lugar en el que probablemente fue colocada. El original se encuentra en el Museo de Cuenca.

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