Ésta es una historia que tiene su origen hace ya mucho
tiempo, hacia el siglo VI de la era cristiana, y en un lugar también lejano: las
estribaciones montañosas del Yebel Nafusa, en la región libia de la
Tripolitania, no lejos de la orilla meridional del mar Mediterráneo. Porque es
allí, en aquellas tierras que hasta la centuria anterior habían formado parte
del imperio romano, y que ahora pertenecían a sus sucesores en la propiedad de
una parte de aquel gran imperio, los bizantinos, donde habían tenido su origen las
principales tribus bereberes que, durante mucho tiempo, poblaron, y pueblan todavía,
las zonas fronterizas entre el desierto del Sahara y las montañas del Magreb, a
lo largo de todo el norte de África: los nafara, nazata, los zenuta, los libuy
-que dieron el nombre actual al país norteafricano- o los hawwara,
protagonistas de esta historia, llamados también havara o houara. Allí, en las
montañas de Libia, todas esas tribus fueron viviendo en paz, dedicadas a sus
haceres habituales, hasta que la presión ejercida sobre ellos por los árabes,
que en su origen habían sido nada más que otra tribu del desierto que desde el
año 622 se había ido extendiendo desde la península arábiga, tanto hacia el
este como hacia el oeste, al compás de la nueva religión que entre ellos había
creado el profeta Mahoma, les obligaron a emigrar hacia el oeste, hasta las tierras
de la actual Argelia. Aquella fue la primera emigración importante de la tribu;
después llegarían otras, hasta que a partir del año 711, a raíz de la invasión
árabe de la península ibérica -en puridad, habría que hablar sólo de invasión
musulmana, que árabes, verdaderamente árabes, llegaron muy pocos a la península;
la gran mayoría de ellos eran bereberes- algunas familias de los Hawwara pudo
hacerse con parte de los territorios centrales de la península, especialmente la
que ocupa la actual provincia de Cuenca, convirtiéndose de esta forma en los
señores de la kora -provincia- árabe de Santaberiyya.
Pero vayamos por partes. Tal y como acabo de decir, hasta
mediados del siglo VI los Hawwara vivían todavía en la región libia de la
Tripolitania, dedicados al cultivo del olivo y a la cría de rebaños de cabras,
y practicando aún sus ritos tribales bereberes, que nada tenían que ver con la
nueva religión de Mahoma. Poco tiempo después, a mediados del siglo VII, los
árabes de la nueva dinastía Omeya, asentada poco tiempo antes en Damasco, habían
llegado ya a las puertas de su territorio, trayendo consigo las nuevas creencias
enseñadas por Mahoma. La influencia del profeta los había convertido en un
pueblo guerrero y conquistador, que había logrado ocupar un extenso territorio,
desde el noreste del continente africano hasta las extensas praderas del Asia
central, incluyendo provincias enteras que habían sido parte de imperios
importantes, como el de Persia y Bizancio. Y en Argelia, en las montañas del
Aurés, en el noreste del país norteafricano, los Hawwara se incorporaron a una
confederación de tribus bereberes que, lideradas por Kusaila, un jefe de la
tribu de los auraba, y con el apoyo de un ejército enviado desde Bizancio, intentó
hacer frente a los invasores árabes. En el año 683 logró derrotar a las tropas
omeyas, dirigidas por Uqba ibn Nafi, en la batalla de Vescera (Tahuda, cerca de
la ciudad actual de Biskra). Sin embargo, cinco años más tarde, en el año 688,
los árabes, liderados ahora por ibn Zuhair, consiguieron derrotar a los
bereberes en la batalla de Mamma, en la que el propio Kusaila fue asesinado.
Después de la muerte de Kusaila, fue una mujer de la tribu de los zanata, Kahina, quien se puso al frente de las tropas bereberes. El verdadero nombre de la nueva reina bereber era Dihia o Dahia; al Kahina, en árabe, significaba “la sacerdotisa”, y ella recibió este apodo, según las fuentes, por su belleza sobrenatural y por su larga cabellera, que en el sentir de los árabes le asimilaba a una especie de hechicera, a lo que se añadía también que entre sus partidarios tenía fama de poder adivinar el futuro. Ella había participado ya en las dos batallas anteriores, y en el año 689, ya como jefa de la confederación, consiguió derrotar en Uad-Nini, junto a la localidad actual de Kenchela, en el noreste argelino, a las tropas omeyas, que ahora estaban mandadas por Hasan ibn al-Nu'man, valí de Egipto. Y más tarde, una nueva victoria en Merskiana, obligó a los árabes a retroceder temporalmente hasta las regiones libias de la Tripolitania y de la Cirenaica. Sin embargo, el contraataque efectuado por los musulmanes, sumado a algunas defecciones de sus partidarios, fue la causante de una serie de derrotas, la última de las cuales, en la que murió la propia reina Kahina, se desarrolló en Tarfa, muy cerca del lugar que todavía conserva el nombre de Bi'r al-Kāhina, “el oasis de Kahina”. Según el historiador árabe ibn-Jaldún, antes de morir Kahina había pedido a sus hijos que se aliaran con los vencedores.
Sea como fuere, a partir de esta derrota, las
diferentes tribus bereberes, entre ellos los Hawwara, fueron poco a poco convirtiéndose
al Islam, y en concreto a la doctrina jariyita, una de las tres ramas
principales de la religión musulmana, junto al chiismo y al sunismo. A partir
de este momento, y durante algún tiempo, las nuevas guerras en las que las
tribus va a participar serían guerras civiles entre las diferentes doctrinas
del islamismo. Mientras tanto, en el año 711 se produciría la invasión
musulmana de la península ibérica, a partir de la cual las tropas árabes de la
dinastía Omeya, con la ayuda importante, sustancial, de las diferentes tribus
bereberes norteafricanas, se van a hacer en muy poco tiempo con todo el viejo
reino de los visigodos. Como consecuencia de esta rápida victoria, las
diferentes familias bereberes se fueron asentando en los nuevos territorios
conquistados, correspondiendo a la tribu de los Huwwara algunos de los
territorios del centro peninsular.
De esta forma, una de las familias de la tribu, los
Banu Racin, se establecieron en el sur de la provincia de Teruel, y con el
tiempo fundarían allí la taifa de Albarracín, a la cual le dieron nombre. Por
su parte, otra de las familias Huwwara, los Banu Di-l-Nun, que habían
islamizado su nombre convirtiéndolo en Ben Zennun, ocuparon las antiguas
tierras de la Celtiberia, que constituían buena parte de la provincia de Cuenca
y el sur de la de Guadalajara, a la que le dieron el nombre de Santaberiyya,
lógica corrupción fonética del nombre que habían tenido en tiempos de los
romanos. Fue en este momento cuando las historias de los Huwwara y de la
provincia de Cuenca se juntaron definitivamente. Allí constituyeron su señorío,
estableciendo su primera capital en Santaver, sobre las ruinas de la que en
tiempos de los árabes había sido la populosa ciudad de Ercávica, y levantaron
castillos importantes en Uklis (Uclés), Webde (Huete) o Walmu (Huélamo). Hacia
el año 1000 fundaron en el centro de su territorio la ciudad de Konka (Cuenca),
que estaba destinada a convertirse en la capital de la futuro provincia y
obispado, y poco tiempo más tarde, después de la caída del califato independiente
omeya de Córdoba, crearía el primero de los reinos de taifas, el de Toledo.
Sobre este asunto ya escribí hace unas pocas semanas una entrada, a cuya
lectura me remito para que el lector pueda complementar su información sobre
esta etapa apasionante de la historia de Cuenca (ver “Desde el Pacto de Cuenca
hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval”, 15 de julio
de 2021).
Después de la conquista de Al Andalus, una parte de
los Huwwara permaneció todavía en tierras argelinas, donde reconocieron la
soberanía de los emires aglabíes, de tradición suní, que a partir del año 800
se habían establecido en la región de Al Afriqiya, el actual territorio de
Túnez; algunos habían emigrado también aún mas hacia el oeste, hacia el macizo
de Ahaggar, en las estribaciones del desierto del Sahara, y otros se habían
establecido incluso en la isla de Sicilia. Los que permanecieron en tierras
africanas reconocieron la soberanía de las grandes dinastías que se fueron
estableciendo en todo el territorio, tanto las de Marruecos, y entre ellas las
poderosas dinastías almorávides y almohades, como las procedentes de Túnez, y
sólo esporádicamente llegaron a formar pequeños estados independientes de corta
duración. Fue a partir del siglo X, con la represión llevada a cabo por la
dinastía fatimí, de creencia chiita, cuando se inició una importante debilitación
de esta tribu, una debilitación que llegaría a sus últimas consecuencias
trescientos años más tarde, a mediados del siglo XIII, cuando los hafsíes, la
nueva dinastía reinante en Túnez, con el apoyo de sus aliados marroquíes, los
almohades, lograron hacerse con todo el norte de África. A partir de este
momento, los Hawwara dejaron de desempeñar cualquier papel político, y dejaron
incluso de hablar su propia lengua,
pasando a convertirse sólo en una tribu más de pastores árabes, en las montañas
rocosas de Argelia.
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