jueves, 26 de agosto de 2021

“Hora Zero”. El espionaje inglés en territorio español durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 


Durante la Segunda Guerra Mundial, la posición del gobierno del general Franco fue, al menos oficialmente, la de neutralidad o no beligerancia, más allá de la incorporación de un número escaso de tropas voluntarias en la Wehrmacht, el ejército alemán: la División Azul, que fue enviada inmediatamente al frente de Este, donde los soldados españoles se batieron contra los rusos y, al mismo tiempo, contra el “General Invierno”, el mismo que ya había derrotado a Napoleón Bonaparte a principios del siglo anterior. Conocido es el encuentro que Franco y el propio Hitler mantuvieron en Hendaya, un encuentro del que se han realizado multitud de interpretaciones, y que ha generado, también, ríos de tinta entre periodistas e historiadores. Éste y otros aspectos de las relaciones políticas entre el caudillo español y las potencias del Eje han sido tema de múltiples ensayos, y la bibliografía sobre este periodo de la historia de España y de Europa sigue creciendo continuamente. Dentro de esa extensa bibliografía, quiero destacar en esta nueva entrada del blog, por la originalidad y el interés del tema tratado, un libro de pequeño formato del historiador gallego, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Emilio Grandío Seoane. El libro, que ha sido publicado por Cátedra en abril de este mismo año, se titula “Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial”.

            El primer capítulo del libro está dedicado a estudiar las relaciones geopolíticas entre ambos países en 1936, en los meses previos al estallido de la Guerra Civil, y también durante los primeros meses del conflicto. Se trata de un capítulo interesante, porque explica un hecho que muchos historiadores, principalmente de izquierda, no han llegado a comprender nunca: ¿por qué durante todos esos meses, cuando el enfrentamiento entre dos polos en los que la sociedad española era más que evidente, como evidente era la rotura de las hostilidades en un frente bélico, las potencias europeas no pusieron toda la carne en el asador para hacer frente a los postulados fascistas de extrema derecha? La respuesta es bastante clara para cualquier historiador que no se halle imbuido de cierta ideología: ayudar al gobierno de la República era ayudar también a los comunistas de la Unión Soviética, y en aquel momento, cuando el nazismo en Alemania no era todavía más que un embrión de lo que iba a ser durante los años siguientes, las democracias europeas tenían más miedo a Stalin que al propio Hitler. Recogemos el posicionamiento que la inteligencia inglesa, y todo su gobierno, tenía de este asunto, en las palabras del autor del libro:

“Lo cierto es que, en el caso de Gran Bretaña, el ascenso del Partido Conservador al poder en los últimos meses de la Segunda República española hizo girar de manera decisiva la opinión hacia la incipiente democracia española. La inesperada victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 hizo saltar todas las alarmas diplomáticas británicas. La orientación del nuevo Gobierno de izquierdas fue saludada con notable inquietud por parte del Foreign Office. La documentación procedente de los archivos consultados nos muestra el incremento de la actividad diplomática ante lo que consideraban podía constituirse como la nueva «república soviética». Las informaciones hacia Londres procedentes de la Embajada en España realzaban los aspectos más dramáticos del corto período de gobierno frente-populista. No ha habido un tema de política exterior en el espacio británico antes de la Segunda Guerra Mundial de mayor repercusión que éste. Observada como lucha en territorio ajeno entre el desarrollo del fascismo y el comunismo, de lo que se estaba produciendo en Europa y en Gran Bretaña, la defensa de la democracia republicana realizada por la mayoría de la izquierda del país se vio obstaculizada por la oposición de buena parte del establishment político, que hacía de la defensa de los intereses británicos su argumentación principal. Teoría frente a praxis”.

Los servicios de inteligencia británicos en España, si bien habían sido ya importantes durante toda la guerra, se van a hacer mucho más determinantes desde 1939, coincidiendo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La posición del nuevo gobierno español, cercano todavía a las posiciones de las potencias del Eje, y la situación estratégica de nuestro país, al norte del Mediterráneo, y en la boca de entrada a este mar desde el Atlántico, hacia que, para ambos contendientes, el dominio fáctico sobre el país fuera determinante. Gibraltar, un faro de dominio inglés en el corazón meridional de la península, se llenó de espías ingleses. Pero no fue el único lugar en el que se asentaron legiones de espías, y otros territorios de la península se convirtieron también en campo de esa batalla de esa otra guerra tácita, no declarada oficialmente, en la que los militares al uso se convierten en espías, y en el que las armas son las propias de los servicios de inteligencia. Así, Cartagena, las islas Canarias, la propia capital madrileña, Galicia, prácticamente todo el país se había convertido en un nido de espías, de un bando y de oro. Recogemos de nuevo las palabras de Grandío Seoane, en lo que se refiere al espionaje inglés, foco principal de su estudio, pero fácilmente extensible a los servicios de inteligencia de los otros países en conflicto, principalmente los de Alemania:

“Los servicios de inteligencia británicos se encontraban deficientemente preparados en los inicios del conflicto bélico, ante la posibilidad de una invasión alemana sobre España. Para Gran Bretaña el control de la información en España era algo secundario, controlable a partir de las redes empresariales y diplomáticas ya existentes. Por cierto, en paralelo a lo que ocurría con las redes alemanas, antes de la llegada del régimen nazi. Su participación en el interior era muy reducida, y cuando intervenían, siempre se realizaba desde suelo británico: intervenciones precisas con fachada española. Pero la expansión nazi lo cambia todo. Inicialmente, en la defensa de las democracias frente a la agresión nazi se establece una especie de reparto de áreas de influencia: el control de la información en España quedó en manos de las redes de inteligencia francesas, desarrolladas sobre todo en el norte de España, entre Bilbao y Barcelona. Las redes británicas comenzaron a desarrollarse especialmente desde el verano de 1940, en la península ibérica en el momento en que resultó absolutamente necesario movilizar todas las fuerzas ante un Tercer Reich que llega literalmente a las costas británicas, y se requiere un esfuerzo suplementario para derrotarlo. También en el momento en el que se observan serias posibilidades de deriva de las dictaduras ibéricas hacia un compromiso firme con el Eje, abandonando definitivamente los estados «aparentes» de neutralidad. Aquellos territorios de Europa, como España, que aún permitían formalmente la entrada de británicos se convertían en países referenciales para llevar adelante trabajos indispensables para el rumbo del conflicto.”

Hubo un momento en el que, nada más haber terminado la guerra, las democracias europeas, principalmente Gran Bretaña, se plantearon derrocar del poder al general Franco, aunque el estallido de una nueva guerra que va a afectar primero a toda Europa, y más tarde también a otros territorios, hasta alcanzar características globalizadoras, obligó al gobierno inglés a cambiar de opinión en este sentido. Así, continúa el autor afirmando lo siguiente: “El responsable máximo de la inteligencia británica pretende ampliar el número de empleados en los servicios diplomáticos y, desde su protección, crear y desarrollar una red de inteligencia ampliable desde Madrid hasta Barcelona, Lisboa y Gibraltar. Hillgarth se encontrará de manera casi permanente en comunicación directa con Churchill. Ya en enero de 1940 le avisaba al duque de Malborough de que había miembros del Gobierno español que deseaban llegar a un acuerdo directo con los alemanes. Hillgarth advertía desde el primer momento de una de las constantes para atacar el punto débil de Franco: sus propios compañeros de armas. Esa condición de primus inter pares que tenía Franco al final del conflicto civil español, aún humeante y muy latente, provocó una primera preocupación —que se plasmará en los siguientes meses— por indicación directa de Churchill al agregado naval de la Embajada, de plantear de manera inmediata acciones de soborno a generales y funcionarios españoles. Esta circunstancia se facilitaría a través del siempre presente Juan March. March aparece de manera constante envuelto —debido a su utilización de fondos en otros países— en la financiación de buena parte de las tentativas que afecten a los cambios de gobierno en España. Y no solo a principios de los cuarenta. Como ya conocemos, Juan March juega un papel clave —y decidido— en la política española de mayor nivel desde la dictadura, pasando por el período republicano, y por supuesto en la financiación del golpe militar y de la Guerra Civil, y también en los años de la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña se aprovecha de estas relaciones para crear un sistema de transferencias económicas a los militares que no deja mucha huella y que permitía a su vez tener información de las relaciones del régimen español con los alemanes.”

El papel de la inteligencia británica en España fluctuó durante toda la Guerra entre dos aspectos contrapuestos: por una parte, la necesidad de atraer a Franco hacia el bando de los aliados, como contrapeso a la importancia que el nazismo había alcanzado ya en el conjunto del continente; y por el otro, la convicción de que se trataba el de España de un gobierno no democrático, y por ende, muy cercano a las posiciones fascistas de las potencias que conformaban el Eje. En ese juego de poderes jugaron un papel importante figuras como el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, quien además fue embajador de España en el Reino Unido entre 1939 y 1942, quien mantenía en el país insular ciertas intereses económicos y algunas relaciones familiares importantes, incluso con la propia familia real. Y también, algunos de los principales generales que durante la guerra habían formado parte del ejército vencedor -en este caso nunca decisivo, porque al final ninguno de ellos se mostró capaz de hacer frente, de manera decisiva, a los postulados oficialistas desarrollados desde el gobierno de Franco-. Volvemos a recoger las palabras del historiador gallego:

“Posiblemente el régimen de Franco nunca estuvo tan amenazado como en estos momentos. Aún más: las conversaciones entre la diplomacia británica y portuguesa del mes de octubre de 1943 no presagiaban nada bueno para el franquismo, ya que se orientaba hacia la tendencia de arreglar el problema estratégico de la península ibérica y su relación con el Eje por la doble vía de negociar con Portugal —siempre mucho más favorable por las tradicionales relaciones con Gran Bretaña— y aislar a España… El 28 de octubre tuvo lugar una reunión en casa de Kindelán con Ponte, Orgaz, Solchaga y Dávila. Kindelán insistía en que no había fuerza suficiente para poder afrontar un cambio de esta envergadura sin el consentimiento de Franco, cuando menos hasta el próximo año. A Kindelán le molestó la actitud posterior a la carta de los generales Asensio, Moscardó, Muñoz Grandes, García Valiño y Yagüe, que según su perspectiva solo atendieron a sus intereses personales. La fuerza de Franco residía en el control de Madrid (Asensio, ministro; Muñoz Grandes, jefe de la Casa Militar; García Valiño, jefe del Gabinete Militar, y Saliquet al mando de la Región Militar de Castilla). La unión a este grupo clave de los generales Moscardó y Yagüe, al mando de dos zonas estratégicas como Burgos y Barcelona, entradas fundamentales de defensa desde el norte —recuérdense las planificaciones previstas de posibles invasiones—, así como territorios de fuerte oposición monárquica a Franco (cita a Cataluña y Navarra), podría haber variado sustancialmente la situación de presión hacia el Caudillo. Aun así, Kindelán volvería a pedir la Restauración «con Franco y la Falange» a finales de diciembre de 1943.”

Por otra parte, también durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de que España se viera invadida por un ejército u otro, el Reino Unido o la propia Alemania, siempre estuvieron en el ánima de ambos combatientes. Todo ello obligó, por otra parte, a la construcción de nuevas defensas bélicas en los territorios más factibles de ser invadidos, como la propia Gibraltar o la línea de costa, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo; defensas que, en algunos de esos lugares, están empezando a ser puestas en valor, de cara a una interpretación didáctica y turística de las mismas. El valor de la historia, como el de la arqueología (y existe también una arqueología bélica del siglo XX, que en los últimos años está alcanzando un importante desarrollo científico; en este sentido, y para lo que al caso conquense se refiere, hay que destacar aquí los trabajos que en los últimos años vienen realizando Michel Domínguez y Santiago David Martínez Solera, sobre la arqueología conquense del siglo XX en torno a la Guerra Civil), pasa también por el hecho de que puedan servir como canalizador de un conocimiento cada vez mayor de nuestro pasado, un conocimiento que se basa siempre en dos pilares principales: la investigación y la difusión, también por medio de la explotación turística de los yacimientos arqueológicos.

Un libro, en fin, que debe ser leído, para otbener nuevas perspectivas históricas de este periodo de nuestra historia, la de España y también la de Europa, esa etapa, tan decisiva para nuestra propia configuración como ciudadanos europeos, que abarca los años convulsos de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial.


El embajador británico en España, Samuel Hoare, en el centro, en el acto de presentación
de credenciales. Fotografia: Martín Santos Yubero.

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