sábado, 22 de septiembre de 2018

Una nueva exposición de Belén Peytaví en Cuenca


Llega ahora hasta nosotros una nueva colección pictórica de Belén Peytaví, y en este caso se trata de una muestra de sus últimas creaciones, en las que ha sustituido el óleo y el lienzo por el papel y la tinta china. Se trata, una vez más, no obstante, de una muestra de paisajes, del rocoso paisaje conquense de las hoces del kárstico paisaje serrano. En efecto, en la nueva obra de Peytaví, la artista ha sustituido el color, siempre presente en nuestro paisaje, por el negro de la tinta china, y sin embargo sigue siendo su mismo paisaje, sigue ella plasmando, con su particular estilo, esas mismas obras que el Escultor invisible, el tiempo o Dios, ha ido fabricando a través de muchos, muchísimos, milenios, en el espacio natural de nuestra serranía. Porque a Belén, cuando se pone a pintar, lo que en realidad le interesa es el paisaje en su estado natural, según ella misma reconoció en una entrevista que le hicieron hace ahora tres años. Le interesaba entonces el paisaje, y le sigue interesando, aunque ahora investiga una nueva forma de reflejarlo en la práctica.

            Sin embargo, hay algo de oriental y mágico también en esta última obra de la pintora conquense. Y es que sus trazos de tinta sobre el papel nos recuerdan un poco a la pintura clásica de tradición china y japonesa, esa pintura que nos es tan desconocida en esta tradición occidental, y lo hace sobre todo a la hora de representar a esos árboles que parecen nacer, como en muchos paisajes conquenses, desde la misma roca. Poco importa que esta pintura de Belén carezca de los delicados colores que Ogata Korin (1657-1716) refleja en algunas de sus obras (Ciruelos blancos en primavera), porque el trazo de la conquense, cuando traslada con la tinta los pinos de las hoces, nos recuerda también a esos ciruelos que el japonés dibujó sobre témpera seca. Sin embargo, a quien más me recuerda Belén, dentro de esa tradición oriental, es a Sesshu Toyo (1420-1506), y a esos paisajes otoñales, tan influidos, también, por la pintura china. No es de extrañar, pues el pintor japonés, que compartía su afición a la pintura con su dedicación a la religión como monje budista zen, también empleó la tinta como medio principal de expresión de su arte.

            Dos paisajes tan diferentes entre sí, el paisaje de Cuenca y el paisaje de las islas del sol naciente. Y sin embargo, dos paisajes tan parecidos, sobre todo en la primavera, cuando los almendros conquenses y los cerezos japoneses se visten con esas capas blancas, rosadas, violáceas, … Pero también en invierno, cuando el kin, o “árbol de la emperatriz”, pierde sus hojas, y entonces tanto nos recuerda a esos árboles de Belén, que parecen querer fundirse con la misma piedra, y nos hacen soñar con nuevas primaveras.

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