Aunque la Edad Media, con la invasión de las tribus bárbaras, significó en gran medida el final del imperio romano, éste logró sobrevivir a través de múltiples instituciones culturales y políticas. El latín pervivió a través de diferentes lenguas vernáculas, de entre las cuales el castellano es, sin duda, la más importantes de todas, gracias a la posterior extensión del idioma por todos los continentes del mundo, y además se convirtió en la lengua internacional y diplomática, algo equiparable a lo que hoy es el inglés moderno, gracias a su conversión en la lengua oficial de toda la Iglesia. Por su parte, la extensión del Cristianismo, primero por toda Europa y después también por el resto de los continentes, posibilitó la extensión de innumerables costumbres romanas, que había sido adoptadas por la nueva religión desde los primeros tiempos. Y también el derecho romano permaneció en casi toda Europa, teñido también, eso sí, con algunos usos propios de las tribus germánicas, en el derecho medieval.
Pero la más importante de esas instituciones, por su simbolismo también por lo que llegó a suponer en el mundo medieval, fue el llamado Sacro Imperio Romano Germánico. En un mundo como el medieval, en el que el conjunto del territorio estaba partido en multitud de reinos, condados, ducados, e incluso también ciudades independientes, que estaban gobernadas por un señor o un obispo particular, el Sacro Imperio se constituyó como un deseo de los gobernantes de constituir un poder centralizador, casi absoluto, que estuviera por encima de ese conjunto de reyes, condes y señores, un poder que estuviera en consonancia con el de los antiguos emperadores romanos. De esta forma, el nuevo emperador, aunque en ocasiones permaneció en conflicto con los reyes locales, pudo convertirse, al mismo tiempos, en un foco de poder que permitió a los diferentes estados una cierta estabilidad, si no política, sí al menos cultural.
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