Hay etapas en la historia de Cuenca, de la ciudad y de la
provincia, que requieren todavía de una investigación histórica profunda; y una
de esas etapas es, desde luego, el primer cuarto del siglo XVIII, es decir, la
etapa correspondiente a la Guerra de Sucesión, y sus consecuencias en una
ciudad que, durante casi todo el conflicto. Estuvo del lado de la nueva
monarquía borbónica, pero que, sin embargo, tampoco se vería en los años
siguientes especialmente favorecida por haberse mantenido en el lado de los
vencedores, lo que le llevó a tener que sufrir, durante los años que duró el
conflicto, el cerco y la conquista de un ejército sitiador hasta en dos
ocasiones. En ello, en poder llegar a alcanzar un mejor conocimiento histórico
de un periodo histórico tan importante en la historia de nuestra ciudad, se ha
empeñado recientemente una tesis doctoral que fue leída en el año 2016 en la
Facultad de Humanidades de Albacete, de la Universidad de Castilla-La Mancha.
La tesis, realizada por el profesor Víctor Alberto García Heras, lleva el título
siguiente: “La Guerra de Sucesión en el interior de Castilla: ciudad, élites de
poder y movilidad social (Cuenca, 1690-1720)”. Abogamos por una deseada publicación
de la misma en formato libro, un formato que pueda permitir su acceso a cualquier
lector que pueda estar interesado en este periodo de la historia de Cuenca,
aunque de momento, al menos, puede ser consultada en internet, pues es
accesible en el programa RUIDERA (Repositorio Universitario Institucional de
Recursos Abiertos) de la propia universidad castellanomanchega[1].
No se
trata en realidad este trabajo del estudio de la Guerra de Sucesión en la
capital conquense, sino de estudiar en toda su extensión un territorio, el de
Cuenca, durante un periodo histórico concreto, el del enfrentamiento entre
borbónicos y austracistas por el trono de España. Así, se estudia el desarrollo
del conflicto, desde luego, pero en el marco de la situación general en la que
en ese momento se encontraba la ciudad y su territorio. De ahí el título, y de
ahí, también, el arco histórico que abarca el estudio, que no está relacionado
sólo con los años exactos del conflicto, sino también con los años
inmediatamente anteriores y posteriores a éste. Se abarco, por lo tanto, todos
los aspectos relacionados con una situación económica y social, caracterizada
por una crisis previa, que afectó a toda la centuria anterior, una crisis de la
que, sin embargo, la ciudad estaba empezando a escapar a finales del siglo,
gracias a un mínimo desarrollo que fue cortado de raíz por el propio conflicto
bélico (recuperación truncada, tal y como se define en el texto). Por ello, la
primera parte del trabajo está dedicada a la ciudad como sujeto colectivo, y en
ella se analiza todo el entramado social de la misma, desde el número de
vecinos que la habitaban hasta la personalidad de quiénes formabas sus élites
de poder en el omento del estallido de la guerra. Y también, por supuesto, a la
economía, dando una especial relevancia a tres aspectos fundamentales: los
abastos, los impuestos, y los bienes propios con los que contaba la ciudad en
ese momento.
La
segunda parte de la tesis es la que estudia propiamente el conflicto bélico. Un
conflicto en el que, ya lo hemos dicho, la ciudad y sus élites se pusieron
mayoritariamente del lado de la nueva dinastía borbónica, lo que provocó que la
ciudad fuera tomada en dos ocasiones por las tropas aliadas austracistas. Estas
dos conquistas, sobre todo la primera, la protagonizada por el teniente general
Hugo de Wyndham, provocó la muerte y la desolación en la ciudad del Júcar, una
desolación que, ya se ha dicho también, no sería recompensada por el nuevo
monarca Felipe V; sólo la nueva reinstalación de su fábrica de moneda, que
apenas se mantuvo en activo unos pocos años, y el perdón real a algunos de los
impuestos que tenía que pagar la ciudad, fueron los escasos beneficios
alcanzados por haberse mantenido fiel aún en periodos de extrema dificultad, y
es paradigmático en este sentido, incluso, que no sea cierto, tal y como el
autor demuestra en una parte del texto, que el nuevo monarca hubiera
recompensado a la ciudad del cáliz y la estrella con el título de Fidelísima,
tal y como se ha venido repitiendo, sin un ápice de crítica por diferentes
autores durante estos dos últimos siglos.
Finalmente,
la última parte del libro está dedicada a estudiar de qué manera pudo afectar
la guerra a sus élites de poder: que familias se vieron beneficiadas por el
conflicto, al haberse puesto del lado de los vencedores, y qué otras pudieron
caer en el ostracismo por haberse decantado por los austracistas derrotados. Y
no sólo las élites de poder, sino también a la participación en el conflicto de
algunos militares conquenses, como el coronel Juan de Cereceda o el capitán Martín
López. El primero, natural de Villares del Saz, empezó batallado por la
provincia conquense, aprovechando su conocimiento del terreno, y destacando en
algunas acciones de importancia, como la captura, al mando de un pequeño cuerpo
de caballería formado por cincuenta dragones, de todo el equipaje de Charles
Mordaunt, conde de Petersborough, comandante eje jefe del ejército inglés en la
península, que estaba protegido por ciento cincuenta infantes y cuarenta
jinetes, en las cercanías de la ciudad de Huete. El segundo, natural de Navalón,
muy cerca de la capital, obtuvo de la ciudad, en 1712, una carta de
recomendación para entrar a servir junto a Isidoro de la Cueva y Benavides,
marqués de Bedmar, que había sido sucesivamente gobernador interino de los
Países Bajos, entre 1701 y 1705, y virrey de Sicilia, entre 1705 y 1709, y que
en ese momento era ministro de Guerra en la corte de Felipe V.
Pero hay
que destacar, sobre todo, la movilidad social provocada por el conflicto
bélico, que originó, como se ha dicho, el surgimiento de nuevas élites de poder
y la defenestración de algunas élites antiguas. Entre las primeras destaca, por
encima de todos los demás, la figura del segundo marqués de Valdeguerrero,
Gabriel Ortega y Guerrero, que no dudó en ponerse del lado del ejército
borbónico, participando en la toma definitiva de Barcelona, por lo que sería recompensado
por Felipe V con el nombramiento de gobernador de Aranjuez, lo que le situó muy
cerca de la familia real en los años posteriores a la guerra. También, una
familia completa, los Cerdán de Landa, una familia conquense, con reconocidos
intereses ganaderos, que vieron reconocida su apuesta borbónica con importantes
donaciones, y una situación de privilegio en la ciudad, y también fuera de
ella, que benefició a diferentes miembros de la misma; incluso, también, a
algunos miembros de la familia política. Es paradigmático en este sentido el
caso de un oscuro sacerdote de Villanueva de la Jara, Juan Francisco Valero y
Losa, cuya hermana estaba casada con Juan Cerdán de Landa, y que poco tiempo
después de acabada la guerra fue beneficiado, primero, con el obispado de Badajoz,
y más tarde, incluso, con el propio arzobispado de Toledo, convirtiéndose, por
lo tanto, en primado de España.
Y en el
lado contrario, aquellas familias conquenses que cayeron en el ostracismo por
haberse puesto del lado equivocado en el conflicto. Uno de ellos fue Antonio
del Castillo Chirino, el último descendiente de una importante familia de la nobleza
local, los Chirino, quien fue coronel del ejército austracista después de que
se le hubiera negado ese mismo rango militar en el ejército borbónico, lo que
le llevó a cambiarse de bando, y que participó al mando del regimiento de Santa
Eulalia hasta el último instante en la defensa de Barcelona, de cuyo Consejo de
Guerra llegó a formar parte. Una vez liberada la capital catalana por las
tropas felipistas, en septiembre de 1714, el militar conquense correría la
misma suerte que el resto de sus compañeros de armas, como el propio Antonio de Villarroel, en la
prisión del castillo de Alicante, de donde sería trasladado después al castillo
de San Antón, en La Coruña, de donde fue liberado el 21 de octubre de 172, en
virtud de uno de los artículos del Tratado de Viena, que resolvía algunos
asuntos pendientes de la Guerra de Sucesión.
También
participaron del bando austracista otros nobles conquenses, como Beltrán Manuel
Vélez de Guevara, marqués consorte de Cañete, por su matrimonio con la
verdadera poseedora del título, Nicolasa Manrique de Mendoza, o el conde de
Siruela, Antonio Velasco y de la Cueva, hijo de la tercera condesa de Valverde,
Luisa de Alarcón. Éste último, en realidad, no tenía otro aliciente para formar
parte del bando de los Habsburgo, que sus relaciones familiares con Fernando de
Silva y Meneses, conde de Cifuentes, su yerno, un destacado militar
austracista, alférez mayor de Castilla, que había formado parte del consejo del
pretendiente, Carlos III, y que terminaría sus días exiliado fuera de España por
su participación en la Guerra de Sucesión. Los otros dos nobles relacionados
anteriormente, sin embargo, serían perdonados después por la administración
borbónica y repuestos en sus títulos. Y también en la ciudad de Huete, finalmente,
serían represaliados algunos de los miembros de la familia Parada, especialmente
Juan José de Parada y Mendoza y Francisco de Parada Flórez, que habían sido
premiados por la administración Habsburgo, respectivamente, con el marquesado
de Peraleja y el condado de Garcinarro, títulos estos que desaparecerían en los
años siguientes, tras la victoria de la nueva dinastía, si bien ambos sería
finalmente rehabilitados, aunque muy tardíamente, en 1898 y en 1951.
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