viernes, 6 de abril de 2018

El Regimiento Provincial de Cuenca y la Primera Guerra Carlista


Durante toda la primera mitad del siglo XIX, el ejército español estaba dividido en dos grupos claramente diferenciados, el ejército regular propiamente dicho, y las llamadas milicias provinciales, que estaban establecidas en todas las capitales de provincia e incluso en algunos lugares que, no siendo capitales, tenían una importancia mayor, y estaban abastecidas principalmente por los nuevos reclutas que se incorporaban al ejército. Sin embargo, y sobre todo en el marco de la Primera Guerra Carlista, no tenían estos regimientos una importancia menor que las llamadas tropas regulares. Sobre ellos, y en concreto sobre la actuación desempeñada durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840) ha dicho lo siguiente Fernando Puell de la Villa: “Al tener que presentar la estructura del ejército concebido por Narváez, conviene destacar el papel que en él desempeñó la Milicia Provincial. Estas unidades fueron determinantes para el triunfo de la causa isabelina durante la guerra carlista, y al combatir codo a codo con la infantería de línea durante siete años, se equipararon totalmente con el ejército regular, por lo que se ganaron el aprecio de la oficialidad.”[1]
Uno de esos regimientos eran el de Cuenca. Éste combatió primero en el frente oriental, en la comarca del Maestrazgo, participando además en algunas acciones bélicas de cierta importancia, como en la de Morella, en la provincia de Castellón, en 1833. En esta localidad permaneció después de guarnición, hasta el mes de mayo del año siguiente. Y en 1834 participó también en las acciones de Aguaviva y Benasal, ambas en la provincia de Teruel. Sin embargo, poco tiempo después la unidad sería enviada al frente norte, a la provincia de Vizcaya, donde se estaba desarrollando los combates más arduos entre carlistas e isabelinos, y donde tendría una actuación memorable, principalmente en el marco de la defensa de la ciudad de Bilbao, en los sucesivos cercos a los que se vio sometida por las tropas carlistas.
Así, en el mes de julio de 1835, tuvo que emplearse a fondo en la defensa del primer sitio carlista de la capital vizcaína, en la que el propio Zumalacárregui, jefe de las tropas invasoras, sufrió una herida en una pierna que, mal curada, terminaría por causarle la muerte por una septicemia. En esta operación, el regimiento provincial de Cuenca figuró en la vanguardia del combate, formando parte en esta ocasión de la primera brigada de la sexta división, a las órdenes del conde de Mirasol, Rafael Arístegui, y del general Santos San Miguel. Y ese mismo mes, participó también en la acción de Arrigorriaga, San Miguel y la retirada de Puente Nuevo, en la que el ejército liberal estuvo a punto de sufrir una derrota bastante importante. También participó, ya en el mes de octubre, en la salida de Bilbao que ejecutó el ejército liberal, escoltando a la división británica desde la comarca de las Encartaciones hasta Vitoria. Esta división británica era parte de la llamada British Auxiliary Legion, que se había creado en Gran Bretaña por voluntarios liberales para combatir al lado de los cristinos, y estaba al mando de George de Lacy Evans, un antiguo combatiente de las guerras napoleónicas, que se había destacado tanto en la península, durante la Guerra de la Independencia, como en la batalla de Waterloo, y que en aquellos momentos, dedicado también a la política desde un tiempo antes, era diputado en el parlamento británico.
De guarnición durante los meses siguientes en la capital del Nervión, la unidad participó en una nueva operación, en la que los granaderos y cazadores del regimiento conquense tomaron a la bayoneta las trincheras y las aspilleras desde las que los carlistas defendían los caminos de Orduña y Durango, operación que acabó con el ataque a la ciudad de Galdácano. La operación le valió al teniente coronel Alfaraz, quien era el jefe de la unidad conquense, merecidos elogios de parte del comodoro inglés John Hay, jefe de la escuadra de observación británica, que tan importante iba a ser para el final de la guerra tres años más tarde, al ejercer de mediador para la firma definitiva del convenio de Vergara.
A finales del mes de octubre de 1835 los carlistas volvieron a cercar Bilbao una vez más. En este mes, la unidad conquense había salido el día 19 de la capital vizcaína, escoltando a la división británica, en dirección a Vitoria, atravesando otra vez la comarca de las Encartaciones. Pero enterados de que los carlistas habían sitiado la ciudad, los seis batallones del regimiento regresaron de nuevo a la capital vasca. Por entonces, la situación en la que se encontraban los sitiados, vecinos y defensores, era bastante complicada, tal y como se aprecia en la carta que el cónsul británico en la ciudad, John Clark, le remitía a su embajador en Madrid, George Villiers, el 31 de octubre, cuando la ciudad llevaba ya más de una semana sitiada.
En el mes de noviembre participó también en los enfrentamientos de la comarca de las Encartaciones y del Cerro de Cruces, donde participó en el desalojo otra vez a la bayoneta de un destacamento carlista de mil quinientos hombres. Al año siguiente, entre octubre y noviembre de 1836, aún tuvo que volver a enfrentarse a un tercer asedio carlista a la ciudad de Bilbao, que los liberales sólo lograrían levantar en Navidad, tras la llegada del propio Espartero. Y es que sobre el número de los sitios que sufrió la capital vasca durante la Primera Guerra Carlista, los historiadores no se ponen de acuerdo; mientras para algunos, como Pirala, el número de sitios fue de tres (el de julio de 1835 y los de octubre y noviembre de 1836), otros califican estos dos últimos como una operación única, mantenida en dos fases diferentes. Por otra parte, Pirala no da categoría de sitio como tal al bloqueo efectuado por las tropas de Rafael Maroto entre finales de agosto y principios de septiembre de 1835, en el que también se encontró Vicente Santa Coloma, tal y como ya hemos hablado, quizá porque los atacantes no llevaban artillería pesada.
La unidad fue destinada a la defensa de la plaza y de sus obras exteriores, ocupando el cantón de Olaviaga, quedando encuadrada allí junto al primer batallón del regimiento de Valencia, a los batallones provinciales de Trujillo, Laredo y Compostela, y a una amplia batería de artillería. El número total de soldados incorporados a la guarnición de la ciudad era de seis mil ochenta y dos, todos ellos bajo el mando directo del general Santos San Miguel. La unidad conquense quedó en un momento del cerco en la posición más crítica, en situación de avanzada, viéndose obligada en la mañana del 25 de octubre a la retirada de las tropas en dirección a la villa, mientras eran acosadas por el tiroteo de tres batallones enemigos, teniendo que cruzar a pie la ría de San Mamés, mientras algunas compañías del regimiento de Compostela les protegían desde el otro lado.
La unidad conquense permaneció casi todo el año siguiente, 1837, de guarnición de Bilbao, aunque participó también en algunas operaciones de menor importancia, como en Derio, el 25 de octubre. Ya en enero de 1838, ésta participó también en la acción de las alturas de Santo Domingo, en las inmediaciones de la capital bilbaína. En esta acción de guerra, los batallones de Cuenca y Compostela, al mando del propio Alfaraz, mantuvieron a raya a una fuerza que les superaba claramente en número, hasta que recibieron la ayuda de las tropas que mandaba el general Archevala.
Los últimos años de la guerra entre carlistas y liberales, llamada también “de los Siete Años”, siguieron transcurriendo activamente para la unidad conquense. En el mes de agosto de 1839 contribuyó a la toma del pueblo de Sodupe (Vizcaya), y combatió en las trincheras de Santa Lucía, en el Valle del Erro (Navarra). En esta operación mandaba las tropas de vanguardia el jefe de la unidad conquense, Ramón Alfaraz. En el mes de enero de 1840, la unidad se mantenía de guarnición en la ciudad de Pamplona, desde la que pasó a principios de junio a Logroño, habiéndose incorporado al cuartel del general en jefe, Felipe Rivero. Participó así mismo en la persecución desde Trebiana (La Rioja) del general carlista Juan Manuel Balmaseda, capitán general de Castilla La Nueva, que después de haber arrasado la localidad de Roa (Burgos), intentaba llevar de nuevo la guerra a Navarra. Y es que los carlistas habían intentado unificar los dos ejércitos, el que estaba al mando de Palacios y el que estaba a las órdenes del propio Balmaseda, con el fin de intentar hacer un ataque en tenaza contra los liberales, que pudiera aliviar el mal estado en el que se encontraban ya los últimos defensores del absolutismo. No obstante, el movimiento fue descubierto por los isabelinos.
Para entonces, Espartero y Maroto, los principales jefes de ambos bandos, ya se habían dado en Vergara el famoso abrazo con el que se había firmado un tratado de paz que daba a los liberales la victoria en la primera guerra civil de la España contemporánea. Sin embargo, algunos de los carlistas no reconocieron el tratado, alargando una guerra que había causado en siete años una gran cantidad de muertos. Uno de esos carlistas irredentos era Juan Manuel Martín de Balmaseda, quien intentó sorprender a las tropas liberales cuando éstas celebraban ya la victoria contra los absolutistas. Sin embargo, derrotado, no tuvo más remedio que cruzar, al frente de los escasos hombres que ya se mantenían a su lado, la frontera de Francia, y reconocer finalmente su derrota. Por ello, el regimiento de Alfaraz fue el encargado de mantener la tranquilidad y las comunicaciones en el distrito de Durango.
Además de multitud de recompensas individuales para algunos de los hombres de la unidad, tanto para los oficiales como para los miembros de la clase de tropa (principalmente, cruces de María Isabel Luisa, o el reconocimiento como Benemérito de la Patria para algunos de ellos), la participación en el frente de Bilbao supuso para el Regimiento Provincial de Cuenca, según recoge Trifón Muñoz y Soliva, supuso a título colectivo el más importante reconocimiento militar, la Cruz de San Fernando. De esta forma, y a partir de este momento, la bandera de la unidad podría lucir, colgando de su asta, el corbatín correspondiente a esta condecoración.

Una unidad de guerra es, en muchas ocasiones, reflejo de la persona que la manda en  un momento concreto, y por ello debemos preguntarnos quién era la persona que mandaba el Regimiento Provincial de Cuenca durante la Primera Guerra Carlista, y en concreto, durante la defensa liberal de los tres asedios carlistas de Bilbao. La respuesta a la pregunta la encontramos en un militar de origen gallego, Ramón Alfaraz Camps, que estaba casado con María del Carmen Osorio, cuarta marquesa de Torremejía. Así lo demuestra un documento que he podido encontrar en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Se trata de una escritura de poder que el propio Ramón Alfaraz otorgaba el 9 de enero de 1834 en la persona de su esposa, María del Carmen Osorio, al saber que su suegra había fallecido en Madrid el 31 de diciembre del año anterior, para que ésta pudiera presentarse en la villa de Daimiel y tomar posesión en su nombre de los títulos y mayorazgos que por ello le correspondían[2]. Con la misma fecha otorgaba también otro poder a José Laplana, abogado de los Reales Consejos, para que éste pudiera hacer lo propio en la villa y corte de Madrid.
Ramón Alfaraz, marqués consorte de Torremejía, había nacido en La Coruña en 1799 y tuvo su bautismo de fuego en plena Guerra de la Independencia, siendo todavía lo que entonces se llamaba cadete de menor edad, durante el sitio de Tortosa, en el que combatió al lado de su padre, el coronel Agustín de Alfaraz. En 1811 fue hecho prisionero por los franceses y conducido al país vecino, donde permaneció después de haber acabado la guerra, manteniendo contacto quizá con los exiliados afrancesados y liberales que en los años siguientes, después del regreso de Fernando VII a Madrid, se vieron obligados a abandonar España, buscando refugio en Francia y en Inglaterra. Juan Luis Simal ha afirmado que uno de los grupos más numerosos de exiliados en este período eran precisamente los oficiales del ejército, contrariados con la postura absolutista del monarca[3]. En Francia estudió en el colegio militar de Burdeos, y después de haber regresado a España en 1817, en el marco de la primera amnistía, que había sido decretada el año anterior, fue purificado en Valladolid, precisamente por su estancia en el país vecino en los años posteriores a la guerra.
Dos años más tarde fue enviado a las colonias, como ayudante de campo del general Estanislao Sánchez Salvador, quien en 1816 había sido nombrado general en jefe del ejército del Alto Perú. En 1820, de regreso a la península algunos años más tarde, y a pesar de ser un decidido constitucionalista, en 1820 Sánchez Salvador rehusó secundar el levantamiento de Rafael de Riego que dio pasó en España al segundo intento liberal, el del Trienio, por lo que fue encerrado en el arsenal de la Carraca, en San Fernando (Cádiz); allí fueron encerrados también otros militares que tampoco quisieron secundar el levantamiento, y entre ellos su ayudante, el entonces subteniente Ramón Alfaraz.
Dos meses después, ambos militares fueron liberados, incorporándose definitivamente al movimiento liberal, hasta el punto de que Sánchez Salvador fue nombrado ministro de Guerra entre septiembre de 1821 y enero de 1822. Este hecho debe estar relacionado con el paso de Alfaraz, en agosto de aquel año, a las órdenes del general en jefe del Estado Mayor del ejército, “para desempeñar trabajos importantes” (la hoja de servicios no cita de que trabajos se trataba). Después participó en la campaña de Cataluña, y al regresar al poder los absolutistas, durante la llamada “Década Ominosa”, Ramón de Alfaraz se licenció temporalmente del ejército. Volvió a éste en 1826, realizando en esta etapa labores de mucha menor importancia.
En 1832, ascendido a teniente coronel de milicias, pasó a mandar el batallón provincial de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), desde el que fue trasladado en marzo de 1834 al batallón provincial de Cuenca; debió ser sin duda mientras estaba al frente de la unidad manchega cuando conoció a la hija de los marqueses de Torremejía, pues ya sabemos que su matrimonio se llevó a cabo antes de que el militar se hubiera incorporado a su nuevo destino en la ciudad del Júcar. Al mando del batallón conquense permaneció durante buena parte de la Primera Guerra Carlista, incorporada su unidad al ejército del Norte, destacándose en diversas operaciones, como en la acción de Galdácano, en mayo de 1836, al mando de una compañía de granaderos, y en la del Cerro de las Cruces, en la que estaba al mando de tres compañías de su propio regimiento. Todo ello le valió varias condecoraciones, y entre ellas la Cruz de San Fernando de primera clase, y ya en 1839 el grado de coronel de infantería. También había sido en 1836 cuando mandó la brigada que se había formado con las tropas que salieron de Bilbao para perseguir a los carlistas. Una vez acabada la guerra, fue trasladado temporalmente para mandar el regimiento provincial de Bujalance, entre el 1 de marzo y el 24 de abril de 1841, pero después de esta fecha volvió a ser destinado al regimiento conquense, hasta el 31 de octubre de 1842. En 1843 fue ascendido a brigadier. Recientemente he podido encontrar una biografía en dos páginas de este militar. En este documento se aprecia su espíritu liberal, adquirido seguramente en los tiempos en los que sirvió como ayudante de campo del general Sánchez Salvador.


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Cuadro de Ferrer Dalmau sobre la Primera Guerra Carlista



[1] PUELL DE LA VILLA, Fernando, “El ejército nacional, composición y organización, en ARTOLA, Miguel (coordinador), Historia Militar de España, Edad Contemporánea, el siglo XIX, Madrid, Ministerio de Defensa, 2015, p. 154.
[2] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Sección Notarial. P-1612. Manuel González de Santa Cruz (1821-1838). Expediente 4.
[3] SIMAL, Juan Luis, Emigrados. España y el exilio internacional, 1814-1834, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2012, p.66.

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