Durante la Segunda Guerra Mundial, la posición del gobierno del general Franco fue, al menos oficialmente, la de neutralidad o no beligerancia, más allá de la incorporación de un número escaso de tropas voluntarias en la Wehrmacht, el ejército alemán: la División Azul, que fue enviada inmediatamente al frente de Este, donde los soldados españoles se batieron contra los rusos y, al mismo tiempo, contra el “General Invierno”, el mismo que ya había derrotado a Napoleón Bonaparte a principios del siglo anterior. Conocido es el encuentro que Franco y el propio Hitler mantuvieron en Hendaya, un encuentro del que se han realizado multitud de interpretaciones, y que ha generado, también, ríos de tinta entre periodistas e historiadores. Éste y otros aspectos de las relaciones políticas entre el caudillo español y las potencias del Eje han sido tema de múltiples ensayos, y la bibliografía sobre este periodo de la historia de España y de Europa sigue creciendo continuamente. Dentro de esa extensa bibliografía, quiero destacar en esta nueva entrada del blog, por la originalidad y el interés del tema tratado, un libro de pequeño formato del historiador gallego, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Emilio Grandío Seoane. El libro, que ha sido publicado por Cátedra en abril de este mismo año, se titula “Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial”.
El primer capítulo del libro está
dedicado a estudiar las relaciones geopolíticas entre ambos países en 1936, en
los meses previos al estallido de la Guerra Civil, y también durante los
primeros meses del conflicto. Se trata de un capítulo interesante, porque
explica un hecho que muchos historiadores, principalmente de izquierda, no han
llegado a comprender nunca: ¿por qué durante todos esos meses, cuando el
enfrentamiento entre dos polos en los que la sociedad española era más que
evidente, como evidente era la rotura de las hostilidades en un frente bélico,
las potencias europeas no pusieron toda la carne en el asador para hacer frente
a los postulados fascistas de extrema derecha? La respuesta es bastante clara
para cualquier historiador que no se halle imbuido de cierta ideología: ayudar
al gobierno de la República era ayudar también a los comunistas de la Unión
Soviética, y en aquel momento, cuando el nazismo en Alemania no era todavía más
que un embrión de lo que iba a ser durante los años siguientes, las democracias
europeas tenían más miedo a Stalin que al propio Hitler. Recogemos el posicionamiento
que la inteligencia inglesa, y todo su gobierno, tenía de este asunto, en las
palabras del autor del libro:
“Lo cierto es que, en el caso de Gran Bretaña, el
ascenso del Partido Conservador al poder en los últimos meses de la Segunda
República española hizo girar de manera decisiva la opinión hacia la incipiente
democracia española. La inesperada victoria electoral del Frente Popular en
febrero de 1936 hizo saltar todas las alarmas diplomáticas británicas. La
orientación del nuevo Gobierno de izquierdas fue saludada con notable inquietud
por parte del Foreign Office. La documentación procedente de los archivos
consultados nos muestra el incremento de la actividad diplomática ante lo que
consideraban podía constituirse como la nueva «república soviética». Las
informaciones hacia Londres procedentes de la Embajada en España realzaban los
aspectos más dramáticos del corto período de gobierno frente-populista. No ha
habido un tema de política exterior en el espacio británico antes de la Segunda
Guerra Mundial de mayor repercusión que éste. Observada como lucha en
territorio ajeno entre el desarrollo del fascismo y el comunismo, de lo que se
estaba produciendo en Europa y en Gran Bretaña, la defensa de la democracia
republicana realizada por la mayoría de la izquierda del país se vio
obstaculizada por la oposición de buena parte del establishment político, que
hacía de la defensa de los intereses británicos su argumentación principal.
Teoría frente a praxis”.
Los servicios de inteligencia británicos en España,
si bien habían sido ya importantes durante toda la guerra, se van a hacer mucho
más determinantes desde 1939, coincidiendo con el estallido de la Segunda
Guerra Mundial. La posición del nuevo gobierno español, cercano todavía a las
posiciones de las potencias del Eje, y la situación estratégica de nuestro
país, al norte del Mediterráneo, y en la boca de entrada a este mar desde el
Atlántico, hacia que, para ambos contendientes, el dominio fáctico sobre el
país fuera determinante. Gibraltar, un faro de dominio inglés en el corazón
meridional de la península, se llenó de espías ingleses. Pero no fue el único
lugar en el que se asentaron legiones de espías, y otros territorios de la
península se convirtieron también en campo de esa batalla de esa otra guerra
tácita, no declarada oficialmente, en la que los militares al uso se convierten
en espías, y en el que las armas son las propias de los servicios de
inteligencia. Así, Cartagena, las islas Canarias, la propia capital madrileña,
Galicia, prácticamente todo el país se había convertido en un nido de espías,
de un bando y de oro. Recogemos de nuevo las palabras de Grandío Seoane, en lo
que se refiere al espionaje inglés, foco principal de su estudio, pero
fácilmente extensible a los servicios de inteligencia de los otros países en
conflicto, principalmente los de Alemania:
“Los servicios de inteligencia británicos se
encontraban deficientemente preparados en los inicios del conflicto bélico,
ante la posibilidad de una invasión alemana sobre España. Para Gran Bretaña el
control de la información en España era algo secundario, controlable a partir
de las redes empresariales y diplomáticas ya existentes. Por cierto, en
paralelo a lo que ocurría con las redes alemanas, antes de la llegada del
régimen nazi. Su participación en el interior era muy reducida, y cuando
intervenían, siempre se realizaba desde suelo británico: intervenciones
precisas con fachada española. Pero la expansión nazi lo cambia todo.
Inicialmente, en la defensa de las democracias frente a la agresión nazi se
establece una especie de reparto de áreas de influencia: el control de la
información en España quedó en manos de las redes de inteligencia francesas,
desarrolladas sobre todo en el norte de España, entre Bilbao y Barcelona. Las
redes británicas comenzaron a desarrollarse especialmente desde el verano de
1940, en la península ibérica en el momento en que resultó absolutamente
necesario movilizar todas las fuerzas ante un Tercer Reich que llega
literalmente a las costas británicas, y se requiere un esfuerzo suplementario
para derrotarlo. También en el momento en el que se observan serias
posibilidades de deriva de las dictaduras ibéricas hacia un compromiso firme
con el Eje, abandonando definitivamente los estados «aparentes» de neutralidad.
Aquellos territorios de Europa, como España, que aún permitían formalmente la
entrada de británicos se convertían en países referenciales para llevar
adelante trabajos indispensables para el rumbo del conflicto.”
Hubo un momento en el que, nada más haber terminado
la guerra, las democracias europeas, principalmente Gran Bretaña, se plantearon
derrocar del poder al general Franco, aunque el estallido de una nueva guerra
que va a afectar primero a toda Europa, y más tarde también a otros
territorios, hasta alcanzar características globalizadoras, obligó al gobierno
inglés a cambiar de opinión en este sentido. Así, continúa el autor afirmando
lo siguiente: “El responsable máximo de la inteligencia británica pretende
ampliar el número de empleados en los servicios diplomáticos y, desde su
protección, crear y desarrollar una red de inteligencia ampliable desde Madrid
hasta Barcelona, Lisboa y Gibraltar. Hillgarth se encontrará de manera casi
permanente en comunicación directa con Churchill. Ya en enero de 1940 le
avisaba al duque de Malborough de que había miembros del Gobierno español que
deseaban llegar a un acuerdo directo con los alemanes. Hillgarth advertía desde
el primer momento de una de las constantes para atacar el punto débil de
Franco: sus propios compañeros de armas. Esa condición de primus inter
pares que tenía Franco al final del conflicto civil español, aún humeante y
muy latente, provocó una primera preocupación —que se plasmará en los
siguientes meses— por indicación directa de Churchill al agregado naval de la
Embajada, de plantear de manera inmediata acciones de soborno a generales y
funcionarios españoles. Esta circunstancia se facilitaría a través del siempre
presente Juan March. March aparece de manera constante envuelto —debido a su
utilización de fondos en otros países— en la financiación de buena parte de las
tentativas que afecten a los cambios de gobierno en España. Y no solo a
principios de los cuarenta. Como ya conocemos, Juan March juega un papel clave
—y decidido— en la política española de mayor nivel desde la dictadura, pasando
por el período republicano, y por supuesto en la financiación del golpe militar
y de la Guerra Civil, y también en los años de la Segunda Guerra Mundial. Gran
Bretaña se aprovecha de estas relaciones para crear un sistema de
transferencias económicas a los militares que no deja mucha huella y que
permitía a su vez tener información de las relaciones del régimen español con
los alemanes.”
El papel de la inteligencia británica en España
fluctuó durante toda la Guerra entre dos aspectos contrapuestos: por una parte,
la necesidad de atraer a Franco hacia el bando de los aliados, como contrapeso
a la importancia que el nazismo había alcanzado ya en el conjunto del
continente; y por el otro, la convicción de que se trataba el de España de un
gobierno no democrático, y por ende, muy cercano a las posiciones fascistas de
las potencias que conformaban el Eje. En ese juego de poderes jugaron un papel
importante figuras como el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó,
quien además fue embajador de España en el Reino Unido entre 1939 y 1942, quien
mantenía en el país insular ciertas intereses económicos y algunas relaciones
familiares importantes, incluso con la propia familia real. Y también, algunos
de los principales generales que durante la guerra habían formado parte del
ejército vencedor -en este caso nunca decisivo, porque al final ninguno de
ellos se mostró capaz de hacer frente, de manera decisiva, a los postulados
oficialistas desarrollados desde el gobierno de Franco-. Volvemos a recoger las
palabras del historiador gallego:
“Posiblemente el régimen de Franco nunca estuvo tan
amenazado como en estos momentos. Aún más: las conversaciones entre la
diplomacia británica y portuguesa del mes de octubre de 1943 no presagiaban
nada bueno para el franquismo, ya que se orientaba hacia la tendencia de
arreglar el problema estratégico de la península ibérica y su relación con el
Eje por la doble vía de negociar con Portugal —siempre mucho más favorable por
las tradicionales relaciones con Gran Bretaña— y aislar a España… El
28 de octubre tuvo lugar una reunión en casa de Kindelán con Ponte, Orgaz,
Solchaga y Dávila. Kindelán insistía en que no había fuerza suficiente para
poder afrontar un cambio de esta envergadura sin el consentimiento de Franco,
cuando menos hasta el próximo año. A Kindelán le molestó la actitud posterior a
la carta de los generales Asensio, Moscardó, Muñoz Grandes, García Valiño y
Yagüe, que según su perspectiva solo atendieron a sus intereses personales. La
fuerza de Franco residía en el control de Madrid (Asensio, ministro; Muñoz
Grandes, jefe de la Casa Militar; García Valiño, jefe del Gabinete Militar, y
Saliquet al mando de la Región Militar de Castilla). La unión a este grupo
clave de los generales Moscardó y Yagüe, al mando de dos zonas estratégicas
como Burgos y Barcelona, entradas fundamentales de defensa desde el norte
—recuérdense las planificaciones previstas de posibles invasiones—, así como
territorios de fuerte oposición monárquica a Franco (cita a Cataluña y
Navarra), podría haber variado sustancialmente la situación de presión hacia el
Caudillo. Aun así, Kindelán volvería a pedir la Restauración «con Franco y la
Falange» a finales de diciembre de 1943.”
Por otra parte, también durante los años que duró la
Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de que España se viera invadida por
un ejército u otro, el Reino Unido o la propia Alemania, siempre estuvieron en
el ánima de ambos combatientes. Todo ello obligó, por otra parte, a la
construcción de nuevas defensas bélicas en los territorios más factibles de ser
invadidos, como la propia Gibraltar o la línea de costa, tanto en el Atlántico
como en el Mediterráneo; defensas que, en algunos de esos lugares, están
empezando a ser puestas en valor, de cara a una interpretación didáctica y turística
de las mismas. El valor de la historia, como el de la arqueología (y existe
también una arqueología bélica del siglo XX, que en los últimos años está
alcanzando un importante desarrollo científico; en este sentido, y para lo que
al caso conquense se refiere, hay que destacar aquí los trabajos que en los
últimos años vienen realizando Michel Domínguez y Santiago David Martínez
Solera, sobre la arqueología conquense del siglo XX en torno a la Guerra
Civil), pasa también por el hecho de que puedan servir como canalizador de un
conocimiento cada vez mayor de nuestro pasado, un conocimiento que se basa siempre
en dos pilares principales: la investigación y la difusión, también por medio
de la explotación turística de los yacimientos arqueológicos.
Un libro, en fin, que debe ser leído, para otbener
nuevas perspectivas históricas de este periodo de nuestra historia, la de
España y también la de Europa, esa etapa, tan decisiva para nuestra propia
configuración como ciudadanos europeos, que abarca los años convulsos de la
Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial.