jueves, 26 de agosto de 2021

“Hora Zero”. El espionaje inglés en territorio español durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 


Durante la Segunda Guerra Mundial, la posición del gobierno del general Franco fue, al menos oficialmente, la de neutralidad o no beligerancia, más allá de la incorporación de un número escaso de tropas voluntarias en la Wehrmacht, el ejército alemán: la División Azul, que fue enviada inmediatamente al frente de Este, donde los soldados españoles se batieron contra los rusos y, al mismo tiempo, contra el “General Invierno”, el mismo que ya había derrotado a Napoleón Bonaparte a principios del siglo anterior. Conocido es el encuentro que Franco y el propio Hitler mantuvieron en Hendaya, un encuentro del que se han realizado multitud de interpretaciones, y que ha generado, también, ríos de tinta entre periodistas e historiadores. Éste y otros aspectos de las relaciones políticas entre el caudillo español y las potencias del Eje han sido tema de múltiples ensayos, y la bibliografía sobre este periodo de la historia de España y de Europa sigue creciendo continuamente. Dentro de esa extensa bibliografía, quiero destacar en esta nueva entrada del blog, por la originalidad y el interés del tema tratado, un libro de pequeño formato del historiador gallego, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Emilio Grandío Seoane. El libro, que ha sido publicado por Cátedra en abril de este mismo año, se titula “Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial”.

            El primer capítulo del libro está dedicado a estudiar las relaciones geopolíticas entre ambos países en 1936, en los meses previos al estallido de la Guerra Civil, y también durante los primeros meses del conflicto. Se trata de un capítulo interesante, porque explica un hecho que muchos historiadores, principalmente de izquierda, no han llegado a comprender nunca: ¿por qué durante todos esos meses, cuando el enfrentamiento entre dos polos en los que la sociedad española era más que evidente, como evidente era la rotura de las hostilidades en un frente bélico, las potencias europeas no pusieron toda la carne en el asador para hacer frente a los postulados fascistas de extrema derecha? La respuesta es bastante clara para cualquier historiador que no se halle imbuido de cierta ideología: ayudar al gobierno de la República era ayudar también a los comunistas de la Unión Soviética, y en aquel momento, cuando el nazismo en Alemania no era todavía más que un embrión de lo que iba a ser durante los años siguientes, las democracias europeas tenían más miedo a Stalin que al propio Hitler. Recogemos el posicionamiento que la inteligencia inglesa, y todo su gobierno, tenía de este asunto, en las palabras del autor del libro:

“Lo cierto es que, en el caso de Gran Bretaña, el ascenso del Partido Conservador al poder en los últimos meses de la Segunda República española hizo girar de manera decisiva la opinión hacia la incipiente democracia española. La inesperada victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 hizo saltar todas las alarmas diplomáticas británicas. La orientación del nuevo Gobierno de izquierdas fue saludada con notable inquietud por parte del Foreign Office. La documentación procedente de los archivos consultados nos muestra el incremento de la actividad diplomática ante lo que consideraban podía constituirse como la nueva «república soviética». Las informaciones hacia Londres procedentes de la Embajada en España realzaban los aspectos más dramáticos del corto período de gobierno frente-populista. No ha habido un tema de política exterior en el espacio británico antes de la Segunda Guerra Mundial de mayor repercusión que éste. Observada como lucha en territorio ajeno entre el desarrollo del fascismo y el comunismo, de lo que se estaba produciendo en Europa y en Gran Bretaña, la defensa de la democracia republicana realizada por la mayoría de la izquierda del país se vio obstaculizada por la oposición de buena parte del establishment político, que hacía de la defensa de los intereses británicos su argumentación principal. Teoría frente a praxis”.

Los servicios de inteligencia británicos en España, si bien habían sido ya importantes durante toda la guerra, se van a hacer mucho más determinantes desde 1939, coincidiendo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La posición del nuevo gobierno español, cercano todavía a las posiciones de las potencias del Eje, y la situación estratégica de nuestro país, al norte del Mediterráneo, y en la boca de entrada a este mar desde el Atlántico, hacia que, para ambos contendientes, el dominio fáctico sobre el país fuera determinante. Gibraltar, un faro de dominio inglés en el corazón meridional de la península, se llenó de espías ingleses. Pero no fue el único lugar en el que se asentaron legiones de espías, y otros territorios de la península se convirtieron también en campo de esa batalla de esa otra guerra tácita, no declarada oficialmente, en la que los militares al uso se convierten en espías, y en el que las armas son las propias de los servicios de inteligencia. Así, Cartagena, las islas Canarias, la propia capital madrileña, Galicia, prácticamente todo el país se había convertido en un nido de espías, de un bando y de oro. Recogemos de nuevo las palabras de Grandío Seoane, en lo que se refiere al espionaje inglés, foco principal de su estudio, pero fácilmente extensible a los servicios de inteligencia de los otros países en conflicto, principalmente los de Alemania:

“Los servicios de inteligencia británicos se encontraban deficientemente preparados en los inicios del conflicto bélico, ante la posibilidad de una invasión alemana sobre España. Para Gran Bretaña el control de la información en España era algo secundario, controlable a partir de las redes empresariales y diplomáticas ya existentes. Por cierto, en paralelo a lo que ocurría con las redes alemanas, antes de la llegada del régimen nazi. Su participación en el interior era muy reducida, y cuando intervenían, siempre se realizaba desde suelo británico: intervenciones precisas con fachada española. Pero la expansión nazi lo cambia todo. Inicialmente, en la defensa de las democracias frente a la agresión nazi se establece una especie de reparto de áreas de influencia: el control de la información en España quedó en manos de las redes de inteligencia francesas, desarrolladas sobre todo en el norte de España, entre Bilbao y Barcelona. Las redes británicas comenzaron a desarrollarse especialmente desde el verano de 1940, en la península ibérica en el momento en que resultó absolutamente necesario movilizar todas las fuerzas ante un Tercer Reich que llega literalmente a las costas británicas, y se requiere un esfuerzo suplementario para derrotarlo. También en el momento en el que se observan serias posibilidades de deriva de las dictaduras ibéricas hacia un compromiso firme con el Eje, abandonando definitivamente los estados «aparentes» de neutralidad. Aquellos territorios de Europa, como España, que aún permitían formalmente la entrada de británicos se convertían en países referenciales para llevar adelante trabajos indispensables para el rumbo del conflicto.”

Hubo un momento en el que, nada más haber terminado la guerra, las democracias europeas, principalmente Gran Bretaña, se plantearon derrocar del poder al general Franco, aunque el estallido de una nueva guerra que va a afectar primero a toda Europa, y más tarde también a otros territorios, hasta alcanzar características globalizadoras, obligó al gobierno inglés a cambiar de opinión en este sentido. Así, continúa el autor afirmando lo siguiente: “El responsable máximo de la inteligencia británica pretende ampliar el número de empleados en los servicios diplomáticos y, desde su protección, crear y desarrollar una red de inteligencia ampliable desde Madrid hasta Barcelona, Lisboa y Gibraltar. Hillgarth se encontrará de manera casi permanente en comunicación directa con Churchill. Ya en enero de 1940 le avisaba al duque de Malborough de que había miembros del Gobierno español que deseaban llegar a un acuerdo directo con los alemanes. Hillgarth advertía desde el primer momento de una de las constantes para atacar el punto débil de Franco: sus propios compañeros de armas. Esa condición de primus inter pares que tenía Franco al final del conflicto civil español, aún humeante y muy latente, provocó una primera preocupación —que se plasmará en los siguientes meses— por indicación directa de Churchill al agregado naval de la Embajada, de plantear de manera inmediata acciones de soborno a generales y funcionarios españoles. Esta circunstancia se facilitaría a través del siempre presente Juan March. March aparece de manera constante envuelto —debido a su utilización de fondos en otros países— en la financiación de buena parte de las tentativas que afecten a los cambios de gobierno en España. Y no solo a principios de los cuarenta. Como ya conocemos, Juan March juega un papel clave —y decidido— en la política española de mayor nivel desde la dictadura, pasando por el período republicano, y por supuesto en la financiación del golpe militar y de la Guerra Civil, y también en los años de la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña se aprovecha de estas relaciones para crear un sistema de transferencias económicas a los militares que no deja mucha huella y que permitía a su vez tener información de las relaciones del régimen español con los alemanes.”

El papel de la inteligencia británica en España fluctuó durante toda la Guerra entre dos aspectos contrapuestos: por una parte, la necesidad de atraer a Franco hacia el bando de los aliados, como contrapeso a la importancia que el nazismo había alcanzado ya en el conjunto del continente; y por el otro, la convicción de que se trataba el de España de un gobierno no democrático, y por ende, muy cercano a las posiciones fascistas de las potencias que conformaban el Eje. En ese juego de poderes jugaron un papel importante figuras como el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, quien además fue embajador de España en el Reino Unido entre 1939 y 1942, quien mantenía en el país insular ciertas intereses económicos y algunas relaciones familiares importantes, incluso con la propia familia real. Y también, algunos de los principales generales que durante la guerra habían formado parte del ejército vencedor -en este caso nunca decisivo, porque al final ninguno de ellos se mostró capaz de hacer frente, de manera decisiva, a los postulados oficialistas desarrollados desde el gobierno de Franco-. Volvemos a recoger las palabras del historiador gallego:

“Posiblemente el régimen de Franco nunca estuvo tan amenazado como en estos momentos. Aún más: las conversaciones entre la diplomacia británica y portuguesa del mes de octubre de 1943 no presagiaban nada bueno para el franquismo, ya que se orientaba hacia la tendencia de arreglar el problema estratégico de la península ibérica y su relación con el Eje por la doble vía de negociar con Portugal —siempre mucho más favorable por las tradicionales relaciones con Gran Bretaña— y aislar a España… El 28 de octubre tuvo lugar una reunión en casa de Kindelán con Ponte, Orgaz, Solchaga y Dávila. Kindelán insistía en que no había fuerza suficiente para poder afrontar un cambio de esta envergadura sin el consentimiento de Franco, cuando menos hasta el próximo año. A Kindelán le molestó la actitud posterior a la carta de los generales Asensio, Moscardó, Muñoz Grandes, García Valiño y Yagüe, que según su perspectiva solo atendieron a sus intereses personales. La fuerza de Franco residía en el control de Madrid (Asensio, ministro; Muñoz Grandes, jefe de la Casa Militar; García Valiño, jefe del Gabinete Militar, y Saliquet al mando de la Región Militar de Castilla). La unión a este grupo clave de los generales Moscardó y Yagüe, al mando de dos zonas estratégicas como Burgos y Barcelona, entradas fundamentales de defensa desde el norte —recuérdense las planificaciones previstas de posibles invasiones—, así como territorios de fuerte oposición monárquica a Franco (cita a Cataluña y Navarra), podría haber variado sustancialmente la situación de presión hacia el Caudillo. Aun así, Kindelán volvería a pedir la Restauración «con Franco y la Falange» a finales de diciembre de 1943.”

Por otra parte, también durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de que España se viera invadida por un ejército u otro, el Reino Unido o la propia Alemania, siempre estuvieron en el ánima de ambos combatientes. Todo ello obligó, por otra parte, a la construcción de nuevas defensas bélicas en los territorios más factibles de ser invadidos, como la propia Gibraltar o la línea de costa, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo; defensas que, en algunos de esos lugares, están empezando a ser puestas en valor, de cara a una interpretación didáctica y turística de las mismas. El valor de la historia, como el de la arqueología (y existe también una arqueología bélica del siglo XX, que en los últimos años está alcanzando un importante desarrollo científico; en este sentido, y para lo que al caso conquense se refiere, hay que destacar aquí los trabajos que en los últimos años vienen realizando Michel Domínguez y Santiago David Martínez Solera, sobre la arqueología conquense del siglo XX en torno a la Guerra Civil), pasa también por el hecho de que puedan servir como canalizador de un conocimiento cada vez mayor de nuestro pasado, un conocimiento que se basa siempre en dos pilares principales: la investigación y la difusión, también por medio de la explotación turística de los yacimientos arqueológicos.

Un libro, en fin, que debe ser leído, para otbener nuevas perspectivas históricas de este periodo de nuestra historia, la de España y también la de Europa, esa etapa, tan decisiva para nuestra propia configuración como ciudadanos europeos, que abarca los años convulsos de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial.


El embajador británico en España, Samuel Hoare, en el centro, en el acto de presentación
de credenciales. Fotografia: Martín Santos Yubero.

jueves, 19 de agosto de 2021

Los Hawwara, desde las montañas de Libia hasta los campos de la provincia de Cuenca

 

Ésta es una historia que tiene su origen hace ya mucho tiempo, hacia el siglo VI de la era cristiana, y en un lugar también lejano: las estribaciones montañosas del Yebel Nafusa, en la región libia de la Tripolitania, no lejos de la orilla meridional del mar Mediterráneo. Porque es allí, en aquellas tierras que hasta la centuria anterior habían formado parte del imperio romano, y que ahora pertenecían a sus sucesores en la propiedad de una parte de aquel gran imperio, los bizantinos, donde habían tenido su origen las principales tribus bereberes que, durante mucho tiempo, poblaron, y pueblan todavía, las zonas fronterizas entre el desierto del Sahara y las montañas del Magreb, a lo largo de todo el norte de África: los nafara, nazata, los zenuta, los libuy -que dieron el nombre actual al país norteafricano- o los hawwara, protagonistas de esta historia, llamados también havara o houara. Allí, en las montañas de Libia, todas esas tribus fueron viviendo en paz, dedicadas a sus haceres habituales, hasta que la presión ejercida sobre ellos por los árabes, que en su origen habían sido nada más que otra tribu del desierto que desde el año 622 se había ido extendiendo desde la península arábiga, tanto hacia el este como hacia el oeste, al compás de la nueva religión que entre ellos había creado el profeta Mahoma, les obligaron a emigrar hacia el oeste, hasta las tierras de la actual Argelia. Aquella fue la primera emigración importante de la tribu; después llegarían otras, hasta que a partir del año 711, a raíz de la invasión árabe de la península ibérica -en puridad, habría que hablar sólo de invasión musulmana, que árabes, verdaderamente árabes, llegaron muy pocos a la península; la gran mayoría de ellos eran bereberes- algunas familias de los Hawwara pudo hacerse con parte de los territorios centrales de la península, especialmente la que ocupa la actual provincia de Cuenca, convirtiéndose de esta forma en los señores de la kora -provincia- árabe de Santaberiyya.

Pero vayamos por partes. Tal y como acabo de decir, hasta mediados del siglo VI los Hawwara vivían todavía en la región libia de la Tripolitania, dedicados al cultivo del olivo y a la cría de rebaños de cabras, y practicando aún sus ritos tribales bereberes, que nada tenían que ver con la nueva religión de Mahoma. Poco tiempo después, a mediados del siglo VII, los árabes de la nueva dinastía Omeya, asentada poco tiempo antes en Damasco, habían llegado ya a las puertas de su territorio, trayendo consigo las nuevas creencias enseñadas por Mahoma. La influencia del profeta los había convertido en un pueblo guerrero y conquistador, que había logrado ocupar un extenso territorio, desde el noreste del continente africano hasta las extensas praderas del Asia central, incluyendo provincias enteras que habían sido parte de imperios importantes, como el de Persia y Bizancio. Y en Argelia, en las montañas del Aurés, en el noreste del país norteafricano, los Hawwara se incorporaron a una confederación de tribus bereberes que, lideradas por Kusaila, un jefe de la tribu de los auraba, y con el apoyo de un ejército enviado desde Bizancio, intentó hacer frente a los invasores árabes. En el año 683 logró derrotar a las tropas omeyas, dirigidas por Uqba ibn Nafi, en la batalla de Vescera (Tahuda, cerca de la ciudad actual de Biskra). Sin embargo, cinco años más tarde, en el año 688, los árabes, liderados ahora por ibn Zuhair, consiguieron derrotar a los bereberes en la batalla de Mamma, en la que el propio Kusaila fue asesinado.


Después de la muerte de Kusaila, fue una mujer de la tribu de los zanata, Kahina, quien se puso al frente de las tropas bereberes. El verdadero nombre de la nueva reina bereber era Dihia o Dahia; al Kahina, en árabe, significaba “la sacerdotisa”, y ella recibió este apodo, según las fuentes, por su belleza sobrenatural y por su larga cabellera, que en el sentir de los árabes le asimilaba a una especie de hechicera, a lo que se añadía también que entre sus partidarios tenía fama de poder adivinar el futuro. Ella había participado ya en las dos batallas anteriores, y en el año 689, ya como jefa de la confederación, consiguió derrotar en Uad-Nini, junto a la localidad actual de Kenchela, en el noreste argelino, a las tropas omeyas, que ahora estaban mandadas por Hasan ibn al-Nu'man, valí de Egipto. Y más tarde, una nueva victoria en Merskiana, obligó a los árabes a retroceder temporalmente hasta las regiones libias de la Tripolitania y de la Cirenaica. Sin embargo, el contraataque efectuado por los musulmanes, sumado a algunas defecciones de sus partidarios, fue la causante de una serie de derrotas, la última de las cuales, en la que murió la propia reina Kahina, se desarrolló en Tarfa, muy cerca del lugar que todavía conserva el nombre de Bi'r al-Kāhina, “el oasis de Kahina”. Según el historiador árabe ibn-Jaldún, antes de morir Kahina había pedido a sus hijos que se aliaran con los vencedores.

Sea como fuere, a partir de esta derrota, las diferentes tribus bereberes, entre ellos los Hawwara, fueron poco a poco convirtiéndose al Islam, y en concreto a la doctrina jariyita, una de las tres ramas principales de la religión musulmana, junto al chiismo y al sunismo. A partir de este momento, y durante algún tiempo, las nuevas guerras en las que las tribus va a participar serían guerras civiles entre las diferentes doctrinas del islamismo. Mientras tanto, en el año 711 se produciría la invasión musulmana de la península ibérica, a partir de la cual las tropas árabes de la dinastía Omeya, con la ayuda importante, sustancial, de las diferentes tribus bereberes norteafricanas, se van a hacer en muy poco tiempo con todo el viejo reino de los visigodos. Como consecuencia de esta rápida victoria, las diferentes familias bereberes se fueron asentando en los nuevos territorios conquistados, correspondiendo a la tribu de los Huwwara algunos de los territorios del centro peninsular.

De esta forma, una de las familias de la tribu, los Banu Racin, se establecieron en el sur de la provincia de Teruel, y con el tiempo fundarían allí la taifa de Albarracín, a la cual le dieron nombre. Por su parte, otra de las familias Huwwara, los Banu Di-l-Nun, que habían islamizado su nombre convirtiéndolo en Ben Zennun, ocuparon las antiguas tierras de la Celtiberia, que constituían buena parte de la provincia de Cuenca y el sur de la de Guadalajara, a la que le dieron el nombre de Santaberiyya, lógica corrupción fonética del nombre que habían tenido en tiempos de los romanos. Fue en este momento cuando las historias de los Huwwara y de la provincia de Cuenca se juntaron definitivamente. Allí constituyeron su señorío, estableciendo su primera capital en Santaver, sobre las ruinas de la que en tiempos de los árabes había sido la populosa ciudad de Ercávica, y levantaron castillos importantes en Uklis (Uclés), Webde (Huete) o Walmu (Huélamo). Hacia el año 1000 fundaron en el centro de su territorio la ciudad de Konka (Cuenca), que estaba destinada a convertirse en la capital de la futuro provincia y obispado, y poco tiempo más tarde, después de la caída del califato independiente omeya de Córdoba, crearía el primero de los reinos de taifas, el de Toledo. Sobre este asunto ya escribí hace unas pocas semanas una entrada, a cuya lectura me remito para que el lector pueda complementar su información sobre esta etapa apasionante de la historia de Cuenca (ver “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval”, 15 de julio de 2021).

Después de la conquista de Al Andalus, una parte de los Huwwara permaneció todavía en tierras argelinas, donde reconocieron la soberanía de los emires aglabíes, de tradición suní, que a partir del año 800 se habían establecido en la región de Al Afriqiya, el actual territorio de Túnez; algunos habían emigrado también aún mas hacia el oeste, hacia el macizo de Ahaggar, en las estribaciones del desierto del Sahara, y otros se habían establecido incluso en la isla de Sicilia. Los que permanecieron en tierras africanas reconocieron la soberanía de las grandes dinastías que se fueron estableciendo en todo el territorio, tanto las de Marruecos, y entre ellas las poderosas dinastías almorávides y almohades, como las procedentes de Túnez, y sólo esporádicamente llegaron a formar pequeños estados independientes de corta duración. Fue a partir del siglo X, con la represión llevada a cabo por la dinastía fatimí, de creencia chiita, cuando se inició una importante debilitación de esta tribu, una debilitación que llegaría a sus últimas consecuencias trescientos años más tarde, a mediados del siglo XIII, cuando los hafsíes, la nueva dinastía reinante en Túnez, con el apoyo de sus aliados marroquíes, los almohades, lograron hacerse con todo el norte de África. A partir de este momento, los Hawwara dejaron de desempeñar cualquier papel político, y dejaron incluso  de hablar su propia lengua, pasando a convertirse sólo en una tribu más de pastores árabes, en las montañas rocosas de Argelia.


Bote de marfil elaborado en Cuenca, a instancias del rey Yahya di-l-Nun. En la imagen superior, escultura de la reina Kahina, en Kenchela (Argelia)

martes, 10 de agosto de 2021

Miscelánea de colección en un portal de subastas en internet


En los últimos años, han surgido en internet diversos portales especializados en subastas o en venta directa, que han venido a modificar de manera considerable el comercio de cualquier tipo de objeto coleccionable -antigüedades, monedas, sellos, …-
un comercio que, por otra parte, hasta hace muy pocos años ha estado en manos de unos pocos anticuarios y casas de subastas. En efecto, en esos portales de internet, que usualmente se dedican a todo tipo de compraventa, de los que Ebay y Todo Colección son los más conocidos, pero no los únicos, podemos encontrarnos de todo, desde objetos muy valiosos, piezas únicas valorados en varios miles de euros, hasta modestos objetos, de escaso valor crematístico, que pueden ser adquiridas por ubos pocos euros, y que son susceptibles de ser coleccionadas por todo aquél que desee iniciarse en el mundo de las antigüedades.

Desde luego, no todos los objetos que pueden encontrarse en este tipo de portales son auténticos, pues también abundan en ellos las falsificaciones, mejor o peor realizadas. Y es que en estas páginas de internet tienen también cabida, junto a los profesionales serios que siempre nos ofrecen, en cada una de sus operaciones de venta, el correspondiente certificado de autenticidad, tramposos y falsificadores, algunas veces conscientes de sus mentiras y otras veces de forma inocente, víctimas ellos también de otros engaños anteriores . Por ello, a la hora de hacer alguna operación en estos portales, es conveniente tener mucho cuidado a la hora de seleccionar los objetos que han sido puestos a la venta en este tipo de páginas. La experiencia anterior que el comprador pueda tener, y sobre todo, el sistema de valoración de los clientes, ayudará a separar, tal y como asegura el refrán castellano, el grano de lo bueno, de la paja que conforman las abundantes falsificaciones que podemos encontrar en el sistema. Por otra parte, resulta bastante más provechoso intentar falsificar objetos valiosos que aquellos otros que no lo son, pero también es mucho más peligroso para los propios falsificadores; y por ello, quizá, son mucho más abundantes las falsificaciones de aquellos objetos que se encuentran en el medio del arco crematístico, aquellos cuyo valor se encuentra entre las pocas decenas de euros, y unas cantidades que pueden superar fácilmente los dos o tres mil euros. Mientras la falsificación de los objetos de menos valor no son, usualmente, rentables para los falsificadores, la de los objetos de un valor más alto que ese extremo superior pueden atraer la mirada de los coleccionistas más expertox, haciendo que el engaño pueda ser detectado con más facilidad.

Y junto a este asunto de las falsificaciones conscientes, otro problema con los que también nos podemos encontrar a la hora de hacer estas transacciones, es el de las descripciones erróneas o insuficientes, proporcionadas por algunos vendedores no expertos, pero carentes de un deseo consciente de engañar a los posibles compradores. Y un problema mucho mayor, especialmente grave, que puede causar al comprador importantes problemas de cara incluso a la justicia, es el de la procedencia, legal o ilegal, de aquellos objetos que son puestos en venta. El mundo de las antigüedades es muchas veces un mundo oscuro, en el que abundan los documentos sacados de forma ilegal de archivos poco vigilados, o restos antiguos extraídos, también ilegalmente, de los abundantes yacimientos arqueológicos con que cuenta nuestro país. La diferente legislación existente entre un país y otro en este sentido, y la clara concepción de este tipo de portales dentro de un comercio internacional, que facilita las diferentes interpretaciones de leyes, siempre ambiguas o incluso inexistentes, ayuda a que esto sea así. Se trata, como decimos, de un asunto importante, y abundan las noticias que podemos encontrar en diferentes medios de comunicación, en un país tan rico en patrimonio histórico como es España, de operaciones policiales y judiciales realizadas contra los usuarios de los detectores de metales, un material que provoca graves daños en los yacimientos, y, cuya utilización, recordémoslo, es ilegal en las zonas protegidas. En muchas ocasiones, además, las denuncias pueden ser extendidas también a los compradores -también en el caso de anticuarios y casas de subasta de las que siguen operando al modo tradicional, desde luego-, y pueden tener como consecuencia el embargo de los objetos adquiridos, e incluso, muchas veces, la correspondiente denuncia judicial.

Desde luego, este tipo de portales puede ser de gran ayuda para los coleccionistas, que pueden adquirir algunas piezas curiosas por poco dinero, pero debe tener mucho cuidado si no quiere caer en algunas de las trampas que el sistema les tiende, sobre todo a los menos expertos. Aquí, sólo a modo de ejemplo, vamos a examinar cuatro piezas históricas, relacionadas todas ellas con la provincia de Cuenca, que nos proporcionó una búsqueda casual realizada hace unas pocas semanas en uno de esos portales. Se trata, como hemos dicho, de cuatro objetos, muy diferentes entre sí, de escaso valor crematístico los cuatro, por lo que no es factible que hayan sido realizados por falsificadores, y cuya procedencia legal, en ninguno de los casos, parece dudosa. Se trata de dos botones militares del regimiento provincial de Cuenca, realizados en bronce, datados ambos en dos momentos claves del siglo XIX, un mapa de una parte de la provincia de Cuenca, también militar, realizado en los años de la Segunda Guerra Mundial, y una muy desconocida bandera de la provincia de Cuenca.

Empezaremos por los dos botones militares. El primero de ellos, en la parte visible, su anverso, contiene el número 10, correspondiente al número que en el primer tercio de la centuria tenía el regimiento provincial de Cuenca, inscrito dentro de un círculo, y debajo del número, la palabra CUENCA, lo que evita cualquier tipo de dudas en lo que respecta a la localización de la unidad militar a la que pertenecía su antiguo propietario; en la parte interior, un arco del mismo metal soldado a la superficie del botón servía para que éste pudiera ser cosido a la chaqueta del uniforme.

Estas milicias provinciales tienen su origen ya en tiempos de Felipe II, aunque realmente su concepción casi definitiva no se realizaría hasta una época muy posterior,ya durante el reinado de los Borbones. El coronel Benito Tauler Cid, en un trabajo sobre las unidades que, con el nombre de Cuenca, participaron en la Guerra de la Independencia, afirmaba lo siguiente sobre estas unidades: “Se trataba de unidades suplementarias pero, realmente, eran la primera reserva de las fuerzas de servicio continuo el Ejército, que se deberían utilizar exclusivamente en caso de necesidad y, en principio, en los territorios peninsulares, con orden del Rey. Pero pronto se vio que esto no sería así, y ya en la Guerra de Italia (1743-48) se enviaron las compañías de preferencia, las de granaderos, de todos los regimientos, además de regimientos completos y piquetes de los otros. Los Regimientos de Milicias Provinciales fueron creados como unidades de reserva por Real Orden de 1734 por Felipe V. Inicialmente fueron 33 regimientos, aumentados en diez más en 1766. Este servicio recaía, exclusivamente, entre los habitantes de los territorios de las dos Castillas, Andalucía y Galicia, las cuatro divisiones territoriales en las que se dividía el ejército, estando el resto de los territorios de la corona exentos del servicio en función de sus fueros y privilegios. Pero no así la contribución económica, que se hizo sobre el impuesto a la sal, para mantenerlos. Por tanto, si la contribución de sangre caía sobre Castilla, la economía se hizo extensiva a todos los territorios europeos de la corona española.”

Este botón corresponde a los años de la Guerra de la Independencia, periodo en el que el regimiento provincial de Cuenca había sido identificado con el número 10, que aparece inscrito en su superficie. Hay que tener en cuenta que en aquella época, los soldados eran identificados de acuerdo a la unidad a la que pertenecían, en un lugar visible de su uniforme: los botones y los adornos de sus guerreras, y que cada una de esas unidades estaba identificada a su vez por un número. Así, al regimiento provincial de Cuenca le había correspondido ese número 10, desde los años previos a la Guerra de la Independencia, sustituyendo al 43, número con el que había sido identificado desde el momento de su creación, en 1766, mediante una Real Orden de Carlos III. Durante la Guerra de la Independencia, el regimiento provincial conquense, y recogemos de nuevo los datos que nos ofrece otra vez el autor antes citado, “se encontraba movilizado en Tarifa, con una plantilla de 34 oficiales y 142 de tropa, en un solo batallón, y la compañía de granaderos de Cuenca, en la primera división de granaderos, en Portugal.” Así, en los primeros meses de la guerra, la unidad había quedado encuadrada en el Ejército de Andalucía, que a las órdenes del general Castaños obtuvo una importante victoria en la batalla de Bailén, en los campos de Jaén, formando parte de su segunda división.

Pero no todos sus encuentros con el enemigo francés se resolvieron, como en Bailén, con una victoria, tal y como suele ser común en casi todas las guerras. Así, poco tiempo después, en julio de 1808, formando parte del Ejército del Centro, se encontraba en la dolorosa derrota de Tudela, donde el ejército español fue destrozado por los franceses, y como consecuencia de esa derrota, en la difícil retirada hacia el centro de la península, que ya fue descrita en otra entrada anterior de este mismo blog (ver “La retirada del ejército del centro desde Tudela a Cuenca. Una operación de repliegue de la Guerra de la Independencia”, 31 de octubre de 2019). Volvemos, en este sentido, a recoger las palabras del coronel Tauler Cid: “El grueso del Regimiento Provincial de Cuenca llegaría a su tierra de origen en un estado lamentable. Aquí, con los recursos de la tierra y con nuevos hombres, se rehace. Recompuesto con la reunión de dispersos y reclutas, llegó a los seiscientos hombres, que solamente dispondrá para ellos de trescientos fusiles, y en estas condiciones participó en la jornada de Uclés, donde fue aniquilado.” Recompuesto de nuevo en los meses siguientes, volveremos a ver combatir a nuestros paisanos conquenses contra los franceses, en Chinchilla (Albacete), Tarancón, ya en nuestra provincia, Ocaña (Toledo), y más tarde, en tierras de Murcia, Cádiz, y nuevamente en Cuenca.

El segundo de los botones encontrados en ese portal contiene la inscripción siguiente: 29. PROVINCIAL DE CUENCA. Como vemos, para entonces se había cambiado ya el número con el que eran identificadas estas unidades, pasando la de Cuenca a ser designada con el número 29. Por ello, podemos saber que se trata ya de un periodo posterior de su historia, el correspondiente, a la Primera Guerra Carlista, o al menos una etapa muy cercana a dicha guerra. En ella, la unidad conquense combatió valerosamente en los diversos frentes de la guerra, principalmente en el Frente Norte, en los alrededores de Bilbao, donde tuvo que hacer frente a diversos ataques de los carlistas. Y después, en 1843, participaría también en el pronunciamiento de los moderados contra el gobierno de Baldomero Espartero, incorporándose a la sublevación que la ciudad de Granada había llevado a cabo en aquellos momentos. Podemos seguir los pasos de la unidad en esa etapa a partir de las vicisitudes de uno de sus soldados, Vicente Santa Coloma, al que también se le dedicó una entrada del blog (ver “Vicente Santa Coloma, moderado y héroe de la Primera Guerra Carlista”, 19 de junio de 2016).

El tercer objeto analizado es un mapa de la provincia de Cuenca, o, de una parte de ella, que fue realizado por el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Realizado por la Oficina de Guerra en escala 1:250.000, formando parte de una colección de mapas que comprenden toda la península ibérica, tal y como como puede verse en el encabezamiento que corona su parte superior izquierda,-IBERIAN PENINSULA-, y la numeración de la hoja que le corresponde en el conjunto, la número 7.248, demuestra que, aunque Portugal y España habían declarado oficialmente su neutralidad en del conflicto, todavía existía en el gobierno inglés, y en los aliados, la preocupación de que ambos países pudieran incorporarse a la guerra del lado de las potencias del eje. En el margen derecho del mapa aparecen sendos diagramas descriptivos de cada una de las hojas, para facilitar la lectura de toda la colección, y en el margen inferior, aparecen también las consecuentes informaciones respecto a carreteras, vías de ferrocarril, y otras vías de comunicación existentes. Como se ha dicho, la hoja no abarca toda la superficie provincial, sino sólo una parte de la misma, la que corresponde al espacio que se extiende desde las estribaciones de la sierra de Bascuñana, junto a los límites más meridionales de la comarca del Campichuelo, hacia Zarzuela, en el noroeste, hasta Minglanilla, en el sureste, incorporando además los límites más occidentales de las provincias de Teruel y de Valencia, está ultima la correspondiente al Rincón de Ademuz y a la comarca llamada de la Valencia castellana, la que hasta mediados del siglo pasado estuvo incorporada todavía a la provincia conquense. Así pues, y resumiendo, en el mapa se recoge una parte importante del valle del Júcar en su recorrido por la provincia conquense, desde un poco más al sur del pueblo de Huélamo hasta Alarcón, extendiéndose, hacia el sureste, por la rica comarca de la Manchuela.


Finalmente, quiero destinar unas pocas palabras para describir el último de los objetos encontrados, una desconocida para muchos, también para mí, bandera de la provincia de Cuenca. Sí, de la provincia, no de su capital, que ésta es mucho más conocida, aunque suele describirse erróneamente como el “pendón morado de Castilla”; un pendón que en realidad nunca fue morado, sino de un color rojo carmesí. Por el contrario, esta otra bandera, la de la provincia, está formada por tres bandas horizontales, de igual tamaño las tres, que secuencialmente responden a los colores amarillo, blanco y rojo. Una bandera que no sabemos de dónde ha podido salir, que nunca ha sido una bandera oficial, pero que así puede encontrarse en diferentes lugares, y entre ellos en el artículo de Wikipedia correspondiente a la provincia conquense. Por otra parte, en su blog “Cuenca en el recuerdo”, en un artículo dedicado a analizar los símbolos heráldicos de la provincia de Cuenca, Antonio Rodríguez Saiz, afirma la existencia de una bandera oficial que pueda identificar a ésta.

Respecto a la identificación de la bandera como propia de la provincia de Cuenca, hay que decir que en el centro de esta figura el escudo, éste sí oficial, a partir de su aprobación, mediante un decreto fechado el 31 de octubre de 1975. En el Boletín Oficial del Estado correspondiente al 10 de noviembre de ese año, ese escudo se describe de la manera siguiente: «Escudo cuartelado. Primero, a su vez, cuartelado; primero y cuarto de gules, el castillo de oro; segundo y tercero de oro el león rampante de gules. Segundo, de gules; cáliz de oro, sumado de estrella de plata. Tercero, de plata; el pino de sinople. Cuarto, de azur; un libro —el fuero de Cuenca— de oro. Al timbre, corona real cerrada.» Los colores que aparecen en la bandera son los oficiales, recogidos en la descripción, algo que no siempre sucede en muchas representaciones. Por otra parte, la explicación de los cuatro símbolos del escudo es bastante clara; siguiendo el orden descrito en el documento oficial, los dos cuarteles superiores responden, respectivamente, a su pertenencia al antiguo reino de Castilla -identificada con los castillos y los leones-, y a la propia ciudad de Cuenca, capital de la provincia -el cuenco, símbolo parlante de la ciudad, bajo una estrella que a su vez es también el símbolo parlante del nuevo reino de Castilla, Toledo, para diferenciarlo del reino viejo, Burgos, que estaba identificado con un castillo, lo que contrasta con la descripción legendaria relacionada con los Reyes Magos y el día de San Mateo-. Y en su parte inferior, ambos símbolos heráldicos, el pino y el fuero, representan respectivamente dos de los más importantes regalos que , junto a la creación de la diócesis, el rey Alfonso VIII le hizo a la primera ciudad importante que él logró conquistar a los musulmanes: un inmenso territorio, poblado principalmente de pinos, fuente durante muchos años de importantes riquezas, y el fuero, repetidamente imitado en los años siguientes por otros fueros posteriores.

Muy probablemente, si hoy mismo hacemos una búsqueda similar en cualquiera de estos portales, podremos encontrar otros muchos objetos que también están relacionados con nuestra provincia. Muchos de ellos tienen cierto valor crematístico (monedas acuñadas en Cuenca, o en las ciudades romanas de Segóbriga, Contrebia, Ercávica o Ikalesken; cuadros y grabados en los que aparecerán representados algunos de nuestros paisajes más hermosos, …); pero otros muchos, seguramente, serán objetos de escaso valor, como estos cuatro que hemos analizado en esta entrada, pero que enlazan directamente con cualquier aspecto de nuestra historia. Entre ellos, especial valor tienen algunas fotografías antiguas, más allá de aquellas otras que, publicadas ya en diferentes libros y revistas, conocidas de todo el mundo porque son continuamente enviadas en correos y mensajes de WhatsApp y otros sistemas de comunicación.

Y es que todavía, afortunadamente, podemos encontrar en esas páginas pequeños tesoros escondidos, tesoros que permiten, a los coleccionistas y a los amantes de nuestro pasado, recuperar las mismas sensaciones que hasta hace algún tiempo estaban reservadas sólo a los curiosos exploradores del Rastro de Madrid, o de esos mercadillos de cosas antiguas que abundan en casi todas las ciudades.



miércoles, 4 de agosto de 2021

Romanos de Hispania y de Cuenca


¿Quién es, en realidad, Paco Álvarez, el autor de este nuevo libro, “Romanos de aquí”, que vamos a comentar en la entrada del blog correspondiente a esta semana? Puede que no se trate de uno de los más importantes romanistas de la actualidad, puede que no sea uno de esos sesudos historiadores, profesores universitarios de reconocido prestigio investigador entre los especialistas en el tema, pero lo que nadie puede poner en duda es de que se trata de uno de los mejores divulgadores españoles de un periodo de nuestra historia, el de la romanización de la península ibérica, y sobre todo, de la influencia que esa cultura, la romana, ha tenido siempre en la conformación de nuestro país, y del conjunto de Europa, hasta los tiempos actuales; un periodo que sigue siendo de gran interés para el público en general, tal y como demuestra el éxito que siguen teniendo las películas de ese género, el peplum, o las películas llamadas “de romanos”. Su teoría, que yo también suscribo, es bastante sencilla: de las tres grandes civilizaciones que han venido a conformar a lo largo de los siglos, hasta los momentos actuales, ya bien adentrado el siglo XXI, el mundo desarrollado  -la romana, la musulmana y la indochina, entendiendo a esta última como la que reúne a todos aquellos pueblos, en realidad muy diferentes entre sí, que surgieron, también hace ya mucho tiempos, en los valles de los grandes ríos del sudeste asiático-, es precisamente la primera, la romana, más que ninguna otra, la que ha conformado nuestra forma de ser como europeos y occidentales. Y lo hace, por otra parte, dotando a sus textos con un estilo conciso y claro, con grandes dosis de humor incluso, que facilitan enormemente su lectura. El libro, en fin, está en la honda de otros textos suyos publicados con anterioridad, como “Somos romanos. Descubre al romano que hay en ti” y “Estamos locos estos romanos”.

            Muchas veces se ha hablado de la influencia que el mundo árabe ha tenido sobre nuestra propia configuración como españoles y como europeos, y sin embargo, tal y como afirma Paco Álvarez, esa influencia musulmana, aun cuando es desde luego importante, no lo es tanto como la que ha tenido el conjunto la romanización. Tal y como asegura el autor, los musulmanes, que no propiamente los árabes -árabes, en realidad, vinieron muy pocos; la mayoría de los que llegaron a la península eran bereberes, pasados por el tamiz de la religión de Alá-, permanecieron en nuestro país algo menos de ochocientos años, y todo ese tiempo sólo en el reino nazarí de Granada, que el resto de la península había pasado ya a ser nuevamente cristiana dos siglos antes de ello. Mientras tanto, la influencia del mundo romano sobre la totalidad de la península se extendió durante más de seis siglos, pero ese tiempo puede ser alargado todavía mucho más, casi hasta nuestros tiempos, si tenemos en cuenta la pervivencia e Europa de la cultura, una cultura que en gran parte no es más la antigua cultura judía pasada, a su vez, por la pátina de esa romanización; a nadie se nos escapa que la Roma cristiana es la heredera directa de la Roma del antiguo imperio de los césares.

Es cierto, por otra parte, que nuestro idioma, el español o castellano, cuenta con una gran cantidad de términos y palabras procedentes del árabe. Pero frente a ello, no debemos tampoco perder de vista que ese idioma, el español, es una de las lenguas romances o latinas, nacidas directamente del latín, aquel hermoso idioma que hablaban los romanos, los de aquí y los de allí, durante todos esos siglos de romanización sobre gran parte de Europa. Después, el cristianismo adoptó ese mismo latín como lengua oficial en todos sus ritos, al tiempo que los europeos, cristianos a pesar delas múltiples divisiones y separaciones que la Iglesia fue sufriendo a través de los siglos, extendió aquella cultura cristiana por los nuevos continentes y las nuevas tierras que se iban descubriendo, y los nuevos países que se iban fundando en América desde el último cuarto del siglo XVIII, primero Estados Unidos y más tarde en las antiguas colonias hispanas, siguieron siendo romanas en el mismo sentido en que también lo eran sus antiguas metrópolis. Y el idioma de los antiguos romanos, el latín, siguió siendo un lenguaje de unidad en el seno de la Iglesia hasta bien entrado el siglo XX, hasta que el concilio Vaticano II lo desterró de sus ritos más comunes.

            “Romanos de aquí”, la tercer entrega de esta trilogía del divulgador español, es un acercamiento a las biografías de todos aquellos romanos que, nacidos en los cuatro primeros siglos de nuestra era en alguna de las muchas ciudades que conformaron la provincia romana de Hispania, lograron pasar a la historia por un motivo u otro. Algunos de ellos son conocidos por casi todos nosotros, como Trajano o como Adriano, los primeros emperadores romanos que habían nacido fuera de la península itálica, o sea, en lo que entonces eran las provincias, o Teodosio, el último gran emperador, aquel que convirtió el cristianismo en la religión oficial del Estado, y que dividió el conjunto del imperio entre sus dos hijos -la parte oriental para Arcadio, destinada a convertirse en un nuevo imperio, heredero directo del romano, alrededor de Bizancio; la occidental para Honorio, destinada a desaparecer poco tiempo más tarde, aunque su herencia se mantendría, a través del cristianismo, generación tras generación, hasta más alá de la edad media-; o como los grandes filósofos cordobeses, los Séneca, padre e hijo; o como esos grandes escritores, de diferentes épocas y estilos, -Lucano, miembro de la misma familia que los dos filósofos, Columela, Marcial, Quintiliano,…-; o como los grandes maestros de la cristiandad en sus primeros siglos, San Dámaso, papa, o el obispo Osio de Córdoba, quien presidió el concilio de Nicea y que muy probablemente se convirtió, en aquel concilio, en el autor de una de las oraciones más importantes todavía entre los cristianos, el Credo, que todavía sigue rezándose, al menos, durante la celebración de la misa católica.

Podríamos citar también a muchos otros, menos conocidos entre la generalidad de los lectores porque los planes de estudio de las generaciones más recientes, realizados desde hace ya mucho tiempo a espaldas de todo ese legado romano, nos han hecho olvidarlos. Tal y como dice el autor, la “leyenda negra” no es tampoco ajena a ese olvido, con la aquiescencia de una parte importante de los españoles. En este sentido, el propio Paco Álvarez afirma lo siguiente: “Hacia el año 1600 España había creado 40 universidades, de las cuales siete ya estaban en América, abiertas a toda la población. En ese mismo año, en Inglaterra había tres universidades y en la civilizada Suecia, una. Los españoles que fueron a las Indias, además de hambre, llevaban en la mochila el derecho romano. En unos sitios donde a la gente se le abría el pecho en la plaza para arrancarles el corazón palpitante como si tal cosa, nosotros llevamos la presunción de inocencia e igualdad ante la ley. Incluso desarrollamos los derechos de Indias: nuestras leyes consideraban como personas iguales y con los mismos derechos a los habitantes de México y a los de Segovia.” Y los españoles que llevaron a América su hambre y su cultura cristiana, también eran todavía romanos, tanto como los que se quedaban en Castilla.

En efecto, son muchos los romanos que, nacidos en Hispania, esa provincia romana que ocupaba entonces los países actuales de España y Portugal -los portugueses, desde el punto de vista romano, son tan hispanos como nosotros-, y también Andorra, destacaron sobre el conjunto de sus coetáneos romanos. Basta decir que toda una dinastía de emperadores, los Antoninos, que en realidad deberían ser llamados Flavios porque ésta era la familia hispana que en realidad la había iniciado, a finales del primer siglo, era originaria de la Bética, la actual Andalucía. A esta dinastía perteneció el más importante, probablemente, de todos los emperadores romanos: Marco Aurelio, cuyo abuelo, Annio Vero, era originario de la ciudad hispana de Ucubi, la actual Espejo (Córdoba). Y en Hispania nacieron también otros muchos hispanos de pro: políticos y emperadores, de los de verdad y los autoproclamados, en aquellos tiempos en los que el imperio apenas valía la paga de un puñado de soldados de los que formaban una cohorte o una guardia personal; guerreros y militares, varios de los cuales vieron recompensadas sus carreras por alguna de aquellas coronas, equivalentes a las medallas actuales, que  estaban destinadas sólo a los héroes de guerra; escritores y oradores, cuyo magisterio sobre algunos de los grandes vates de la lengua latina, como Horacio, Virgilio o el propio Cicerón, también debe ser destacado; santos, papas y obispos de los primeros tiempos del cristianismo, cuando ser cristiano se pagaba incluso con la vida,… Podríamos hablar de todos ellos, pero hacerlo aquí sería poco más que  establecer una lista impersonal de nombres que así, a primera vista, apenas diría nada a los lectores menos avezados en la romanización de nuestro territorio. Mejor, querido lector, que cada uno acuda al libro de Paco Álvarez, que los vaya descubriendo por sí mismo, al tiempo que disfruta en la lectura amena y sencilla de este libro.

Mientras tanto, si deseo acercarme un poco a ese otro grupo de romanos que, nacidos en los estrechos límites de la romanización que marca la actual provincia de Cuenca, tan romana entonces como  resto de Hispania, como todo el sur del continente europeo, como el norte de África o el próximo oriente, lograron de alguna manera pasar a la historia, aunque sea a través de esa parte de la historia que ha podido ser recuperada gracias a la arqueología y el estudio de las inscripciones antiguas, sea cual sea la superficie en la que se hayan realizado esas inscripciones. La epigrafía y las excavaciones de los yacimientos romanos, especialmente de las tres ciudades romanas asentadas en nuestros límites provinciales, futuras sedes episcopales -Segóbriga, Valeria y Ercávica-, han recuperado para la historia algunos de esos nombres de romanos de entonces. Pero antes de acercarme a todos esos nombres, y para ser justos y exactos con la historia, quiero hablar primero de uno que no nació en nuestro territorio actual conquense, por más que muchos cronistas locales, e incluso algunos investigadores serios, lo hayan convertido en uno de los hijos oriundos de la ciudad romana de Valeria: el papa Bonifacio IV (c.550-615). Había nacido en Valeria, sí, pero en otra ciudad del mismo nombre que la conquense, cerca de la actual cuidad de L’Aquila, en la región italiana de los Abruzos.

Si había nacido en la Valeria conquense, la antigua ciudad que había sido fundada, o refundada, por Valerio Flaco, a tenor de una inscripción que fue hallada hace ya algún tiempo en una de las zonas de las excavaciones, el que podríamos considerar como el primero de los grandes deportistas conquenses, el auriga Aelio Hermeroto, quien falleció, según se desprende de la inscripción, en el curso de una carrera, en la ciudad de Ilici (Elche) o en Astigi (Écija, Jaén). A él ya le dedicamos en este blog una entrada completa -ver “Aelio Hermeroto, un Ben-Hur de origen conquense”, 26 de julio de 2019-, por lo que no quiero insistir más en el tema. Y de Valeria era también cierto G. Grattio Nigrino, miembro de una de las más conocidas tribus oriundas de Hispania, los Gratti, que estaban establecidos, ya en las primeras décadas del imperio, en todas las ciudades romanas de la meseta, y también en Edeta, la actual Liria (Valencia); algunos de ellos, más tarde, se verían reflejados también en las listas de los obispos de Segóbriga, que acudieron a los sínodos provinciales de Toledo en tiempos visigodos.

Por lo que respecta a este Grattio Nigrino, se sabe que fue cuadrunviro de la ciudad de Valeria; es decir, uno de los cuatro miembros, dos dunviros propiamente dichos y los otros dos ediles, que eran los encargados de dirigir el gobierno de la ciudad, con poderes judiciales sobre el conjunto de su territorio. Se trataba, principalmente los dos dunviros -los ediles eran en realidad magistrados de menor categoría-, de los más altos miembros de la gobernación de la ciudad, encargados de presidir el senado local de los ciudadanos. Además, tal y como demuestra también la epigrafía, fue flamen Augusti, es decir, sacerdote del culto imperial, cuyo principal templo en Hispania había sido fundado en Tarraco (Tarragona), durante el mandato del emperador Tiberio. Ser sacerdote del culto imperial en Tarraco era elemento de prestigio, y hace ya muchos años aparecieron diversas inscripciones que atestiguan la presencia de algunos personajes oriundos de Segóbriga entre ellos: Lucio Grattio Glauco (de nuevo sale a relucir otro miembro de esta tribu propiamente hispana), Cayo Julio Pila y Lucio Caecilio Porciano. Y Valeria Fida, la esposa del último de los tres flamen Augusti que eran oriundos de Segóbriga, también fue sacerdotisa de este mismo culto imperial, que también estaba permitido, como podemos ver, a las mujeres. La relación de estos personajes con la ciudad de Segóbriga, Lucio Grattio y Caecilio Porciano, ya de por sí incuestionable a partir de los textos encontrados en Tarraco, se manifiesta también en otros textos epigráficos que fueron hallados así mismo en las ruinas de la ciudad conquense.

Gracias siempre a otros restos epigráficos se han podido recuperar también algunos nombres correspondientes a ediles y magistrados de Segóbriga: Lucio Turelio Gémino, quien dedicó las estatuas votivas dedicadas a Germánico y a Druso, los hijos adoptivos de Augusto, recuperadas de las excavaciones; T. Sempronio Pullo, cudrunviro de la ciudad, cuyo nombre apareció en una de las inscripciones aparecidas en la zona de la basílica; y Lucio Sempronio Valentino, quien también corrió a cargo de algunas obras públicas en la ciudad romana, aunque todavía no sabemos de cuáles se trataba con exactitud. Otros personajes también destacaron entre la alta sociedad de Segóbriga, como Próculo Spantamico, quien corrió a cargo de los gastos provocados por el enlosado del suelo de foro. Aunque las letras, de bronce dorado, encastradas sobre el mármol, no se han conservado, su huella es todavía visible gracias a los huecos dejados por ellas sobre las propias losas. No sabemos quién fue realmente este Próculo Spantamico, si realmente era originario de Segóbriga, o si sólo permaneció en la ciudad romana una temporada, como parte de un cursus honorum del que nada más sabemos. Algo similar ocurre con otros nombres aparecidos en las excavaciones, muñidores y mecenas de las obras llevadas a cabo en la ciudad en los dos primeros siglos de nuestra era. Cayo Julio Italo, miembro del orden ecuestre, los equites, miembros de la élite social tanto en Roma como en las provincias, también hizo financió algunas obras públicas, a tenor de algunas otras inscripciones recuperadas.

Algo más sabemos respecto de Manio Octavio Novato, miembro también de esa misma orden ecuestre, y por lo tanto de la élite segobricense, al que se le erigió un pedestal que fue instalado delante de la escena del teatro, y por lo tanto también una estatua; el pedestal, y quizá también la estatua, probablemente una de las esculturas de togados que aparecieron en la misma zona del teatro, se conserva actualmente en el Museo de Cuenca, aunque el hecho de que no se haya recuperado la cabeza no nos permite conocer, ni siquiera de forma aproximada, el aspecto que tendría aquel importante personaje. La razón de aquella dedicatoria por parte de los segobricenses del siglo primero es sencilla: como praefecto fabrum, una especie de ingeniero militar encargado de las obras, fue quien llevó a cabo la construcción del teatro en el siglo primero. Tampoco sabemos si era realmente segobricense de nacimiento, pero Anthony Álvarez Melero ha resaltado su posible vinculación familiar con algunos senadores de Roma de este apellido que eran de origen hispano, y entre ellos Octavio Galo Novato, quien sería elevado a la orden ecuestre por el emperador Vespasiano. En Córdoba, por otra parte, también había nacido tres años antes de nuestra era, el senador Lucio Anneo Novato, quien era hermano del filósofo Lucio Anneo Séneca, quien por otra parte fue procurador de Acaya, en la costa norte del Peloponeso, en tiempos de San Pablo.

No conocemos los nombres de muchos de aquellos conquenses de época romana, pero sí la importancia que tuvieron dentro del conjunto de la sociedad. Como el del médico cuya casa fue excavada hace ya más de cincuenta años en la ciudad de Ercávica. O como el dueño, o los posibles dueños, que no sabemos realmente si todas ellas eran de un mismo propietario, o incluso si eran de gestión privada, de las importantes minas de lapis specularis, que, cuentan las crónicas de los autores clásicos, rodeaban Segóbriga en una extensión superior a los cien kilómetros; fueron sin duda los beneficios económicos que proporcionaban aquellas minas, cuyo producto era exportado a todos los rincones del imperio, los que permitieron su crecimiento como una de las ciudades más importantes de la meseta hispana. O como el propietario de la hermosa villa de Noheda, cuyos mosaicos, los más grandes y con más figuras de cuantos se han encontrado en toda la península ibérica, han hecho pensar a los arqueólogos que podría tratarse, incluso, de algún miembro de la familia del propio emperador Teodosio. Uno de es de donde nace, dice el refrán, sino de donde pace, y sin duda el propietario de la villa romana de Noheda “pació” muchas veces allí, reclinado sobre los triclinia que se alzaban sobre aquellos lujosos mosaicos, que en los últimos años han sido recuperados gracias a los trabajos de los arqueólogos, y especialmente de su director, Miguel Ángel Valero. Algunos siglos más tarde, ya en tiempos de los visigodos, la pervivencia de las tres ciudades romanas como sedes episcopales cristianas, y los listados de sus obispos, recuperados casi todos ellos de las listas de los obispos que asistieron a los sínodos de Toledo -excepto algunos de los de Segóbriga, los famosos Sefronio y Nigrino, que lo fueron de las inscripciones halladas en el entorno de la basílica-, demuestran la pervivencia de algunas familias de origen romano, junto a las nuevas familias de origen germano, entre las élites ciudadanas aún después de la conquista de los visigodos.

Volvemos a Paco Álvarez y a su libro sobre los romanos de Hispania. El autor no duda en resaltar la importancia que la recuperación de todos esos yacimientos romanos, ciudades, villas, necrópolis, podría tener para el desarrollo del turismo interior en muchos pueblos de España; de ese turismo cultural que debe ser, y de hecho lo es cuando las cosas se hacen bien, una fuente importante de ingresos. Sobre todo ahora, cuando tanto se habla de recuperar la España vaciada, esa España rural que conforman nuestros pueblos más pequeños y deshabitados. Tarragona y Cartagena son dos casos de ese bien hacer cultural, que casi nunca se ha realizado de manera acertada. A este respecto, dice lo siguiente el autor del libro, en una entrevista realizada por Luis H. Goldáraz para el periódico Libertad Digital: “Hace una semana publicaron en todos los medios una noticia de agencias que decía que habían encontrado en Turquía un anfiteatro romano. Fue noticia en todos los periódicos. Pues bien. Aquí, en Alcalá de Henares, hay otro teatro romano. Sabemos dónde está, y está sin desenterrar. Aquí, al lado de Madrid. Y en Sisapo, en la provincia de Ciudad Real, hay una ciudad entera sin desenterrar. E incluso en los sitios que están desenterrados, como Baelo Claudia, sólo está desenterrado el 25%. Ya está. Existen otros tantos pueblos de Castilla en los que están localizadas varias villas romanas, pero no se desentierran. Y luego mucho hablar de la España vaciada. ¡Pero si la tenemos ahí! Con esto yo siempre pongo el ejemplo de Stonehenge. Stonehenge, con todos los respetos, son cuatro piedras. El dolmen más pequeño de Antequera es más impresionante. Pero Stonehenge es mundialmente conocido.  Está en todos lados. Y nosotros, que tenemos auténticas virguerías, las tenemos ahí tapadas. Mira, yo tuve un desencuentro con unos irlandeses hace tiempo por una cosa de estas. En Irlanda hay un faro del siglo XIV que es anunciado como el faro en funcionamiento más antiguo del mundo. Yo les escribí y les mandé documentación sobre el Faro de Hércules, en La Coruña. El que hicieron los romanos en el siglo primero. Les dije eso, claro. Perdóneme usted, pero cuando su faro empezó a lucir el de aquí ya llevaba 1.400 años luciendo. ¿Y tú crees que alguien desde alguna institución ha intervenido y les ha dicho a los irlandeses que por lo menos no digan mentiras? Pueden decir que el suyo es el faro medieval más antiguo que funciona, a lo mejor. Pero no de la Historia. Ese es el de Hércules. Pues es así todo. Como siempre, a los políticos sólo les importa la España vaciada cuando hay elecciones. Y les importa la cultura… pues nunca. Porque entre otras cosas, si se sacase a la luz el patrimonio que tenemos, se demostraría la cohesión que existe. Que entre Irún y Cádiz, o entre Cartagena y Cataluña, no hay diferencias de origen. Todo viene de lo mismo. No hay razas ni Rh distintos.”


Copia de la inscripción dedicada por los segobricenses a Manio Octavio Novato, en el lugar en el que probablemente fue colocada. El original se encuentra en el Museo de Cuenca.