De las tres importantes ciudades que se alzaron en el territorio que actualmente ocupa la provincia de Cuenca durante los tiempos del imperio romano -Segóbriga, Ercávica y Valeria-, es sin duda la primera de ellas, la que mejor, y de una manera más completa, puede conocerse en la actualidad, gracias a las diversas campañas de excavaciones que, con carácter sistemático, se vienen realizando todos los veranos -y a pesar de las últimas reducciones presupuestarias que se han venido produciendo por culpa de la crisis económica-. La ciudad ya era conocida por las fuentes clásicas, principalmente por Plinio, que la definió como “Caput Celiberiae”, cabeza de la Celtiberia, pero su emplazamiento concreto fue puesto en duda, producto de un serio debate científico que duró hasta finales del siglo XIX. Otras referencias documentales anteriores al científico romano, la destacan por su especial relevancia estratégica durante las guerras que protagonizó Viriato contra las legiones, durante la primera romanización, y fue a caballo entre los dos primeros siglos de nuestra era, según parece, cuando empezó a ser un oppidum celtíbero de cierta importancia, en sustitución a la cercana ciudad de Contrebia Cárbica, que en ese momento ya estaba iniciando su decadencia.
Pero su primer gran periodo de apogeo, según se ha documentado por las excavaciones, se produjo a finales del siglo I a.C., durante las primeras décadas del gobierno del primer emperador romano, Augusto, quien, según parece, llegó a visitar la ciudad durante su tercer viaje a Hispania. Fue él quien le dio el título de municipium, de forma que, a partir de este momento, la ciudad dejaba de ser estipendiaria, de pagar impuestos a Roma, para convertirse en una ciudad romana plena de derechos, entre ellos el de la ciudadanía para todos sus habitantes libres. A partir de este momento, y bajo el amparo de la explotación de las abundantes minas de lapis specularis, y su exportación a todos los rincones del imperio, terminó por convertirse en una de las ciudades más importantes de la península durante las primeras dinastías imperiales: la Julio-claudia, la Flavia, y más tarde, también la Antonina, cuyos emperadores, o buena parte de ellos, descendían, como es sabido, de tierras hispanas. Este lapis specularis, o yeso cristalizado, se presenta, como es sabido, en finas láminas transparentes o traslúcidas, dependiendo de su grosor, y hasta el descubrimiento del vidrio, a partir del siglo II pero no comercializado de forma masiva hasta dos centurias más tarde, tenía importantes aplicaciones en la arquitectura y en la decoración, principalmente, pero no sólo, como cerramiento de las ventanas y de los vanos de las casas importantes.
La
ciudad, sin embargo, no estaba demasiado poblada, incluso en términos propios
de la época. Por la extensión de su perímetro de murallas, y del castro en el
que se enclavan las tuinas, se le ha supuesto una población aproximada de unos
mil quinientos o dos mil habitantes. Sin embargo, alrededor de ella fluctuaba
una población importante, extendida por todo su territorio de influencia, que
estaba ocupado por las abundantes minas de lapis, algunas de las cuales
todavía pueden visitarse en la actualidad. Según las fuentes antiguas, esas
minas se extendían a lo largo de una amplia circunferencia alrededor de la
propia ciudad, de unos ciento cincuenta kilómetros de radio. Allí eran
extraídas las láminas de mineral, y desde allí eran trasladadas en carros hasta
Segóbriga, donde, convenientemente embaladas con el fin de protegerlas y
facilitar su transporte, eran llevadas hasta Cartago Nova, y embarcadas, eran
exportadas a todos los rincones del imperio, para ser instaladas en las villas
y en los palacios de los hombres más importantes y poderosos de Roma. Cerca de
Segóbriga, en el término municipal de Carrascosa del Campo, se encontró en los
años setenta una curiosa estructura que, estudiada nuevamente al hilo de los
últimos descubrimientos, parece ser un gigantesco almacén que pudo servir para
depositar en su interior el material extraído, antes de su posterior conducción
a Segóbriga y a otras partes del imperio, y también para guardar tanto el
material utilizado por los mineros, como el cereal que era necesario para la
subsistencia de estos.
Había, en otros puntos
del imperio, otras minas en las que también era extraído este mineral, es
cierto, pero, cuentan las crónicas, que el lapis specularis de Segóbriga
era de mayor calidad de todos ellos. Fue este hecho lo que convirtió a la
ciudad de Segóbriga, si no en una de las más grandes de Hispania, que ya hemos
visto que no lo era, sí una de las más ricas, hasta el punto de que fue una de
las siete, sólo siete, que contaba al mismo tiempo, para la diversión de sus
habitantes, con los tres clásicos edificios lúdicos de espectáculos: el teatro,
el anfiteatro y el circo. Las otras seis ciudades que también los tenían
fueron: Emérita Augusta (Mérida), Tarraco (Tarragona), Cartago Nova
(Cartagena), Corduba (Córdoba), Toletum (Toledo), Saguntum (Sagunto) y Valentia
(Valencia). Y en concreto, el anfiteatro de Segóbriga podía cobijar en su
graderío a unos cinco o seis mil espectadores, es decir, más del doble de su
población. Este hecho significa que existía una importante población flotante,
que podía acudir a contemplar los juegos de los gladiadores o con las fieras
salvajes, en este caso, usualmente, toros y jabalíes; aunque habría ocasiones
especiales en las eran importados otros animales exóticos, como tigres o leones.
Las excavaciones
arqueológicas de Segóbriga han proporcionado importantes datos sobre el
urbanismo de la ciudad durante los tres primeros siglos de nuestra era, pero
también sobre la sociedad y sobre la forma de vida de sus habitantes. Y también
nos ha proporcionado los nombres de algunas de las personas que formaron sus
élites, de aquellos a los que les estaban reservados, en los actos públicos,
los asientos para los magistrados, y los que en los espectáculos se sentaban en
el espacio conocido como la summa cavea, en la zona más cercana a la escena
del teatro o la arena del anfiteatro. La epigrafía que ha sido rescatada desde
el fondo de la tierra, en las excavaciones del foro, han proporcionado los
nombres de los patronos de la ciudad, y de aquellos que sufragaron los
edificios más representativos, y a los que les eran dedicados esos monumentos y
esculturas a los que eran tan aficionados todos los romanos, tanto los de la
capital como los que vivían en las provincias del imperio. Así, se han
recuperado los nombres de algunos de esos patronos, como Cayo Calvisio Sabino,
quien había sido gobernador de Hispania Citerior en los últimos años antes del
cambio de era, o Marco Licinio Craso Frugi, consuegro del emperador Claudio, o
Marco Porcio, quien había sido secretario personal de Augusto. Nombres ajenos
aún a las propias élites de la ciudad, altos magistrados del imperio o miembros
de las propias élites en la capital del Tíber, pero que, mediante su patronazgo
personal, se incardinaron de alguna manera a esas élites, y al resto de la
sociedad segobricense, hasta el punto de que sus habitantes así lo reconocieron
cuando quisieron de algún modo eternizarlos, dedicándoles importantes
monumentos, algunas veces monumentos ecuestres, en el corazón de la ciudad, el
foro.
Pero las excavaciones también han proporcionado algunos nombres de personas que sí pertenecían con todo derecho a la propia sociedad segobricense. No conocemos prácticamente nada de sus vidas, ni siquiera si habían nacido en la propia ciudad o, lo que quizá fuera más probable, habían llegado hasta ella en el curso de una carrera política, nombrados para ejercer aquí tareas administrativas o económicas, relacionadas en este caso con la propia explotación de las minas. Quizá el más importante de ellos fuera Cayo Julio Silvano, cuyo nombre ha sido recuperado de las excavaciones de la que fue su domus, su villa particular, a un costado de las llamadas termas monumentales, en lo más alto del cerro en el que se asentaba la ciudad, y cuya construcción, incluso, y ello es sólo una suposición mía, quizá él mismo pudo haber sufragado. Se trata, sin duda, de una de las casas más importantes de la ciudad, tal y como demuestra el mosaico que fue descubierto en la parte central de la estancia, correspondiente sin duda al atrium de la misma. El mosaico, enmarcado en un cuadro de poco más de tres metros de longitud, presenta en el borde exterior, a modo de greca, una línea de triángulos blancos y negros, con rosetas de seis pétalos en las esquinas, y un emblema circular en el interior, parcialmente perdido, se encuentra en la actualidad en el centro de interpretación del yacimiento, aunque una reproducción, completada en las pérdidas a imitación de otros mosaicos similares, se encuentra in situ, en el mismo lugar en el que fue hallado. Y si era aquí, en la domus, el lugar en el que el administrador de las minas de Segóbriga pasaba gran parte de su vida privada, muy cerca de aquí, entre la propia casa y el cercano foro, debía ser donde él pasaba su vida pública, en el ejercicio de su cargo. Allí, los arqueólogos descubrieron hace ya algunos años, un espacio bastante amplio, que ha sido identificado como el aula basilical, una especie de almacén y edificio de oficinas en la que se hacían todo tipo de negocios relacionados con la exportación del lapis specularis a otros puntos del imperio.
El segundo nombre a tener
en cuenta es el de Próculo Espantamico. En efecto, en las excavaciones
realizadas en el área del foro ha sido rescatada la impronta que grandes letras
de bronce pudieron dejar sobre las losas de mármol. Gracias a esa impronta ha
podido leerse parcialmente una incompleta inscripción votiva en los términos
siguientes: Proculus Spantamicus La…us forum sternundum d(e) s(ua) p(ecunia)
c(uravit)”. Se trata, por lo tanto, de un reconocimiento estricto de los
segobricenses a la persona que sufragó la construcción del foro de su ciudad, o
al menos de su pavimentación, un enlosado que puede fecharse, según los
expertos, en las primeras décadas del reinado del emperador Augusto, y por lo
tanto, en la misma época en la que Segóbriga era reconocida políticamente como
municipio romano. ¿Quién era este Proculos Spantamicus, o Próculo Espantamico?
¿Un patrono más de la ciudad, como aquellos otros a los que también les fueron
dedicados otros monumentos en el mismo espacio urbano? ¿Podría tratarse, quizá,
de uno de los primeros propietarios, o administradores, de aquel entramado
minero que se extendía por un gran espacio alrededor de la propia ciudad?
Esperemos que las próximas campañas arqueológicas puedan darnos una mayor
información al respecto, proporcionando algo parecido a una vida y una
biografía a lo que todavía es sólo un nombre propio.
Las excavaciones de
Segóbriga han proporcionado también otros nombres de ciudadanos que debieron
formar parte, como los anteriores, de las mismas élites de la ciudad, y a
ellos, a los de Segóbriga y a los de las otras dos ciudades romanas de la
provincia, nos referimos ya en una entrada anterior de este blog -ver “Romanos
de Hispania y de Cuenca”, 4 de agosto de 2021-, al hilo de un interesante libro
de Paco Álvarez al respecto de la romanización de la península. Así, un tal
Lucio Turelio Gémino dedicó sendas estatuas votivas a Germánico y a Druso los
hijos adoptivos de Augusto, reafirmando con ello las relaciones afectivas que
la ciudad tuvo con el primer emperador de Roma. En la zona de la basílica
también apareció, hace ya muchos años, el nombre de T. Sempronio Pullo, uno de
los cuadronviros de la ciudad, y por lo tanto, uno de los encargados de
gobernarla. Otro de los nombres rescatados por la epigrafía fue Lucio Sempronio
Valentino, quien corrió al cargo de alguna otra obra pública de la ciudad,
todavía no identificada.
Sobre Manio Octavio Novato, miembro de la orden ecuestre, y como tal, de la propia élite ciudadana, a quien también se le dedicó un pedestal que, descubierto hace ya muchos años, se encuentra expuesto en la sala correspondiente del Museo de Cuenca, se ha escrito ya bastante, pero todavía persisten algunas preguntas sin respuesta: ¿Era oriundo de Segóbriga, o procedía del exterior y había llegado a la ciudad como parte de un cursus honorum, que le llevara a ocupar también algunos cargos de importancia en otros lugares del imperio? A este respecto, y como ya afirmaba en la entrada anterior, Anthony Álvarez Melero ha rescatado su posible vinculación familiar con algunos senadores romanos que procedían de Hispania, principalmente de la Bética, como Octavio Galo Novato, miembro también de la orden ecuestre en tiempos del emperador Vespasiano, o el propio Lucio Anneo Novato, hermano del famoso filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca, quien había sido nombrado procurador de Acaya, en la península griega del Peloponeso, en tiempos de San Pablo. En un rango inferior, pero todavía importantes, son varias las inscripciones que han sido descubiertas en Tarraco, relativas a varios ciudadanos de Segóbriga que estaban vinculados, como flámines o sacerdotes, al culto imperial: Lucio Gratio Glauco, Cayo Julio Pila y Lucio Caecilio Porciano, además de la esposa de este último, Valeria Fida.
Por
supuesto, en el otro plano de la balanza, en Segóbriga también había esclavos.
Quiero destacar, en este sentido, la estela funeraria que fue descubierta en
las inmediaciones del circo, en la necrópolis que debió ser abandonada para
construir sobre ella el edificio dedicado a las carreras de cuádrigas. Se trata
de una citereda, una tañedora de cítara, de nombre Iucunda. No me resisto, por
su especial carga emotiva, a transcribir aquí la inscripción, que fue adornada
por una especie de retrato de la protagonista: “No tendrá que añorar tras su
muerte a sus hijos perdidos. Para Iucunda, esclava de Manio Valerio Vitulo,
hija de Nigella. Desahuciada al acercarme a los dieciséis años, cedí, vencida,
al peso de mi destino. He aquí lo que puede abatir a tu corazón, lector, la
causa prematura, lamentable, de mi sepultura. Pero llegada a mi fin, descanso en
un lugar querido, antes que las enfermedades destruyan mi cuerpo con violencia
de un tumor intolerable para cualquiera, ahora, libre de preocupaciones, reposo
bajo la tierra ligera. Ahora os toca a vosotros el cuidado de mi sepultura,
padres, querido esposo, adiós para siempre. Que a mí no me pese la tierra, y a
vosotros los dioses os sean favorables. Sé propicia para esta citareda, como
también Febo lo fue mientras viví.” Desde luego, y a pesar de su condición
de esclava y de su muerte prematura, la vida de esta Iucunda debió ser bastante
diferente a la de aquellos otros esclavos que vivían fuera de la ciudad, en
condiciones infrahumanas, trabajando en las minas que rodeaban la ciudad,
enriqueciendo a ella y a sus ciudadanos. Al menos, su condición de citareda,
dedicada al entretenimiento de su amo, a satisfacerle con el arte de su música,
debió colocarla en una posición de cierta cercanía con é tal l,y como sucedía
también con otros profesionales, como médicos o secretarios, que también solían
ser esclavos.
A partir del siglo IV, el
empleo del vidrio para cerrar vanos y ventanas empezó a ser bastante usual,
sustituyendo al lapis specularis como elemento de construcción. Este
hecho provocó que Segóbriga se sumiera en una fuerte crisis económica, que al
final supuso su final como una ciudad importante de la meseta. Para entonces,
los elementos públicos de entretenimiento, como el teatro y el anfiteatro, ya
se habían abandonado, y sobre su arena y sobre sus gradas se habían construido
humildes viviendas. Sin embargo, su carácter urbano no había terminado de
perderse del todo, y al menos desde los tiempos visigodos llegó a convertirse,
como las otras dos ciudades romanas de la provincia, en sede episcopal. Así lo
atestiguan las ruinas de la basílica, y las inscripciones que, ya en el siglo
XVIII, aparecieron allí, referentes a algunos de sus obispos -Sefronio,
Nigrino, Caoincio, Honorato, …-. Y así lo atestiguan también las actas de los
concilios toledanos que se celebraron a lo largo de los siglos VI y VII; en
algunas de esas actas aparecen, firmando como asistentes a dichos concilios,
otros prelados que también rigieron esta sede a lo largo de este periodo.
NOTA: He dudado entre mantener la versión original de los nombres latinos, en nominativo o en genitivo, tal y como suelen aparecer en las inscripciones, o actualizarlos a la forma castellana. He preferido esta última opción por el carácter que tiene el blog, más divulgativo que propiamente científico.
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