En las últimas semanas comentábamos en
este blog las dos primeras novelas de la trilogía del escritor ciudadrealeño
Ignacio Márquez Cañizares (ver "Una trilogía entre la historia y la fantasía“,
10 de noviembre de 2023). La finalidad de esta nueva entrada no es otra que la
de retomar el argumento general de la trilogía, esa lucha entre el bien y el
mal -representado éste por el malvado cardenal Mecirio, y por su lucha sin fin
por hacerse con ese virus que puede cambiar el mundo, y aquél por el Tetrasoma
que da título a la segunda entrega de la trilogía, y sobre todo, por esos tres
ángeles que, de manera sucesiva, a lo largo de los siglos, deben salvar a la
humanidad.
Pero es, también, y al margen de esa lucha, la lucha entre otros opuestos: la lucha, sobre todo, entre la magia y la ciencia. En efecto, si el primer ángel es Cristo, el Hijo del Hombre, y el segundo ángel, Lucas, es el hijo de la magia, el tercer ángel debe ser el hijo de la ciencia. En efecto, si los cuatro mensajeros del pasado son capaces de regenerar sus tejidos y pervivir a través del tiempo gracias a la magia, el poder de ese tercer ángel, su pervivencia en el tiempo, está en la propia ciencia, a través de la alteración de los cromosomas que conforman el ADN humano. Por eso, el Tetrasoma no es más que los pares de bases que conforman el ADN; por eso, lo que Judas salvaguardó en el lápiz del carpintero no es más que la hélice que conforma todos los procesos de la vida: “Lo que tenía ante sí -y citamos literalmente de la novela- nada tenía que ver con los nombres de los inmortales, aunque la coincidencia distaría mucho de ser casual: se trataba de pares de bases: adenina, timina, guanina y citosina.” Y continúa afirmando: “El estilete se había perdido consumido por el ácido; sin embargo, de una forma inexplicable desde el punto de vista de la óptica, la imagen que se proyectaba desde sus manos había logrado perdurar en un modelo tridimensional de ordenador; lo que había quedado grabado no era solamente la imagen, sino también un programa que era capaz de presentar los tres mil millones de bases de un genoma humano. Para mostrar toda esa información, el programa podría necesitar meses.”
No es extraño que sean cuatro, ni más ni
menos, el número de caballeros que conforman el Tetrasoma. El número cuatro es,
desde siempre y en todas las culturas, uno de los números mágicos: los cuatro elementos
que conforman el universo, es decir, la vida; los cuatro apóstoles, los cuatro
puntos cardinales, … También en el plano más negativo de todos, porque también
son los jinetes que nombra San Juan en su Apocalipsis: Gazer, la guerra; Fuego
Solar, el hambre; Polaris, la peste; Gambito, la muerte. Y en esta nueva
entrega de la trilogía, el lector se da cuenta de por qué el autor ha elegido
ese número y no otro.
Porque el número cuatro también está presente en la doble hélice que conforma el ADN. Si le preguntamos a ChatGPT, tan de moda en la actualidad, por cualquiera de estas sustancias, la timina, por ejemplo, podemos encontrarnos con la siguiente definición: “La timina es una de las cuatro bases nitrogenadas que forman parte de las unidades estructurales básicas del ácido desoxirribonucleico (ADN). Las otras tres bases son adenina, citosina y guanina. Estas bases se combinan de manera específica para formar los pares de bases que constituyen los escalones de la doble hélice del ADN. La timina se empareja siempre con la adenina mediante dos enlaces de hidrógeno, formando así un par de bases complementarias. Esta especificidad en la unión de las bases es crucial para la replicación y la transmisión precisa de la información genética durante la división celular. La secuencia de estas bases en el ADN codifica la información genética que determina las características y funciones de un organismo. La timina desempeña un papel vital en la estabilidad y la integridad del ADN al participar en la formación de estos pares de bases. Cabe destacar que la timina es específica del ADN y no se encuentra en el ácido ribonucleico (ARN), que utiliza la uracilo en lugar de timina en su estructura.”
Pero la magia y la ciencia tienen una cosa
en común: las dos nacen para dar respuesta, cada una a su manera, a los enigmas
que nos vamos encontrando a diario. Por eso, esta tercera entrega de la
trilogía, como las dos anteriores, también está repleta de enigmas. Y el más
importante de todos es quién ese tercer ángel cuya venida debe proteger el
Tetrasoma. A primera vista, ese tercer ángel parece ser Carlos, ese Carlos
padre que protagoniza ya las primeras páginas de la trilogía, o ese Carlos hijo,
del que apenas se habla en las dos entregas anteriores. Después, parece que ese
ángel va a ser Edmon, pero enseguida se ve que también Edmon es un simple
intermediario, como el propio Carlos.
En efecto, a partir de las primeras
páginas de ese tercer volumen se va viendo que ese nuevo ángel tiene que ser una mujer: Ana. Volvemos a citar un
párrafo de la novela: “Edmon viajó varias veces a Estados Unidos para ver a
Ana. Lo sabía imprudente, pero no podía soportar la idea de estar tanto tiempo sin
verla. Él envejecía, su fuerza se adormecía, su piel se hundía, no gozaba del
don de sus cuatro amigos, que se podían permitir el lujo de esperarla. Muy bien
podría superar los sesenta cuando pudiera aparecer ante ella para explicárselo todo,
necesitaba gozar sorbos de su infancia, de su adolescencia, de su juventud.
Cuando la veía la contemplaba desde lejos, se cruzaba con ella por la acera, al
principio con alguno de sus padres, después con grupos de jóvenes, y en la
última ocasión, en la que la encontró sola, fingió buscar una calle cercana y
le preguntó por ella; Ana tenía dieciséis años por entonces, era la primera vez
que Edmon la miraba tan de cerca y escuchaba su voz. Todo en ella le pareció
hermoso y todo en ella le pareció excepcional; se sonrojó y tartamudeó un poco
al darle las gracias y alejarse. Ana le miró con una sonrisa que parecía irradiar
a todo pálpito, a toda luz, que parecía desenfocar toda realidad más allá de su
contorno. Pensó que realmente era un ángel.”
Ana, un hermoso nombre, muy significativo,
que, si lo unimos con el apellido de la muchacha, Taric, es al mismo tiempo el
anagrama de Caterina. Ana y Caterina, la hermosa mujer de la que Lucas se había
enamorado, provocando aquel pecado primigenio que había impedido, allá por el
siglo XV, el éxito de su mensaje, son la misma persona. Porque Ana, el tercer
ángel, es la misma Caterina rediviva. Y como Ana es el anagrama de Caterina,
de la misma forma, Tohupia, erigido como laboratorio para ese nuevo mundo traído
por el tercer ángel, es también el anagrama de Utopía, el mundo creado por Tomás
Moro, esa sociedad ideal en la que todos los problemas -sociales, políticos,
económicos,…- han sido resueltos de una manera perfecta. Una sociedad que, sin
embargo, y como se demuestra a partir de la propia etimología del término -
del
griego "ou-topos", que significa "ningún lugar" o
"lugar que no existe"., es realmente inalcanzable para el género
humano.
Leemos en el “Libro del Orden y el Devenir”,
el manuscrito inexistente en el que se basa nuestro escritor, como Cervantes se
había basado en otro manuscrito inexistente firmado por un inexistente Cide Hamete Berengeli, cómo se produjo la
separación entre Dios y los hombres: “Sí, conocieron la magia del amor
humano, y sucumbieron a ello. Los ángeles amaron como hombre o mujer, odiaron y
maldijeron por su amor, y perdieron su condición divina en pos de su corazón
enamorado. Y la naturaleza elegida, el
hombre, negó por tres veces el Don que le libraría de su cruel destino. Y la Muerte se acomodó entre ellos, a un lado
del espejo, incapaz de alterar el Amor que se hallaba en el otro, en el lado de
los sueños. La divinidad volvió sus ojos a una mota de polvo que viajaba
perdida en el universo; en ella había fijado su ilusión y su esperanza de una
humanidad nueva. Repudió a los ángeles que encarnaban ciencia y magia, y fueron
expulsados del Paraíso, alejándolos para siempre de Dios. Y entonces los dioses
dieron la espalda a los hombres, por despecho, por envidia, por miedo. Sólo el
Primer Ángel volvía a veces sus ojos, desde su seráfica morada, para cuidar de
ellos.”
Al final, la misión del tercer ángel no es
salvar a la humanidad, sino crear una humanidad nueva, diferente. De la misma
forma, la derrota final de Mecirio simboliza el paso del tiempo, que trae
consigo la muerte. Mientras tanto, Caterina y Lucas vuelven a encontrarse a
través de los tiempos, para vencer a la muerte con su magia. Porque, ¿y si en
realidad es la magia del amor la única que puede cambiar el mundo? Por lo
menos, si eso no es posible, lo hizo en poco menos de dos horas, el tiempo que
dura un abrazo. Leemos en las últimas páginas de la novela de Nacho Márquez: “Fueron
muchas las manifestaciones en todo el mundo que, en contra de toda lógica,
preservaron la vida en situaciones extremas. Fue conocido el caso del incendio
que, después de tener en jaque a todo un país, se extinguió súbitamente, sin
que mediara la lluvia o la reducción de la fuerza del viento; una patrulla que
se vio acorralada contó haber salido milagrosamente de allí atravesando las
gigantescas llamaradas sin sufrir quemaduras ni inhalar humo alguno. Los
accidentes de tráfico, las algaradas, las guerras, los crímenes, la enfermedad
o la vejez. Todas las circunstancias en que los seres humanos morían,
fracasaron durante un periodo de tiempo. Cuando los gobiernos empezaron a
compartir e integrar información, fue tomando forma la idea de que ningún ser
humano había muerto en un intervalo de tiempo de una hora y cuarenta y seis
minutos; además, durante ese tiempo se habían producido fenómenos extraños, sobrenaturales,
incomprensibles, en muchos rincones del mundo, y no dejaban de documentarse
cada vez más; todos ellos con el denominador común de perpetuar la vida condenada a morir, de
forma inexplicable. Por un tiempo, los hombres recordaron un intervalo de magia
y misterio, un tiempo en que lo oculto y lo arcano gobernaban su destino;
aquellos ciento seis minutos mágicos les hablaron de que una vez hubo un poder
más allá de toda comprensión, de cualquier ciencia o divinidad, les recordaron
que una vez hubo magia en el mundo de los hombres.”
En definitiva, “El Tercer Ángel”, como las
otras dos novelas de la trilogía, narra una historia diferente, en la que Dios
y la ciencia no son tan diferentes entre sí. Y es precisamente el amor, la
magia que hay detrás de toda relación en la que prime el amor verdadero, aunque
el término pueda parecer un contrasentido, lo que pone en relación los dos términos
contrapuestos.
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