La agonía de Francia, escrita por
el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales y publicada por primera vez en
1941, es una de las más lúcidas y desgarradoras crónicas sobre la caída de
Francia ante la Alemania nazi en 1940. Lejos de conformarse con una exposición
factual de los hechos, Chaves Nogales construye un testimonio personal y moral,
cargado de amargura y lucidez, que denuncia la decadencia de una sociedad que,
según él, había renunciado a defenderse a sí misma.
Manuel Chaves Nogales (1897-1944) fue un periodista y escritor español, uno de esos periodistas “de raza”, un profesional del periodismo que tiene una gran vocación, pasión y ética por su trabajo. Se trata de alguien que, más allá de simplemente informar, investiga a fondo, desafía el poder, busca la verdad con coraje y tiene una fuerte identidad periodística. Son periodistas que no se conforman con lo superficial, que van más allá de los comunicados oficiales, y que tienen un instinto especial para descubrir lo que realmente importa. A menudo, se les reconoce por su compromiso con la sociedad, su independencia y su capacidad de contar historias de manera impactante y rigurosa.
Célebre por su compromiso con la
democracia y por su estilo directo, preciso y honesto. Hijo de un periodista
republicano, Manuel Chaves Rey, Chaves Nogales se formó en un ambiente liberal
y muy crítico. Durante los años treinta trabajó en medios como Ahora y Estampa,
y destacó por su cobertura de la Guerra Civil española, en la que se posicionó
contra los totalitarismos de ambos bandos. Su obra “A sangre y fuego” recoge
relatos sobre ese conflicto, desde una perspectiva humanista y profundamente
comprometida con la verdad. En 1936 se exilió en París, y más tarde, cuando el
país vecino se vio invadido también por la bota del nacismo, y huyendo del
avance del fascismo por todo el viejo continente, se vio obligado a exiliarse,
esta vez en Londres, donde escribió estas reflexiones sobre la crisis y la
agonía del país que le había acogido en un primer momento. Publicó sus crónicas
en los mejores diarios, no sólo españoles, sino también en Francia y en
Inglaterra, y escribió varios libros, en los que demuestra su apuesta por la
democracia y en contra de las dictaduras. Chaves Nogales murió prematuramente
en 1944, en el exilio londinense, víctima de una úlcera.
En 1928 había ganado el premio
Mariano de Cavia, uno de los más prestigiosos del periodismo español en
aquellos años, por la cobertura que había realizado el año anterior del viaje
de la aviadora norteamericana Ruth Elder, quien, en compañía de George
Haldermann, había intentado cruzar el Atlántico. Aunque la gesta no pudo
terminar tal como quería, al estrellarse su aparato en las aguas del océano, la
norteamericana logró llegar a Lisboa, ciudad desde la que se trasladó hasta
Getafe, a los mandos de un Junker de la Unión Aérea Española, acompañado por el
propio Chaves Nogales y tres periodistas más.
Volviendo al texto analizado, quizá
uno de los libros más conocidos de su autor, debemos tener en cuenta la
situación en la que se encontraba la nación vecina cuando el periodista,
huyendo de la dictadura de Franco, se instaló en el país vecino. La narración
de Chaves se contextualiza en el momento más crítico de la historia
contemporánea francesa: la derrota fulminante del ejército francés ante las
tropas nazis en la primavera de 1940. El país quedó partido en dos: una zona
norte ocupada militarmente por Alemania, y una zona sur nominalmente libre,
gobernada desde Vichy por el mariscal Philippe Pétain, quien aceptó colaborar
con el régimen nazi. Esta “zona libre” no fue en realidad independiente: el
régimen de Vichy fue un Estado títere que, bajo la apariencia de legalidad y
orden, se entregó al colaboracionismo, instaurando un régimen autoritario,
antisemita y represivo. Chaves Nogales desenmascara esta falsa neutralidad:
para él, Pétain y los suyos no fueron más que facilitadores de la dominación
nazi. La caída de Francia no fue sólo militar: fue —y esta es la tesis del
libro— una derrota moral.
Ya hemos dicho antes que Chaves
Nogales fue un convencido demócrata. Por eso, no puede estar de acuerdo con
quienes culpabilizan a la democracia de los males que asolan al país vecino: “Todos
los idiotas del mundo -incluso los idiotas demócratas- se han puesto de acuerdo
en proclamar que la democracia y el liberalismo, con su corrupción, su
incapacidad, su falta de energía y resolución, han sido la causa fundamental de
la decadencia de Francia y de su derrumbamiento final. Esta unanimidad en el
juicio de los tontos, es uno de los mayores prodigios realizados por los
fabulosos medios de captación de que dispone en nuestro tiempo la propaganda
manejada sin escrúpulos por los Estados. Porque la verdad, la última verdad de
Francia, la pura verdad, que hay que estar ciego para no ver, es precisamente
la contraria… Cuando los franceses, haciendo coro al doctor Goebbels, decían
que era la democracia, el régimen parlamentario, el liberalismo, la República,
lo que estaba podrido, se engañaban o pretendían engañarse, ocultando
pudorosamente que no era el país oficial, como decían sino el país real. La
Francia que se creía inmortal, con sus veinte siglos de civilización, lo que llevaba
a la muerte las generaciones impotentes de la posguerra.”
Chaves Nogales, por el contrario, hace un
análisis certero de cuáles son los verdaderos problemas de la Francia de los
años treinta, problemas que tienen más que ver con el derrotismo en el que
habían caído la mayor parte de los franceses: “Éste es el gran señuelo de
socialismo. Mientras la democracia mantiene a los hombres en un estado
permanente de impureza, el totalitarismo es un Jordán purificador maravilloso.
Mientras el demócrata tiene que subir un calvario con la cruz a cuestas,
cayendo y levantándose entre la befa y los salivazos de la canalla irritada, el
totalitario aparece ante las masas humildemente postrada como un arcángel
resplandeciente. Basta imaginar las catástrofes que se producirían en Alemania,
Italia o la URSS si las masas, humildemente postradas ante sus arcángeles
rutilantes que menean diestramente las espadas flamígeras del totalitarismo,
adoptasen la actitud rebelde que habían adoptado en el seno de la democracia
francesa. Porque la única verdad de la decadencia de las democracias radica en
el hecho innegable de la rebelión de las masas, el gran fenómeno de nuestro
tiempo, provocado no por un afán de superación multitudinario, sino por un
desencadenamiento diabólico de los más bajos instintos.”
Y más adelante, ante la situación
prebélica en la que el país se encuentra ante la inminente invasión alemana
Chaves Nogales es muy crítico ante el sentimiento derrotista del ejército y del
pueblo francés ante la inminente guerra: “En esto, como en muchas otras cosas,
Francia había renegado de su verdad profunda para dejarse sugestionar por los
procedimientos de sus adversarios. La doctrina democrática de la nación en
armas, con todos sus defectos, con todas las corruptelas del reclutamiento,
hasta con sus emboscadas y sus objetores de conciencia, pero con su humana e
inteligente comprensión de las posibilidades auténticas de heroísmo que existen
en un pueblo de cuarenta millones de habitantes, era mucho más eficaz de esa
grotesca simulación del heroísmo
universal en que se basan las doctrinas totalitarias, que Francia nos ha
enseñado, es como se derrumba, no un régimen verdaderamente democrático, sino
un totalitarismo incipiente. Si Francia hubiese seguido siendo fiel a sí misma,
si no hubiese adoptado frívolamente las funciones que tarde o temprano han de
ser fatales para Hitler y Mussolini, si no hubiese caído en un régimen híbrido
y, como tal, infecundo, si hubiese seguido siendo una democracia con todas sus
consecuencias, no habría sido vencida.”
En “La agonía de Francia”, Chaves
Nogales narra su experiencia como testigo directo de la invasión alemana en
Francia y la posterior huida de París en 1940. El libro es tanto un testimonio
personal como una reflexión política. Con su estilo característico —claro,
honesto, incisivo—, el autor denuncia el colapso moral de la Tercera República
Francesa, desbordada por la pasividad de sus élites, el desencanto del pueblo y
el avance del totalitarismo. La obra es también una severa advertencia sobre
los peligros de la neutralidad cobarde, el pacifismo mal entendido y la
rendición ante el fascismo.
Chaves Nogales no se ahorra
críticas, ni siquiera hacia la izquierda, a la que acusa de haber perdido el
norte frente al comunismo, mientras la derecha coqueteaba con el autoritarismo.
Francia, según él, se había desarmado moral y políticamente antes de ser
vencida militarmente. En este sentido, recogemos las palabras del autor: “Las
dos grandes fuerzas de destrucción del mundo moderno, el comunismo y el
fascismo, la nueva barbarie de nuestro tiempo, que ha conseguido arrastrar
consigo las eternas antinomias de tradición y revolución, pobreza y riqueza,
nación y universalismo, habían librado en Francia una larga batalla no por
incruenta menos funesta. Todo había sido arrasado a derecha e izquierda.
Quedaba únicamente lo que era indestructible, la norma, el espíritu, que si
bien no impide a las naciones morir, es lo que las permite resucitar.” Y más
adelante, en uno de los últimos capítulos del libro, concluye afirmando lo
siguiente: “Para los unos, Francia no sería si no era fascista. Para los otros
no había más Francia posible que la de la revolución del proletariado.” Entre
ambos extremismos, podemos decir, no había solución para el país vecino.
La agonía de Francia es un libro
imprescindible para entender no sólo Francia, sino la Europa de entreguerras,
el colapso de las democracias liberales ante los totalitarismos y la
responsabilidad de las sociedades que, por miedo, comodidad o desidia,
renuncian a defender sus valores. Chaves Nogales, con una mezcla de tristeza,
valentía y claridad, no sólo retrata el hundimiento de un país, sino que lanza
una advertencia atemporal: la libertad no se mantiene sola, hay que defenderla,
incluso cuando todo parece perdido.
Por todo ello, en tiempos de crisis,
como es el nuestro, esta obra conserva una vigencia inquietante, y la figura de
Chaves Nogales, periodista íntegro y demócrata sin partido, sigue brillando
como ejemplo de honestidad intelectual y compromiso moral. Su lectura, de esta
forma, nos permite hacer una honda reflexión que también, esa es mi opinión y
con las lógicas diferencias entre un régimen y otro, pero puede servir también
para España, y quizá también para el conjunto de Europa, de este siglo XXI que
nos ha tocado vivir: “En un régimen democrático auténtico, Daladier no hubiese
fracasado. Eran precisamente los enemigos de la democracia, aquellos que se
habían negado a consentir su continuidad, quienes esterilizaban su talento y
rendían impotente su fuerza. Al juzgar ahora a Daladier, se repite el sofismo
mil veces repetido de cargar a la cuenta de la democracia los crímenes que
cometen sus enemigos. Daladier fracasaba y llevaba a Francia a la catástrofe,
no porque fuese demócrata, ni porque el régimen democrático condujese
fatalmente a la derrota, sino porque, en Francia, actuaban criminalmente y con
impunidad otras fuerzas antidemocráticas que estaban resueltas a hundir el país
con tal de que se hundiese el régimen. El único pecado de la democracia ha sido
no aniquilar esas fuerzas de destrucción antes de que provocasen la rebelión de
las masas estimulando sus más bajos instintos. Contra ese movimiento general de
regresión que Georges Bernanos llama la
rebelión de los imbéciles, la democracia, es cierto, no ha sabido defender y
proteger al pueblo, al demos auténtico, que no está formado, ni mucho
menos, por esas falanges mesocráticas, híbridas y estériles como mulas que,
para apoderarse del poder y conservarlo, han tenido que caer en la barbarie del
totalitarismo.”
Mapa de Francia en 1940, después de la invasión nazi
El podcast de Clio: LA AGONÍA DE FRANCIA
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