jueves, 19 de abril de 2018

Los nuevos linajes nobiliarios conquenses Carrillo de Albornoz y Carrillo de Acuña


Si bien la ciudad de Cuenca se había visto, desde el primer momento de su conquista, libre de una jurisdicción señorial, las élites nobiliarias conquenses, enriquecidas en gran parte gracias a la ganadería, y a los derechos que generaba esa ganadería, fueron copando una red señorial de gran importancia por toda la sierra, alrededor de esos terrenos que seguían siendo de la ciudad de Cuenca. La familia Albornoz fue paradigmático en este sentido. Descendiente de uno de los caballeros que habían participado en la conquista de Cuenca, Gómez García de Aza (de origen borgoñón y navarro, señor de Aza, Ayllón y Roa), fue premiado por su participación en la conquista de Cuenca con el señorío de Albornoz. Su hijo, Fernán Gómez de Aza, segundo señor de Albornoz cambió el apellido familiar, adoptando de esta forma el nombre de la villa, iniciando de esta forma un linaje que, en el siglo XIV, sobre todo, era el más importante de la ciudad, y uno de los más señeros de Castilla.

La familia iría con el tiempo obteniendo nuevos señoríos durante los sucesivos señores de Albornoz: Pedro Fernández de Albornoz, Fernán Pérez de Albornoz, Alvar Fernández de Albornoz, Garci Álvarez de Albornoz (1327-1328, padre del futuro cardenal Gil de Albornoz), Alvar García de Albornoz (1328-1374), Micer Gómez García de Albornoz (1374-1380), Juan de Albornoz (1380-1389) y María de Albornoz (1389-1440). De tal forma que, en la mitad del siglo XV, la última descendiente directa del linaje, María de Albornoz, poseía por ella misma más de treinta señoríos, extendidos por todo el norte de la provincia de Cuenca. A su muerte, algunos de sus señoríos pasaron a su única hermana, Beatriz de Albornoz, pero la mayor parte de ellos pasarían a otros linajes, como Álvaro de Luna, los Mendoza, y Gómez Carrillo y Castañeda.

Y aquí viene a colación uno de esos nuevos linajes surgidos entre las élites de poder conquenses a lo largo de todo el siglo XV. Y es que en esta época, durante las guerras nobiliarias que asolaron primero el reinado de Juan II, y más tarde también durante las guerras civiles entre Enrique IV y sus hermanos, nuevas familias se vinieron a asentar también en los lugares cercanos a la ciudad de Cuenca, emparentando con las élites antiguas, e incorporándose de esta forma a esa oligarquía conquense. Surgieron así nuevos linajes, como los Carrillo de Albornoz, surgido a raíz de la unión matrimonial entre Gómez Carrillo y Casteñeda, señor de Ocentejo y Paredes, con Urraca Álvarez de Albornoz, señora de Portilla y hermana del cardenal Gil de Albornoz, o los Acuña. De esta manera, los Carrillo de Albornoz eran primos, y no demasiado lejanos, de la última señora de Albornoz. También lo era don Álvaro de Luna, pues su padre, Álvaro Martínez de Luna, era hijo de Juan Martínez de Luna y de Teresa de Albornoz, quien a su vez era una de las hijas de Micer Gómez de Albornoz.

Gómez Carrillo, el fundador del linaje Carrillo de Albornoz, había sido alcalde mayor de los Hijosdalgo de Castilla, y ayo del futuro rey Juan II. Por su parte, Urraca Álvarez de Albornoz, había nacido en Carrascosa del Campo, otro de los pueblos que estaban bajo la jurisdicción de las diversas ramas de este linaje. Y ambos tuvieron cuatro hijos, entramando de esta manera, de forma definitiva, los dos linajes familiares. El mayor, Álvaro, heredaría gran parte de los señoríos familiares de su padre, principalmente los de Ocentejo, en la provincia de Guadalajara, y Cañamares, ya en la de Cuenca, y sería un nieto suyo, quien recuperaría algunos de los pueblos que habían sido de los Albornoz, como Torralba. Mientras tanto, su hija Teresa heredaría los de Portilla, Paredes y Valtablado de Beteta. Por su parte, María Carrillo de Alarcón contraería matrimonio con Martín Ruiz de Alarcón, cuarto señor de Valverde, descendiente del conquistador de Alarcón en tiempos de Alfonso VIII, Fernán Martínez de Ceballos.
Casa palacio de los Carrillo de Albornoz. Sobre su solar
fue edificado el palacio de la Audiencia Provincial, y sólo
quedó del viejo edificio, como testigo vivo de su historia,
las columnas de su patio.

Sin embargo, de todos los hijos de Gómez Carrillo, el que pasó a la historia como uno de los grandes eclesiásticos de su época, fue Alonso Carrillo de Albornoz. Nacido también, como su madre, en Carrascosa del Campo, en una fecha desconocida de finales del siglo XV, como segundón que era de una importante familia nobiliaria supo desde el primer momento que estaba destinado a seguir la carrera eclesiástica, alcanzando a una edad muy temprana, gracias sin duda al patrocinio de sus importantes familiares, arcediano de Cuenca. En el consistorio de 22 de diciembre de 1408 era nombrado cardenal diácono de San Eustaquio, algo a lo que probablemente no sería ajeno el parentesco que su familia tenía con el Papa Benedicto XIII, Pedro Martínez de Luna, a cuya familia había pertenecido también su tía abuela, Teresa de Luna, la madre del cardenal don Gil. Lo cierto es que fue uno de los cardenales que durante el cisma se mantuvo fiel a su pariente, y sólo a partir de 1416 pidió por escrito a éste que abdicase, en beneficio del nuevo Papa, Martín V, y sobre todo en beneficio del conjunto de la Iglesia. Fue administrador de las diócesis de Salamanca y de Osma y abad de la colegiata de San Miguel Arcángel de Alfaro (La Rioja). En 1422 fue nombrado obispo de Sigüenza, aunque nunca residió en su diócesis, pues desde dos años antes venía desempeñando el cargo de legado papal en Bolonia. Ya nunca regresaría a España, ejerciendo nuevos cargos en los estados pontificios. Desde 1423 fue cardenal presbítero de los Cuatro Santos Coronados, y desde 1428 archivicario de la basílica de San Juan de Letrán. Tuvo un papel preponderante durante el concilio de Basilea, y nombrado vicario en Aviñón en 1433, falleció al año siguiente, poco después de su regreso a la ciudad suiza.

También es paradigmática de esta nueva situación el caso del señor de Buendía, Lope Vázquez de Acuña, descendiente de un linaje portugués, los Cunha, que había tenido que emigrar a Castilla a raíz del enfrentamiento dinástico que se produjo en su país entre los infantes, Juan y Dionis, y la nueva dinastía Avis. Sobre ellos ya he hablado en esta misma tribuna en alguna ocasión anterior, por lo que no creo conveniente la necesidad de insistir en el tema. Tan sólo quiero recordar que, por sus servicios a la corona de Castilla, y en recompensa por el abandono que había tenido que hacer de sus posesiones en el país vecino, Enrique III le entregó los señoríos de Buendía y Azañón. Casado con Teresa Carrillo de Albornoz, quien era hija precisamente de los fundadores de este linaje, los señores de Paredes y Portilla, pasó pronto también a la ciudad de Cuenca, donde ocupó, como el resto de su familia política, importantes cargos concejiles. Uno de sus hijos, Pedro Vázquez de Acuña, fue premiado por el infante Alfonso con el condado de Buendía; otro de ellos, Alonso Carrillo de Albornoz, siguió como segundón de la familia la carrera eclesiástica, llegando a alcanzar el arzobispado de Toledo.


Entrada a la capilla de Caballeros de la catedral de Cuenca,
patronato de los linajes Albornoz y Carrillo de Albornoz.


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