La semana pasada prometía a los
lectores de este blog un comentario sobre un libro de reciente publicación que
tiene como protagonista a la figura de Julián Romero, el brillante maestre de
los tercios españoles nacido en un pueblo de Cuenca, y que falleció en el norte
de Italia, durante su viaje, otra vez al mando de sus tropas, por el siempre
recordado, aunque también olvidado, Camino Español o Camino de Flandes. Sin
embargo, la actualidad me ha obligado a aplazar esta promesa, dejarla para la
semana que viene (si no hay mientras tanto otras novedades que lo impidan), y
centrarme ahora en lamentar algunos aspectos que están relacionados con el 56
Congreso Internacional de Americanistas, que durante estas fechas se está
celebrando en la Universidad de Salamanca. Un encuentro de carácter científico
que acoge, según la organización, a un total de unos cinco mil expertos en la
materia, procedentes de 56 países diferentes; un encuentro científico de gran
interés, posiblemente el más importante de cuantos se celebran en el mundo,
pero en el que, según recoge la prensa, se han colado también algunas
aportaciones escasamente científicas que quizá, esperemos que no, puedan
restarle interés.
Desde hace algún tiempo se está
colando en una parte de la población, una teoría extraña que viene a otorgan a
Cristóbal Colón un imaginario origen catalán que, cuando menos, nunca ha sido
demostrado. Se trata, por otra parte, de una teoría de escasa o nula aceptación
por parte de los especialistas en la materia, más allá de todos aquellos que
pueden encontrarse inmersos en el nacionalismo más obtuso, inmersos más en su
propia ideología que en la verdadera historia. Para ellos, desde la “historiografía
oficial” se ha creado una especie de teoría de la conspiración, tal y como lo
ha definido Rodrigo Alonso en el periódico ABC, para hacer olvidar del relato
histórico del descubrimiento y la conquista de América a los que fueron, según
ellos, sus verdaderos promotores: los catalanes. Así, según los propios
independentistas, Cristóbal Colón no era genovés, y ni siquiera se llamaba
realmente Cristóbal Colón. En realidad su nombre era Cristòfor Colom, era
catalán, y además era de la misma familia a la que pertenecía Francesc Colom,
el que fue presidente de la Generalitat de Cataluña entre 1467 y 1467.
Ahora, esta teoría de la
conspiración va mucho más lejos. En efecto, la expedición de las tres naves
colombinas que acabarían su viaje con el descubrimiento de América (la nao Santa María y las carabelas Pinta y Niña; de momento, a nadie se le ha ocurrido todavía rebautizarlas
con nombres catalanes) no partió del puerto onubense de Palos de la Frontera ,
sino del catalán puerto de Pals, en el Ampurdán gerundense: “No hay ninguna base que sustente que Colón
salió Palos de la Frontera; lo único que hay es una literatura de cronistas
oficiales y de documentos perdidos. En cambio, en Pals hay diversas pruebas que
demuestran que aparentemente podría haber sido el lugar de partida de la expedición”,
afirma el presidente del Círculo Catalán de Historia, Joaquim Ulia al periódico
ABC, en unas declaraciones que, sin duda, han pasado a formar parte de lo que
podríamos llamar la “antología absurda de la historiografía ideológica”.
Quizá sea cierto que Cristóbal
Colón no se llamara realmente Cristóbal Colón; en aquel tiempo, los nombres extranjeros
se españolizaban para hacerlos más comunes y fáciles de distinguir a los
españoles. Por otra parte, el asunto de su patria, de su lugar de nacimiento,
ha sido fuente durante cinco siglos de innumerables debates historiográficos,
aunque en la actualidad, la mayoría de los historiadores se inclinan por
aceptar, mientras no se encuentren pruebas suficientes que lo desmientan, su
origen genovés. Desde luego, la cercanía fonética del apellido con el Colom
catalán no puede ser prueba suficiente para avalar esa teoría catalana. Y
respecto al tema del lugar de partida de la expedición, éste es un asunto completamente
cerrado desde el principio, en base, sí, a multitud de crónicas oficiales (no
por ser oficiales son en sí mismas rechazables), pero también de documentos
históricos. Es sabido, además, que los aragoneses, y los también los catalanes,
como miembros de esa comunidad de origen, miraron durante toda la Edad Media
más al Mediterráneo que al Atlántico. Por otra parte, cuando un historiador
viene a contradecir una teoría que, como es el caso, ha sido claramente
aceptada por la comunidad científica, es él quien debe soportar lo que en
términos jurídicos sería el peso de la prueba: debe ser él quien, en base a sus
nuevos descubrimientos, debe demostrar fehacientemente sus investigaciones, y
no la propia comunidad científica la que tenga que desmentirlos.
Para los historiadores
nacionalistas, toda la historia de España ha sido eso, una teoría de la
conspiración, ideada desde las sombras con un único fin: denostar a la poderosa
y avanzada nación catalana, mucho más adelantada cultural y técnicamente que la
castellana en todo momento del pasado. Por ello, ocultaron ya en los tiempos
lejanos del descubrimiento de América, la verdadera patria del hombre que había
realizado tan importante hazaña, y por ello ocultaron también el verdadero
punto de partida de la travesía. Por eso también, un siglo más tarde, ocultaron
también la verdadera patria del autor de la que es considerada la más importante
obra de ficción que ha dado la literatura española: Cervantes y su Quijote son,
por supuesto, catalanes, porque en Castilla no podría existir ningún hombre tan
ingenioso, capaz de escribir algo semejante. ¿No será posible, entonces, que la
más importante novela de la literatura universal, hubiera sido escrita
realmente en catalán, en una versión hecha desaparecer en virtud de esa teoría
de la conspiración, con el fin de primar así su traducción al castellano?
La teoría catalanista de Colón se
desmiente por sí misma, desde luego. Lo que para Joaquim Ulia es una falta total
de testimonios y de pruebas históricas, es en realidad una multitud de referencias,
que durante muchas décadas han sido puestas de manifiesto por los verdaderos
especialistas en el tema.. Por todo ello, lo verdaderamente importante de este
hecho no es la existencia de la teoría; eso es algo que todos esperamos de este
tipo de historiadores, movidos más, como decía antes, por una ideología
supremacista que por el interés científico. Es, en resumen, todo lo que cabría
esperar de la historiografía abducida por el nacionalismo.
Lo verdaderamente grave, lo que
más sorprende, es que este tipo de teorías pueda colarse en un evento como
éste, la más importante reunión científica que existe ahora mismo en el ámbito
de la historia de América. Lo que sorprende es que en un evento de este tipo,
no exista un comité científico que lo impida. No se trata en realidad, como
podrían aducir los nacionalistas, de ejercer una labor de censura entre las aportaciones
entregadas, sino de garantizar que todas ellas puedan tener un mínimo rigor
científico, evitando que se cuelen “de rondón” ensoñaciones como ésta,
aportaciones que tienen más de historia-ficción, o incluso de ficción sin
historia, que de verdadero estudio historiográfico. Todos los congresos
científicos importantes tienen comisiones de este tipo, y cuanto más rigor tenga
esa comisión a la hora de saber elegir las ponencias de deban ser presentadas y
publicadas, mayor rigor científico tendrán también las conclusiones presentadas
en ellos.
Monumento a Cristóbal Colón, en las Ramblas de Barcelona