viernes, 6 de septiembre de 2019

LA CATEDRAL DE CUENCA, CUNA DEL GÓTICO CASTELLANO. ALFONSO VIII Y LEONOR PLANTAGENET, IMPULSORES DE UN TEMPLO CRISTIANO (I)

Ponencia presentada en el II Congreso "Arte, Cultura y Patrimonio". Museo Etnográfico de Castilla y León. Zamora, 1 a 4 de septiembre de 2019.


Los orígenes de la catedral de Cuenca. Cronología y desarrollo



           
   El 13 de abril de 1902, a primera hora de la mañana, nada más haber finalizado la misa de ese día, se caía la Torre del Giraldo, la más elevada de la catedral de Cuenca, del siglo XVII, causando la muerte de algunos de los niños que en ese momento se encontraban allí, entre ellos la hija del campanero. Esa torre formaba parte de la fachada barroca, que había sido realizada a mediados de aquella centuria con el fin de sustituir a la antigua fachada gótica, en la cual se apoyaba y utilizaba buena parte de sus elementos más característicos, por el arquitecto José Arroyo, aunque se hallaba retranqueada respecto a ésta, apoyada realmente sobre una de las esquinas del claustro. Pero lo que había sido en un primer momento un importante castigo para nuestro templo mayor, la destrucción de una parte importante del edificio, se convirtió al poco tiempo en una especie de premio, cuando el 23 de agosto de ese mismo año, previo sendos informes de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia de San Fernando, el edificio era declarado monumento nacional, y se iniciaban las obras para su restauración. Este hecho significó que, por fin, y después de muchos años, la catedral conquense pudiera salir del olvido en el que había permanecido, tanto entre el público en general, como también entre los estudiosos de la arquitectura gótica.

              La restauración del edificio se le encomendó desde el primer momento al arquitecto y restaurador madrileño Vicente Lampérez, quien en ese momento era uno de los principales seguidores del arquitecto francés Eugene Viollet-le-Duc, y de sus tesis neogóticas. Hay que decir, en este sentido, que al contrario de lo que muchas personas creen, el hundimiento de la torre de las campanas no afectó demasiado a la propia fachada catedralicia, porque en realidad ésta se desmoronó sobre el claustro y sobre el contiguo Arco de Jamete. Por el contrario, la demolición de la fachada fue una decisión personal de su restaurador, que quiso aprovechar la ocasión que se le ofrecía para trazar su propia fachada, dentro de ese nuevo estilo neogótico que su maestro había iniciado en el país vecino, y cuya más clara referencia era el famoso chapitel de la catedral de París, trágicamente desaparecido esta Semana Santa de 2019. En Burgos, donde Lampérez había permanecido como arquitecto restaurador en las últimas décadas del siglo XIX, el arquitecto madrileño también había destruido el palacio episcopal, que se alzaba delante de la catedral, con el fin de despejar de edificios la vista del templo. Y en León habíaa sucedido ya algo parecido algunos años antes, esta vez a manos de Demetrio de los Ríos, quien, por cierto, era suegro del propio Lampérez. Ambos arquitectos, Lampérez y de los Ríos, son, como se ha dicho, los dos máximos difusores en España de la llamada restauración es estilo, defendida por Viollet,-le-Duc, que propugnaba la restauración de los edificios históricos, no como habían sido en origen, sino como, a juicio del restaurador deberían haber sido.

              Fue Vicente Lampérez también quien, ya desde sus primeros informes realizados para documentar los trabajos de restauración del templo, acuñó para la catedral de Cuenca un supuesto encuadramiento dentro de lo que él llamó estilo gótico anglonormando, tomando como base para ello su parecido con la catedral inglesa de Lincoln, así como con otros templos del gótico propio de las islas. Desde entonces, esta supuesta atribución ha sido aceptada por diferentes especialistas, y por el público en general, sin llevar a cabo una mínima crítica científica. Sólo Elie Lambert, primero, y más tarde Torres Balbás, entre los expertos foráneos, se atrevieron a contradecir al restaurador. El primero defendió su encuadramiento en el gótico franco-borgoñón, partiendo del evidente parecido de la catedral conquense con diferentes templos levantados en el siglo XII en la llamada Ile-de France, la región que rodea a la propia capital parisina: Notre Dame de Dijon, Saint Yved de Brain,… Por su parte, Torres Balbás fue el primero en insistir en la originalidad del templo conquense, dentro de la arquitectura peninsular en el momento de su construcción, dándole, de esta forma, un puesto de primacía en el gótico castellano, por delante de otros edificios similares que, más que modelos y referentes de nuestro edificio, pasaban a ser readaptaciones ligeramente posteriores de ese primer templo conquense.

              Así pues, el propósito de este trabajo no es otro que el de incidir, una vez más, y aprovechando este foro sobre patrimonio, historia y arte, en esa teoría sobre la importancia de la catedral de Cuenca como verdadera cuna del gótico castellano, por delante de otros templos a los que, usualmente, se les atribuyen esa categoría: catedrales de Ávila, Sigüenza, Burgo de Osma, o incluso León, Santa María de Huerta, monasterio de las Huelgas,… En algunas ocasiones, como sucede en las sedes episcopales mencionadas, si bien la respectiva construcción del edificio se había iniciado en fechas anteriores a la nuestra, ésta se había realizado en sus respectivas canterías románicas, o en todo caso, en ese estilo cisterciense de transición, que todavía no había llegado a ser propiamente gótico, realizándose la obra nueva en fechas posteriores a la catedral de Cuenca. María del Carmen Muñoz Párraga, que ha estudiado la catedral de Sigüenza, da para la obra gótica del templo una cronología entre los años 1198 y 1221, cuando el templo conquense se hallaba ya muy avanzado en su construcción, y algo parecido sucede respecto a la catedral de Ávila. La catedral gótica de Burgos, que en realidad fue la tercera (está levantada sobre una catedral románica que, a su vez, sustituyó a otra prerrománica, mandada levantar después del año 916 por el rey Ordoño II), sólo se inició en 1205, aunque diferentes problemas constructivos en sus cimientos obligaron a paralizar las obras, que no se reanudarían hasta cincuenta años más tarde. Y la de Burgo de Osma, por su parte, no sería iniciada realmente hasta1232, sobre la anterior, también románica.

              Y respecto a los monasterios citados, también sucede lo mismo con estos: o son posteriores en su construcción a la catedral de Cuenca, o bien responden a ese otro estilo cisterciense, intermedio entre el románico y el gótico. Esto sucede con el monasterio soriano de Santa María de Huerta, cuyas obras se habían ya iniciado a mediados del siglo XII en ese estilo cisterciense, con el fin de dar cobijo a una comunidad de la orden que había llegado al reino castellano, procedente de la Gascuña francesa. Y respecto al monasterio de Santa María la Real de Huelgas, donde el propio rey Alfonso VIII y su esposa, Leonor Plantagenet decidieron construir su propio panteón real, y el cercano Hospital del Rey, ambos en las inmediaciones de Burgos, su primera construcción fue ligeramente posterior a la de la catedral de Cuenca. En efecto, la bula de construcción del edificio burgalés, firmada por el Papa Clemente III, está fechada el 2 de enero de 1187, y el 1 de junio de ese mismo año está fechada la carta fundacional del propio monasterio por el monarca, bajo la regla cisterciense. Además, la parte más antigua del edificio, las llamadas Claustrillas (el claustro primitivo), es todavía románico.

              La catedral de Cuenca, por su parte, y aunque Torres Balbás estableció para su construcción un arco cronológico entre 1199 y 1211, en base a unas supuestas donaciones de Alfonso VIII en favor de la fábrica catedralicia, que según él no se iniciaron hasta el primero de los años citados, Jesús Bermejo pudo adelantar la fecha de inicio de la construcción al año 1182, en base a la documentación conservada entre los fondos del Archivo Catedralicio. Recordamos las palabras del propio Jesús Bermejo:

Es afirmación que hubiera podido tener ciertos visos de probabilidad, de haber sido cierta la supuesta pobreza de la primitiva iglesia conquense y la carencia de donaciones reales y otras ayudas -las de su propio primer Obispo incluidas- hasta esas fechas del 1199 a 1211, que señalan los señores Torres Balbás y Chueca. Pero resulta que ni hay base suficiente para pensar en tal primitiva pobreza, ni puede decirse que las donaciones de Alfonso VIII a la Catedral empezaran en 1199. Los Libros de Privilegios que se conservan en el Archivo Capitular de esta Santa Iglesia, nos dan a saber que, si bien en los años citados por dichos autores se hacen donaciones diversas -en general, importantes- a la Iglesia y al Cabildo de Cuenca por el rey Alfonso, los privilegios y donaciones de mayor consideración, tanto por su cantidad como por su calidad, se corresponden con los años que van del 1182 al 1189, que son los años entre los que ha de situarse la iniciación de las obras de esta Catedral, a la que el rey hace partícipe de casi todas sus concesiones, juntamente con el Cabildo de Canónigos y con el Obispo.[1]



            
  La teoría que expongo, como ya he dicho, no es nueva entre los especialistas de la arquitectura gótica, ni dentro ni, al menos en algunos círculos, fuera de la ciudad. Autores que han estudiado la catedral, como el ya citado Jesús Bermejo, Rodrigo de Luz, Gema Palomo, o más recientemente Francisco Noguera Campillo, director de investigación del Instituto del Gótico e Innovación Cultural, han defendido ya en repetidas ocasiones la prelación de Cuenca como, al menos, una de las cunas del gótico castellano. Éste último, además, afirma que existen evidencias de que en 1196, cuando se consagró el altar mayor de la catedral conquense, toda la cabecera del templo estaba ya totalmente construida, de modo que ya se podía oficiar en su interior la Santa Misa; mientras tanto, tal y como hemos dicho, en el monasterio burgalés de las Huelgas apenas se había construido para entonces el claustro, y no sería hasta los primeros años del siglo siguiente cuando se llevarían a cabo las principales obras en la propia iglesia, a manos de cierto Maestro Ricardo, llegado probablemente hasta allí desde tierras inglesas. A este respecto ha escrito Rodrigo de Luz, uno de los mayores conocedores del primer templo conquense, las siguientes palabras:

Una vez hechas estas necesarias aclaraciones, estamos en condiciones de afirmar, sin duda, que el gótico castellano nació en la cabecera de la catedral de Cuenca, iniciada hacia 1182 por arquitectos procedentes del dominio real francés, y muy posiblemente, pertenecientes a la Orden Cisterciense. Tanto los que conocieron su proceso constructivo, como los que asistieron a su Consagración, hacia 1208, quedaron admirados de su originalidad y de su magnífica imagen. Por ello, a su regreso, adoptaron su estilo lo mismo en la terminación de las construcciones románicas, que en las de nueva planta. Así se puede comprobar que ocurrió en muchas iglesias románicas de Burgos y de Santander, en las que sus últimos tramos se cubrieron con bóvedas octopartitas y sexpartitas, como es el caso de la colegiata de Santillana del Mar, o también, en la cubrición del presbiterio de la catedral de Ávila.[2]

             

              Me sumo a todas estas consideraciones, realizadas por verdaderos especialistas en la Historia del Arte, y principalmente en la arquitectura gótica. Mi aportación, como he dicho antes, en un foro de estas características, viene más del lado de la historia, propiamente dicha, que de la historia del arte, que desde luego no es mi especialidad. Intentaré, para ahondar más en el tema, profundizar en unos hechos históricos que van a marcar, a caballo entre los siglos XII y XIII, justo en el mismo momento en el que se está construyendo la catedral de Cuenca, el devenir cultural e ideológico no sólo de España, sino también el de gran parte de Europa.

              Es bien conocido que la arquitectura gótica nació en el norte de Francia, y en concreto en esa región que conforma la llamada Ile-de France, la región que rodea la ciudad de París, y que conformaba, en pleno siglo XII, el eje principal del reino francés de la dinastía Capeto. Se viene repitiendo por los especialistas, y no vamos a contradecir la teoría, suficientemente contrastada, que el primer templo gótico fue la abadía de Saint Denis, en las inmediaciones de la propia ciudad de París, una iglesia que fue iniciada entre los años 1140 y 1143. Se trataba en realidad de una abadía cisterciense, pero la estructura de su nueva cabecera, levantada por estas fechas con el fin de sustituir al antiguo edificio, responde ya a un nuevo estilo, diferente al de otras iglesias de la orden. No es éste, por falta de espacio, el lugar más indicado para intentar definir cuáles son los elementos diferenciados de la arquitectura gótica, respecto de todo lo que se había construido anteriormente, y además, es un asunto que se puede encontrar en cualquier manual que hable de este estilo. No obstante, a modo de resumen, se puede destacar por encima de todas las cosas, el empleo de una avanzada bóveda de crucería, que aunque había sido inventada ya en los edificios cistercienses, terminó convirtiéndose, ya en el gótico, en la característica bóveda sexpartita:

En el plano arquitectónico, lo que en líneas generales distingue la construcción gótica de la románica, es el uso en un caso de las bóvedas de crucería, y su desconocimiento en el otro. A pesar de que la escuela anglonormanda utilizó este sistema de cubrición desde finales del siglo XI (Durham, Saint-Paul de Rouen) se trata de una particularidad local… Este discurrir afectó igualmente a otras partes y elementos del edificio. Ya se ha hablado de lo novedoso de la cabecera de Saint-Denis, pero en las fábricas de las que hablaremos inmediatamente, se detectan transformaciones en la planta, en la organización del muro, en los soportes, en el muro extremo de los brazos del transepto o de los pies.[3]

    

              Debemos realizar algunas consideraciones a las palabras de Francesca Español. Por un lado, la referencia a la escuela anglonormanda del siglo XI, que quizá fue lo que pudo influir en los primeros estudiosos del templo conquense, como Lampérez, para encuadrar nuestro edificio en ese misma escuela, aunque en realidad la autora está hablando todavía de edificios claramente pregóticos. Por otro lado, el empleo de esas bóvedas derivadas de las de crucería, cuatripartitas y sexpartitas, que ya se observa en toda la catedral conquense, antes que en ningún otro edificio peninsular.

              Después de la abadía de Saint Denis, el nuevo estilo constructivo se iría extendiendo por otras iglesias y catedrales que se iban levantando por ese territorio cercano a París: catedral de Noyon, hacia el año 1150; Notre Dame de París, hacia el año 1160, catedral de Laon, por esas mismas fechas,... Y algún tiempo después, también a otras edificaciones radicadas en el territorio circundante a la Ile-de-France, territorios feudales que, sin haber perdido parte de su independencia, estaban en aquella época vinculados al trono de los Capeto, Borgoña y Champaña principalmente: la catedral de Bourgues, una ciudad relacionada de manera importante con la corona, la primera de ellas fuera de la isla, en 1172; Chartres, tan importante en sí misma como por su relación con la catedral conquense, no sería iniciada su fábrica gótica hasta 1195, después del incendio que había destruido gran parte de las construcciones románicas; la catedral de Reims lo fue en 1211; siete años después la catedral de Amiens; por su parte, la de Beauvais no lo sería hasta 1225, demasiado avanzada ya la centuria siguiente;…

              Y de forma paralela a lo que sucedía en estos territorios, también al resto del país vecino, principalmente a los territorios del centro y del norte, como Aquitania, Bretaña y Normandía, precisamente esos mismos feudos que, como es sabido, pertenecían a los padres de la reina de Castilla, la ya citada Leonor de Aquitania. La fábrica gótica de la catedral de Ruan sería iniciada hacia el año 1200, después de haber sido también arrasada por el fuego su fábrica primitiva. La catedral de Le Mans, aunque había sido consagrada en 1158, responde en ese momento, todavía, a ese estilo de transición cercano al cisterciense, y su obra plenamente gótica no se iniciaría hasta finales de la segunda década de la centuria siguiente. Por lo que se refiere a Poitiers, capital en aquella época del ducado aquitano, el gótico había llegado allí antes que a otras ciudades francesas: su catedral basílica de San Pedro se había iniciado ya a mediados de siglo, en 1155. Y hay que resaltar, además, la participación activa que en su construcción, ideando y financiando la obra, habían tenido los suegros de Alfonso VIII, Leonor de Aquitania y Enrique II Plantagenet. A partir de ese momento, el gótico, llamado ahora gótico angevino o gótico Plantagenet, se iría extendiendo después a otras provincias del ducado, con unas características propias entre las que destacan el empleo de tres portadas en su fachada principal, como en el caso de Cuenca.

              El gótico se extendió también a tierras inglesas, de manos, otra vez, de los regios esposos Plantagenet. Hay que tener en cuenta, para comprender mejor el proceso, el contexto histórico en el que se desarrolla el reino de Inglaterra en aquel periodo confuso, con extensos territorios a un lado y otro del Canal de la Mancha. La catedral de Lincoln, con la que ha sido tantas veces emparentado el principal templo conquense, sobre todo a la hora de insistir en un supuesto encuadramiento del edificio en el estilo anglonormando, no fue iniciado hasta el año 1185, después de que el templo primitivo fuera sometido también a una violenta destrucción, en tiempos del obispo San Hugo de Lincoln, quien en realidad era originario de la ciudad de Avalon, en tierras francesas. Otro incendio destruyó la catedral primitiva de Canterbury en 1174, iniciándose algún tiempo después la construcción del nuevo edificio, ya en el nuevo estilo gótico. El resto de las catedrales inglesas se iniciarían ya en las primeras décadas de la centuria siguiente: Salisbury, a partir de 1220; la nueva fábrica de la catedral de Durham, a partir de 1228;…

              En algunas ocasiones, principalmente desde la historiografía catalana, se ha intentado anteponer el papel que pudo jugar el reino de Aragón, respecto al reino vecino de Castilla, en la extensión de la arquitectura gótica a la península ibérica. Así hubiera sido lo lógico, en el caso de que esa extensión se hubiera llevado a cabo en unos parámetros puramente geográficos, de que el traslado de los conocimientos del nuevo estilo entre los artífices y los canteros de las grandes catedrales hubiera sido producto sólo de copiarse unos a otros por pura proximidad territorial. Sin embargo, se obvia el papel jugado en el proceso por los monarcas castellanos, Leonor y Alfonso, un papel en el que el templo conquense fue partícipe, uno de los partícipes más importantes del mismo. También en este caso, las fechas son concluyentes: el románico persistió en tierras catalanas y aragonesas hasta bien entrado el siglo XIII, lo que provocó en aquellas tierras construcciones de transición todavía en tiempos muy tardíos.  A este estilo de transición responden los primeros templos góticos del reino vecino, como las catedrales de Tarragona y de LLeida, cuyas fábricas, en ese estilo mixto todavía, no serían iniciadas hasta 1195 y 1203 respectivamente. Y por lo que se refiere a la catedral de Barcelona, su obra gótica no se iniciaría hasta mucho tiempo después, en 1298.

              Más tarde, el gótico se extendería también al resto de Europa. En Alemania, uno de los principales edificios góticos sería la catedral de Magdeburgo, que fue iniciada en 1209. Las de Tréveris y Colonia, dos de las más conocidas, se iniciaron respectivamente en 1230 y 1248. Y aunque es menos conocido, también llegó el gótico a las regiones escandinavas, principalmente por las relaciones que estos reinos mantuvieron siempre con Inglaterra, relaciones comerciales y dinásticas que deben remontarse incluso a los tiempos de los vikingos. En Noruega, la catedral de Nidaros, la actual ciudad de Trondheim, se había iniciado ya en tiempos muy recientes, construida para cobijar el cuerpo de San Olaf (Olaf II, primer rey cristiano de Noruega), se inició en edad muy temprana, a finales del siglo XII, aunque el edificio actual es ciertamente posterior, y la catedral de Stavanger se empezó a construir a partir de 1275. También es del siglo XIII la catedral de Roskilde, el edificio gótico más importante de Dinamarca. Por su parte, en la actual Suecia, la catedral de Uppsala se empezó a construir también en esa misma centuria.

              En Italia, y tras un breve periodo de transición relacionado también, como en toda la Europa occidental, con la arquitectura del Císter, ese proceso es coetáneo con lo que sucedió en Alemania: catedral de Siena (1215), basílica de Santo Domingo de Bolonia (1228), basílica de San Francisco de Asís (1228), basílica de San Antonio de Padua (1232), Santa María Novella de Florencia (1279),… Pero en Italia, los primeros edificios góticos responden más a las influencias de ese gótico normando, precisamente por las diferentes dinastías que se sucedieron en el trono de Nápoles y Sicilia durante los siglos XII y XIII: Altavilla (1130-1194), Plantagenet (entre 1253 y 1263, en rivalidad con los reyes de la dinastía Hohenstaufen) y Anjou (entre 1265 y 1285, con el rey Carlos I). En este sentido es de especial importancia la catedral de Monreale, muy cerca de Palermo, iniciada en 1172 por el rey Guillermo II Altavilla.



              Dicho esto, es fácil comprender la importancia y la prelacía de la catedral de Cuenca en el contexto del gótico internacional. Creo conveniente recordar las palabras de Martin Aurell, para el que es necesario que la investigación en la historia del arte vaya siempre de la mano de la propia investigación histórica, porque sólo de esta forma se puede tener una visión completa del fenómeno creador:

Los asertos que preceden quizá desentonen hoy en el panorama metodológico de la Historia del Arte, al igual que en el de la crítica literaria o el de la filosofía. En efecto, desde finales de los años 1980, estas disciplinas dejan de lado demasiado a menudo el contexto sociohistórico de la creación artística, poética e intelectual. Conceden una ontología propia a la obra y una personalidad casi sobrehumana al artista, al escritor o al pensador, como si no estuviera de ningún modo condicionado por el mundo en el que trabaja. ¿Se trata de una regresión epistemológica? Seguramente no tenemos todavía la perspectiva necesaria para juzgarlo, pero es preciso constatar que analizar la creación artística fuera de su medio disminuye el diálogo entre las ciencias académicas, impide demasiado a menudo la interdisciplinariedad al historiador del arte. Evita que el historiador de la sociedad, de la cultura y de la política use la imagen o el monumento como una fuente que, con el mismo título que la carta, la crónica o el registro contable, le ayuda a comprender mejor el período de su predilección.[4]



              Es momento éste de estudiar, desde el punto de vista histórico, el papel desempeñado por los monarcas en este proceso. Y es que la monarquía de Alfonso VIII, el rey que conquistó a los árabes la ciudad de Cuenca, el rey que fundó su obispado y que, irremediablemente, tanto participó en la construcción de su catedral, al menos desde su faceta como donante de innumerables beneficios económicos para sufragar la construcción (probablemente también, tanto él como su esposa, Leonor Plantagenet, en lo que se refiere a la elección de maestros y canteros), va a marcar un hito en la historia de los reinos medievales occidentales, que no ha sido convenientemente asimilado por los habitantes actuales de la ciudad del Júcar. Por un lado, su matrimonio con Leonor, la hija de Enrique II de Inglaterra y de la duquesa Leonor de Aquitania, colocó a Castilla en lo más alto del panorama cultural europeo. Por otro lado, y respecto a su faceta como rey guerrero, adalid de la cristiandad, que llevó a sus últimas consecuencias en 1212, poco antes de su muerte. En efecto, su victoria en Las Navas de Tolosa alejó definitivamente el peligro que para la península suponían los almohades, la secta integrista que, procedente del norte de África, había llevado la yihad desde 1145 tanto contra los cristianos contra los propios musulmanes de la provincia, y abriendo para Castilla las puertas de toda Andalucía.



              La figura de  Leonor de Aquitania, suegra de Alfonso VIII, sí ha sido convenientemente ponderada por los historiadores. Ella había nacido en Poitiers, entre las regiones de Aquitania y Normandía, en 1122, y se convirtió precisamente en duquesa de Aquitania a la muerte de su padre, Guillermo X. Fue sucesivamente reina de Francia (entre 1137 y 1152, por su matrimonio con Luis VII) y de Inglaterra (entre 1152 y  1189, por su matrimonio con Enrique II), pero más allá de estos dos matrimonios de conveniencia, fue una mujer excepcional, una de las mujeres más influyentes en la Europa de su época, por su propia personalidad, y por la enorme actividad cultural e intelectual desarrollada en cada una de sus cortes (París, Londres y, sobre todo, en su propia corte de Poitiers, a donde acudían con asiduidad trovadores y artistas). No dudó en enfrentarse abiertamente a cada uno de sus esposos, y especialmente en el caso de Enrique, se atrajo el favor de sus hijos, Ricardo I “Corazón de León” y Juan I “Sin Tierra”, que antes de enfrentarse mutuamente entre ellos por el trono de Inglaterra, se habían enfrentado los dos contra su propio padre. No cabe duda de que su hija Leonor, la futura reina de Castilla, heredó algunas de las dotes principales de su madre. Ésta era hija de Enrique II, y nació en 1160 en el palacio normando de Domfront. Apenas había cumplido los diez años cuando se celebraron sus esponsales, en 1170, con el también joven rey Alfonso VIII de Castilla, con la que siempre se mostró muy cercana, y a quien apenas pudo sobrevivir unos pocos días, pues ambos reyes murieron en los meses de septiembre y octubre de 1214.

              Y este matrimonio, como se ha dicho repetidas veces, sería de gran importancia para la extensión por toda la Europa occidental del nuevo estilo gótico, que desde la abadía de Saint Denis, a través de Borgoña, había llegado a las tierras de Aquitania y Normandía, que eran administradas, como es sabido, por la dinastía Plantagenet. El siguiente paso en esa extensión, a través ya del propio Alfonso VIII y de su esposa, sería el propio reino de Castilla, antes que otros territorios peninsulares, como Cataluña, y después, en parte a través también de las diferentes bodas reales de las hijas de estos, a otros territorios europeos, como Alemania y el norte de Italia.

              Así pues, no se puede obviar la importancia que los reyes de Castilla tuvieron en el contexto histórico y artístico en el que se produjeron todas esas innovaciones técnicas y ornamentales que provocaron la extensión de la arquitectura gótica por todo el reino, como también la habían tenido antes los propios padres de la reina, Leonor de Aquitania y Enrique II Plantagenet. Javier Martínez de Aguirre ha escrito lo siguiente sobre el papel jugado por la reina de Castilla en la construcción del monasterio burgalés de Santa María la Real de Huelgas, y su conversión en panteón de la familia real, como espejo posible de la abadía de Fontevrault, en Anjou, en la que sus padres habían mandado enterrarse en los años anteriores. Y aunque el autor incide en que las diferencias entre ambos espacios funerarios eran importantes, ello no es óbice, sin embargo, para que la participación del matrimonio regio castellano en la extensión por el reino de Castilla de ese nuevo estilo fuera realmente importante, ya no sólo en el monasterio, su principal fundación, sino también en otros edificios. Así lo ha indicado Marta Poza:

Observación que nos conduce directamente al segundo aspecto, importante para el contenido de las páginas siguientes. Bien el rey, bien la reina, cada uno en solitario, o muy frecuentemente ambos en comunión, es la actuación protagonista de la pareja la que está detrás de no pocas iniciativas, cruciales para el desarrollo artístico del momento. En ocasiones fundando, en otras dotando o protegiendo ámbitos ya consolidados o, simplemente, donando obras a tesoros de monasterios, colegiatas o catedrales, tal es el caso que nos ocupa… Más claras pueden resultarnos, en otros casos, las causas o motivaciones de Alfonso y Leonor en su faceta de productores de las artes, puesto que estas quedan expresadas de forma explícita en un contado número de documentos de época suscritos por la pareja... porque lo que se desprende de su lectura es que, más allá de las fórmulas convencionales consignadas por la cancillería regia, la comunión de ambos a la hora de decidir su intervención en materia artística fue precisamente absoluta. Así lo reflejan las fórmulas más habituales como la recurrente una cum uxore mea o la más simplificada ego et uxor mea, incorporándose, incluso, expresiones que, precisamente por ello, llaman la atención.[5]



              Y más adelante, la autora se refiere concretamente a la catedral de Cuenca, extrañándose de la no existencia de documentos que demuestran la participación de los soberanos en la construcción de su catedral, pero declarándose favorable al papel desempeñado por ésta en la génesis de las grandes canterías góticas castellanas:

El conflicto se presenta con Cuenca. Alfonso VIII toma la ciudad en 1177 y le otorga fuero. Lo habitual en estos casos, y más dentro de la política de promoción de edificios religiosos llevada a cabo por el monarca, era que hubiese asumido bajo su tutela el inicio de las obras de la nueva catedral sobre el solar de la antigua mezquita. Y, sin embargo, el silencio documental es absoluto. Especialmente llamativo, si se quiere, si atendemos al relato que hace Jiménez de Rada, quien se detiene en la mención de los trabajos de embellecimiento y acondicionamiento de la ciudad por voluntad del rey (un baluarte, un palacio y murallas, entre otros), pero que, aunque menciona la restauración de la dignidad episcopal, guarda silencio absoluto sobre su posible intervención en el Templo Mayor… A pesar de lo anterior, lo que es innegable es el papel pionero de Cuenca en la génesis de las grandes canterías catedralicias góticas hispanas, protagonismo afortunadamente reivindicado en la monografía de la Prof. Gema Palomo y su más que estrecha relación arquitectónica tanto con la cabecera de Las Huelgas, como con alguno de los espacios del monasterio de Huerta, como su refectorio, ámbitos detrás de los que acabamos de ver como la promoción regia queda fuera de toda duda.[6]



              Desde luego, el hecho de que la autora no haya encontrado pruebas de ese papel pionero no significa que esas pruebas no existan, como ya demostró en su momento Jesús Bermejo. Está claro, pues, que el matrimonio influyó de manera determinante en la construcción de la catedral de Cuenca, la primera ciudad importante conquistada por el monarca a las hordas musulmanas, a la que concedió, además del obispado, un importante territorio en la serranía que rodeaba la ciudad, y un fuero, que fue referencia de otros fueros posteriores, y en la que nació el príncipe Fernando, aquel que estaba destinado a heredar el reino pero que falleció antes que sus padres, modificando el destino de Castilla. Así lo demuestran también las múltiples donaciones y beneficios otorgados por el rey para sufragar los importantes gastos que conllevaba la construcción del edificio.





[1] Bermejo Díez, Jesús, La catedral de Cuenca, Cuenca, Caja Provincial de Ahorros de Cuenca, 1977.
[2] Luz Lamarca, Rodrigo de, Las órdenes menores y la catedral de Cuenca, Cuenca, edición del autor, 1980.
[3] Español, Francesca, El Arte Gótico I), vol. 19 de la colección Historia del Arte, Madrid, Historia 16, 1989, p. 28.
[4] Aurell, M., “Alfonso VIII, cultura e imagen de un reinado”, en Poza Yagüe, M. y Olivares Martínez, D. (eds.), Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra: confluencias artísticas en el entorno de 1200, Madrid, Ediciones Complutense, 2017, pp. 19-68.
[5] Poza Yagüe, Marta, “UNA CUM UXORE MEA: la dimensión artística de un reinado. Entre las certezas documentales y las especulaciones iconográficas”, en Poza Yagüe, Marta; y Olivares Martínez, Diana (eds), Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra: confluencias artísticas en el entorno de 1200, Madrid, Ediciones Complutenses, 2017, pp. 74-75.
[6] Poza Yagüe, Marta, o.c. pp. 81-82.

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