viernes, 13 de septiembre de 2019

La catedral de Cuenca, cuna del gótico castellano. Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, impulsores de un templo cristiano (II)


Ponencia presentada en el II Congreso "Arte, Cultura y Patrimonio". Museo Etnográfico de Castilla y León. Zamora, 1 a 4 de septiembre de 2019.

La catedral de Cuenca. Elementos y fases constructivas


           

Después de todo lo dicho, ¿a qué periodo y estilo corresponde entonces la construcción de la catedral de Cuenca? Desde luego, intentar clasificar y dividir en subestilos dentro de una rama común, resulta muchas veces un ejercicio demasiado complicado, y cualquier teorificación en este sentido siempre va a contar con defensores y detractores. Se ha hablado de un supuesto estilo anglonormando, cuando en realidad no sabemos bien a qué nos estamos refiriendo con este término. Si hablamos de arquitectura normanda, nos estamos refiriendo, más bien, a un tipo de románico, extendido por esa parte de Francia, y también por el sur de Inglaterra y otras regiones europeas, durante los siglos XI y XII, a impulso de los avances normandos. Si hablamos de gótico inglés, debemos referirnos entonces al primer gótico inglés, o Early Style, en estilo surgido en realidad a caballo entre los siglos XII y XIII, en parte como derivación del viejo estilo normando al mezclarse con el gótico en los tiempos de Leonor de Aquitania y de sus hijos ingleses. En todo caso, los primeros edificios levantados en este estilo, como ya hemos visto, son todos ellos posteriores a la catedral conquense. Y si otros autores han hablado de un gótico franco-normando, o de un gótico de influencia franco-borgoñona, esto apenas es decir nada.

            Quizá lo más adecuado sea hablar de un gótico angevino, gótico Plantagenet o gótico occidental, que de las tres formas ha sido definido por los estudiosos este tipo especial del gótico nacido en las tierras normandas de la dinastía Plantagenet, a la que pertenecía la reina Leonor de Castilla. Este estilo se caracteriza, entre otros aspectos de importancia, por contar con tres portadas en la fachada principal, como ocurre en Cuenca. También, por la estructura de las bóvedas, con una clave bastante más elevada que los arcos formeros, tal y como se observa también en el caso conquense, principalmente, en el crucero o linterna.


            Se observa en la fábrica medieval de la catedral conquense la sucesión de tres etapas constructivas. En la primera, que se corresponde con los últimos años del siglo XII y los primeros decenios de la centuria siguiente, se realizó toda la cabecera del templo, hasta el crucero y la llamada Torre del Ángel, o torre-linterna. A mediados del siglo XIII se iniciaría la segunda fase de su construcción, que se corresponde con las tres naves longitudinales, y su prolongación hasta la fachada actual del edificio. Por último, ya a finales del siglo XV, se realizó la girola, a imitación de la de la catedral de Toledo, lo que supuso la demolición de la cabecera primitiva, de manera que alguno de los elementos ornamentales y estructurales que en un primer momento se encontraban en el exterior, quedaron entonces integrados dentro de la iglesia. Éste es el caso, por ejemplo, de algunos de los ventanales del ábside, ahora convenientemente cerrados pero visibles, y una cabeza de ángel, semioculta detrás del remate renacentista de la capilla del arcipreste Barba.

            No resulta difícil imaginarnos cómo sería la planta de la catedral de Cuenca en aquella primera fase constructiva. Constaba ésta de cinco naves longitudinales, la central más ancha que las otras cuatro naves laterales, y cada una de ellas terminada en su respectivo ábside.  Resulta complicado, sin embargo, saber la disposición original de cada uno de esos ábsides laterales, pues fueron destruidos en el siglo XV para hacer la girola. Debieron ser ábsides semicirculares, bien en paralelo, tal y como sugirió en su informe Vicente Lampérez, o bien escalonados, como defienden la mayor parte de los estudiosos que han tratado el asunto, y entre ellos, Rodrigo de Luz. Más clara, sin embargo, resulta la disposición del ábside que remataba la nave central, pues su estructura fue respetada casi en su totalidad durante las obras que se llevaron a cabo en su tercera etapa constructiva, y también en el siglo XVIII, cuando Ventura Rodríguez reformó el presbiterio, dotándole de un nuevo altar mayor. Se trata de un ábside poligonal de siete lados, una posible pervivencia, según el propio Ramón de Luz, de la arquitectura cisterciense, pero que nos acerca también a la cabecera del monasterio burgalés de Las Huelgas.

            Y respecto al presbiterio, hay que decir que éste contenía en un primer momento el coro, al estilo de las catedrales francesas (en España, muchas son la catedrales que tienen ya desde su origen el coro fuera de él, en la nave central). Este elemento era, como es sabido, allí donde los canónigos se unían para realizar los cantos de la liturgia diaria, canónigos que, por otra parte, eran en un primer momento de tipo regular, es decir, que vivían en comunidad al estilo de lo que sucedía en conventos y monasterios. Este tipo de canónigos no es una excepción, pues era lo propio hasta los siglos XII y XIII, lo que demuestra, una vez más, lo temprano de la institución de la diócesis conquense. No sería hasta los años iniciales de la centuria siguiente cuando el cabildo conquense fuera secularizado, pasando de esta manera sus miembros a vivir de forma independiente, aunque probablemente, tal y como era usual en otras diócesis, en una misma zona, llamada por ello “barrio de los canónigos”.

            Acerca de esta primera fase constructiva, tenemos que decir alguna cosa más respecto a la nave que en la actualidad conforma el crucero, y que se corresponde con la primera fachada con la que contó la catedral de Cuenca. Y en concreto, sobre la linterna, cubierta en la actualidad por una bóveda octopartita, lo que no permite su visibilidad completa para el visitante del edificio. Son muchos los problemas que crea este elemento al estudioso actual del edificio. ¿Por qué se encuentra cerrada, y oculta tras esta bóveda, impidiendo contemplar su enorme belleza? ¿Fue realizada esa bóveda al mismo tiempo que el resto de la torre, o fue un elemento posterior, transformando lo que al principio sería torre de las campanas y simple linterna? ¿Qué papel desempeñó, por lo tanto, la torre en la fachada primitiva? ¿Cómo quedaba rematada en un primer momento la propia torre? Con el fin de responder a algunas de estas preguntas vamos a recoger las palabras escritas a este respecto por Rodrigo de Luz; aunque la cita puede resultar demasiado larga, la considero necesaria para entender mejor el problema:

Todo ello unido al hecho de que, el sistema de cubrición, como ya se dijo, se resolvía en terrazas, nos lleva a la conclusión de que el remate era un pináculo, una aguja o un chapitel, de forma también octogonal, que se asentaba en la planta de ocho lados, del recinto interior, coincidiendo, así, con la base de la bóveda peraltada de ocho plementos, que cerraba el conjunto, y sirviendo para ejercer una función de aplomado de los empujes de esta bóveda. La cornisa cuadrada exterior, albergaba el canal de desagüe, cuyo drenaje se produciría, sobre el trasdós de las bóvedas triangulares y, finalmente, por las gárgolas de las esquinas.
El chapitel se compondría de varios pisos divididos por molduras con goterón, análogas a las de coronamiento de la nave del presbiterio, y sus aristas se adornarían con rosas, o crochets, de escaso relieve. En los paños entre molduras, podrían disponerse pequeñas capillas, en cuyo frente se abrirían ajimeces semejantes a los del primer piso de la torre. El conjunto se remataría por un florón, o una bola, sustentando un ángel, con las alas desplegadas y haciendo sonar una trompeta, tal y como es testimonio transmitido de una forma tradicional.
El segundo problema, planteado por una bóveda octopartita que oculta la torre, ya se ha tratado reiteradamente, en apartados anteriores. En ellos se ha llegado a la conclusión de que su implantación fue algo posterior a la construcción de la cabecera. El dato aportado por Lampérez, que, según él, es decisivo para asegurar su edificación simultánea, y que consiste en que las cabezas situadas en las claves de los arcos torales, están labradas en un mismo sillar, sometido a análisis sirve para afirmar todo lo contrario. En efecto, estas cabezas forman parte material del arco toral, pero sólo como elemento decorativo y de remate, por ello su relieve es de escaso bulto, y el hecho de que carezcan de ábaco, o cimacio, invalida la hipótesis de su utilización como ménsula, desde un primer momento. Sin embargo, las ménsulas colocadas en la parte inferior, de los ángulos del centro del crucero, tienen más relieve, un ábaco y distinta talla. No cabe duda de que se hicieron para apoyar los nervios diagonales de la bóveda, pero sólo después de que se llegara a ella como una medida necesaria para convertir la torre, provisionalmente, en campanario.[1]


            Así las cosas, y atendiendo a otros elementos que resultarían demasiado profusos en un trabajo de estas características, como la pervivencia en algunas capillas posteriores de algunos restos que parecen indicar la existencia en la fachada de dos portadas laterales, además de la central, lo que, por otra parte, tal y como hemos visto, está en consonancia con el gótico angevino, el ya citado Rodrigo de Luz hizo un esquema aproximativo de cómo sería en ese momento su primitiva fachada, una vez terminada su primera fase constructiva, así como también la parte de los ábsides[2].

             Y si en la primera fase de la construcción del templo conquense, ya lo hemos visto, intervino activamente el matrimonio entre el rey Alfonso VIII y su esposa, Leonor de Inglaterra, otra pareja regia, la formada por su nieto, Fernando III, y por Beatriz de Suabia, hacía lo propio en lo que se refiere a la segunda fase del edificio, terminada, parece ser, por el hijo de estos, Alfonso X. Así se desprende de algunos elementos conservados entre sus muros, como el escudo con el águila imperial que se ha encontrado en uno de sus muros, propio de la dinasrtía Hohenstaufen, a la cual pertenecía la reina, como hija que era de Felipe de Saubia, duque de Suabia, príncipe elector de Wuzburgo y “rey de romanos”, y de Irene Ángelo, hija a su vez del emperador bizantino Isaac II Ángelo. A este respecto hay que decir, que se ha especulado en repetidas ocasiones que los once ángeles que adornan el triforio (doce en su origen, pues uno fue destrudio en uno de los repetidos incendios que sufrió el templo en tiempos pasados), el elemento más característico y singular de esta segunda fase constructiva, fue un tributo u homenaje a la familia materna de la reina.

            Esta segunda fase constructiva se corresponde con las tres naves actuales, desde los pies de la iglesia hasta el crucero, y también resulta actualmente de difícil contemplación por el traslado del coro, durante el siglo XVI, a la nave central, y su cerramiento posterior, ya en el XVIII por José Martín de Aldehuela. Se trata, como se ha dicho, de cuatro tramos cada una de ellas, de tres naves paralelas, la central más elevada que las laterales. Esa nave cental mantiene en sus dos tramos más cercanos al presbiterio las bóvedas sexpartitas, mientras que las de los otros dos tramos son cuatripartitas, igual que las de las naves laterales. La nave central, por otra parte, se encuentra rematada en su parte superior por un triforio, o falso triforio, de elegante belleza, a pesar de que los arcos que conforman dicho triforio fueron profusamente adornados en su última fase constructiva, la correspondiente al siglo XV, con elementos flamígeros y celosías, que en realidad restan elegancia al sencillo trazado primitivo.  En el triforio destacan cada uno de los ángeles, de composición orientalizante, lo que demuestra quizá la participación de algún cantero de origen bizantino, de donde procedía también la familia materna de la reina, apoyados cada uno de ellos sobre las columnas que forman las dobles arcadas geminadas, y que a su vez soportan un óculo, coincidente a su vez con el rosetón que da luz a cada uno de los tramos.

            Aunque no tenemos referencia visual de cómo sería la portada correspondiente a esta segunda fase constructiva, pues fue modificada en el siglo XVII en consonancia con el estilo barroco imperante en la época, el propio Rodrigo de Luz también restituyó esa posible segunda fachada, eliminando de la misma los detalles barrocos, y atendiendo sólo a las características del gótico que pudieron haber respetado los constructores de la fachada barroca[3].

            Tal y como se ha dicho antes, a lo largo del siglo XV se terminó la catedral de Cuenca, con la construcción de la girola y un claustro que sería sustituido durante la centuria siguiente por otro de estilo renacentista. Al menos en lo que es propiamente la planimetría principal del edificio, si bien a lo largo de los siglos XVI y XVII se seguirían abriendo, alrededor de esa planimetría principal, nuevas capillas laterales. Sin embargo, el desarrollo del edificio, a partir de este momento, queda ya fuera del espacio cronológico de este trabajo, y de los fines que nos hemos propuesto, que se resumen sobre todo en destacar al lector el papel que jugó el primer templo de la diócesis conquense, sede de su cátedra episcopal, en el desarrollo del primer gótico por todo el reino de Castilla; un papel, por otra parte, que a menudo resulta demasiado olvidado, pese a los trabajos de otros arquitectos y especialistas en la historia del arte, en los cuales, como se ha dicho. nos hemos apoyado. 




[1] Luz Lamarca, Rodrigo de, La catedral de Cuenca del siglo XIII, cuna del gótico castellano, Cuenca, ed. del autor, 1978, p. 100.
[3] Luz Lamarca, Rodrigo de, o.c., p 57.

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