No son demasiados los libros que
tratan directamente de la historia de nuestras instituciones conquenses. Un
ejemplo hasta ahora prácticamente único es la desconocida “Historia de la Caja
de Ahorros de Cuenca y Ciudad Real (1944-1992)” que, escrita por Manuel Titos
Fernández y José López Yepes, especialistas ambos en historia económica, y
auspiciada por el que fuera su último presidente, Raúl Molina, publicó en el año
2004 la Caja Castilla la Mancha, heredera directa de dicha institución
bancaria. Recientemente, y directamente relacionado de alguna manera con dicha
institución, pues es sabido que la caja de ahorros citada había sido fundada a
mediados del siglo pasado por la propia diputación conquense, es esta “Historia
de la Diputación Provincial de Cuenca”, que, escrita por José Luis Muñoz, ha
podido salir a la luz gracias al servicio de publicaciones de la propia
institución estudiada. Un libro que ha venido a llenar así un hueco importante,
que abarca los dos últimos siglos de nuestra historia provincial. Y es que es
sabido también que las diputaciones provinciales son instituciones netamente
liberales, que nacieron del sistema político y gubernativo que vio la luz en
las Cortes de Cádiz; que, como todos los hijos de las Cortes de Cádiz, tuvieron
unos inicios realmente intermitentes; y que a lo largo de todo el siglo XIX se
fueron consolidando en nuestro sistema de valores.
Por
lo que respecta al segundo volumen, se nos presenta de una manera eminentemente
temática, de acuerdo con una serie de temas o parcelas que son, casi por
definición, el espacio propio de trabajo de las diputaciones provinciales. Por
un lado, ya desde sus inicios, tanto la cuestión de la beneficencia como la de
la educación, que durante el Antiguo Régimen eran actividades propias de la
Iglesia, fueron traspasadas por el liberalismo, y a consecuencia de las diferentes
desamortizaciones realizadas contra los bienes de la propia Iglesia, a las
nacientes diputaciones provinciales. Éste es el motivo real que provocó en su
momento que la principal institución benéfica conquense, la Casa de
Beneficencia popularmente conocida como la “Bene”, dependiera de la Diputación
desde un primer momento. Y éste es también el motivo de que la propia
Diputación, durante todo el siglo XIX, haya participado en la fundación de
diferentes entidades de enseñanza a todos los niveles, desde la enseñanza
primaria hasta los estudios universitarios
(la Escuela de Magisterio), un tipo de actividad que se vería prolongado a lo
largo de la centuria siguiente, con la creación de la Escuela de Artes y
Oficios primero, y después con la creación
del Patronato de Estudios Profesionales y Humanísticos y del Conservatorio
Profesional de Música, propiciando finalmente, durante el último cuarto del
siglo pasado, la creación en nuestra ciudad de una sede de la Universidad
Nacional de Educación a Distancia, y de la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo.
Otro
capítulo importante es el que se dedica también a la cuestión sanitaria, con la
creación fallida del Hospital Provincial, cuya sede llegó a ser construida
aunque no llegaría a ver cumplida nunca la misión para la que se creó: es la
actual sede de la citada UNED, y que en su parte posterior alberga los legajos
del propio archivo de la Diputación; más tarde se acometería la creación,
también fallida, de un hospital psiquiátrico. También es de destacar el
capítulo dedicado a las infraestructuras provinciales, destacando en este
sentido su participación en la creación de la línea férrea Aranjuez-Cuenca, y
en los diferentes planes provinciales de obras y servicios, con un aumento
destacable, como no podía ser de otra forma, de los kilómetros de carreteras
construidos, con el fin de comunicar los diferentes pueblos de la provincia; el
fomento de la actividad económica, desde la fundación, ya mencionada, de la
Caja Provincial de Ahorros, hasta el fomento del turismo rural y los diferentes
planes llevados a cabo para el fomento de las actividades en lo que recientemente
se ha venido a llamar la “España vaciada”; o de la cultura, en el más amplio sentido
de la palabra, desde el fomento del deporte hasta el patronazgo de grupos
culturales o su participación en el Real Patronato Ciudad de Cuenca, o la
gestión del parque arqueológico de Segóbriga. Todo ello sin olvidar tampoco,
como no podía ser de otra manera, los aspectos relacionados con la gestión
económica, que ha hecho posible en estos dos últimos siglos toda esa frenética
actividad institucional, a la que dedica el primer capítulo del volumen, o la
construcción del propio palacio provincial el espacio físico y urbano desde el
que se ha gestionado dicha actividad desde ellos años finales del siglo XIX.
Para
llevar a cabo esta obra el autor ha utilizado principalmente, como es lógico
suponer, los propios fondos documentales que posee la Diputación, complementados
también con otro tipo de fuentes, principalmente las hemerográficas. En este
sentido, hemos de tener en cuenta, y lo advierte también el propio autor del
libro, la pérdida lamentable de la mayor parte de esos fondos correspondientes
al periodo que va desde su creación, en las Cortes gaditanas, como ya se ha
dicho, hasta la trágica conquista de la ciudad por las tropas carlistas del
príncipe Alfonso de Borbón, en hermano del propio Carlos VII, a quien los
tradicionalistas habían jurado como rey algunos años antes, y de su esposa, María
de las Nieves de Braganza, la popularmente conocida como “Doña Blanca”. En
efecto, las tropas carlistas que entraron en la capital conquense el 15 de
julio de 1874, además de una serie de asesinatos cometidos contra los
defensores liberales, destruyeron los fondos documentales de la institución provincial,
que en ese momento se encontraba en el antiguo convento de el Carmen. De no
haberse producido esta pérdida en el fondo documental conquense, este libro habría
sido en parte diferente; no muy diferente quizá, es cierto, pero desde luego
algo más podríamos llegar a conocer de la institución en esos periodos
iniciales de la misma.
Finalmente,
quiero aprovechar estas breves líneas sobre la historia de la Diputación
conquense para realizar un pequeño homenaje personal a quien fue su primer
presidente: Ignacio Rodríguez de Fonseca. Uno de esos primeros liberales
conquenses; uno de esos ilustres olvidados que lucharon por un mundo mejor,
diferente del que les ofrecía el Antiguo Régimen. Uno de esos destacados renovadores
que cambiaron la historia. Nacido en Villar de Cañas durante el último cuarto del
siglo XVIII, en los años iniciales del siglo XIX era uno de los regidores
perpetuos del Ayuntamiento conquense, llegando a formar parte de la primera
junta provincial de la ciudad, creada a consecuencia de la invasión napoleónica
en 1808. Y nombrado en los años siguientes intendente general de la provincia,
como tal llegó a presidir la primera Diputación provincial cuando ésta se fundó,
el 13 de abril de 1813 (hay que decir, en este sentido, que los primeros
presidentes provinciales, hasta muy avanzado el siglo XIX fueron primero los
intendentes generales de la provincia, y más tarde, a partir de su creación a
mediados de la centuria, los gobernadores provinciales). Por este motivo, fue
tomado como rehén por las tropas napoleónicas del mariscal Víctor y más tarde,
también, fue hecho prisionero en agosto de 1814 por los españoles absolutistas
de Fernando VII, una vez el monarca hubiera regresado a la península, terminada
la Guerra de la Independencia.
Por
otra parte, también quiero lanzar un reto a los actuales gestores provinciales
de la entidad: que permitan que de alguna manera se pueda rendir un adecuado
tributo, más allá de las ideologías, a cuantos alguna vez dieron su vida en
servicio de la provincia. Es sabido que en algún momento, durante el franquismo,
de alguna de las paredes del palacio provincial colgó una lápida con los
nombres de aquellos diputados que, en los años iniciales de la Guerra Civil,
fueron asesinados por los dirigentes republicanos, y de la misma forma
conocemos también los nombres de aquellos otros diputados que gestionaron el
organismo durante los tres años de la guerra, y que después, derrotada la
República, fueron así mismo asesinados, en este caso por los vencedores
nacionales; sus nombres se relacionan también, junto al de otros muchos que
corrieron también la misma suerte, en una lápida del cementerio municipal. La
propuesta sería la de elaborar también una lápida única, con el nombre de todos
los diputados asesinados por uno y otro bando, que debería colgar de nuevo en
un lugar de privilegio del propio palacio. Sólo de esta forma, equiparando a
las víctimas de uno y otro bando, podría llegar a ser entendible de verdad,
fuera ya de toda demagogia política, lo que se esconde de verdad detrás de esa
Ley de Memoria Histórica, que en algunos casos es, en realidad, de desmemoria.
Sólo de esta forma podremos, al menos en lo que a este aspecto se refiere, cerrar
las páginas dolorosas de la Guerra Civil y avanzar de verdad hacia el futuro.
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