sábado, 5 de septiembre de 2020

La provincia de Cuenca entre la tardorromanidad y el reino visigodo

 

Una de las etapas más desconocidas de la historia de España, pero sobre todo de la historia de la provincia de Cuenca -que en los últimos años se han logrado importantes progresos en lo que al conocimiento de la historia patria se refiere-, es ese periodo que está comprendido entre los últimos siglos del imperio romano, cuando la crisis de éste termina de provocar el consabido colapso de la civilización hasta entonces existente, convirtiéndose el imperio en un conjunto de reinos “bárbaros”, y la llegada a la península Ibérica de esos nuevos bárbaros, los musulmanes. Porque bárbaro en el latín antiguo era sinónimo de extranjero, y si los visigodos eran eso, extranjeros para los hispanorromanos, los musulmanes que llegaron desde el otro lado del Estrecho de Gibraltar, muy pocos desde Arabia y algunos más desde el norte de África, con el fin de echar de sus tierras a los propios visigodos, ya para entonces plenamente hispanizados, pero también a los hispanorromanos que aún quedaban en la península en las primeras décadas del siglo VIII. Porque unos y otros eran ya españoles, como demuestran figuras tan interesantes para nuestra historia común como San Isidoro de Sevilla y el rey Leovigildo, el héroe de la primera unificación española.

Y es que las fuentes documentales de la época son escasas, más allá de los escritos del propio Isidoro o de Juan Biclaro; fuentes que, por otra parte, poco o nada nos hablan del territorio conquense en este periodo de la historia. Fuente fue considerada en su tiempo la “Hitación de Wamba”, en la que se basaron más tarde, conforme fue avanzando la reconquista, los nuevos obispados que fueron naciendo en las tierras que se iban reincorporando a los reinos cristianos. Esos nuevos obispados se basaban en las antiguas diócesis visigodas para establecer sus límites, lo que frecuentemente fue foco de conflictos entre ellos, porque además, hoy se sabe, la “Hitación de Wamba” fue en realidad una falsificación muy posterior a la época en la que se suponía que había sido escrita, de manera que lo que hoy se conoce de esos obispados visigodos es escaso, más allá de una sucesión de nombres de prelados, nombres que proporcionan las actas de los diferentes concilios toledanos. Ese es el caso también de los tres obispados conquenses, Valeria, Ercávica y Segóbriga, en cuyos episcopologios, como sucede también con el resto de los obispados de la época, se combinan los nombres germánicos con los de otros obispos que debieron pertenecer al grupo de hispanorromanos.

Y donde faltan las fuentes documentales deben aparecen las fuentes arqueológicas. En efecto, quizá la arqueología sea hoy en día la principal fuente de conocimiento para la historia antigua, aunque durante mucho tiempo ésta, la arqueología, demasiado impactada quizá por los más espectaculares yacimientos de época romana, con sus grandes teatros y anfiteatros, con sus hermosos templos clásicos y la monumentalidad de sus circos -el ninfeo de Valeria o el conjunto monumental de Segóbriga es un claro ejemplo-, olvidó durante demasiado tiempo lo que también podían ofrecer los más humildes yacimientos de época visigoda. No obstante, desde hace algunos años las cosas han empezado a cambiar, y la arqueología también ha empezado a mirar hacia esos humildes -y o tan humildes; sólo hay que recordar los importantes tesoros visigodos que han ido apareciendo en algunas necrópolis, o, en Cuenca, la hermosa villa de Noheda- restos tardorromanos y godos. En efecto, la arqueología nos viene a demostrar que de alguna manera existe una cierta continuidad entre el florecimiento del imperio y esa etapa de crisis, tal y como se demuestra en los restos sacados a la luz en Segóbriga o en Ercávica. Los espectaculares mosaicos de la villa de Noheda son una prueba de ello, como lo son también los restos de Segóbriga, desde el teatro o el anfiteatro a la basílica visigoda, o el monasterio Servitano, en las cercanías de Ercávica. O, por supuesto, también lo son las hermosas lápidas y capiteles que en las últimas décadas siguen siendo desenterradas por las piquetas de los arqueólogos, o las que siempre estuvieron a la vista del ojo especializado en arte antiguo, formando parte de otros edificios posteriores.


Es este periodo de nuestra historia, conocido sólo hasta ahora de manera fragmentaria, a través de las memorias de algunas excavaciones y de alguna que otra inmersión en las actas toledanas, del que trata este libro que ahora venimos a comentar aquí: “La época tardorromana y visigoda en la provincia de Cuenca”. Un libro interesante, de lectura necesaria, por más que abunde en algunos errores de redacción que en parte la dificultan, y por más que, lamentablemente, no sea sencillo de encontrar en las librerías. Un libro que, por otra parte, esta basado en la tesis doctoral de su autora, Carmen María Dimas Benedicto, una tesis que en su momento fue dirigida por el llorado profesor Enrique Gozalbes Cravioto, quien llegó a convertirse en uno de los especialistas que más hicieron por el conocimiento de la provincia de Cuenca en la edad antigua a pesar del escaso tiempo que pudo permanecer con nosotros antes de su fallecimiento.

El libro se estructura en tres niveles, de acuerdo con el poblamiento del territorio que ocupa la actual provincia de Cuenca: la ciudad, la villa y el mundo rural. Porque, a pesar de lo que siempre se ha dicho, ni en la tardorromanidad ni durante el reinado visigodo desaparecieron del todo las ciudades, bien es verdad que éstas se redujeron en importancia y en número de habitantes. Pero nunca llegaron a abandonarse del todo, al manos las más importantes, tal y como se demuestra en los tres grandes yacimientos conquenses de época romana. Incluso a lo largo de todo el siglo III, y aún en el IV, se llevaron a cabo en ellas algunas obras concejiles de importancia, como el circo de Segóbriga, si bien también es cierto que la crisis del imperio terminó por provocar el abandono de las obras antes de que éstas llegaran a concluirse. También en el teatro y en el anfiteatro se llevaron a cabo obras de embellecimiento en este periodo, si bien muy pronto estos edificios terminaron por abandonarse, en parte debido a las nuevas costumbres que aportaba el cristianismo, sirviendo al poco tiempo de habitabilidad para nuevas construcciones más modestas. En Valeria, el centro de la población se fue extendiendo hacia la zona que actualmente ocupa todavía la población homónima, lo mismo que sucedió en Ercávica.

Tampoco en el periodo visigodo se despoblaron del todo las tres grandes ciudades romanas que había en la provincia, como lo demuestra el hecho de que las tres hubieran llegado a convertirse, en un momento desconocido del proceso, en sendas sedes episcopales. Incluso se crearon ciudades nuevas, como Recópolis, la ciudad que el rey Leovigildo creó como nuevo centro de poder. Hubo un tiempo en el que creció la polémica sobre la localización de Recópolis, cuya existencia se discutía entre Almonacid de Zorita, en la provincia de Guadalajara pero muy cerca de los límites de la actual provincia de Cuenca, a la cual en su momento pertenecían, y Buendía, al norte de nuestra provincia. Hoy día la discusión ya no existe, definitivamente olvidada conforme los edificios de la vieja Recópolis están saliendo a la luz muy cerca de Zorita, si bien también tenemos que relacionar la propia cercanía de ésta a los límites conquenses, y especialmente al yacimiento de Ercávica y del ya citado monasterio Servitano, con nuestra propia historia común.

Un segundo plano en la investigación de Dimas Benedicto se corresponde con las antiguas villae tardorromanas, y su continuidad, en algunos casos, en poblamientos posteriores de similares características. Entre ellas destaca la villa de Noheda, con los importantes mosaicos de decoración pagana que en los últimos años han salido a la luz, mosaicos que, entre otras cosas, demuestran que el dueño de esta villa era sin duda un personaje importante, vinculado quizá a la cercana ciudad de Segóbriga, y por ello también a los yacimientos de lapis speculari que a lo largo de los siglos anteriores habían permitido el enriquecimiento de la ciudad romana. No conocemos todavía el nombre de ese dueño, pero se ha podido constatar entre los restos descubiertos, la existencia de mármoles procedentes de más de cien canteras diferentes, repartidos por todo el sur de Europa, desde la propia península Ibérica hasta localidades próximas al Egeo. Pero no es la de Noheda la única villa romana que existe en la provincia de Cuenca; otras villae descubiertas en diferentes puntos de nuestra provincia como el mausoleo de la ermita de Llanes, en Albendea, o la del cerro de Alvar Fáñez, en Huete, esperan pacientemente un estudio más detallado de los especialistas que permitan descubrir a todos los conquenses nuevas etapas de nuestro pasado.

Por último, el tercero de los niveles lo representa el mundo rural, el agro romano y visigodo. En efecto, son decenas, centenares incluso, los yacimientos arqueológicos de este periodo que existen en la provincia de Cuenca; algunos de los municipios cuentan con tres o cuatro yacimientos, incluso más, repartidos por todo su términos. Unos pocos de esos yacimientos han sido excavados por los arqueólogos con mayor o menor regularidad, pero otros todavía no han sido estudiados, por lo que deben permanecer aún en el secreto de las cartas arqueológicas con el fin de evitar que puedan ser expoliados. Todos ellos aparecen relacionados en esta parte del libro, aunque en aquellos que sólo aparecen en las cartas arqueológicas, como no podía ser de otra forma, no se menciona el lugar exacto en el que se encuentran, para evitar que puedan ser localizados por los saqueadores, que tanto daño pueden hacer en una provincia con tanta riqueza arqueológica como la nuestra. Y todos, unos y otros, los que ya han sido parcialmente estudiados y los que se mantienen vírgenes todavía, esperan con paciencia aún a las piquetas de los arqueólogos para destacar los curiosos e interesantes secretos que, con toda seguridad, albergan todavía en cada uno de sus estratos.

Finalmente, un ultimo apartado del estudio se dedica a analizar algunos materiales inéditos de origen visigodo aparecidos en los yacimientos conquenses. Por un lado, un grupo de lápidas, algunas de ellas desaparecidas, que aparecieron al hundir una casa. Por otro lado, una colección de broches de cinturón, también visigodos como se ha dicho, que junto a un anillo de plata de la misma época pertenecen a una colección privada, y fueron descubiertos en su día en diferentes yacimientos conquenses. Materiales que deberían pertenecer a los fondos del Museo Provincial, pero los investigadores deben tener en cuenta también esas colecciones privadas, por más que al arqueólogo profesional nunca le guste la existencia de ciertos materiales propios de nuestro pasado en manos particulares.

En resumen, un interesante libro, que nos permite conocer mejor nuestro pasado en una etapa, la que va desde la tardorromanidad hasta el final del reino visigodo, de especial relevancia para nuestra configuración como españoles y como conquenses.



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