En una
entrevista mantenida hace algunos días con el periódico “La Voz de Galicia” a
raíz de la publicación en España de su último libro, sobre la exploración
romana de las fuentes del Nilo en tiempos de Nerón, el escritor italiano
Valerio Massimo Manfredi hace una acertada revisión de lo que para él debe ser
toda novela histórica. Así, el conocido autor de Módena dice lo siguiente a
este respecto: “La historia tiene que comunicar hechos, por eso tiene la
obligación de demostrar lo que dice, es lo que se llama en inglés the
burden of truth, la carga de la verdad, como en los tribunales. Por
eso un libro de historia tiene tantas notas a pie de página y una enorme
bibliografía al final, tiene que probar todo lo que dice. Nosotros necesitamos
saber lo que pasó. Si no sabemos lo que pasó no podemos saber lo que pasará. Al
mismo tiempo necesitamos emociones, una vida sin emociones no es nada, es
terrible, lo mismo cada día, un mar sin olas, un desastre. Todo lo que nos ha
emocionado no lo olvidamos, puede ser un amor, el sonido de un violín en una
noche de verano, las emociones dan sentido a nuestra vida”.
Sus palabras son bastante elocuentes y significativas, porque hay que tener en cuenta que Manfredi, además de ser un genial novelista, especializado precisamente en esa novela histórica que narra sucesos ocurridos en los tiempos clásicos, en las antiguas Grecia y Roma, es también un científico, un experto historiador y arqueólogo, que ha publicado importantes ensayos sobre historia antigua y ha dirigido excavaciones arqueológicas en diversos lugares de Europa y de Asia. Es así, pues, una voz autorizada en la materia, principalmente ahora, cuando la novela histórica está alcanzando nuevas cotas de popularidad; en efecto, son muchos los libros de este tipo que en los últimos años siguen saliendo a la luz, un auge que está en consonancia, también, con un auge paralelo del cine histórico. Dos lenguajes diferentes, uno, la novela, basado en la palabra, y el otro, el cine, basado en la imagen, que pueden ayudar a las nuevas generaciones, aquellas que consideran que la historia es aburrida, a tener un conocimiento más cercano de nuestro pasado, pero también, cuando no se hace bien, que corre el peligro de convertirse en uno de los principales enemigos de la historia.
Mi deseo en esta
historia es acerarme, desde la novela y desde el cine, o mejor, desde la serie
televisiva, a una mujer que vivió en el siglo XVI: Inés Suárez. Primero, desde
la genial novela de la escritora chilena Isabel Allende, titulada precisamente
de esta forma, “Inés del alma mía”; después, desde la serie homónima que,
dirigida por Alejandro Bazzano y Nicolás Acuña, y protagonizada por un importante
elenco de actores españoles, está programando en la actualidad Televisión
Española en su primera cadena, y que ha puesto de nuevo en valor tanto a la
propia protagonista de la historia como a la obra de la novelista chilena. Una
figura, la de Inés Suárez, que demasiadas veces ha sido olvidada por la
historiografía, como ha sucedido siempre con casi todas las mujeres, a pesar que
de ella hablaron ya los primeros cronistas de la conquista, como el propio
Alonso de Ercilla.
Nacida en Plasencia, en la provincia de Cáceres, en la primera década del siglo XVI, en el seno de una familia de artesanos, Inés Suárez fue criada por su abuelo, ebanista de profesión, debido a la grave enfermedad que padecía su madre. En 1526, deseosa por alejarse de ese ambiente rural que la oprimía demasiado, Inés contrajo matrimonio con Juan de Málaga, un soñador aventurero que primero la condujo a la ciudad andaluza en la que él había nacido, y que después la abandonó, cuando se embarcó para América en busca de un futuro y, sobre todo, de aventuras. Sin embargo, la mujer nunca se conformó con esa vida, similar a la de una viuda aunque su marido seguía vivo, y en 1537, cuando contaba unos treinta años, ella misma se embarcó también para el nuevo continente. Allí, en tierras americanas, primero en Panamá y después en Perú, siguió buscando a su marido, sin resignarse a esa soledad, hasta enterarse de que éste había fallecido en la batalla de Las Salinas, en la que se había decidido la guerra civil que había enfrentado a los dos antiguos socios en la conquista de las tierras de los incas, Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Allí, en Cuzco, conoce a Pedro Valdivia, al que acompañó, como un conquistador más, y no como la simple acompañante de las tropas, en su expedición de conquista por las tierras chilenas, y de quien se convirtió en fiel amante hasta el año 1549, cuando el conquistador extremeño fue sometido a juicio por el nuevo virrey, el sacerdote Pedro de la Gasca, quien le había obligado a abandonarla, y a reclamar al Perú a su propia esposa, Marina Ortiz de Gaete, a quien había dejado abandonada en su Extremadura natal antes de cruzar el mar y partir a tierras americanas.
En su querida
Santiago de la Nueva Extremadura, la actual Santiago de Chile, que la pareja
había fundado en las nuevas tierras descubiertas, Inés tuvo que enfrentarse
durante buena parte de su vida a los mapuches (que no a los araucanos, que éste
es en realidad un término inventado por el poeta Alonso de Ercilla para
facilitar de algún modo sus rimas), y también a la maledicencia y a las
envidias de algunos de sus compañeros de expedición, que habían forzado del
virrey el juicio de Valdivia. Entregada por éste a uno de sus capitanes más
fieles, Rodrigo de Quiroga, con el fin de evitar que Inés pudiera ser exiliada
fuera de Chile y recluida, pobre, en un convento de monjas, pasó junto a
Quiroga el resto de su vida, compartiendo sus riquezas y su poder como
“gobernadora” de Santiago, hasta la muerte de éste, acaecida en 1580. Pocos
meses más tarde moriría la propia Inés, sin haber abandonado ya en ningún
momento sus hermosas tierras chilenas, de las que se había enamorado desde el
primer momento de su llegada a ellas, cuarenta años antes; y sin haber
abandonado tampoco el amor que llegó a sentir por su forzado marido.
Pero, ¿qué hay
de verdad histórica en esta Inés, y que hay de inventado en ella, primero por
Isabel Allende y después en la serie televisiva? Para comprenderlo mejor, vamos
primero a comparar el libro con la serie, buscar algunas diferencias entre uno
y otra, diferencias como la que supone ese primer encuentro de la heroína
extremeña con el Perú. En efecto, en la novela Inés llega a las nuevas tierras
conquistadas a los incas algún tiempo después de que se hubiera producido la
batalla de Las Salinas, en la que Pizarro pudo alcanzar, por fin, todo el poder
ansiado en el nuevo reino. En la serie, sin embargo, lo hace cuando la batalla
está a punto de producirse, de manera que puede conocer a Valdivia cuando éste,
maestre de campo de Pizarro, se acaba de alzar con la victoria, y desde luego,
cuando Almagro todavía no ha sido ejecutado. Sobre este hecho concreto
volveremos seguidamente; de momento, es interesante decir que la diferencia
permite mantener para el espectador la carga emotiva que le da el
enfrentamiento de Almagro con los Pizarro, convertidos, especialmente Hernando
Pizarro, en el malo que toda película de este tipo necesita.
Otro detalle
diferenciador es la manera en la que se produce el primer encuentro entre Pedro
Valdivia e Inés Suárez. En la serie cinematográfica, Inés conoce a Valdivia
precisamente en el momento decisivo de la batalla, cuando las tropas de
Valdivia se han alzado con la victoria y están recogiendo a los heridos y
enterrando los cadáveres, cuando ella se erige desde el puerto de El Callao,
donde había desembarcado en su viaje desde Panamá, hasta cuzco, donde espera
encontrar alguna información de su marido. Ese primer encuentro se produce en
la novela en una taberna de Cuzco, mientras el explorador extremeño se
encuentra observando un mapa de Chile que había trazado durante su última
visita a Almagro, todavía preso de los Pizarro. Se trata, en realidad, de un
conocimiento indirecto, puesto que en la España del siglo XVI, también en la
España americana de la época, no es de una mujer decente acudir sola, tampoco
en compañía de algún hombre, a una taberna. Por ello, el conocimiento se
produce en realidad pocas horas después, en la casa de Inés, a donde Valdivia
había acudido con el fin de intentar defenderla, después de haber sorprendido
accidentalmente la conversación de un embozado, un alférez que había viajado
hasta Cuzco al mismo tiempo que Inés, que le estaba contando a sus malencarados
interlocutores su intención a agredirle.
Como
consecuencia de estos hechos, también existen algunas diferencias entre la
novela y la película en todo lo relativo a los preparativos efectuados para la
conquista de Chile. Así, se puede apreciar un menor protagonismo de Hernando
Pizarro en la novela , y también, sobre todo en esta parte del doble relato, de
Sancho de la Hoz, socio de Valdivia en un primer momento de la exploración, y
también, como el pequeño de los Pizarro, uno de los malos de la serie. En
efecto, si el tándem formado por Pizarro y Almagro había protagonizado desde un
principio la carga emotiva y dramática, esa misma carga emotiva se repite
también con la nueva pareja formada por Valdivia y de la Hoz, en la que el
primero es el bueno y el segundo resulta ser el malo. Y de la misma forma, en
la novela también hay un menor protagonismo de la princesa Cecilia, convertida
en la serie en poco menos que una princesa europea, y uno de los principales
apoyos de Inés en esos primeros años de Inés en tierras americanas. En la
novela, la antigua princesa inca, heredera del linaje de Atahualpa, es, como en
la historia real, amante del soldado Juan Gómez de Almagro, con el que marcha
también a la conquista de Chile, a pesar de encontrarse embarazada en el
momento de su partida. Por otra parte, no consta en la vida real que este Juan
Gómez de Almagro fuera en realidad sobrino de Diego de Almagro, aunque sí había
nacido también, como su padre, Alvar Gómez de Almagro, con quien había
participado también en la epopeya americana, en el mismo pueblo de la provincia
de Ciudad Real.
Otro aspecto a
destacar en este sentido, es la perspectiva vital de los dos amantes
conquistadores, Pedro e Inés, y la del resto de los protagonistas, en los días
previos a iniciarse los preparativos de la conquista de Chile. En la novela,
como también en la historia, los dos protagonistas viven su amor en la ciudad
de Cuzco, la antigua capital del imperio inca, convertida en una de las más
florecientes ciudades españolas en todo el continente, y que ambos viajan a la
nueva capital fundada por los españoles, allí donde se había trasladado ya el
verdadero foco de poder, Ciudad de los Reyes, la actual Lima, con el fin de
solicitar de Pizarro el preceptivo permiso para poner en marcha la expedición.
Mientras tanto, en la serie televisiva parece que ambas ciudades tienden a
identificarse en una sola, como si de una única capital se tratara.
Se podrían
añadir algunas diferencias más entre las dos manera de narrar el mismo relato
histórico, entre los dos lenguajes artísticos, pero ello haría demasiado largo
este texto. En general, se puede apreciar un mayor acercamiento de la novela a
la realidad histórica de Inés Suárez. No es extraño que suceda de esta forma:
las películas, y también cualquier otro arte que esté tan particularmente
ligado a la imagen como el cine, y como las series de televisión, tiene la
necesidad de mantener en el espectador la tensión del espectáculo, lo que hace
que, en determinadas ocasiones, el argumento tienda a alejarse de la realidad
histórica en la que se basa. En la novela, en cambio, sólo depende de la
imaginación y el buen hacer del novelista, una imaginación, en todo caso,
controlada, de manera que los hechos, si no se produjeron exactamente de la
forma que narra el autor, bien pudieron haberse producido así. Y también en la
imaginación del propio lector, que tiene que ir visualizando los hechos en su
mente al mismo tiempo que va leyendo. En el cine y en la televisión, sin embargo,
los acontecimientos se suceden más rápidamente, y hay menos espacio para la
imaginación individual del espectador. En resumen, y enlazando otra vez con las
palabras de Manfredi, a la hora de enfrentarnos como autor a una novela
histórica, debemos tener un profundo conocimiento de la realidad histórica a la
que nos enfrentamos, y ser lo más fiel posible a esa realidad. Pero eso no
quiere decir que no podamos inventar algún hecho aislado, cuando éste no es bien
conocido, o cuando no tenemos datos suficientes sobre alguno de los personajes.
Pero todo ha de ser desde el supuesto de que esos hechos, si no sucedieron
realmente de la forma que nos los imaginamos, bien pudieron haber sucedido de
esta forma.
Por otra parte,
puede parecernos extraño que una mujer española del siglo XVI, a la hora de
relatar sus memorias a su hija, aunque en realidad se trate sólo de la hija de
su esposo, lo haga tal y como se hace en la novela, de la que éstas, las
memorias, son en realidad el hilo conductor; que no ahorre detalles tan
explícitos sobre sus verdaderas relaciones amorosas con sus tres amantes
sucesivos. Sin embargo, existe en la literatura española del Siglo de Oro
testimonios suficientes que demuestran que todas las mujeres no se comportaban
de la misma manera ante las mismas situaciones, a pesar de los
convencionalismos de la época. Además, y la historia también lo corrobora, Inés
Suárez es una mujer diferente, especial, que fue capaz de abandonarlo todo, su
propia tranquilidad aburrida en un villorrio de España, y alistarse en una
aventura que, si era enormemente trabajosa para un hombre, mucho más lo sería,
eso sí, para una mujer de su época. Se trataba de una mujer apasionada, capaz
de darlo todo en sus relaciones amorosas. Recogemos algunas frases entresacadas
del relato novelesco: “Esas buenas razones me sirvieron durante años de
forzada castidad, en los que mi corazón aprendió a vivir sofocado pero mi
cuerpo nunca dejó de reclamar. En este Nuevo Mundo el aire es caliente,
propicio a la sensualidad, todo es más intenso, el color, los aromas, los
sabores; incluso las flores, con sus terribles fragancias, y las frutas, tibias
y pegajosas, incitan a la lascivia. En Cartagena y luego en Panamá dudaba de
los principios que me sostenían en España. Se me iba la juventud, se me gastaba
la vida… ¿A quién le interesaba mi virtud? ¿Quién me juzgaba? Concluí que Dios
debía de ser más complaciente en las Indias que en Extremadura. Si perdonaba
los agravios cometidos en su nombre contra millares de indígenas, ciertamente
perdonaría las debilidades de una pobre mujer.”