DOS HIJOS ILUSTRES DE NAVALÓN

 

Navalón, pequeña aldea conquense de hondas raíces rurales y discretas dimensiones, ha visto nacer, sin embargo, a hombres cuya trayectoria trascendió los límites de su geografía. En los siglos XVII y XVIII, dos de sus hijos alcanzaron notoriedad en ámbitos muy distintos: la Iglesia y las armas. El sacerdote Felipe de Atienza y Acebrón, administrador del Real Hospicio de Nuestra Señora de la Inclusa de Madrid, y el capitán Martín López, veterano de la Guerra de Sucesión Española, representan el testimonio de cómo desde los pueblos más modestos pueden surgir figuras que dejan huella en la historia de España. Este artículo rescata sus nombres y sus obras, devolviendo a Navalón el lugar que les corresponde en la memoria colectiva.

 

Navalón es un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca, situado apenas a diecisiete kilómetros de la capital, entre los lugares más conocidos de Chillarón, en la carretera de Guadalajara, y Jábaga, en la de Madrid; a cuyo ayuntamiento -Fuentenava de Jábaga-, por cierto, pertenece. En alguna ocasión anterior ya me he referido a él en este mismo blog (ver, a este respecto, “El altar mayor de la iglesia de Navalón, 18 de enero de 2018; y  “La iglesia de Navalón (Cuenca) en el siglo XVIII”, 23 de agosto de 2019). En esta ocasión voy a hablar sobre dos hijos ilustres de este lugar, quizá los más ilustres de todos cuantos nacieron allí, Felipe de Atienza y Acebrón y el capitán Martín López, quienes destacaron, respectivamente, en los campos de la Iglesia y las milicias.

Felipe de Atienza y Acebrón nació en dicho lugar en 1675. Ingresó en el estado clerical, y desarrolló su labor pastoral en diferentes localidades de la España interior, más allá de los límites de la diócesis de Cuenca, durante las primeras décadas del siglo XVIII. Su presencia está documentada en las parroquias de Riopar —en la actual provincia de Albacete— y en Yebra —hoy perteneciente a la provincia de Guadalajara—, donde ejerció como sacerdote. Y en la última etapa de su vida, Felipe de Atienza alcanzó un cargo de relieve en la Corte, al haber sido nombrado administrador del Real Hospicio de Nuestra Señora de la Inclusa de Madrid, institución destinada a la acogida de niños expósitos. Allí desempeñó sus funciones hasta su fallecimiento, acaecido en el año 1732.

Esta institución, el Real Hospicio del Ave María y San Fernando, tiene sus raíces en la labor caritativa de Simón de Rojas, un sacerdote trinitario español, oriundo de Valladolid, que había vivido más de cien años antes, entre 1552 y 1624. Miembro de la orden trinitaria, se destacó como predicador, confesor y director espiritual en la corte de Felipe III y Felipe IV. Fundó la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de María en 1612, con el objetivo de recoger y socorrer a los más necesitados, promocionando su culto, hasta el punto de que la tradición lo llama el “apóstol del Ave María”. Esa congregación fue la base de muchas obras caritativas, entre ellas la atención a pobres, enfermos y expósitos, y por lo tanto, también del hospital que después dirigiría nuestro sacerdote. Fue beatificado en 1766 por Clemente XIII y canonizado por Juan Pablo II en 1988..Desde esos inicios, la institución evolucionó, hasta convertirse en una institución de acogida para huérfanos, niños expósitos y personas desamparadas. El hospicio cesó su actividad en 1922, preludiando una etapa de transformación.

Por lo que se refiere al edificio, éste estaba ubicado en la madrileña calle de Fuencarral. Su fachada, concebida como un retablo arquitectónico, destaca por el intenso dinamismo de sus formas: estípites, óculos, rocallas y una espectacular hornacina que alberga una escultura de San Fernando diseñada por Juan Ron. Destaca por su fachada barroca churrigueresca, con su factura escenográfica, es considerada una joya del barroco civil español, y por su capilla, pieza clave que conecta el pasado asistencial del hospicio con su nueva vida museográfica. Y es que en 1919, se reconoció su valor patrimonial: la fachada, la primera crujía y la capilla fueron declaradas Monumento Histórico-Artístico, evitando su demolición. Pocos años después, entre 1926 y 1929, tras la celebración de la Exposición del Antiguo Madrid, el Ayuntamiento acometió la rehabilitación para instalar el Museo Municipal de Madrid. Finalmente, en 2007 fue renombrado como Museo de Historia de Madrid, siendo uno de los ejemplos más destacados del barroco civil madrileño.

La figura de Felipe de Atienza representa el ejemplo de un clérigo de origen rural que, sin abandonar la relación con su tierra natal, supo proyectar su trayectoria hacia ámbitos de responsabilidad en instituciones benéficas de la capital, dejando constancia de su paso tanto en Navalón como en Madrid. Y aunque, tal y como hemos visto, nuestro protagonista se mantuvo, a lo largo de su vida profesional, lejos del pueblo que le vio nacer, sin embargo, durante toda su vida mantuvo un vínculo estrecho con su lugar de origen. Fruto de esa relación fue la donación que hizo a su parroquia natal, de una reliquia del Lignum Crucis que el sacerdote había obtenido durante su ministerio en el pueblo toledano. En la documentación conservada en Navalón, y que no fue llevada en su momento al Archivo Diocesano de Cuenca, se conserva todavía  un expediente sobre las circunstancias en las que dicha reliquia llegó al pueblo conquense, como una de las estipulaciones de su testamento: “Papeles originales de la legitimidad del Lignum Crucis que hoy posee la Iglesia parroquial de Navalón, por manda que de él le hizo en su testamento D. Felipe de Atienza y Bordallo, natural de dicho lugar, cura que fue en las parroquias de la villa de Riopar, en el partido de Alcázar, y de Yebra, en el de Pastrana, del Arzobispado de Toledo, administrador del Real Hospicio de Nuestra Señora de la Inclusa, de niños expósitos, de la villa de Madrid, donde murió año 1732, a primeros de octubre.”

La documentación refleja toda la historia de la famosa reliquia, desde la donación, desde su donación, en el año 1636, a la iglesia parroquial de Tembleque (Toledo), por parte del padre  fray Luis Martín, religioso franciscano, natural de dicha villa, residente en el momento de la donación en el convento de San José, que la orden tenía en Elche (Alicante), y que llegó a manos del conquense por la donación que a él le hizo, ya en 1715, Juan Díaz Calvo, quien era, en aquellos momentos, racionero de la catedral de Toledo. La identificación de esta reliquia con la que había sido donada a la iglesia de Tembleque es clara: “Item, la reliquia o Lignum crucis, que hoy está en esta Iglesia de Navalón, Diócesis de Cuenca, y aldea y jurisdicción de dicha ciudad, donación de D. Felipe de Atienza, natural de dicho lugar, la hubo de D. Juan Díaz Calvo, natural de la dicha villa de Tembleque, Racionero que fue en la Santa Iglesia Catedral de Toledo muchos años, y murió el de 1715, de edad de 85 años, y está sepultado en ella. Y es el Lignum Crucis, el mismo que expresa en su carta, y describe Fray Luis Martín, y se refiere en escritura adjunta dio y envió D. Antonio Fernández, Presbítero de dicha villa, su primo, para que se perpetuase en su parentela, , en beneficio de ella y de todos los vecinos, y después, por accidente que no sabemos, o por ser de la parentela dicho señor Racionero, vino a su poder con estos papeles, y con ellos en la Caja de Lata está en dicha Iglesia de Navalón.”

El segundo, el capitán de infantería Martín López, se destacó en los años de la Guerra de Sucesión (1700-1714), batallando del lado del bando borbónico. Poco es lo que se conoce, también, de su vida, tanto de la privada como de la profesional, más allá de los datos que aporta Víctor Alberto García Heras, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, en su tesis doctoral sobre “La guerra de Sucesión en Cuenca. 1700-1714. Familias, élites de poder y movilidad social.”  Natural de Navalón, donde había nacido en el último cuarto del siglo XVII, y después de haber combatido en esa guerra, principalmente en los territorios cercanos a su lugar de nacimiento, y a la propia capital conquense, obtuvo de la ciudad, el 12 de enero de 1712, tal y como había solicitado, una carta de recomendación para entrar a servir junto al marqués de Bedmar. Recogemos a continuación el acuerdo tomado por la corporación municipal, según figura en el acta correspondiente: “Este día se presentó memorial por el capitán de infantería don Martín López, natural del lugar de Navalón, le favoreciere con su carta para el marqués de Bedmar y demás, Ministro de Guerra, para que le atendiese con sus pretensiones, y la ciudad, en vista del informe, y conforme en atención a sus méritos y honrados procedimientos de dicho capitán, acordó se le den las cartas que pide, con todo el empeño que corresponde a ellos, con que se conformó el señor corregidor.” En aquel momento era corregidor  de la ciudad don Juan José de Miera y Castañeda, caballero de la orden de Alcántara.

Parece ser que en aquellos años del Antiguo Régimen, era bastante usual la existencia de nombramientos y recomendaciones de las instituciones municipales para la obtención de determinadas plazas militares. Pero, ¿quién es éste personaje, el marqués de Bedmar, que, según parece y salvo posterior decisión contraria por parte de los interesados, de la que no tenemos ninguna confirmación, llegaría a convertirse, en los primeros años de la posguerra, en beneficiario y protector natural de nuestro protagonista? Se trata de Isidoro de la Cueva y Benavides, grande de España desde 1702, quinto marqués de Bedmar, título que heredó en 1667, después del fallecimiento de su hermano. Era hijo de Gaspar de la Cueva y Mendoza, quien había fallecido dos años antes de su titulación, y de Manuela Enríquez y Osorio. Inició su carrera militar en Milán, donde mandó una compañía de infantería, y más tarde pasó a los Países Bajos, como maestre de campo de uno de los tercios allí establecidos. Participó también en la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), destacando su actuación en las batallas de Fleurus (1690) y Neerwinden (1693), después de lo cual fue nombrado comandante supremo en los Países Bajos españoles.

Con el estallido de la Guerra de Sucesión Española, el marqués de Bedmar fue designado gobernador interino de los Países Bajos (1701-1704). Durante su mandato en los Países Bajos construyó la línea defensiva “Bedmar” y el fuerte Bedmar, en De Klinge, muy cerca de la frontera entre Bélgica y Holanda, y aunque perdió varias ciudades ante la Gran Alianza (Venlo, Roermond, Limburgo, Geldern), también logró detener a los aliados en la batalla de Ekeren, en junio 1703. Entre 1705 y 1707, el marqués de Bedmar fue virrey de Sicilia, y en 1709 fue nombrado Ministro de Guerra del rey Felipe V, además de Capitán General del Océano; es éste, precisamente, el momento en el que se mostró como protector del capitán Martín López. Caballero de varias órdenes militares -de Santiago, y de Calatrava, además de la orden del Espíritu Santo, la orden más prestigiosa de las establecidas en Francia, en enero de 1713 fue designado Presidente del Consejo de Órdenes, cargo que mantuvo hasta su fallecimiento, acaecido en 1723.

Durante su tiempo al frente de la gobernación en los  Países Bajos, Isidoro de la Cueva  había realizado diversas reformas, “a la francesa”. Estas reformas se iniciaron ya en 1701, con las Ordenanzas de Flandes, que sustituían la antigua organización tradicional de los Tercios, ya obsoletos, por los modernos regimientos. En 1703 se sustituían las armas tradicionales -el mosquete, el arcabuz y la pica-  por los modernos fusiles con bayoneta. En 1704 se produjo la unificación del mando, bajo la dirección única de un secretario de Despacho de Guerra, y ese mismo año, el propio Felpe V adoptaba también todas las modificaciones anteriores, logrando de ese modo la modernización de todo el ejército español. Además, se sustituyó los nombres de las unidades militares, adoptando la de lugares geográficos, abandonando  la costumbre de denominarlos por el nombre del coronel que estuviera al mando en cada momento, y se estableció una nueva escala militar, desde capitán general a cabo. Destacó también en la creación de nuevos cuerpos militares, como la de los Comisarios de Guerra.






El podcast de Clio: NAVALÓN: SACERDOTE Y CAPITÁN

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