lunes, 19 de agosto de 2019

DE DELICIAS Y DESQUICIAS: UN CURIOSO LIBRO DE CUENTOS DE DOS AUTORES CUBANOS


El pasado mes de junio se celebró en la capital conquense un encuentro cultural hispano-cubano, sin precedentes en nuestra ciudad. El encuentro, bajo el título de “Arte cubano en Cuenca”, fue organizado por Juan Jorge Parera López, profesor durante mucho tiempo en Suecia, con ciertos vínculos familiares y personales en la capital conquense, que es autor por otra parte de un libro bastante original, “Arte, matemática y pensamiento virtual”, en el que pretendía, con gran acierto, relacionar el mundo de arte con esos otros mundos tan aparentemente diferentes entre sí, y diferentes con el propio arte, como son la psicología y las propias matemáticas. Ahora, en su papel de dinamizador cultural, ha decidido organizar una vía de encuentro entre Cuba y Cuenca, en la que ha destacado la celebración de una importante exposición de pintores y escultores cubanos, una exposición en la que se pudo contar con algunos de los mejores pintores y escultores del país americano, consagrados o en vías de consagración, residentes en la propia isla y residentes en esa “pequeña Cuba”, tal y como se la ha llamado, que es Miami, en el estado norteamericano de Florida. Y también, como no podía ser de otra forma, con alguno de los cuadros que el mejor pintor cubano de todos los tiempos, Wilfredo Lam, realizó en los años veinte del siglo pasado, durante su estancia en la ciudad del Júcar.
              Junto a esta exposición, también tuvo lugar la presentación de algunos libros, entre ellos, éste que he querido comentar en esta entrega del blog. Y es que, bajo el título de “El jardín de las delicias y de las desquicias”. escrito al alimón por dos autores cubanos, el propio Juan J. Parera y Blanca Caballero Pacheco, se rinde, otra vez, un tributo real, a través de una original selección de narraciones, a la pintura; y no sólo por el título del libro, una referencia clara a una de las obras cumbres del arte universal, el famoso cuadro de Jheronimus Bosch, “el Bosco” en España y ya en todo el mundo, que se puede admirar en el madrileño Museo del Prado; el titulado “El jardín de las delicias”. Por el contrario, cada una de esas narraciones, de los curiosos relatos que conforman el volumen, ha sido encabezado por una obra de Andrés Valerio, uno de los más afamados autores cubanos en la actualidad, o de Elisa Valerio, pintores ambos que también participaron en la exposición conquense. Cuadros que, de alguna manera, están todos relacionados con el texto al que acompañan, y que incluso, en alguna ocasión, han sido realizados ex profeso para el libro analizado.
              No se trata, en puridad, de un texto realizado a dos manos por ambos autores, al estilo de esa pareja de pianistas que se juntan para interpretar, en un mismo piano, una brillante composición clásica. Cada uno de los cuentos tiene su propio autor, que lo firma como tal, aunque para poder saber de quién es cada texto, tengamos que acudir únicamente al índice general de la obra. Sin embargo, de alguna manera, los dos autores participan del conjunto, desde la corrección de las obras ajenas correspondientes, y desde la existencia de una cierta ligazón conceptual, tal y como puede apreciarse en el último de ellos, en el que todos los personajes que aparecen en el libro, los de Juan y los de Blanca, se asoman al baúl silencioso del autor, como si no quisieran desaparecen para siempre, una vez que el lector cierra el libro después de su última lectura.             
              Ambos autores tienen una cosa en común, o varias: su acercamiento a la literatura desde el universo diferente, demasiadas veces opuesto a ella, de la ciencia. Juan, ya lo hemos dicho, es físico y matemático, y ha compartido sus conocimientos con sus alumnos desde la cátedra de la universidad sueca. Blanca, por su parte, es química. Ambos coinciden también en el hecho de haber tenido que abandonar su bella Cuba natal, emigrantes obligados a Europa o a la cercana Miami. Este hecho, la opresión política sufrida en la isla durante estos últimos sesenta años, es el tema de algunos de los cuentos del libro, los que conforman la tercera parte del volumen. Son historias claramente reconocibles, a pesar de que los autores han querido camuflarlos, tal y como se puede leer en la solapa, bajo una serie de “personajes caricaturescos que quizás lleguen a formar parte de la iconografía política latinoamericana.” En este sentido, quiero destacar aquí el titulado “La causa estaba en el fondo”, de Blanca, pero que podía haber escrito también Juan. En este cuento, el comunismo se nos presenta como un cubo de basura, un “latón de basura” en la terminología propia de la isla, capaz de transformar un verdadero paraíso en el infierno más horrible.
              El resto de los relatos, más asépticos políticamente, conforman un universo original, propio de los científicos que los han creado. Éste el es caso, por ejemplo, de “El amante 101”, de Juan Parera, cuyo verdadero protagonista es, más que el propio relator de la trama, más incluso que esa mujer de la que se nos habla, incapaz de recordar a cada uno de sus amantes por sí mismos, si no es a través de los números, las propias matemáticas, el principal campo de investigación del autor. Tal es el caso de “Tejiendo palabras”, de Blanca Caballero, en el que las palabras cobran vida también fuera del propio libro.
              No quiero terminar sin hacer antes una breve referencia a las ilustraciones de Andrés y de Elisa Valerio, unas ilustraciones plenas de color, como es propio de gran parte de la pintura cubana actual, en la que el simbolismo, el surrealismo y el expresionismo, se combinan de una manera muy personal y llamativa. Recogemos en este sentido las palabras del escritor alcarreño Alfredo Villaverde, autor del prólogo: “Los cuadros de Andrés y Elisa Valerio que ilustran las portada y los capítulos del libro, son de una belleza y sugerencia que se entroncan con lo mejor del realismo fantástico del arte cubano, presente siempre en sus grandes pintores contemporáneos, y los textos de Blanca Caballero y Juan Jorge Parera nos atrapan con su claridad de pensamiento, su latido emocional, su punzante ironía y la habilidad para construir unas narraciones en el mejor repertorio de la literatura fantástica, tan presente siempre en Cuba, que cuenta hoy con autores tan interesantes como José Miguel Sánchez Yoss y Daina Chaviano”.
              Un realismo fantástico y simbólico que, lo recordamos, caracterizó siempre a la obra de “El Bosco”, a quien el propio Andrés Valerio homenajea en el lienzo que sirve de portada al libro, y que los autores homenajean también, a su vez, en una especie de mínimo relato introductorio, en ese “Diálogo entre el artista y el Señor”, en el que se nos presenta el verdadero mensaje de la obra del genial pintor flamenco: “Sólo veo un jardín en su parte izquierda. En el resto veo pecado, pecadores y castigos. Lo cual es real, la vida tiene delicias, pero mucho de infortunio y desquicias, Por ello lo hubiese titulado El jardín de las delicias y las desquicias”.

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