jueves, 15 de julio de 2021

Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval

 Durante toda la semana pasada, en los jardines de la Diputación Provincial con el fin de poder cumplir adecuadamente todos los protocolos establecidos para luchar contra el Covid-19, fueron presentados al público conquense los libros que durante este año largo en el que nos hemos visto obligados a luchar contra la pandemia, han sido diseñados y publicados por el organismo provincial; siete libros en total, muchos de ellos relacionados con la historia de nuestra provincia, que representan una nueva contribución que la institución ha hecho, como todos los años, al conocimiento de nuestro pasado y, también, de nuestro presente. Entre ellos, el primero de todos, el que quiero comentar en esta nueva entrada del blog, que bajo el título de “Apuntes militares de Cuenca. Entre Madrid y Levante”, representa además una primera contribución al ámbito conquense del Instituto de Historia y Cultura Militar. Un libro complejo y coral, formado por una serie de trabajos, la mayoría de ellos escritos por algunos de los militares que son miembros de dicho instituto, que cuenta con la colaboración de algunos historiadores civiles, entre ellos Miguel Romero, cronista oficial de Cuenca y secretario del Instituto de Estudios Conquenses.

El libro cuenta con un total de doce capítulos, con sus consabidas salutaciones -del alcalde, del presidente de la Diputación provincial y del director del Instituto de Historia y Cultura Militar-, y unas consideraciones finales. Y a lo largo de sus doce capítulos, se hacer un recorrido por toda la historia militar de Cuenca, especialmente desde los tiempos medievales, en un momento como el actual, en el que este tipo de estudios militares vuelve a estar de moda, liberado ya de los males que hasta no hace demasiados años, le había causado una visión demasiado política y positivista de los estudios históricos: acciones bélicas, unidades militares que participaron en ellas, militares conquenses que se destacaron en diferentes batallas y acciones de campaña,… Algunas de ellas son bien conocidas por el público conquense en general, aunque en ellas, los autores de los respectivos capítulos siempre destacan nuevas perspectivas mucho más novedosas, y otras son, en líneas generales, completamente desconocidas para la gran mayoría de los conquenses.

Desde el punto de vista de esa novedad, me gustaría destacar aquí dos aspectos concretos, que están relacionados con la historia medieval de nuestra provincia, un periodo amplio de tiempo en el que la guerra era la forma de vida habitual de todos los miembros de la sociedad, desde el rey hasta el más humilde villano, y especialmente de aquellos que vivían en zona de frontera -guerras entre cristianos y musulmanes; guerras civiles entre los propios cristianos o los propios musulmanes; guerras entre dos grandes ejércitos, formados cada uno de ellos, en alegre camaradería, tanto cristianos como musulmanes-, dos aspectos que creo que deben ser tenidos muy en cuenta. Por una parte, el hecho de que, entre los propios conquenses, pocas veces ha sido analizada la importancia que una familia conquense, los Dhi-l-Nun, tuvo en la desaparición del califato omeya de Córdoba, y la creación de los primeros reinos de taifas. En efecto, los hechos que provocaron la implosión de califato omeya en Al Ándalus se iniciaron a partir de 1009 cuando, asesinado el visir cordobés, Abderramán Sanchuelo -quien era hijo de Almanzor y de Urraca Sánchez, la hija del propio rey de Navarra, Sancho Garcés II-. El asesinato posterior del nuevo califa, Hisham II, cuatro años más tarde, se desencadenó en la ciudad del Guadalquivir una importante guerra civil, que tendría como consecuencia final el colapso total del califato.

Y en ese río revuelto, uno de los que más ventajas pudo sacar fue, precisamente, Ismail Dhi-l-Nun, o Ben Zennun, descendiente de una poderosa familia de origen bereber, que desde los primeros años de la conquista se había asentado en las tierras que en los tiempos prerromanos habían formado la Celtiberia, y que en ese momento era conocida con el nombre de Santaveriyya. La capital del territorio estaba situada en la Alcarria conquense, en Santaver, junto a la antigua Ercávica romana, pero sus territorios se extendían por buena parte de la provincia de Cuenca y el sur de la de Guadalajara, con castillos principales en Masatrigo, Uclés, Huete y Cuenca, la joven ciudad que, a pesar de que hacía muy pocos años que había sido fundada sobre un promontorio del Júcar, junto a la desembocadura del Huécar, estaba destinada a convertirse, en muy poco tiempo, en la ciudad más importante de toda la región. A partir de este momento, y aprovechándose de las circunstancias, Dhi-l-Nun y sus descendientes, Al-Mamun y Al-Qadir, hijo y nieto de Ismail respectivamente, fueron incorporando nuevos territorios a sus posesiones, hasta hacerse con el reino de Toledo, convirtiéndose así en el dueño de toda la Marca media andalusí, y llegando a apoderarse, durante algunos momentos importantes, de la antigua capital del califato, Córdoba. Para conseguirlo, el conquense se apoyó en algunos momentos, en los reyes cristianos de León y de Castilla, algo habitual en aquellos momentos, aunque es un hecho que a menudo es olvidado también cuando se habla de la Reconquista.

Tampoco se ha hablado demasiado, entre los apasionados de nuestra historia, del llamado Pacto de Cuenca. Lo que el autor ha llamado el Pacto de Cuenca, tiene un antecedente histórico que sí es bastante conocido por el público den general:  las capitulaciones del reino taifa toledano, que en ese momento todavía estaba regido por Dhi-l-Nun, después de su conquista por parte del rey Alfonso VI de Castilla. Este acuerdo entre vencedor y vencido es importante también para comprender mejor, desde el punto de vista histórico, la legendaria historia de la mora Zaida, y la supuesta entrega al reino castellano, como dote de un matrimonio que nunca se produjo -recordémoslo una vez más, Zaida nunca fue la esposa del rey Alfonso VI, sino su amante, aunque también madre de su heredero, el príncipe Sancho-, de las consabidas plazas fuertes de Cuenca, Uclés y Huete. Esta leyenda, que aparece en algunos antiguos cronicones, representa una realidad histórica diferente: la adquisición, por parte de uno de los más importantes caudillos cristianos del momento, Alvar Fáñez, sobrino del Cid, de un amplio territorio, que había sido parte de las posesiones patrimoniales de los Dhi-l-Nun. De esta manera lo ha explicado el autor del capítulo correspondiente a este periodo de la historia, Plácido Ballesteros San José:

Al no tener noticia cierta de ganancia de ciudades antes o después de esta capitulación excepto las entregadas por el pacto de Cuenca, parece lógico pensar que la firma de la capitulación supuso, junto con la entrega de la capital, la del reino; del mismo modo que las ciudades enumeradas por los cronistas cristianos como conquistas de Alfonso VI se expresan sólo por su nombre, pero comprenden la cabeza con su alfoz. Este hecho es incuestionable. Dado que ninguna fuente coetánea a los hechos, ni narrativa ni documental, ni cristiana ni musulmana, se ofrecen testimonio de otras luchas, resistencias o nuevos asedios, al hablar de la entrega de las ciudades y plazas que fueron ocupadas por los cristianos al mismo tiempo que Toledo capital, esto nos lleva a afirmar que los datos o fechas de conquistas concretas, proporcionadas por algunas historias locales a partir del siglo XVI,  no tienen ninguna apoyatura histórica, están inspirados por el orgullo y las tradiciones locales, y no tienen ningún fundamento. La entrega de estas plazas principales del reino sin luchas conocidas, insistimos, seguramente se hacía mediante órdenes y por personas de confianza de al-Qadir, y las condiciones serían, obviamente, las mismas de la capitulación de la capital.”

En este marco histórico se produjo un nuevo acuerdo entre al-Qadir y Alfonso VI, con el fin de que el antiguo rey de Toledo, al-Qadir, pudiera hacerse con el gobierno de la taifa de Valencia, aprovechándose así de las guerras civiles que llevarían, poco tiempo después, al colapso total de ese reino, debido al fallecimiento de Abd al-Aziz. El pacto, por otra parte, convertía a las antiguas posesiones patrimoniales de los Dhi-l-Nun, la kora de Santaveriyya, en una especie de protectorado tapón, que facilitaría más tarde la entronización de al-Qadir como nuevo rey taifa de Valencia, limitando de esta forma la expansión de cualquier otro monarca que tuviera pretensiones en la zona, fuera éste cristiano, Sancho Ramírez de Aragón, o musulmán, al- Musta’in de Zaragoza. Recogemos de nuevo las palabras del profesor Ballesteros San José:

“Así las cosas, para facilitar la operación era lógico que aquel sector más próximo a Valencia, precisamente en el que la fidelidad a Al-Qadir no era discutida por nadie, ya que allí se situaban las ciudades que formaban el solar patrimonial de los Dhi-l-Nun (Santaver, Huete, Uclés, Cuenca y Alarcón) quedó reservado inicialmente para el rey de la taifa toledana. Las fuentes nos informan de que, tras su salida de Toledo, a finales de mayo de 1085, al-Qadir se estableció en Cuenca, donde fue recibido por uno de sus privados, Ibn Alfaray. Con él preparó la estrategia a desarrollar para la ocupación de Valencia con la ayuda de las tropas cristianas puestas a su servicio por Alfonso VI, capitaneadas por uno de los caudillos militares más destacados de la Corte Castellana, Alvar Fáñez. La operación culminó durante la primavera del año siguiente, pues las circunstancias políticas del reino valenciano pronto fueron propicias para ejecutar el plan de Alfonso VI. Ese mismo año, murió el visir valenciano Abd al-Aziz y la población de la ciudad se dividió en varios bandos, de manera que, mientras algunos sectores apoyaban a dos de los hijos del visir, otras dos facciones eran partidarias de entregar la ciudad a Al-Musta’in de Zaragoza y a Al-Qadir respectivamente. Triunfó, finalmente, el partido favorable a al-Qadir cuando éste se presentó ante la ciudad con sus fuerzas, apoyadas en las tropas castellanas al mando de Alvar Fáñez. Tras la destitución de Otman, hijo de Abd al-Aziz, durante el mes de marzo de 1086, el exrey de taifa toledano ocupó las dependencias de gobierno en el interior de Valencia. Las tropas de Alvar Fáñez se acantonaron en Ruzafa, a las afueras de la ciudad.”

Resumiendo, la destitución de al-Qadir del reino de Toledo, antigua capital de los visigodos, significó un acuerdo de éste con el monarca castellano, para que éste pudiera intercambiar sus antiguas posesiones junto al Tajo por un nuevo territorio en la comarca del Turia, impidiendo además la expansión de otros monarcas hacia territorios cercanos a las nuevas posiciones del reino cristiano de Toledo; para ello, contaba el conquense con el apoyo de los cristianos, a cambio del establecimiento en la comarca conquense, antiguas posesiones patrimoniales de la familia, de un estado tapón, dirigido por Alvar Fáñez, uno de los hombres más poderosos de Castilla. Estado tapón cuyas plazas más importantes, con Cuenca, Huete y Uclés a la cabeza, pasaron por primera vez a manos de los cristianos, por motivos meramente políticos, como vemos, y no amorosos, como marca la leyenda. A partir de este momento, este territorio limítrofe entre las actuales provincias de Cuenca y Guadalajara, pasará a llamarse la Tierra de Alvar Fáñez. La presión ejercida por los almorávides, llegados desde África para intentar convertirse en los nuevos amos de la península, y la derrota cristiana en la batalla de Uclés, en 1108, en la que falleció el propio príncipe Sancho, el hijo de Zaida y del rey Alfonso VI, acabaría con aquellos sueños, y la tierra de Alvar Fáñez pasaba de nuevo a manos musulmanas. Algunos años antes, en 1092, una revuelta popular instigada por el cadí ibn Yahhya, había conseguido deponer también a al-Qadir del gobierno valenciano, entregando la ciudad del Turia a los propios almorávides. El 28 de octubre de ese año, al-Qadir fue ejecutado por orden de estos, poniendo fin de esta forma al primer reino taifa de Valencia.

El libro cuenta, además, con otros capítulos interesantes. En él se habla de los tercios, desde luego, y de dos conquenses que se destacaron en las guerras europeas de los siglos XVI y XVII, Julián Romero y Alonso de Céspedes. Por lo que se refiere a la Guerra de Sucesión, se pueden destacar los párrafos que el autor del capítulo, el coronel Juan Murillo Terrán, dedica al teniente general Juan de Cereceda y Carrascosa, uno de aquellos militares conquenses, olvidado en muchas ocasiones por la historia, y sobre todo por sus propios paisanos de los siglos XX y XXI, que fue uno de los principales héroes de aquella batalla, muchas veces mal entendida, sobre todo en los ambientes más nacionalistas. Y respecto a la Guerra de la Independencia, tratada en dos capítulos consecutivos por el coronel Benito Tauler Cid, quiero destacar el papel desempeñado por la Junta Suprema de Cuenca, que no fue, como afirma el autor, la primera de las establecidas en el ámbito provincial -anteriormente a ella había sido creada ya la Junta de Requena, incorporada más tarde a la de Valencia-, y que ni siquiera llegó a tener nunca autoridad sobre todo el territorio conquense -el viejo marquesado de Moya había sido agregado primero a la propia Junta de Valencia, y más tarde a la de Aragón, que de esta forma pasó a llamarse Junta Suprema de Aragón y parte de Castilla-. También las diferentes unidades militares que, durante la guerra contra el francés, operaban en el teatro de guerra de nuestra provincia, y sobre todo, de aquellas que, combatientes en nuestras tierras o lejos de ellas, llevaban el nombre de Cuenca en su denominación oficial, habiendo sido integradas, además, por conquenses, de la capital y de la provincia, y armadas por el presupuesto de nuestras ciudades y pueblos. Y también la Guerra Civil cuenta con dos capítulos, en los que se estudian tanto el desarrollo del conflicto en la provincia, territorio de retaguardia, como sabemos, y el diferente armamento, ligero y pesado, que fue empleado por los combatientes.

En resumen, quiero destacar aquí que el libro es, en conjunto, una lectura obligada para todos aquellos que desean profundizar en la historia militar de nuestra provincia, o incluso en la historia de Cuenca en general. Se trata de un estudio novedoso en todos sus aspectos, también incluso en aquellos que son más conocidos por el conjunto de los conquenses, y una interesante contribución al conocimiento de nuestro pasado: Y también conocimiento de nosotros mismos, como conquenses, como miembros de una comunidad provincial que se fue forjando a lo largo de los tiempos, gracias a hermosos periodos de paz, pero también de luchas armadas, de guerras contra los que en algún momento intentaron invadirnos, o contra nosotros mismos. Y es que las guerras, a pesar de la gran tragedia que llevan consigo, nos han venido acompañando desde siempre, desde que el hombre es hombre, a los conquenses como al resto de los ciudadanos del mundo, conformando la manera de ser de nosotros como pueblo. Y la provincia de Cuenca no es una excepción, tampoco en este sentido.



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