ste texto fue presentado por su autor como trabajo de campo en el curso “Fuentes orales y su aplicación para la historia y la antropología”, celebrado en cuenca en junio de 1997, y organizado en colaboración por la Universidad de Castilla-La Mancha y la Asociación de amigos del Archivo histórico Provincial de Cuenca. Puede ser esclarecedor para contribuir a los estudios realizados sobre la historia y la sociología conquenses, aunque sea de manera muy limitada tanto en el tema como en el tiempo. De ahí que sea interesante su publicación íntegra.
La intención de este
trabajo ha sido la de investigar en la vida corriente de una zona concreta de
Cuenca, la calle Calderón de la Barca, en los años inmediatamente posteriores a
la Guerra Civil, principalmente en la década de los años cuarenta, y de su zona
de influencia. Como límites geográficos nos hemos marcado, por un lado, los dos
extremos de la calle, en las plazas llamadas actualmente de la constitución
–antiguamente, de Cánovas-, y de la Trinidad, y por otro lado, la actual calle
Carrillo de Albornoz, tradicionalmente llamado por los conquenses Callejón de
Juan Sáiz –más popularmente, incluso, callejón de Benítez-, y el paraje
conocido como Puente de Palo, ocupado hasta tiempos recientes por huertas que
se asomaban al río Huécar. Se trata de un espacio geográfico bastante
interesante en el periodo cronológico que nos ocupa –incluso en la actualidad,
al menos en parte, a pesar del tiempo transcurrido, por formar parte al mismo
tiempo del urbanismo central de Cuenca- debemos tener en cuenta a este respecto
que la calle citada es contigua a la de Carretería, y por lo tanto comparte con
ella alguna de sus características más destacadas, como su eminente dedicación
comercial-, y por otra parte el espacio rústico, representado en las ya citadas
huertas del Puente de Palo, donde la vida que se hacía todavía en esos años
cuarenta tiene más que ver con lo rural que con lo urbano.
La técnica empleada ha
sido la entrevista. A este respecto debemos decir que el número de entrevistas
realizadas, tan sólo una, no parece suficiente, y desde luego, no lo sería en
el caso de haber realizado cualquier otro tipo de trabajo. Soy consciente de
que los problemas que presenta el trabajo con fuentes orales –subjetividad,
olvido,...- se multiplican cuando el número de entrevistas en tan escaso. Sin
embargo, este sesgo se corrige en parte por ser esta zona de la ciudad bien
conocida por quien realiza el trabajo, quien se ha criado y sigue viviendo en
la actualidad en la calle estudiada, y sobre todo por las propias características
personales de la informante: María cañas Román, nacida en el barrio en 1932
–contaba por lo tanto ocho años al inicio del periodo estudiado, y doce a su
término-. Por lo tanto, es claro el interés que dicha persona siempre ha
mostrado hacia su barrio, lo que permite que la merma de recuerdos no hay sido
en este caso demasiado abundante. Además, al no tratarse de un trabajo
especialmente polémico en lo que a la ideología se refiere, el sesgo de la
subjetividad, dentro de la veracidad que en cualquier tipo de trabajo se le
puede dar a este término, tampoco existe.
Finalmente, decir que la
entrevista ha sido de carácter abierto, esto es, se ha permitido que el propio
informante fuera el que se expresara libremente, sin interrumpir demasiado su
discurso, salvo en aquellos momentos en los que ésta parecía perderse demasiado
en una historia de vida que podía, en ocasiones, ser ajeno al objeto de
estudio. En estos casos, hemos intentado reconducir su relato a todo aquello
que sí pudiera interesarnos, esto es, a lo referente a la propia calle Calderón
de la Barca en su niñez. Para ello nos hemos centrado en tres puntos concretos:
1.- La vida en la calle. 2.- La economía: el comercio como sentimiento de
barrio. 3.- El entorno de la calle: las huertas del. Puente de Palo.
1.- La vida en la calle
Calderón de la Barca
Nuestra informante no duda en afirmar,
desde el primer momento, que la vida en este barrio de la ciudad, como en todo
el complejo urbanístico de cuenca, era mejor, más sencilla que en la
actualidad. Recuerda con emoción, lo que se aprecia en los gestos de las manos,
en una risa abierta cada vez que nos cuenta alguna anécdota del momento, o
incluso un chiste que entonces se contaba, que en los años cuarenta apenas
pasaban coches por la calle. Incluso recuerda como en ambas aceras de la calle
había plantados dos árboles que, unidos mediante una cuerda que atravesaba toda
la vía, les permitía a los chicos jugar con absoluta tranquilidad. Respecto a
los coches, todavía le asombra, a pesar de estar ya acostumbrada a verlo, como
ahora siempre se encuentra aparcados “diez o doce coches” en la pequeña plaza
donde ella ha vivido desde hace muchos años, García Álvarez de Albornoz
–siempre ha sido el callejón de Juan Saiz, recuerda ella, nombre que ahora
conserva sólo una pequeña parte del espacio, y más íntimamente, Callejón de
Benítez, cuyo nombre tomaba de la farmacia, hoy inexistente, que había en el
lugar en donde arrancaba la subida a dicha plaza-. Recuerda como entonces,
cuando aún era una niña, la pequeña plaza era un espacio completamente abierto
para el juego.
Sin duda, como decimos,
para María Cañas, la vida en la calle calderón de la barca de los años cuarenta
era más tranquila. A pesar de que en esta calle siempre ha habido bares, hoy la
zona a la que hacemos referencia se ha visto perjudicada por la instalación en
una de las calles del entorno, la conocida desde siempre como Calle Nueva –hoy,
doctor Benítez-, de numerosos bares de copas, que para ella inquietan la
convivencia. La situación es sólo un reflejo de la sociedad moderna, pero se
agrava demasiado en la noche del Viernes Santo, cuando mucha gente viene de
fuera de la ciudad para participar en una noche “diferente”.
Aunque el propósito era
en realidad estudiar un poco cómo era la vida en esta zona durante los años
cuarenta, a la informante se le escapan, casi sin querer, algunos recuerdos de
la guerra. El hecho adquiere importancia cuando sabemos que en la parte más
elevada de la calle, bajo el Hospital de Santiago, edificio emblemático de la
zona, se hallaba uno de los más importantes refugios antiaéreos de la ciudad.
Recuerda como cada vez que sonaban las alarmas, muchos habitantes del barrio
dejaban todo lo que estaban haciendo y se metían con presura, a través de la
entrada que tuvieran más a mano, en ese refugio. Recuerda también como enfrente
de su casa ha existido hasta hace poco tiempo una cueva, no demasiado grande,
pero sí lo suficiente como para permitir, a ella y a su familia, cobijarse en
su interior de la posible caída de las bombas. El hecho se debía a un cierto
miedo, latente en toda la familia, a que las bombas cayeran cerca del refugio y
taparan sus entradas, imposibilitando con ello la salida a la población
refugiada en él.
Aquella tranquilidad –la
informante no alude para nada al hambre de la posguerra, lo que no quiere decir
que en esta zona de cuenca no existiera, sino más bien que la memoria es, desde
luego, selectiva- sólo se veía roto algunas veces para los contrabandistas, los
estraperlistas, cuando sentían de cerca el peligro de ser descubiertos por la
Guardia Civil; en esos momentos hacían todo lo posible para evitarlo, incluso
tirar sus mercancías al Huécar, que bañaba las ya citadas huertas del Puente de
Palo, que entonces “todavía llevaba agua”, a pesar de que cuando ello ocurría
la corriente se las podía llevar, provocándoles en esos casos pérdidas de
importancia.
Otro momento que también
recuerda muy bien fue cuando se desbordó el Huécar, lo que afectó sobre todo a
la calle del Agua –último lado del triángulo que cierran la de calderón de la
barca y el propio río, y que deja en su interior las tantas veces citadas
huertas del Puente de Palo-. Pero también a la propia calle estudiada y, sobre
todo, a las propias huertas que hasta hace poco se hallaban a su espalda. Recuerda
como, después de haber llovido abundantemente, vio venir desde el río una gran
masa de agua sin control. El Puente de la Trinidad, cuyo único ojo era entonces
mucho más pequeño que el actual, hizo efecto de presa, no dejando que el agua
alcanzara con claridad el Júcar. El Huécar se desbordó, y el agua llegó a
cubrir casi toda la calle, destruyendo lo que iba encontrando a su paso.
Primero cayó la tapia del Gallo, fábrica de harinas que se encontraba al principio de la Calle del Agua, y que daba nombre, y aún lo da, a las escaleras que desde allí atraviesan el puente sobre el propio río, y dan acceso a la parte antigua de la ciudad. Después también tuvo muchos problemas la tapia del colegio de las Josefinas, que entonces se hallaban en la misma calle. La informante recuerda todavía como el agua se llenó de objetos que habían sido arrastrados por la corriente: mesas, sillas, y hasta animales muertos. Y recuerdo sobre todo como las caballerías tenían ya el agua hasta la altura del lomo.
2.- El comercio en la
calle Calderón de la Barca
Un poco para comprobar su
capacidad memorística, y también un poco con el fin de estudiar de qué manera
el comercio pudo influir en la zona referenciada –debemos tener en cuenta que
se trata de una calle muy cercana al centro comercial de la ciudad-, le pedimos
que realizara un esfuerzo mental importante e intentara recordar que comercios
existían en ambas aceras de la calle en los años de su niñez. El trabajo fue
bastante positivo; la respuesta fue la siguiente:
-Desde la plaza de
Cánovas hasta la Trinidad, en la acera de la izquierda, nos encontramos los
comercios siguiente: Narciso Díaz (tejidos), Cuchillería Yajeya, colegio
Español, Refrey (máquinas de coser), zapatos Rubio (sólo almacén), confecciones
vera, la Oficina de Información y Turismo, Pastelería Arrazola, Taberna el Gol,
Farmacia Benítez, Droguería Benítez, Ultramarinos cantó, Taberna La Viña de
Oro, carpintería de Isaac. A partir de aquí comienza el amplio casría que era
de la familia Huerta, con algunos locales comerciales que, sobre todo, fueron
abiertos pocos años después del periodo estudiado, aunque quizá, no lo puede
asegurar la informante con precisión, ya estuvo abierto en este mismo lugar, en
los años cuarenta, la sastrería Ramos.
-En el mismo sentido,
pero ahora en la acera de la derecha, tenemos: Farmacia Escribano, Mercería
Magino, La Parisién (confección), el quiosco de la Eufrasia, el castillo de las
Medias (mercería), un estando, Las Cuadreras (marcos para imágenes de santos),
Jiménez (comestibles), una tienda de lanas), Fotos Pascual, Peluquería Bayo,
Olivares, la oficina de correos, la fiscalía de tasas, otra peluquería, un
zapatero remendón, y la sastrería Belinchón.
De esta breve descripción
estadística, y en conformidad con toda la información obtenida de la
entrevista, pueden deducirse algunas cosas:
• Prácticamente la totalidad de estos
comercios son de carácter pequeño, familiar, pero a pesar de ello tienen un
gran interés social, porque dan vida al barrio. Tanto es así que, como vemos,
en algunas ocasiones la informante no recuerda el nombre comercial del mismo,
hecho que sin duda a que lo importante no era en sí mismo el nombre del
comercio, sino la relación que se establecía entre el comerciante y los
habitantes del barrio –“vete a las lanas a por una madeja negra”; ve al
zapatero y dale esto”-.
• Por esa misma relación personal, el
trato no era el usual de comerciante a cliente, sino el de dos personas que se
conocen “de toda la vida”. La informante cuenta, acerca de esto, que si algún
cliente se olvidaba en alguno de estos comercios las vueltas del importe
pagado, el dueño del comercio no dudaba en entregárselo en cuanto tuviera la
oportunidad de hacerlo. Este hecho, muy raro de encontrar en los tiempos
actuales a juicio de la entrevistada, era en los años cuarenta norma de
conducta, y refleja en cierto sentido esa relación cercana entre ambos.
• Los sectores de actividad son muy
variado, predominando en cualquier caso todo lo relativo a la confección textil
en sus muy diversas facetas: mercerías, sastrerías, o los propios comercios
dedicados a la venta de telas. Después destacan los comercios de comestibles y
alimentación, peluquerías y tabernas. En algunos casos se puede observar una
cierta continuidad entre los años cuarenta y los noventa, siendo el caso más
llamativo la cuchillería Yajeya, que no sólo existe todavía, sino que además
ocupa el mismo local que entonces.
• Junto a estos comercial fueron también
instalados algunos servicios, oficiales o no: Colegio Español, Información y
turismo, correos, y la fiscalía de tasas.
3.- El entorno de la calle: las huertas
del Puente de Palo
Sin duda por su carácter
rústico hasta hace muy poco tiempo, la zona que más ha cambiado desde los años
cuarenta hasta la actualidad des precisamente este entorno de huertas, de las
cuales todas han desaparecido; sólo queda del periodo tratado algunas casas
viejas que se encuentran en la bajada desde la calle Calderón de la Barca.
Se accedía a esta zona
por estrechas callejas, una situada en el centro de la zona, frente a las
escaleras de acceso al Hospital de Santiago –hoy, calle José Martín de
Aldehuela-, y la otra al final de la calle, junto al Puente de la trinidad –la
entrada desde la calle doctor Galíndez ha sido abierta muy recientemente, al
proceder a la construcción de la zona de nuevos edificios impersonales- . en el
primero de los accesos citados, que daba directamente al Puente de palo
propiamente dicho, se hallaba entonces una pequeña carpintería, hoy totalmente
desaparecida, y que se constituía en la única actividad económica de esta parte
de la zona estudiada diferente al sector primario. Por la segunda se accedía a
la también desaparecida Fuente de la Doncella.
Como decimos, se trataba
de un sector dedicado completamente a la agricultura, en concreto a la huerta,
aunque también había un espacio dedicado a chopera. El río, que corría entonces
más cerca de la calle calderón de la Barca, o de sus espaldas –su caudal fue
desviado hacia la muralla cuando se canalizó con el fin de evitar nuevas
inundaciones-, que entonces llevaba más agua que en la actualidad, regaba estas
huertas poco antes de desembocar, al otro lado del Puente de la Ttrinidad, en
el Júcar. Si el Callejón de Juan Sáiz, o incluso la propia calle Calderón de la
Barca, era un espacio abierto en el que los chicos del barrio podían jugar, más
lo eran todavía, desde luego, los pocos espacios libres que las huertas
dejaban. En estos espacios abiertos se han celebrado, hasta hace poco tiempo,
las hogueras del 2 de mayo, víspera de la Santa Cruz, o cuando se acercaba la
semana santa, las célebres “procesiones infantiles, elementos aglutinadores
hasta hace muy poco tiempo –en realidad, también en la actualidad) de los
chicos conquenses.
Como decimos, la zona
está cerrada, junto a las viejas murallas medievales, por las calles del Agua y
calderón de la Barca, dejando dentro de ella el propio río Huécar. Por lo que
respecta a las construcciones, edificios modernos de mármol –uno de ellos
incluso con ascensor panorámico- han sustituido a los antiguas casas de huerta.
En la parte contraria, apoyadas en la muralla, se conservan todavía los dos
edifici8os principales, desigualmente restaurados, y dedicados hoy a fines
diferentes a los que tuvieron en su momento: el antiguo instituto, trasladado a
finales de la década, y el viejo palacio de la Audiencia (hoy Conservatorio de
Música).
4.- Conclusiones
Como vemos, se trata de
uno de los espacios urbanos conquenses que más se ha visto transformado por el
paso de los años, a pesar de que la observación de algunas fotografías de la
época pudieran indicarnos lo contrario. Sin embargo, la presencia continuada de
comercios, en algunos casos con rótulos idénticos a los actuales, el
mantenimiento –sobre todo en algunas partes de la calle; en otras, por
desgracia, los modelos de los nuevos edificios se han modificado demasiado,
desvirtuando en cierta medida esa arquitectura decimonónica que le ha dado
carácter especial a esta zona del ensanche-, hace pensar quizá, si hacemos el
esfuerzo de eliminar del paisaje los coches que atraviesan la calle, que el
tiempo no ha hecho demasiada mella en ella.