Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


jueves, 28 de diciembre de 2023

¿Encontrado un belén entre las ruinas de la ciudad de Pompeya? ¿Fake new o mala praxis periodística?

 

Hace algunos meses, saltó a la prensa generalista una noticia que parecía que iba a cambiar, de algún modo, la historia del imperio romano, o al menos, de una parte de esa historia: “Descubierto un nuevo emperador romano, Esponciano, gracias al descubrimiento de cuatro monedas de oro”. El supuesto emperador habría sido proclamado como tal en la provincia de la Dacia, en el año 260, y las monedas habían sido descubiertas hacia el año 1713 en Transilvania, aunque desde entonces, habían permanecido en algún sótano olvidado de la Galería de Arte Hunterian, en Glasgow (Escocia), hasta que alguien se había dignado a estudiarlas con detenimiento. ¿Hasta qué punto, este supuesto emperador desconocido, Esponciano, es digno de figurar en las listas de los principales mandatarios del imperio romano? ¿Fue de verdad emperador o, como mucho, uno de esos aspirantes a emperador, que intentó usurpar el trono en algún momento de la historia de Roma, y que sólo llegó a ser aclamado, durante unos pocos días, por una parte de sus tropas?

Muy pronto, algunos medios más especializados -y yo me hice eco de esos medios, en la sección de este blog dedicada a las noticias históricas; ver “¿De dónde salió esta moneda?”, https://www.youtube.com/watch?v=a0NwZxplT0Q-, enfriaron la noticia con una realidad mucho menos renovadora de la historiografía: las cuatro monedas eran una sola -las otras tres estaban a nombre de otro emperador ya conocido por los historiadores, Filipo el Árabe-, y ésta contenía en la leyenda una gran cantidad de faltas de ortografía, que, unidas a la mala calidad de la impronta de sus caras, demostraba que la moneda era, si no una falsificación realizada en pleno siglo XVIII, como antes se pensaba, en todo caso una simple imitación realizada por alguno de los pueblos bárbaros que en el siglo III tenían contacto con el imperio romano. En todo caso, el tal Esponciano, de haber existido, no sería un verdadero emperador romano, sino un reyezuelo de alguno de esos pueblos bárbaros.

Algunas de las figuritas de terracota encontradas en la Casa de Leda y el Cisne, en Pompeya,
según han sido publicadas en el periódico digital 20Minutos

Éste es un claro ejemplo de lo que últimamente está sucediendo con una parte de la prensa sensacionalista: se toman algunas noticias sesgadas de  diferentes revistas científicas, o pseudocientíficas -algunas veces, incluso, se las inventan-, y se lanzan a los medios con titulares ostentosos, con el fin de asegurarse la atención de los lectores. Después, cuando se lee el artículo con cierto detenimiento, uno se da cuenta de que el redactor respectivo ha exagerado la noticia, o se ha malinterpretado el descubrimiento, o si, incluso se ha manipulado, sin haberse dignado a contrastarla, como hubiera sido su obligación. Algo parecido ha sucedido estos días, con la noticia de que en el transcurso de las excavaciones de la ciudad de Pompeya habían sido descubiertas trece figurillas de terracota, que podrían resultar un claro antecedente de nuestros modernos belenes. A continuación, menciono algunas de esas referencias, algunas de esas notas de prensa, tal y como han sido publicadas por algunos de esos medios:

·         ”Descubierto un 'Belén' de la antigua Pompeya en una Domus sepultada bajo la lava del Vesubio”. https://www.abc.es/cultura/descubierto-belen-antigua-pompeya-domus-sepultada-bajo-20231223173824-nt.html.

· “Descubren en Pompeya «el belén» de la Antigüedad”. https://www.lasprovincias.es/sociedad/descubren-pompeya-belen-antiguedad-20231223181633-nt.html.

· “Nuevo hallazgo en Pompeya: un 'portal de Belén' pagano”. https://vandal.elespanol.com/noticia/r23932/nuevo-hallazgo-en-pompeya-un-portal-de-belen-pagano.

·  “Hallan en Pompeya “el belén” de la Antigüedad”. https://www.msn.com/es-es/noticias/other/hallan-en-pompeya-el-bel%C3%A9n-de-la-antig%C3%BCedad/ar-AA1lWlKZ.

·     “Hallan en Pompeya 13 singulares figurillas de barro: se usaron en un ritual romano”. https://www.msn.com/es-es/noticias/internacional/hallan-en-pompeya-13-singulares-figurillas-de-barro-se-usaron-en-un-ritual-romano/ar-AA1lUrM7.

¿Hasta qué punto se puede decir, y quedarse tan tranquilo, que un grupo de figuritas de barro encontradas entre las ruinas de una ciudad romana, puede ser consideradas como el antecedente más remoto de una celebración tan asentada en España, incluso en buena parte de Europa, como es la instalación de belenes para celebrar el nacimiento de Jesús? No hace falta ser un especialista en historia antigua para saber que ello es imposible. Pompeya, como es sabido, fue destruida durante la erupción del Vesubio en el año 79, como otras ciudades que se hallaban también, como ella, en las faldas del volcán. No sabemos en qué año se produjo realmente la Crucifixión de Jesucristo, pero si aceptamos, como la mayor parte de los expertos, que pudo haber sido cuatro años antes del inicio de nuestra era, y que murió a la edad de treinta y tres años, debemos considerar que el hecho debió producirse alrededor del año 30, es decir, cincuenta años de la erupción del volcán. Por otra parte, es cierto que la extensión del Cristianismo por todo el imperio romano se inició muy pronto, y que ya en el año 64, cuando se produjo el gran incendio de Roma, éste se hallaba ya bastante asentado en la capital del imperio, hasta el punto de que el entonces emperador, Nerón, fue capaz de culpar de la tragedia a la nueva “secta”, tan peligrosa en ese momento para la aristocracia romana.

La destrucción de Pompeya, por otra parte, fue total, porque una gruesa capa de lava y de cenizas cubrió toda la ciudad en muy poco tiempo, impidiendo en ella toda clase de vida. De esta forma, las ruinas de Pompeya son muy interesantes para los arqueólogos actuales, porque la erupción convirtió a una de las urbes más populosas del imperio en una ciudad fosilizada, tal y como se encontraba en el mismo instante de la erupción del Vesubio. La erupción causó la muerte de muchos ciudadanos romanos, entre ellos el filósofo Cayo Plinio Segundo, a quien su curiosidad científica le condujo a acercarse demasiado a los ríos de lava que caían por las laderas del volcán. Su sobrino, Cayo Plinio Cecilio, describió aquellos hechos en algunas de sus cartas:

“El 24 de agosto, alrededor de la una de la tarde, mi madre le llamó la atención a Plinio el Viejo sobre una nube que tenía un tamaño y una forma muy inusuales. Acababa de tomar el sol y, tras haberse bañado en agua fría y haber tomado una comida ligera, se había retirado a su estudio a leer. Ante la noticia, se levantó inmediatamente y salió fuera; al ver la nube, se dirigió a un montículo desde donde podría tener una mejor visión de este fenómeno tan poco común. Una nube, procedente de qué montaña no estaba claro desde aquél lugar (aunque luego se dijo que venía del monte Vesubio), estaba ascendiendo; de su aspecto no puedo darte una descripción más exacta que se parecía a un pino, pues se iba acortando con la altura en la forma de un tronco muy alto, extendiéndose a su través en la copa a modo de ramas; estaría ocasionada, me imagino, bien por alguna corriente repentina de viento que la impulsaba hacia arriba pero cuya fuerza decreciera con la altura, o bien porque la propia nube se presionaba a sí misma debido a su propio peso, expandiéndola del modo que te he descrito arriba. Parecía ora clara y brillante, ora oscura y moteada, según estuviera más o menos impregnada de tierra y ceniza. Este fenómeno le pareció extraordinario a un hombre de la educación y cultura de mi tío, por lo que decidió acercarse más para poder examinarlo mejor”.

Dicho esto, está claro, también, el supuesto belén no pudo llegar allí después de la propia destrucción  de la ciudad. Por otra parte, el primer belén de la historia ha sido atribuido muchas veces a San Francisco, quien ya a finales del primer cuarto del siglo XIII lo instaló para decorar una misa de Navidad que el propio santo celebró en una cueva italiana, cerca de su ciudad de Asís. En todo caso, no existe ninguna referencia histórica de la existencia de este tipo de instalaciones hasta la Baja Edad Media. Además de todo ello, y volviendo a la noticia tal y como ha sido presentada por una parte de la prensa generalista, algunos de los redactores han querido resaltar el hecho de que Pompeya se encuentre tan cerca de Nápoles, como si éste fuera un término a tener en cuenta para demostrar aún más la certeza de la noticia, sin tener en cuenta que los llamados belenes napolitanos, por conocidos y admirados que sean, no son los primeros belenes de la historia, sino que su momento culminante se remonta sólo al siglo XVIII.

Entonces, ¿de qué estamos hablando realmente al referirnos al descubrimiento de esas trece figuritas de terracota en las ruinas de una casa pompeyana? El registro arqueológico es bastante clarificador de ello: las trece figuritas fueron descubiertas en una pequeña habitación, junto al atrium de la Casa de Lena y el Cisne, llamada así por la escena representada en uno de los hermosos frescos que adornan las paredes de la domus. Nada de lo que ha sido encontrado en la casa puede hacernos pensar, como es lógico, que sus dueños fueran cristianos. Por el contrario, en la casa abundan los frescos y los mosaicos con representaciones que son propias de algunos mitos muy conocidos de la religión romana. Y, por otra parte, es sabido, también, que en ese preciso lugar de la domus, entre la entrada a la casa y el atrium, junto al vestibulum, era el lugar en el que, en muchas ocasiones, solían colocarse los altares en los que se veneraban a los lares y a los penates, los dioses del hogar y de los antepasados, que eran venerados por todos los habitantes de la casa, porque, de esta forma se fortalecían los lazos familiares y comunitarios de todos los miembros de la familia.

Así pues, la identificación de estas estatuillas con estos dioses parece bastante clara, y a ello hacen referencia, también, algunas de las noticias publicadas, no sin antes haber llamado ya la atención del lector en titulares, como mínimo, engañosos. A la hora de informar sobre el descubrimiento, hubiera sido más sencillo y honrado atribuir a estos dioses del hogar, comúnmente representado en todos los hogares de la antigua Roma, las trece figurillas de terracota, pero me pregunto si esta manera de hacer periodismo, más respetuosa con la ontología de la profesión, hubiera logrado atraer la atención de los lectores de la misma manera que estos titulares lo han conseguido.

"Destrucción de Pompeya y Herculano". John Martin. 1822. Tate Gallery. Londres.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Una monografía sobre la Primera República Española

 

“Ya hay un español que quiere / vivir, y a vivir empieza / entre una España que muere / y otra España que bosteza. / Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios, / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.” ¿Quién no conoce el famoso poema de Antonio Machado, sobre esas dos Españas eternamente enfrentadas, que han teñido de dolor y de sangre esta España, la única España en realidad, durante al menos dos siglos?  Sin embargo, no fue el poeta andaluz, castellanizado por esa fría Soria de la meseta, y que pudo haber terminado su carrera como profesor en Cuenca -es sabido su deseo de  permutar su plaza en Baeza con el catedrático de francés del instituto conquense, en un desesperado intento por regresar a su querida Castilla, deseo que finalmente pudo hacerse realidad con su traslado definitivo a Segovia-. Antes de él, ya había hablado de esas dos Españas el novelista canario Benito Pérez Galdós, en alguno de sus inolvidables Episodios Nacionales, precursores de esa novela histórica que tan de moda está en la actualidad, y que de manera acertada retratan toda la historia de España a lo largo del siglo XIX.

¿Cuándo nace, en realidad, el mito de las dos Españas, que ya es consustancial con toda la historia de España? Difícil sería encontrar una respuesta a la pregunta que se nos hace. El pintor aragonés Francisco de Goya ya retrató a esas dos Españas enfrentadas en una de sus pinturas negras, la que tituló “Duelo a garrotazos”, y que actualmente puede ser contemplada en el Museo del Prado. No es casual, por otra parte, que este lienzo fuese pintado, precisamente, entre los años 1820 y 1823, durante el Trienio Liberal, el mismo arco temporal en el que, para muchos historiadores, el mito de las dos Españas se convirtió ya en una realidad incuestionable. En efecto, la España inmediatamente anterior, la de la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, la que significó la aprobación de la primera Constitución de nuestra historia, era también una España dividida: dividida entre absolutistas y liberales; dividida entre patriotas y afrancesados; dividida entre quienes buscaban renovar las instituciones políticas, al estilo de lo que ya estaba empezando a suceder en otros países europeos, y los que deseaban la pervivencia del Antiguo Régimen. Pero no será hasta los años del Trienio, con el triunfo temporal de los liberales exaltados, enfrentados incluso con los otros liberales más moderados, los doceañistas, cuando las posiciones políticas y sociales terminarán de enfrentarse para siempre; y sólo diez años más tarde, por culpa de ese enfrentamiento, se iniciará el ciclo periódico de guerras sangrientas -las tres guerras carlistas más la propia Guerra Civil-, que hasta hace muy poco tiempo, y gracias a la Transición, creíamos cerrado para siempre.

       Uno de los momentos más álgidos de ese enfrentamiento político y social, sin duda, fue la revolución mal llamada Gloriosa, iniciada en 1868, y su apoteosis final, la Primera República Española, en la que, en muy pocos meses, los que van desde febrero de 1873 hasta diciembre de 1874, se sucedieron, en el más alto poder del Estado, cuatro presidentes, además de otro presidente de facto, al propio Francisco Serrano; el mismo Serrano que había sido amante de la propia reina Isabel II, y que en muy poco tiempo pasó a convertirse en uno de los cabecillas de la revolución, llegando incluso a regente del reino, y que en 1874 terminó por constituirse en el definitivo enterrador de la propia República. Etapa ésta, la de la Primera República, que ha sido tenida por algunos historiadores, como una de las más importantes en la historia de España, a pesar de que no pudo mantenerse en el tiempo por la acción dinamitadora, según ellos, de los sectores más reaccionarios de la sociedad; y tenida por otros, por una de las épocas más oscuras, más sórdidas, por las que ha pasado nuestro país en las últimas centurias. 

Sobre la realidad histórica de esta Primera República, sobre sus virtudes y, sobre todo, sobre sus múltiples defectos, es sobre lo que trata el nuevo libro  de Jorge Vilches, doctor en Ciencias Políticas y Sociología, y profesor del Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. El libro lleva un título bastante clarificador: “La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos”, y en su contraportada podemos leer lo siguiente: “La Federal, como fue conocida, se predicó como una utopía política y social que traería paz, prosperidad y felicidad. Sin embargo, la élite dirigente demostró su desprecio a la democracia prefiriendo la Revolución, el golpe de Estado y la conspiración a la legalidad, el consenso y la educación del pueblo en costumbres públicas democráticas. Pronto el país quedó desgarrado. Entre febrero de 1873 y diciembre de 1874 hubo cinco presidentes, cuyos mandatos estuvieron marcados por la guerra, el desdén de Europa, el desorden público, la desorganización e indisciplina del Ejército y la amenaza de una guerra con Estados Unidos, así como por el cuestionamiento de la unidad nacional con la proclamación del Estado catalán y la expansión del movimiento cantonalista desde Cartagena. El fracaso de la República, último episodio de la Revolución de 1868, se llevó por delante la confianza ciega en el ejercicio de las libertades, y perjudicó la evolución democrática de España.”   

Dicho esto, ¿quiénes fueron los responsables del fracaso de esta primera aventura republicana en nuestro país? Desde luego, y como ha sucedido siempre en todos los procesos revolucionarios, los propios líderes que protagonizan la Revolución, por querer avanzar demasiado deprisa en ese proceso revolucionario. En efecto, el autor ha puesto, negro sobre blanco, quienes fueron esos culpables: los políticos, y principalmente, los  políticos radicales, con sus dirigentes, Manuel Ruiz Zorrilla y Cristino Martos, a la cabeza; los mismos que, pocos meses antes, habían obligado a abdicar a Amadeo I, aquel rey extranjero al que habían llamado los propios revolucionarios, conscientes de que el país todavía no estaba preparado para la República, para convertirlo en  su propia marioneta política. Y junto a los radicales, el resto de dirigentes republicanos de Francisco Pi y Margall, quien fuera segundo presidente republicano, al frente. A este respecto, recogemos a continuación las palabras del propio Jorge Vilches:

“La República no murió el 3 de enero de 1874, sino con el golpe de Francisco Pi y Margall del 23 de abril. Aquel acto de fuerza contra la legalidad hizo que fuera imposible que los dirigentes de los grandes partidos llegaran a una fórmula de gobierno aceptable para todos o, al menos, para la mayoría. Sin los radicales y los conservadores, cualquier acción política era imposible, porque el país era muy plural, y entre sus filas había grandes cuadros de la Administración, del Ejército y de la sociedad civil. Así, la política quedó en manos de golpistas y revolucionarios, o de federales taimados, incapaces de asentar por sí mismos un sistema político perdurable. Sin entendimiento entre las élites políticas y sin respeto a la legalidad no era viable levantar un régimen liberal y democrático. Aquel 23 de abril se rompieron las reglas del juego político establecidas el 11 de febrero, que eran la reconciliación en torno a la República como forma de Estado, y la reunión de unas Cortes Constituyentes. El golpe de Pi y Margall, urdido para impedir que legalmente se cambiara el Gobierno -el suyo-, rompió una reconciliación, que ya estaba maltrecha por los enfrentamientos del 24 de febrero y del 8 de marzo, entre la Asamblea Nacional, dominada por los radicales, y el Gobierno en manos de los federales.  El desprecio al adversario y la falta de un proyecto definido, junto con la irresponsabilidad y el mesianismo político, hundieron la posibilidad de sostener la República. Los republicanos prefirieron contentar a los federales intransigentes y cantonales antes de conciliar con radicales y conservadores. Usaron la fuerza el 23 de abril, y la República murió.”

La cita es demasiado larga, es cierto, pero consideramos que es, también, clarificadora de la situación en la que el país se encontraba en aquellos momentos; y resulta, además, demasiado cercana si la comparamos con la situación actual de España. En este sentido, el autor termina afirmando lo siguiente: “La incompatibilidad de Pi y Margall con el proyecto de establecer una República basada en la democracia, pluralista, conciliadora y de progreso, era completa. Tantos años predicando la utopía, excitando al pueblo para imponer la solución universal, para, una vez en el Gobierno, obsesionarse con calmar a los utópicos -a los cantonales- pero sin reprimirlos, para no perder su apoyo. En realidad, su pretensión era convertir la Federal -construida desde arriba- en un proyecto equidistante entre los cantonales y los partidos liberales, y con gran ingenuidad o miopía política, albergaba la esperanza de que los que rechazan la federación porque realmente la temen, como escribió, se irían convenciendo de que no pretendemos romper la unidad de la patria, y de que el orden se impondría.” El subrayado responde a las propias palabras del presidente republicano.

En efecto, muchos de los problemas repetitivos por los que tuvo que pasar nuestro país a lo largo del siglo XIX, y sobre todo durante la Primera República, y que volverán a aflorar durante el segundo intento republicano, cincuenta años más tarde, son los mismos que en la actualidad vuelven a florar en pleno siglo XXI, pese a que ya los creíamos superados, después de una Transición que, pese a sus indudables defectos, ha sido vista, en muchos escenarios internacionales, como un proceso político y democratizador ejemplar: una clase política, en buena parte, corrupta, que mira más hacia su beneficio propio que al del país; un nuevo auge de los nacionalismos excluyentes, sobre todo del catalán y del vasco, que, como ha pasado siempre que el Estado no es lo suficientemente fuerte como para hacerle frente con convicción, se apoya en su propia corrupción y en la de las élites gobernantes de la nación; la polarización del conjunto de la sociedad, consecuencia de todo ello, con el consiguiente abandono de las posiciones centrales y la basculación hacia los dos extremos del espectro político; el aumento de las posturas populistas, de uno y otro signo,…


La lectura de este nuevo libro del Jorge Vilches, colaborador habitual en diferentes medios de comunicación, radiados y escritos, en papel y en la web, nos resulta, ya lo hemos dicho, demasiado próxima a sus lectores, por su comparación con la realidad en la que nuestro país, España, se encuentra en estos momentos difíciles, tanto en lo que se refiere a la política interior como, desgraciadamente, también en la política exterior: “España se encontró aislada de Europa -gracias a la pertenencia de nuestro país a la Unión Europea, el aislamiento de nuestro país no es tan claro como entonces, pero también es cierto el retroceso que en este sentido ha sufrido nuestro país en los últimos años, después de la presidencia de Aznar -, lo que era una anomalía sin precedentes. Las potencias no se fiaban de la República española, ni siquiera la República francesa, porque no era estable y porque ni siquiera los propios federales se ponían de acuerdo. No hay que olvidar que la minoría republicana de las Cortes de 1871 apoyó a la Comuna de París en contra del Gobierno republicano de Versalles, el de la III República, y que eso tuvo sus consecuencias. Reino Unido y Francia decidieron esperar, y el resto de países europeos, salvo Suiza, aguardaron a que británicos y franceses tomaran una decisión. El problema de España era que, como demostró la historiadora Gómez-Ferrer, en Europa había pasado el tiempo de las utopías, en gran parte por el impacto de la Comuna de París, y se había instalado la realpolitik. La pugna española entre cantonalistas y carlistas asustaba en Europa. España era un país que se alejaba del camino que habían tomado las potencias europeas, y la cosa se complicaba aún más con los fusilamientos de la tripulación del Virginius. -el 31 de octubre de 1873, en el marco de la Guerra de los Diez Años contra los insurgentes cubanos, el Virginius, un veloz barco de vapor norteamericano que había tenido un importante papel en la Guerra de la Secesión, fue capturado por la corbeta española Tornado cerca de Morant Bay, en Jamaica, llevando a bordo alrededor de ciento cincuenta pasajeros, la mayoría de ellos cubanos, pero también estadounidenses y británicos; más tarde, el vapor americano fue llevado a Santiago de Cuba, y después de  una corte marcial, cincuenta y tres de esos pasajeros fueron ejecutados entre el día 4 y el 8 de noviembre, acusados de piratería, incluyendo entre ellos al capitán de la embarcación,  Joseph Fry, un antiguo héroe de la Guerra de Secesión americana, y a varios ciudadanos de aquellos dos países, ajenos al conflicto-. Castelar preguntó a Jovellar si obedecerían en Cuba la orden de entrega del Virginius a Estados Unidos y el saludo a su bandera. Esto era una cuestión de orgullo y honor que pesaba mucho entre los peninsulares de la isla. La respuesta debería ser urgentísima, porque, de ser negativa, se iría a la guerra y habría que abrir las Cortes.”

La Primera República Española terminó con la Restauración de Alfonso XII, promovida, sobre todo, por Antonio Cánovas del Castillo, pero también por Práxedes Mateo Sagasta, líderes respectivos del partido conservador y del partido liberal -la derecha y la izquierda moderadas de la época-, quienes crearon la idea de un turnismo político que, con todos sus defectos, fue capaz de traer al país, por primera vez después de mucho tiempo, un periodo de paz más o menos largo. Todos sabemos también como terminó la segunda aventura republicana que ha conocido nuestro país: en una guerra sangrienta, que volvió a enfrentar con las armas a esas dos Españas durante casi tres años, y que después seguiría enfrentándolas, durante cuarenta años más. A nosotros, los españoles del siglo XXI, los de la inteligencia artificial y los vuelos espaciales, nos toca elegir cómo queremos que termine esta nueva etapa de las dos Españas enfrentadas; nos toca elegir si preferimos el doloroso final que sucedió a la Segunda República, o si preferimos una nueva Restauración, en la que los partidos moderados, los que se llaman a sí mismos partidos de Estado, se alejen definitivamente de esas posiciones extremas, y vuelvan a trabajar en beneficio de España.

Galdós abogó por una tercera España, la España “de la razón frente a la barbarie, la de la moderación frente al fanatismo”, en palabras de María Ángeles Valera Olea, profesora también de la misma Universidad Complutense, y también del CEU San Pablo, en Madrid, aunque en el campo de la literatura. Así lo pronosticó en otras novelas suyas el escritor canario, y entre ellas, en “Doña Perfecta”. Es deseable que esa tercera España logre hacer olvidar en un futuro más o menos próximo a esas dos Españas enfrentadas, para que, de esta manera, y definitivamente, podamos los españoles que no pertenecemos a  ninguna de esas dos Españas, sino a la tercera, empezar a trazar el camino verdadero del progreso democrático.

Cromolitografías de Tomás Padró para la revista "La Flaca". Marzo de 1873.
En la imagen superior, la República, montada sobre un león, tal y como solía representarse,
intentando someter a sus enemigos: carlistas, federales, conservadores,...
En la imagen inferior, alegoría de la República, vestida con toga romana y con un pecho 
al descubierto, tal y como se representó a Hispania en algunas monedas romanas.
Lleva en una mano la balanza de la justicia, y en la otra, las tablas de la ley,
al estilo de la representación judeo-cristiana propia de la iconografía de Moisés.


lunes, 4 de diciembre de 2023

El Tercer Ángel: el colofón a la trilogía de Ignacio Márquez sobre el Virus Lunar

 

En las últimas semanas comentábamos en este blog las dos primeras novelas de la trilogía del escritor ciudadrealeño Ignacio Márquez Cañizares (ver "Una trilogía entre la historia y la fantasía“, 10 de noviembre de 2023). La finalidad de esta nueva entrada no es otra que la de retomar el argumento general de la trilogía, esa lucha entre el bien y el mal -representado éste por el malvado cardenal Mecirio, y por su lucha sin fin por hacerse con ese virus que puede cambiar el mundo, y aquél por el Tetrasoma que da título a la segunda entrega de la trilogía, y sobre todo, por esos tres ángeles que, de manera sucesiva, a lo largo de los siglos, deben salvar a la humanidad.

Pero es, también, y al margen de esa lucha, la lucha entre otros opuestos: la lucha, sobre todo, entre la magia y la ciencia. En efecto, si el primer ángel es Cristo, el Hijo del Hombre, y el segundo ángel, Lucas, es el hijo de la magia, el tercer ángel debe ser el hijo de la ciencia. En efecto, si los cuatro mensajeros del pasado son capaces  de regenerar  sus tejidos y  pervivir a través del tiempo gracias a la magia, el poder de ese tercer ángel, su pervivencia en el tiempo, está en la propia ciencia, a través de la alteración de los cromosomas que conforman el ADN humano. Por eso, el Tetrasoma no es más que los pares de bases que conforman el ADN; por eso, lo que Judas salvaguardó en el lápiz del carpintero no es más que la hélice que conforma todos los procesos de la vida: “Lo que tenía ante sí -y citamos literalmente de la novela- nada tenía que ver con los nombres de los inmortales, aunque la coincidencia distaría mucho  de ser casual: se trataba de pares de bases: adenina, timina, guanina y citosina.” Y continúa afirmando: “El estilete se había perdido consumido por el ácido; sin embargo, de una forma inexplicable desde el punto de vista de la óptica, la imagen que se proyectaba desde sus manos había logrado perdurar en un modelo tridimensional de ordenador; lo que había quedado grabado no era solamente la imagen, sino también un programa que era capaz de presentar los tres mil millones de bases de un genoma humano. Para mostrar toda esa información, el programa podría necesitar meses.”

No es extraño que sean cuatro, ni más ni menos, el número de caballeros que conforman el Tetrasoma. El número cuatro es, desde siempre y en todas las culturas, uno de los números mágicos: los cuatro elementos que conforman el universo, es decir, la vida; los cuatro apóstoles, los cuatro puntos cardinales, … También en el plano más negativo de todos, porque también son los jinetes que nombra San Juan en su Apocalipsis: Gazer, la guerra; Fuego Solar, el hambre; Polaris, la peste; Gambito, la muerte. Y en esta nueva entrega de la trilogía, el lector se da cuenta de por qué el autor ha elegido ese número y no otro.

Porque el número cuatro también está presente en la doble hélice que conforma el ADN. Si le preguntamos a ChatGPT, tan de moda en la actualidad, por cualquiera de estas sustancias, la timina, por ejemplo, podemos encontrarnos con la siguiente definición:  “La timina es una de las cuatro bases nitrogenadas que forman parte de las unidades estructurales básicas del ácido desoxirribonucleico (ADN). Las otras tres bases son adenina, citosina y guanina. Estas bases se combinan de manera específica para formar los pares de bases que constituyen los escalones de la doble hélice del ADN. La timina se empareja siempre con la adenina mediante dos enlaces de hidrógeno, formando así un par de bases complementarias. Esta especificidad en la unión de las bases es crucial para la replicación y la transmisión precisa de la información genética durante la división celular. La secuencia de estas bases en el ADN codifica la información genética que determina las características y funciones de un organismo. La timina desempeña un papel vital en la estabilidad y la integridad del ADN al participar en la formación de estos pares de bases. Cabe destacar que la timina es específica del ADN y no se encuentra en el ácido ribonucleico (ARN), que utiliza la uracilo en lugar de timina en su estructura.”

Pero la magia y la ciencia tienen una cosa en común: las dos nacen para dar respuesta, cada una a su manera, a los enigmas que nos vamos encontrando a diario. Por eso, esta tercera entrega de la trilogía, como las dos anteriores, también está repleta de enigmas. Y el más importante de todos es quién ese tercer ángel cuya venida debe proteger el Tetrasoma. A primera vista, ese tercer ángel parece ser Carlos, ese Carlos padre que protagoniza ya las primeras páginas de la trilogía, o ese Carlos hijo, del que apenas se habla en las dos entregas anteriores. Después, parece que ese ángel va a ser Edmon, pero enseguida se ve que también Edmon es un simple intermediario, como el propio Carlos.

En efecto, a partir de las primeras páginas de ese tercer volumen se va viendo que ese nuevo ángel tiene  que ser una mujer: Ana. Volvemos a citar un párrafo de la novela: “Edmon viajó varias veces a Estados Unidos para ver a Ana. Lo sabía imprudente, pero no podía soportar la idea de estar tanto tiempo sin verla. Él envejecía, su fuerza se adormecía, su piel se hundía, no gozaba del don de sus cuatro amigos, que se podían permitir el lujo de esperarla. Muy bien podría superar los sesenta cuando pudiera aparecer ante ella para explicárselo todo, necesitaba gozar sorbos de su infancia, de su adolescencia, de su juventud. Cuando la veía la contemplaba desde lejos, se cruzaba con ella por la acera, al principio con alguno de sus padres, después con grupos de jóvenes, y en la última ocasión, en la que la encontró sola, fingió buscar una calle cercana y le preguntó por ella; Ana tenía dieciséis años por entonces, era la primera vez que Edmon la miraba tan de cerca y escuchaba su voz. Todo en ella le pareció hermoso y todo en ella le pareció excepcional; se sonrojó y tartamudeó un poco al darle las gracias y alejarse. Ana le miró con una sonrisa que parecía irradiar a todo pálpito, a toda luz, que parecía desenfocar toda realidad más allá de su contorno. Pensó que realmente era un ángel.”

Ana, un hermoso nombre, muy significativo, que, si lo unimos con el apellido de la muchacha, Taric, es al mismo tiempo el anagrama de Caterina. Ana y Caterina, la hermosa mujer de la que Lucas se había enamorado, provocando aquel pecado primigenio que había impedido, allá por el siglo XV, el éxito de su mensaje, son la misma persona. Porque Ana, el tercer ángel, es la misma Caterina rediviva. Y como Ana es el anagrama de Caterina, de la misma forma, Tohupia, erigido como laboratorio para ese nuevo mundo traído por el tercer ángel, es también el anagrama de Utopía, el mundo creado por Tomás Moro, esa sociedad ideal en la que todos los problemas -sociales, políticos, económicos,…- han sido resueltos de una manera perfecta. Una sociedad que, sin embargo, y como se demuestra a partir de la propia etimología del término - del griego "ou-topos", que significa "ningún lugar" o "lugar que no existe"., es realmente inalcanzable para el género humano.

Leemos en el “Libro del Orden y el Devenir”, el manuscrito inexistente en el que se basa nuestro escritor, como Cervantes se había basado en otro manuscrito inexistente firmado por un inexistente Cide Hamete Berengeli, cómo se produjo la separación entre Dios y los hombres: “Sí, conocieron la magia del amor humano, y sucumbieron a ello. Los ángeles amaron como hombre o mujer, odiaron y maldijeron por su amor, y perdieron su condición divina en pos de su corazón enamorado.  Y la naturaleza elegida, el hombre, negó por tres veces el Don que le libraría de su cruel destino.  Y la Muerte se acomodó entre ellos, a un lado del espejo, incapaz de alterar el Amor que se hallaba en el otro, en el lado de los sueños. La divinidad volvió sus ojos a una mota de polvo que viajaba perdida en el universo; en ella había fijado su ilusión y su esperanza de una humanidad nueva. Repudió a los ángeles que encarnaban ciencia y magia, y fueron expulsados del Paraíso, alejándolos para siempre de Dios. Y entonces los dioses dieron la espalda a los hombres, por despecho, por envidia, por miedo. Sólo el Primer Ángel volvía a veces sus ojos, desde su seráfica morada, para cuidar de ellos.”

Al final, la misión del tercer ángel no es salvar a la humanidad, sino crear una humanidad nueva, diferente. De la misma forma, la derrota final de Mecirio simboliza el paso del tiempo, que trae consigo la muerte. Mientras tanto, Caterina y Lucas vuelven a encontrarse a través de los tiempos, para vencer a la muerte con su magia. Porque, ¿y si en realidad es la magia del amor la única que puede cambiar el mundo? Por lo menos, si eso no es posible, lo hizo en poco menos de dos horas, el tiempo que dura un abrazo. Leemos en las últimas páginas de la novela de Nacho Márquez: “Fueron muchas las manifestaciones en todo el mundo que, en contra de toda lógica, preservaron la vida en situaciones extremas. Fue conocido el caso del incendio que, después de tener en jaque a todo un país, se extinguió súbitamente, sin que mediara la lluvia o la reducción de la fuerza del viento; una patrulla que se vio acorralada contó haber salido milagrosamente de allí atravesando las gigantescas llamaradas sin sufrir quemaduras ni inhalar humo alguno. Los accidentes de tráfico, las algaradas, las guerras, los crímenes, la enfermedad o la vejez. Todas las circunstancias en que los seres humanos morían, fracasaron durante un periodo de tiempo. Cuando los gobiernos empezaron a compartir e integrar información, fue tomando forma la idea de que ningún ser humano había muerto en un intervalo de tiempo de una hora y cuarenta y seis minutos; además, durante ese tiempo se habían producido  fenómenos extraños, sobrenaturales, incomprensibles, en muchos rincones del mundo, y no dejaban de documentarse cada vez más; todos ellos con el denominador común  de perpetuar la vida condenada a morir, de forma inexplicable. Por un tiempo, los hombres recordaron un intervalo de magia y misterio, un tiempo en que lo oculto y lo arcano gobernaban su destino; aquellos ciento seis minutos mágicos les hablaron de que una vez hubo un poder más allá de toda comprensión, de cualquier ciencia o divinidad, les recordaron que una vez hubo magia en el mundo de los hombres.”

En definitiva, “El Tercer Ángel”, como las otras dos novelas de la trilogía, narra una historia diferente, en la que Dios y la ciencia no son tan diferentes entre sí. Y es precisamente el amor, la magia que hay detrás de toda relación en la que prime el amor verdadero, aunque el término pueda parecer un contrasentido, lo que pone en relación los dos términos contrapuestos.

 


lunes, 27 de noviembre de 2023

Un viaje al románico en el Campichuelo conquense

 

¿Qué es el arte románico? ¿Cómo podemos distinguir una iglesia románica dee una iglesia gótica, o de un templo realizado en cualquiera de los muchos estilos “regionales” que se desarrollaron, antes que él, en cualquier rincón de Europa? En una enciclopedia abierta como la Wikipedia, podemos leer lo siguiente: “El arte románico fue un estilo artístico predominante en Europa Occidental durante los siglos XI, XII y parte del XIII. El arte románico fue el primer gran estilo claramente cristiano y europeo que agrupó a las diferentes opciones que se habían utilizado en la temprana Edad Media (romana, prerrománica, bizantina, germánica y árabe) y consiguió formular un lenguaje específico y coherente aplicado a todas las manifestaciones artísticas.​ No fue producto de una sola nacionalidad o región, sino que surgió de manera paulatina y casi simultánea en España, Francia, Italia, Alemania y en cada uno de esos países surgió con características propias, aunque con suficiente unidad como para ser considerado el primer estilo internacional, con un ámbito europeo.”  Y más adelante, establece tres condicionantes que permitieron su desarrollo, al mismo tiempo, en todo el continente: la expansión de las órdenes religiosas, Cluny y Císter principalmente, como fuente de riqueza, no sólo económica, sino también social y urbana; el desarrollo de las peregrinaciones, y en concreto, para España, de la peregrinación a Santiago; y el aumento y predominio de la Iglesia en el conjunto de la sociedad.

            Si queremos adentrar os en lo que significa, para la Historia y la Historia del Arte, el movimiento románico, nos debemos preguntar hasta qué punto es correcta esta definición. En primer lugar, hacia el siglo XI, centuria en la que los investigadores suelen localizar el inicio del románico, hacía ya mucho tiempo que la Iglesia había acumulado un gran poder, tal y como se demuestra en multitud de documentos de todo tipo: epigráficos, diplomas, incluso monumentales. Por otra parte, muchas iglesias románicas se encuentran en espacios aislados, lejos no ya de las ciudades -que verán, más tarde, el desarrollo del arte gótico-, sino incluso de los propios conventos cluniancenses o cistercienses -hay que pensar, en este sentido, en ese otro estilo intermedio, a caballo entre el románico y el gótico- llamado precisamente como propio de las órdenes-. Y finalmente, y desarrollaremos este aspecto con más profundidad, no todo el arte románico español está relacionado directamente con el camino de Santiago, sino que en otros espacios más meridionales, como es el caso de las provincias de Guadalajara y Cuenca, el desarrollo del románico debe ser vinculado con otros aspectos, tan importantes como la repoblación.

            Finalmente, a la hora de acercarnos a la Historia del Arte, debemos pensar que la compartimentación temporal que normalmente se hace al definir cada uno de los estilos es una compartimentación puramente convencional, con el fin de ayudar tanto a los estudiosos como a los no iniciados a situar cada uno de los estilos en el marco histórico. A este respecto, recogemos las palabras de uno de esos estudiosos, Miguel Cortés Arrese: Hoy en día, se considera que las divisiones cronológicas en la historia del Arte son en parte convencionales, al estar guiadas por la necesidad de establecer límites precisos y articulaciones rígidas en un desarrollo, en realidad, continuo y discontinuo; a ello cabe añadir la diacronía existente en la producción artística de distintas regiones y países. Así, por ejemplo, mientras que el arte románico pleno se extendería por el sur de Francia, la Península Ibérica o Italia, desde 1140 se vislumbraba el gótico en Francia. Es a partir de 1140 cuando urge un movimiento encabezado en la Francia capeta, que se va a oponer al románico de las iglesias de peregrinación; la cristalización del nuevo estilo va a ir a la par de la formalización, centralización y expansión del dominio real.”

            Esta diacronía histórica se puede apreciar claramente en el románico conquense. Las iglesias, todas ellas, fueron iniciadas ya en el siglo XIII, es decir, en las etapas finales del estilo, y son, por lo tanto, como mínimo coetáneas a la construcción de la propia catedral. En otros lugares, también en este mismo blog (ver  “La catedral de Cuenca, cuna del gótico castellano. Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, impulsores de un templo cristiano”, 6 de septiembre de 2019) ya he hablado de la importancia que tiene la catedral de Cuenca, como primer templo gótico de la península ibérica. Y ahora quiero resaltar como, mientras en la capital, de la diócesis, por el patrocinio de los reyes y gracias al trabajo de algunos maestros llegados de fuera, de Aquitania o de la misma Inglaterra, se está empezando a vislumbrar un nuevo estilo, que muy pronto se va a extender por los diferentes reinos peninsulares, a muy pocas leguas de distancia, en estas tierras del Campichuelo, los artistas locales siguen trabajando de la misma forma que ellos llevaban haciendo desde hacía muchas décadas, en ese estilo románico que todavía pervivirá algunas décadas más.


Portada de la iglesia de Ribatajada

            Sería demasiado largo traer aquí a colación las múltiples características que definen al arte románico, y sus diferentes variaciones tanto geográficas como temporales, pero sí podemos acercarnos, al menos, a las más definidoras de la arquitectura románica: el arco de medio punto en las portadas, adornadas muchas veces con arquivoltas o elementos vegetales o geométricos; fachadas de mampostería o de piedra escuadrada, pero raras veces pulimentada; cabeceras de línea circular, en forma de semitambor, algunas veces adornadas con ventanas estrechas, saeteras; bóvedas de cañón en las cubiertas; naves más amplias y elevadas que los de los templos anteriores, pero bastante menos que en las posteriores iglesias góticas; profusión de pilares como elemento de sustentación de las bóvedas; gran sencillez decorativa, más allá de las portadas monumentales de algunas iglesias del Camino de Santiago, o la profusión de pinturas murales en otros templos,…

            Por lo que a la provincia de Cuenca se refiere, y también, en líneas generales, a la provincia vecina de Guadalajara, cuando hablamos del románico tenemos que tener en cuenta la relación que el estilo tiene con la repoblación. En efecto, si en el norte de España tenemos que hablar de un románico de peregrinación, vinculado al Camino de Santiago, en el centro peninsular debemos hablar de un románico de repoblación, vinculado al propio desarrollo de la reconquista de Cuenca. Huete fue tomado a los musulmanes en torno al año 1150, por Alfonso VII, y fue incorporado inmediatamente, y anteriormente a su vinculación definitiva al obispado de Cuenca a raíz de la creación de su obispado, como un arcedianato del arzobispado de Toledo. Cuenca, por su parte, y como todos sabemos, fue conquistada por Alfonso VIII en 1177. A partir de este momento, las tierras de Cuenca se convierten en un espacio de frontera entre cristianos y musulmanes, hasta el punto de que una de sus aldeas llegara a tomar, y hasta el día de hoy, ese nombre oficial -La Frontera-, y sólo a partir del año 1212, con la victoria de las tropas cristianas en Las Navas de Tolosa, esa frontera pudo trasladarse muchos kilómetros hacia el sur, hasta más allá de Despeñaperros. De esta manera, la repoblación de esta parte de la meseta, realizada con personas procedentes de la Extremadura castellana, hasta entonces sometida a las múltiples y sangrientas razias en territorio enemigo que protagonizaban ambos bandos, pudo estabilizarse definitivamente.

            Otro aspecto a tener en cuenta, a la hora de hablar del románico conquense, es la medida utilizada por los arquitectos a la hora de trazar cada templo; unas medidas que, en principio están basadas en el pie romano, equivalente aproximadamente a los treinta centímetros actuales. Y a partir del pie, en los años medievales se desarrolló la vara como unidad práctica de medida, una unidad que, sin embargo, no era la misma en todos los lugares; en este sentido, hay que diferenciar entre la vara vieja de Toledo, equivalente a tres pies, que la vara castellana, un poco más corta que la otra, y que era utilizada en territorios más septentrionales, como en Burgos.

            En líneas generales, el románico conquense se caracteriza por edificios muy sencillos y austeros, y muchas veces sus características son difíciles de apreciar, debido a la gran cantidad de modificaciones y restauraciones que se fueron haciendo en ellos a lo largo del tiempo, y que enmascaran, muchas veces, su arquitectura original. Son edificios con una escasa decoración, salvo escasas excepciones, y cierta unidad constructiva. Casi siempre son iglesias de una sola nave, con cabecera cuadrada o semicircular -en el primer caso, no es difícil pensar que se trata de modificaciones realizadas posteriormente-, espadaña de escasa altura en los pies, y portada de ingreso, con arco de medio punto o ligeramente apuntada, mostrando ya una cierta transición al gótico, y en el interior, existencia de arco triunfal separando el presbiterio del resto del templo. La construcción suele estar realizada en mampostería, aunque en ocasiones también se aprecia el uso de sillares, muchas veces sólo en las esquinas o rodeando a la portada.

            Por lo que se refiere a la distribución geográfica, y dejando aparte algunos restos, escasos, que se mantienen todavía en algunos templos de la capital diocesana _San Pantaleón, San Miguel, San Martín,…- el románico conquense se distribuye, en líneas generales, en dos ejes opuestos: un eje hacia el sur, Cuenca-Alarcón, en el que se encuentran algunas iglesias importantes como las de Arcas, Villar del Saz de Arcas, Mohorte, Valeria, Valera de Abajo o Buenache de Alarcón; y otro eje hacia el noroeste, en dirección hacia el monasterio de Monsalud, situado actualmente al sur de la provincia de Guadalajara, pero que siempre ha pertenecido a la diócesis conquense, en el que se pueden encontrar algunas diferencias de importancia entre las iglesias de su zona norte -Valdeolivas, Albalate de las Nogueras-, y las iglesias más meridionales, establecidas principalmente en la comarca del Campichuelo. Es principalmente a estas últimas, a los templos del Campichuelo, a los que me voy a dedicar en esta entrada.

            Pero antes de hacerlo, no puedo dejar de recomendar al visitante que se quiera adentrar en este románico conquense, un acercamiento a las artes suntuarias, a través de la colección que atesora y conserva el Museo Diocesano de Cuenca. Es destacable, en este sentido , elementos como el llamado báculo de San Julián, de caña cilíndrica, y con el mango adornado con hojas y flores sobre esmaltes azules, o el llamado de Juan Yáñez, primer obispo de la diócesis, y que muy probablemente hay que fechar, en ambos casos, en una etapa ligeramente posterior a la que vivieron ambos prelados. También, el Calvario de Alfonso VIII, hasta un tiempo revestido de plata, y al que acompañaban tres escudos, o la cruz de Arrancacepas.

 

VILLALBA DE LA SIERRA

            Levantada, como casi todas las iglesias románicas conquenses, hacia el siglo XIII, es una iglesia de transición del románico al gótico, aunque las múltiples transformaciones realizadas en su fábrica en periodos posteriores hacen difícil la contemplación de los elementos propios de esta época. Son características su única nave -la segunda nave, en la que actualmente se encuentra la puerta de entrada, es de fabricación posterior-, y el presbiterio, cerrado por ábside semicircular, con resaltes en las esquinas. También, la espadaña, de sillería de piedra de toba, con dos contrafuertes laterales. El ábside tiene una ventana saetera en el centro. Hay que diferenciar la cúpula central, de media naranja y sobre pechinas que en la actualidad cubre la zona del presbiterio, un elemento claramente posterior, fechable probablemente en la misma época en la que se realizó la segunda nave y la sobreelevación de la iglesia, de los elementos propios del ábside primitivo, aunque en la actualidad muy retocados, como son la falsa bóveda y, sobre todo, la ventana saetera, de sillería. También es característica una pequeña portada, actualmente cerrada, que daría acceso al antiguo cementerio. También se puede apreciar la posterior sobreelevación de la fábrica, que modifica las proporciones del templo.

Como en el resto de las iglesias de la zona, conserva todavía una hermosa pila bautismal, en forma de copa, sobre pedestal circular. Su decoración está realizada con punta de diamante y friso a modo de arquería formada por arcos rebajados, apoyados sobre columnas.

 

ZARZUELA

            También es del siglo XIII, pero está realizada en mampostería, aunque reforzada en las esquinas con mampostería. Tiene una sola nave, con presbiterio recto y ábside poligonal. De las dos portadas con las que cuenta la iglesia, hay que destacar la que se abre en el muro del hastial, a los pies del templo, ligeramente apuntada y  con arquivoltas adornadas pon puntas de diamante, donde arranca la espadaña -la otra es mucho más moderna-. En el ábside se abren dos ventadas abocinadas y adinteladas. También destaca de su fábrica original  un fragmento de la cornisa de piedra, con dos canecillos. Por lo que se refiere a la pila bautismal, labrada en piedra caliza, está decorada con arcos, que en este caso, y al contrario de lo que sucede en Villalba de la Sierra, no ocupan el friso superior, sino prácticamente todo el espacio. Por el contrario, la cenefa está ocupado con una decoración a base de ochos entrelazados.

 

RIBATAJADILLA

            Como el resto de las iglesias románicas conquenses, la fábrica primitiva data del siglo XIII, en mampostería, rematada en las esquinas con sillares, y como en el caso anterior, de una sola nave, presbiterio recto, y ábside semicircular, con una ventana saetera abierta en el centro del tambor. Es también interesante la espadaña, con doble hueco y frontón triangular. La portada es de doble arco apuntado, adovelado con jambas lisas. La pila bautismal, de piedra caliza, está formada por copa y pedestal, sin más decoración que una simple moldura que separa el borde superior del resto de la copa.

            Junto a la iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, también hay que destacar la ermita de San Pantaleón, construida sobre la iglesia de un antiguo con vento franciscano. De esta ermita hay que destacar su interior, con bóveda rebajada de cañón.

            Al igual que todas las demás, ha perdido buena parte de su fábrica original, fechada a lo largo del siglo XIII. Construida en mampostería, con remates de sillar en las esquinas, de una sola nave, con presbiterio recto y ábside semicircular. Está rematada, también, por una espadaña de doble hueco y frontón triangular, prácticamente el único elemento original de su fachada. También se puede destacar la portada, de doble arco apuntado, adovelado con jambas lisas, y dos ventanas saeteras abiertas en el muro. El ábside, muy sencillo también, tiene una ventana saetera abierta en el centro del tambor. La pila bautismal, de piedra caliza, está formada por copa y pedestal, sin más decoración que una pequeña moldura que, a modo de friso, separa el borde de la copa del cuerpo de la pila. 


 RIBATAJADA

            En su origen, se trata claramente de una de esas iglesias de repoblación, propias del románico conquense, aunque, como el resto, muy modificada en los siglos posteriores. De nave única y ábside semicircular. También está realizada en mampostería, con remates de sillería en las esquinas y en la zona de la portada. Tiene dos portadas, aunque una de ellas, con arco apuntado, está en la actualidad cegada. Es muy importante la portada principal, realizada con sillares de tonos rojizos, y arco adovelado, apoyado sobre jambas, con arquivoltas de recercado moldurado. Las arquivoltas se apoyan sobre una cornisa corrida y capiteles con decoración vegetal, que separan las arquivoltas de las seis columnas, tres a cada lado, que conforman el conjunto de la portada.  También es interesante la inscripción que aparece entre la puerta de entrada al templo y la primera columna interior, en el segundo sillar, que fecha la obra en el año 1263 de la era, es decir, el año 1225 del año actual.

            También es interesante el ábside, tanto en lo que respecta a su aspecto exterior como al interior. En el exterior, conserva su altura original, incluida, en el alero, la cornisa de piedra, con moldura cóncava, apoyada sobre canecillos decorados con rollos, y motivos vegetales. Por lo que respecta a su interior, es apreciable la separación en dos cuerpos, el bajo de piedra, adornado con nueve arcos de medio punto, a modo de pequeños altares, y el superior, actualmente enlucido, a modo de falsa cúpula. Ocupa el presbiterio, y se separa del resto de la nave por un arco triunfal. En el centro del tambor se abre una pequeña ventana, con arco de medio punto, recercado por sillares.

La cubierta es a dos aguas, y la cornisa original sólo se conserva en una parte del presbiterio, y en el propio ábside. La espadaña, realizada también son sillares, está estructurada en tres cuerpos, separados entre sí con una simple moldura. Tiene doble hueco para las campanas, y está rematada con una estructura triangular. Por lo que respecta a la pila bautismal original, actualmente sin uso, se encuentra a los pies de la puerta principal, a modo de simple jardinera. Realizada de forma muy tosca, sin decoración, se apoyaba sobre un pedestal troncocónico invertido que en la actualidad se conserva también separado de la copa.


PAJARES

            Como todas las demás iglesias de la zona, ha sufrido importantes modificaciones en su fábrica. De nave única rectangular, con presbiterio recto, ábside semicircular, está construida también con mampostería y sillares en las esquinas. En el exterior, prácticamente sólo se conserva de su etapa primitiva la portada, apuntada, con dovelas sin decoración, y el ábside semicircular, en este caso ciego, que concluye en dos roscas de teja vuelta. En el interior, es interesante el artesonado, de madera, con armadura a dos aguas, que presenta todavía el diseño original del siglo XIII. Y, sobre todo, la pila bautismal, de transición al gótico, que está situada a los pies de la iglesia, bajo el coro. Consta ésta de vaso y pie cilíndrico, de grandes dimensiones, tallada con en piedra caliza con una decoración en forma de arquería, con arcos ligeramente apuntados, apoyados sobre capiteles con decoración vegetal que se apoyan sobre columnas, y en el interior de los arcos, una decoración a base de tréboles góticos. Y en el borde superior de la pila, a modo de cenefa, se completa la decoración  con arcos de cuádruple cinta entrelazados.

 

PORTILLA

            Si el resto de las iglesias de la comarca han sido muy modificadas en su fábrica en los siglos siguientes, ésta lo es mucho más, pues a lo largo del siglo XX ha sufrido dos importantes incendios que han obligado a su renovación, lo que ha dejado que muy poco sea lo que persista aún de su etapa primitiva. La entrada, moderna, no es tal, sino que da a una especie de pasillo que comunicaba la iglesia con el cementerio. Tampoco pervive como tal la espadaña, pues en épocas posteriores se convirtió en campanario.

 

ARCOS DE LA SIERRA

            Construida originariamente en el siglo XIII, poco queda de la fábrica primitiva, pues fue muy retocada en el siglo XVIII, a instancias del marqués de Ariza, en estilo barroco. Es interesante la bóveda, de medio cañón. Está construida prácticamente toda de mampostería, hasta los contrafuertes. En el interior todavía pueden apreciarse algunos arcos fajones y formeros, apoyados sobre pilastras. La espadaña, al contrario que en otras iglesias, se encuentra en la cabecera, y no en los pies, en concreto, sobre la sacristía.  

Pila de la iglesia de Pajares


viernes, 10 de noviembre de 2023

Una trilogía entre la historia y la fantasía

Hace ya algunos meses llevábamos a este blog una novela que, si bien en ese momento ya calificaba como algo diferente a una novela histórica estrictamente hablando, porque en el texto primaba más la fantasía que la propia historia, contaba también con ese componente histórico que justificaba su presencia aquí (ver “Svaniti, una original novela de Ignacio Márquez”, 5 de enero de 2002). Y en esta ocasión vamos a triplicar la apuesta, porque no se trata de una nueva novela de este autor ciudadrealeño, pero amigo de Cuenca, sino de tres; una auténtica trilogía, en la que, al igual que la novela citada anteriormente, mezcla diferentes dosis de fantasía y de historia, aderezados convenientemente con sus abundantes conocimientos de la ciencia y de la cábala -porque, de alguna manera, ambas cosas no son tan diferentes entre sí-, con el único fin de entretener al lector. Se trata de esa trilogía que está compuesta por sus novelas “El Virus Lunar”, “El Tetrasoma” y “El Tercer Ángel”.

            En su momento, el autor ya definía su obra, en unas declaraciones realizadas en agosto de 2012 a la Tribuna de Ciudad Real, en el marco de la presentación conjunta de las dos últimas novelas de la colección, como de una obra difícil de clasificar: No me parece que esta historia, finalmente presentada en tres volúmenes a través de casi mil seiscientas páginas, se ajuste perfectamente al perfil de literatura fantástica. Alberga diferentes líneas argumentales, variados momentos históricos, distintos estilos narrativos, aunque seguramente sea cierto que son preponderantes en ella las características de la novela fantástica. En la fantasía uno siente la libertad de crear e imaginar más allá de lo racional, de lo tangible, de la lógica y la ciencia, el mundo se vuelve menos inmutable, más dócil al cambio y al progreso. La imaginación, cuando está dotada de libertad sin límites, se convierte en un matraz en el que uno puede mezclar hechos y personajes para construir una historia apasionante.” Y después de citar algunos de los hechos históricos que sí aparecen en el texto, como la Guerra de los Cien Años, la guerra civil navarra entre el príncipe de Viana y su padre, o el cerca de Belgrado por parte de los turcos, continúa: “El virus lunar era una novela que quedaba muy redonda, con apariencia de conclusión, aunque dejando sin resolver algunas líneas argumentales; es decir, podía presentarse como una obra concluida en sí misma. Sin embargo, El Tetrasoma finaliza la historia de cuatro personajes que quedan abocados a cumplir una misión, la que se relata en El Tercer Ángel; queda por lo tanto fracturada, y nos pareció más apropiado entregar al lector la trilogía completa.”

En efecto, no se puede hablar, en puridad, de tres novelas históricas, o una historia completa narrada a lo largo de tres relatos complementarios; pero sí de una historia que está enmarcada en un hecho, o en varios, de un pasado real, el propio de los años intermedios del siglo XV; una etapa, por otra parte, marcada por el cambio, un periodo en el que una manera de vivir se está muriendo, y otra nueva está empezado a nacer. Una época en la que la Edad Media, con su pensamiento teocéntrico y guerrero, propio de los libros de caballerías, está empezado a dar paso al Renacimiento, en la que el hombre                 a ser la medida de todas las cosas.

Y una historia en la que también, y no podía ser de otra forma, también está presente esa España del siglo, la España de la emigración y del éxodo rural. Por eso, no está fuera de lugar las palabras de Juan Sisinio Pérez Garzón, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, y autor del prólogo a la primera de las partes en las que se divide la trilogía: “En todo caso, los registros de esta novela son variados, y se encuentran trabados por una argumentación muy vinculada a la historia de nuestra sociedad española. El autor aborda estadios distintos de la historia, y en todos ellos se advierte la escritura como explicación del tiempo. Se enraíza en una larga tradición de mundos paralelos. No quiero descubrirlos al lector. No es una tarea de quien prologa para incitar a la lectura de esta novela. Sólo me cabe, pienso, sugerir o esbozar las cualidades sin desvelar los contenidos.  Por eso, de los diversos elementos que se encuentran en los sucesivos capítulos, del ambiente que se respira, ya sea la España de la emigración, a través del padre ya la sociedad medieval, o las relaciones familiares, o más aún, la historia de amor con la prima Águeda, el esfuerzo narrativo y simbólico logra asentar la idea de lo permanente y lo discontinuo, esa esencia de lo humano que sobrevive a los individuos, a las dinastías, a los modos económicos y a las culturas. La cadena que se entreteje entre la edad media y el presente, recordado como inmediato pasado de un anciano actual, es una inteligente historia personal en las que se cruzan el campo y la ciudad, la edad media y la edad del pop, el castillo medieval y el videoclip, con sesgos autobiográficos casi seguros.”

Desde el primer momento de su lectura, el lector le acomete una pregunta crucial: ¿Qué es ese virus lunar del que se habla desde el título de la primera entrega de la trilogía? La respuesta del autor aparece ya en las primeras páginas de la novela:  “Una sustancia pura, que no existe en la tierra Su contacto tiene la capacidad de deshacer las obras humanas, buenas o malas. Guarda dentro de sí la naturaleza del tiempo, juega con miles de años en un segundo. Nadie sabe muy bien, cómo puede actuar. Podría cambiar un a catedral de lugar desvanecerla o llenarla de oro. Según quien sea quien invoque su poder, es sumiso y obedece, o díscolo y castiga haciendo todo lo contrario de lo que se pide. Puede modificar todo lo que ha ocurrido en el tiempo, el espacio, los hechos, los sentimientos, los recuerdos,… Pero es muy sensible a la vida, en cualquiera de sus formas. Siempre es complaciente para levantar un árbol talado, para revivir a un animal muerto por la crueldad de los hombres, incluso se dice que es el responsable del amor.”

Sin embargo, la solución a la intriga no resta ni un ápice a la curiosidad del lector, a la necesidad de conocer más sobre ese virus lunar y la relación que éste tiene con la historia, con la alquimia, con ese conocimiento esotérico que, de un tiempo a esta parte, tanto se ha puesto de moda en la literatura nacional e internacional. Se trata de un registro que el autor maneja bastante bien, como lo demuestra en cada uno de los títulos de la trilogía, y también de los demás relatos que han salido de su pluma en los últimos años.

Pero junto a ese registro fantástico y misterioso, ya lo hemos dicho, también se encuentra la propia historia real, la que aparece en los libros especializados. Por eso, en “El Virus Lunar” tiene tanta importancia la Historia. Por eso tiene tanta importancia la Navarra medieval, los grandes escenarios del reino, como el castillo de Olite o el monasterio de Leyre, las relaciones familiares entre los miembros de la dinastía real de Navarra y otras dinastías europeas, o la guerra civil entre el príncipe Carlos de Viana y su padre, el rey Juan II de Aragón, usurpador de una corona que no le correspondía más que como consorte de la verdadera reina, Blanca I de Navarra.

Y si es al principio de la primera novela dónde el lector se da cuenta de qué es ese extraño objeto que da título a la novela, en la segunda éste tiene que leer prácticamente todo el libro para conocer cuál es realmente el significado del nuevo misterio, ese conjunto de cuatro cuerpos diferentes. En esta segunda parte, la alquimia cobra todo su sentido, en la búsqueda de esa piedra filosofal, capaz de otorgar el don de la inmortalidad. Porque, ¿qué es realmente el Tetrasoma? Para entenderlo, hay que comprender con exactitud las cuatro partes que estructuran la novela, y que reflejan el transcurso vital de cuatro de los protagonistas secundarios de “El Virus Lunar”. Crestes, Silvestre Gofredo y Auriol, los cuatro amigos de Lucas, son ese Tetrasoma del que habla la alquimia, porque ellos son los encargados de guardar, a través de los tiempos, hasta que llegue el día definitivo en el que ha de venir el tercer ángel, el verdadero Tetrasoma capaz de convertir la materia en algo divino, convertir lo mortal en inmortal. Son ellos, en realidad, los encargados de conservar, hasta que llegue ese día, los cuatro metales que conforman ese Tetrasoma: el plomo, el estaño, el cobre y el hierro.

Sí, en la segunda entrega de la trilogía hay fantasía, pero también hay historia. Y es que esa historia interna, que afecta sólo al reino de Navarra, se transforma en un interesante acercamiento a la historia de Europa y de todo el mundo conocido en aquel lejano siglo XIV: la Guerra de los Cien Años, entre Inglaterra y Francia; la llamada Guerra de los Trece Años, que enfrentó al doble reino de Polonia y Lituania con los caballeros teutónicos; el cerco de Belgrado por parte de los turcos; las Cruzadas, que asolaron Jerusalén,…  Una historia, eso sí, trasmutada con la magia, representada en esa fantasmagórica batalla que los caballeros e los dos ejércitos enfrentados, los soldados de Polonia y los llegados desde los diferentes territorios germanos, sostienen contra los golos, esa especie de vampiros que aparecen en la noche nevada.  Y siempre, como fondo, la Iglesia, la Iglesia romana, capaz al mismo tiempo de trasladar a los hombres el mensaje de amor de Jesús y de mantener la Inquisición, ese brutal tribunal que envía a los hombres a la hoguera.

Porque también hay espacio en la trilogía para ofrecernos una reinterpretación e la verdad de Jesús, transmutado, como se verá posteriormente, en el Primer Ángel enviado por Dios; y, sobre todo, sobre el verdadero sentido que el autor da al destino de Judas Iscariote. A través de su diario, hallado tras un oscuro altar en una ermita de una pequeña aldea holandesa, se nos muestra a un Judas diferente, huraño en un principio, ajeno al mensaje del Maestro, pero que poco a poco se va dando cuenta de que va a ser un personaje importante en la historia de la salvación. Que su destino, en efecto, está junto al de Jesús, y se somete a él, aunque para ello tenga que pagar con la vida o, lo que es peor, con la clara conciencia de su traición.

    La segunda parte de la novela da respuestas a muchas de las preguntas que el lector se va haciendo a lo largo de todo el libro, pero también se deja algunas otras sin responder. ¿Cuáles son, en realidad, las últimas palabras que el apóstol escribe en su diario, y que después arranca y esconde dentro del buril metálico que el había dado el hijo del carpintero? Otras, sin embargo, empiezan a vislumbrarse nada más empezar la lectura de la tercera entrega. ¿Quién es ese Tercer Ángel que da título a esa tercera entrega? ¿Será, quizá, aquél extraño primer protagonista que aparece en las primeras páginas de “El Virus Lunar”, contemporáneo al lector, y que, sorprendentemente, desaparece por completo para dar voz a esa historia, real y fantástica, de Navarra, de Europa y del Próximo Oriente? Parece claro que ello es así, y el título que enmarca la primera parte de esa tercera entrega de la trilogía así parece indicárnoslo. Sin embargo, en la alquimia, como en la vida misma, no es posible desentrañar todos todos los enigmas, todas las preguntas, de una sola vez; para disfrutar del verdadero conocimiento que ésta nos proporciona debemos dejar que el misterio se vaya desvaneciendo por sí mismo, envolviéndonos poco a poco en la luz pura que, como la de un ángel, siempre aparece detrás de sus sombras aparentes.

Y en la literatura, en la le tura de unas novelas tan originales como éstas, también sucede lo mismo. Baste decir, de momento, que es fácil encontrar en la obra de Ignacio Márquez Cañizares algunos elementos que son propios también de la buena literatura; especialmente, de los cuentos de Jorge Luis Borges, especialmente de aquellos cuentos que conforman uno de sus libros más característicos, “El Aleph”. 


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