Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


Mostrando entradas con la etiqueta Primera vuelta al mundo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Primera vuelta al mundo. Mostrar todas las entradas

lunes, 29 de noviembre de 2021

Polemizando con la Historia

 No deja de ser curioso cómo, en una sociedad como la actual, en la que tan denostado se encuentra el estudio de la Historia, como el del resto de las ciencias consideradas como humanas, en la que los planes de la enseñanza desarrollados por la administración continúa reduciéndose cada vez más la enseñanza de estas áreas de conocimiento, tan necesarias para el desarrollo íntegro del ser humano, las polémicas históricas, arduas y estériles, siguen acudiendo con bastante asiduidad a los medios de comunicación. No se trata ahora de polémicas científicas, en las que se enfrenten eruditos e investigadores. Se trata de polémicas absurdas, que saltan a los periódicos y a los medios de comunicación generalistas, al albur de ocultos intereses ideológicos, y en ellas no se enfrentan verdaderos historiadores; por el contrario, son casi siempre las ideologías, las diferentes tendencias políticas, las que ponen su poso en esas polémicas. Y aunque alguna vez podamos encontrar a auténticos profesionales de la historia interviniendo en ese tipo de enfrentamientos, casi siempre lo hacen, consciente o inconscientemente, en beneficio de esas ideologías.

Ocurrió hace ya algunos años, al hilo de la publicación de “Sidi”, la novela de Arturo Pérez Reverte sobre la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Nacionalistas y antinacionalistas se enfrentaron entonces, blandiendo de nuevo la espada del héroe castellano, o su figura legendaria. ¿Quién fue realmente Rodrigo Díaz de Vivar, el personaje histórico o su retrato legendario; el héroe que el franquismo, y también muchos historiadores antes de que el franquismo fuera una realidad, no lo olvidemos, o el traidor que combatió al lado de los musulmanes? Quizá lo conveniente, y lo exacto, sería decir que el Cid fue las dos cosas al mismo tiempo, el héroe y el villano, el personaje histórico, protagonista en una frontera entre dos mundos diferentes, pero no tan opuestos como ahora podría parecernos, y el personaje de la leyenda, el que en Santa Gadea hizo jurar a todo un rey, Alfonso VI, que no había tenido nada que ver con la muerte de su hermano. Porque allí donde acaba la historia empieza la leyenda, y la leyenda, que no es historia pero se le parece, puede ayudarnos, algunas veces, a interpretar esa historia adecuadamente; lo conveniente es no llegar nunca a confundirlas. Y sobre todo, hay que decir que Rodrigo Díaz fue, ni más ni menos, un hombre de su tiempo, alguien que vivió siempre en la frontera: en esa frontera física entre cristianos y musulmanes, y en esa otra frontera, siempre tenue, entre la vida y la muerte.

Y ya que estamos hablando de la Edad Media, que en España es lo mismo que hablar de la Reconquista, no podemos olvidar tampoco la polémica pseudocientífica que hay abierta sobre la influencia que en nuestro país pudieron dejar los árabes -habría que hablar, en realidad, de los musulmanes, porque árabes de verdad llegaron muy pocos a la península, más allá de las élites que formaron parte de la corte de los Omeyas-. Una polémica, por otra parte, que muchas veces ha sido confundida por otros problemas más actuales, que nada tienen que ver con la Historia, como son la inmigración ilegal, en España procedente casi siempre de Marruecos y de otros países del Magreb, o el terrorismo islámico. Una etapa, la Edad Media española, en la que largos periodos de guerra alternaron con etapas pacíficas, donde cristianos y musulmanes podían convivir en una situación más o menos tranquila -ochocientos años dan para mucho tiempo-. Etapas en las que pudieron florecer Toledo con Alfonso X y su Escuela de Traductores, y, varios siglos antes, Córdoba con Averroes y de Maimónides, musulmán y judío respectivamente, o Sevilla, en la que vivió después el místico murciano ibn-Arabí, puente de plata entre los filósofos griegos, especialmente los neoplatónicos, y el pensamiento moderno. Desde luego, la Córdoba de los siglos IX y X, la de los Omeyas, llegó a convertirse en la ciudad más floreciente de toda Europa, económica y culturalmente. Sería ya a partir de la centuria siguiente, con la llegada primero de los almorávides y más tarde de los almohades, quienes trajeron a España su integrismo más extremista -algunos historiadores, haciendo un ejercicio de anacronismo, los consideran como la Al Qaeda de la época-, procedentes del otro lado del Estrecho de Gibraltar, quienes acabaron con esa Córdoba floreciente, pero también tenemos que recordar que para entonces, aquel paraíso floreciente se había empezado ya a romper, partido el antiguo imperio Omeya en pequeños reinos de taifas, esos reinos, algunos casi insignificantes, que tanto nos recuerdan -hagamos nosotros también un ejercicio de anacronismo- a la situación actual.

En estos últimos meses, y por una sucesión de intereses y motivaciones que se han ido concadenando en los últimos tiempos, los focos más importantes de esa polémica “histórica”, están relacionados con el descubrimiento y la conquista de América, y también con una de sus más importantes consecuencias, la circunnavegación del globo terráqueo, que supuso la primera vuelta al mundo, de la que ahora se cumple el quinto centenario. Respecto a la primera, el descubrimiento de todo un continente por un grupo de marinos que estaban al servicio de España, es verdad que desde siempre este hecho ha estado en el foco de la polémica, que desde hace ya muchos años se viene argumentando que Cristóbal Colón no había sido el primer europeo que llegó a poner sus pies en las tierras que más tarde serían llamadas América. Es cierto que los testimonios arqueológicos atestiguan que muchos siglos antes ya lo habían hecho los vikingos, quienes se instalaron en Groenlandia allá por el siglo X, y que más tarde pusieron también sus cuarteles en Terranova y la Península de Labrador, y por lo tanto, en el propio continente americano. Es cierto, también, que cada vez tienen más peso las noticias sobre otros europeos que, poco tiempo antes de que lo hiciera Colón, habían llegado también a tierras americanas. Algunos habrían regresado, contando en las tabernas todo lo que allí habían visto, y Colón pudo empaparse de aquellas historias que no todos se creían; otros, sin embargo, no pudieron regresar, por un motivo u otro, y allí, en el nuevo continente, fueron vistos por los compañeros del navegante italiano -no quiero abundar en la polémica sobre el origen de Colón, que actualmente está teniendo un mero cariz nacionalista, y que en realidad nada importa porque, naciera donde naciera, lo único cierto es que el marino se encontraba ya al servicio de España-. Pero, y aunque demos ambas cosas por sentado, ¿puede realmente hablarse, en los dos casos, de un auténtico descubrimiento de un continente? Los descubrimientos de nuevas tierras, aunque sean casuales, llevan consigo algo más que una experiencia personal o de un pequeño grupo de hombres. Nadie, en términos historiográficos, discute el hecho de que fue el inglés David Livingstone quien descubrió para Europa las cataratas Victoria, en el corazón del África negra, cuando en realidad, como muy bien demostró para el conjunto de los lectores el arqueólogo y novelista italiano Valerio Massimo Manfredi en su novela “Antica Madre” basándose en la obra de Plinio y de otros historiadores romanos, ya lo había hecho mucho tiempo antes, en el año 62, una expedición romana que había sido enviada allí por el emperador Nerón.

Algo similar puede decirse respecto a la primera vuelta al mundo. Más allá de la rivalidad entre España y Portugal que se produjo hace algunos años, durante la celebración del quinto centenario del comienzo de la expedición, fruto de las nacionalidades respectivas de quienes la dirigieron -primero el portugués Fernando de Magallanes, aunque en el momento de iniciarse el viaje éste se encontraba, también, al servicio del rey de España, y más tarde Juan Sebastián Elcano-, el foco de la polémica está ahora, incluso, en dar la primacía de la primera vuelta al mundo de un hasta ahora casi desconocido Enrique de Malaca, un esclavo y fiel servidor de Magallanes que era originario de las Molucas, a las que Magallanes había llegado antes navegando por la ruta portuguesa, bordeando el continente africano. Y es que algunos periódicos han llegado a afirmar que fue éste quien daría, en realidad, por primera vez la vuelta al mundo, al llegar en 1521 a Filipinas, en la misma expedición que Magallanes y Elcano, y aducen en favor del hecho su trayectoria personal anterior a aquel viaje, una trayectoria que le había llevado a completar el camino de regreso a la península, mucho tiempo antes que sus compañeros de expedición, durante los viajes anteriores en compañía de su amo, Magallanes. Polémica y afirmación que no dejan de ser absurdas y sin sentido: una vuelta al mundo es eso, un viaje de ida y vuelta al mismo lugar del que se partió, siguiendo siempre el mismo sentido de la navegación, como muy bien conocen los organizadores de la Ocean Race, la vuelta al mundo en vela. Es decir, lo que consiguió Elcano y un puñado de diecisiete hombres que, más allá de su origen, estaban al servicio de España, cuando llegaron al puerto de Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522.

Pero lo más agrio de este tipo de polémicas históricas, allí donde se vierten más ríos de tinta -y esperemos que nunca llegue a convertirse en sangre-, viene dado desde dos aspectos diferentes y complementarios: la tan criticada Ley de Memoria Democrática, que tan poco tiene en realidad de democrática, y el nacionalismo más extremo. Sobre la primera, no voy a insistir más en ello; sólo decir, una vez más, que esta ley, a mi modo de ver injusta porque convierte a la Historia en una historia de buenos y malos, ha venido a desdecir y a criticar uno de los periodos más fructíferos, desde el punto de vista de la convivencia, de nuestro pasado más reciente: la Transición. Respecto al otro aspecto, el relacionado con los postulados nacionalistas, y el aprovechamiento que estos hacen de la Historia, el problema también viene de largo. Muchos son los ejemplos que se pueden dar de ello, hasta el punto de que éste, especialmente el catalán, ha llevado a cabo una manipulación completa de la Historia que es fácil de seguir, y que ha producido, más allá de una gran cantidad de artículos, varias decenas de monografías, desde un lado y otro del espectro, desde las que defienden esa historia manipulada por los nacionalistas hasta los que intentan, con una buena panoplia de pruebas documentales incluso, rebatirla. Tampoco voy a insistir más en ello, porque es de todos conocido.

Sí quiero sacar a la luz una última polémica, que tiene ahora que ver con el nacionalismo vasco: en las últimas semanas los medios de comunicación, sobre todo los publicados en aquella comunidad, han sacado a la luz la noticia de la aparición en Italia de un códice antiguo en el que se presentan algunas palabras en euskera. Se trata de una edición de 1553 de una crónica de España escrita por el humanista italiano Lucio Marineo Sículo, cuya primera edición estaría fechada hacia el año 1496. Sea verdad o no la aparición del libro, que en realidad tampoco supone tanto para la historia de este idioma, que por otra parte siempre fue más oral que escrito, el hecho nos recuerda en algo a otra noticia anterior. En el año 2006, en el yacimiento romano de Iruña-Veleia (Pamplona), fueron encontradas diferentes representación de Jesucristo crucificado, acompañadas con diferentes signos que, interpretaron los arqueólogos, eran palabras escritas en euskera, realizadas sobre piedra y sobre trozos de cerámica. El descubrimiento tenía una gran importancia en sí mismo porque, datadas las piezas en el siglo III, significaba la más antigua representación de la crucifixión, y porque lo convertía, además, en los restos más antiguos escritos en ese idioma. Sin embargo, poco tiempo después una sombra de duda se vertió sobre aquel descubrimiento: el hallazgo fue estimado como una gran falsificación histórica, una más, y fue a parar a los tribunales. A principios de este mismo año, 2021, Eliseo Gil, el director de las excavaciones, y también alguno de sus colaboradores, fue condenado a dos años y tres meses de prisión por la Audiencia de Álava, por haber manipulado cerca de quinientas piezas de gran valor histórico y arqueológico.



jueves, 9 de septiembre de 2021

Dos novelas sobre Juan Sebastián Elcano y la ruta de las especias

 

El 6 de septiembre de 1522,la “Victoria”, una nao de alto bordo, preparada para la navegación oceánica, una de las mayores naves de su tiempo, de veintidós metros de eslora y siete metros y medio de manga, llegaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). A bordo, bajo el mando del marino guipuzcoano Juan Sebastián Elcano, viajaban dieciocho hombres, los únicos que habían logrado regresar de la expedición que, formada por un total de 239 marinos y cinco naves, habían formado la armada que, al mando de Fernando de Magallanes, había sido enviada con el fin de encontrar una nueva ruta en el camino de las especias, y que en realidad supuso la circunnavegación del globo terráqueo por primera vez. Antes de ello, el 6 de mayo de 1521, había llegado a Sevilla otra de las naves que habían partido con aquella armada, la “San Antonio”, pero ello no contaba, porque la tripulación de esa nave se había amotinado, y después, perdida la estela de la armada cuando ésta se encontraba tocando tierras americanas, abandonando al resto de la expedición cuando ésta se encontraba ya en la parte sur de la actual Argentina. Y algunos días después de la llegada de la “Victoria” a tierras peninsulares, el 8 de septiembre, aquellos dieciocho hombres que habían logrado sobrevivir a la expedición desembarcaron por fin en el puerto de Sevilla, frente al Arenal del Guadalquivir.

La gesta de la primera circunnavegación de la tierra, demostrando de esta forma la redondez de la tierra, viene siendo celebrada desde hace ya algunos meses, desde agosto del año 2017, fecha en la que se conmemoraba el quinto centenario de la partida de la flota desde el mismo puerto sevillano, por los dos países ibéricos, que de alguna manera se reparten lo meritorio de la gesta.  Pero esta celebración no ha venido exenta de cierta dosis de polémica, como el lector de este blog ha podido comprobar al examinar uno de los dosieres que forman parte de la sección de “Noticias Históricas”, que está dedicado a esta gesta. Hay que recordar, en este sentido, que el capitán general de la flota, quien había tenido la idea y el que desde un primer momento fue nombrado capitán general de la flota, Magallanes, era portugués, como también eran portugueses una parte importante de los hombres que la componían. Pero también, que se trataba de una empresa plenamente española, una apuesta pública de la corona de Castilla, y que el propio Magallanes, que antes de haber probado suerte en la corte de Carlos I había sido rechazado por el rey de Portugal, había sido incluso tratado en su país de origen como un auténtico traidor a la patria.


Más allá de esta polémica historiográfica, la empresa de la circunnavegación también está siendo conmemorada, en un país y en el otro, con la publicación de una gran cantidad de libros nuevos: ensayos históricos, monografías, actas de congresos, y también novelas, como las dos que quiero comentar en esta nueva entrada. Hablo todavía de novelas, que no de novelas históricas, porque, tal y como se verá a lo largo del texto, no todas las novelas que se ambientan en un momento del pasado pueden considerarse como una novela histórica, en toda la extensión que el término tiene. Precisamente eso, la diferencia entre una novela histórica y una novela meramente ambientada en el pasado, es lo que quiero demostrar ahora.  Se trata de “La travesía final”, de Julio Calvo Poyato, y “Nadie lo sabe”, de Tony Gratacós. Ambas tienen una cosa en común: las dos se aprovechan, a la hora de trazar los argumentos de sus respectivos relatos, del desconocimiento existente sobre una etapa de la vida de Elcano, la que va desde el 8 de septiembre de 1522, fecha de la llegada de la “Victoria” a Sevilla, después de terminada la gesta de la circunnavegación, hasta el 24 de julio de 1525, cuando el marino partió de nuevo del puerto de La Coruña, como segundo al mando de la nueva expedición de García Jofre de Loaisa, con el fin de colonizar las islas Molucas, que habían sido descubiertas durante el primer viaje, expedición que, por otra parte, terminaría por causar la muerte del propio Elcano, por escorbuto, en agosto de 1526.

Más allá de algunas licencias históricas tomadas por el autor, interesantes para la trama de la novela pero que en nada importante contradicen a la historia real de Juan Sebastián Elcano, ni de las dos expediciones reales en busca de un nuevo camino en la ruta de las especias, la novela del escritor cordobés Calvo Poyato, que además de novelista es doctor en Historia Moderna, y se nota -en su bibliografía figuran, además de excelentes novelas, algunas monografías históricas, especialmente sobre Cabra, su pueblo natal, y sobre el resto de la provincia de Córdoba-, es la continuación de “La ruta infinita”, novela en la que narra la propia gesta de Magallanes y Elcano, y por la que ganó, en 2019, el premio de novela histórica Ciudad de Cartagena. Se trata, ésta que comentamos aquí, de una novela histórica, desde luego, pero también, de una novela multigénero, tal y como se llama actualmente, en la que, junto a la historia del marino vasco, podemos encontrar también una novela de intriga, al estilo de las mejores novelas de espionaje, y con ciertas dosis, también, de novela rosa: porque junto a los asuntos de estado entre dos reinos vecinos, Portugal y Castilla -la gesta del descubrimiento y colonización del nuevo mundo fue, como sabemos, una gesta castellana, más que española-, también podemos encontrar los asuntos amorosos, íntimos, del propio Elcano, al lado de las dos mujeres de su vida, María Hernández y María de Vidaurreta.

Pero la trama de la novela es una trama plenamente histórica, y en ella se puede seguir la lucha de intereses que ambos países, España y Portugal, tenían en ese momento en torno a la ruta de las especias: esa misma ruta que había sido descubierta por la expedición de Magallanes y Elcano, y que había terminado, en un principio, con el monopolio del país vecino en el comercio internacional de este producto, cuyo valor había ido creciendo paulatinamente a lo largo de la Edad Media por su interés como condimento culinario. Una trama que gira en torno a una simple pregunta: ¿A qué lado, en cuál de los dos hemisferios en los que los nuevos territorios descubiertos y por descubrir, se encontraban esas nuevas tierras, las Molucas, que habían sido descubiertas en la expedición de los dos marinos ibéricos? Si el territorio quedaba en el contra meridiano español, la nueva ruta descubierta por los expedicionarios iba a resultar una importante fuente de ingresos para la corona española, que vería como en muy poco tiempo sus arcas se iban a ver repletas gracias al comercio de las especias importadas de allí, aunque todavía quedaba por resolver el problema del camino de regreso sin atravesar esas tierras que pertenecían al rey de Portugal, y que formaban parte de la ruta tradicional, la que seguían los marinos portugueses. Si, por el contrario, las Molucas se encontraban en territorio portugués, resultaba que la expedición había resultado un fracaso. Ese juego de intereses se puede ver con claridad en el diálogo que mantienen el propio Elcano y Reinel, el topógrafo portugués que, como el propio Magallanes, se encuentra al servicio de España.

Pero la novela habla también de otros asuntos que están relacionados también con ese nuevo mundo que en ese momento está naciendo a un lado y otro del Atlántico. Porque al otro lado de ese enorme océano está surgiendo un nuevo mundo, sí; un mundo que, por primera vez, se está incorporando a la historia y a los nuevos avances técnicos y científicos, que van a dejar de lado aquel otro mundo poblado de tribus, centenares de tribus diferentes entre sí, muchas veces enfrentadas, pero también a este lado del Atlántico se está desarrollando un nuevo mundo, que dejará de lado las costumbres propias de la Edad Media. Y junto a algunos referentes a la vida más íntima, más personal, del protagonista, Juan Sebastián Elcano, la novela de Calvo Poyato, abunda en muchos aspectos de alta política, muchas veces olvidados cuando examinamos la gesta de la circunnavegación sin tener en cuenta la etapa histórica en la que ésta se produjo: los intereses económicos y las de la fugaz Casa de Contratación de la Especiería en La Coruña; el conflicto de intereses personal entre todos aquellos que tenían algún poder de decisión en la carrera de las especies, que puso como capitán de la nueva expedición a un inexperto Jofre de Loaisa, por delante del propio Elcano; el papel jugado en la expedición, y después de ella, por el cronista italiano Antonio Pigaffeta, del que se conoce incluso un vieje a Portugal con el fin de entrevistarse con el propio rey Juan III en Lisboa -¿qué intereses oscuros esconde ese viaje al país vecino?-; el asunto del casamiento del emperador, Carlos V, Carlos I de España, y el debate suscitado entre aquellos que defendían su matrimonio con María Tudor, la hija de Enrique VIII de Inglaterra, y los partidarios de que el joven emperador se casara con Isabel de Avis, la hermana de Juan III de Portugal, y lo que ello podría significar para las relaciones entre ambos países ahora, cuando estaba en el foco del conflicto el asunto de la carrera en la ruta de las especias; …

Muy diferente es el libro de Tony Gratacós, aunque éste, en realidad, no trata directamente de Elcano, por más que utiliza la atracción que el personaje ejerce en este momento, cuando se gesta está tan de moda por la celebración del quinto centenario. En realidad, el verdadero interés de la trama está puesto en la tripulación, o en una parte de ella, de ese otro barco, el “San Antonio”, que había regresado a la península antes de tiempo, después de que ésta se hubiera amotinado, abandonando al resto de la armada cuan do ésta había encontrado, por fin, el paso del estrecho entre ambos continentes, o al menos, y esto es uno de los elementos principales de la trama, cuando la expedición estaba a punto de alcanzar ese paso. Y especialmente, la relación existente entre los sucesivos capitanes de la nao: Juan de Cartagena, el primero de ellos, abandonado por el propio Magallanes en tierras inhóspitas como castigo por no haber sabido mantener la disciplina a bordo de la nave; Álvaro de Mesquita, primo del propio Magallanes y puesto en el mando de la nave por él, una vez castigado Cartagena; y Esteban Gómez, el cabecilla de la rebelión que había provocado el abandono de la escuadra. Y con ello, también, una vez más, las relaciones entre los marinos portugueses y los españoles, no siempre buenas, a lo largo de toda la expedición.


Gratacós no es historiador, sino licenciado en periodismo y realizador de cine, y eso, quizá, también se nota en su relato. Porque, más allá de las divergencias existentes en los nombres propios de algunos de sus protagonistas ficticios, no existentes todavía a principios del siglo XVI; más allá de la utilización poco adecuada de algunos términos –escriba por escribano o notario, por ejemplo, o incluso el empleo de la palabra letrado como sinónimo de esta profesión, olvidando que un letrado, en la época en la que se desarrolla la novela igual que en la actualidad, hace referencia, más bien, a un abogado que a un siempre escribano-; más allá de algunas incongruencias en el trato  entre personas de diferentes clases sociales; más allá, incluso, de algunos errores lexicográficos de bulto, como el uso de proveído en lugar de provisto; “Nadie lo sabe” cuenta también con importantes errores históricos, que afectan directamente al conocimiento histórico que hoy en día se tiene de este hecho, por más carácter que el autor se haya inspirado a la hora de escribir la novela, según sus propias palabras, en alguna monografía sobre el propio Fernando de Magallanes.

Podemos relacionar aquí algunos de esos errores históricos, aunque tampoco quiero hacer una relación completa de los mismos. Así, el autor demuestra un desconocimiento total del funcionamiento de algunas instituciones propias de la época, como la propia Casa de la Especiería. De la misma forma, desconoce la vegetación propia de la época, y en concreto todo lo relacionado al cultivo del girasol, una planta procedente de América que, si bien es cierto que empezó a ser cultivada en Europa a lo largo del siglo XVI, todavía a principios de la tercera década de la centuria podía ser utilizada como mera planta ornamental, con el único fin de hacer ramos con sus flores. Todavía en 1533, cuando Fernando Pizarro se enfrentó al imperio inca, le sorprendió encontrarse con esta planta, venerada por sus enemigos. Y por otra parte, el autor también parece ignorar que el propio Esteban Gómez, el último capitán de la “San Antonio”, el líder de la revuelta que provocó la huida de la nave, y al que, en efecto, le sería encomendada una nueva expedición en busca de un nuevo paso hacia el Océano Pacífico, esta vez por América del Norte, en septiembre de 1524, era realmente un marino portugués, país en el que había nacido, como Estevao Gomes, en 1484.

Otro caso de fatal incongruencia histórica es todo lo relacionado con la defenestración de Juan de Cartagena, que si es cierto que tuvo que ver con un asunto relacionado con las relaciones sodomíticas entre dos miembros de la tripulación, no castigadas en un primer momento por el propio Cartagena, se produjeron realmente de forma muy diferente a como se relatan en la novela. En efecto, dos de los marinos de la “San Antonio” había sido descubiertos en pleno acto de sodomía, pero los dos habían sido perdonados por el capitán Cartagena a pesar de que este hecho estaba prohibido en alta mar, y castigado con la pena de puerto. Enterado de ello Magallanes, los dos marinos fueron en el acto condenados a muerte, y el hecho le sirvió de pretexto al portugués para castigar al propio Cartagena, el segundo en el mando de la expedición, cuya fuerte personalidad había provocado una fuerte atracción entre los marineros españoles, mucho más fuerte que la del propio capitán general. Sin embargo, el autor transforma este relato, convirtiendo a uno de los marineros en el grumete Juan de Arratia, uno de los dieciocho que pudieran regresar a la península, sodomizado contra su voluntad por el maestre de la nave. Además, el castigo de Magallanes contra el culpable, y contra el propio Cartagena, se convertía en un asunto de interés particular del portugués, no sólo por la influencia que el capitán de la nave tenía ya con el resto de la flota, sino porque el propio Magallanes se había convertido ya en un fiel protector personal del joven grumete, al que, incluso, le estaba enseñando a leer.

Resumiendo, la diferencia que existe entre una novela y otra, la de Calvo Poyato y la de Gratacós, es la que hay entre una novela histórica, con todas sus características, la primera, con una simple novela de época, la segunda. Bien escrita también esta última, es cierto, en lo que se refiere a la intriga de la trama. Las dos son dignas de ser leídas, pero el lector debe tener en cuenta esa diferencia a la hora de enfrentarse a su lectura, a la hora, en fin, de intentar comprender lo que hay detrás de la trama. Y a la historicidad de la primera, además, contribuye también algo que deberían tener en cuenta aquellos que quieran enfrentarse a cualquier trama histórica con el fin de convertirla un una novela: el índice onomástico, en el que aparecen claramente diferenciados los personajes que son realmente históricos, de aquellos otros que no lo son.



Etiquetas