Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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jueves, 26 de agosto de 2021

“Hora Zero”. El espionaje inglés en territorio español durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 


Durante la Segunda Guerra Mundial, la posición del gobierno del general Franco fue, al menos oficialmente, la de neutralidad o no beligerancia, más allá de la incorporación de un número escaso de tropas voluntarias en la Wehrmacht, el ejército alemán: la División Azul, que fue enviada inmediatamente al frente de Este, donde los soldados españoles se batieron contra los rusos y, al mismo tiempo, contra el “General Invierno”, el mismo que ya había derrotado a Napoleón Bonaparte a principios del siglo anterior. Conocido es el encuentro que Franco y el propio Hitler mantuvieron en Hendaya, un encuentro del que se han realizado multitud de interpretaciones, y que ha generado, también, ríos de tinta entre periodistas e historiadores. Éste y otros aspectos de las relaciones políticas entre el caudillo español y las potencias del Eje han sido tema de múltiples ensayos, y la bibliografía sobre este periodo de la historia de España y de Europa sigue creciendo continuamente. Dentro de esa extensa bibliografía, quiero destacar en esta nueva entrada del blog, por la originalidad y el interés del tema tratado, un libro de pequeño formato del historiador gallego, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Emilio Grandío Seoane. El libro, que ha sido publicado por Cátedra en abril de este mismo año, se titula “Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial”.

            El primer capítulo del libro está dedicado a estudiar las relaciones geopolíticas entre ambos países en 1936, en los meses previos al estallido de la Guerra Civil, y también durante los primeros meses del conflicto. Se trata de un capítulo interesante, porque explica un hecho que muchos historiadores, principalmente de izquierda, no han llegado a comprender nunca: ¿por qué durante todos esos meses, cuando el enfrentamiento entre dos polos en los que la sociedad española era más que evidente, como evidente era la rotura de las hostilidades en un frente bélico, las potencias europeas no pusieron toda la carne en el asador para hacer frente a los postulados fascistas de extrema derecha? La respuesta es bastante clara para cualquier historiador que no se halle imbuido de cierta ideología: ayudar al gobierno de la República era ayudar también a los comunistas de la Unión Soviética, y en aquel momento, cuando el nazismo en Alemania no era todavía más que un embrión de lo que iba a ser durante los años siguientes, las democracias europeas tenían más miedo a Stalin que al propio Hitler. Recogemos el posicionamiento que la inteligencia inglesa, y todo su gobierno, tenía de este asunto, en las palabras del autor del libro:

“Lo cierto es que, en el caso de Gran Bretaña, el ascenso del Partido Conservador al poder en los últimos meses de la Segunda República española hizo girar de manera decisiva la opinión hacia la incipiente democracia española. La inesperada victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 hizo saltar todas las alarmas diplomáticas británicas. La orientación del nuevo Gobierno de izquierdas fue saludada con notable inquietud por parte del Foreign Office. La documentación procedente de los archivos consultados nos muestra el incremento de la actividad diplomática ante lo que consideraban podía constituirse como la nueva «república soviética». Las informaciones hacia Londres procedentes de la Embajada en España realzaban los aspectos más dramáticos del corto período de gobierno frente-populista. No ha habido un tema de política exterior en el espacio británico antes de la Segunda Guerra Mundial de mayor repercusión que éste. Observada como lucha en territorio ajeno entre el desarrollo del fascismo y el comunismo, de lo que se estaba produciendo en Europa y en Gran Bretaña, la defensa de la democracia republicana realizada por la mayoría de la izquierda del país se vio obstaculizada por la oposición de buena parte del establishment político, que hacía de la defensa de los intereses británicos su argumentación principal. Teoría frente a praxis”.

Los servicios de inteligencia británicos en España, si bien habían sido ya importantes durante toda la guerra, se van a hacer mucho más determinantes desde 1939, coincidiendo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La posición del nuevo gobierno español, cercano todavía a las posiciones de las potencias del Eje, y la situación estratégica de nuestro país, al norte del Mediterráneo, y en la boca de entrada a este mar desde el Atlántico, hacia que, para ambos contendientes, el dominio fáctico sobre el país fuera determinante. Gibraltar, un faro de dominio inglés en el corazón meridional de la península, se llenó de espías ingleses. Pero no fue el único lugar en el que se asentaron legiones de espías, y otros territorios de la península se convirtieron también en campo de esa batalla de esa otra guerra tácita, no declarada oficialmente, en la que los militares al uso se convierten en espías, y en el que las armas son las propias de los servicios de inteligencia. Así, Cartagena, las islas Canarias, la propia capital madrileña, Galicia, prácticamente todo el país se había convertido en un nido de espías, de un bando y de oro. Recogemos de nuevo las palabras de Grandío Seoane, en lo que se refiere al espionaje inglés, foco principal de su estudio, pero fácilmente extensible a los servicios de inteligencia de los otros países en conflicto, principalmente los de Alemania:

“Los servicios de inteligencia británicos se encontraban deficientemente preparados en los inicios del conflicto bélico, ante la posibilidad de una invasión alemana sobre España. Para Gran Bretaña el control de la información en España era algo secundario, controlable a partir de las redes empresariales y diplomáticas ya existentes. Por cierto, en paralelo a lo que ocurría con las redes alemanas, antes de la llegada del régimen nazi. Su participación en el interior era muy reducida, y cuando intervenían, siempre se realizaba desde suelo británico: intervenciones precisas con fachada española. Pero la expansión nazi lo cambia todo. Inicialmente, en la defensa de las democracias frente a la agresión nazi se establece una especie de reparto de áreas de influencia: el control de la información en España quedó en manos de las redes de inteligencia francesas, desarrolladas sobre todo en el norte de España, entre Bilbao y Barcelona. Las redes británicas comenzaron a desarrollarse especialmente desde el verano de 1940, en la península ibérica en el momento en que resultó absolutamente necesario movilizar todas las fuerzas ante un Tercer Reich que llega literalmente a las costas británicas, y se requiere un esfuerzo suplementario para derrotarlo. También en el momento en el que se observan serias posibilidades de deriva de las dictaduras ibéricas hacia un compromiso firme con el Eje, abandonando definitivamente los estados «aparentes» de neutralidad. Aquellos territorios de Europa, como España, que aún permitían formalmente la entrada de británicos se convertían en países referenciales para llevar adelante trabajos indispensables para el rumbo del conflicto.”

Hubo un momento en el que, nada más haber terminado la guerra, las democracias europeas, principalmente Gran Bretaña, se plantearon derrocar del poder al general Franco, aunque el estallido de una nueva guerra que va a afectar primero a toda Europa, y más tarde también a otros territorios, hasta alcanzar características globalizadoras, obligó al gobierno inglés a cambiar de opinión en este sentido. Así, continúa el autor afirmando lo siguiente: “El responsable máximo de la inteligencia británica pretende ampliar el número de empleados en los servicios diplomáticos y, desde su protección, crear y desarrollar una red de inteligencia ampliable desde Madrid hasta Barcelona, Lisboa y Gibraltar. Hillgarth se encontrará de manera casi permanente en comunicación directa con Churchill. Ya en enero de 1940 le avisaba al duque de Malborough de que había miembros del Gobierno español que deseaban llegar a un acuerdo directo con los alemanes. Hillgarth advertía desde el primer momento de una de las constantes para atacar el punto débil de Franco: sus propios compañeros de armas. Esa condición de primus inter pares que tenía Franco al final del conflicto civil español, aún humeante y muy latente, provocó una primera preocupación —que se plasmará en los siguientes meses— por indicación directa de Churchill al agregado naval de la Embajada, de plantear de manera inmediata acciones de soborno a generales y funcionarios españoles. Esta circunstancia se facilitaría a través del siempre presente Juan March. March aparece de manera constante envuelto —debido a su utilización de fondos en otros países— en la financiación de buena parte de las tentativas que afecten a los cambios de gobierno en España. Y no solo a principios de los cuarenta. Como ya conocemos, Juan March juega un papel clave —y decidido— en la política española de mayor nivel desde la dictadura, pasando por el período republicano, y por supuesto en la financiación del golpe militar y de la Guerra Civil, y también en los años de la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña se aprovecha de estas relaciones para crear un sistema de transferencias económicas a los militares que no deja mucha huella y que permitía a su vez tener información de las relaciones del régimen español con los alemanes.”

El papel de la inteligencia británica en España fluctuó durante toda la Guerra entre dos aspectos contrapuestos: por una parte, la necesidad de atraer a Franco hacia el bando de los aliados, como contrapeso a la importancia que el nazismo había alcanzado ya en el conjunto del continente; y por el otro, la convicción de que se trataba el de España de un gobierno no democrático, y por ende, muy cercano a las posiciones fascistas de las potencias que conformaban el Eje. En ese juego de poderes jugaron un papel importante figuras como el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, quien además fue embajador de España en el Reino Unido entre 1939 y 1942, quien mantenía en el país insular ciertas intereses económicos y algunas relaciones familiares importantes, incluso con la propia familia real. Y también, algunos de los principales generales que durante la guerra habían formado parte del ejército vencedor -en este caso nunca decisivo, porque al final ninguno de ellos se mostró capaz de hacer frente, de manera decisiva, a los postulados oficialistas desarrollados desde el gobierno de Franco-. Volvemos a recoger las palabras del historiador gallego:

“Posiblemente el régimen de Franco nunca estuvo tan amenazado como en estos momentos. Aún más: las conversaciones entre la diplomacia británica y portuguesa del mes de octubre de 1943 no presagiaban nada bueno para el franquismo, ya que se orientaba hacia la tendencia de arreglar el problema estratégico de la península ibérica y su relación con el Eje por la doble vía de negociar con Portugal —siempre mucho más favorable por las tradicionales relaciones con Gran Bretaña— y aislar a España… El 28 de octubre tuvo lugar una reunión en casa de Kindelán con Ponte, Orgaz, Solchaga y Dávila. Kindelán insistía en que no había fuerza suficiente para poder afrontar un cambio de esta envergadura sin el consentimiento de Franco, cuando menos hasta el próximo año. A Kindelán le molestó la actitud posterior a la carta de los generales Asensio, Moscardó, Muñoz Grandes, García Valiño y Yagüe, que según su perspectiva solo atendieron a sus intereses personales. La fuerza de Franco residía en el control de Madrid (Asensio, ministro; Muñoz Grandes, jefe de la Casa Militar; García Valiño, jefe del Gabinete Militar, y Saliquet al mando de la Región Militar de Castilla). La unión a este grupo clave de los generales Moscardó y Yagüe, al mando de dos zonas estratégicas como Burgos y Barcelona, entradas fundamentales de defensa desde el norte —recuérdense las planificaciones previstas de posibles invasiones—, así como territorios de fuerte oposición monárquica a Franco (cita a Cataluña y Navarra), podría haber variado sustancialmente la situación de presión hacia el Caudillo. Aun así, Kindelán volvería a pedir la Restauración «con Franco y la Falange» a finales de diciembre de 1943.”

Por otra parte, también durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de que España se viera invadida por un ejército u otro, el Reino Unido o la propia Alemania, siempre estuvieron en el ánima de ambos combatientes. Todo ello obligó, por otra parte, a la construcción de nuevas defensas bélicas en los territorios más factibles de ser invadidos, como la propia Gibraltar o la línea de costa, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo; defensas que, en algunos de esos lugares, están empezando a ser puestas en valor, de cara a una interpretación didáctica y turística de las mismas. El valor de la historia, como el de la arqueología (y existe también una arqueología bélica del siglo XX, que en los últimos años está alcanzando un importante desarrollo científico; en este sentido, y para lo que al caso conquense se refiere, hay que destacar aquí los trabajos que en los últimos años vienen realizando Michel Domínguez y Santiago David Martínez Solera, sobre la arqueología conquense del siglo XX en torno a la Guerra Civil), pasa también por el hecho de que puedan servir como canalizador de un conocimiento cada vez mayor de nuestro pasado, un conocimiento que se basa siempre en dos pilares principales: la investigación y la difusión, también por medio de la explotación turística de los yacimientos arqueológicos.

Un libro, en fin, que debe ser leído, para otbener nuevas perspectivas históricas de este periodo de nuestra historia, la de España y también la de Europa, esa etapa, tan decisiva para nuestra propia configuración como ciudadanos europeos, que abarca los años convulsos de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial.


El embajador británico en España, Samuel Hoare, en el centro, en el acto de presentación
de credenciales. Fotografia: Martín Santos Yubero.

lunes, 22 de febrero de 2021

Arturo Pérez Reverte se adentra en la línea de fuego de la Guerra Civil española

 En la última novela, Arturo Pérez Reverte se adentra en territorio comanche una vez más para regalarnos una novela, una más, sobre nuestra Guerra Civil de 1936-1939, aunque en realidad, por lo que vamos a ver a lo largo de esta entrada, no es sólo una novela más de cuantas se han escrito, y son muchas, sobre uno de los periodos más dolorosos de nuestra historia contemporánea. Y es que el escritor de Cartagena, antes de ser novelista, antes de ser académico de nuestra R.A.E., fue un periodista de raza, un reportero de guerra, que cubrió casi todos los conflictos bélicos que se desarrollaron en cualquier parte del mundo durante el último cuarto del siglo XX, desde el Sáhara a las Malvinas, desde Nicaragua o El Salvador hasta Sudán, Mozambique o Angola, desde Chipre y el Golfo Pérsico hasta Eritrea, o los conflictos sucesivos que llevaron a la partición, en la última década de la centuria pasada, de la vieja Yugoslavia. Sobre esta última guerra civil, que tuvo como escenario una parte del continente europeo, sobre su experiencia como reportero de guerra en Serbia, Bosnia y Croacia, escribió uno de sus primeros grandes éxitos novelescos, “Territorio comanche”, una expresión que algunos no conocen del todo, alejados de esa manera de vivir peligrosamente que tienen algunos periodistas de raza, pero que sirve para definir “el lugar donde el instinto te dice que pares el coche y des media vuelta, donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos.”

     


  
La definición es del propio Pérez Reverte, y está sacada de la novela homónima. No es casual que algunas de las mejores novelas del escritor estén ambientadas en las guerras; en las guerras que conoció como reportero y en las guerras que sólo conoce a través de la historia: la Guerra de la Independencia contra los franceses y la Guerra Civil española de 1936; o en las guerras de Flandes, escenario de su exitosa serie sobre el capitán Alatriste. Sobre la guerra contra el francés escribió “El Húsar, su primera novela en realidad, o “El asedio”, con un paralelismo también en las otras guerras napoleónicas, las que se desarrollaron al otro lado del continente europeo, en Rusia, que sirven como escenario para su relato “La sombra del águila”. Faltaba en su bibliografía una incursión en esta otra guerra, la más cruenta de la historia de España, a la que sí había dedicado diferentes artículos y ensayos, falta que ahora suple con su última novela publicada, “Línea de fuego”.

            Pérez Reverte ha escrito en sus redes sociales que le gustaría que esta última novela suya fuera criticada tanto por las derechas como por las izquierdas, que eso demostraría que el autor ha sido ecuánime con ambos bandos, y eso es lógico para un escritor como el de Cartagena, polemista obstinado desde esas mismas redes y también desde algunos de sus artículos de prensa. Pero más allá de ese enfrentamiento personal suyo contra los postulados ideológicos y políticos, en el interior de todo escritor anida siempre el deseo de que, sobre todo, su obra sea leída por el mayor número de público posible, y que tanto las críticas positivas como las negativas vengan desde la objetividad, que sean desapasionadas, que tanto las críticas como las alabanzas se basen sólo en motivaciones puramente literarias y no meramente ideológicas.

            Desde luego, si el autor sólo deseaba eso, atraer sobre sí las críticas de los políticos y de sus seguidores, que su novela fuera criticada atacada por los dos extremos del espectro ideológico, desde luego lo ha conseguido. Y también, algunas críticas puramente literarias. Mar del Val ha escrito que la obra de Pérez Reverte no es una novela, sino una crónica sobre la Guerra Civil. Héctor González, por su parte, además de regalarle al autor algunos ataques personales que lindan, como mínimo, con el insulto, lo tacha de ignorante, y escribe lo siguiente: “Las visión naif de una guerra entre hermanos que no luchaban por cuestiones políticas es una mentira histórica de proporciones bíblicas a la que le han venido dando pábulo en las últimas décadas quienes tenían un interés político muy claro en que los motivos de la guerra fueran olvidados. Como el señor Pérez-Reverte es un ignorante, desconoce este particular.”

            En la entrada de la semana pasada ya decíamos que éste no quiere ser un blog sobre crítica cinematográfica, y ahora hemos de insistir, una vez más, que tampoco lo quiere ser de crítica literaria. Mis intereses personales cuando leo una novela histórica son en cierto sentido diferentes a cuando escribo sobre esas mismas novelas, y entonces mi único interés ya no estriba en la novela como obra de arte en sí misma, sino en la historia real que hay detrás de esa novela, y en cómo ésta se adecúa bien o mal a esa realidad histórica. Por ello, voy a obviar las críticas literarias que ha recibido la obra de Pérez Reverte, para centrarme sólo en el hecho de si a obra se adecúa o no a la realidad de la Guerra Civil. Porque quizá la verdadera ignorancia histórica se demuestra en el hecho de pensar que la ideología es lo único que mueve el mundo, que todo, absolutamente todo, debe ser visto desde el prisma ideológico. Claro que muchos de los que fueron a la guerra, de un bando y de otro, lo hicieron por sus ideales, e incluso, algunos de los que lograron sobrevivir terminaron por abjurar de aquellos ideales. Véase el caso de algunos de los brigadistas internacionales, que sólo fueron a luchar contra la Alemania nazi cuando se rompió el pacto que habían firmado Viacheslav Mólotov y Ulrich von Ribbentrop; o, sobre todo, véanse algunos de los textos que escribió sobre su experiencia uno de los brigadistas más famosos, el escritor inglés George Orwell. Algunos de los personajes de la novela de Perez Reverte también van a la guerra por esas mismas motivaciones políticas e ideológicas, y es precisamente el olvido que de ello hace el crítico, lo que me hace dudar de que éste ni siquiera haya leído el relato.

            Y la ignorancia quizá sea también pensar que la Guerra Civil española no fue una guerra entre hermanos, o que muchos otros combatientes fueran a luchar sin saber realmente por qué luchaban. Pues claro que la Guerra Civil fue una guerra entre hermanos. Véase, si no, el caso del propio Franco y de su hermano Ramón. El primero, líder del bando sublevado, hasta el punto de que a su término se convirtió en el caudillo de la nueva España. Al otro lado, su hermano Ramón, fiel al gobierno republicano en un primer momento, al que había servido también en los años anteriores desde la política, a través de partidos de izquierda, como el Partido Republicano Revolucionario o la Esquerra Republicana de Catalunya, aunque más tarde se pasara al bando nacional por razones que nunca han sido bien explicadas; por cierto, Ricardo de la Puente Bahamonde, primo hermano de los Franco, fue otro de del Ejército del Aire que se mantuvo fiel al ejército republicano, lo que pagó con el fusilamiento, firmado por el general Orgaz aunque fue el propio Franco, su primo, quien había dado el consentimiento para la ejecución.  Véase, si no, el caso de los hermanos Machado. Uno, Antonio, al que la guerra le sorprende en Madrid, viéndose obligado, cuando la sublevación amenaza la capital de España, a escapar primero hacia Valencia, y a buscar más tarde el exilio en el sur de Francia, donde murió olvidado de casi todos. El otro, Manuel, al que el conflicto le sorprende en Burgos, donde se encontraba visitando, como hacía todos los años, a su cuñada, que era monja de la orden de las Esclavas del Sagrado Corazón. Nadie le molestó en la ciudad castellana, más allá de un corto periodo de tiempo que permaneció detenido, denunciado por algunos envidiosos, a pesar de que había sido uno de los intelectuales que habían fundado, en 1933, la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Al finalizar el conflicto, el sevillano pudo reincorporarse a su puesto de director de la Hemeroteca y del Museo Municipal de Madrid, donde permaneció hasta su jubilación, poco tiempo después.

            Puede decirse que estos dos son casos extremos, no exentos de un cierto cariz ideológico, y que además en un caso, relacionado la retaguardia y no con la lucha directa. Es cierto, y sin embargo puedo relatar otro caso que afecta directamente a mi propia familia, y por eso lo conozco en primera persona, no a través de la historia. Un hermano de mi abuelo, el más joven de todos, murió precisamente en la misma batalla del Ebro que narra Pérez Reverte en su novela. Sobre el hecho hay dos versiones contrapuestas: que se marchó voluntario a luchar contra los fascistas cuando apenas tenía diecisiete años, o que formaba parte de la tristemente famosa “quinta del biberón”, de esos biberones a los que el cartagenero retrata en una parte de su relato. Lo cierto es que nunca regresó de la batalla, que murió o desapareció en el transcurso de ésta, ahogado, por lo que es de suponer que fue una de las víctimas de las tropas nacionales, cuando éstas abrieron las esclusas de los pantanos de la cabecera del río, provocando que las aguas, desbordadas, se llevaran los cuerpos de miles de soldados republicanos . Su hermano, mi abuelo, para entonces era ya miembro de la Guardia Civil, y se encontraba destinado en Madrid, donde participó al principio de la guerra en el asalto al Cuartel de la Montaña, en el que fue capturado el general Joaquín Fanjul, y en el que fueron asesinados centenares de cadetes de la academia militar a manos de los milicianos, y muchos más habrían muerto, sin duda el propio Fanjul entre ellos, de no haber mediado la defensa de los propios guardias civiles que participaron en el asalto, quienes pusieron orden en la operación. Su situación familiar, con mi abuela embarazada de mi madre, que nacería en 1937, le permitió permanecer en la retaguardia, entre Cuenca y Madrid, durante todo el conflicto. Se diría que los dos hermanos permanecieron en el mismo bando republicano, pero lo cierto es que poco tiempo antes de que estallara la guerra, a mi abuelo le habían ofrecido un nuevo destino en Toledo, destino al que rehusó in extremis. ¿Qué hubiera sucedido si él hubiera aceptado el traslado a la ciudad del Tajo? ¿Qué papel le hubiera tocado vivir en la defensa del Alcázar?

            Otra crítica que ha recibido también el escritor cartagenero es que su novela es “demasiado bélica, muy larga y con poca psicología individual”. Que la novela es muy larga quizá sea cierto, unas setecientas páginas bastante comprimidas, aunque más largo debió resultar sin duda el conflicto a los que participaron en él. Sobre los otros dos aspectos de la crítica yo difiero. Considero que los retratos psicológicos de los protagonistas son más complejos de lo que puede parecer a primera vista, y en todo caso, se trata de una novela de acción más que otra cosa; pero sobre todo, difiero en el hecho de se trata de una novela demasiado bélica. ¿Cómo no va a ser bélica una novela, o una película, que trata de una de las batallas más cruentas de toda la Guerra Civil? Lo contrario sería lo realmente criticable, por alejado de la realidad narrada.

            Cuando escribo sobre la Guerra Civil, me suelo preguntar que fue lo que hizo que la victoria cayera del lado de los sublevados. La razón, como en muchos aspectos de la vida, no es única. Una de las razones, desde luego, fue la enorme superioridad técnica y material del bando nacional, al que se había sumado un mayor número de militares profesionales, mientras que el bando republicano se convertía, sobre todo, en un ejército irregular, cuyos mandos, en muchas ocasiones, no tenían ninguna experiencia bélica previa. Así lo expresa uno de los protagonistas de la novela: “Algunos hubo, sobre todo suboficiales. Yo al principio anduve por Madrid con la columna Del Rosal como asesor militar, y aquello era un desastre: albañiles, fontaneros, oficinistas, ferroviarios, estudiantes con exceso de vida para derrochar… Valientes, pero lo ignoraban todo. No obedecían órdenes, atacaban cantando la Internacional, caían como moscas y salían corriendo por los montes… Al fin se comprendió que hacía falta un ejército de verdad, y en la Escuela Antifascista de Valencia, a los profesionales del Ejército y la Armada, de lo que antes desconfiaban, nos dieron ascensos y mandos.”

            Pero sobre todo, hay que tener en cuenta esa segunda guerra civil interna que surgió también dentro del bando republicano, la que enfrentó a los comunistas contra los anarquistas, los socialistas, e incluso contra otros comunistas, heterodoxos desde el punto de vista del PCUS y de Josef Stalin. La novela también refleja esa otra guerra civil interna, y sobre todo el papel que en todas las unidades jugaron los comisarios políticos, quienes estaban por encima, incluso, de los propios jefes militares de la unidad. La novela también refleja este hecho, en ocasiones con un cierto matiz irónico, como cuando describe la muerte de uno de esos comisarios, “como deben morir los comisarios… de un tiro en la espalda… arengando a los hombres en el asalto.” Y pone en boca de uno de esos comisarios una de las frases más terribles de la novela, terrible porque demuestra hasta qué punto eso era así: “En la 42ª División se fusila poco, Faustino. Os lo vengo diciendo y no me hacéis caso… Se escarmienta y se fusila poco.” Y es que alguien dijo alguna vez, quizá el propio Pérez Reverte, que ni Companys, ni Aguirre, ni todos esos políticos que tanto alentaban desde la comodidad de sus estrados, ni el propio Rafael Alberti, que también alentaba desde sus poemas, hicieron nunca la guerra, la de verdad.

            Para finalizar quiero hace una última reflexión sobre el autor y sobre esta última novela. Nunca es bueno confundir, como a menudo se hace, al autor con sus personajes, aunque en un relato de este tipo es demasiado fácil hacerlo. Y creo que es ahí donde radica la mayor parte de las críticas que se le hacen a la novela. Las ideas, los pensamientos, las reflexiones, las palabras, son todas de los protagonistas de la narración, sólo de ellos; la opinión que el autor tiene sobre la Guerra Civil, ya la ha dado en otras obras anteriores, sobre todo en ensayos y en artículos. Por ello, las tesis ideológicas y personales se contraponen entre sí, hasta el punto de que el lector puede comprender a unos y a otros, al menos si no está revestido de una ideología concreta, o no lo está tanto como para que esa ideología no le ciegue demasiado. Ésta es, también, una de las características de toda Guerra Civil, que si los presupuestos ideológicos, o religiosos, o nacionalistas, no te ciegan demasiado, uno podría quedar a uno u otro lado del tablero de ajedrez, dependiendo de las circunstancias personales, o sociales, que le haya tocado vivir.

 

 


 

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