Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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jueves, 12 de septiembre de 2024

DICTAMEN DE LA COMISIÓN NOMBRADA POR LAS CORTES PARA INFORMAR SOBRE LOS ACTOS DE MARÍA CRISTINA. CONCLUSIÓN.

 En la entrada anterior comentábamos los motivos que habían originado la creación, por parte de las cortes, de una comisión con el fin de estudiar el espinoso asunto de la desaparición de ciertas joyas que, mencionadas en el testamento del rey Fernando VII, eran propiedad de la Corona, desaparición que se le atribuía a la propia viuda del monarca, María Cristina de Borbón. Y vistos esos antecedentes, y sin más comentarios, pues el dictamen de la comisión se explica por sí mismo, incidiendo en otros asuntos espinosos que ya en ese momento eran atribuidos a los duques de Riánsares -como la propia validez del matrimonio con el taranconero Fernando Muñoz, los ilícitos beneficios adquiridos en las concesiones de las líneas ferroviarias, o incluso su relación con cierta expedición militar a Ecuador, con el fin de crear allí una nueva monarquía para uno de sus hijos-. Este es el dictamen, al pie de la letra, que fue firmado por la comisión:

 

El Sr. Armendáriz en su consulta de 27 de Abril de 1845, decía que, entre las cantidades pagadas con los fondos del bolsillo secreto, figuraban algunas bastante crecidas, que fueron destinadas a cubrir gastos, que tuvieron por objeto asegurar la corona en las sienes de S. M.; y a pesar de que a la señora Reina madre repugnase considerar del cargo de S. M. estos gastos por haberlos hecho de su espontánea voluntad, no vacilaba en aconsejar que por el objeto a que fueron destinados, eran del pago exclusivo de S. M., como debían serlo también otros, que aunque de distinta naturaleza, nunca debían gravitar sobre su augusta madre. La discreción de las Cortes apreciará estos motivos que influyeron en el sesgo dado a los asuntos de cuentas de tutela y bolsillo secreto. Con mayor claridad, hubiera ganado a real tutora terreno en la opinión pública, que no se satisface en materia de cifras, sino con cifras claras, y no quedaría en pie la duda, que en vano ha querido disipar la comisión, respecto a esas crecidas sumas empleadas en asegurar la corona de S. M. Demasiado grande, y noble era el objeto, para que acerca de él pudieran surgir escrúpulos, para que necesitasen envolverse en las ambiguas y calculadamente misteriosas frases del intendente de Palacio.

Relacionado con los asuntos de tutela y regencia, y altamente grave por sus circunstancias y consecuencias, es el relativo al estado civil de doña María Cristina, durante la época en que ejerció uno y otro cargo. La leyes comunes privan de la guarda de sus hijos a la viuda que pasa a segundas nupcias, el art. 69 de la Constitución de 1837, exigía que el padre y la madre, para ser tutores del Rey, permaneciesen viudos. En cuanto a la regencia, superfluo es decir, que el segundo matrimonio producía una incapacidad, reclamada por derecho y por altas razones de Estado. La Reina viuda tampoco se hallaba dispensada de obtener la real aprobación que exige la ley 9, título 2º, libro 10 de la novísima recopilación, bajo la pena de quedar por el hecho contrario, inhábil para gozar títulos, honores y bienes emanados de la Corona. ¿Mas tiene esto aplicación a doña María Cristina? ¿ Es cierto que a poco del fallecimiento del Rey, su esposo, contrajo matrimonio con Fernando Muñoz, elevado después a la categoría de Duque, grande de España, etc.?

La comisión, que no ignoraba cuanto la fama pública ha dicho; que leyó folletos abundantes en curiosos datos; que vio en el almanaque de Gotha consignado el hecho de haberse contraído aquel consorcio en 28 de Diciembre de 1833; no lo creía sujeto a duda, y aun observaba con repugnancia en la exposición del Consejo de Ministros de 11 de Octubre de 1844, alegar la consideración de que era preciso legitimar los hijos que Dios había dado a doña María Cristina. Las esperanzas de ofrecer a las Cortes con claridad deslindado este asunto no han sido, sin embargo, completamente satisfechas. Vano fue registrar los archivos del Gobierno, de la real capilla, de los reales sitios, de las parroquias de la corte y algunas de Barcelona, buscando las partidas de casamiento de la hoy Duquesa de Riánsares, y nacimiento de sus numerosos hijos. Nada se ha encontrado. Apelóse a medios indirectos, y se trató de averiguar si en el colegio naval  obraba la partida de don Agustín Muñoz, Duque de Tarancón: pero este señor fue admitido en clase de aspirante sin formación de expediente notándose además que en su filiación se hallan en blanco los nombres de sus padres y el lugar de su nacimiento. Otro tanto se hizo en el colegio de cadetes de caballería a que perteneció don Fernando Muñoz, Conde de Casa Muñoz; pero tampoco se supo sino que nombrado capitán en 7 de Enero de 1850, se le destinó sin más expediente como cadete al colegio en 26 de Noviembre de 1852, y |que en 10 de Enejo de 1853 se dispuso que su familia cobrase el sueldo de Capitán y pagase al colegio los doce leales diarios de reglamento. Es digno por tanto de observarse que en ninguna de las oficinas públicas por donde se han conferido gracias y honores a los hijos de los Duques de Riánsares, se cuidó de identificar las personas, omisión que produce grave responsabilidad a los que semejantes actos autorizaron o consintieron.

El matrimonio de doña María de los Desamparados, Condesa de Vista Alegre, con el príncipe de Czatoriski, ha servido por último para facilitar copia de la partida bautismal presentada en la alcaldía, de Rucih. Resulta allí que se bautizó en la parroquia de San Miguel y San Justo de esta corte, en 12 de Diciembre de 1834, y se la titula hija legítima de don Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, y doña María Cristina de Borbón. La partida se dice haberse extendido por orden del Arzobispo don Juan José Bonel y Orbe, en 18 de Octubre de 1844, desapareciendo sin duda las primitivas, de cuya existencia no hay señales en los libros públicos, ni reservados de la mencionada parroquia, que la comisión ha reconocido para asegurar más su juicio. Todo, pues, incluso el decoro, aconsejaba admitir la fecha del segundo matrimonio antes expresada. Cualquiera otra suposición parecía más ofensiva en el orden privado, y origen de mayores responsabilidades y censuras en el político. La comisión no creía caballeresco ni aún sospecharla.


Un nuevo incidente llegó, sin embargo, a complicar este asunto. El mencionado Cardenal Arzobispo de Toledo, a quien interrogó el Gobierno, a propuesta do la comisión, dice en oficio de 19 del ultimo Junio, que recibidas las respectivas declaraciones de libertad y voluntad, la información de testigos y dispensadas las tres canónicas moniciones procedió a la celebración del matrimonio de la Sra. doña María Cristina con don Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, Duque de Riánsares, que se verificó el 12 de Octubre de 1844 en la forma que prescribe el ritual romano; cuya partida, así como las de nacimiento de los hijos (recibidas para ello las oportunas declaraciones de aquella señora, y su esposo, vistos y examinados los documentos presentados al efecto) las hizo extender en libros especiales y conservar en el archivo reservado de la pro-capellanía mayor. En ese archivo nada se encuentra hoy que haga relación a tales documentos,  sustraídos de una manera incalificable aunque comprensible.

Si todos estos datos se confrontan y analizan, ¿no podrá sufrirse que efectuado el matrimonio en 1833 se ha tratado de ocultar en consideración a los cargos de regenta, y tutora que la Reina madre desempeñaba? Por un movimiento de delicadeza propende la comisión a tal creencia. Entonces ese segundo matrimonio, tres meses posterior a la muerte del Rey, ofrece ancho campo a serias reflexiones; y no fuera aventurado [roto] de fecundo en lamentables consecuencias. A él enlazan los más desapasionados el tortuoso giro que empezó a seguir la Reina, madre, tutora, y regenta, justificando con su ejemplo la previsión de [roto] leyes…

Doña Cristina de Borbón [roto] en desprecio de las leyes ordinarias, y de la Constitución, y conservó ocultando sus cargos, ya incompatibles con [roto] y tutora.

Sin eses matrimonio, tampoco estuvo en el caso de ejercer uno y otros altos destinos; percibió de todos modos pensiones que hasta Agosto de 1854 ascienden a 128 millones 972,894 reales, 18  mrs., y que sin esa ocultación, o sin aquellos cargos hubieran  figurado por menor suma.

Procedió informal y arbitrariamente en la testamentaría del difunto Rey.

Perjudicó por consecuencia de aquel capricho o informalidad, los intereses de la Reina, y de la Corona.

Aumentó su haber como heredera del quinto tanto más indebidamente subido, cuanto mayor número de efectos no partibles se partieron.

Sustrajo las diligencias de dicha testamentaría, cuando marchó al extranjero en 1840.

Dejó las cosas de palacio en tal desconcierto, que fue preciso el nombramiento de una comisión a poco de su salida.

Y la desaparición del inventario de alhajas de la Corona, parte, por decirlo así, integrante del testamento de don Fernando VIl, la falta de esas mismas alhajas, y lo demás que sobre cuentas y bolsillo secreto queda mencionado, son cuestiones de gravedad que sabrá apreciar la sabiduría del Congreso.

He aquí el resultado de la gestión familiar, si vale usar esta palabra. ¿Cuáles han sido los de la influencia pública? ¿Cuáles los de interés e intervención particulares de los señores Duques do Riánsares ?

Si tantas y tan variadas dificultades ha sido necesario vencer, para calificar la legitimidad y precisar la época de los nacimientos y matrimonio que debieran constar en documentes públicos; ¿a qué altura no rayarán los obstáculos cuando se trata de sucosos oscuros por su propia índole, en los cuales se evita casi siempre la existencia de indicios, y se borra cualquiera señal que pudiese poner en camino de averiguarlos?

La comisión no se desalentó a la vista de tamaños inconvenientes; por semejante medio ha ido reuniendo y analizando, ya que no todos, muchos elementes.

Pudiera, en verdad, reducir esta parte del dictamen a una sencilla formula. Las Cortes han de pronunciar su fallo como un gran jurado en fuerza del convencimiento moral que adquieran; las bases del convencimiento están en el sentido, en la conciencia de cada uno; sus datos se hallan esparcidos por toda la atmósfera política; para juzgar hasta condenarlos; y para condenarlos basta no haber perdido la memoria y para facilitar el arduo trabajo encomendado a las Cortes, expondrá, en un resumen breve e imparcial, la historia de importantes hechos, apoyada en documentos de irrecusable carácter, que constituyen el linaje de prueba a que ha dado de intento marcada preferencia.

“No es posible gobernar con doña María Cristina”, ha dicho uno de los más autorizados órganos del Gobierno. Estas palabras son la enérgica expresión del sentimiento público. ¿ Cómo se justifican ?... A juicio de la comisión, basta el solo recuerdo de los sucesor de once años, y la historia de los Ministerios que sucedieron al de don Juan Bravo Murillo, a quien para derrocar un Gobierno fuerte por el terror, bastó anunciar una reforma económica, que vino a simbolizarse en el famoso arreglo de la deuda. No sucede lo mismo respecto de otros sucesos de triste recuerdo, que la comisión se impone el deber de tocar rápidamente. Las Cortes no desconocerán los motivos de esta prudente reserva. Alúdese á la conspiración que estalló en 1844. Ya había visto la luz pública y agitado los ánimos, el manifiesto dado en Marsella a 8 de Noviembre de 1840, la protesta de 19 de Julio de 1841, que de forzada y violenta usurpación calificaba el acuerdo en que las Cortes declararon vacante la tutela de S. M. y de su augusta hermana, había aparecido como complemento del primer escrito, y ya el Gobierno que sentía crecer el peligro, había considerado en su manifiesto de 2 de Agosto dicho documento como una “tea incendiaria,” como un “ grito de sedición y de guerra,” cuando la sublevación del 7 de Octubre vino a justificar los temores y las predicciones. Que el impulso y la inspiración de aquel movimiento, organizado contra el Gobierno legítimo del país, ocasionado a producir los desastres de una guerra fratricida y precursor del espíritu reaccionario, que inaugurado dos años después, fue adquiriendo fuerza en su desatentada marcha, eran obra de doña María Cristina, es cosa que apenas necesita probarse. En su nombre obraban los sublevados de Madrid, Aragón, Burgos y Pamplona; así lo afirmaba el desgraciado General don Diego León en su célebre carta al Regente, reconocida por él mismo en la causa.

“ Habiéndome mandado S. M. (empezaba) la Reina gobernadora del Reino doña María Cristina de Borbón, que restablezca su autoridad usurpada.” ¿Qué vale en contra la negativa que a nuestro digno representante en París dio aquella señora, rechazando toda participación en los sucesos, añadiendo la singular frase de “y si no que me prueben lo contrario”? El Gobierno conoció patentemente la referida complicidad y no vaciló en mandar suspender el pago de la asignación hecha en 1a ley de presupuestos a la Reina madre, por decreto fechado en Victoria [sic ]a 16 de Octubre del referido año. Esto  acontecía en la ausencia de aquella señora, “empezada también ahora como entonces” con el manifiesto más áspero e intencionado de Montemor.

Vuelta a España por acontecimientos que no se necesita referir, es por desgracia demasiado cierto, que en obsequio de intereses de familia, comprometió al Gobierno de tal suelte, que pudo ser causa de graves conflictos. La famosa expedición del General Flores contra la República del Ecuador fue efectivamente acogida y apadrinada por el Gobierno, con el objeto de colocar en un Trono del Continente americano, con el nombre de don Juan I, a uno de los hijos de los |Duques de Riánsares. Esta agresión injustificada, cuántos disgustos hubiera traído a España poniéndola en choque con las potencias europeas, y con las Repúblicas de América, que tan cercano tienen el punto donde vulnerarnos. Con estudiada cautela procedieron los Ministros, hasta el extremo de que el de la Guerra (General Sanz), interpelado en la sesión del Senado en 26 de Septiembre de 1846 por Sr. Ros de Olano, al paso que aplazaba la contestación, protestaba que “ninguna arte ni parte tenía el Gobierno con la expedición del General Flores.”

Eso no obstante el Ministerio, obedeciendo a las insinuaciones de los Duques de Riánsares, celebradas repetidas conferencias con aquel jefe; permitía el reclutamiento de oficiales y soldados en el ejército; otorgaba, a gusto de los interesados en la expedición, licencias ilimitadas o absolutas; encargaba a las autoridades militares y jefes de cuerpos, que cooperasen al enganche, suministraba armas, artillería, batería y montaje; acuartelaba las fuerzas expedicionarias, etc. La expedición, contrariada por causas exteriores, que coincidieron con el matrimonio de nuestra Reina, hubo de disolverse cuando se hallaba esperando el embarque en el puerto de Santander. El Gobierno apresuró entonces la disolución, “huyendo, de aparecer ya oficialmente para nada en este negocio que tantos disgustos había causado,” como decía una carta particular, cuya minuta obra en el expediente relativo al licenciamiento de las fuerzas reunidas.

Si quien así manejaba a su arbitrio los altos funcionarios del Gobierno, era indiferente en los sucesos de nuestra interior; si no prestó un poderoso apoyo a los hombres que iban arrancando hoja a hoja todas las de nuestro código político, es cosa tan generalmente creída, como difícil de poner en duda.

La comisión que evacúa su informe, con severa imparcialidad y cumpliendo un deber que nada tiene en sí de agradable, va a en entrar ahora en la parte, por decirlo así, más repugnante de su encargo. Preciso es, sin embargo, arrostrar por todo, dolor causa decirlo, pero aún está fresco en nuestra memoria el recuerdo de la manera con que el nombre de los Duques de Riánsares y de su familia se ha hecho sonar en aquellos negocios de especulación que han formado el carácter de una época famosa. No repetirá la comisión todos los cargos que de público y por órganos de opinión no progresista se fulminaban.

La comisión ha reconocido numerosos expedientes como el campo en que se desarrollaron medios censurables de especulación; y si bien no haya alcanzado a despejar según su deseo toda la confusión y oscuridad que los rodea, tiene lo que basta para deducir una consecuencia interesante, “la principal acaso que era presumible hallar, la suficiente también para su propósito.” En todas aquellas empresas, que han suministrado inagotable pábulo a suposiciones desfavorables, suena la familia de Riánsares por sí o por medio de sus notorios y acreditados agentes. El camino de hierro de Aranjuez, el de Langreo, la canalización del Ebro, el puerto de Valencia, bastan para justificar la apreciación indicada.

Pocos asuntos han gozado el privilegio de conquistar una celebridad ms triste que el del ferro-carril de Aranjuez. El General Concha pronunció en el Senado unas palabras ostensiblemente alusivas a la siniestra influencia de los Duques de Riánsares. El temor de ulteriores revelaciones principio una serie de funestos errores y extravíos a los que gobernaban bajo la égida de doña María Cristina, y escusado es decirlo, desde que empezó a cuajarse y se hizo precisa la revolución de l854, [roto] menos para cortar la gangrena que nos estaba afligiendo mortalmente.

Aunque en menos escala, sigue al de Aranjuez el camino de Langreo. Hechos públicos revelaron de que allí tocaba a la familia de Riánsares. El expediente de [roto] por el Gobierno demuestra que aún continúan siendo [roto] y que en tal negocio ha figurado muy principalmente Grimaldi, cuya representación y relaciones no es preciso [roto].

El nombre del mismo Grimaldi es célebre en [roto]en de la Compañía para la canalización, del Ebro, negocio que varias polémicas ha dado motivo, y sobre el que existe impresa la memoria publicada por una comisión de accionistas titulada de examen en 20 de Setiembre de 1855. Allí aparece Grimaldi, agente de doña María Cristina, con 10,425 acciones y un débito de 11.7 28,125 rs.; el Conde de Retamoso, cuñado de aquella señora (y que desempeñó en la sociedad importantes cargos), con 6,425 acciones y la deuda de 7.229,125 rs; y el Duque de Riánsares, su esposo, con 2,248 acciones, adeudando (según la memoria) 1.618,500 rs.; es decir, que estas tres personas, cuya solidaridad no admite duda, han cesado sobre la compañía por 19,098 acciones.

En cuanto a las obras del puerto de Valencia, siempre se atribuyó el interés de su contrata a la Sra. doña María Cristina. No aparece en verdad en el expediente, pero sí don Nazario Carriquiri, íntimo y reconocido representante de la misma. Remató las obras del Grao de Valencia, calculadas en 11 millones, bajó las condiciones, entre otras, de admitírsele como dinero el importe del material de limpia, y de reintegrarse cobrando por espacio de quince años 500,000 rs. anuales, y los maravedises que la ley impusiera a cada quintal de cargamento que entrase. Exigió desde luego construir el material de limpia en el extranjero e introducirlo sin pago de derechos. Asilo recomendó el Ministro de Fomento al de Hacienda por real orden de 13 de Diciembre de 1850; pero se negó por este en 4 de Enero de 1851. En 80 de Noviembre insistió el de Fomento, anunciando que la Reina deseaba que el referido material de limpia entrase exento de derechos, y se acordó por último en 28 de Enero de 1852. Pidió en seguida que en vez del material presupuesto se le permitiese usar otro distinto del recomendado por los ingenieros y alcanzó además otras varias gracias, como por ejemplo la de que pagase la Diputación la mitad del precio de un remolcador y cinco gánguiles; la de reducir a tres millas la distancia de cinco cuartos de legua a que debía llevar la arena que se extrajese [sic] del puerto, y la de concederle prórroga de 8 meses para concluir las 200 varas de muelle, estipuladas bajo la multa de 200,000 rs.

En fin, y por remate de tanta predilección y deferencia, la Diputación provincial tuvo que acceder a la rescisión del contrato, solicitado por Carriquiri, y a la que no se mostraron propensas las secciones de Gracia y Justicia del Consejo Real, Así consta todo en el expediente remitido por el Gobierno.

Aun fuera dable prolongar la precedente enumeración, y hallarse a los Duques do Riánsares operando directa o indirectamente en otros varios negocios. Tiempo es ya sin embargo de poner término, y la comisión lo desea, a esta enojosa tarea. Los cuatro asuntos que sucintamente ha relacionado ocuparon mucho la atención por sus incidentes y vicisitudes que obtenían fácil explicación en cuanto se pronunciaba e nombre de los interesados. Nuestras antiguas leyes, no sin plausibles, prohibieron a las autoridades arraigarse y traficar en los distritos de su mando; temían los abusos del poder, más que nunca resbaladizo cuando el interés personal le pone estímulos. No podía, pues, esperarse que dejase de producir mucho mayores peligros, conflictos y abusos, el interés de una tan poderosa familia, terciando con tanta repetición y ahínco en tráficos y negociaciones. ¿Qué fue de los individuos del Gobierno que aparecieron menos dóciles y manejables? ¡Y qué fenómeno de corrupción no dejan en pos de sí tales sucesos!

Por vía solamente de ejemplo de lo que pueden los afectos de familia, hará observar la comisión que las elecciones del distrito de Tarancón dieron siempre margen a quejas, y en especial las que se celebraron en 1850, en que el objeto fue sacar diputado a don Juan Gregorio Muñoz y Sánchez, hermano del Duque de Riánsares, y jesuita profeso, cualidad que le incapacitaba, y que se hizo constar ante las Cortes por medio del catálogo de los individuos de la Sociedad de Jesús, impreso en Madrid en 1834.

Concluyamos por fin esta reseña con un rasgo no bien conocido. Por real decreto de 10 de Octubre de 1835 y 16 de Noviembre de ídem, ofreció doña María Cristina, Gobernadora entonces del Reino, sostener el regimiento que llevaba su nombre y pensionar a  los inutilizados y familias de los que pereciesen en la guerra. Acto de tan  generoso desprendimiento mereció un aplauso unánime, y duele ver en los presupuestos la prueba de que fue una oferta ilusoria. Los fondos del Estado pagaron los haberes del regimiento, que de las arcas públicas percibió desde 1836 hasta su extinción la suma de 2.460.917 rs., 33 mrs.

Con placer llega la comisión al fin de su trabajo. Desagradable por su índole y por las dificultades del desempeño, solo el deber puede haberla inspirado aliento para conseguirlo. Complicado por su extensión, heterogéneo por la múltiple naturaleza de sus partes, laborioso por la dificultad de las investigaciones, requería largo tiempo y preparación profunda; pero esa misma gravedad prohibía a las Cortes constituyentes rehuir un examen que el decreto de 28 de Agosto de 1854 había en cierto modo provocado, y que la proposición parlamentaria trajo de frente y sin embozos. El decoro de los individuos que componen la comisión, dispensen las Cortes esta breve alusión a sus personas, no les permitía guardar tranquilos un silencio que la malevolencia habría a su sabor interpretado. En tal conflicto, apremiados por el tiempo y las excitaciones de dentro y fuera del Parlamento, arrojan su trabajo menos completo y menos nutrido de lo que deseaban, pero sin perjuicio de ampliarlo, si el resultado de investigaciones todavía pendientes lo exigiera.

Los documentos que acompañan, al paso que de comprobantes, sirven de índice de los trabajos de la comisión. Exentos sus individuos de animosidad, no han buscado en el curso de su tarea el ruido ni el escándalo; imparciales hasta toda la altura de su misión, presentan Jos hechos que a su parecer producen responsabilidad a la Sra. doña María Cristina y a su esposo. Este era su especial encargo. A las Cortes toca ahora declarar las consecuencias de la responsabilidad, graduar si sale o queda en la esfera puramente moral, resolver lo que al bien del país mejor convenga. La comisión informa, no acusa. La comisión, para aquel fin, ha procurado concentrar, en cuanto ha estado de sus débiles fuerzas, algunos de los datos esparcidos en la Nación. Ahí están los elocuentes del juicio, que somete a la justicia y a la prudencia de las Cortes.

Joaquín Alfonso.— Carlos M. de la Torre.—-Pedro Bayarri.—Laureano de los Llanos.—José Antonio Aguilar.—Francisco Salmerón y Alonso.—Nicolás M. Rívero.—Juan Antonio Seoane.—Manuel Bertemuti,—Ambrosio González.—José Trinidad Herreros.—Álvaro Gil Sanz.

Fernando VII con su esposa Maria Cristina de Borbon y la segunda hija de ambos, la infanta Maria Luisa. 


jueves, 18 de noviembre de 2021

Bibliografía para la historia de Cuenca: el siglo XIX

 El conocimiento que se tiene sobre el pasado de nuestra ciudad y de nuestra provincia ha venido aumentando de manera exponencial sobre todo en las últimas décadas, y especialmente a partir de los años setenta y ochenta del pasado siglo. En efecto, la instalación en nuestra ciudad del primer ciclo de los estudios universitarios de Historia primero, dependiendo de la Universidad Autónoma de Madrid, que después de la creación del estado de las autonomías y la fundación de la Universidad de Castilla-La Mancha se reconvertiría en la Facultad de Humanidades, ya en sus dos ciclos, y la creación de un servicio de publicaciones en el seno de la Diputación Provincial y, en menor medida, también en el Ayuntamiento, en los que podían publicar sus investigaciones los miembros de su plantel de profesores, favorecieron de manera determinante los nuevos avances en la manera de entender el conocimiento histórico conquense y, más allá de esas nuevas maneras de hacer historiografía, también del propio conocimiento de nuestro pasado. Así, a partir de este momento se realizaron importantes contribuciones en el campo de la Arqueología y de la Historia Antigua, de la Historia Medieval y de la Historia Moderna o de la Historia del Arte.

            Y también, aunque en menor medida, de la Historia Contemporánea, y en concreto de la Cuenca del siglo XIX. En aquellos momentos podrían ser considerados como pioneros de esta nueva historiografía, por lo que a nuestro caso se refiere, los trabajos de Félix González Marzo sobre la desamortización decimonónica y liberal en la provincia de Cuenca, en el campo de la historia económica, y la monografía que firmó Miguel Ángel González Troitiño sobre la evolución que había vivido la capital de la provincia entre los siglos XVI y XX, en lo que respecta a la historia demográfica y social, historia cuantitativa a fin de cuentas.  Hasta entonces, sólo unos pocos libros de carácter general, publicados en el mismo siglo XIX, y algunos trabajos de síntesis publicados en periódicos y revistas por algunos aventureros de la historia que, en muchas ocasiones, ni siquiera se habían dedicado profesionalmente al estudio de la historia. A ese tipo de trabajos estará dedicada la primera parte de la ponencia, de carácter meramente introductorio.

            El trabajo se centrará principalmente en estudiar el siglo XIX, los avances historiográficos que se han hecho en los últimos años, de manera principalmente cronológica. Y también, en algunas ocasiones se apuntará algunos temas en los que en mi opinión todavía no se ha avanzado lo suficiente. Para ello, siempre se seguirá una línea común: el desarrollo del liberalismo y del resto de opciones ideológicas que durante todo el siglo decimonónico polarizaron la vida social y política de los españoles y de los conquenses, porque si algo ha caracterizado el desarrollo de toda esta centuria ha sido precisamente eso que se ha llamado la revolución liberal. Es cierto que hacerlo de este modo puede significar dar demasiada importancia a la historia política, pero considero que precisamente es el propio período histórico estudiado el que justifica hacerlo de este modo: el siglo XIX marca el final del Antiguo Régimen y el principio de un sistema nuevo, el liberalismo. Durante toda la centuria, el debate político está siempre presente en todos los aspectos de la sociedad, y por ello todos esos referentes, desde la economía hasta la religión por poner algún ejemplo, hay que analizarlos sin dejar de lado en ningún momento ese punto de vista político.

            Sin embargo, tampoco deben dejarse de lado esos otros campos de la nueva, ya no tan nueva, historiografía: la historia social, la historia económica, la historia demográfica, la historia de las mentalidades, la biografía… A esos campos concretos del estudio científico de la historia, que sin duda estarán también presentes muchas veces al hablar de la historia política en la medida en la que están íntimamente conectados con ella, estará dedicada la última parte de mi intervención.

Cuenca en la década de 1890. Grabado. Realmente, la ilustración parece algo anterior, pues, para entonces, ya se había hundido uno de los arcos del Puente de San Pablo.
 

INTRODUCCIÓN. LA HISTORIOGRAFÍA CONQUENSE HASTA 1970.         

Hemos de decir en primer lugar que la producción historiográfica conquense realizada en el mismo siglo XIX, la visión que los conquenses tienen de su pasado y también, en la medida que nos afecta, de su propio presente, además de ser escasa, estaba demasiado teñida por el positivismo propio del período, además de estar marcado por una fuerte tendencia ideológica, como no podía ser de otra forma si tenemos en cuenta la importante ideologización que se vivía por el conjunto de la sociedad española a lo largo de toda esa centuria. En efecto, se trata de trabajos que, desde las distintas perspectivas políticas de sus autores, tienen en común el hecho de que todos ellos se olvidan por completo de las masas silenciosas, o incluso de la propia sociedad conquense como un conjunto, para dedicarse sólo a historiar sus élites políticas y militares. Se trata en general, como la práctica totalidad de la historia que en esos momentos se está haciendo en el resto del país, de una historia relatada en la que son precisamente las élites, más allá de sus protagonistas, los únicos sujetos válidos para el estudio histórico. Y son libros, como he dicho antes, de carácter generalista, en el que sólo se dedica al siglo XIX una parte, casi siempre demasiado colateral, del estudio.

El autor más conocido de este período es sin duda Trifón Muñoz y Soliva. Sacerdote, canónigo de la catedral, redactor del periódico de tendencia carlista La Hoja de David, este religioso había publicado en 1860 su primera historia de Cuenca, Noticias de todos los Ilustrísimos Señores Obispos que han regido la diócesis de Cuenca, aumentados con los sucesos más notables acaecidos en sus pontificados. El Episcopologio, que así es más conocido, es más que un estudio de los obispos conquenses al uso una historia de la diócesis, tal y como explicita el autor desde el subtítulo. Este trabajo lo ampliaría el mismo autor algunos años después, entre 1866 y 1867, con su Historia de la Muy Noble, Leal e Impertérrita ciudad de Cuenca y del territorio de su provincia y obispado, desde los tiempos primitivos hasta la edad presente, publicado en dos tomos, y en el cual, como dato curioso, hace remontar la historia de Cuenca hasta los tiempos de Túbal, nieto legendario de Noé.

Si desde el punto de vista reaccionario Muñoz y Soliva era el máximo representante, y casi el único de la historiografía local, también el campo liberal tenía sus propios representantes. Y el más conocido de los conquenses era José Torres Mena, pues aunque había nacido en Casas Ibáñez (Albacete) debido a la profesión, su familia procedía de La Almarcha. Abogado, político y  escritor, fue redactor del diario madrileño La Iberia, constituido como el órgano de opinión y difusión  del Partido Liberal Progresista, y diputado por ese mismo partido primero en la circunscripción de San Clemente y más tarde también en la de Cuenca. Su libro Noticias Conquenses, publicado en 1878, es más bien un voluminoso tomo bastante desordenado de noticias, eso sí, muchas veces interesantes, relacionadas con la historia y la geografía de Cuenca, que una historia de la provincia propiamente dicha.

El ala política más alejada por la parte izquierda está representada por el republicano turolense Pedro Pruneda, autor de la Crónica de la provincia de Cuenca, que fue publicada en Madrid en 1869 como parte de una ambiciosa Crónica General de España, o sea, Historia Ilustrada y Descriptiva de sus Provincias. Participante activo en algunas de las intentonas revolucionarias que se sucedieron en la segunda mitad de la década de los años sesenta, publicó también por esas mismas fechas una Historia de la Guerra de Méjico desde 1861 hasta 1867, que no deja de ser un ensayo sobre la bondad de las nuevas repúblicas democráticas que fueron surgiendo en el continente americano a raíz de su independencia, y que le valdría al autor el nombramiento de ciudadano honorífico de la capital federal. Su autor falleció en Madrid en el mes de octubre de 1869, pocos meses después de haber publicado su crónica conquense, y sin haber podido realizar su magno proyecto de hacer una historia general de España, de la que sólo se publicaron los volúmenes correspondientes a nuestra provincia y a Teruel.

La historiografía conquense decimonónica la cierra Santiago López Saiz, periodista de tendencia también republicana, según indicaron ya Ángel Luis López Villaverde e Isidro Sánchez Sánchez. Dirigió varios períodicos en la ciudad del Júcar, primero El Progreso, entre 1885 y 1895, y después, a partir de ese año El Progreso Conquense. En 1894 publicó por entregas El Consultor Conquense, una especie de guía de Cuenca y su provincia en la que aparecen todo tipo de datos, además de los puramente históricos. Más interesante es su trabajo titulado Los sucesos de Cuenca, que había publicado en 1878, una crónica sobre la entrada y posterior saqueo de Cuenca cuatro años antes de las tropas del infante Alfonso Carlos de Borbón, hermano del pretendiente Carlos VII.

También pueden destacarse las obras de José María Quadrado y Valentín Picatoste, y para un aspecto muy concreto para la historia de Cuenca, el de la invedstión carlista, los de Germán Torralba y Eugenio de la Iglesia, testigo directo el primero de la entrada de las tropas legitimistas en la ciudad, y destacado protagonista el segundo, como gobernador militar que era de la ciudad en ese momento. También hay que destacar, y en lo que a la historia de la cultura se refiere, a Fermín Caballero. Junto a todos ellos, son abundantes, los cuadernos, cartas, fascículos, oraciones y todo tipo de impresos que fueron impresos en nuestra ciudad a lo largo de la centuria, y que si bien no se trata muchas veces de una historiografía conquense propiamente dicha, si se constituyen en una fuente interesante por los historiadores actuales escasamente utilizada. Una aproximación a toda esa producción bibliográfica se puede encontrar en el libro Bibliografía básica para la historia de Cuenca, de Antonio Herrera García.

De la producción historiográfica conquense en el período comprendido entre los primeros años del siglo XX y finales de la Guerra Civil, cabe destacar en primer lugar sendas guías de Cuenca, la del Museo Municipal de Arte, con participación de diversos autores locales y nacionales, y sobre todo la de Julio Larrañaga; ambas publicaciones cuentan con abundantes e interesantes datos históricos, como también las obras de Basilio Martínez Pérez y Timoteo Iglesias Mantecón, o algunos artículos dedicados a la historia conquense por Juan Giménez de Aguilar. Después llegarían los trabajos de carácter documental de Clementino Sanz y Díaz, Sebastián Cirac, Ángel González Palencia y Elena Lázaro Corral.

No es extraña esta carencia de trabajos sobre el siglo XIX; hay que tener en cuenta que también a nivel nacional, por distintos condicionantes sociales y políticos, todo el período posterior a la Guerra Civil fue un auténtico erial para los estudios de historia contemporánea, al primar otros períodos más gloriosos de nuestro pasado.

 

Cuenca, Puente de San Pablo. Grabado de Carl Wilhem von Heideck
Colecciones Estatales de Pintura de Baviera

EL PRIMER LIBERALISMO 

El siglo XIX se inicia en España con una coyuntura histórica importante: la Guerra de la Independencia. Sin embargo, esa guerra contra el francés no se hubiera producido de no haber existido antes todo un proceso social de cambio que estaba haciéndose tambalear en toda Europa, y también en parte del continente americano, todo el sistema del Antiguo Régimen. Y es que tanto la revolución americana y su declaración de independencia (1776) como también la revolución francesa (1789), crearon una nueva estructura social y política, el liberalismo, que se extendería rápidamente a partir de ese momento, y sobre todo en las primeras décadas de la centuria siguiente por el resto de Europa y de América. Todo ello supondría un fuerte enfrentamiento entre dos mundos opuestos, dos maneras diferentes de enfrentarse con la realidad, dos eras históricas enfrentadas entre sí como dos grandes placas tectónicas. Y el terremoto provocado por ese choque brutal traería como consecuencia el resquebrajamiento definitivo de una de esas dos grandes placas, la más débil de las dos porque para entonces ya estaba desgastada por tres largos siglos de enfrentamientos sociales.

No se puede entender la Guerra de la Independencia si se no se tiene en cuenta este hecho, como no se puede entender tampoco la guerra de la independencia en Cuenca si no se tiene en cuenta el espacio geográfico que ocupa nuestra provincia, como nudo estratégico de vital importancia a caballo entre dos de las ciudades más importantes del país: Madrid, la capital del reino y lugar donde se asienta la corte de José I, y Valencia, uno de los puertos con más posibilidades.  Por eso, la provincia fue en varias ocasiones escenario para algunas de las más importantes batallas, y en ese sentido la batalla de Uclés (1809), en la que perdieron la vida alrededor de mil patriotas y más de seis mil fueron capturados por los franceses, fue paradigmática, asegurando a los franceses su posición de dominio en Castilla La Nueva al tiempo que permitía al rey usurpador su asentamiento en la corte madrileña. Por eso, también la ciudad fue en repetidas ocasiones tomada por las tropas francesas y las españolas, y sufrió de unas y de otras sangrientas represalias. José Luis Muñoz ha estudiado ese momento doloroso de la ciudad del Júcar en uno de sus libros, Crónica de la guerra de la independencia, a partir de los datos proporcionados por los libros de actas del Ayuntamiento conquense.

Sin embargo, aún falta por hacer un estudio más pormenorizado de lo que supuso la tragedia de la guerra en el conjunto de la provincia, como también en los que respecta al punto de vista del nuevo hecho social representado por el liberalismo. Desde el punto de vista de la historia económica, no cabe duda de que la guerra produjo en toda la provincia una grave crisis de subsistencia, que provocó también un declive humano y demográfico, como ha demostrado David Sven Reher en su trabajo Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca, 1700-1970, que fue publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Por otra parte, tanto la guerra como el incipiente liberalismo que en aquel momento estaba empezando a nacer también en una pequeña ciudad de provincias como Cuenca, provocó un cambio sustancial en las élites de poder, fácilmente rastreable a través de las personas que formaron parte de la junta provincial de Cuenca y también de aquellos que representaron a nuestra provincia en las Cortes de Cádiz. También, y por lo que a las élites intelectuales se refiere, por las personas que firmaron toda esa cantidad de oraciones, cartas, manifiestas, que fueron impresos en nuestra ciudad durante todo el primer tercio del siglo XIX, a los cuales ya hemos aludido más arriba. Y al contrario de lo que muchas veces se ha escrito, dando demasiadas cosas por supuestas sin haber realizado antes un ejercicio básico de reflexión, crítica y análisis. Tampoco la Iglesia conquense fue en absoluto ajena a esa nueva realidad social que estaba naciendo, al menos por lo que a este primer período se refiere.

Los miembros de la junta provincial que se había creado en Cuenca en los años iniciales de la guerra representaban todavía en una parte a las grandes instituciones heredadas del Antiguo Régimen: la Iglesia, con un prelado a la cabeza, Ramón Falcón y Salcedo, y el canónigo ilustrado Juan Antonio Rodrigálvarez, que había llegado a la ciudad a finales del siglo XVIII de la mano del anterior obispo Antonio Palafox, antes de que éste hubiera llegado a acceder a la cátedra episcopal; el Ayuntamiento, representado por el corregidor, Ramón Gundín de Figueroa, y por uno de sus regidores, Ignacio Rodríguez de Fonseca,  y el intendente Baltasar Fernández, figura característica de la administración borbónica. Junto a ellos, y representando ya a las nuevas élites burguesas e intelectuales, Santiago Antelo y Coronel, que era notario del tribunal eclesiástico de la diócesis, los propietarios Bernabé Grande y Pascual de López, y dos funcionarios de la administración ciudadana, Francisco Escobar y Tomás de Vela.

También en el grupo de los representantes a Cortes se puede apreciar aún esa dicotomía entre Antiguo y Nuevo Régimen. Durante las primeras legislaturas representaron a nuestra provincia algunos miembros del estado noble, como el conde de Buenavista Cerro, Diego Ventura de Mena, y Alfonso Núñez de Haro y también algún miembro del sector eclesiástico, en esta ocasión el canónigo Felipe Miralles, junto a un consejero de estado, Manuel de Rojas, y un catedrático de la universidad de Alcalá, Diego Parada, que a su vez era descendiente de uno de los linajes nobiliarios más arraigados en la ciudad de Huete. Y el propio Ayuntamiento de Cuenca, que también tenía derecho a un representante en Cortes, estaba representado por otro de sus regidores, Policarpo Zorraquín. Por su parte, Manuel de Rojas tuvo que ser sustituido tras su muerte, acaecida al poco tiempo del inicio de la legislatura, por el militar de Zafra de Záncara, Fernando Casado Torres, ingeniero naval que había llegado a ser, en representación del gobierno de Carlos III, asesor de la propia zarina Catalina de Rusia. Y por lo que respecta a las últimas legislaturas, es en este momento cuando se observa un mayor peso del liberalismo, al confluir los cuatro representantes dentro de este sector ideológico a pesar de que entre ellos había también algunos sacerdotes. Estos cuatro representantes fueron Antonio Cuartero, Juan Antonio Domínguez, Andrés Navarro y Nicolás García Page. Sobre éste último hablaremos más detenidamente más tarde, al haber extendido su representación, y también su influencia al conjunto de la sociedad conquense, también al trienio liberal.

El regreso de Fernando VII al trono madrileño supuso temporalmente la victoria del viejo conservadurismo. Un Fernando VII que visitó en varias ocasiones la provincia de Cuenca; un Fernando VII que viajó en 1826 en compañía de su tercera esposa, María Amalia de Sajonia a los ya famosos baños del Real Sitio del Solán de Cabras con el fin de obtener la ansiada paternidad que hubiera contribuido a dar una cierta tranquilidad política al país. Sin embargo, esa victoria del Antiguo Régimen sería sólo un espejismo. En 1820 vuelven a hacerse con el poder los liberales, y aunque esta victoria de los liberales sería en principio muy breve, apenas tres años a los que sucedieron otros diez años aún de reacción, la década ominosa, la suerte estaría echada a favor del liberalismo. La muerte de Fernando VII en 1833 llevaría consigo la derrota del antiguo sistema político y social, y la victoria, ahora sí definitiva, del liberalismo español.

Pero aún faltarían trece años para eso. En 1820 las tensiones, en España y en Cuenca, están todavía en plena ebullición. El trienio liberal en Cuenca ha sido estudiado, principalmente en lo que a los aspectos religiosos se refiere en mi tesis doctoral, que dediqué al tribunal de curia diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII, publicada posteriormente en formato de libro bajo el título La actuación del tribunal diocesano de Cuenca en la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), así como en algunos artículos monográficos. Al igual que en todas las ciudades del país, también el Ayuntamiento de Cuenca juró en 1820 la constitución, y a partir de ese momento se hacía con el poder tanto en la capital como en los pueblos más importantes de la provincia los miembros del partido liberal, que estaban formados ya en ese momento por los miembros más destacados de la burguesía, el comercio, y las llamadas profesiones liberales. Surgen en ese momento algunos apellidos importantes, como los Aguirre, que son los mismos que inmediatamente después, durante las primeras desamortizaciones, van a poder enriquecerse con la adquisición de bienes y tierras procedentes de la Iglesia, la nobleza, y el común de algunos pueblos de la provincia.

Y surgen también, en Cuenca como en el resto de España, las llamadas sociedades patrióticas y las sociedades secretas. En la capital de la provincia se había instalado muy pronto una merindad de la sociedad secreta de los comuneros, que había sido incluso fundada por Manuel López Ballesteros, secretario del gobierno constitucional y hermano del propio ministro de la Gobernación, y diversas torres comuneras a lo ancho de toda la provincia: Horcajo de Santiago, Villarrobledo, Tarazona de la Mancha, La Roda, San Clemente, Belmonte, Mota del Cuervo, Almendros, Palomares del Campo, Torrejoncillo del Rey, Saelices, Sisante y Villarejo de Fuentes. A todos estos pueblos hay que añadir también algunos otros que todavía estaban en período de formación en 1823, como Alcocer, Valdeolivas y Valera de Abajo. De todo ello se desprende que el peso del liberalismo en el conjunto de la provincia es muy importante.

Como ya he dicho anteriormente, el peso de la Iglesia en este primer liberalismo conquense es importante. Cuando al aventurero francés Jorge Bessieres, líder de una partida absolutista muy activa por las tierras de Guadalajara y Cuenca, pudo entrar por fin en la ciudad, iniciando una fortísima represión contra los partidarios del liberalismo, pudo descubrir dentro de la catedral, y en concreto escondidos dentro de un armario en la sacristía de la capilla de caballeros, la documentación y los sellos de la merindad conquense de la sociedad secreta de los comuneros. Y estaban allí escondidos precisamente porque a la sociedad pertenecían algunos eclesiásticos destacados de la diócesis: Manuel Molina, capellán de coro de la catedral; Isidro Calonge, religioso mercedario exclaustrado; y Juan José Aguirre, racionero del cabildo diocesano. Estos tres religiosos serían represaliados a partir de 1823 por el tribunal diocesano de Cuenca, como lo serían también algunos otros eclesiásticos que, si bien no hay constancia de que pertenecieran a la sociedad secreta, sí defendieron durante el trienio posturas liberales: Segundo Cayetano García y Juan Nepomuceno Fuero, canónigos de la catedral; Francisco González y Francisco Ayllón, prebendados de ésta; Gabriel José Gil, dignidad de tesorero; José Frías, capellán de coro, y los sacerdotes Prudencio del Olmo, Valentín Collado Recuenco, Nicolás Escolar y Noriega, Manuel Lorenzo de Cañas, Francisco Anguix y Jerónimo Monterde.

Mención especial en este sentido merece, por su irradiación hacia el conjunto del país, la figura del anteriormente mencionado Nicolás García Page, figura que merecería por sí mismo un estudio monográfico, y al que en alguna ocasión nos hemos acercado algunos, tanto en mi tesis doctoral como Manuel Amores, si bien éste lo hizo principalmente sobre su proceso y exilio, sufridos a partir de 1814. Nacido en 1771 en Ribagorda, en la comarca del Campichuelo conquense, párroco de la iglesia de San Andrés de la capital conquense, catedrático a partir de 1799 en el seminario conciliar de San Julián, fue elegido para representar a Cuenca los dos últimos años de las Cortes de Cádiz, donde destacó como uno de los más combativos liberales. Por ello fue uno de los detenidos por Eguía en 1814 y alojado en la madrileña Cárcel de Corte, de donde salió sin juicio previo para su destierro en el convento franciscano de La Salceda (Guadalajara). En 1820, de nuevo en el poder los liberales, fue premiado con una de las canonjías del cabildo conquense y seguidamente elegido nuevamente como representante de la provincia en las cortes del trienio. En 1823 fue capturado por una partida absolutista que estuvo a punto de ajusticiarle, logrando salvar la vida gracias a la actuación de un regimiento del ejército liberal, que había conseguido rescatarle, con la cual, convertido en el capellán de la unidad, huyó a Cádiz durante el repliegue de estos. Exiliado en Inglaterra y sustituido como canónigo de la diócesis por otro sacerdote menos afecto al sistema liberal, regresó a Madrid en 1834, ciudad en la que fallecería apenas dos años más tarde.

Prácticamente desconocida es la figura del militar liberal José Ruiz de Albornoz (Villar de Cañas, 1780 – Requena, Valencia, 1836). Ya en la guerra contra los franceses se había destacado en algunas de las batallas más importantes, como en las de Bailén, Uclés y Ocaña. Subteniente del batallón provincial de Cuenca, combatió en 1823 contra las partidas absolutistas, principalmente la del propio Bessieres. Después, ya en la guerra carlista, y ascendido a coronel, acometió la defensa de Requena, cercada por las tropas de Ramón Cabrera, hecho por el cual fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando, la más importante que existe en el ejército español.

Un período éste en el que se transformaron todas las instituciones, y se crearon también algunas instituciones nuevas. Entre estas nuevas instituciones tendría una importancia superlativa la Diputación Provincial, que quedó constituida el 13 de abril de 1813 bajo la presidencia de Ignacio Rodríguez de Fonseca, si bien esa creación no se haría estable hasta algunos décadas más tarde, tras la victoria definitiva del liberalismo. Aunque los orígenes de la Diputación han sido estudiados ya por José Luis Muñoz, también la personalidad de su primer presidente sería merecedora de un estudio monográfico. Oriundo de Villar de Cañas, regidor perpetuo de Cuenca y miembro, como ya se ha visto, de su junta provincial en los años de la usurpación napoleónica, fue tomado como rehén junto a otros ciudadanos conquenses por el mariscal Víctor, el mismo que había ganado la batalla de Uclés, y conducido a pie durante muchos kilómetros. Su fuerte personalidad, puesta de manifiesto tanto en el Ayuntamiento como en la Diputación, le llevaría de nuevo a la cárcel el 27 de agosto de 1814, ahora por una decisión absoluta y despótica del gobierno del monarca absolutista y déspota Fernando VII.

 


Ilustración de Cuenca en el siglo XIX. Archivo particular de José Vicente Ávila

PROGRESISTAS Y MODERADOS 

            Conocida es la historia. En 1833 fallece Fernando VII, y merced a la Pragmática Sanción por la que había derogado tres años antes la Ley Sálica de Felipe V, más de acuerdo con la tradición francesa que con la española, por la que se decretaba la ley a la sucesión a la corona que permitía acceder al trono español a las mujeres, siempre y cuando no contaran con un hermano varón. De esta manera heredaba el trono su hija Isabel, que sería coronada con el nombre de Isabel II. Sin embargo, no toda la sociedad española estaba a favor de esta sucesión; la parte más conservadora de la misma, que no había aceptado la promulgación de la nueva ley, cerró filas en torno al hermano de Fernando, el príncipe Carlos, reconociéndole como rey “legitimista” con el nombre de Carlos V. Mientras tanto los liberales, más en un primer momento como reacción a la postura absolutista que como una verdadera opción ideológica, cerró filas a su vez en torno a la reina niña y a su madre, la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Un nuevo enfrentamiento entre absolutismo, reconvertido ahora en carlismo, y liberalismo, estaba, otra vez, servido.

La guerra civil, que durante todo el siglo XIX y parte de la centuria siguiente fue un elemento recurrente, cobró de nuevo fuerza en el país, y otra vez la provincia de Cuenca va a convertirse en un importante campo de batalla por culpa de su importante valor estratégico. Principalmente las tierras serranas y alcarreñas, por su especial orografía, se ven sometidas a múltiples enfrentamientos entre los partidarios de una opción y otra; los libros de Miguel Romero y Manuela Asensio, dedicado el primero a la guerra en la provincia conquense y el segundo al conjunto de la región castellano-manchega, ofrecen al lector todo ese retablo de batallas y escaramuzas.

Y lejos de los campos de batalla, un conquense de origen humilde, militar de escasa graduación al tratarse apenas de un sargento de la Guardia de Corps, el taranconero Fernando Muñoz, logrará escalar a las más altas instancias del poder nacional al contraer matrimonio morganáticamente con la propia regente, la reina María Cristina el 28 de diciembre de 1833. Sin embargo, ni siquiera este hecho supuso un cambio importante en el devenir histórico de nuestra provincia, que ya por entonces se estaba sumiendo en un letargo creciente, más allá de la instalación en su localidad de origen de una pequeña corte veraniega y del encumbramiento nobiliario de toda la familia. Una familia que, empezando por el propio Fernando Muñoz, aprovecharía en las décadas siguientes su elevada posición en la corte para llevar a cabo algunos negocios en diversos sectores del nuevo desarrollo industrial y de las comunicaciones que España también estaba viviendo en aquellos momentos, aunque con cierto retraso respecto al resto de Europa, negocios que les supusieron importantes y beneficios personales.

La victoria de los progresistas a partir de 1840 no supondría el final del enfrentamiento político. Los liberales se escinden en moderados y progresistas, que a partir de ese momento se van a repartir sucesivamente el poder, salpicados sus gobiernos respectivos demasiadas veces por los numerosos pronunciamientos militares de una y otra tendencia ideológica, que van a caracterizar todo el período estudiado. Cuenca jugó un cierto papel político en algunos de esos pronunciamientos, y sobre todo en la serie de rebeliones que entre 1842 y 1843 terminarían por alejar definitivamente de la corte al general progresista Baldomero Espartero y supondrían, además de la llegada al poder de los moderados, el reconocimiento de la mayoría de edad de Isabel II, algunos años antes de que esta mayoría de edad se produjera de manera legal; y con ello también la posibilidad de poder gobernar España por sí misma, sin necesidad de arbitrarios regentes. José Luis Muñoz ha estudiado en un breve artículo lo que supuso políticamente este pronunciamiento dentro de la ciudad. Falta por estudiar sin embargo la aportación militar al proceso, y en concreto el papel que pudo desempeñar el batallón provincial de Cuenca, que en 1843 fue incorporado al ejército de Andalucía que había sido enviado por el duque de la Victoria para combatir a los militares que se habían pronunciado contra él en Sevilla y que, sin embargo, al menos una parte de la unidad se había pronunciado a su vez contra el regente, abandonando el cerco de la ciudad hispalense y dirigiéndose hacia la vecina Granada, ciudad que para entonces ya se había puesto también de parte de los liberales. La victoria definitiva de los moderados supuso el ascenso de estos militares conquenses (buena parte de ellos eran oriundos de la provincia), tal y como se puede ver en las hojas de servicios de los interesados.

En el plano económico, el período progresista había estado marcado por una nueva división territorial del país, propugnada en 1833 por Javier de Burgos, secretario de estado de Fomento bajo el ministerio de Francisco Cea Bermúdez, y la desamortización de bienes raíces procedentes de manos muertas, que si bien se había llevado a cabo por primera vez durante la invasión francesa, tanto desde el gobierno de José I como por las propias Cortes de Cádiz, no había llegado nunca a desarrollarse en plenitud  por las propias circunstancias políticas del país (la victoria de los absolutistas sobre todo), al igual que tampoco se habían podido desarrollar las desamortizaciones decretadas después durante el trienio liberal. Estas primeras desamortizaciones de verdadera importancia, que supusieron realmente el despliegue económico de las nuevas familias liberales y burguesas más que un verdadero reparto equitativo de la tierra entre el conjunto de la sociedad, han sido bien estudiadas por Félix González Marzo, así como también el posterior proceso desamortizador que se llevó a cabo después, dirigido por el ministro de Hacienda Pascual Madoz, en varios libros y artículos de interés.

Por lo que se refiere a la división territorial de Javier de Burgos, la provincia de Cuenca salía realmente perjudicada en el nuevo reparto. A la pérdida de todo el territorio de la comarca de Molina que hasta entonces había pertenecido a nuestra provincia, se le había venido a añadir también la pérdida de otros pueblos en beneficio también de la provincia de Guadalajara (Sacedón, Alcocer, Córcoles, Zaorejas, Peñalén, Poveda de la Sierra), así como todo el partido judicial de La Roda, en beneficio esta vez de la nueva provincia de Albacete. Contra toda esa pérdida territorial apenas se incorporaron a la provincia de Cuenca, desde la de Guadalajara, dun pequeño puñado de pueblos de la comarca alcarreña: Valdeolivas, Albendea, Vindel y San Pedro Palmiches. En este momento, la provincia se divide en nueve partidos judiciales: Cuenca, Huete, Priego, Tarancón, San Clemente, Motilla del Palancar, Cañete y Requena. A mediados de siglo, la destrucción de la provincia de Cuenca terminó de completarse con la cesión a la provincia de Valencia de la parte más rica de la misma, el partido de Requena (la llamada Valencia castellana).

Por su parte, la evolución de la capital conquense en todo este período fue hace ya algunos años estudiada por Miguel Ángel Troitiño Vinuesa, quien dedicaba precisamente al siglo XIX muchas de las páginas de su importante libro Cuenca, evolución y crisis de una vieja ciudad castellana. El libro es un detallado estudio de la evolución vivida por la capital conquense desde el siglo XVI hasta los tiempos más recientes, y su tesis demuestra que la ciudad decimonónica es claramente una ciudad de transición entre la ciudad estamental propia del Antiguo Régimen y la ciudad moderna del siglo XX, una ciudad sometida a continuos procesos de cambio que, sin embargo, nunca llegarían a alcanzar la importancia que tendrían en otras ciudades del entorno castellano a lo largo de todo ese período. Una ciudad, en definitiva, que al mismo tiempo que no llegó a vivir un aumento demográfico importante, tampoco lo haría en su estructura urbanística, más allá de la transformación de algunas de sus calles. Una ciudad, a fin de cuentas, que si bien se extendería definitivamente hasta más allá de sus murallas, buscando la llanura, lo haría de manera un tanto apocadamente: en efecto, en aquellos momentos la ciudad quedaba limitada al espacio comprendido entre las zonas del Castillo y la Ventilla poco más allá del final del campo de San Francisco y la Carretería que en ese momento estaba empezando a convertirse, sin embargo, en la calle principal de la ciudad, asiento de la nueva burguesía, conversión que no terminaría de realizarse por completo hasta las dos últimas décadas de la centuria.

Ni siquiera la presencia en los gobiernos moderados y progresistas de algunos políticos de origen conquense permitirían el despegue económico de una ciudad y una provincia sometidas siempre al letargo y al olvido. Mateo Miguel Ayllón (Cuenca, 1793 - Madrid, 1844) había vivido en Sevilla durante el trienio liberal, donde fue elegido prócer de reino. Después de pasar varios años en el exilio, durante la década ominosa, regresó a España, y fue nombrado en mayo de 1843 ministro de Hacienda, durante el gabinete presidido por Joaquín María López, cargo en el que se mantuvo durante dos períodos muy breves, primero durante unos pocos días, hasta la caída de Espartero, y después entre julio y noviembre de ese mismo año. Fermín Caballero Margáez (Barajas de Melo, 1800 – Madrid, 1876) también se había destacado como un declarado liberal durante el primer tercio de la centuria, y en la década de los años treinta ocupó diversos cargos como procurador y senador por Cuenca, y alcalde de Madrid. Periodista y afamado polemista, publicó diversos libros, y fue también catedrático de Cronología y Geografía de la Universidad Central, así como miembro de la Real Academia de la Historia entre 1866 y 1876. Ocupó el cargo de ministro de la. Por su parte, Severo Catalina del Amo (Cuenca, 1832 – Madrid, 1871), diputado en la década de los años sesenta primero por Alcázar de San Juan y después por el partido de Cuenca, ocupó en 1868, muy poco antes de la “revolución gloriosa”, dos cátedras ministeriales, aunque ambas por muy poco tiempo; primero la de Marina, entre los meses de febrero y abril, y después la de Fomento, entre el 23 de abril y el 20 de septiembre, habiendo sido destituido de este último cargo precisamente a consecuencia del estallido revolucionario.

 

Cuenca, 1851. Grabado de Emile Rouargue

REVOLUCIONARIOS, CONSERVADORES Y CARLISTAS 

            Durante la segunda mitad de la década de los años sesenta, el régimen liberal decimonónico en España, tal y como se había estado viviendo desde las primeras décadas de la centuria, estaba ya completamente agotado. Y es que el régimen monárquico de Isabel II hacía ya aguas por todas partes, hundido en la descomposición que estaba causando la corrupción de la corte y el cansancio político de un moderantismo regido por los intereses económicos de la nueva oligarquía altoburguesa, en algunas ocasiones recientemente ennoblecida; un moderantismo que estaba a medio camino entre los progresistas, que ya llevaban casi diez años lejos del poder, y los carlistas, que después de haber sido derrotados hasta dos veces en los campos de batalla, esperaban todavía su momento político. En 1866 había caído el régimen de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donell, castigado por la reina por haberse mostrado, según ella, demasiado blando con los sargentos del cuartel de San Gil, otorgando así de nuevo el poder a Narváez, el líder del partido moderado. Sin embargo, la crisis económica que asoló a todo el país en los tres años siguientes vino a agravar la difícil situación política en la que ya entonces estaba sumida España.

´          La situación era ya insostenible, por lo que en 1868 también la Unión Liberal se unió al pacto de Ostende, una iniciativa del general Juan Prim que dos años antes había firmado en la ciudad belga progresistas y demócratas, con el fin de hacer caer del trono a la reina Isabel. Así, a principios de septiembre se inició la revolución, tras la sublevación de la flota española de Cádiz, que estaba al mando del almirante Juan Bautista Topete, quien pertenecía a la Unión Liberal, a lo que siguió la llegada a España de algunos militares, Prim y Serrano, y políticos, Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla que estaban exiliados en Inglaterra, llegada que fue posible gracias al apoyo económico del propio cuñado de la reina, Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, quien se postulaba ante los revolucionarios como candidato al trono de España. A finales de ese mes, la batalla de Alcolea (Córdoba), y la posterior victoria final del levantamiento en Madrid, provocaron la huida de Isabel II a Francia, estableciéndose primero un Gobierno Provisional presidido por varias Juntas Revolucionarias, que se habían formado en varias ciudades y estaban dirigidas por progresistas y demócratas.

            Algunos de los miembros de ese Gobierno Provisional  no estaban todavía preparados para convertir España en una república, y la constitución de 1898 vino a añadirse al problema, al establecer la monarquía como forma de gobierno del país. Así, mientras se buscaba un nuevo rey para España, preferiblemente uno que no fuera de la casa de Borbón, se elegía al general Francisco Serrano, antiguo amante de la reina y miembro así mismo de la Unión Liberal, como regente del reino. El duque de Montpensier seguía ofreciéndose como monarca, al tiempo que se buscaban otras opciones fuera del país. El favorito del general Prim era un joven miembro de la casa italiana de Saboya que fue coronado con el nombre de Amadeo I. Pero el asesinato de su valedor en la corte pocos días antes de que éste llegara a Madrid, unido al escaso reconocimiento que llegó a disfrutar en algunos sectores de la sociedad española, le obligaron a dimitir en febrero de 1873, poco más de dos años después de su ascenso al trono español. Dimisión que traería consigo la proclamación de la Primera República, que en apenas dos meses contó con cuatro presidentes diferentes: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar.

Fueron más de seis años convulsos, en los que la revolución tuvo que hacer frente además a tres conflictos bélicos: la guerra de Cuba, la revolución cantonal (la revolución dentro de la revolución), y una nueva guerra carlista, la segunda según algunos historiadores, o la tercera, según la denominación que más seguidores ha tenido tradicionalmente a pesar de las nuevas corrientes actuales. Los que defienden la primera denominación aducen que en realidad el conflicto que se desarrolló entre septiembre de 1849 y  mayo de 1849 apenas afectó a una parte concreta de la geografía nacional. Por supuesto, sobre la guerra contra Cuba de 1868-1878, también llamada Guerra de los Diez Años, poco es lo que podemos decir aquí, más allá de la participación en el conflicto de un grupo más o menos numeroso de conquenses, obligados a ir allí como soldados por la fuerza del reclutamiento de quintas, y también de algunos militares profesionales. En este sentido hay que destacar la figura del entonces comandante José Lasso Pérez (Valverde de Júcar, 1837 – Madrid, 1913), que también había participado en la campaña de Santo Domingo seis años antes; convertido en teniente general, llegaría a ser nombrado a finales de la centuria capitán general de Puerto Rico y de Filipinas.

Y por lo que se refiere a la revolución cantonal, también hay que destacar la figura de un conquense aún más ignorado, uno de los primeros republicanos conquenses, Froilán Carvajal y Rueda (Tébar, 1830 – Ibi, Alicante, 1869). Poeta y periodista romántico, hombre de acción, revolucionario republicano que participó con Prim en su fracasado pronunciamiento de 1866, en Villarejo de Salvanés (Madrid), que pagó con el exilio, y después también en el fracasado levantamiento revolucionario de 1867. A mediados de octubre de 1868 se presentó en Yecla al frente de una partida de trescientos hombres armados, proclamando la república en esta ciudad murciana, pero la junta revolucionaria de Cartagena le obligó a disolver sus tropas para evitar mayor derramamiento de sangre. Participó en el levantamiento de 1869 para implantar la república federal en todo el país, pero fue apresado por las tropas del general José Arrando, y fusilado el 8 de octubre de ese año en la cárcel de Ibi. Ramón J. Sender lo convirtió en uno de los defensores del cantón de Cartagena en su novela Míster Witt en el cantón.

Mucho más importante para la historia de nuestra ciudad, y también de nuestra provincia, fue la Tercera, o Segunda, Guerra Carlista. Una guerra carlista que supuso como suceso más trágico, la invasión de la capital hasta en tres ocasiones por los a sí mismos llamados legitimistas. La primera de ellas fue la que protagonizó en octubre de 1873 las tropas que estaban al mando del brigadier José Santés, que en muy poco tiempo, y merced a su abismal superioridad militar y numérica, se pudieron hacer con ella sin necesidad del menor derramamiento de sangre, al haberse rendido las autoridades conquenses nada más haber comenzado los carlistas el intento de asalto. En la defensa de la ciudad participaría el comandante Eusebio Santa Coloma (Cuenca, 1823 – Cuenca, 1883), quien después de haber realizado toda su carrera militar en Filipinas, donde había llegado a ocupar algunos cargos de gobierno, había regresado a la península poco tiempo antes para terminar aquí su carrera militar. El comandante, habiéndose refugiado en la parte alta de la capital para hacer frente a los carlistas al mando de un pequeño grupo de guardias civiles y de voluntarios de la libertad, y sabiendo que Cuenca ya se había rendido, logró escapar con ellos por la puerta del Castillo, salvando de esta forma el armamento y las municiones, tal y como figura en su hoja de servicios.

Mientras todo esto ocurría, su hijo, Federico Santa Coloma (Manila, 1850 – Madrid,1929), participó del lado de los liberales en todos los frentes de la guerra, primero en el frente norte, en la provincia de Bilbao, y después de combatir en las tierras serranas y alcarreñas de Cuenca y Guadalajara, y seguir por el frente levantino del Maestrazgo, donde participó de manera destacada en la toma de la localidad turolense de Cantavieja (1875), uno de los principales reductos carlistas, y en Cataluña, también en la conquista de Seo de Urgel (Lérida) pocos meses después, finalizando con la toma definitiva de Estella (Navarra), que supuso el final de la guerra y la derrota definitiva de los legitimistas. Federico Santa Coloma inició la guerra carlista de alférez y la terminó de comandante graduado, habiendo conseguido todos sus ascensos hasta ese momento por acciones de guerra, pero estaba destinado, ya en la centuria siguiente, al generalato y a los gobiernos militares de Málaga y Gerona.

Y es que, tal y como había sucedido también durante la Primera Guerra Carlista, la orografía de la provincia de Cuenca colaboraba a que muchas de sus comarcas pudieran convertirse en escenario habitual de enfrentamientos armados entre los seguidores de ambos bandos, enfrentamientos que si bien en algunas ocasiones eran simples escaramuzas, otras veces eran verdaderas batallas entre dos ejércitos numerosos. Los castillos de Cañete y Beteta se habían convertido para entonces en fuertes carlistas, y por ello en sus alrededores los encuentros entre estos y los liberales fueron habituales. Los liberales lograron algunas victorias importantes, como las de Campillo de Altobuey y Huélamo, batallas ambas en las que destacó precisamente Federico Santa Coloma, principalmente en ésta última, en la que formó parte de la columna que persiguió a los carlistas huidos hasta Valdemeca. Pero también hubo victorias de las tropas carlistas, y en este sentido especialmente trágica fue la nueva conquista de la propia capital conquense por las tropas del propio infante Alfonso Carlos, hermano del proclamado Carlos VII, y de su esposa Doña Blanca (María de las Nieves de Braganza, el 15 de julio de 1874, mucho más sanguinaria y destructiva que la que había acometido Santés algunos meses antes. La diferencia entre una conquista y otra estribaba en que, si bien la diferencia numérica entre invasores y defensores era abrumadora, en esta ocasión las autoridades conquenses habían decidido acometer la defensa de la ciudad, lo que provocó la muerte de un número importante de conquenses, algunos de los cuales fueron asesinados vilmente después de que la ciudad hubiera sido ya conquistada por los carlistas.

Con el fin de conmemorar y recordar este hecho, la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo organizó en el mes de julio de 2014 uno de sus cursos, en el que varios investigadores analizamos algunos aspectos sobre cuál era la situación de Cuenca en el momento de producirse la invasión carlista, situación que en muchos aspectos era y sigue siendo bastante desconocida. A pesar de que Miguel Romero ya había investigado en diversas monografías los asuntos relacionados con la guerra carlista, tanto por lo que se refiere a la propia ciudad, El Saco de Cuenca, como también a la provincia, Las guerras carlistas en Tierra de Cuenca, 1833-1876, y a pesar también de que el tema de cómo estaban entonces las fortificaciones de la ciudad ya había sido convenientemente analizado por los arqueólogos Michel Muñoz y Santiago David Domínguez en el libro Tras las murallas de Cuenca, estos especialistas profundizaron más en ambos aspectos, al tiempo que otros asuntos relacionados con el problema, político y militar, mucho más desconocidos, eran analizados también por otros investigadores. Por mí parte, yo me centré en la participación en el conflicto de la intervención en el mismo de una familia de militares de origen conquense: los Santa Coloma.

Así, dos jóvenes investigadores, Jesús Higueras y Sinesio Barquín, hablaron respectivamente de la situación política que se vivía en la ciudad en el momento previo a la invasión carlista, y de la configuración social y humana de un grupo armado de carácter miliciano que se había creado en todas las ciudades, también en Cuenca, con el fin de defender el poder revolucionario. Ambas contribuciones constituyen dos de los escasos acercamientos que se han hecho a la situación política y militar de la ciudad en el último tercio del siglo XIX. Finalmente, Diego Gómez Sánchez habló en el citado curso del monumento funerario que se mandó levantar en recuerdo de aquella fecha fatídica, el 15 de julio de 1874, monumento en cuyo interior se instalaron las cenizas de algunos de los conquenses que perdieron la vida en el asalto y posterior saqueo, y que fue destruido por las tropas nacionales después de la Guerra Civil de 1936-1939. Este autor ya se había acercado antes a un asunto tan poco común como el de los cementerios, en su libro La muerte edificada. El impulso centrífugo de los cementerios de la ciudad de Cuenca (siglos XI-XX), tan importante para nuestro estudio si tenemos en cuenta que había sido precisamente a lo largo del siglo XIX cuando se legisló desde el gobierno central para que se prohibiera definitivamente el enterramiento dentro de las iglesias y se obligara a la creación de nuevos cementerios fuera del casco urbano de las poblaciones. Abundando en este asunto, hay que decir que Cuenca contó en este período con dos cementerios, el que se había creado en 1834 frente al paraje de La Fuensanta, a la entrada de la carretera de Madrid, y el actual, que se inauguraría en 1896, muy al final del período aquí estudiado.

En el mes de diciembre de 1874 fue coronado Alfonso XII, el hijo primogénito de la depuesta reina Isabel II. El proceso revolucionario era derrotado definitivamente después de seis años de diversos enfrentamientos en el exterior y en el interior. Cánovas, conocedor de que la situación en el país es delicada, crea un sistema de poder, el turnismo político, basado en el reparto de éste entre los dos partidos mayoritarios, el Partido Liberal de Sagasta y su propio Partido Conservador. Es la etapa que se ha venido a llamar la Restauración, que abarca principalmente el reinado del propio Alfonso XII (1874 - 1885) y la regencia de su esposa, María Cristina de Habsburgo (1885 - 1902), etapa a la que se le va a dedicar la segunda edición del citado curso de la Universidad Menéndez Pelayo. Una etapa, por otra parte, muy desconocida en lo que se refiere a la provincia de Cuenca, a pesar de su cercanía cronológica. Una etapa por otra parte en la que nuestras tierras se vieron sometidas a epidemias, como la de cólera de 1885, que unidas a la plaga de langosta que empezó a asolar las tierras conquenses ese mismo año y que tardarían varios años en ser erradicadas (en Villar de Cañas, por ejemplo, en 1887 se perdieron totalmente las cosechas) hizo que el crecimiento demográfico en gran parte de la provincia fuera en aquellos momentos negativo.

Cuenca al final del siglo es, como ha dicho Miguel Ángel Troitiño, una ciudad diferente a lo que había sido al inicio del período estudiado, una ciudad que se ha decidido ya definitivamente a bajar al llano, aunque hasta bien entrado ya el siglo XX lo haría de manera tímida, apenas unas pocas calles entrelazadas alrededor de una especie de tierras agrícolas y fácilmente inundables, las formadas por las huertas que abre el Huécar en las zonas del Puente de Palo y de lo que a principios de la centuria siguiente, ya totalmente urbanizado, sería el Parque de San Julián.


 Tercera Guerra Carlista. Toma de Cuenca. El brigadier Iglesias es sorprendido por una columna enemiga. Ilustración de L'Univers Ilustre, París, 1874.

HISTORIA ECONÓMICA, HISTORIA DE LA IGLESIA, BIOGRAFÍA 

Reconozco que a lo largo de todas estas páginas han primado sobre todo aquellos aspectos relacionados con la historia política y militar, pero considero que el siglo XIX, más quizá que otros períodos de la historia de España, han sido condicionados tanto por la política que sin ésta no se pueden entender en toda su complejidad otros aspectos de la vida social. Es cierto que a lo largo de toda la centuria se produjeron importantes cambios económicos y sociales, desde luego, pero todos esos cambios fueron siempre de la mano de las abismales y profundas reformas que se produjeron en la vida política, transformaciones que sin duda explican esos cambios económicos y sociales. Transformaciones como la propia revolución liberal, los diversos pronunciamientos militares, y sobre todo las distintas guerras civiles que se produjeron durante toda la centuria de manera intermitente, porque eso era en realidad las dos o tres guerras carlitas, ya hemos dicho que los historiadores no nos ponemos de acuerdo, e incluso, antes que ellas, el continuo enfrentamiento entre liberales y absolutistas que se extendió desde la Guerra de la Independencia hasta la muerte de Fernando VII.

No obstante, en este último apartado vamos a analizar, siquiera someramente, algunas aportaciones que se han hecho a la historia de Cuenca desde el punto de vista social, económico, biográfico incluso, y que por diferentes aspectos no han tenido cabida en los tres apartados anteriores. También, desde luego, algunos trabajos que se escapan a la periodificación del siglo que aquí hemos, porque son trabajos que tratan el siglo XIX en su conjunto. O incluso, como es el caso de los estudios ya citados de Miguel Ángel Troitiño y de David Sven Reher, para tratar el siglo XIX dentro de un proceso cronológico de más larga duración. Así, Félix González Marzo ya trató aspectos sociales y económicos en sendas aportaciones realizadas por él a dos cursos que fueron organizados en 1996 y 1998 por la Asociación de Amigos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, que fueron dedicados respectivamente a estudiar las relaciones de poder y la economía en perspectiva histórica. Y relacionados con un aspecto muy concreto de la realidad, la educación, hay que celebrar aquí los trabajos de Clotilde Navarro García, Leer, escribir, contar en las escuelas de Cuenca. Evolución del sistema educativo durante el siglo XIX, y Magdalena Pérez Triguero, Influencias y aportaciones de la Segunda Enseñanza en la sociedad conquense del siglo XIX.

Son interesantes los trabajos sobre historia económica que se han venido publicando en revistas o se han presentado a diversos encuentros científicos. El asunto de la desamortización, además de los libros ya inolvidables de Félix González Marzo, han sido tratados en dos pequeños artículos por Pedro Joaquín García Moratalla y Manuel Gesteiro Araújo, trabajos que además son doblemente interesantes por tratar precisamente un proceso desamortizador que ha sido muy poco estudiado, el del Trienio Liberal. Por su parte, Miguel Jiménez Monteserín estudió en su momento un aspecto tan importante, sobre todo para el primer tercio de la centuria, como es la abolición del diezmo, que fue sustituido en esta época por otro tipo de impuestos más modernos. El tema del ferrocarril y su tardía llegada a Cuenca, y como elemento indicador de la marginación a la que ya entonces estaba sometida la provincia conquense, y de la propia incapacidad de sus élites para hacer frente a esa marginación y al inmovilismo, ha sido estudiado también  por el propio Miguel Ángel Troitiño en un interesante artículo que fue publicado por la revista Cuenca en 1978.

En cuanto a la historia eclesiástica, y por lo que a la alta jerarquía de la Iglesia se refiere, Domingo Muelas Alcocer continuó la obra realizada por Trifón Muñoz y Soliva hace ya cincuenta años con su libro Episcopologio conquense, 1858-1997, en el que analiza la personalidad de los diferentes prelados conquenses durante la segunda mitad del siglo XIX y toda la centuria siguiente. Para nuestro trabajo nos interesan las figuras de Miguel Payá y Rico (1858 - 1874), Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros (1875 - 1876), José Moreno Mazón (1877 - 1881), Juan María Valero y Nacarino (1882 - 1890) y Pelayo González Conde (1891 -1899) Especialmente el primero de ellos, que ha sido estudiado también monográficamente por Pilar Tormo, interesa también por haber participado de manera destacada en el Concilio Vaticano I (1870), donde defendió la infalibilidad papal. Representa además la deriva de la Iglesia conquense hacia posiciones conservadoras, que se había iniciado ya con sus antecesores: Jacinto Rodríguez Rico (1826 - 1847), quien había sido diputado en las Cortes de Cádiz por la provincia de Zamora, y se convirtió después en uno de los llamados “persas” que firmaron el manifiesto por el que reclamaban de Fernando VII la reinstauración del absolutismo; y, tras un breve paso por la diócesis de Juan Gualberto Ruiz (1847 - 1849), Fermín Sánchez Artesero (1849 - 1855), religioso capuchino que en 1833 se había convertido en el principal representante de los intereses y postulados carlistas ante la Santa Sede. El lado opuesto a estos obispos lo representa el primer prelado conquense del siglo XIX, Antonio Palafox y Croy (1800 - 1802), que sin embargo había realizado lo más importante de su labor, ilustrada aún como arcediano de Cuenca, durante el último tercio de la centuria anterior. Entre ambos quedaba la figura de Ramón Falcón y Salcedo (1803 - 1826), un prelado que sin duda hubiera pasado desapercibido por la diócesis si no hubiera sido porque durante su mandato en ella se produjeron hechos tan importantes como la Guerra de la Independencia y la primera revolución liberal.

Ya para acabar quiero citar algunas aportaciones que se han hecho desde el campo de la biografía, más allá de las ya citadas biografías de algunos personajes que fueron importantes en el período estudiado, como el propio prelado Payá y Rico o el marino y militar Fernando Castado Torres. A este respecto quien se lleva la palma es, desde luego, Fermín Caballero, del que han tratado autores como Mariano Sánchez Almonacid (Fermín Caballero, una circunstanciada historia viva, editado recientemente por Antonio Lázaro), Marino Poves Jiménez (Fermín Caballero y el fomento de la Educación Rural) o Antonio López Gómez (La obra geográfica de Fermín Caballero, publicada en la revista Arbor ya en 1878). A estos y otros trabajos sobre este escritor y político conquense hay que añadir las reediciones que en las últimas décadas se han hecho a algunos de sus libros, como el dedicado a la imprenta conquense o sendas biografías que él mismo dedicó al dominico taranconero Melchor Cano y a los hermanos Alfonso y Juan de Valdés, escritores conquenses del siglo XVI.

Ya para terminar, y para no alargar demasiado este trabajo que sólo intenta ser una aproximación a un tema tan complejo como es la historia de Cuenca en el siglo XIX, quisiera terminar con las biografías de dos figuras bastante representativas, y sin duda olvidadas, una desde el punto de vista de la cultura y la otra desde el punto de vista de la política, una que hunde sus raíces en el siglo XVIII y otra que extiende las ramas más altas de su peripecia vital hasta bien entrada la centuria siguiente. La historia no sabe en realidad de acotaciones cronológicas, que eso es cosa sólo de los historiadores, que acomodan su trabajo dividiendo el período en algo parecido a compartimentos estancos. Uno es José Antonio Conde (La Peraleja, 1766 – Madrid, 1820), arabista, helenista e historiador en general, que ha sido estudiado por Julio Calvo Pérez (Semblanza de José Antonio Conde). El otro es Manuel Polo y Peyrolón (Cañete, 1846 – Valencia, 1918), destacado escritor y político que llegó a convertirse en el líder del carlismo parlamentario, una vez que éste, tras la derrota en 1875, se dio cuenta de que debía abandonar las armas e intentar hacerse un hueco en la política española por medio de las urnas. Javier Urcelay Alonso editó en 1913 sus memorias política, que abarcan el período comprendido entre 1870 y 1913.

Cuenca. Puente de San Pablo y catedral. Grabado a la madera.
Pinturesque Europe. Nueva York. 1887.


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