Según atestiguan las
fuentes arqueológicas, la ciudad de Cuenca fue fundada alrededor del año 1000
por los gobernantes de la provincia o kora musulmana de Santaberiyya, los Ben
Zennun según el verdadero apellido bereber, que ellos arabizaron y
transformaron en Dhi-l-Nun, linaje de origen norteafricano que durante la
conquista se instaló en estas tierras conquenses, y del que ya he hablado en
este blog en otras entradas anteriores (ver “Desde el pacto de Cuenca hasta la
batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval”, 15 de julio de 2021;
y “Los Hawwara, desde las montañas de Libia hasta los campos de la provincia
de Cuenca”, 19 de agosto de 2021), en el extremo meridional del amplio
territorio que era gobernado por ellos. Y la nueva ciudad, que había sido
fundada a orillas del río Júcar, en las vías de acceso que, desde las abruptas
tierras serranas y alcarreñas que ellos dominaban se dirigían hacia las vastas
llanuras del sur, estaría destinada a convertirse, poco tiempo después, en una
ciudad importante, como importante lo era, también, esa estirpe de origen
bereber que la gobernaba, y que muy poco tiempo después gobernaría uno de los
reinos de taifas más importantes de la zona, el de Toledo.
Muy pronto, los viajeros
musulmanes empezaron a visitarla; se conservan algunas descripciones de la
ciudad, como la del historiador almohade Ibn Sahib al-Salat, quien fue testigo
presencial de la batalla de Huete, en 1172. Con ocasión de la campaña,
describía la ciudad de Cuenca de la manera siguiente: “Se entra a la ciudad por un gran puente,
flanqueado en sus extremos por dos fuentes torreones protectores, sobre ambos
ríos, en jurisdicción de la ciudad…, y tiene dos ríos, que vierten sus aguas
en una gran
buhayra o lago que provee de agua a sus habitantes, y que está contigua a la
muralla... y bajo la defensa de la ciudad”. Unos años antes, hacia
el año 1150, el geógrafo y viajero almorávide Abu Abd Allah Muhammid al Idrisi,
había escrito que Cuenca se encontraba situada “cerca de un estanque artificial,
que la ciudad estaba amurallada, y que carecía de arrabales.
Desde entonces, muchos han sido los que han intentado identificar aquel puente descrito por los viajeros musulmanes, y aquel estanque artificial, que tanto había dificultado la conquista cristiana en el año 1177. Y es que se sabe que aquel estanque, o albufera, era susceptible de ser represado, de manera que las aguas estancadas pudieran llegar a alcanzar una extensión suficiente para hacer imposible que fuera vadeado con facilidad por los ejércitos conquistadores; hasta la Carretería, o lo que después sería la Carretería, dicen las fuentes que podía llegar la extensión de aquella laguna artificial, y en efecto, hasta la Carretería, o casi, llegaron las aguas, todavía en la década de los años cuarenta del siglo pasado, cuando, con ocasión de una fuerte tormenta que había caído el día anterior, el cauce del Huécar se taponó con todo lo que arrastraba el río, provocando un fuerte desbordamiento que en la actualidad parece casi imposible de que pudiera llegar a producirse. Muchos han intentado identificar aquel puente de al-Salat, y del estanque descrito por ambos viajeros, con el actual puente de la Trinidad y las huertas del Puente de Palo. Sin embargo, tanto el puente como el conjunto urbano en esta parte de la ciudad han cambiado mucho desde entonces. Las fuentes árabes son bastante claras también respecto a esa albufera artificial, y dicen que ésta se originaba al represar el agua de los dos ríos, el Júcar y el Huécar, justo allí donde el segundo desaguaba en el primero. Y por otra parte, las fuentes documentales de época cristiana, como el propio Fuero de Cuenca, hablan del hoy llamado Puente de la Trinidad como una obra de nueva construcción, es decir, una construcción, como tal puente, posterior a la conquista.
Pedro Miguel Ibáñez,
quien más ha teorizado sobre el urbanismo histórico de la ciudad del Júcar a lo
largo de sus múltiples trabajos, en base a una importante labor de criba
documental, afirma que el puente de la Trinidad nunca ha llegado a tener una
entidad monumental suficiente como para ser el puente descrito por el
historiador almohade. Y en uno de sus últimos trabajos, “La pequeña edad de
hielo en la catedral y otras historias de la ciudad sumergida, el segundo
volumen de la colección “Cuenca recóndita”, ha escrito lo siguiente en el capítulo
que le dedica a la ciudad sumergida: “Pero lo cierto es que todo apunta al
de San Antón como el antiguo puente citado en las fuentes cristianas. La propia
ubicación de la ciudad reclamaría un sólido paso sobre el río Júcar,
y no el más
modesto cruce sobre un diminuto Huécar en la zona de la Trinidad. Visto el
lugar, difícilmente podría caber aquí ese gran puente que cita al-Sala; en San
Antón, sí. Por otra parte, queda por demostrar qué tipo de acceso existía en
época musulmana en aquel paraje, y a qué distancia se encontraban las murallas.
Al término de la potente estructura del muro de la Trinidad se levantaría la
puerta de Huete, pero en nuestra opinión, y con los datos disponibles en la
actualidad, ya en tiempos de los cristianos. Entra aquí el problema del recinto
amurallado de la ciudad en su despliegue histórico. En tal sentido, se han
valorado textos de época ya cristiana como el pasaje del Fuero relativo a la
cubrición de las casas con teja y no con paja. La medida obligaba a los
pobladores instalados “desde la torre de mal vezino fasta a la lauor nueua del
muro del rraual, asi commo se encierra el muro de parte de Xucar y el muro de
parte de Huecar a dentro”. Estas nuevas defensas serian según se cree, las
comprendidas entre las puertas de Valencia y de Huete. Desde Mangana hasta el
río Huécar quedaría, pues, una extensa superficie sólo poblada en época
cristiana”.
El historiador del arte
y el urbanismo conquenses nos muestra así a una Cuenca muy diferente a la actual.
Muchas veces, al intentar comprender el pasado de una ciudad, tendemos a pensar
que ésta ha sido siempre igual desde el momento de su fundación, y nos
olvidamos de que a lo largo del tiempo ha sufrido, normalmente, numerosas
modificaciones. No sólo los edificios, las casas o los monumentos, han podido
cambiar a través de los tiempos; lejos de ello, la propia topografía, el nivel
de las calles, o los accesos a algunas de las zonas de la ciudad, también han
podido cambiar a través de los tiempos, y desde luego, esta parte de la ciudad
que se extiende entre los dos puentes, el de la Trinidad y el cercano de San Antón,
sobre el río Júcar, lo que a partir de finales del siglo XIX empezó a ser
conocido como el “Bulevar”, en una de las que más han cambiado desde aquellos
tiempos medievales. En este sentido, desde luego, el puente de la Trinidad,
demasiado pequeño, en efecto, y con nulo valor monumental más allá de haberse convertido,
ya en tiempos cristianos, en el principal acceso de la ciudad, es difícil que pueda
haber sido el mismo que describe al-Salat en su crónica. Es mucho más factible
que aquel puente fuera el de San Antón, conocido ya en tiempos de los musulmanes,
cuando era conocido como el puente del Canto por su carácter monumental y la
importante labor de sillería en la que fue realizado. Ya entonces se trataba
del principal acceso a la ciudad desde Toledo o desde Huete -en aquella época,
Madrid no era todavía la importante ciudad en la que llegaría a convertirse a
partir del siglo XVII, gracias a la capitalidad-, y su estructura no ha variado
demasiado, mas allá de algunos trabajos de restauración o ampliación, a lo
largo de sus mil años de existencia.
Que el puente de la
Trinidad no existiera, como tal puente, en aquel tiempo, no quiere decir que
durante los años de dominación musulmana en este lugar no existiera nada. Desde
luego, la arqueología, a través de las prospecciones realizadas aquí por Santiago
David Domínguez Solera y Michel Muñoz García ha demostrado la existencia del
muro de contención en tiempos todavía precristianos. así, el doctor Ibáñez
Martínez interpreta ese muro como una presa secundaria para la formación de esa
laguna artificial, en base a la historia de la conquista de cuenca, de que el
autor el llamado Maestro Giraldo: “Para anegar esa zona hortícola del llano
hasta la Carretería en base a la descripción de al-Salat tendría que haberse
construido en San Antón una presa tan alta como el propio puente. La otra
alternativa es que existiera una segunda presa en el cauce específico del
Huécar, lo que supone una interpretación divergente y restrictiva que ya no
puede sustentarse en el mencionado puente musulmán, aunque sea absolutamente
plausible en sí misma. Enlazamos en este punto con el texto giraldiano, que
sólo cabe ubicar en el puente de la Trinidad. Permanece sin referencias documentales
escritas el origen de este “puente seco”. El Pseudo Giraldo lo atribuye a los
musulmanes, pero es una fuente demasiado vinculada al Quinientos y lejana a los
hechos estudiados para resultar por sí misma documentalmente indiscutible.
Habla por ejemplo de “muelle”, término muy utilizado en el siglo XVI para
aludir a dique de piedra para contener las aguas. Al tiempo, el anónimo autor
de la crónica se traiciona al evidenciar el tiempo real en que vive: alude a
que “taparon” el muelle y a que el agua “salía por encima el puente”. Estamos
de acuerdo con aquellos autores que han afirmado que la Historia de Cuenca del
“maestre Giraldo” fue escrita en el siglo XVI. Y hay que buscar argumentos de
mayor fiabilidad aunque, a la postre, las noticias mencionadas posean también
su interés como información complementaria y los vestigios arqueológicos las
certifiquen.”
La existencia de esta
segunda presa no elimina por sí misma la existencia también de una presa
principal, aguas abajo del Júcar, bajo el puente del Canto; una presa que
podría proporcionar una cantidad mayor de agua que la proporcionada sólo por el
afluente, haciendo así imposible que los conquistadores enemigos pudieran
fácilmente vadear la laguna o albufera creada, allí donde la resistencia de los
defensores era más frágil. La documentación conservada de los primeros años de
la conquista, además, es bastante clara en este sentido, y en ella se mencionan
algunas disposiciones del monarca conquistador, Alfonso VIII, por las que se
donaban algunas presas y molinos en esta misma zona, en las riberas del río
Júcar. Especialmente importante es la donación realizada en favor de la orden
militar de Santiago, ya en el mes de octubre de 1177, de la “zudam illam de
albofera iusque ad pontem”. Una zuda, o embalse fluvial, o presa, que
tradicionalmente ha sido denominada de Santiago, al pie del mismo puente de San
Antón.
Dicho todo ello, no
quiero dejar de lado, antes de terminar esta entrada, el antiguo convento de
religiosos trinitarios, que ya muy tardíamente, a finales de la Edad Media, daría
finalmente nombre a este puente de la Trinidad. La orden se asentó a caballo
entre las dos eras, junto al principal acceso a la ciudad, en el lugar que para
entonces era llamado la Puenseca; el propio puente separaba al convento del
lugar en el que estaban instalados algunos “locales de mala reputación”, lo que
comúnmente se siguen denominando burdeles, alguno de los cuales, por cierto,
eran propiedad de la Iglesia, o de ciertos elementos pertenecientes a la
Iglesia como institución, y al otro lado del puente, también, existía desde antiguo
la llamada “Fuente de la Doncella”, escenario de una romántica leyenda, de esas
de las que tanto abunda nuestra historia más íntima. Todo ello, convento,
burdeles, y hasta la propia fuente, terminaría por desaparecer con el paso del tiempo.
En el propio convento, desamortizado en el siglo XIX, durante algunos años se
mantuvo abierta la iglesia, para dar servicio cultual a los vecinos que en
aquellos años ya hacía algún tiempo que habían dado el salto a la ciudad
moderna, y que habitaban las calles cercanas, entre ellas la que entonces era
llamada calle del Juego de la Pelota Viejo -actual calle Calderón de la Barca-.
Poco tiempo después, durante la Primera Guerra Carlista, el viejo convento se
convirtió en cuartel de una guardia de prevención, perteneciente al Regimiento
Provincial de Palencia, según ha podido atestiguar, a través de la
documentación, Almudena Serrano, la directora del Archivo Histórico Provincial
de Cuenca. Y finalmente, ya durante la segunda mitad de la centuria
decimonónica, y casi hasta los momentos de su destrucción, en 1925, se
convertiría en la sede local del servicio de Telégrafos.
Dato menos conocido es
el origen del otro nombre que recibe también el espacio a la que estamos haciendo
referencia: el Remedio. Así lo cantaba el poeta Federico Muelas. El nombre
tiene también su origen en la tradición trinitaria de la zona, y al convento
que desde un primer momento fue concebido bajo la advocación de Nuestra Señora
del Remedio. Sabido es que las diferentes órdenes religiosas tienen una
especial vinculación con las diferentes advocaciones marianas: la del Carmen
por los carmelitas; la del Rosario por los dominicos; la de la Asunción por los
jesuitas; la de la Inmaculada Concepción por los franciscano; la de la Merced
por los mercedarios, ,… Y sabido es, también, que esta particular advocación
mariana, la de los Remedios, o del Remedio, que de las dos maneras puede ser
encontrada, era la preferida por los religiosos trinitarios, en paralelo también
con la otra devoción preferida por ellos, la de la Santísima Trinidad.