Cuando escribo esta entrada, me afloran los recuerdos, todavía recientes, de un viaje que, a finales del mes pasado, realicé por las nuevas repúblicas de Croacia, Bosnia y Eslovenia. Recuerdos de hermosos monumentos históricos, ciudades imperiales, pero también de una guerra que entre 1991 y 1995, y prorrogada después, a caballo entre los dos siglos, en Kosovo y Macedonia, tiñeron de sangre una parte de Europa. Recuerdos que tienen la forma de los agujeros que la metralla de las bombas y de los morteros dejaron en algunos edificios de Dubrovnik o de Zadar; de la Plaza de España, en Mostar, en la que, después de la guerra, tuvo su base un destacamento de cascos azules españoles, que tan buen recuerdo dejaron en la ciudad bosnia; del parque Gandski, en Trebinje, de población mayoritariamente serbobosnia, un hermoso parque en el que se encuentra la catedral ortodoxa de la Transfiguración, junto a un hermoso monumento que recuerda a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, y, frente a él, otro monumento dedicado a aquellos que fallecieron en los duros enfrentamientos entre el ejército de la república Srpska, los serbobosnios, y la colación bosnio-croata. Unos recuerdos que me llevaron a uno de los libros que más nos pueden acercar a estas guerras, que tiñeron de sangre los campos de este rincón de Europa durante los años de entresiglos, precisamente ahora, cuando vamos ya hacia los cinco meses de guerra en Ucrania, una guerra que ni siquiera ha sido declarada por Rusia, la potencia invasora, y que ha sido definida por ella con el eufemismo de “operación militar de carácter especial”.
Aunque olvidada por su corta
duración, y por la escasa incidencia que tuvo en el desarrollo del conflicto,
hay que recordar que la primera guerra fue en Eslovenia, la cual apenar duró
diez días, desde el 25 junio, fecha en la que Eslovenia había declarado su
independencia respecto de la antigua Yugoslavia, y los primeros días del mes de
julio de 1991, y en la que apenas se produjeron dieciocho fallecidos por parte
eslovena y algo más de cuarenta por parte del ejército federal yugoslavo. La
diferencia entre esta guerra y las que se desarrollaron a partir de los meses
siguientes, es que su única motivación tenía que ver con la economía, y no con
aspectos relacionados con los sucesivos enfrentamientos étnicos y nacionalistas.
En efecto, Eslovenia, en el norte de la antigua Yugoslavia, en la frontera con
Austria y con Hungría, era, junto con Croacia, la región más rica del antiguo
país balcánico, y al contrario de lo que sucedía en las repúblicas vecinas de
Croacia y de Bosnia, apenas había serbios entre la población, hecho que provocó
que los más sanguinarios nacionalistas serbios, con Milosevic a la cabeza,
dispuesto a crear una gran Serbia que unificara todos los territorios que
contaran con una significativa población de origen serbio, se desentendieran
muy pronto de estos territorios. El acuerdo de Brioni, cerca de Pula, firmado
el 7 de julio entre los representantes de Eslovenia y de la república
yugoslava, bajo el patrocinio de la comunidad económica europea, puso fin al
conflicto, y la retirada obligada de las tropas yugoslavas se completó el 26 de
octubre de ese mismo año.
Aunque Serbia enseguida había
considerado perdido el territorio de Eslovenia, en el que, tal y como se ha
dicho, ni siquiera estaban interesados los nacionalistas, no sucedió lo mismo
con los territorios de Croacia y de Bosnia-Herzegovina, pobladas ambas
repúblicas por una importante población de origen serbia, entre el treinta y el
cuarenta por ciento del total en ambos casos. Por este motivo, las siguientes
guerras en ambas repúblicas fueron mucho más cruentas que las de Eslovenia, en
las que no faltaron bombardeos sobre la población civil, y acusaciones de
genocidio y de haber cometido brutales crímenes de guerra por todas las partes
inmersas en el conflicto. Crímenes de guerra brutales, como los cometidos por
los llamados Tigres de Arkan, en reconocimiento a su líder, Željko Ražnatović,
así llamado entre sus seguidores, después de la toma de la ciudad croata de
Vukovar.
En esta fase de la guerra, otra de las operaciones militares importantes, por su incidencia a nivel internacional, fue el asedio de la ciudad de Dubrovnik, la antigua república independiente de Ragusa, y de su hermoso casco antiguo, declarado por la Unesco como patrimonio de la humanidad; y no sólo por la destrucción que la operación supuso para gran parte de ese patrimonio, sino también por la gran cantidad de refugiados desplazados por la operación. La operación se llevó a cabo por tropas serbias, bosnias y montenegrinas, así como por el propio ejército federal de Yugoslavia; los invasores habían establecido su cuartel general en la ciudad de Trebinje, al otro lado de la frontera con Bosnia, aunque situada apenas a treinta y cinco kilómetros de. La antigua Ragusa Para comprender mejor la importancia de este suceso, son interesantes las palabras del autor del libro: “La artillería federal y la armada reanudaron sus bombardeos sobre Dubrovnik entre el 9 y el 12 de noviembre, tomando como blanco la ciudad vieja, Gruz, Lapad y Ploce, así como también los hoteles Belvedere, Excelsior, Babin Kuk, Tirena, Imperial y Argentina. Se emplearon incluso misiles filodirigidos para atacar a los barcos atracados en el puerto de la ciudad vieja, mientras que algunos buques más grandes amarrados en el puerto de Gruz -incluyendo el ferry Adriatic y el velero estadounidense Pelagic- fueron destruidos por el fuego. El fuerte imperial fue bombardeado nuevamente los días 9, 10 y 13 de noviembre. Estas acciones fueron seguidas por un periodo de calma que duró hasta finales de noviembre, cuando la misión de observación de la Comunidad Europea medió en las negociaciones para un alto el fuego. No obstante, a mediados de noviembre la misión se retiró tras un ataque federal a su personal, y la mediación quedó en manos del secretario francés para Asuntos Humanitarios, Bernard Kouchner, y del enviado de la UNICEF, Stephan Di Mistura. Las negociaciones produjeron acuerdos de algo el fuego entre el 19 de noviembre y el 5 de diciembre, pero tampoco arrojaron resultados concretos sobre el terreno. En cambio, las unidades del 2º Cuerpo federal ubicadas en Dubravacko Primorje, al noroeste de Dubrovnik, se acercaban cada vez más a la ciudad, de forma que el 24 de noviembre estaban casi a las puertas.”
Y más tarde, Eladi
Romero continúa afirmando: “Al final, tales acciones, tan perjudiciales
desde el punto de vista internacional para los yugoslavos, derivaron el día 7
de diciembre en un alto el fuego prolongado. El asedio sobre Dubrovnik se
paralizó, aunque aún se produjeron algunos ataques federales que a principios
de 1992 les permitieron llegar a las afueras de Ston (norte de Dubrovnik).
Hasta mayo de ese año no se levantaría el asedio, momento en el que las fuerzas
yugoslavas se retirarían para combatir en Bosnia. La campaña militar de octubre
de 1991 a mayo de 1992 contra Dubrovnik y aledaños causó la muerte de entre 82
y 88 civiles. Durante ese periodo, el ejército croata sufrió la pérdida de 194
soldados, frente a 165 federales. La ofensiva desplazó a 15.000 refugiados,
principalmente de la región de Konavle, que huyeron a Dubrovnik.
Aproximadamente 16.000 refugiados fueron evacuados de Dubrovnik por mar. 11.425
edificios sufrieron algún grado de daño, y numerosas viviendas, negocios y
edificios fueron saqueados o incendiados por el ejército federal. Con
independencia de su resultado militar, el asedio de Dubrovnik es recordado
principalmente por ese saqueo a gran escala protagonizado por los atacantes y
por el bombardeo de la ciudad antigua. La reacción de los medios de
comunicación internacionales y los medios de cobertura del asedio reforzaron la
opinión, que ya estaba tomando forma desde la caída de Vokovar, de que la
conducta del ejército yugoslavo, y en particular de los paramilitares serbios, iba
encaminada a dominar Croacia sin preocuparse de los daños que sus acciones
pudieran causar.”
Por entonces, el conflicto ya se
había extendido también a la república de Bosnia y Herzegovina, poblada en su
mayoría por bosniacos, es decir, bosnios musulmanes, pero en la que también
existían, sobre todo en algunas zonas (la conocida como república Sprska) un
porcentaje importante de serbios y, en menor medida, croatas. La comunidad
internacional ya había empezado a tomar partido, reconociendo la independencia
de Eslovenia y de Croacia, y el derecho a poder elegir libremente su propio
camino, pro siempre teniendo en cuenta los límites fronterizos de la época de
Tito, así como el respeto a los derechos de todas diferentes minorías en cada
una las nuevas repúblicas. El primer país en reconocer la independencia de los
dos nuevos países había sido Alemania, el 23 de diciembre de 1991, seguido
después por el Vaticano, el 13 de enero del año siguiente, y la propia
Comunidad Económica Europea, dos días más tarde. Algún tiempo más tarde, el 6
de abril, ocurriría lo propio con la nueva república de Bosnia-Herzegovina. Y
sería el 22 de mayo, cuando los enfrentamientos fronterizos entre las dos
nuevas repúblicas distaban aún mucho de haber terminado, tanto Eslovenia y Croacia
como Bosnia, todavía sumida en una cruenta guerra, ingresaban en la
Organización de las Naciones Unidas como miembros de pleno derecho.
Y es que, si en Croacia la guerra
podía darse por finalizada, al menos de momento, el conflicto se había
extendido ya a Bosnia, territorio en el que la mayoría de la población, como se
ha dicho, era bosniaca, es decir, musulmana, pero en la que existías
importantes minorías serbias y croatas. La guerra en el territorio, que se
extendió hasta 1995, tuvo varias fases cronológicas, pues, si bien en un primer
momento los croatas habían hecho causa común con los bosnios frente al común
enemigo serbio, muy pronto volvieron a revitalizarse, de nuevo, los planes
antiguos de serbios y croatas para repartirse entre ellos todo el territorio
bosnio, menos desarrollado económicamente. Y si en la guerra de Croacia ya se
habían dado los primeros casos de crímenes de guerra, en éste nuevo conflicto
de Bosnia se producirían los sucesos más brutales en este sentido, con
personajes como el propio Slovodan Milosevic, quien había sido nombrado
presidente de la república de Serbia, incluida todavía en la vieja Yugoslavia,
dos años antes de que se iniciará el conflicto, y que se mantuvo en el cargo
después de la independencia del nuevo país, hasta el año 2000; detenido en 2001
para hacer frente a las acusaciones de crímenes de guerra, su fallecimiento, en
extrañas circunstancias, acaecida cinco años más tarde, fue un duro golpe para
el tribunal internacional de La Haya.
También destacaron en este tipo de
actividades Ratko Mladic, apodado el carnicero de Srebrenica por la matanza,
por él dirigida, de unos ocho mil bosniacos, que tuvo lugar en esta ciudad del
este de Bosnia, junto a la frontera con Serbia, y Radoban Karadzic, un
psiquiatra serbobosnio que antes de la guerra había estado trabajando para el
Estrella Roja, el club de fútbol de Belgrado, y que, una vez iniciado el
conflicto, se convirtió en presidente de la República Srpska, cargo en el que
se mantuvo entre 1992 y 1996. Acusado de genocidio y crímenes contra la
humanidad, logró darse a la fuga, aunque fue detenido en Belgrado en 2008,
siendo condenado en 2016 a cuarenta años de prisión. Por su parte, Mladic
también logró escapar en un primer momento a la acción penal de los tribunales
internacionales, aunque, en mayo de 2011, las autoridades serbias anunciaron su
captura, en una operación conjunta de la policía y los servicios secretos. Fue
condenado a cadena perpetua.
Pero también existieron criminales de
guerra entre los otros bandos en liza, como demuestra el caso del coronel
Tihomir Blaskic, que en el año 2001 fue condenado, junto a otros seis oficiales
del ejército bosniocroata por las operaciones de limpieza que estas unidades
realizaron en la zona de Ahmici y Vitez, en el centro geográfico de Bosnia, en
el que las tropas fueron avanzando casa por casa, quemando edificios y
asesinando a sus habitantes, hecho que provocó la muerte de unos ciento veinte
civiles, muchos de los cuales fueron quemados vivos.
Por otra parte, para la opinión pública
española resultó especialmente difícil, y todavía lo es, entender toda la
complejidad del conflicto bosnio, del que se tenía notica mediante los
corresponsales de guerra enviados por los diferentes medios de comunicación.
Así lo explica el autor del libro: “La complejidad que alcanzó el conflicto
de Bosnia y Herzegovina, tal y como veremos, de alguna forma confundió a la
prensa española. Mientras en algunas regiones, musulmanes y croatas peleaban
juntos contra los serbios, en otras croatas y serbios se enfrentaban con los
musulmanes, y en otras eran los propios musulmanes los que peleaban entre
ellos, con los serbios y los croatas apoyando a la facción contraria a las
autoridades de Sarajevo. Los supuestos aliados de un pueblo podían enfrentarse
de forma sangrienta en el de al lado, o se vendían armas e incluso se pagaban
unos a otros por atacar diversos objetivos. Así, por ejemplo, los serbios
bombardearon posiciones musulmanas por orden de los croatas en localidades como
Novi Rravnik, Travnik, Zenica y Gornji Vakuf, a cambio de gasolina. Los croatas
llegaron a pagar dos millones de marcos alemanes a los serbios para que estos
les prestaran sus posiciones en el valle del Lasva, desde las que atacaron a la
Armija bosnia. Estas cuestiones, salvo contadas excepciones, fueron obviadas
por los medios de comunicación hispanos porque, por una parte, resultaban
demasiados complejas y era más fácil apelar a la repetición de la historia y a
los odios étnicos, y por otra, no encajaban en su película de víctimas y
verdugos en la que se había convertido el conflicto. Por ello, prefirieron
centrarse en Sarajevo, donde las responsabilidades parecían quedar mucho más
claras, aunque, en realidad, las cosas tampoco fueran tan simples en la capital
bosnia, como podían hacer pensar las informaciones de algunos medios, debido al
elevado componente mafioso que en algunos momentos adquirió el ejército bosnio
en la capital de la república. Mostar, donde la presencia militar española fue
destacable, también constituyó otro de los puntos de mayor interés
informativo.”
En efecto, las acciones relacionadas con
el sitio de Mostar, y la posterior operación Neretva 93 desarrollada por el
ejército bosnio para recuperar la ciudad, fueron especialmente seguidas por la
opinión pública española. La ciudad, famosa por el hermoso puente turco que
había sido construido por el arquitecto Mimar Hayruddin en 1567, estaba
dividida en dos zonas claras: la oriental, dominada por los croatas, y la
oriental, que estaba en manos del ejército bosnio, la Armitja; era precisamente
el río Neretva, y su Stari Most, Puente Viejo, del siglo XVI, lo que dividía
las dos zonas de influencia. En mayo de 1993, los paramilitares croatas
atacaron la zona musulmana, para lo que no tuvieron ningún reparo en bombardear
el puente con más de sesenta proyectiles, a pesar de que éste no tenía ningún
valor estratégico., sólo con el fin de destruir el patrimonio musulmán de la
zona. La contraofensiva bosnia, denominada operación Neretva 93, fue iniciada
en los primeros días de julio, y en ella fueron asesinados, en sus dos fases
consecutivas, más de sesenta civiles croatas. Una vez terminada la guerra, el
Stari Most de Mostar sería reconstruido por la Unesco, con fondos provenientes
del gobierno Croata y de otros países europeos, y en el año 2005 fue declarado
Patrimonio de la Humanidad.
Cementerio musulmán dedicado a las víctimas de la guerra de Bosnia. Sarajevo.
El hundimiento del viejo Stari Most de
Mostar y el bombardeo del casco histórico de Dubrovnik, por el atentado contra
el patrimonio cultural que representaba, fue muy seguido en las cadenas de
televisión y en los medios de comunicación de todo el mundo; como también lo
fue el incendio de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, reducida a cenizas el 25
de agosto de 1992, en el que fueron completamente destruidos miles de libros de
incalculable valor, entre ellos unos setecientos incunables, y que,
precisamente, fue ordenada por Nikola Koljevic, un profesor universitario que
estaba especializado en la obra de William Shakespeare. Pero más allá de ello,
las guerras de Yugoslavia supusieron la perdida de muchos miles de vidas
humanas, y una cantidad de refugiados y migrantes casi incalculable, de manera
que ¡, una vez finalizados los diferentes conflictos bélicos, la población de
cada una de las nuevas repúblicas, y su distribución étnica, quedaron
profundamente modificadas.
La actuación de los organismos
internacionales, como la ONU y la OTAN, y los diferentes países, aunque en
algunos momentos fue bastante polémica, y en este sentido deben destacarse los
bombardeos que se realizaron sobre Croacia y, más tarde, también sobre Kosovo,
en la que fue la primera guerra activa en la que se vio obligada a participar la
organización militar, fue importante para conseguir, finalmente, la
pacificación de toda la zona. Fueron de especial importancia para ello, los
llamados acuerdos de Dayton, en el estado de Ohio (Estados Unidos), en la que
participaron diversos representantes de Serbia, Montenegro, Croacia, Serbia y
la República Srpska, junto a unan representación de la comunidad internacional,
que estaba dirigida por Walter Christopher, Secretario de Estado de Estados
Unidos, el sueco Carl Bildr, en representación de la Unión Europea, y el ruso
Igor Ivanov, primer viceministro de Relaciones Exteriores de su país. El
resultado de estos acuerdos, adoptados no sin problemas, fue la conversión de
Bosnia en dos entidades claramente diferenciadas, la federación de Bosnia y
Herzegovina propiamente dicha, y la República Srpska, que aglutinaba a aquellos
territorios en los que los serbobosnios eran mayoría. También, la reintegración
a Croacia de aquellos territorios que habían sido ocupados por los serbios
durante la guerra, respetando , en esencia, las fronteras anteriores al
conflicto.
Las guerras de Yugoslavia tuvieron un
doble epílogo en las guerras de Kosovo (1998) y Macedonia (2001-2015). Dos
conflictos muy diferentes entre sí, y a los que se ha dado una respuesta
diferente, sobre todo en España. Por lo que se refiere a Kosovo, dividida a
efectos prácticos en dos comunidades étnicas mayoritarias, los propios serbios
y los albanokosovares, hay que tener en cuenta que este territorio no fue
nunca, al contraria que las repúblicas ya independizadas, un territorio libre,
sino una parte de la amplia región Serbia, por lo que el reconocimiento de su
independencia por parte de la comunidad internacional siempre ha costado mucho
más trabajo, particularmente en España, donde se temía que la situación fuera
extrapolada al caso catalán. Todavía en la actualidad, Kosovo sólo está
reconocida por 97, de los 193 países que conforman la Organización de Naciones
Unidas; entre los que todavía no reconocen el nuevo país, además de España y,
lógicamente, la propia Serbia, figuran Rusia, siempre aliada de esta última, China,
y la mayor parte de los estados menos desarrollados de África, Asia y la
América latina.
Con la autoproclamada independencia de
Kosovo, los restos de lo que había sido la República Federal de Yugoslavia pasó
a denominarse oficialmente Unión Estatal de Serbia y Montenegro, y
posteriormente, después de la independencia de este último estado el 13 de
junio de 2006, la propia Serbia terminaría por proclamar su plena soberanía,
pasando a denominarse como República de Serbia. Algún tiempo antes se había
independizado ya también Macedonia, de manera pacífica, quizá porque en el
conjunto de su territorio no existía una fuere comunidad serbia, por lo que,
colmo había sucedido también en Eslovenia, nunca fue interesante para ese gran
estado serbio que se pretendía crear por parte de los nacionalistas. En su
caso, fue Grecia quien más problemas puso a su reconocimiento, principalmente
por los derechos históricos que ésta tenía sobre el propio nombre del país,
aunque el cambio de denominación del país (de Antigua República Yugoslava de
Macedonia, pasaría a llamarse, en 2019, República
de Macedonia del Norte) terminaría de limar asperezas con el estado del mar
Egeo. En este caso, los conflictos llegarían más tarde, en los primeros años
del siglo actual, con el enfrentamiento entre los eslavos macedonios, que eran
mayoritarios en el país, con la minoría albanesa.