Si bien es cierto que el tribunal de la Santa Inquisición es
uno de los temas que de forma más continuada han sido tratados por los
historiadores especializados en el estudio de las instituciones del Antiguo
Régimen, también lo es que, en muchos de sus aspectos, es uno de los más
desconocidos, al menos por la opinión pública generalista. Por una parte, es
una de las instituciones que han sido más vilipendiadas a lo largo de los
siglos por ese cáncer de nuestro pasado que es la “leyenda negra”; una leyenda
negra que, si bien nació a partir de los textos de algunos tratadistas extranjeros,
ingleses y holandeses sobre todo, también ha sido aceptada sin la más leve
muestra de crítica, y eso es lo más lamentable, entre algunos españoles. Sobre
la leyenda negra habría mucho que hablar -y en este sentido invito a repasar
algunos de los vídeos y de los artículos que presento en la página de “Noticias
históricas” de este blog-, pero ciñéndonos al tema que nos ocupa, el de la
Inquisición, éste no es un invento moderno, ni tampoco es un invento
propiamente español. Mucho tiempo antes de una Inquisición española, creada
durante el reinado de los Reyes Católicos, existía ya, desde la Edad Media, una
Inquisición papal, y de su terrible dureza, tanto o más que la española, son
una imagen muy clarificadora las últimas escenas de la inolvidable película “El
nombre de la rosa”, de Jean-Jacques Annaud, versión cinematográfica de la no
menos conocida novela de Umberto Eco, que al mismo tiempo, refleja de una manera
bastante fiel el ambiente, entre religioso y político, que se desarrolló en la
Francia del siglo XIII con el asunto de los cátaros. Por otra parte, además,
persecuciones religiosas ha habido siempre, en todas las civilizaciones, y aún
las sigue habiendo en la actualidad, sobre todo, en algunas regiones del
planeta.
En este sentido, también debemos tener en cuenta la escasez de estudios que tratan el tribunal en su última etapa, la que abarca desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros de la centuria siguiente, hasta la desaparición del propio tribunal durante el Trienio Constitucional. Y es que, aunque en ocasiones demasiado latente en medio de un debate intenso entre quienes estaban a favor del tribunal y quienes estaban en contra, la maquinaria propia de la institución siguió funcionando durante ese periodo, generando una abundante documentación que, por lo que se refiere al tribunal conquense -cuya jurisdicción abarcaba, como es sabido, además del propio obispado de Cuenca, el de Sigüenza y el priorato santiaguista de Uclés-, y como sucede también con otras etapas de su existencia, forma parte, todavía, de los fondos del Archivo Diocesano de Cuenca -en otros tribunales, esa documentación fue trasladada al Archivo Histórico Nacional-. Y es ésta, precisamente, la documentación que ha estudiado al detalle el profesor Dionisio A. Perona Tomás, profesor titular de Historia del Derecho en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Castilla-La Mancha, en su campus conquense. Fruto de esos estudios es el libro que ha sido publicado por la editorial Dykinson en dos volúmenes: “El ocaso de la Inquisición en Cuenca: evolución y personal” y “Procedimiento y procesos de la Inquisición de Cuenca en sus últimos años”.
El primer volumen de la serie, como ya se indica desde el subtítulo, está conformado a su vez por dos partes claramente diferenciadas. Por una parte, se estudia la evolución del tribunal desde las últimas décadas del siglo de la Ilustración, pasando por las diferentes vicisitudes a las que el tribunal se vio obligado a enfrentarse durante el primer liberalismo, el de las Cortes de Cádiz y la primera Constitución española, hasta su desaparición definitiva, durante el Trienio Constitucional. Se analiza esa evolución de manera cronológica, tanto en sus aspectos más generalistas como en lo que esos aspectos pudieron afectar al propio tribunal conquense. Y en segundo lugar, se analiza pormenorizadamente el organigrama propio del tribunal, es decir, quiénes eran los profesionales que formaban parte de éste, desde los propios inquisidores hasta los últimos escalones de la pirámide, como los médicos y los cirujanos, sin olvidar, tampoco, a aquellos que, sin depender orgánicamente de éste, colaboraban con la gran maquinaria inquisitorial: consultores, calificadores, comisarios, familiares y revisores.Hay que destacar, en primer lugar y como no podía ser de
otra forma, a los propios inquisidores. En el tribunal de Cuenca, normalmente,
había dos o tres inquisidores, que se distribuían los procesos. Los
inquisidores eran, por supuesto, miembros del sector eclesiástico, y usualmente
eran miembros, además del cabildo o de la curia diocesana. En algunos casos compatibilizaban
su cargo con el de provisor diocesano; es decir, eran quienes dirigían,
también, el tribunal del obispo, y sustituían a éste en situación de sede
vacante. Y junto a los inquisidores, los fiscales ejercían la labor de acusación
a los reos. Al igual que los inquisidores, los fiscales eran también religiosos.
Pero existían también otros profesionales destacados, como
los secretarios, que los había de distintos tipos, dependiendo de su categoría
y de la labor que debían ejercer dentro del tribunal. Los secretarios podían
ser religiosos o seglares; sólo era necesario que supieran de leyes. En algunas
ocasiones, al mismo tiempo ejercían libremente de notarios, y muchas veces lo
hacían también para el tribunal diocesano. Algunos de ellos formaban parte de
las élites políticas y sociales de la ciudad, y en este sentido cabe destacar
las figuras de Santiago Antelo y Coronel, y de Juan Ignacio Rodríguez de
Fonseca. Ambos fueron regidores de Cuenca, y ocuparon cargos de importancia en
diversas instituciones locales, antes y después de la instauración del régimen
constitucional. Santiago Antelo, además, fue durante mucho tiempo uno de los
cuatro notarios de la Audiencia Episcopal,
y su notaría sería traspasada después a otros miembros de la familia.
Rodríguez de Fonseca, por su parte, fue
el primer presidente de la Diputación Provincial, una vez constituida ésta
por el régimen liberal; durante la Guerra de la Independencia había sido hecho
prisionero por los franceses y trasladado a una cárcel de Madrid, con el fin de
intentar garantizar que la ciudad no se levantara en armas contra el invasor.
Otra figura a destacar en el tribunal, en este sentido, fue Tomás Antonio Saiz,
que compatibilizaba su cargo en la Inquisición con el de fiscal del tribunal
diocesano.
Había también otros profesionales que, en todos los casos, eran
seglares. Un ejemplo de ello era el de alcaide, quien, con la ayuda de un
teniente, como persona a cuyo cargo estaba el propio edificio de la
Inquisición, era el encargado de garantizar la seguridad de los presos; también
era el encargado de su manutención, pero siempre a cargo de los propios presos,
a partir de los bienes que anteriormente se les habían confiscado, y de lo cual
había dejado constancia por escrito uno de los secretarios -estos secretarios
no eran los mismos que redactaban las actas de los procesos-. También, entre
los profesionales procedentes del mundo seglar, estaban los médicos y los
cirujanos, encargados de atender tanto a los presos como a los propios miembros
del tribunal, siempre que fuera necesaria su asistencia.
El segundo tomo del trabajo está dedicado al estudio de los procesos
propiamente dichos. Estos procesos no se diferencian demasiado de los procesos
incoados en otros periodos de existencia del tribunal, aunque la lógica de la
cronología hiciera que algunos de esos tipos, que fueron característicos en sus
primeras etapas, como los relacionados con el judaísmo, ya apenas tuvieran
importancia. Otros sí eran los mismos: solicitación, proposiciones, blasfemia,
tenencia de libros prohibidos… Y también surgieron algunos procesos nuevos,
como los relacionados con el liberalismo y la masonería.
Finalmente, quiero hacer constar que este trabajo, de alguna manera, complementa mi tesis doctoral, que dediqué al otro tribunal eclesiástico de la diócesis, el Tribunal de Curia Diocesana, aproximadamente en este mismo periodo: el primer tercio del siglo XIX. Precisamente, hay que hacer constar que este libro ha sido dedicado por su autor al profesor José Antonio Escudero López, uno de los principales estudiosos españoles de Historia del Derecho y de las instituciones, y especialista, entre otros temas de investigación, en el estudio de la Inquisición. Él fue, precisamente, el presidente del tribunal que aprobó, con sobresaliente cum laude, la mencionada tesis doctoral. Por uno y otro motivo, tengo que reconocer que la lectura del texto me ha parecido apasionante, más allá del verdadero interés que el tema tienen para todos aquellos que puedan estar interesados en la historia de la Inquisición, o en la historia de Cuenca en general.