Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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martes, 29 de abril de 2025

LA INFLUENCIA DEL ASOCIACIONISMO CATÓLICO BELGA EN ESPAÑA Y PORTUGAL


En un mundo donde empezaban a desarrollarse las ideologías de cariz izquierdista, como el socialismo y el anarquismo, que buscaban las mejores sociales entre los trabajadores y el pueblo en general, el asociacionismo católico fue impulsado por la doctrina social de la Iglesia, desarrollada en diferentes documentos papales ya desde la segunda mitad del siglo XIX. Entre estos textos, habría que destacar la encíclica “Rerum Novarum “, en la que, ya en 1891, el papa León XIII sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia, defendiendo el derecho de los trabajadores para organizarse profesional y socialmente. Más tarde, en 1931, Pío XI profundizó en la doctrina social, y abordó el peligro de los totalitarismos en la encíclica tituladaQuadragesimo Anno”. Ya más tardíamente, en 1961, Juan XXIII, el mismo papa que promulgaría el concilio Vaticano I, aunque su fallecimiento le impidió llegar a verlo convertido en una realidad, reafirmó la importancia de las asociaciones católicas en la justicia social, en la encíclica “Mater et Magistra”.

Dicho esto, Bélgica fue uno de los centros clave del asociacionismo católico en este periodo de entresiglos, y sobre todo durante toda la primera mitad del siglo XX. A comienzos de dicha centuria, el religioso belga Monseñor Joseph Cardjin (1882-1967), firmemente comprometido con el compromiso social de la Iglesia católica, en un mundo cada vez más proletarizado, fundó en 1920 la Acción Católica, y cinco años más tarde, en 1925, la Juventud Obrera Católica (JOC), que tuvo una enorme influencia en la formación de los jóvenes trabajadores dentro de la fe católica y la acción social. El religioso belga promovió la metodología del "Ver, Juzgar, Actuar", que se convirtió en un principio fundamental de la doctrina social de la Iglesia. Monseñor Cardjin estuvo al frente, como consiliario general de su asociación, hasta 1965, fecha en la que dimitió debido a su avanzada edad. Ese mismo año, en el mes de febrero, y sólo una semana después de haber sido consagrado obispo, el papa Pablo VI, sucesor de Juan XXIII, le recompensó con la púrpura cardenalicia, con el título de cardenal diácono de San Miguel Arcángel. Ese mismo año, también, en el mes de diciembre, el mismo pontífice declararía clausurado el concilio Vaticano II. Dos años más tarde, el 24 de julio de 1967, el fundador de las JOC fallecía en un hospital de Lovaina, siendo enterrado  en la iglesia de Nuestra Señora de Laeken, una iglesia que fue mandada construir por el rey Leopoldo I para convertirla en panteón real de su dinastía. Su labor llegó a ser tan importante, que influyó en la redacción de algunas de las encíclicas papales, como ”Quadragesimo Anno”, firmada en 1931 por Pío XI, y también fue considerable su influencia en otros países europeos, principalmente en los dos países ibéricos, España y Portugal.


De esta forma, el nuevo catolicismo belga influyó de forma importante en el asociacionismo católico tanto en España como en Portugal, y esto es, precisamente, lo que ha venido a estudiar Ángel Luis López Villaverde, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha en su campus conquense, en su último libro: “En Cristo obrero. La conexión con el catolicismo social portugués y español durante las dictaduras salazarista y franquista”. El mismo autor ha explicado la importancia que la jerarquía católica quiso dar al asociacionismo de tipo católico en este momento:

“En una Europa marcada por un avanzado proceso de secularización, la respuesta católica al retroceso de la sociedad de cristiandad, pasó de la reacción contrarrevolucionaria de Pío IX (1846-1878), del rechazo al liberalismo y a los errores modernos, a la estrategia posibilista de León XIII (1878-1903), que se dispuso a poner freno a la descristianización de las masas trabajadoras y a prevenir la amenaza socialista, compitiendo con la movilización obrerista desde sus propios parámetros. Su encíclica Inmortale Dei (1881), sobre la constitución cristiana del Estado y el compromiso social y político ciudadano, desbrozó el camino. Aunque el paradigma lo fijaría otra encíclioca, Rerum Novarum (15 de mayo de 1991), dedicada a la situación de los obreros. Con este texto, antiliberal y antimarxista, dedicado a restaurar la cristiandad y a servir de contrapeso a la política anticlerical, nació la doctrina social de la Iglesia, el cristianismo social. Supuso  también el fin de la nostalgia precapitalista y de la utopía romántica del catolicismo social de década anteriores, para situarlo, con realismo, en un terreno equivalente y herramientas similares al del socialismo. La doctrina de León XIII aceptaba los valores seculares y liberales como mal menor, incluida la propiedad privada, y proponía la doctrina social de la Iglesia como campo de batalla. Una restauración social que implicaba la movilización, organizada, de los laicos, como soldados de la recristianización, y bajo el control de la jerarquía, lo que se conoció, indistintamente, como movimiento católico y como acción católica”.

Y más adelante continúa: “Su propuesta situaba a los seglares al frente de una suerte de ejército misionero que integrara los diversos movimientos católicos existentes e interviniera en su medio social. Para ello, la nueva AC [Acción Católica] debía contar con una estructura jerárquica, coordinada por ramas especializadas (por sexo, edad y medio social), con autonomía de pensamiento y acción. A partir de ahí, sus objetivos se concretaban a dos niveles, una formación integral de sus miembros a la vez que una acción con incidencia social, tanto en el plano familiar como en la vida pública, Con esta línea de apostolado, la organización se fue institucionalizando en los países de tradición católica (1923 en Italia; 1925 en Polonia; 1926 en España;  1927 en Yugoslavia y Checoeslovaquia; 1928 en Austria; 1933 en Portugal) Y encontró expresión simbólica en la fiesta de Cristo Rey, instituida en 1925, para significar la realeza de Cristo, según el ideal de una nueva cristiandad, teorizado por Jacques Maritain, como renovada necesidad del primado de lo espiritual sobre lo temporal.  En paralelo a ese proyecto pastoral, se fijó una concepción teológica de la AC como participación  de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia, pues sólo ellos podían llegar a zonas donde los clérigos no lo hacían. En definitiva, la experiencia de la Acción Católica contribuía  al reconocimiento del pleno valor de apostolado de los laicos, que no se limitaba a una acción temporal, al expresar una espiritualidad y representar una conquista interior y exterior. Siempre bajo la dependencia del clero. Una reconquista cristiana que continuó con Pío XII. En su visión utópica y casi mesiánica se sobreentiende que el principal adversario ideológico era el comunismo. De modo que el anticomunismo se convirtió en el principal foco movilizador social y religioso hasta los años sesenta.”

Después de la Segunda Guerra Mundial, y en el contexto de la Guerra Fría, también debe ser tenido en cuenta el papel jugado tanto por la Acción Católica como por las Juventudes Obreras Católicas, en la lucha contra el comunismo: “En 1951, monseñor Cardjin viajó a Estados Unidos. Fundaciones como la Ford, la Carnegie, y, sobre todo, la Rockefeller, eran consideradas las mejores formas de financiación encubiertas, pues suponían buenas tapaderas para encubrir fondos gubernamentales con los que financiar actividades anticomunista. Se esperaba de los individuos e instituciones  subvencionadas por la CIA, que actuasen como parte de la campaña de persuasión y propaganda de la guerra fría cultural.” En aquel contexto, en la década de los años cincuenta, en el seno del Primer Congreso Mundial de la JOC y del Manifiesto de Roma, firmado en 1957, nacía oficialmente la JOCI (Juventud Obrera Católica Internacional).


Sin embargo, la celebración del concilio Vaticano II en la década siguiente, significaron una etapa de crisis para la JOCI: “Los años postconciliares fueron tiempos difíciles para la JOC como organización internacional. La JOCI entró en crisis, planteándose en su seno el proyecto de una secularización radical como alternativa al movimiento obrero, lo que provocó tensiones que estallaron en 1986, con el nacimiento de la CIJOC (Coordinadora Internacional de las JOC), que pretendía restablecer los objetivos originales, desde Una perspectiva evangelizadora y sin pretender ser alternativa al sindicato.”

El catolicismo en España y en Portugal tuvo algunos aspectos en común, pero también muchos aspectos diferentes. En Portugal, el catolicismo tenía un peso muy importante, representado por las figuras de Antonio Oliveira Salazar, en lo político, y de Manuel Gonçalves Cerejeira, en lo religioso. El primero ya había ocupado alguna cartera ministerial en la etapa de la Dictadura Nacional, y en 1933 se convertiría en el líder del llamado Estado Novo. Por su parte, el segundo sería patriarca de Lisboa durante casi cincuenta años, entre 1929 y 1977. Amigos ambos en su juventud desde sus tiempos de estudiantes en la Universidad de Coimbra, las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el país vecino durante el Estado Novo fueron estrechas. La Iglesia desempeñó un papel importante en la legitimación del régimen. Por su parte, el régimen utilizó a la religión como herramienta de propaganda y de control social, fomentando la moral católica y la educación religiosa en las escuelas. No obstante también hubo tensiones, como el asunto del exilio forzado del obispo de Oporto, Antonio Ferreira, considerado el más liberal de todos los obispos portugueses. En este contexto, ya desde los últimos años de la década de los años sesenta y, sobre todo, durante la década siguiente, algunos grupos de católicos progresistas colaboraron activamente en la caída del régimen, que culminó en 1974 con la Revolución de los Claveles.

Así las cosas, la influencia del asociacionismo católico de carácter laico en el conjunto de la sociedad portuguesa vino dada por varias organizaciones, entre las que cabe destacar la Acçao Catolica Portuguesa (ACP). Aunque su nacimiento oficial no se produciría hasta finales 1933, su origen puede remontarse hasta el mes de abril del año anterior, por influencia directa del asociacionismo católico belga: “Sus grandes animadores -afirma el doctor López Villaverde- fueron el padre Buenaventura Alves de Almeida y unos jóvenes curas portugueses  que estudiaban en la Escuela de Ciencias Político-Sociales de la Universidad de Lovaina en el curso 1930-31, los llamados padres de Lovaina, que desarrollaron fuertes preocupaciones y admiración de la experiencia obrera católica belga. Se trata de los sacerdotes Manuel Rocha y Abel Varzim, que enviaban desde Bélgica artículos a medios católicos portugueses… mostrando su admiración por la vasta obra realizada en favor de la clase obrera belga por la CSC, la LNTC/ACW y la JOC/KAJ, y el contraste con la acción social católica en Portugal”.

Y más tarde, el autor del libro profundiza más en la cuestión: “Oliveira -se refiere a Erneto Serra de Oliveira, arzobispo de Mitilene, verdadero impulsor de la ACP- se había ido reuniendo con diferentes sensibilidades eclesiásticas. Especial interés mostraron los padres de Lovaina, Manuel Rocha y Abel Varzim, a quienes invitó a que elaboraran un proyecto de Acción católica en Portugal. Estos pusieron su mirada en el país en el que se habían formado académicamente. La experiencia belga resultaría decisiva en el lanzamiento de la ACP, con la presencia de Joseph Cardjin en los trabajos preparativos de la nueva organización de apostolado.”

Por lo que se refiere a España, el enfrentamiento entre liberales y absolutistas, que caracterizó a todo el siglo XIX, había colocado a muchos eclesiásticos cerca de los postulados carlistas, si bien también es cierto que otros muchos religiosos, sin embargo,  se colocaron dentro del régimen liberal. La llegada de la Restauración, que puso fin al llamado Sexenio Revolucionario y a la Tercera Guerra Carlista, dividió a los católicos en diferentes grupos de opinión, desde los propios carlistas hasta los conservadores liberales, más partidarios de la separación entre Iglesia y Estado. Paralelamente a ello, los anticlericales, que hundían sus raíces en el liberalismo decimonónico más exaltado, representados sobre todo por los socialistas y los anarquistas, si bien, todavía, seguían siendo minoritarios en el conjunto de la sociedad, llegaron a alcanzar, a caballo entre los siglos XIX y XX, una fuerte implantación, sobre todo en la sociedad urbana. Y como no podía ser de otra forma, durante la crisis de la Restauración, que supuso la llegada al poder de Miguel Primo de Rivera, los católicos se pusieron masivamente de parte del dictador. Así las cosas, la crisis y el enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado llegó a alcanzar cotas elevadas durante la Segunda República, iniciándose los ataques contra la primera desde el mismo momento de instaurarse la República, tal y como lo demuestran los repetidos incendios de templos que se dieron en algunas ciudades andaluzas. Sin embargo, ni durante la República, ni en los tiempos de la dictadura franquista, la Iglesia fue tan monolítica como se ha querido ver en muchas ocasiones. Por el contrario, no fueron escasos los laicos y los eclesiásticos, incluso algunos obispos entre ellos, que no dudaron en enfrentarse al gobierno, especialmente a partir de los años sesenta.

En España, por su parte, el asociacionismo sindicalista de carácter católico también se encontraba dividido, lo que provocó una crisis, que se dejó notar entre la comunidad de los creyentes principalmente a partir de los años sesenta: “La crisis de la ACE [Acción Católica Española] tuvo especial incidencia en los movimientos especializados obreros. El 22 y 23 de abril de 1967, tanto la JOC [Juventud Obrera Católica] como la HOAC [Hermandad Obrera de Acción Católica] enviaron sendos comunicados a la CEE [Conferencia Episcopal Española] revalorizando sus aportaciones a la evangelización de los jóvenes y adultos obreros, así como los resultados de su acción, pidiendo, en el caso de la JOC. Comprensión  a su misión, y mostrando explícitamente la HOAC su decepción ante unos momentos <<tan trágicos para nosotros>>. Unos días después, del 4 al 7 de mayo, en la celebración del I Congreso Nacional del Apostolado Seglar, no asistió ningún representante de los movimientos obreros ni de juventud, por su disconformidad con la organización y la mentalidad conservadora de los asistentes, la mayoría eclesiásticos. La correspondencia mantenida entre el presidente nacional de la JOC, Enrique del Río, y el presidente de la CEE, reiteraba la tensión entre una organización que pedía mayor autonomía para realizar su fin apostólico dentro de la juventud trabajadora, y los reproches de la jerarquía para que mantuviera su obediencia y evitar la ruptura. Dos meses después, el 23 de julio de 1967, Cadjin murió. En junio de 1968, la JOC internacional pidió al presidente de la CEE un estatuto propio, aprobado en el Consejo Nacional de Segovia, y apoyado por la JOCI [Jeunesse Ouvriere Catholique Internationale]. En febrero de 1970 llegó la resolución: la CEAS [Comisión Episcopal del Apostolado Seglar] dispensaba temporalmente a la HOAC masculina y a la HOC y JOCF de su vinculación estatutaria a los órganos centrales de la ACE, aunque mantenían su vinculación jerárquica directa con la CEAS.”

A modo de conclusión, es difícil entender la historia de la Iglesia a lo largo del siglo XX, sin tener en cuenta las tensiones que se dieron entre los creyentes y los agnósticos, por un lado, y ya entre los primeros, entre los eclesiásticos y los seglares, que caracterizaron el proceso de secularización del conjunto de la sociedad, incluso en los países más católicos de Europa. En ese proceso, y al contrario de lo que sucedió en etapas anteriores, el papel de los laicos ha sido sustancial, tal y como entendieron todos los pontífices del siglo XX. Por lo tanto, el asociacionismo católico ha sido clave en la defensa de los derechos de los trabajadores y en la formación de los laicos en la vida pública. En Bélgica, España y Portugal, sus manifestaciones fueron diversas, pero compartieron una misma misión: la integración de la fe con el compromiso social. Durante el pontificado de Pío XI (1922-1939), la doctrina social de la Iglesia se consolidó con una visión más estructurada del papel del asociacionismo en la defensa de los trabajadores y la moral cristiana frente al comunismo y el liberalismo extremo. Y esa consolidación vino marcada por una creciente implantación de la Acción Católica, y de otras asociaciones de carácter proselitista, en el seno de la Iglesia Católica, en aquellos países en los que esta Iglesia seguía siendo mayoritaria en el conjunto de la sociedad.


Monseño Josph Cardjin. El apóstol de los obreros.







viernes, 10 de enero de 2025

UNA “HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL” PARA RECORDAR UNA PARTE DE NUESTRA HISTORIA

 

Si tuviéramos que elegir cuatro o cinco puntos calientes en el mapa geopolítico de las últimas décadas, de esos que permanecen latentes y perennes a lo largo del tiempo, más allá de las sangrientas crisis bélicas que ahora podemos seguir en directo a través de la televisión, como la guerra de Ucrania o en el Oriente Medio, uno de ellos es, sin duda, el Sahara español. Territorios olvidados durante mucho tiempo para la opinión pública del mundo “civilizado”, porque no son ya teatro de operaciones de ninguna guerra actual, pero que de vez, por un suceso puntual, como fue hace algunos meses el asunto de Brahim Ghali, vuelven a las páginas de los periódicos o a los debates televisivos, para recordar a los diplomáticos y a los expertos en geopolítica que el problema sigue vigente, y sin resolverse por los órganos competentes. Territorios olvidados en la memoria colectiva de aquellos países que un día fueron parte de su historia, o de aquellos países que se creen con derechos históricos para decidir sobre las vidas de sus habitantes. Territorios desconocidos, como éste del Sahara, incluso para los propios españoles. Y por ello, porque el antiguo Sahara español es un gran desconocido incluso en España, sobre todo entre los más jóvenes, es por lo que resulta interesante este libro que vengo a comentar en esta nueva entrada, y que ha sido escrito por el escritor e investigador Gerardo Muñoz Lorente, un autor que conoce bastante bien el territorio africano español porque, aunque actualmente reside en Alicante, nació en la plaza de Melilla en 1955.

Se trata, como se describe ya desde el mismo título, de una historia del Sahara español, una historia que arranca desde la primera colonización del territorio; incluso desde algún tiempo antes, porque, si bien es verdad que la historia de la colonia, como tal, arranca de los años finales del siglo XIX, la relación de nuestro país con este territorio del África occidental se remonta a mucho tiempo antes, incluso a los mismos años de la conquista española de las islas Canarias. Porque, de forma paralela a la conquista del propio archipiélago, se conocen ya las primeras incursiones de los españoles en la zona, con el fin de aprovechar los recursos pesqueros que ofrecía el litoral africano y, sobre todo, los que ofrecían las rutas caravaneras que, desde la no demasiado lejana Tombuctú, hoy en el norte de Mali, comunicaban con las ciudades más septentrionales del continente, en Marruecos o en Argelia, y desde allí, también con el lejano oriente; rutas que comerciaban con oro, marfil o, incluso, con esclavos.

Para ello, para proteger las razias que, desde canarias, protagonizaban aventureros como Juan de Bethacourt o Pedro Fernández de Saavedra, señor de Lanzarote, se fueron creando diferentes fortines en la costa africana, entre Cabo Bojador y la actual ciudad marroquí de Agadir, entre las que destacó, ya en tiempos de los Reyes Católicos, la fundación de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en el territorio que más tarde,  hasta 1976, fue la provincia de  Saguía el-Hamra, y que actualmente es la provincia marroquí de Tarfaya.

A lo largo del siglo XIX, la historia del Sahara español, como también la historia de Río Muni, la otra colonia española en África, en la actual Guinea Ecuatorial, estuvo siempre unida a la historia de los territorios norteafricanos que, con el tiempo, se convertirían en el protectorado español de Marruecos. Así, el tratado de Uad-Ras, que pondría fin a la guerra que entre 1859 y 1860 había enfrentado a Marruecos con España, obligaba a aquél a “ceder a perpetuidad, para la explotación de pesquerías, un territorio donde estaba establecida la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, frente a Lanzarote”. Si bien es cierto que la dificultad que en ese momento existía para localizar la antigua fundación española fue alargando el plazo que se le había dado a Marruecos para ceder a España el dominio sobre el territorio, fue éste el primer paso que se dio para la creación, a partir de 1884, de la futura colonia. La fundación de Villa Cisneros por el Emilio Bonelli,  como representante de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, fue el primer hito histórico para dicha colonización. Cincuenta años más tarde, en 1938, en plena guerra civil, el comandante Antonio de Oro fundaría El Aaiún, convirtiéndola en nueva capital de la colonia.

Más allá de ello, el establecimiento de los españoles en el Sahara siempre fue bastante precario, y sólo el descubrimiento de yacimientos de fosfatos en la década de los años cuarenta del siglo pasado, hizo que aumentara, al menos en algunos círculos, el interés de España por un territorio desértico, poblado sólo por algunos grupos de tuaregs, nómadas que entraban y salían de la colonia al albur de sus propios intereses. Para entonces, sin embargo, los tiempos habían empezado a ser bastante complicados para continuar con aquella política colonialista que había caracterizado a la Europa del siglo XIX. La década de los años cincuenta, y sobre todo en los sesenta, había significado la descolonización de muchos territorios, y el nacimiento de nuevos países. También en el Sahara español se estaban empezando a desarrollar los primeros movimientos nacionalistas, que provocaron una guerra encubierta, de la que el gobierno quiso dejar al margen a la opinión pública que residía en la metrópoli. Una guerra que provocó, a lo largo de estas décadas, un número importante de muertos, y que obligó a los gobernantes de la colonia a crear, en el mes de febrero de 1958, la operación Teide, para liberarse definitivamente de la presión militar que ejercía el ELN saharaui (Ejército de Liberación Nacional), apoyados por las FAR marroquíes (Fuerzas Armadas Reales) sobre la población civil y sobre las escasas tropas que defendían la colonia:

“El 25 de febrero concluyó la operación Teide, con la completa derrota del ELN en el Sahara español. Las tropas francesas regresaron a su territorio: tuvieron 7 muertos y 32 heridos. Los españoles registraron 5 muertos y 17 heridos. Del ELN se contabilizaron 40 muertos. Este mismo día, Mohammed V reclamó solemnemente el Sahara español para Marruecos, en un discurso pronunciado en M`Hamid el Ghizlane (a poca distancia de la frontera sur con Argelia), asumiendo así oficialmente el programa expansionista del Istiqlal sobre el Gran Marruecos. El 20 de marzo de 1958 se dio por terminada oficialmente una campaña militar que bien podría denominarse guerra oculta de Ifni y Sahara, puesto que fue una contienda que pasó desapercibida para la opinión pública española. A lo máximo que llegaron los españoles fue a ver unos incomprensibles Nodos, en los que diversas cantantes españolas alegraban la Navidad de unos soldados españoles que nadie sabía qué hacían allí… El balance final de esta guerra oculta es impreciso, pero puede calcularse, por parte española, en aproximadamente 300 muertos y desaparecidos, más de 500 heridos, y al menos 40 prisioneros, pues éste es el número de los que fueron liberados un año después. Si bien el Sahara español fue totalmente recuperado, no ocurrió lo mismo con Ifni, cuyo territorio quedó por completo en poder de Marruecos, a excepción de la Capital, Sidi Ifni. Mohammed V forzó la disolución del ELN, y sus tropas en Ifni fueron sustituidas por las Fuerzas Armadas Reales.”

Y es que, aunque es cierto que el territorio del Sahara nunca había formado parte del sultanato marroquí, desde la independencia definitiva del país alauita se habían venido a asentar las tesis del partido Istiqlal, el partido nacionalista que había tomado sobre sus espaldas la tarea de conseguir la independencia, respecto a la creación de un Gran Marruecos, formado, además por el propio país marroquí y por el Sahara, y las plazas norteafricanas de soberanía española (Ceuta, Melilla, Vélez de la Gomera, Alhucemas, islas Chafarinas y Perejil), toda Mauritania, las provincias argelinas de Béchar y Tinduf, y la zona norte de Mali, alrededor de la histórica ciudad de Tombuctú. De esta forma, los deseos de Marruecos empezaron a colisionar con los postulados de los nacionalistas saharauis, un nacionalismo que fue creciendo alrededor de los primeros partidos políticos, reconvertidos, poco tiempo después, en grupos terroristas: OVLS (Organización de Vanguardia para la Liberación del Sahara) y el Frente Polisario. Algunos de los primeros dirigentes de estos grupos habían formado parte de las llamadas tropas nómadas, un regimiento auxiliar del ejército colonial español, como es el caso del propio Brahim Gali, uno de los dirigentes primeros del OVLS, y actual  secretario general del Frente Polisario y presidente de la no reconocida República Árabe Saharaui Democrática, el mismo que desencadenó, hace algunos meses, la última crisis hispano-marroquí, al haber permitido el gobierno español su entrada en el país con el fin de curarse, en un hospital de Logroño, de los problemas de salud que le había producido el contagio por Covid.

Para el futuro del Sahara español, todo se desencadenaría durante la primera mitad de la década de los años setenta. En 1973, la Yemaa, la Asamblea General del Sahara, que había sido creada por el Gobierno español en 1967 sólo como un órgano de carácter consultivo, y que estaba formada por los jefes de las diferentes tribus que estaban asentadas en el territorio, por el presidente del cabildo provincial, y por los alcaldes de El Aaiún y Villa Cisneros, solicitó oficialmente la aprobación de un estatuto de autodeterminación para el Sahara, una autodeterminación que se fue retrasando a pesar de contar con el favor de una parte del Gobierno. A lo largo de 1974, tanto en España como entre los diplomáticos extranjeros se fueron creando dos posturas antagónicas: por un lado, y al amparo de un posible referéndum en el conjunto de los habitantes, la independencia plena del territorio, como un país nuevo; por el otro lado, incorporar el Sahara a Marruecos:

“Según Piníés [Jaime de Piniés, representante español ante las Naciones Unidas en esta época], por aquellas fechas había entre los españoles tres tendencias acerca de cómo gestionar el futuro del Sahara. La primera era la determinada por la diplomacia, encabezada por el ministro Cortina y acorde con el referéndum anunciado. Esta tendencia creo que está conforme con la línea personal de Franco y los intereses económicos que, en ese momento, España tenía en el Sahara: el INI, Unión Española de Explosivos, la pesca,… A este grupo de interés económico se refería Menéndez del Valle en su artículo de la revista Triunfo…, llamándolo lobby proargelino y, por tanto, a favor de la independencia saharaui…. La segunda tendencia se circunscribía a la oficialidad del Ejército destacada en el Sahara. Coincidía con la primera tendencia, pero por razones diferentes. Primero por la amargura constante ante reiteradas prohibiciones de defenderse eficazmente ante Marruecos, aunque fuese haciendo uso del principio de persecución en caliente que está admitido en todo el Derecho Internacional, y que, sistemáticamente, se vetaba entonces. Segundo, porque opinaban que la preparación de un referéndum previo a la descolonización era para fomentar y promocionar al pueblo saharaui y no para acceder al territorio en un plazo inmediato… La tercera tendencia era la de los partidarios de ceder el territorio a Marruecos, integrada por un grupo de inmovilistas encabezado por el ministro-secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, y algún allegado a la familia de Franco… El argumento principal de este grupo era el de que, una vez decidida la salida de España del Sahara, éste no debía quedar bajo el dominio del Polisario, aliado de la Argelia revolucionaria, por cuanto debía servir para que el MPAIAC [Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario] acentuara su influencia en Canarias; además, estaban las ventajas ofrecidas por Marruecos si se le cedía el territorio: concesión de dos bases militares y olvido indefinido de las reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla. Próximos a esta tesis estarían los gobiernos estadounidense y francés.”

Es precisamente esta coyuntura política entre los defensores de la independencia y los que defendían los postulados marroquíes, la que ha provocado el posterior, e irresuelto a pesar de las diferentes resoluciones de la ONU, conflicto saharaui. El año 1975 fue decisivo en este sentido. A la división del propio Consejo de Ministros de Arias Salgado, entre los defensores de una y otra postura, se vino a añadir, en los primeros meses, el aumento de los ataques por parte del Frente Polisario, la visita a todos los países interesados en el conflicto (Marruecos, Argelia y Mauritania, además de la propia España) de una comisión de delegados de la ONU, el aviso de una retirada unilateral de las tropas españolas, el inicio de la operación Golondrina (encaminada a preparar la evacuación del territorio, si así se considerara necesario, especialmente de la población civil), y los planes marroquíes de invasión, primero con carácter militar, que desembocaron finalmente en la llamada “Marcha Verde”, organizada por el rey Hasán II, con el apoyo de algunos países extranjeros (en este sentido, ha sido muy discutido entre los investigadores el papel jugado por el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger, y por su país, en la organización de la propia marcha).

Todo se desencadenó a partir del mes de noviembre. Ya desde los primeros días del mes anterior la tensión fue in crescendo, sobre todo desde que hubieran aumentado las noticias respecto a una posible invasión armada del Sahara por parte de Marruecos. En efecto, el 31 de octubre se llevó a cabo una incursión militar contra algunas ciudades del norte de la colonia (Haousa, Farsia e Idriya), y entre los días 6 y 7 de noviembre también cruzó la frontera la Marcha Verde, dividida en tres columnas (de Tarfaya a Daoura; de Abattekh a Hagunia, y de Zag a Mabhes), que estaba formada por centenares de marroquíes y de voluntarios procedentes de diferentes países musulmanes (también, entre sus miembros, pudo verse, incluso alguna bandera norteamericana). En los campamentos permanecieron hasta  los días 10 y 11 de noviembre, cuando estos se levantaron y la Marcha regresó a las cuidades del sur de Marruecos. En los días siguientes, durante todo el mes de noviembre, la población civil española del Sahara, y también los militares, terminaron la evacuación de la antigua colonia, al tiempo que se establecía allí una nueva administración, amparada por la ONU, con la colaboración de los gobiernos de Marruecos y Mauritania.

Con respecto a la ONU, hay que señalar la contradictoria política del organismo internacional, que si bien por su resolución 3485 aprobaba (con 88 votos a favor, cuatro en contra y cuarenta y dos abstenciones, incluida la de España) , la libre autodeterminación y la responsabilidad de la potencia administradora y de la propia ONU con respecto a la descolonización del territorio, con la resolución 3458 (con 48 votos a favor, entre ellos el voto español,  32 en contra, y 52 abstenciones), reafirmaba el derecho, de todas las poblaciones originarias del Sahara a esa autodeterminación. Con respecto a esto, dice lo siguiente el autor del libro: “Las diferencias eran importantes por cuanto la resolución A, haciendo caso omiso de los Acuerdos de Madrid, seguía pidiendo la celebración de un referéndum bajo la administración española y el auspicio de las Naciones Unidas, mientras que la resolución B, tomando nota de los Acuerdos de Madrid, pedía a los firmantes de estos que, también con el concurso de la ONU, organizaran un referéndum en el que pudieran ejercer su derecho todas las poblaciones saharianas originarias del territorio, es decir, también los saharauis que se habían trasladado a Tarfaya y vivían desde hacía unos años en esta provincia marroquí, a los que se les reconocía cualidad de refugiados”.

En esa doble resolución de las Naciones Unidas reside toda la problemática que, a este respecto, ha venido repitiéndose a lo largo de los años. Y es que, el posible referéndum de autodeterminación nunca llegó a producirse, en base, teóricamente, a  ciertos desacuerdos entre las diferentes partes, en cuanto a la composición del censo. Por otra parte, desde el primer momento de producirse la descolonización, los gobiernos de Marruecos y Mauritania, sobre todo el primero a ocupar el territorio de la antigua colonia, lo que ha venido a desproteger a la población aborigen del Sahara. Ello provocó, por su parte, el aumento de los ataques terroristas del Frente Polisario, generándose, durante mucho tiempo, un a guerra encubierta entre las FAR marroquíes y el grupo terrorista.

Con respecto a España, nuestro país, durante décadas, mantuvo una postura de neutralidad en el conflicto saharaui, evitando tomar partido en el conflicto entre Marruecos y el Frente Polisario, pero en 2022, todos lo recordamos, el Gobierno, unilateralmente, provocó un cambio de postura, al apoyar una propuesta de autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí, lo que ha generado una fuerte crítica tanto dentro del país, por parte de la oposición, como fuera de ella. Pero más allá de esa cambiante postura oficial, para la opinión pública española, el problema del Sahara, ya lo hemos dicho, sigue siendo uno de los asuntos más desconocidos, quizá por ese halo de misterio que sobre él se cernió cuando el último español abandonó aquella colonia, una de las últimas colonias de África, que otros españoles habían fundado antes, entre el desierto y el Océano Atlántico.









El Podcast de Clio: HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL

lunes, 9 de diciembre de 2024

UN ESTUDIO DE LA FRONTERA NORTE EN NUEVO MÉXICO

 Acabo de terminar la lectura de un libro que, pese a que trata de diversos aspectos relacionados con el descubrimiento y la “colonización” española de la frontera norte del imperio, la que ocupan algunos de los territorios que conforman los Estados Unidos de Norteaméríca, porque, al contrario de lo que muchos piensan, la supuesta colonización española del continente americano no terminó en el río Bravo, o grande, aquél que marcha hoy la frontera entre este país y los Estados Unidos Mexicanos, ha traído a mi memoria, de nuevo, algunos asuntos que han saltado a los medios de comunicación en los últimos meses: la polémica suscitada entre el músico Nacho Cano y una de las becarias que participan en su último éxito, el musical “Malinche”; la toma de posesión de la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbau, fiel discípula de su compañero de partido, Andrés Pérez Obrador, y su negativa a permitir que el rey Felipe VI representara a España en dicho acto, por supuestos agravios cometidos por el monarca español contra su país, al negarse a pedir perdón por los crímenes cometidos por los españoles durante la conquista y colonización de su país; las críticas del presidente de Colombia, Gustavo Petro, cuando el mismo protagonista, nuestro rey, se negó a levantarse ante el paso protocolario de la espada de Bolívar… El libro en cuestión se titula “La frontera norte. El nacimiento del Far West español”, y su autor es Francisco García Campa.

    Quizá sea éste el verdadero valor que tiene el conocimiento de la historia: mirar hacia el presente con un verdadero sentido crítico, sin dejarnos influir por los intereses personales de aquellos políticos que, en lugar de trabajar por el beneficio futuro de los estados que están bajo su gobierno, sólo pretenden, en realidad, su propio beneficio. En este sentido, sólo hay que recordar algunos mantras que, basados en diferentes aspectos de esa leyenda negra que ha venido a manchar el honor de nuestro país desde hace ya mucho tiempo, no por haber sido tantas veces repetidos llegará nunca a convertirse en una realidad. Puede ser que nuestros antepasados, aquellos que marcharon al continente americano, cometieran algunas barbaridades, pero, en todo caso, no más que las que cometieron aquellos colonos que procedían del resto de los países europeos -los franceses que llegaron a Haití o a la Luisiana; los ingleses que llegaron en el Mayflower, o sus descendientes, aquellos cowboys que trasladaron la frontera americana hasta el Pacífico, masacrando a los indios que, en grandes cantidades, habían logrado sobrevivir a la colonización de los españoles-. Y en todo caso, la intención de los gobernantes españoles siempre fue la de convertir a los indios en súbditos del rey de España. No colonos, con los mismos derechos y deberes que tenían los habitantes de la península. Es verdad que no todos los encomenderos se comportaron con ellos como era debido, pero muchos de los que no lo hicieron fueron sometidos a duros castigos, incluso la muerte, por parte de los representantes del gobierno de España en los virreinatos.

La lectura de este texto ha traído a mi memoria, también, otro texto que publiqué hace ya algún tiempo, al hilo de otras lecturas, y que vero necesario traer de nuevo a los lectores. Pero antes de hacerlo, reo conveniente analizar, siquiera superficialmente, algunas de estas polémicas. Sobre la polémica entre Nacho Cano y su becaria, muy poco es lo que tengo que decir, más allá de que el musical es, verdaderamente, un canto a la labor realizada por los españoles en México, una labor realizada a través del mestizaje, del que la propia protagonista, Malinche, es un buen ejemplo; quizá sea eso, precisamente, lo que ha puesto al cantante a los pies de los caballos de una parte de la izquierda española. Más interés suscita las polémicas relacionadas con Petro, Pérez Obrador y Sheinbaum, aunque no es éste el lugar más adecuado para desarrollarlo.

Está claro que en este tema de la hispanización de los nuevos territorios descubiertos se hicieron algunas cosas mal, como en toda labor humana, pero logró llevar la civilización a unos territorios que vivían aún en la prehistoria; de esta forma, América consiguió avanzar en el largo camino del desarrollo, en muy poco tiempo, lo que a Europa le había costado varios siglos hacerlo. Y por otra parte, el mito del indio bueno que, precisamente por no conocer la civilización, vive todavía en una situación idílica de felicidad no corrompida, es sólo eso, un mito que ha sido desarrollado a partir del siglo XIX, sin ningún rigor histórico. Que se lo digan, si no, a todos aquellos indios pertenecientes a todas aquellas tribus (traxcaltecas, chancas, caxamarcas,…), que en el momento de la conquista americana vivían oprimidos por los poderosos imperios mexica (azteca) e inca, en condiciones de pura esclavitud, sufriendo, incluso, sacrificios humanos, en los que también estaban incluidos actos de canibalismo.

            Muchas veces se ha dicho que la leyenda negra contra España fue un invento de los países de la Europa septentrional, con el fin, precisamente, de ocultar a Europa sus propios defectos, y que después, a partir del siglo XIX, principalmente durante toda la centuria siguiente, fue aprovechado por muchos gobernantes hispanoamericanos para tapar, a su vez, sus propios errores de gobierno, la realidad de que muchos de ellos se convirtieron en estados fallidos por un motivo u otro. Todo ello es cierto. Una parte de esa leyenda negra está formada por simples exageraciones de hechos que, probablemente negativos en sí mismos, pero otra parte, quizá más importante, está basada también en simples mentiras; y en todo caso, los crímenes aducidos por la leyenda son comunes a todos los países europeos: la Inquisición, que nació antes en el centro de Europa, y especialmente en los estados pontificios, como demuestra la devastación que se llevó por delante en el sureste francés, ya en el siglo XII, más de trescientos años antes de que apareciera por España, a miles de cátaros y albigenses; la destrucción de las culturas aborígenes, que acabó con millones de personas en todos los continentes. Qué decir, por ejemplo, del reino belga de Leopoldo II, que durante la segunda mitad del siglo XIX mantuvo sometido a las diferentes tribus de su colonia en el Congo, a la que gobernó con mano de hierro, explotando de forma privada sus grandes plantaciones de caucho, aislando a los indígenas en dolorosos campos de trabajo, y provocando entre ellos, varios millones de muertos.

            En Norteamérica, en las zonas que no estaban sometidas a la influencia de España, sino que dependían de Francia o de Inglaterra, las tribus nativas fueron sometidas al exterminio, hasta el punto de que aún en los tiempos actuales, en pleno siglo XXI, la mayoría de los indios que han logrado subsistir, lo hacen en absurdas reservas, con leyes diferentes a las del resto de ciudadanos norteamericanos. Los apaches y los comanches, tribus que habitaban durante el siglo XVIII los actuales estados de Nuevo México, Texas o Arizona cuando esos territorios todavía eran españoles, pudieron sobrevivir a la colonización de nuestro país, alternando algunos periodos de guerra contra el virreinato de Nueva España, de cuya gobernación dependían, con etapas pacíficas de colaboración mutua. Sólo a partir del siglo XIX, ocupado ya el territorio, primero, por un México independiente, y más tarde por los Estados Unidos de Norteamérica, se produjo la desaparición, casi completa, de estas dos etnias. Todavía en 1900 vivían en estos territorios, en situación de libertad, diecisiete mil apaches (se calcula que su número, en pleno siglo XVIII, era de varias centenas de miles). En 1928, cuando el gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles, declaró oficialmente extinta la etnia en todo su territorio, los tres mil apaches que aún vivían en Estados Unidos fueron sometidos y encerrados en reservas, instaladas en los estados de Arizona, Nuevo México y Oklahoma, como la Reserva India Apache Mescalero, la más antigua, que había sido ya establecida en las cercanías de Ford Stanton en 1873, por el presidente Ulysses S. Grant.


Por otra parte, la historia de los países norteamericanos de los dos últimos siglos, desde que las antiguas colonias fueron logrando progresivamente la independencia respecto de España, nos demuestra también la realidad de aquella segunda afirmación. Una historia en la que abundan las guerras entre los diferentes países, a instancias de unos gobernadores que nunca, o casi nunca, legislaron en favor de sus ciudadanos, sino de ellos mismos, y de dolorosas dictaduras, de una ideología o de otra.  Dictaduras de derecha, como las de Augusto Pinochet en Chile, o la de Jorge Rafael Videla y de los otros generales en Argentina, y dictaduras de izquierdas, como las que todavía gobiernan en países como Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua, por citar sólo algunas de las que han gobernado en el continente en los últimos años. Y gobernantes caracterizados por el más puro populismo. Estados fallidos todos ellos, desde el punto de vista de la justicia más elemental, sumidos en la opresión, en la violencia, a los que el desarrollo y la civilización apenas les toca, y cuando lo hace, es gracias a la cooperación internacional, algo que caracteriza a la geopolítica moderna.

El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, aprovechando la celebración del quinto centenario de la conquista de México, volvió a criticar el papel jugado por nuestro país en el descubrimiento y la colonización del continente norteamericano, y lo ha vuelto a hacer en estos días, durante la celebración del día de la Hispanidad. Mientras tanto, su país, desde hace muchos años, sigue sumido en un caos judicial, que ni él ni sus antecesores han sido capaces de solucionar: la muerte violenta de miles de mujeres, precedidas muchas veces de desaparición, unido al asesinato de jueces, policías, periodistas, de todo aquél que se haya decidido a investigar los hechos. Sólo durante el pasado año, 2020, se produjeron en el país centroamericano casi cuatro mil muertes violentas de mujeres, hechos que en la mayoría de los casos, ni siquiera fueron investigados por las autoridades. Un informe de Amnistía Internacional afirma lo siguiente: “Las investigaciones sobre feminicidios precedidos de desaparición, realizadas por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM), presentan graves deficiencias por la inacción y negligencia de las autoridades, lo que ha llevado a la pérdida de evidencias, a que no se examinen todas las líneas de investigación y a que no se aplique correctamente la perspectiva de género. Esas insuficiencias obstaculizan el proceso judicial y aumentan las probabilidades de que los casos queden impunes.” Y todo esto se hace con la connivencia del propio Estado, un estado fallido, que está actualmente gobernado por uno de los gobernantes más populistas de toda Hispanoamérica, y que no duda en ocultar sus ineptitudes extendiendo un manto de niebla y de mentiras sobre la país, España, que logró hacer de México un país moderno.

Lo peor de la leyenda negra sobre la historia de España es el hecho de que, casi desde su nacimiento, pero sobre todo en los dos últimos siglos, viene siendo palmeada y defendida por muchos españoles, que se creen a pies juntillas todo lo que les cuentan, ignorantes de nuestra historia real; una historia que, con sus luces y sombras, viene siendo ignorada repetidamente por nuestros propios gobernantes. Afortunadamente, en los últimos años están saliendo a la luz decenas de libros que tratan de luchar contra esa leyenda negra, libros en los que, sin olvidar tampoco esas sombras que también sobrevuelan nuestra historia real, tratan de explicarnos sus verdaderas dimensiones. Libros como el de María Elvira Roca Barea (“Imperiofobia y leyenda negra”) o el de Borja Cardelús (“América hispánica”), pero también libros procedentes desde el otro lado del océano Atlántico, como el titulado “Madre patria”, del que es autor el politólogo argentino, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Marcelo Gullo. Son sólo unos pocos ejemplos; la bibliografía sobre el tema es abundante, precisamente ahora, cuando desde muchos lugares del mundo, no sólo en España, se viene realizando una revisión de nuestra historia. Una revisión, por otra parte, a la que es ajena, en realidad, la propia historia que se pretende revisar, una revisión que no se hace desde la historiografía, sino de políticos, y de seguidores de esos políticos, que en realidad nada, o muy poco, saben de historia. Como he dicho, el problema no es sólo de España. En Portugal hay quien pretende que pueda ser desmontado algo tan “ecuménico”, desde el punto de vista de la cultura, como es el Monumento de los Descubrimientos, que se alza a las afueras de Lisboa, en el barrio de Belém. Poco importa que el monumento fuera encargado por el régimen del dictador Antonio de Oliveira Salazar, lo que probablemente aducen sus enemigos para pretender su desaparición, sino lo que éste representa para la historia de Portugal y de Europa.

Los defensores de la leyenda negra, los de fuera y los de dentro de España, desconocen la realidad de lo que significa el descubrimiento y la conquista del continente americano. Desconocen, u olvidan de forma premeditada, a labor realizada por los misioneros españoles, que aprendieron las lenguas aborígenes con el fin de facilitar la evangelización, y que después publicaron diccionarios y estudios de aquellos idiomas, en las múltiples imprentas que se fueron instalando en aquellos territorios, mucho tiempo antes de que pudieran establecerse en los territorios que estaban dominados por ingleses y franceses; gracias a ello, las lenguas de los indios lograron pervivir a través de los tiempos. Desconocen que desde la península, los propios reyes legislaron a favor de los indios, algo que no se hizo tampoco en las colonias de otros países europeos. Desconocen que aquellas leyes prohibían entre ellos la esclavitud, a pesar de que algunos encomenderos las ignorasen, enfrentándose, muchas veces, a duros castigos; en todas las sociedades hay personas que cumplen las leyes y otras que no las cumplen. Ignoran que desde muy pronto, en el nuevo continente se fueron creando hospitales, en los que se curaban las enfermedades que sufrían los colonos, pero también las que sufrían los indios, e importantes centros de enseñanza, a los que también podían asistir los indígenas con los mismos derechos que los españoles. Ignoran que a finales del siglo XVI, cuando en todo el territorio inglés apenas existían tres universidades, ninguna de ellas en el territorio de sus colonias (ni siquiera en Estados Unidos), y muy pocas más en el resto del continente europeo más allá de los Pirineos, en todo el territorio español existían ya más de veinte centros de este tipo, muchas de ellas en el propio continente americano, y que muchas de esas universidades contaban, ya para entonces, con algunos catedráticos y profesores que eran de procedencia indígena.

Nuestro desconocimiento de la realidad de la conquista de América está en consonancia con un desconocimiento general de nuestra historia. ¿Quién ha oído hablar alguna vez, por ejemplo, de cierto Juan de Sessa, conocido también como Juan Latino, quien, a pesar del color negro de su piel, pudo llegar a ser, en pleno siglo XVI, profesor y catedrático en la universidad de Granada? Nacido hacia el año 1516 en algún lugar de Etiopía, fue trasladado, todavía niño, a España, vendido como esclavo junto a su madre, y adquirido por el cuarto conde de Cabra, Luis Fernández de Córdoba y Zúñiga, y su esposa, Elvira Fernández de Córdoba, segunda duquesa de Sessa, e hija del gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, de cuyo título adoptó su apellido. Fue asignado por sus dueños a la compañía de Gonzalo, uno de sus hijos, futuro gobernador de Milán y alcalde de Castell de Ferro, con el que compartía aproximadamente su misma edad, de quien terminaría por hacerse gran amigo, después de que fuera manumitido por él, en 1538. Acompañó a éste durante sus estudios en la universidad de Granada, logrando seguir las asignaturas desde fuera de las aulas, convirtiéndose de esta forma, en el primer liberto negro que pudo titularse en una universidad europea, obteniendo en 1546 el título de bachiller en Filosofía. Más tarde, en 1556, obtuvo también la licenciatura, y a finales de ese mismo año, ya como profesor, obtuvo la cátedra de Gramática y Lengua Latina. Escribió varias obras, entre ellas la “Austriada”, una composición métrica en hexámetros latinos sobre la estancia en Granada de don Juan de Austria, y otra sobre la victoria de las tropas aliadas en el golfo de Lepanto. Fallecido entre los años 1594 y 1597, poco tiempo después de su retirada de la docencia, fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de la ciudad de la Alhambra.






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El podcast de Clio: LA LEYENDA NEGRA. UNA HISTORIA DE LA FRONTERA NORTE Y EL FAR WEST ESPAÑOL

viernes, 11 de septiembre de 2020

“Visigodos”, de José Javier Esparza; una historia de España antes de España

 

               ¿Eran los visigodos ya españoles, tan españoles como lo puede ser hoy en día cualquier otra persona que, en pleno siglo XXI, haya nacido en cualquier punto de la península Ibérica? La pregunta puede resultar capciosa, desde luego, pues intentar darle respuesta no deja de ser, al mismo tiempo, intervenir en una de las polémicas más sugerentes con las que se puede encontrar cualquier historiador actual, más allá de su posible adscripción al más puro nacionalismo. ¿Fue Carlomagno tan francés como lo sería más tarde Charles de Gaulle o Philipe Petain? ¿Fue Zenobia, la princesa de Palmira, una princesa siria, o fue tan griega como Cleopatra, la reina de Egipto, o Safo, la poetisa de Lesbos? ¿Dónde reside, a fin de cuentas, la verdad de una nacionalidad, más allá de un número en un carné de identidad, que en realidad no sirve de nada cuando hablamos de una verdad histórica? ¿Qué tiene que ver, en realidad, la historia con cualquier nacionalismo político?

               Intentar responder a todas estas preguntas sería como intentar dar solución a una de las polémicas más sugerentes de cualquier estudio histórico. No decimos nada nuevo cuando afirmamos que los estados modernos, al menos tal y como hoy los entendemos, nacieron a partir del siglo XVI, y sin embargo, también es verdad que, en cierto sentido, algunas de esas naciones tienen una historia, o una prehistoria, que se puede extender hasta los antiguos reinos medievales. Francia puede entenderse ya como nación cuando sus viejos territorios medievales terminaron de unificarse alrededor de la corte de París, allá por los años finales de la Edad Media, y sin embargo, nadie puede negarlo, también había empezado a ser Francia mucho tiempo antes, durante las dinastías merovingia y carolingia, antes de la crisis que supuso para el país vecino la partición del territorio en pequeños estados feudales. ¿Acaso duda alguien del pleno dominio de Carlomagno sobre todo el territorio francés? ¿Acaso duda alguien, nacionalista o no, de Carlomagno como verdadero héroe de Francia en un mundo en descomposición? Los visigodos, como los francos, forman parte también de la historia nacional de su país, en este caso España, en aquellos siglos de crisis y de luchas intestinas.

               Así lo afirma Esparza en su historia de los visigodos, que ahora comentamos. Los visogodos llegaron a la península Ibérica a principios del siglo XVI, y sin embargo, su historia como pueblo arranca desde mucho tiempo antes, desde el siglo I, cuando sus antepasados salieron desde otra península, la de Escandinavia, huyendo de una climatología que, aún siendo favorable para la habitabilidad del territorio, provocó una superpoblación que, finalmente, sería el germen de un nuevo proceso de hambrunas y de crisis; porque la superpoblación también provoca hambre, cuando el territorio no es capaz de producir alimento suficiente para todos. En efecto, los historiadores han podido probar que precisamente en aquellos momentos, todo el norte de Europa, y también las regiones que hoy constituyen los países de Suecia y de Noruega, de Dinamarca e incluso de Finlandia, llegaron a alcanzar temperaturas muy elevadas, similares a las que hoy se pueden encontrar normalmente en el sur del continente. Este hecho, tal y como se ha dicho, provocó un inusitado periodo de abundancia que provocó la superpoblación, y, como consecuencia de ello, y aunque parece un contrasentido, también el hambre. Lo cuenta Esparza:

               “Siglo I d. C. La península de Escandinavia se ha convertido en algo parecido a una centrifugadora de pueblos. La gente se va de allí. No por el frío o el hambre, sino más bien por todo lo contrario. Europa conoce un periodo excepcionalmente cálido. Tan cálido que, según nos cuentan las fuentes antiguas, el cultivo de la vid se había extendido por las tierras que hoy conocemos como Inglaterra y Alemania, y en la Britania romana producían vino en abundancia, tanto que no era preciso importarlo. En geografía, la línea de cultivo de la vid y del olivo separa convencionalmente las tierras cálidas de las frías. Podemos imaginar pues como sería de benigno el clima cuando estas líneas estaban tan al norte. Ahora bien, la bonanza significa también superpoblación, porque la gente tiene más posibilidades de supervivencia… El hambre, el frío y la enfermedad han sido siempre inclementes reguladores demográficos. Pero si el frío remite, si el hambre se reduce y, en consecuencia, la enfermedad mengua, entonces la población se multiplica. Para llenar tantas bocas falta mucha tierra y métodos de cultivo avanzados. Y si no hay ni una cosa ni otra, ¿qué opción queda? Es preciso que algunos marchen. Así muchos salieron de una Escandinavia que parecía vivir en perpetua primavera.”

              


Desde entonces, el devenir del pueblo visigodo fue una especie de peregrinación, de norte a sur y de este a oeste, hasta su llegada definitiva a las tierras que hoy son España y Portugal, hasta su conversión, en tiempos quizá de Leovigildo y de Isidoro de Sevilla, en españoles. De Escandinavia a Polonia; de Polonia a las tierras que rodean el Mar Negro, entre las desembocaduras de los ríos Dnieper y Niester; y desde allí, atravesando el limes romano entre el Danubio y los Balcanes, hasta la vecina Francia, donde establecieron ya su primer reino importante, el de Tolosa. Fueron precisamente los francos los que los expulsaron de allí, después de su victoria en la batalla de Vouille, obligándoles a cruzar definitivamente los Pirineos y a establecer en Toledo la nueva capital de su reino; y algunas décadas más tarde terminarían por convertirse, por fin, en los primeros españoles, fundiéndose para ello con los hispanorromanos, que aún habitaban también el conjunto del territorio, una vez que, a partir de Leovigildo, se hubiera susumado, al albur de la unificación política y religiosa, la unificación social y cultural de la península. Recogemos de nuevo las palabras de José Javier Esparza:

               “Si Leovigildo hubiera vivido en la edad contemporánea, sus campañas habrías sido definidas probablemente en los libros como guerras de unificación. A eso dedicó su vida el rey godo, y prácticamente no descansó ni un minuto. Hay que recordar como estaba el mapa cuando Leovigildo llega al trono. Al ancho espacio sudoriental dominado por Bizancio, y que ya hemos visto como cayó, hay que sumar el Reino suevo en el noroeste, que abarcaba aproximadamente la Galicia actual, la mitad oriental de Asturias, las provincias de León y Zamora y lo que hoy es Portugal desde el Miño hasta el Tajo. Y además, existían en Hispania varios enclaves que vivían en un estatuto de semi-independencia: Sabaria, entre las actuales Zamora, Salamanca y Valladolid; Orospeda, entre las sierras del Segura y Cazorla; la ciudad de Amaya, en torno a la cual se había construido una región autónoma de etnia probablemente cántabra; los montes de los Araucones o Aregenses, en las montañas de Orense, con su caudillo Aspidius. ¿Qué eran todos esos enclaves? De alguna manera, mundos que habían permanecido al margen del mundo: tribus autóctonas protegidas por una orografía singular, restos del viejo orden señorial romano, comunidades que se habían organizado a su propio aire… Mundos, en todo caso, que no cabían ya en el mundo nuevo que soñaba Leovigildo.”

               Es cierto que no fue Leovigildo el que verdaderamente consiguió la unificación religiosa, sino su hijo, Recaredo; y es cierto, también, que fue precisamente esa unificación religiosa alrededor del catolicismo lo que permitió la definitiva conversión de los visigodos en verdaderos españoles. Para ello, las élites arrianas tuvieron que llevar a cabo una acción de generosidad, convirtiéndose en masa al catolicismo, la religión a la que pertenecía el grueso de la población, de origen hispanorromano. Hasta entonces, la rivalidad entre los propios visigodos que formaban la élite de la sociedad, de adscripción arriana, y los hispanorromanos, que todavía formaban parte importante de la población en el conjunto del reino, no había permitido un verdadero sentido nacional. Y fue Isidoro, el obispo de Sevilla, quien realmente llevó a cabo, en algunos de sus escritos, esa identificación definitiva entre el reino visigodo y el propio territorio. Lo dice, una vez más, Javier Esparza:

               “Isidoro es un perfecto ejemplo de hasta qué punto la monarquía visigoda había llegado a identificarse con España. Al contrario que cronistas anteriores, él no cuenta la historia de la España goda como subordinada de la historia imperial. Al revés, es el primero en identificar la monarquía visigoda con ese espacio físico concreto que es la totalidad de la península Ibérica. Isidoro fue uno de los primeros en darse cuenta de que esta España ya no era la Hispania romana, sino que había nacido algo distinto, una entidad política singular e independiente. Algo a lo que él se propuso contribuir reuniendo el gran legado cultural de Roma y dando forma doctrinal a la monarquía visigoda, con la Iglesia como poder moderador y los concilios como cortes que debían aprobar la legislación del reino, como acabamos de ver. En su Historia de los godos hay un fragmento que es un auténtico himno a España.”

               Ese himno a España, ese fragmento de la historia de Isidoro, es bastante conocido, y sin embargo, no nos resistimos a transcribirlo también, para que el lector de este blog pueda darse cuenta real de su significado: “De todas las tierras existentes desde el Occidente hasta la India tú eres, España, piadosa y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa. Con razón tú eres ahora la reina de todas las provincias. De ti no sólo el ocaso, sino también el Oriente, reciben su fulgor. Tú eres el honor y el ornamento del orbe, la más célebre porción de la tierra, en la que se regocija ampliamente y profusamente florece la gloriosa fecundidad de la estirpe goda. Con razón la naturaliza te enriqueció y te fue más benigna con la fecundidad de todas las cosas creadas… Produces todo lo fecundo que dan los campos, todo lo precioso que dan las minas, todo lo hermoso y útil que dan los seres vivientes, y no eres menos por los ríos, que ennoblece la esclarecida fama de tus vistosos rebaños… Y además, eres rica en hijos, en gemas y en púrpura, a la par que fértil en gobernantes y genios de imperios, y eres tan opulenta en realzar príncipes como dichosa en engendrarlos. Con razón por tanto la dorada Roma, cabeza de pueblos, te ambicionó tiempo atrás, y aunque el mismo poder romúleo te poseyó primero como vencedor, luego, sin embargo, el linaje floreciente de los godos, tras numerosas victorias en todo el orbe, te arrebató con afán, y te amó, y goza de ti hasta ahora entre regias ínfulas y enormes riquezas segura en la dicha del imperio.”

               La invasión de los musulmanes en el año 711 no supuso en realidad un punto y final en esa primera historia de España, sino sólo un punto y aparte. Así, la posterior historia de nuestro país como un puñado de reinos independientes entre sí, hasta la definitiva unificación de todos ellos en torno a la nueva dinastía Habsburgo, no puede entenderse sin ese pasado visigodo, como no puede entenderse tampoco la historia de Francia sin ese periodo anterior que se corresponde con el reinado de los francos. Así lo recoge, una vez más, el autor del libro que estamos comentando: “Y dice la historia, ya no sólo la tradición, que un bisnieto de Pelayo llamado Alfonso II llegó al trono de Asturias en 791, y restauró todo el orden gótico en palacio, tomándose a sí mismo por continuador de los reyes godos y a su reino por heredero directo del trono de Toledo. Y añade la historia, ya no la tradición, que Alfonso III de Asturias, casi dos siglos después de Guadalete, se puso a escribir la crónica de su Reino y lo emparentó directamente con la época de Wamba, que es el punto donde dejó el relato Isidoro de Sevilla. Y desde entonces los reinos cristianos de España (León, Navarra, Aragón, después Castilla) buscarán la herencia de la Hispania perdida en 711 y el linaje de la corona de Toledo. Y ahora, siglo XXI, entre automóviles y turistas, las estatuas imaginarias de los reyes visigodos adornan, junto a otros monarcas españoles, los jardines de la plaza de Oriente de Madrid. El Reino de Toledo desapareció para siempre, pero sus códigos, convertidos en Fuero Juzgo, sobrevivieron hasta el siglo XIX, el concepto estético visigodo es perceptible en los grandes monumentos del prerrománico asturiano, el modelo municipal de nuestro medievo fue más godo que romano, la religiosidad isidoriana se prolongó mal que bien en la liturgia y en el mundo monástico y, mucho más a ras de tierra, la huella germánica sobrevive en apellidos tan comunes como Rodríguez, Ramírez, Ruiz, Gutiérrez, Guzmán, Álvarez o Fernández.”


               Y a continuación, el autor termina afirmando lo siguiente: “Los visigodos no murieron como la energía, se transformaron. Se transformaron en lo que nosotros somos hoy. De algún modo, el fuego de la derrota terminó de fundir su silueta en el suelo común hispano, ese suelo donde ya había iberos y celtas y romanos, y por eso en nuestro zurrón histórico colectivo hay un poco de la ira de Chindasvinto, de la grandeza de Leovigildo, de la sabiduría de Sisebuto y, ay, también de la historia conspiradora de Witerico o del guerracivilismo de los oligarcas de la corte toledana. Ellos no eran nosotros, pero nosotros sí somos un poco de ellos”. Y termina diciendo: “Ahora lo que nos queda es pasear entre las ruinas de Recópolis, aspirar hondo y percibir la fuerza un tanto desesperada de aquel Alarico que abandonaba Roma buscando una patria para su pueblo. Resulta que al final los visigodos la encontraron. Esa patria es la nuestra.”

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