Recobramos
esta semana uno de los grandes bloques que han venido siendo tratados en este
blog: el comentario de algunos libros interesantes para el estudio de la
historia. Y lo hacemos con un tipo de libro nuevo, diferente, porque se trata
de unos textos escritos por uno de esos protagonistas de la historia. Se trata,
en fin, una narración directa, escrita por el propio protagonista de los
hechos, y no de un escrito de segunda mano, una reinterpretación de esos hechos
realizada por un historiador. En efecto, los “Escritos políticos” de Thomas
Jefferson, el auténtico creador intelectual de la independencia norteamericana,
tiene el interés de ser precisamente eso, el hilo directo de un hecho que creó,
detrás de sucesos como la Revolución Francesa o, antes incluso, la
independencia de los Estados Unidos, el devenir del hombre moderno.
Una vez conseguida la independencia,
Jefferson fue, sucesivamente, gobernador de Virginia (entre 17791 y 1781),
miembro del nuevo Congreso norteamericano (entre 1783 y 1785), embajador en la
nueva Francia republicana (entre 1785 y 1789), Secretario de Estado (durante la
presidencia de George Washington, entre 1790 y 1793), vicepresidente de Estados
Unidos (durante la presidencia de John Adams, entre 1797 y 1801) y por fin,
tercer presidente del nuevo país americano, durante dos legislaturas, entre
1801 y 1809. Junto a James Madison, quien le sustituiría en la presidencia del
país el último año citado, había fundado el Partido Demócrata-Republicano, en
1792, precursor tanto del actual Partido Demócrata como también, por extraño
que parezca, de su gran rival en el espectro político del país, el actual
Partido Republicano. Durante su gobierno, la extensión del nuevo país aumentó
de manera importante, al haber comprado a Francia el territorio de Luisiana
que, además el actual estado de este nombre, comprendía también los actuales
estados de Arkansas, Misuri, Iowa, la zona de Minnesota al este del río Misisipi, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Nebraska, Oklahoma, la mayor parte de Kansas y algunas zonas de Montana, Wyoming y Colorado, al este las Montañas
Rocosas. Entre 1819
y 1825 fundó la nueva universidad de Virginia. Poco tiempo después, el 4 de
julio de 1826, en el quincuagésimo aniversario de la declaración de la
independencia, Thomas Jefferson fallecía en su finca de Monticello, en
Charlottesville.
Los “Escritos políticos” de
Jefferson abarcan varios tipos de documentos, todos ellos de gran interés para
la historia de los Estados Unidos, y en general para esto que ha venido a
llamarse “historia de las ideas”. Cuenta, además, con un estudio preliminar que
ha sido realizado por Jaime de Salas, catedrático de Filosofía en la
Universidad Complutense de Madrid y especialista en algunos de los filósofos
más destacados de la Ilustración (David Hume, Gottfried Leibniz,…), que
compartieron con Jefferson y con otros políticos de su época, un estudio que,
por sí mismo, acerca al lector la destacada personalidad del autor de los
Escritos, la más aguda de cuantos protagonizaron, mediada ya la segunda mitad
de la centuria, el proceso independentista de un nuevo país, los Estados Unidos
de América, que sería destinado a protagonizar en los siglos siguientes los
puestos más elevados de la política internacional.
Estos escritos pueden clasificarse
en dos grupos claramente diferenciados. Por una parte, los escritos oficiales,
como la propia “Declaración de Independencia”, cuya redacción, tal y como se ha
dicho, debe ser atribuida precisamente al político de Virginia. Y dentro de
este mismo grupo, además, forman parte del texto diferentes informes que
nuestro autor tuvo que redactar a instancia del gobierno del nuevo país sobre temas
muy variados, desde la posibilidad de trasladar la sede del nuevo gobierno a
Potomac (1790), los derechos a navegar sobre el río Misisipi (1792), o el
proyecto de libertad religiosa, de 1779, entre otros. De la lectura de estos
documentos podemos entresacar, además de la libertad que tiene todo hombre de
poder elegir la religión de la que quiere formar parte, un aspecto tan importante
en cualquier país democrático como es la libertad del poder judicial; aspectos
ambos que últimamente están siendo atacados en algunos países en los que, como
en España, el gobierno se encuentra en manos de partidos de trayectoria
radical.
En otro orden de cosas se encuentran
los escritos particulares, tan interesantes como los oficiales. Dentro de este
grupo forman parte el epistolario, muy abundante, mantenido de manera habitual
con aquellos que, como el propio Jefferson, rebelándose contra Gran Bretaña,
crearon un nuevo país en las colonias americanas. Y junto a las cartas, sus Anotaciones,
su autobiografía (en realidad, unos pequeños apuntes autobiográficos que
abarcan un periodo corto, pero muy importante, de su secuencia vital) y su
diario de viaje, correspondiente a la época en la que fue representante de los
Estados Unidos en la Francia revolucionaria. Estos tres documentos, estudiados
conjuntamente, nos da una visión global, desde el punto de vista de su autor,
de dos periodos claves para la historia de la humanidad: el nacimiento del
nuevo país americano y la Revolución Francesa, dos periodos que conforman por
sí mismos el viaje de la humanidad desde los oscuros años de la Edad Moderna
hasta el nacimientos de las nuevas democracias.
Otro aspecto a destacar en el
conjunto de la obra es la postura de Jefferson frente a la esclavitud. Aunque
es sabido que ésta no se prohibiría en Estados Unidos hasta la etapa de Abraham
Lincoln, a mediados de la centuria, extendida a todas las antiguos colonias
merced a la victoria gubernamental en la Guerra de la Secesión (1861-1865), ya
desde el primer momento este tema fue un debate vivo entre los padres que
formaron el nuevo país. En este sentido, Jefferson tuvo que debatirse entre su
postura oficial, contraria a la esclavitud, y lo que realmente significaba la
institución en un momento y en un lugar como aquél, la Virginia del siglo XVIII,
en la que gran parte del potencial económico de sus habitantes venía dado por
la existencia de esclavos. En este sentido, no podemos negar que el propio
Jefferson, contrario, como se ha dicho, a la esclavitud, era propietario de
algunos de esos esclavos. Son, en efecto, las contrariedades que provocan una
nueva cultura que en aquellos momentos está naciendo.