Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


jueves, 17 de febrero de 2022

Luisa Sigea de Velasco, una dama taranconera adelantada a su tiempo

 

Quizá tengan razón aquellos que afirman que la historia de la humanidad es siempre una historia escrita por los hombres, y que por ello, y no pon ninguna otra razón, son los hombres los únicos protagonistas de ella. Lo cierto es que, durante mucho tiempo, la investigación histórica ha dado a las mujeres un papel escaso, marginal incluso, y si bien es también verdad que en muchas culturas, éstas se han visto sometidas a una vida casi anónima, escondidas en los gineceos de los palacios o en los rincones más apartados de las casas particulares, alejados de aquellos lugares en los que se tomaban las decisiones sobre la paz y la guerra entre las naciones, e incluso de la vida cultural de las sociedades menos modernas, también es verdad que ese factor aristocrático tradicional en el estudio del pasado ha influido en la forma de hacer historiografía. Desde un tiempo a esta parte, sin embargo, coincidiendo con el desarrollo de los estudios de historia social iniciada por los seguidores de la Escuela de los Anales, se han realizado interesantes adelantos en el estudio de la historia de las mujeres, de lo que son buenos ejemplos el libro coordinado por los historiadores franceses Georges Duby y Michelle Perrot, bajo el título clarificador de “Historia de las mujeres”, y en España, la “Historia de las mujeres en España y América latina”, coordinada en cuatro volúmenes por la valenciana Isabel Morant Deusa.

Desde luego, hay en la tradición importantes excepciones a esa desigual relación entre sexos que se ha venido dando en la historiografía, más en los aspectos políticos que en los culturales o sociológicos. La investigación histórica ha sido durante mucho tiempo una historia política, y este hecho ha influido en que los investigadores hayan dirigido sus miradas, eminentemente, a las clases sociales que tenían capacidad de tomar las decisiones políticas. Así, y aunque se tratara de una minoría, la historia está llena de reinas inteligentes, que gobernaron con brazo de hierro o, en algunos casos, con la astucia suficiente para poder influir en los hombres de su época: la anónima reina de Saba, Cleopatra, las homónimas reinas de Castilla y de Inglaterra, …, cuya biografía forma, desde hace mucho tiempo, parte de la historiografía. Pero también hubo mujeres inteligentes en el campo de la cultura, dignas de ser estudiadas, que poco a poco se van incorporando a ese bagaje científico, siempre escaso a pesar de las nuevas aportaciones que se van haciendo: poetisas como Safo de Lesbos o Santa Teresa de Jesús -la mística y la poesía, tantas veces relacionadas entre sí-; pintoras como Sofonisba Angissola o Lavinia Fontana, entre otras, autoras de diferentes lienzos que son dignos de rivalizar en las mejoras condiciones con los de los grandes artistas de su época; escultoras como la andaluza Luisa Roldán, “la Roldana”, heredera de la mejor obra de su padre, a quien incluso llegó en muchos aspectos a mejorar. También en Cuenca tenemos un buen ejemplo de ello en la figura de Luisa Sigea de Velasco, una importante escritora y humanista de nuestro Siglo de Oro, injustamente olvidada incluso entre los conquenses en general, y también para muchos de sus paisanos de nuestra generación.

Luisa Sigea nació en Tarancón en 1522. Era hija de Diego Sigea, o Sigeo, que de las dos maneras aparece en la documentación, y de Francisca de Velasco, una dama de la hidalguía taranconera, pueblo que en aquel momento pertenecía a la provincia y diócesis de Toledo. El padre había nacido en Francia, en la región de Nimes, capital de la región de la Occitania, debió llegar a Toledo cuando todavía era joven, hecho por el que fue conocido como “el Toledano”, apodo que después heredaría también su hija. Ya en España, asistió a la Universidad de Alcalá de Henares, donde estudió las tres lenguas clásicas, griego, latín y hebrero, y donde fue alumno de Antonio de Nebrija, entre otros profesores de renombre. De regreso en la ciudad del Tajo, fue contratado por el futuro jefe comunero Juan de Padilla como instructor de su esposa, María Pacheco, a quien acompañaría posteriormente a Portugal, a donde tuvo que exiliarse después de la ejecución de aquél en Villalar, en 1521. Allí permaneció, alejado de toda su familia y acompañando a la viuda comunera, hasta el fallecimiento de ésta, en 1531, y allí permaneció durante el resto de su vida, ya con la compañía de su esposa y de sus cuatro hijos, a los que había llamado. Permaneció después al servicio del duque de Braganza hasta el día de su muerte, en 1563, en la ciudad de Torres Novas, en el distrito de Santarém, lugar al que se había retirado poco tiempo antes. Del conjunto de sus obras sólo se conserva una edición del Misal y una crónica del movimiento comunero, realizada desde el punto de vista de su protectora.

Al contrario de lo que era usual en aquella época, incluso entre los miembros de las élites culturales, Diego Sigeo también se preocupó de que sus dos hijas, Luisa y Ángela, pudieran recibir la misma educación esmerada que sus dos hijos varones, Diego y Antonio, a los cuales ambas, principalmente Luisa, llegaron a superar en este sentido. En concreto nuestra protagonista, Luisa, tal y como se ha dicho, había nacido en Tarancón, lugar en el que nacieron también el resto de sus hermanos, en 1522. En la villa manchega de su madre había quedado la familia, cuando el padre tuvo que huir a Lisboa con el fin de acompañar allí a su protectora, María Pacheco. Y ocho años más tarde, en 1530, la familia pudo por fin reunirse de nuevo en Lisboa. Ya en la corte portuguesa entró al servicio de Catalina de Austria, la hermana más joven del emperador Carlos, que se había convertido en reina de Portugal por su matrimonio con el rey Juan III, y también de su hija, la infanta María de Avis. Allí, en la corte de Lisboa, siguió cultivando el incipiente humanismo que había despertado en ella la esmerada educación que le había proporcionado su padre, añadiendo el conocimiento del portugués a los otros idiomas que ya conocía por razones familiares, el francés y el español, y a las lenguas clásicas que también llegó a conocer bien: el latín, el griego, el hebrero y el caldeo o siriaco. Es conocido, incluso, que en 1540, cuando sólo tenía dieciocho años, llegó a enviar al papa Paulo III, una carta que ella misma había escrito en varios de estos cuatro idiomas.

En 1552 contrajo matrimonio por conveniencia con Francisco de Cuevas, un hidalgo burgalés que se había enamorado de ella en el curso de un viaje a Portugal, y tres años más tarde regresó con él a España, estableciéndose el matrimonio primero en Burgos, y más tarde, a partir de 1558, en Valladolid. De este modo, la taranconera pudo retomar de nuevo sus relaciones con una corte, en este caso la española, que todavía se encontraba en la ciudad del Pucela, y en la que pudo entrar al servicio de María de Habsburgo, quien había sido reina consorte de Hungría por su anterior matrimonio con Luis II de Bohemia. Sin embargo, fallecida su protectora, Luisa Sigea quedó en situación de extremada pobreza, hasta el punto de que tuvo que acudir repetidamente al monarca Felipe II, para solicitarle algún trabajo en la corte para ella y para su marido. Finalmente, y a pesar de haber permanecido durante una parte de su vida en la compañía de las más importantes damas de la nobleza, desanimada por el escaso apoyo que la corte española le proporcionaba, regresó a Burgos, la ciudad en la que había nacido su marido, y en la que ella conservaba alguna propiedad y una parte de su familia política, donde falleció en 1560.

Conocida entre los historiadores posteriores como la “Minerva de su siglo”, hablaba también el italiano, además de todas las lenguas que ya se han mencionado con anterioridad. Tenía amplios conocimientos de filosofía y de historia, así como de poesía, que ella misma cultivaba de manera elegante, incluso en diversos idiomas. Aunque se ha perdido la mayor parte de su obra, escrita tanto en latín como en castellano, se conservan algunas de sus cartas y varios poemas, además de un opúsculo escrito en latín, en el que dos amigos conversan sobre las ventajas y los inconvenientes de vivir en la corte o en el campo, retirados del bullicio cortesano, al más puro estilo humanista del siglo XVI.  Pero su obra más conocida es el largo poema bucólico titulado “Syntra”, escrito en latín al estilo de los escritores clásicos, que fue incluso publicado en París, en 1566.

También los tres hermanos de Luisa destacaron de alguna manera en el mundo de la cultura, fruto de la esmerada educación al que fueron sometidos por su padre, Diego Sigeo. Aunque no llegaron al nivel que pudo alcanzar Luisa, el mayor, Diego Sigeo de Velasco, después de haber realizado algunos estudios de teología en el colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares, y de obtener en la de Coimbra el grado de bachiller, fue nombrado en 1552 capellán del duque de Braganza, y vicario de la iglesia de San Salvador de Pinhel. Antonio, por su parte, fue escribano de cámara del rey Juan III, y ya en Roma estuvo al servicio de Gaspar Barreiros, canónigo de Sés Viseo y de Évora y autor de diversos trabajos de geografía. Pero fue precisamente la otra hermana de Luisa, Ángela Sigea de Velasco, la que más se destacó de los tres, y aunque no llegó a alcanzar la importancia que tuvo su hermana en el mundo del humanismo, se ha dicho, y con razón, que las dos siguieron líneas paralelas. Como Luisa, conocía perfectamente las lenguas clásicas, sobre todo el latín y el griego, y como Luisa, entró también al servicio de la reina María de Portugal. Y si en algo se diferenciaba de su hermana, fue en el hecho de haber cultivado un brillante talento musical, como virtuosa del arpa y de la vihuela e, incluso, como compositora de algunas obras, hoy perdidas.




viernes, 11 de febrero de 2022

Las élites sociales de la ciudad romana de Segóbriga: Cayo Julio Silvano y Próculo Espantamico

 De las tres importantes ciudades que se alzaron en el territorio que actualmente ocupa la provincia de Cuenca durante los tiempos del imperio romano -Segóbriga, Ercávica y Valeria-, es sin duda la primera de ellas, la que mejor, y de una manera más completa, puede conocerse en la actualidad, gracias a las diversas campañas de excavaciones que, con carácter sistemático, se vienen realizando todos los veranos -y a pesar de las últimas reducciones presupuestarias que se han venido produciendo por culpa de la crisis económica-. La ciudad ya era conocida por las fuentes clásicas, principalmente por Plinio, que la definió como “Caput Celiberiae”, cabeza de la Celtiberia, pero su emplazamiento concreto fue puesto en duda, producto de un serio debate científico que duró hasta finales del siglo XIX. Otras referencias documentales anteriores al científico romano, la destacan por su especial relevancia estratégica durante las guerras que protagonizó Viriato contra las legiones, durante la primera romanización, y fue a caballo entre los dos primeros siglos de nuestra era, según parece, cuando empezó a ser un oppidum celtíbero de cierta importancia, en sustitución a la cercana ciudad de Contrebia Cárbica, que en ese momento ya estaba iniciando su decadencia.

          Pero su primer gran periodo de apogeo, según se ha documentado por las excavaciones, se produjo a finales del siglo I a.C., durante las primeras décadas del gobierno del primer emperador romano, Augusto, quien, según parece, llegó a visitar la ciudad durante su tercer viaje a Hispania. Fue él quien le dio el título de municipium, de forma que, a partir de este momento, la ciudad dejaba de ser estipendiaria, de pagar impuestos a Roma, para convertirse en una ciudad romana plena de derechos, entre ellos el de la ciudadanía para todos sus habitantes libres. A partir de este momento, y bajo el amparo de la explotación de las abundantes minas de lapis specularis, y su exportación a todos los rincones del imperio, terminó por convertirse en una de las ciudades más importantes de la península durante las primeras dinastías imperiales: la Julio-claudia, la Flavia, y más tarde, también la Antonina, cuyos emperadores, o buena parte de ellos, descendían, como es sabido, de tierras hispanas. Este lapis specularis, o yeso cristalizado, se presenta, como es sabido, en finas láminas transparentes o traslúcidas, dependiendo de su grosor, y hasta el descubrimiento del vidrio, a partir del siglo II pero no comercializado de forma masiva hasta dos centurias más tarde, tenía importantes aplicaciones en la arquitectura y en la decoración, principalmente, pero no sólo, como cerramiento de las ventanas y de los vanos de las casas importantes.

            La ciudad, sin embargo, no estaba demasiado poblada, incluso en términos propios de la época. Por la extensión de su perímetro de murallas, y del castro en el que se enclavan las tuinas, se le ha supuesto una población aproximada de unos mil quinientos o dos mil habitantes. Sin embargo, alrededor de ella fluctuaba una población importante, extendida por todo su territorio de influencia, que estaba ocupado por las abundantes minas de lapis, algunas de las cuales todavía pueden visitarse en la actualidad. Según las fuentes antiguas, esas minas se extendían a lo largo de una amplia circunferencia alrededor de la propia ciudad, de unos ciento cincuenta kilómetros de radio. Allí eran extraídas las láminas de mineral, y desde allí eran trasladadas en carros hasta Segóbriga, donde, convenientemente embaladas con el fin de protegerlas y facilitar su transporte, eran llevadas hasta Cartago Nova, y embarcadas, eran exportadas a todos los rincones del imperio, para ser instaladas en las villas y en los palacios de los hombres más importantes y poderosos de Roma. Cerca de Segóbriga, en el término municipal de Carrascosa del Campo, se encontró en los años setenta una curiosa estructura que, estudiada nuevamente al hilo de los últimos descubrimientos, parece ser un gigantesco almacén que pudo servir para depositar en su interior el material extraído, antes de su posterior conducción a Segóbriga y a otras partes del imperio, y también para guardar tanto el material utilizado por los mineros, como el cereal que era necesario para la subsistencia de estos.

Había, en otros puntos del imperio, otras minas en las que también era extraído este mineral, es cierto, pero, cuentan las crónicas, que el lapis specularis de Segóbriga era de mayor calidad de todos ellos. Fue este hecho lo que convirtió a la ciudad de Segóbriga, si no en una de las más grandes de Hispania, que ya hemos visto que no lo era, sí una de las más ricas, hasta el punto de que fue una de las siete, sólo siete, que contaba al mismo tiempo, para la diversión de sus habitantes, con los tres clásicos edificios lúdicos de espectáculos: el teatro, el anfiteatro y el circo. Las otras seis ciudades que también los tenían fueron: Emérita Augusta (Mérida), Tarraco (Tarragona), Cartago Nova (Cartagena), Corduba (Córdoba), Toletum (Toledo), Saguntum (Sagunto) y Valentia (Valencia). Y en concreto, el anfiteatro de Segóbriga podía cobijar en su graderío a unos cinco o seis mil espectadores, es decir, más del doble de su población. Este hecho significa que existía una importante población flotante, que podía acudir a contemplar los juegos de los gladiadores o con las fieras salvajes, en este caso, usualmente, toros y jabalíes; aunque habría ocasiones especiales en las eran importados otros animales exóticos, como tigres o leones.

Las excavaciones arqueológicas de Segóbriga han proporcionado importantes datos sobre el urbanismo de la ciudad durante los tres primeros siglos de nuestra era, pero también sobre la sociedad y sobre la forma de vida de sus habitantes. Y también nos ha proporcionado los nombres de algunas de las personas que formaron sus élites, de aquellos a los que les estaban reservados, en los actos públicos, los asientos para los magistrados, y los que en los espectáculos se sentaban en el espacio conocido como la summa cavea, en la zona más cercana a la escena del teatro o la arena del anfiteatro. La epigrafía que ha sido rescatada desde el fondo de la tierra, en las excavaciones del foro, han proporcionado los nombres de los patronos de la ciudad, y de aquellos que sufragaron los edificios más representativos, y a los que les eran dedicados esos monumentos y esculturas a los que eran tan aficionados todos los romanos, tanto los de la capital como los que vivían en las provincias del imperio. Así, se han recuperado los nombres de algunos de esos patronos, como Cayo Calvisio Sabino, quien había sido gobernador de Hispania Citerior en los últimos años antes del cambio de era, o Marco Licinio Craso Frugi, consuegro del emperador Claudio, o Marco Porcio, quien había sido secretario personal de Augusto. Nombres ajenos aún a las propias élites de la ciudad, altos magistrados del imperio o miembros de las propias élites en la capital del Tíber, pero que, mediante su patronazgo personal, se incardinaron de alguna manera a esas élites, y al resto de la sociedad segobricense, hasta el punto de que sus habitantes así lo reconocieron cuando quisieron de algún modo eternizarlos, dedicándoles importantes monumentos, algunas veces monumentos ecuestres, en el corazón de la ciudad, el foro.

Pero las excavaciones también han proporcionado algunos nombres de personas que sí pertenecían con todo derecho a la propia sociedad segobricense. No conocemos prácticamente nada de sus vidas, ni siquiera si habían nacido en la propia ciudad o, lo que quizá fuera más probable, habían llegado hasta ella en el curso de una carrera política, nombrados para ejercer aquí tareas administrativas o económicas, relacionadas en este caso con la propia explotación de las minas. Quizá el más importante de ellos fuera Cayo Julio Silvano, cuyo nombre ha sido recuperado de las excavaciones de la que fue su domus, su villa particular, a un costado de las llamadas termas monumentales, en lo más alto del cerro en el que se asentaba la ciudad, y cuya construcción, incluso, y ello es sólo una suposición mía, quizá él mismo pudo haber sufragado. Se trata, sin duda, de una de las casas más importantes de la ciudad, tal y como demuestra el mosaico que fue descubierto en la parte central de la estancia, correspondiente sin duda al atrium de la misma. El mosaico, enmarcado en un cuadro de poco más de tres metros de longitud, presenta en el borde exterior, a modo de greca, una línea de triángulos blancos y negros, con rosetas de seis pétalos en las esquinas, y un emblema circular en el interior, parcialmente perdido, se encuentra en la actualidad en el centro de interpretación del yacimiento, aunque una reproducción, completada en las pérdidas a imitación de otros mosaicos similares, se encuentra in situ, en el mismo lugar en el que fue hallado. Y si era aquí, en la domus, el lugar en el que el administrador de las minas de Segóbriga pasaba gran parte de su vida privada, muy cerca de aquí, entre la propia casa y el cercano foro, debía ser donde él pasaba su vida pública, en el ejercicio de su cargo. Allí, los arqueólogos descubrieron hace ya algunos años, un espacio bastante amplio, que ha sido identificado como el aula basilical, una especie de almacén y edificio de oficinas en la que se hacían todo tipo de negocios relacionados con la exportación del lapis specularis a otros puntos del imperio.

El segundo nombre a tener en cuenta es el de Próculo Espantamico. En efecto, en las excavaciones realizadas en el área del foro ha sido rescatada la impronta que grandes letras de bronce pudieron dejar sobre las losas de mármol. Gracias a esa impronta ha podido leerse parcialmente una incompleta inscripción votiva en los términos siguientes: Proculus Spantamicus La…us forum sternundum d(e) s(ua) p(ecunia) c(uravit)”. Se trata, por lo tanto, de un reconocimiento estricto de los segobricenses a la persona que sufragó la construcción del foro de su ciudad, o al menos de su pavimentación, un enlosado que puede fecharse, según los expertos, en las primeras décadas del reinado del emperador Augusto, y por lo tanto, en la misma época en la que Segóbriga era reconocida políticamente como municipio romano. ¿Quién era este Proculos Spantamicus, o Próculo Espantamico? ¿Un patrono más de la ciudad, como aquellos otros a los que también les fueron dedicados otros monumentos en el mismo espacio urbano? ¿Podría tratarse, quizá, de uno de los primeros propietarios, o administradores, de aquel entramado minero que se extendía por un gran espacio alrededor de la propia ciudad? Esperemos que las próximas campañas arqueológicas puedan darnos una mayor información al respecto, proporcionando algo parecido a una vida y una biografía a lo que todavía es sólo un nombre propio.

Las excavaciones de Segóbriga han proporcionado también otros nombres de ciudadanos que debieron formar parte, como los anteriores, de las mismas élites de la ciudad, y a ellos, a los de Segóbriga y a los de las otras dos ciudades romanas de la provincia, nos referimos ya en una entrada anterior de este blog -ver “Romanos de Hispania y de Cuenca”, 4 de agosto de 2021-, al hilo de un interesante libro de Paco Álvarez al respecto de la romanización de la península. Así, un tal Lucio Turelio Gémino dedicó sendas estatuas votivas a Germánico y a Druso los hijos adoptivos de Augusto, reafirmando con ello las relaciones afectivas que la ciudad tuvo con el primer emperador de Roma. En la zona de la basílica también apareció, hace ya muchos años, el nombre de T. Sempronio Pullo, uno de los cuadronviros de la ciudad, y por lo tanto, uno de los encargados de gobernarla. Otro de los nombres rescatados por la epigrafía fue Lucio Sempronio Valentino, quien corrió al cargo de alguna otra obra pública de la ciudad, todavía no identificada.

Sobre Manio Octavio Novato, miembro de la orden ecuestre, y como tal, de la propia élite ciudadana, a quien también se le dedicó un pedestal que, descubierto hace ya muchos años, se encuentra expuesto en la sala correspondiente del Museo de Cuenca, se ha escrito ya bastante, pero todavía persisten algunas preguntas sin respuesta: ¿Era oriundo de Segóbriga, o procedía del exterior y había llegado a la ciudad como parte de un cursus honorum, que le llevara a ocupar también algunos cargos de importancia en otros lugares del imperio? A este respecto, y como ya afirmaba en la entrada anterior, Anthony Álvarez Melero ha rescatado su posible vinculación familiar con algunos senadores romanos que procedían de Hispania, principalmente de la Bética, como Octavio Galo Novato, miembro también de la orden ecuestre en tiempos del emperador Vespasiano, o el propio Lucio Anneo Novato, hermano del famoso filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca, quien había sido nombrado procurador de Acaya, en la península griega del Peloponeso, en tiempos de San Pablo. En un rango inferior, pero todavía importantes, son varias las inscripciones que han sido descubiertas en Tarraco, relativas a varios ciudadanos de Segóbriga que estaban vinculados, como flámines o sacerdotes, al culto imperial: Lucio Gratio Glauco, Cayo Julio Pila y Lucio Caecilio Porciano, además de la esposa de este último, Valeria Fida.

            Por supuesto, en el otro plano de la balanza, en Segóbriga también había esclavos. Quiero destacar, en este sentido, la estela funeraria que fue descubierta en las inmediaciones del circo, en la necrópolis que debió ser abandonada para construir sobre ella el edificio dedicado a las carreras de cuádrigas. Se trata de una citereda, una tañedora de cítara, de nombre Iucunda. No me resisto, por su especial carga emotiva, a transcribir aquí la inscripción, que fue adornada por una especie de retrato de la protagonista: “No tendrá que añorar tras su muerte a sus hijos perdidos. Para Iucunda, esclava de Manio Valerio Vitulo, hija de Nigella. Desahuciada al acercarme a los dieciséis años, cedí, vencida, al peso de mi destino. He aquí lo que puede abatir a tu corazón, lector, la causa prematura, lamentable, de mi sepultura. Pero llegada a mi fin, descanso en un lugar querido, antes que las enfermedades destruyan mi cuerpo con violencia de un tumor intolerable para cualquiera, ahora, libre de preocupaciones, reposo bajo la tierra ligera. Ahora os toca a vosotros el cuidado de mi sepultura, padres, querido esposo, adiós para siempre. Que a mí no me pese la tierra, y a vosotros los dioses os sean favorables. Sé propicia para esta citareda, como también Febo lo fue mientras viví.” Desde luego, y a pesar de su condición de esclava y de su muerte prematura, la vida de esta Iucunda debió ser bastante diferente a la de aquellos otros esclavos que vivían fuera de la ciudad, en condiciones infrahumanas, trabajando en las minas que rodeaban la ciudad, enriqueciendo a ella y a sus ciudadanos. Al menos, su condición de citareda, dedicada al entretenimiento de su amo, a satisfacerle con el arte de su música, debió colocarla en una posición de cierta cercanía con é tal l,y como sucedía también con otros profesionales, como médicos o secretarios, que también solían ser esclavos.

A partir del siglo IV, el empleo del vidrio para cerrar vanos y ventanas empezó a ser bastante usual, sustituyendo al lapis specularis como elemento de construcción. Este hecho provocó que Segóbriga se sumiera en una fuerte crisis económica, que al final supuso su final como una ciudad importante de la meseta. Para entonces, los elementos públicos de entretenimiento, como el teatro y el anfiteatro, ya se habían abandonado, y sobre su arena y sobre sus gradas se habían construido humildes viviendas. Sin embargo, su carácter urbano no había terminado de perderse del todo, y al menos desde los tiempos visigodos llegó a convertirse, como las otras dos ciudades romanas de la provincia, en sede episcopal. Así lo atestiguan las ruinas de la basílica, y las inscripciones que, ya en el siglo XVIII, aparecieron allí, referentes a algunos de sus obispos -Sefronio, Nigrino, Caoincio, Honorato, …-. Y así lo atestiguan también las actas de los concilios toledanos que se celebraron a lo largo de los siglos VI y VII; en algunas de esas actas aparecen, firmando como asistentes a dichos concilios, otros prelados que también rigieron esta sede a lo largo de este periodo.

NOTA: He dudado entre mantener la versión original de los nombres latinos, en nominativo o en genitivo, tal y como suelen aparecer en las inscripciones, o actualizarlos a la forma castellana. He preferido esta última opción por el carácter que tiene el blog, más divulgativo que propiamente científico.

Vista  aérea del yacimiento de la ciudad romana de Segóbriga. En primer plano, restos del teatro y del anfiteatro. En la primera fotografía, vista desde la colina qie cierra el foro por uno de sus lados, con la imagen de una parte de éste, del áula basilical, y de las termas monumentales, cerradas al final or la ermita de la Virgen de los Remedios, superpuesta al caldarium de las termas. En la imagen segunda, estela funeraria de la citareda Iucunda, en un lugar próximo a los restos del cirsco, donde fue hallada.


domingo, 6 de febrero de 2022

Tambores de guerra en Europa oriental

 

En 1992, después de la caída del Muro de Berlín y de que en la vieja Unión
Soviética se hubiera producido ya el movimiento de disolución de su antiguo imperio, conocido como la Perestroika, el historiador norteamericano Francis Fukuyama publicó su famoso libro “El fin de la historia y el último hombre”, un texto que enseguida fue traducido a veinte idiomas diferentes, y tuvo en todo el mundo una gran cantidad de seguidores. La tesis que se defiende en el libro, bastante controvertida por lo demás, a pesar de que es uno de los textos más citados de los últimos años, puede resumirse en lo siguiente: la lucha entre las ideologías es el motor que mueve la historia, y ese motor se ha paralizado completamente con la disolución del bloque comunista; por lo tanto, la historia ha llegado a su final con la victoria de la democracia liberal, la única ideología viable en el mundo moderno, tanto en lo político y en lo social como en lo económico.

Sin embargo, la propia historia no tardó mucho tiempo en demostrar lo inexacta que era aquella afirmación, que la historia no había llegado a su final. Primero fueron las sucesivas guerras de independencia que protagonizaron los estados de la antigua Yugoslavia, que en el momento de la publicación del libro ya se habían iniciado, pero que se alargarían todavía durante una década más, tiñendo de muerte y desolación este viejo continente que, para entonces, creíamos que estaba exento de este tipo de tragedias. Después fueron los múltiples ataques terroristas de carácter fundamentalista musulmán, las de Estados Unidos contra las Torres Gemelas y las de Madrid contra los trenes de Atocha, pero también los múltiples atentados que se han venido produciendo en todo el orbe: en Casablanca, en Melbourne, en Bangkok, en Mogadiscio, en Barcelona, en Londres, en París, en Berlín,… o en las embajadas norteamericanas de Nairobi y Dar es Salaam- Ahora, el nuevo enfrentamiento entre los dos seculares enemigos de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia, a la que todos creímos derrotada, que ha vuelto a hacer sonar en pleno siglo XXI los tambores de una guerra quizá muy cercana en las fronteras de Europa oriental.

Echando la vista hacia atrás, es cierto la relación histórica que existe entre los dos países en conflicto, Rusia y Ucrania, como el escritor Martín Miguel Rubio Esteban ha afirmado recientemente en la Tercera de ABC. Es cierto también, como ha escrito Juan Manuel de Prada, que Ucrania es, en parte, la cuna histórica de Rusia, y que la primera capital de Rusia, antes que Moscú o San Petersburgo, fue Kiev.  Sin embargo, yerra el genial escritor, con el que por otra parte me identifico en muchos aspectos diferentes a éste, cuando asegura que “la amputación de Ucrania es para Rusia tan dolorosa como lo sería la amputación de Cataluña para España”.  Comparar el caso de Cataluña, que nunca fue un Estado como tal, con el de Ucrania, resulta tan erróneo y anacrónico como comparar el caso del País Vasco con el de Irlanda, que tanto se pretenderá desde el punto de vista de los independentistas en los tiempos más duros del cruento terrorismo etarra. Las realidades, geográficas y también históricas, son muy diferentes en los tres territorios citados.

Es cierto que, históricamente, Ucrania y Rusia caminaron muchas veces de la mano, pero también es verdad que hubo otros momentos, terriblemente dolorosos, en el que ambos países estuvieron enfrentados. Basta citar, para demostrar que ello fue así,  el Holodomor, aquel terrible genocidio del pueblo ucraniano que, entre 1932 y 1933 llevó a la muerte, por hambre, a una cantidad indeterminada de ucranianos, entre un millón y medio y doce millones de personas, según las diversas fuentes; un hecho que, más allá de supuestas causas impersonales imputables a una serie consecutiva de malas cosechas y a la secular improductividad de los campos de cultivo de Ucrania, agravadas por la especulación y el sabotaje de algunos campesinos ricos, debe atribuirse a un acto intencionado de exterminio desatado por el poderío estatal soviético dirigido por Stalin.

España nunca ejerció el genocidio contra Cataluña. Y España, además, se convirtió, después de la muerte de Franco, en un país democrático, dando cobijo a Cataluña dentro de su democracia con las mismas condiciones, incluso superiores en algunos aspectos, que las demás regiones del país. El entramado político Rusia-Unión Soviética-Rusia, por el contrario, ha estado muchos años, incluso algún siglo, sometiendo al yugo del totalitarismo al conjunto de sus habitantes, a los propios rusos primero y después a los ciudadanos de las otras repúblicas soviéticas, primero con el zarismo y más tarde con el comunismo, salvo ese breve periodo de tiempo que supuso la Perestroika de Mijaíl Gorbachov. Porque la Perestroika supuso un gran avance para los rusos en pos de la democracia, a pesar de que en los últimos años, desde que Vladimir Putin llegara a la presidencia del país, primero con carácter interino, en 1999, y más tarde ya de manera oficial, a partir del año siguiente.

En este sentido, la nueva política de Rusia tiende a la recuperación de aquellas posiciones políticas que fueron propias de los tiempos más dolorosos de la Guerra Fría, principalmente en lo que la política exterior se refiere, pero también a la propia política interna del país. El economista y filósofo francés Guy Sorman, que tan bien conoce el territorio de la Europa oriental, muchas veces hermético para los occidentales, debido a sus propios orígenes familiares, ha afirmado recientemente que el ruso siempre avanza de frente, y que no deja de avanzar hasta que alguien le detiene. Así lo ha demostrado la historia, también la más reciente de este siglo XXI, como lo demuestra el caso de Ucrania, a la que hace ya algunos años Rusia le arrebató ya la península de Crimea y la región de Donetsk, pero también los de otras antiguas repúblicas soviéticas, como Bielorrusia y Kazajistan, cuya independencia también ha llegado a amenazar la “madre” Rusia en los últimos meses.

Y así lo demuestra también la otra guerra que desde hace ya algún tiempo, una guerra sin declaración previa que viene utilizando el gobierno de Putin contra la política interna del resto del mundo, una guerra en la que no se emplean bombas ni armas de artillería, sino internet y las redes sociales, una guerra en la que los rusos han tratado incluso de influir en las elecciones democráticas de países soberanos, tal y como han demostrado algunos observadores internacionales independientes. Y también, intentando colocar en esos países gobernantes prorrusos, como Yehven Murayev, quien, según los informes de la diplomacia británica, es el político que ha sido elegido por el Kremlin para dirigir Ucrania en los próximos años, como presidente de un gobierno títere, una marioneta que pueda gobernar a un país derrotado, Ucrania, siempre en beneficio de esta nueva Unión Soviética.

En todo caso, nadie puede poner ninguna objeción al hecho de que, a fecha de hoy, Ucrania, en el plano de la política internacional propia de este siglo XXI, es un país libre y soberano, que tiene derecho a decidir libremente en cuál de los dos lados del espectro político quiere estar, si en el de las democracias occidentales o en del del neocomunismo de Rusia o de China, de Corea del Norte o de las repúblicas ultraizquierdistas del continente americano. Y por supuesto, como país soberano que es, también tiene todo el derecho a poder incorporarse, para defender su independencia, a una alianza militar de carácter defensivo como es la OTAN. Porque una cosa que también debe ser tenida en cuenta en el debate, es que la OTAN, pese a su carácter militar, nunca ha sido, y mucho menos lo es hoy en día, una alianza de carácter ofensivo, sino defensivo.

Y en el plano interno de nuestro país, por otra parte, y a pesar del mucho ruido que en los últimos días se está produciendo, España no tiene más remedio que cooperar con sus aliados de la OTAN, y marchar en la misma dirección que lo hacen ellos. Otra cosa es, por supuesto, que se cumplan las leyes vigentes, y que, al menos, se informe adecuadamente en el Parlamento, y se pida también su autorización legal, de las gestiones que se están haciendo en este sentido. Pero Sánchez, más allá de ello, y por una vez, ha actuado conforme al derecho internacional, por más que en la reunión que el presidente norteamericano Joe Biden celebró con algunos presidentes europeos el pasado 24 de enero, se haya demostrado el escaso peso político que nuestro país tiene hoy en día -no siempre fue así- en el plano internacional. Lo otro, la postura de Podemos y del resto de los aliados del Gobierno, es sólo una vuelta de tuerca más al secular silencio cómplice que todos los partidos comunistas, también en los países occidentales, mantuvieron durante todo el siglo pasado, respecto a la violenta política de presión que la vieja Unión Soviética mantuvo siempre contra aquellas naciones que formaron, después de la Segunda Guerra Mundial, el Pacto de Varsovia.

A fecha de hoy, 27 de enero de 2022, la situación de la frontera entre Rusia y la Unión Soviética, es de cierto impasse, alerta siempre a las informaciones de los políticos que dirigen uno y otro bando -los de Rusia, los de Estados Unidos y los de la OTAN, que Ucrania, la principal protagonista de la situación, sin embargo, es la más callada de todas, al menos desde el punto de vista occidental-. Pero la historia, al contrario de lo que afirmaba Fukuyama, avanza todavía demasiado rápida en lo que a la política internacional se refiere, y nadie puede asegurar hoy en día, más allá de supuestos futuribles, cuál será la situación real en la que el conflicto se encuentre en el momento en el que el texto sea publicado. Esperemos, sin embargo, que esos tambores todavía lejanos de guerra, que se oyen en la frontera oriental de Europa, no terminen por convertirse en esa otra música que, para Napoleón, era la más hermosa de todas las músicas, la que generan los cañones cuando son disparados sobre el enemigo, o sobre poblaciones indefensas.



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