Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


Mostrando entradas con la etiqueta Marquesado de Villena. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Marquesado de Villena. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de octubre de 2022

Un viaje al sur del marquesado de Villena (II)

 

Dejamos atrás Alcaraz y su castillo con la sensación de que la localidad tenía muchas cosas en común con Cuenca. En efecto, desde su fundación, también en época califal, como la ciudad del Júcar, a caballo entre los siglos X y XI, como Cuenca, hasta su brillante época renacentista, con algunos edificios similares a los de la capital y la provincia conquenses, y con algunos nombres de arquitectos y escultores que se repitan en un lugar y en otro -Francisco de Luna, Esteban Jamete quizá, y por encima de todos Andrés de Vandelvira-, y pasando por la conquista de la ciudad a los musulmanes, realizada también por el mismo rey Alfonso VIII, aunque en esta ocasión después de la victoria de las Navas de Tolosa. En efecto, fue el 23 de mayo de 1213, casi un año más tarde de aquella gloriosa victoria que consiguió abrir definitivamente las puertas de Al Andalus para los cristianos, cuando el monarca, tras un azaroso incendio y siempre con la compañía del arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, el mismo que había alentado también a las tropas españolas al otro lado de Despeñaperros, logró entrar por fin por la Puerta de Granada, la principal puerta que guardaba la entrada a Alcaraz. Derrotados los musulmanes, Alfonso VIII aceptó entonces la incondicional rendición de quien en cese momento gobernaba la ciudad en nombre del califa almohade, y como había pasado en Cuenca cuarenta años antes, entregó a sus nuevos habitantes cristianos un gran alfoz y un fuero, hermano y basado precisamente en el mismo Fuero de Cuenca.

Aquí, en Alcaraz, se firmaría treinta años más tarde, en 1243, el llamado Tratado de Alcaraz, entre el entonces infante Alfonso de Castilla, futuro rey Alfonso X, en representación de su padre, Fernando III, y los representantes de la taifa de Murcia, que por entonces se encontraba en una situación muy difícil, acosada tanto por las tropas de la orden de Santiago como por las del reino nazarí de Granada. La firma, que se llevó a cabo precisamente en el monasterio de Cortes, el que había sido el primer destino de nuestro viaje, situó a la taifa murciana como un importante protectorado del reino de Castilla, posibilitando de esta forma que, a partir de este momento, éste pudiera extenderse también por las tierras murcianas, en detrimento del reino de Aragón, que también tenía intereses económicos y políticos en el territorio.

La visita a Alcaraz debía completarse, el día siguiente, con la visita a un castillo y un territorio tan antiguo, cuando menos, como lo era éste: Chinchilla de Montearagón. Pero antes, durante el tiempo que aún quedaba de día, tendríamos que rendir un pequeño tributo a otras etapas de la historia en un lugar diferente: Riopar. Un pueblo que en realidad es doble. Por un lado, Riopar Viejo, el pueblo primitivo que nació, como otros muchos pueblos de la comarca, en lo alto de la montaña, al amparo de ésta y del extenso alfoz de Alcaraz, con su castillo también, convertido hace ya muchos años en un recoleto cementerio, y su pequeña iglesia, situada a los pies del castillo, escondida entre calles abandonadas, renacidas hoy sólo para los turistas, como si se tratara de una villa medieval en estado fósil, a partir de la restauración que se hizo en algunas de sus casas abandonadas para convertirlas en alojamientos turístico. Hace ya muchos años que Riopar, llamado ahora Riopar Viejo para diferenciarlo del otro, fuera abandonada, porque los habitantes que quedaban en el pueblo se bajaron a la llanura, a lo que se vino a llamar Riopar Nuevo, una población de nuevo cuño creada en la segunda mitad del siglo XVIII, creada al amparo de las Reales Fábricas de Bronce y Latón de San Juan de Alcaraz, que en 1773 había fundado Juan Jorge Graubner, un ingeniero vienés que se había nacionalizado español. Una mina de calamina que existía en sus cercanías, y que permitía la extracción abundante del cinc que, mezclado con el cobre, terminaba por convertirse en latón, fue lo que permitió la instalación de la fábrica en este lugar, tan apartado de la corte. La visita a la fábrica, o lo que de la fábrica había dejado el paso del tiempo, fue también un interesante contrapunto a la visita que aquella misma mañana habíamos realizado, después de visitar Alcaraz, a las ruinas restauradas de Riopar Viejo.

Y por fin, el día siguiente, visitamos Chinchilla, no sin antes haber compartido otro tributo, esta vez con el cine, en dos pueblos que también se encuentran en la provincia de Albacete: Ayna y Lietor. Porque en estos dos pueblos visitamos algunos de los escenarios de una de las películas más hermosas, y quizá más incomprendidas, del cine español: “Amanece que no es poco, la genial comedia surrealista del cineasta albaceteño José Luis Cuerda. En Ayna, uno de los pueblos más hermosos de la provincia de Albacete, quizá también de toda Castilla-La Mancha, visitamos algunos de sus escenarios más inolvidables. Y en Lietor es de especial relevancia la ermita de Nuestra Señora de Belén, un pequeño templo dieciochesco, enteramente pintadas sus paredes al trampantojo, con arquitecturas ilusorias y amplios cortinajes, que enmarcan un ejército de santos y de santas que están coronadas por una alegoría de la muerte; un espacio claramente visible para los conocedores de aquella película del genial realizador, porque es en esta pequeña iglesia donde se celebra la extraña misa que da sentido a la trama.

Chinchilla, ya lo hemos dicho, es uno de los pueblos más antiguos de la provincia de Albacete. Su término municipal ha estado poblado desde los inicios del Neolítico, y hay quien afirma que su fundación, al menos en términos mitológicos, se debe al propio Hércules, allá por el siglo VII a.C. Lo que sí es incuestionable es la gran cantidad de restos arqueológicos que han venido produciéndose en diferentes parajes de su término, al hilo de la antigua Vía Augusta, que cruzaba a los pies de la población actual, y entre los que destaca, por encima de todos, el llamado Sepulcro de Pozo Moro, un antiguo monumento funerario que fue dedicado a algún reyezuelo ibero, y que en la actualidad se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Pero más allá de todos esos restos arqueológicos, lo que también es cierto es que fue hacia el año 928, bajo el poder del califato de Córdoba, ,  Chinchilla empezó a adquirir relevancia. Entonces, bajo sucesivos nombres -Ghenghalet, Yinyalá, Sintinyala-, era ya una ciudad importante, y más lo sería en los años siguientes, cuando formaba ya parte del reino taifa de Murcia.  A este reino sería tomada en el año 1242 por las tropas del futuro rey Alfonso X, coaligadas para la ocasión con las tropas aragonesas de Jaime I y con los caballeros calatravos, y sentada entre los dominios castellanos a partir del año siguiente, precisamente después del ya citado Tratado de Alcaraz. Poco tiempo después sería entregada en señorío al infante muchas villas Manuel de Castilla, hermano del propio monarca y primer señor de Villena, y de otras muchas villas, que se extendían por las provincias de Toledo, Segovia, Valladolid, Alicante, Soria, Burgos, o la propia Albacete, y hasta incluso en la de Hueva. A partir de este momento, la historia medieval de la villa iría pareja a la del futuro marquesado de Villena, pues hay que recordar que fue este inmenso señorío, el germen del posterior marquesado homónimo, un estado dentro del Estado, sobre todo, tal y como se ha dicho, durante la segunda mitad del siglo XV.

Y como no podía ser de otra forma, su castillo, levantado por Juan Pacheco, el primer marqués, como atestigua nel escudo heráldico que adorna una de las torres que flanquean su principal entrada, fue también otro de los escenarios más importantes de las guerras civiles que se desarrollaron entre 1475 y 1480, la llamada Guerra del Marquesado, y que enfrentó a las tropas del marqués de Villena con los Reyes Católicos. En junio de 1476, la rebelión de los habitantes del marquesado contra su señor natural se había extendido ya hasta chinchilla, que en realidad era la única ciudad que, como tal, existía en todo el marquesado, y que en ese momento contaba con unos cuatro mil habitantes. Los combates callejeros se extendieron por toda la población, y obligaron a los partidarios del marqués, que eran mino0ría, a guarecerse dentro de los muros del castillo, al amparo de una guarnición importante. El cerco del castillo se estrechó al día siguiente, animados los sublevados por las promesas de la reina Isabel de enviar tropas reales con el fin de apoyarles. No obstante, después de varios meses de cerco, el 11 de septiembre se firmó la tregua entre Isabel y el marqués, por la cual éste será desposeído de todas las fortalezas que ya había perdido durante el transcurso de la guerra, y las que no, como la propia chinchilla o Almansa, serían entregadas en tercería a un representante neutral.

La guerra se recrudeció en los años siguientes, cuando, muerto ya el primer marqués, había sido sucedido en el gobierno del territorio por su hijo, Diego López Pacheco. Para entonces, los reyes habían enviado a Chinchilla al licenciado Fernando de Frías, para que ejerciera como gobernador regio en la ciudad, y éste ordenó un nuevo cerco sobre el castillo, que había sido recuperado algún tiempo antes por las tropas del marqués, y éste, enfurecido, envió el grueso de sus tropas en auxilio de la guarnición del castillo. La reacción de Fernando de Frías, ante la llegada de un importante número de tropas, fue la de huir cobardemente, pero la represión que Diego López Pacheco realizó entonces contra los partidarios de los Reyes Católicos provocó que estos rompieran las treguas, que oficialmente seguían en vigor, y le declararan la guerra al marqués.

Corría ya el año 1479 cuando éste se vio obligado a replegarse hacia los territorios más septentrionales de su extenso señorío, hacia lo que hoy es la provincia de Cuenca principalmente. Fue en este momento cuando la guerra se trasladó a otros escenarios -Iniesta, San Clemente, Villanueva de a Jara, Castillo de Garcimuñoz, Alarcón, la propia Belmonte, capital en ese momento del marquesado, como es sabido, y el lugar en el que habían nacido tanto el padre como el hijo-. También, es el momento cuando aparecen algunos de los capitanes más conocidos -Pedro Ruiz de Alarcón, Rodrigo Manrique, su hijo, Jorge, …. Por otra parte, el fallecimiento, ese mismo año, del rey de Aragón, Juan II, y la coronación como nuevo rey de su hijo, el príncipe Fernando, lo que contribuyó a consolidar la unión dinástica entre los dos reinos, dio a la guerra una nueva dimensión. La capitulación definitiva del segundo marqués, Diego López Pacheco, sería firmada por éste el 28 de febrero del año siguiente, 1480, en su castillo de Belmonte.

La visita al castillo de Chinchilla, como la que habíamos tenido antes a los restos del castillo de Alcaraz, ayuda al visitante al tomar plena conciencia de esta etapa de nuestra historia, tan importante para el devenir posterior de Castilla y de España, pero también de la propia provincia de Cuenca. Y el visitante no puede dejar de pensar en ello cuando se aleja, de regreso otra vez a tierras conquenses, como si el viaje fuera un reflejo de aquel viaje en el tiempo, que se desarrolló a lo largo de seis años cruciales: lo que empezó en Albacete y en Alicante, en 1476, y terminó en cuenca en 1480. Y no puede dejar de pensar, tampoco, en como mucho tiempo después, cuando Javier de Burgos creara la nueva estructuración territorial de España en provincias, en 1833, la propia Chinchilla rivalizó con la ciudad de Albacete, que durante mucho tiempo había sido una simple aldea de la otra, levantada a los pies de su castillo, en su idea de convertirse en la capital de aquella nueva provincia que se iba a crear con el nuevo decreto. También hubo un tiempo que lo fue incluso, y este es un hecho que ignorar la mayor parte de los conquenses, de la propia Alarcón, después de que aquélla hubiera sido tomada a los árabes por las tropas concejiles de la propia localidad conquense, en 1291.

Lo que pasó ca partir de entonces es bien conocido. La antigua aldea, convertida en capital de provincia, llegó a convertirse, en el devenir de los tiempos, en una de las ciudades de mayor crecimiento de toda España, mientras que la antigua ciudad, adormilada alrededor de su viejo castillo, reconvertido para entonces en uno de los penales más duros de todo el país, iba perdiendo paulatinamente población e importancia. La propia decisión de instalar en una oscura venta sin ninguna importancia histórica de la capital el nuevo Parador Nacional de Turismo, en los años sesenta del siglo pasado, que pudo haber estado en el propio castillo de Chinchilla -es conocido el interés que siempre ha tenido Paradores Nacionales de fundar sus instalaciones turísticas, siempre, en edificios históricos, principalmente en castillos o en monumentos-, es un claro ejemplo de este apuesto devenir histórico entre una ciudad y otra.



lunes, 25 de enero de 2021

El infante don Juan Manuel, el marquesado de Villena, y la reina que nació en Castillo de Garcimuñoz

 

            Durante toda la Edad Media, era que las distintas casas nobiliarias, especialmente las más poderosas, entrecruzaran de forma repetida, a través de las generaciones, de tal manera que a los historiadores nos cuesta trabajo seguir muchas veces el entramado de los árboles genealógicos, lo que se complica todavía más cuando tenemos en cuenta, por una parte, los múltiples enfrentamientos y tratados de amistad que solían darse entre los diferentes linajes, y por otra, las relaciones, también disímiles, de estos linajes con la corona, lo que provocaba frecuentes concesiones y enajenaciones de títulos nobiliarios, que además muchas veces se duplicaban. Todo ello dificulta, aún más, hacer una historia genealógica y familiar de la Edad Media castellana.

En la entrada de este blog correspondiente a la semana pasada veíamos la relación existente entre el llamado Enrique de Villena, más conocido como el Nigromante, con la provincia de Cuenca, y especialmente con sus señoríos de Torralba e Iniesta. Y también veíamos las relaciones familiares de su esposa, María de Albornoz, miembro de una de las familias más poderosas de Castilla, con el linaje Manuel, debido a la identidad de su abuela, Constanza Manuel de Villena, quien era nieta, por lo tanto, del llamado infante don Manuel. Y en esta nueva entrada vamos a incidir más en la relación de este poderoso linaje, los Manuel, con la provincia de Cuenca, y especialmente con la villa de Castillo de Garcimuñoz.

            Algo de todo esto sucedió en sus orígenes con el marquesado de Villena, que hasta la definitiva concesión del título, a mediados del siglo XV, en favor del poderoso linaje de los Pacheco, originarios de Belmonte, cuenta con una historia difícil de seguir por aquellos que no están habituados a estos hechos. Así, al título de marqués de Villena, que, tal y como vimos la semana pasada, era ostentado a finales del siglo XV por Alfonso de Aragón el Viejo, conde también de Ribagorza, hay que añadir también la existencia anterior del ducado del mismo nombre, que a partir del homónimo señorío, ostentó por primera vez don Juan Manuel, infante de Castilla y autor de uno de los libros más importantes de las letras castellanas en aquellos años medievales: el “Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio”, más conocido como “El Conde Lucanor”; no vamos aquí a entrar en polémicas sobre si éste, uno de los más poderosos de su época; debe o no debe ser tratado con el título de infante, por no tratarse de un hijo del rey de Castilla, sino de un nieto de éste, puesto que, en realidad, el título, justo o no, ha sido asumido por gran parte de la historiografía.


El título fue adoptado por herencia de su padre, el infante don Manuel de Castilla, hijo del rey Fernando III el Santo, y hermano, por lo tanto, de Alfonso X el Sabio, quien había sido dueño de un importante señorío que abarcaba, además de este lugar, otros pueblos de la provincia de Alicante, como los de Crevillente, Elche, Aspe, y muchos otros más en las provincias vecinas de Murcia, Albacete y Valencia, así como algunas posesiones, también importantes, en el sur de la provincia de Cuenca. Éste había nacido en Carrión de los Condes, en la provincia de Palencia, en 1234. Fue en 1252 cuando su padre le entregó este enorme territorio, y más tarde, durante el reinado de su hermano Alfonso, ocupó para él algunos cargos de gran importancia, como los de alférez del rey, entre 1258 y 1277, y mayordomo mayor, entre 1279 y 1282, además de haber ostentado el título de adelantado de Murcia. Representó así mismo a su hermano en la embajada que éste envío a Roma, con el fin de ganarse la voluntad del papa, Alejandro IV, para sus intereses imperiales, a los que podía acceder por su madre, la princesa Beatriz de Suabia, quien era hija del emperador Felipe de Suabia. También ayudó a su hermano en la negociación con los nobles, que se habían revelado contra el monarca entre 1272 y 1273.

No obstante, en 1282, y en el marco de la revuelta protagonizada ahora por el príncipe Sancho, el futuro rey Sancho IV de Castilla, debido a las desavenencias dinásticas entre éste y el infante Alfonso de la Cerda, y de la posterior ejecución del infante don Fadrique, mandada por el monarca en 1277, fue precisamente don Manuel el encargado de pronunciar contra el monarca la sentencia decretada en Valladolid. Y al año siguiente fallecería en Peñafiel, también en la provincia de Valladolid, después de haber encomendado a su hijo, don Juan Manuel, que todavía era un niño, al futuro monarca. Fue enterrado en el monasterio de Uclés, donde también había sido enterrada su primera esposa, Constanza de Aragón, quien era hija del rey Jaime I el Conquistador. Heredó el señorío de Villena, así como también todos sus mayorazgos, el ya citado don Juan Manuel, que había tenido con su segunda esposa, Beatriz de Saboya, hija del conde Amadeo IV, ya que el primogénito, que había tenido con la citada Constanza, había fallecido en vida de su padre, mientras acompañaba a su tío, el rey Alfonso, en un viaje por Europa, en el marco de su campaña electoral por el imperio germánico, siendo enterrado también, como sus padres, en el monasterio uclesino de la orden de Santiago.


La figura del segundo señor de Villena, el “infante” don Juan Manuel, reconocido autor de varios libros, entre ellos el ya citado “Libro del Conde Lucanor” y el “Libro de la Caza”, es demasiado bien conocida como para intentar hacer aquí un breve resumen de su vida. Sí conviene destacar, sin embargo, algunas cosas de su biografía relacionadas con la provincia de Cuenca, unas más conocidas, como la relación que mantuvo con sus señoríos de Belmonte y Castillo de Garcimuñoz, y otras menos conocidas, como sus desavenencias que mantuvo con los vecinos de Alarcón; o, la más curiosa, el hecho de que en otra de sus villas conquenses, El Cañavate, llegó incluso a crear, parece ser, una ceca para la fabricación de moneda propia, lo que le enfrentó tanto contra el rey de Castilla, como contra el Aragón. Sin embargo, se conservan todavía algunas de las monedas fabricadas en aquella ceca, con la inscripción “Santa Orsa” en el anverso” y “A despecta via cons” en el reverso, haciendo así referencia a una de sus hijas, Constanza, de la que más tarde hablaremos, por ser, ella también, otra de las protagonistas de esta entrada.

            Más conocida es su relación con dos importantes pueblos de la Mancha conquense, en los que don Juan Manuel tuvo su casa de morada, porque los dos también formaron parte de sus extensas posesiones: Belmonte y Castillo de Garcimuñoz. En efecto, en Belmonte, en medio del pueblo, ordenó en 1323 la construcción de un palacio, un hermoso edificio señorial que hoy, después de mucho tiempo de haber permanecido en situación de abandono, se ha convertido en un pequeño hotel rural. En este mismo palacio fue donde nació, un siglo más tarde, el primer marqués de Villena de la nueva era, el todopoderoso en tiempos de los Reyes Católicos don Juan Pacheco, el mismo que ordenó más tarde la construcción, extramuros de la localidad, del nuevo castillo. Y algún tiempo después su hijo, el segundo marqués de Villena, Diego Roque López Pacheco, ordenaría también la instalación en el viejo palacio de don Juan Manuel de un convento de religiosas dominicas, que fueron trasladadas hasta allí desde La Alberca, lugar en el que las había fundado el propio don Juan Manuel.

Si Belmonte fue importante en la vida del “infante”, no lo sería menos la villa de Castillo de Garcimuñoz. Fue el propio infante Jua el que, enfrentado como se ha dicho a los vecinos de Alarcón, cabecera de la comarca, consiguió en 1322, durante la minoría de edad del monarca, la carta de villazgo para el lugar de Castillo de Garcimuñoz, separándolo de esta forma de la jurisdicción de Alarcón; en aquel momento, don Juan era regente del reino. Y poco tiempo más tarde, en 1326, él y su esposa, la ya citada Constanza de Aragón, fundaría también en ese pueblo un convento de agustinos. Allí nacieron también algunos de sus hijos, y allí falleció también su esposa, al año siguiente, siendo enterrada en el mismo monasterio agustino que ellos habían fundado algunos años antes. Así pues, el amor que el “infante” don Juan Manuel sintió por su villa de Castillo de Garcimuñoz fue tal, que aquí vivió la mayor parte del tiempo que le permitieron sus múltiples empresas militares y políticas, y a él se retiró también en 1348, cuando, terminadas ya esas empresas, quiso dedicarse sólo a la literatura.

Por ello, gran parte de su obra literaria, que fue relativamente extensa, la escribió en este pueblo manchego, el mismo en el que nacieron, como hemos dicho, gran parte de sus hijos legítimos, según algunas fuentes históricas: Constanza (1316-1345), Beatriz (1325, fallecida a los pocos días de nacer), Manuel (1326, quien también murió joven), que tuvo con su segunda esposa, Constanza de Aragón, pues la primera, Isabel de Mallorca, hija del rey Jaime II de Mallorca, había fallecido a los veintiún años, sin haber podido tener descendencia; Fernando (hacia 1331-1351), quien heredó todos sus señoríos, y Juana (1339-1389), reina consorte de Castilla, por su matrimonio con Enrique de Trastámara, quien se convertiría en rey después de la guerra civil que mantuvo con su hermanastro, Pedro I, que los tuvo con su tercera esposa, Blanca Núñez de Lara. Y don Juan Manuel tuvo también algunos hijos ilegítimos con la dama Inés de Castañeda, como Enrique Manuel de Villena, del que luego hablaremos, y Sancho Manuel de Villena (1320-1347), que fue también adelantado mayor del reino de Murcia y alcaide de Lorca; fue precisamente este Sancho Manuel el padre de la anteriormente citada Constanza, la abuela de nuestra María de Albornoz, la misma de la que hablábamos en la entrada anterior de este blog.

 


Y volviendo a la villa de Castillo de Garcimuñoz, ésta también va a ser importante para los historiadores, para determinar fehacientemente que, pese a que siempre se ha tenido como la fecha de su fallecimiento el 5 de mayo de 1348, hoy podemos saber que el 12 de octubre de ese año, el “infante” todavía estaba vivo, pues en ese día esta fechado un documento que él mismo firmó en su villa manchega, por el que concedía algunas propiedades en favor de cierta doña Elvira, viuda del que había sido alcaide de su villa de Cuéllar, en la provincia de Segovia.

Como hemos dicho, el importante señorío de los Villena sería heredado a su muerte por Fernando, quien falleció a los veinte años, después de haberse casado con Juana de Ampurias, hija del conde Ramón Berenguer de Ampurias, y nieta del rey Jaime II de Aragón, con la que sólo tuvo una única, Blanca Manuel de Villena. Fue Blanca la última del linaje que tuvo la posesión de este enorme señorío, pues a su muerte, el marquesado de Villena pasó a la corona, al haber sido enajenado por el rey Pedro I, quien se lo concedió a su hijo bastardo, Sancho de Castilla, que había tenido con Isabel de Sandoval. Y reclamado legalmente por la propia Blanca, una vez que Enrique II había salido victorioso de la guerra civil, éste se lo concedió en 1367 a Alfonso de Aragón, como recompensa por la ayuda que el aragonés le había prestado en el conflicto con su hermano.

Sin embargo, mientras tanto Castillo de Garcimuñoz seguiría siendo importante para la familia Manuel durante algún tiempo; a modo de ejemplo, fue en un alerón del propio castillo, en donde, en julio de 1351, fue proclamada doña Blanca como nueva propietaria del extenso señorío, con los fastos propios de una ceremonia de homenaje, de las que eran usuales en aquellos tiempos. Sería, muy probablemente, la última vez que Blanca, que entonces tenía apenas tres años de edad, vería el lugar en el que había sido proclamada por sus súbditos; encomendada la administración del señorío a Íñigo López de Orozco, doña Blanca fue conducida poco tiempo después hasta la corte, que entonces se encontraba en Sevilla, en donde fallecería diez años más tarde.

Y aquí es donde tenemos que volver la mirada otra vez hacia la última protagonista de esta entrada: Constanza Manuel de Villena, reina consorte de Castilla siendo niña, por su matrimonio con el rey Alfonso XI, y más tarde heredera consorte también al trono de Portugal, por su matrimonio posterior, en 1340, con el infante Pedro, quien más tarde llegaría a convertirse en el rey Pedro I del país vecino. En efecto, fue en 1325, cuando la niña, que apenas contaba aún con nueve años de edad, había sido desposada por su padre con el rey Alfonso XI de Castilla, quien a la sazón tenía en ese momento sólo catorce años, pero ya acababa de ser reconocida su mayoría de edad para poder acceder al trono, librándose de esta forma de la regencia, que había ostentado el propio don Juan Manuel. Y aunque el matrimonio no llegó a consumarse, debido a la minoría de edad de la novia, las Cortes celebradas en Valladolid sí llegaron a ratificarlo, por lo cual el título de reina de Castilla, que ella utilizó durante un breve periodo de tiempo, tenía total validez. No obstante, el matrimonio no duró demasiado tiempo, pues el monarca estaba entonces más interesado, tanto por razones políticas como por razones más personales, en la infanta María de Portugal, la hija de Alfonso IV, que en la castellana, con la que terminaría casándose en 1328. Un año antes, el rey había repudiado a Constanza, y ordenado su encierro en Toro, en la provincia de Zamora, encierro en el que ella permaneció al cuidado de su aya, siendo reclamada repetidas veces por su padre. Todo ello provocó un arduo enfrentamiento entre éste y el monarca, que no terminaría hasta un año más tarde, cuando el rey permitió, por fin, que Constanza pudiera regresar con su padre, a la villa de Castillo de Garcimuñoz.

Pero no había sido el monarca de Castilla el primer destinatario para compartir con la niña Constanza, a pesar de su corta edad, el tálamo nupcial, por la conveniencia política de su padre. Ya incluso antes, éste había realizado algún movimiento similar para unir matrimonialmente a su hija, entonces con Juan de Haro, señor de Vizcaya, y aliado suyo, y había sido precisamente el deseo de romper esa alianza, lo que le había movido al monarca a ofrecer al de Villena este matrimonio de conveniencia, al tiempo que ofrecía también al de Vizcaya la mano de su hermana, la infanta Leonor; un juego de estrategias que, si bien no logró cumplir por completo los deseos de rey de Castilla, al no haber sido aceptado ese segundo matrimonio por Juan de Haro, sí permitió al menos, durante algún tiempo, que la paz se extendiera temporalmente por gran parte del reino. Y tampoco sería ésta la última vez que la niña Constanza se convirtiera en moneda de cambio de los más altos intereses políticos de su entorno; poco tiempo después de su regreso a la villa manchega, una vez desposeída del título de reina de Castilla, la niña Constanza fue ofrecida de nuevo, ahora sin éxito, al infante de Aragón, futuro Pedro IV el Ceremonioso.

Pero don Juan Manuel volvería a intentarlo, ahora con éxito, al ofrecer a su hija como moneda de cambio de una nueva alianza con el reino de Portugal, ofreciendo a Constanza como esposa del príncipe Pedro uno de los hijos del rey Alfonso IV. Era el año 1331, y los futuros contrayentes tenían en ese momento, respectivamente, once y quince años de edad. Sin embargo, el matrimonio entre el rey de Portugal y la niña de Castillo de Garcimuñoz amenazaba la paz en la corona de Castilla, lo que provocó, otra vez, el enfrentamiento con el antiguo esposo, el cual llegó, incluso, a cercar con su ejército el palacio que don Juan tenía en Castillo de Garcimuñoz. Pese a todo, la boda pudo celebrarse en la villa manchega el 28 de marzo de 1326, aunque por poderes, y no sería hasta cuatro años más tarde, el 24 de agosto de 1340, cuando pudo volver a celebrarse, ahora con toda la pompa real, en la ciudad de Lisboa, después de Constanza hubiera podido viajar por fin hasta el país vecino. A la capital portuguesa fue acompañada por uno de sus hermanos, Enrique Manuel, que su padre había tenido también con  Inés de Castañeda.

Sin embargo, en el séquito viajaba también con ella una conocida dama gallega, Inés de Castro, que en los años siguientes sería una de las frecuentes fuentes de preocupación de nuestra protagonista, al convertirse en amante de su marido Por este motivo, los años que Constanza pasó en la corte vecina tampoco estuvieron plenos de felicidad, teniendo que hacer frente a las infidelidades de su esposo, pero también, a las alegrías que le proporcionaba el nacimiento de sus hijos: María, en 1342, convertida después en marquesa de Tortosa, por su matrimonio con el infante Fernando de Aragón; Luis, en 1340, que murió a los ocho años de nacer; y Fernando, futuro rey de Portugal, en 1345. Sin embargo, el complicado parto de este último hijo le causó a Constanza la muerte por puerperio, en Santarém, siendo enterrada unos días más tarde en el convento de San Francisco de esa ciudad del centro de Portugal.  Doce años después, en 1357, fallecería el rey, Alfonso IV, y su esposo, que para entonces ya se había casado en secreto con su antigua amante, sería proclamado nuevo rey de Portugal.

De esta forma Constanza, que no figura en las listas oficiales de las reinas de Castilla porque su matrimonio no llegó a consumarse, tampoco lo hace en las listas de las reinas de ese país vecino, en esta ocasión porque, como ya hemos visto, su esposo no llegaría a ceñirse la corona hasta después de que ella falleciera. Si cuenta, sin embargo, por derecho propio, como madre de reyes, a pesar de los desvelos de su antigua dama, la citada Inés de Castro, de lograr fuera postergado del trono, en beneficio de sus propios hijos. En efecto, Fernando I fue proclamado rey de Portugal el 18 de enero de 1367, pero su fallecimiento, en octubre de 1383, significaría el principio del fin de la dinastía Borgoña en el país vecino. En efecto, aunque fue sucedido en el trono por Beatriz, la hija que el monarca había tenido con Leonor Téllez de Meneses, nieta por lo tanto Constanza, quien por otra parte había sido desposada ese mismo año, cuando apenas tenía diez años de edad, con Juan I de Castilla, el segundo de los Trastámara, la temprana muerte de su padre provocó la consiguiente guerra entre Castilla y los partidarios del maestre Juan de Avis, tío de la nueva reina. La victoria de estos en la batalla de Aljubarrota, el 14 de agosto de 1385, significaría el derrocamiento de Beatriz del trono de Portugal, y la instalación en el país vecino de una nueva dinastía, los Avis. La nieta de nuestra Constanza Manuel fallecería en Castilla en 1420, sin haber podido regresar ya nunca a sus tierras portuguesas.

Etiquetas