Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


Mostrando entradas con la etiqueta Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Mostrar todas las entradas

viernes, 19 de julio de 2024

DOS LIBROS DE ALMUDENA SERRANO SOBRE LA HISTORIA DEL ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE CUENCA Y SOBRE LA REAL CASA DE SANTIAGO DE UCLÉS

 No es ésta la primera vez que utilizo este blog para comentar un libro de reciente publicación sobre algún aspecto relacionado con la historia de Cuenca, pero sí puede ser la primera vez que esas novedades editoriales vienen por duplicado, sobre todo sí, como es el caso, se trata de dos libros escritos por la misma autora, de enorme interés ambos. Se trata de dos estudios de María de la Almudena Serrano Mota, quien, a su formación académica como licenciada en Geografía e Historia, especialidad en Historia Moderna, se le une su amplia experiencia profesional como técnica de archivos, desde hace ya más de treinta y cinco años, especialmente desde su larga trayectoria como directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, labor que lleva desempeñando desde 1997. Precisamente a su lugar de trabajo, el edificio que desde hace ya algunos años es sede de este archivo, le dedica la primera de sus monografías, bajo el título siguiente: “Archivo Histórico de Cuenca. Mil años de Historia: castillo, inquisición, cuartel y cárcel”. Y este libro es claramente definitorio de cuál es uno de los principales focos de interés en las investigaciones de la autora; el segundo, “La desamortización de la Real Casa de Santiago de Uclés (Cuenca)”, no lo es menos. Y los dos textos tienen, además, otra cosa en común: la editorial que ha prestado el sello para su publicación, la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, lo cual es también muestra del rigor histórico y científico, y del interés histórico con el que cuentan ambos textos.

Respecto al primero de los textos citados, la autora analiza pormenorizadamente los diferentes usos que el edificio ha tenido a lo largo de los siglos; o del solar en el que el edificio se encuentra, puesto que, en realidad, el castillo árabe y medieval desapareció casi por completo durante el reinado de los Reyes Católicos, hasta el punto de que tuvo que ser construido prácticamente de nueva planta en las últimas décadas del siglo XVI, cuando Felipe II hizo donación de él para construir la sede del tribunal conquense de la Inquisición. No obstante, de su prehistoria como castillo árabe quedan todavía algunos elementos, empotrados sobre todo en los lienzos cercanos de la muralla. También, de su etapa como castillo cristiano quedan algunas marcas de cantero. Pese a todo, en el siglo XVI, cuando el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde pintó su famosa vista de Cuenca, del castillo sólo quedaban unos pocos lienzos.

Así, el lugar que ocupaba el castillo medieval era sólo un solar cuando Felipe II, su virtual propietario, decidió donarlo para construir sobre él la nueva sede del tribunal de la Inquisición que, con un ámbito de actuación correspondiente a los obispados de Sigüenza y Cuenca y el priorato santiaguista de Uclés, se había instalado en la ciudad cien años antes. Debía sustituir, por tanto, a la antigua sede, instalada en las dependencias del palacio episcopal que le habían prestado los exentos prelados de finales del siglo XV y principios de la centuria siguiente. Fue, como todos sabemos, la etapa más larga del edificio, que llegó hasta la desaparición del propio tribunal, ya en el siglo XIX. Los últimos años del tribunal en la ciudad del Júcar fueron, también, para el edificio, bastante trágicos, al haber sido nuevamente destruido en buena parte de su perímetro por las tropas francesas, que lo volvieron a dinamitar cuando éstas se vieron obligadas a abandonar la ciudad, en los últimos meses de la guerra. Esas mismas tropas napoleónicas habían transformado el edificio en cuartel, donde alojar una parte del ejército invasor.

Desaparecida la Inquisición, había que buscar nuevo destino al edificio, un destino que tardaría aún varias décadas en llegar: a finales del siglo XIX se trasladaría a este lugar la nueva cárcel provincial, que en Cuenca, como en otras provincias, debía sustituir a las viejas cárceles de distrito. La autora nos describe todas las vicisitudes a las que tuvieron que hacer frente las autoridades de la época, a la hora de sustituir la vieja cárcel de partido conquense, en la Casa del Corregidor, en una más “moderna” cárcel provincial, más en consonancia con lo que la política penitenciaria del momento requería. En este sentido, es de especial interés los estudios previos que, hacia el año 1881, se llevaron a cabo para construir una cárcel de nueva planta en la zona de la Ventilla, “en los terrenos que ocupa la manzana de casas al este de la Glorieta. La zona a la que el escrito hace referencia, hay que recordarlo, se encontraba en la zona lógica de crecimiento de la ciudad, en dirección a la carretera de Valencia, como así se hizo, y además, muy cerca de la única área de esparcimiento de los conquenses de finales del siglo XIX, lo que había sido hasta muy poco tiempo antes el Campo de San Francisco, y que por esas mismas fechas se iba a convertir en los jardines propios de la Diputación Provincial, cuyo uso, en aquella época, estaba abierta a todos los habitantes de la ciudad. Sirvan estas líneas, por lo tanto, para reflexionar en lo que hubiera significado para Cuenca que el proyecto se hubiera convertido en realidad.

Con toda razón, la decisión de instalar aquí el nuevo centro penitenciario nunca llegó a ser una realidad, aunque no por ello se pueda decir que fuera más positiva la decisión, que sí se llevó a cabo, de instalar la nueva cárcel en el viejo edificio de la Inquisición. El caso es que, desde los últimos años del siglo XIX, y hasta la década de los años sesenta del siglo pasado, fueron decenas los conquenses que, privados de libertad por un asunto u otro, pasaron a residir por un tiempo en este viejo edificio, al que se le incorporó la vieja garita que todavía puede verse en algunas viejas fotografías, y que fue eliminada una vez cerrada la cárcel.

Y pasado ese tiempo, y edificado un nuevo centro penitenciario, mucho más moderno, a las afueras de la ciudad, en la carretera de Madrid, el edificio volvería a ser abandonado durante algún tiempo. Varios fueron los proyectos que se realizaron entonces para el aprovechamiento del mismo, sobre todo la creación de un parador nacional, que sería instalado en el viejo convento de San Pablo, al otro lado de la hoz del Huécar. Finalmente, se decidiría instalar aquí el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, que había sido creado, como sus hermanos del resto de las provincial del país, a partir del viejo Archivo de Hacienda, y de otros diferentes archivos de la administración periférica del Estado, junto a la abundante documentación notarial, que todavía no tenía una sede oficial. Se terminaba así una etapa difícil, en la que el Archivo Provincial había tenido que compartir tanto su sede como parte de sus profesionales, con la Casa de Cultura de Cuenca, hoy Biblioteca Pública Fermín Caballero.

 

El segundo libro de Almudena Serrano, ya lo hemos dicho, está dedicado a la Real Casa de Santiago de Uclés. No se trata, en realidad, de una historia de la orden de Santiago, que aquí tenía su sede; ni siquiera es, como el otro texto, una historia del edificio propiamente dicho. Un edificio que fuera sede principal de esta orden de caballería, desde poco tiempo después de la fundación de la orden, allá por el lejano siglo XII -desde que fuera donado, en 1174, por el rey Alfonso VIII a la orden, para convertirlo en caput ordinis, cabeza de la orden-. Se trata, en realidad, de un acercamiento a las vicisitudes a las que tanto la orden como el propio edificio, y también el resto de propiedades de los caballeros santiaguistas, tuvieron que enfrentarse debido  a las políticas desamortizadoras de los gobiernos liberales del siglo XIX.

El libro, así, se divide en tres partes principales. En la primera se estudia el conjunto de la legislación desamortizadora de los diferentes gobiernos liberales, una legislación a la que, en realidad, se da inicio ya, tímidamente, durante el reinado de Carlos IV, si bien sería a partir de 1836 cuando la desamortización terminaría por convertirse en un fenómeno ya irreversible. Es importante, sobre todo, los diferentes inventarios de bienes que fueron realizados en ésta época, de cara a su posterior venta y subasta, y cierto conflicto de jurisdicción generada entre las intendencias de Cuenca y Ocaña, un conflicto que generó una importante correspondencia que nos ayuda a comprender mejor este periodo.

Los siguientes capítulos del libro se dedican a estudiar, respectivamente, las vicisitudes por las que pasaron el riquísimo archivo y biblioteca que existían en el convento, y que en parte fueron a aumentar los fondos del Seminario Conciliar de San Julián, fondos que en los siglos anteriores habían atraído la atención de algunos de los más ilustres bibliófilos, como Ambrosio de Morales o el abate conquense Lorenzo Hervás y Panduro, y la venta y subasta de algunos de los bienes más importantes de que disponían los caballeros y frailes santiaguistas, tanto en Uclés como en los pueblos cercanos. Finalmente, otros capítulos, bastante menos extensos, se dedican a realizar un acercamiento a otros aspectos, como los relativos a los religiosos exclaustrados, o a las vicisitudes por las que a partir de este momento tuvo que pasar el propio edificio a partir de este momento. También realiza la autora un análisis de lo que supuso para el amplio territorio que ocupaba la jurisdicción de la orden, y que se extendía desde el sur de esa parte de la provincia de Cuenca hasta algunos pueblos de las provincias de Toledo y Ciudad Real -también, de manera indirecta, a otras provincias más lejanas-. La aplicación del concordato de 1851, y la creación del nuevo obispado de las órdenes, con sede en Ciudad Real, que debería acoger los territorios de las antiguas órdenes suprimidas.

Un libro bastante interesante, también, para comprender mejor como se llevó a cabo la desamortización en el edificio y la orden, que cuenta, además, con un amplio apéndice, en el que se transcribe el inventario de los documentos con los que contaba el archivo del convento, realizado en 1821, y que da idea de su ya comentada riqueza.

jueves, 27 de mayo de 2021

Eusebio Santa Coloma y Eduardo Castell Ortuño. Dos militares conquenses del siglo XIX

 

Nuestros archivos están llenos de documentos que aguardan pacientemente a que los investigadores puedan sacarlos del ostracismo que sufren en sus estanterías olvidadas. Unas veces, esos documentos son importantes en sí mismos, capaces de, sin más ayuda que su propia literalidad, abrir páginas inesperadas de la historia. Otras veces, se trata de simples referencias a otros hechos ajenos a ellos, a personajes de nuestro pasado, y necesitan de otras referencias, de otras historias. Éste es el caso de estos dos documentos, conservados ambos en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, y que nos remiten a sendos militares conquenses del siglo XIX. En ambos casos, se trata de sendos expedientes de Clases Pasivas, solicitudes realizadas por los familiares de los dos militares aludidos, para que les sean reconocidos los respectivos derechos monetarios que en cada momento marcaban las leyes españolas.

El primero de ellos es la concesión, por parte de la Dirección General de la Deuda y Clases Pasivas, del Consejo Supremo del Ejército y Marina, en favor de las hermanas María de la Paz y Josefa Concepción Santa Coloma Olimpo, huérfanas del capitán de infantería Eusebio Santa Coloma López, de una pensión de mil pesetas anuales, que sustituiría a la que ya cobraban, pero por la cantidad de setecientas cincuenta pesetas. La aprobación de esta pensión está fechada en el día 28 de agosto de 1929. El segundo documento, bastante similar a éste, procede también de la misma sección del Archivo Histórico Provincial de Cuenca[1]. Se trata de una solicitud de Josefa Moya Castejón, viuda del general Eduardo Castell, natural y residente en Tarancón, y fechada el 26 de febrero de 1929. Ante esta solicitud de haberes, el Consejo Supremo de Guerra y Marina concedía a la interesada con fecha 18 de marzo de ese mismo año, la pensión de cinco mil pesetas anuales. Como decimos, ninguno de estos documentos serían importantes por sí mismos, pero estudiados en su conjunto con otros documentos similares, pueden ayudarnos a comprender cómo funcionaba, durante el primer cuarto del siglo XX, la concesión de ayudas y subsidios a las viudas y los huérfanos de los militares españoles. Por otra parte, además, y en un concepto diferente, el biográfico, pueden proporcionar datos nuevos sobre esos militares, en estos casos, sobre los ya citados Eusebio Santa Coloma (y por ende, también de su hijo, Federico Santa Coloma) y Eduardo Castell. De los dos primeros, ya hemos hablado aquí en varias entradas anteriores, y por ello, me remito a la información proporcionada en dichas entradas, fácilmente accesibles en el buscador adjunto. Del segundo, el taranconero Eduardo Castell, daré alguna información más en estas líneas.

Descendiente de una familia de propietarios acomodados, Eduardo Castell Ortuño nació en Tarancón el 12 de julio de 1861. Su padre, Ignacio Castell y García del Castillo, había nacido en el pueblo cercano de Villanueva de Alcardete (Toledo), procedente de una familia asentada allí desde bastante tiempo atrás, pues allí había nacido también su abuelo paterno, y su madre, Bonifacia Ortuño y Melguizo, procedía también de una familia de honda tradición taranconera. La posición económica y social de la familia ha sido puesta de manifiesto en diferentes ocasiones, y uno de sus hermanos, Ignacio Castell y Ortuño, que ejercía la profesión de abogado, fue en diferentes ocasiones alcalde de dicho pueblo manchego, primero durante uno de los gobiernos conservadores dirigidos por Maura, y más tarde, a partir de enero de 1910, otra vez cuando los liberales se habían hecho con el poder. La prensa liberal de la provincia se hacía eco de este hecho curioso, mostrando la natural extrañeza que les había parecido el nuevo nombramiento .

En 1878, Castell iniciaba su carrera militar, al haber ingresado como cadete en la Academia de Infantería el 2 de septiembre de ese año. Y una vez terminados sus estudios en ese centro, fue promovido al empleo de alférez en el mes de julio de 1881, obteniendo su primer destino profesional en el regimiento de Infantería de Granada nº. 39, de guarnición en Madrid, donde permaneció hasta los primeros días de noviembre, momento en el que se trasladó con su unidad a Linares (Jaén). Allí, en Linares -salvo un breve periodo de tiempo que pasó en su pueblo natal, de licencia por motivos propios, durante gran parte de los meses de julio y agosto de 1882-, permanecería hasta el 20 de diciembre de ese último año, fecha en la que la unidad se trasladó de nuevo a Madrid. Y en la capital madrileña permanecería hasta el 8 de agosto del año siguiente, cuando su regimiento fue trasladado temporalmente a Badajoz, a las órdenes del general Ramón Blanco, con el fin de someter a la guarnición de la capital pacense, que se había sublevado algunos días antes.

Permanecería aún, durante algún tiempo más, de guarnición en Badajoz, hasta los primeros días de febrero de 1884, que recibió la orden de su traslado al regimiento de Wad Ras nº. 53, el 11 de dicho mes, aunque no se incorporaría a su nuevo destino, en Leganés (Madrid) hasta finales de dicho mes. Después de una nueva licencia temporal por asuntos propios, que disfrutó otra vez en Tarancón a partir del 3 de mayo de ese año, ya no volvería a incorporarse a su antiguo destino en el cantón de Leganés, al haber sido trasladado en el mes de junio al batallón de Reserva de Tarancón, según oficio de la Dirección General del Arma, donde pasó a situación de cuadro, y donde fue nombrado, el 1 de agosto de ese mismo año, oficial de almacén. Fue durante este periodo de su vida, durante su estancia en la propia villa manchega en la que había nacido, cuando contrajo matrimonio, el 10 de octubre de 1885, con Alejandra Josefa Moya Castejón, que también era natural de la misma villa de Tarancón.

En esta primera etapa en Tarancón se mantuvo hasta el mes de marzo de 1887, salvo un pequeño intervalo, entre finales de junio y finales de octubre de 1886, en la que permaneció de comisión activa en Madrid, al haber sido elegido habilitado de su batallón. El 1 de abril de 1887 sería trasladado al regimiento de Córdoba, con destino en Jerez de la Frontera, aunque realmente se vio obligado a trasladarse a la capital de la provincia gaditana, a la que se destacó el 14 de ese mismo mes el primer batallón de dicho cuerpo, en el cual había sido encuadrado. Y en este nuevo destino fue cuando le llegó la orden de ascenso a teniente de Infantería, con antigüedad de 13 de mayo de ese mismo año. Y con el ascenso, su nuevo traslado, otra vez a Tarancón, donde iniciaría, a partir de ese momento, una nueva etapa en el batallón de Reserva de dicha villa manchega . En esta nueva etapa fue elegido cajero de su batallón para el ejercicio 1888-1889.

El 11 de junio de 1889, por disposición del Director General de Infantería, fue destinado al batallón de Cazadores de Depósito nº. 1, unidad que acababa de crearse en la capital conquense, y allí, desempeñando otra vez la comisión de oficial de almacén, permanecería hasta finales de agosto de ese mismo año, cuando fue trasladado de nuevo, esta vez al regimiento de Infantería de la Reserva nº. 4, unidad en la que sería nombrado, poco tiempo después de su llegada, ayudante abanderado. Y en este destino permaneció hasta el mes de septiembre de 1891, sin más novedades de consideración que el cambio oficial de denominación de su empleo, que pasó a denominarse primer teniente, con fecha de antigüedad de 4 de julio de 1890.

El 16 de agosto de 1891 había sido trasladado al regimiento Castilla nº. 16, y a esa unidad se incorporó el 1 de septiembre, quedando por este motivo de guarnición en Badajoz, ciudad que ya conocía al haber participado, algunos años antes, en el sometimiento de la guarnición. En el mes de marzo de 1893 se vio obligado a viajar hasta Madrid para hacerse cargo de la receptoría de los nuevos reclutas correspondientes a su zona militar. Y habiendo quedado a su regreso a Badajoz, de nuevo, de guarnición en la capital del Guadiana, desde los primeros días de agosto de ese año desempeñó la comisión de secretario del coronel jefe de su regimiento, en la cual permaneció hasta el 2 de marzo de 1895, cuando tuvo que dejarla temporalmente para viajar a la provincia madrileña, a Getafe, para hacerse cargo otra vez de los reclutas destinados a su cuerpo, encargo que finalizó siete días después, y volvió a su puesto de secretario.

En el mes de octubre de ese mismo año, 1895, iba a comenzar una nueva etapa de su vida, habiéndose visto obligado a partir de este momento a entrar por primera vez en campaña, al haberle correspondido por sorteo formar parte del primer batallón de ese mismo regimiento, considerado ahora como expedicionario en la Guerra de Cuba . Por ese motivo, el 23 de noviembre tuvo que viajar con su unidad hasta Cádiz por ferrocarril, en cuyo puerto se embarcó dos días más tarde en el vapor “Ciudad de Cádiz”, con destino a aquella isla del Caribe, sumida ya en una nueva guerra contra los insurgentes, desembarcando en La Habana el 9 de diciembre, y saliendo finalmente de operaciones por la provincia de Santa Clara desde el día 12 de ese mismo mes. Poco tiempo después de su llegada a Cuba, el 6 de diciembre, ascendió al empleo de capitán, con efectividad de 27 de noviembre de ese año .

Así, a lo largo de todo el año 1896, participó en diversas operaciones militares, formando parte con su unidad, primero de la columna que mandaba el general de brigada Pedro Cornell, a cuyas órdenes se encontró, el 11 de febrero, en la acción de Laborí, y poco tiempo más tarde, de la del general de división Álvaro Suarez Valdés, a cuyo mando participó el día 14 en la acción de Cayo Rosa y Guanabo. Y a partir del 25 de abril, comenzó a ejercer el cargo de ayudante de su batallón, pero sin olvidar tampoco los enfrentamientos bélicos contra los insurgentes. El 21 de abril participó activamente en la acción de Ceja de Herradura; el 22, en el Guanal de Alonso Rojas; y entre los días 23 y 24, en la defensa de Consolación de Rajarrana, todas ellas a las órdenes del general Wenceslao Molina. El 25, a las órdenes otra vez de Suárez Valdés, en la acción de las Lajas y Lomas del Descanso. Y ya durante los meses de julio y agosto, participó también en otras acciones militares: Arroyo de San Felipe, el 27 de julio; Arroyo Taganana, el 11 de agosto; Paso de La Isabela, Potrero de Losa y Trastia, el 20 de agosto; Sábana Moria y Bardajo, el 21 de agosto;…

El 19 de noviembre se incorporó a la columna que dirigía el general en jefe de las tropas expedicionarias, Valeriano Weyler, que había sido nombrado gobernador de Cuba en el mes de enero de ese mismo año. A las órdenes directas del general de brigada Isidoro Aguilar había asistido también, el día 10 de noviembre, a la acción de Rubí, y en los días siguientes, a las de Brujito, Zarallones de Aoriche y Santa Mónica, a las órdenes del general Cándido Hernández de Velasco, de quien fue nombrado ayudante de campo el 1 de febrero de 1896. Sería demasiado extenso y tedioso relacionar aquí, siquiera brevemente, todas las operaciones militares en las que participó nuestro militar desde ese momento hasta su salida de la isla, en los primeros meses de 1898: Peña Blanca, Lomas de Toro, Cafetal del Mono, Aguacate de la Nuara Vuelta, Ducassi,… Sí conviene, sin embargo, destacar su participación entre las tropas de la vanguardia, el 18 de marzo de 1897, en la acción de Cabezadas del Río Hondo, en la que fue herido y hecho prisionero el general insurgente Juan Rius Ribera, comandante en jefe de las fuerzas cubanas de la provincia de Pinar del Río, en unión de su jefe de estado mayor, Bacallo. El enfrentamiento, que terminó con la destrucción completa del campamento cubano, significó para el militar conquense la felicitación pública por el general en jefe de su brigada.

Fue el 1 de marzo de 1898, cuando fue destinado por fin, otra vez, a la península, por resolución del capitán general de la isla, “por carecer de aptitud física para soportar las fatigas, por enfermedad adquirida en campaña”, según se relata en su hoja de servicios. Así, el 20 de marzo embarcaba en el puerto de La Habana, a bordo del vapor correo “Alfonso XIII”, desembarcando en La Coruña el 1 de abril, y dirigiéndose desde allí directamente hasta Tarancón, ciudad en la que quedó en situación de reemplazo. En aquel momento, la guerra se dirigía ya hacia su final trágico: el 15 de febrero, el acorazado norteamericano “USS Maine” había explotado en la bahía de La Habana, por circunstancias todavía polémicas que provocaron la entrada de Estados Unidos en la guerra, lo que desequilibró la balanza en beneficio de los independentistas cubanos; y en junio de ese año, la Armada española sería derrotada por la marina norteamericana en Santiago de Cuba, poniendo fin a una guerra que supuso, por la paz de Versalles, el final definitivo del otrora importante imperio colonial español en América.

Su participación en la Guerra de Cuba le supondría a nuestro soldado su primer ascenso por méritos de guerra, el empleo de comandante, con fecha de antigüedad de 27 de septiembre de 1897, por los méritos contraídos en las acciones de Casas y Tumba-Tonico, ascenso que sería confirmado después por Real Orden de 11 de mayo de 1897 . Y también, sus primeras condecoraciones: tres Cruces al Mérito Militar de Primera Clase, con distintivo rojo, por las acciones de Laborí , Guanal  y Paso de La Isabela ; dos Cruces al Mérito Militar de Segunda Clase, también con distintivo rojo, uno por su participación en Cabezadas de Río Hondo , en la que había sido capturado el cabecilla Rius Ribera, y otra por las operaciones en las que había participado durante el mes de diciembre de 1896 ; y la Cruz de la Orden de María Cristina, así mismo de segunda clase, por su participación en las acciones de Loma del Inglés, Santa Paula y Aranjuez . Así mismo, en el año 1905, y con carácter retroactivo, sería autorizado a usar la Medalla de la Campaña de Cuba.

En Tarancón, y en situación de reemplazo, permanecería hasta el mes de septiembre de 1898, fecha en la que fue nombrado excedente y afecto al regimiento de Infantería de Reserva de Flandes nº. 82, permaneciendo después, todavía en situación de excedente, en diversos destinos, hasta su destino a la caja de reclutas de Hellín (Albacete), a la que se incorporó el 31 de diciembre de 1906. Desde allí pasó a ocupar, entre el 1 de abril de 1907 y los últimos días de mayo de 1908, el cargo de oficial mayor de la Comisión Mixta de Reclutamiento de Cuenca. Vuelto a su antigua situación de excedente, después de su ascenso a teniente coronel por antigüedad, en abril de 1908 , a finales del mes de agosto de ese año fue destinado al regimiento de San Fernando, al que no llegó nunca a incorporarse, por haber sido destinado pocos días más tarde, el 1 de octubre, al regimiento de Infantería de Murcia , que estaba acuartelado en Vigo (Pontevedra), como jefe del primer batallón de dicho cuerpo, en el que permaneció hasta el mes de febrero de 1912.

Trasladado como excedente a la plaza de Melilla, en el norte de África, comenzaría entonces para Eduardo Castell la segunda etapa bélica de su carrera militar. Hacía ya tres años desde que la zona empezó a encontrarse en una situación de guerra, que no dejaría de afectar, como es lógico, a todos los militares que estaban destinados en las dos plazas africanas. Así, el 16 de febrero de 1912, el militar taranconero se embarcaba en Málaga, en el vapor “J.J. Sister”, al haberse dispuesto su incorporación con urgencia, desembarcando en la plaza de Melilla el día 17, y permaneciendo en esa situación hasta su incorporación al regimiento Extremadura, al que se incorporó el día 23 en el campamento de Monte Arruit. Y allí permaneció hasta el 12 de marzo, fecha en la que se trasladó a la posición avanzada de Taurrit-Nauriche, donde debía hacer frente a su nuevo destino, en el regimiento Saboya.

Participó a partir de este momento en diversas acciones de reconocimiento del terreno y de protección de convoyes, en las zonas de Taurrit y Nador, y durante ocho días, entre el 15 y el 23 de abril de ese año, tuvo que hacerse cargo del mando del regimiento, por ausencia de su coronel titular, Domingo Arráiz. Asistió con su unidad a diversas acciones de guerra, destacando entre todas ellas la operación que tuvo lugar en Ad-Lad-Kaddú, que significó numerosas pérdidas para el bando enemigo, y entre ellas la del santón Mohammed el-Mizzian, uno de los principales cabecillas sublevados. Allí, entre la ciudad de Melilla, Nador, Larache, Alcazarquivir, y los puestos avanzados que protegían la comarca, alternando operaciones de guerra con momentos en los que se encontraba acuartelado, permaneció hasta el 16 de mayo de 1914, fecha en la que fue enviado, como excedente, a la comandancia general de Larache, en el sector occidental de Marruecos, a donde le llegaría la noticia de su ascenso a coronel, otra vez por méritos de guerra, con fecha de antigüedad del 18 de agosto de 1913 . Durante esa etapa de su vida obtuvo también dos Cruces al Mérito Militar de Segunda Clase con distintivo rojo .

En situación de excedente hasta finales de julio de ese año, el 22 de dicho mes se le asignó el mando del regimiento Saboya, cargó del que tomó posesión en Madrid el 1 de agosto, saliendo inmediatamente otra vez para Marruecos con el fin de hacerse cargo del batallón expedicionario, que en aquellos momentos se encontraba en la plaza de Tetuán. Y desde Tetuán pasó a la posición avanzada de Laucién, al frente de sus tropas, desde cuyo campamento regresó el día 13 otra vez a Tetuán, por haberse efectuado el relevo de las posiciones. Así, alternando entre ambos puntos geográficos del norte de África, se mantendría durante todo el resto de ese año, hasta que, en enero de 1915, participó de manera activa en la operación que, dirigida por el general de brigada Ataúlfo Ayala, concluyó con la toma de la Peña de Beni-Hosmar. Esta operación, junto a las que se llevaron a cabo por todo el territorio de Larache (Dancier, Río Martín, otra vez Beni-Hosmar …), le valió una nueva Cruz al Mérito Militar, con distintivo rojo .

Durante los primeros meses de 1916, permaneció en la posición avanzada de Rincón del Medik, alternando otra vez, por los lógicos relevos de tropas, con otros periodos de estancia en el campamento general de Tetuán, hasta el 22 de julio de ese año, que regresó al frente de su regimiento hasta la posición de Laucién, en la que relevó a las fuerzas del regimiento de Wad Ras. Y a partir del mes de agosto, al mando de diferentes columnas, participó en nuevas marchas y operaciones de guerra. Así permaneció, entre Tetuán y la propia Laucién, durante todo ese año, que finalizó con una nueva recompensa: una nueva Cruz al Mérito Militar de tercera clase, pensionada, así mismo con distintivo rojo, por el conjunto de los servicios prestados en la zona de Tetuán desde el 1 de mayo de 1915 hasta el 30 de junio de 1916 . En el norte de África permanecería, manteniéndose incluso como jefe de toda la zona oriental durante los primeros meses de ese año, hasta el 5 de abril de 1917, fecha en la que se embarcó para la península a bordo del vapor “Teodoro Llorente”, habiendo llegado a Madrid el día 8, y pasando inmediatamente de guarnición en la capital madrileña, para hacerse cargo del despacho de su regimiento. Su permanencia en campaña en el norte de África le valió la concesión, de la Medalla del Rif.

La estancia en la península no impediría que nuestro militar interviniera, en momentos puntuales, en servicios extraordinarios, ahora por diversas alteraciones del orden público y algaradas revolucionarias, primero en Valencia, entre el 20 y el 31 de julio de ese año, y después en Madrid, entre el 12 y el 23 de agosto. Manteniéndose todavía como jefe en la misma unidad, el regimiento Saboya, el 12 de marzo de 1918 fue nombrado vocal de la Junta Facultativa del Arma de Infantería, y el 3 de junio, vicepresidente del tribunal que debía examinar a los sargentos aspirantes para el ascenso a oficiales de la escala de reserva retribuida. Y por fin, por un Real Decreto del 11 de septiembre de 1918 se le promovía al empleo de general de brigada por servicios y circunstancias, siéndole autorizado fijar su residencia en Tarancón, en espera de su nuevo destino, el cual le llegaría el 13 de noviembre, al ser nombrado jefe de la segunda brigada de la 12ª. división de infantería, que tenía asimilado también el cargo de gobernador militar de Santander , puesto en el que permanecería hasta el mes de diciembre de 1923. Allí, entre el 3 y el 23 de abril de 1920, se vio obligado a asumir el mando de la autoridad civil en aquella plaza y provincia, al haber sido declarado en ella el estado de guerra con motivo de la huelga general, participando activamente en la solución del conflicto laboral, tal y como se refleja en la prensa de la época . Y en virtud de su cargo, en agosto de 1921 fue el encargado de recibir con honores, al frente de sus tropas, al presidente de la República Argentina, Máximo Torcuato de Alvear, que se encontraba de visita en Santander, cubriendo la carrera desde el puerto hasta el palacio de la Magdalena.

El 14 de septiembre de 1923 se hizo cargo otra vez del gobierno civil de la provincia montañesa, esta vez por motivaciones ajenas: se había producido en Madrid el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera, que elevó al gobierno de la nación al Directorio Militar que el dictador había creado, y al de todas las provincia a los respectivos gobernadores militares. Y ya a finales de ese año, el 21 de diciembre, fue ascendido al empleo de general de división, por el mismo motivo que le había elevado antes al de general de brigada , siendo nombrado tres días más tarde gobernador militar de Cartagena y de toda la provincia de Murcia . En virtud de su cargo, el 3 de abril de 1925 fue el encargado de recibir en Cieza al rey Alfonso XIII. Como muchos otros militares y autoridades civiles, recibió a solicitud propia la Medalla del Homenaje de Sus Majestades los Reyes, que había sido creada en mayo de ese año .

Su carrera militar estaba llegando ya a su punto final. En efecto, el 19 de julio de ese mismo año pasó a situación de primera reserva, por haber cumplido la edad reglamentaria para ello, cesando en su cargo de gobernador militar de Cartagena y siendo autorizado a fijar su residencia otra vez en su localidad natal, Tarancón. Y poco después de su pase a la reserva, el 15 de agosto, fue premiado con la Gran Cruz Blanca de la Orden del Mérito Militar . Allí, en Tarancón, fallecería el 15 de enero de 1929. Estaba en posesión de la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, con antigüedad del 11 de octubre de 1911; la Placa de la misma orden, con antigüedad también de esa misma fecha; y la Gran Cruz, con antigüedad de 5 de febrero de 1919.



[1] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. P-2228





domingo, 8 de noviembre de 2020

Un documento inédito sobre el convento hospital de San Antonio Abad

 

               Fue a mediados del siglo XIV cuando se estableció en Cuenca la comunidad de los frailes antoneros, o de San Antonio Abad, con el fin primordial, como había sido así también en otras ciudades europeas en los años anteriores, de atender a los enfermos acosados por diferentes enfermedades infecciosas, y en concreto y sobre todo, a aquellos que padecían la enfermedad llamada ergotismo o herpes zoster. Conocida a popularmente, por ese vínculo que durante mucho tiempo tuvo con la orden mencionada, como “fuego de San Antón”, “fiebre de San Antón” o “fiebre del infierno”, se trataba de una enfermedad que estaba causada por la ingesta de alimentos contaminados por diferentes micotoxinas producidas por la existencia en estos de hongos parásitos, y en concreto, y si nos referimos a la Edad Media, por el llamado ergot o cornezuelo, que normalmente suele crecer en los cereales en mal estado, principalmente en el centeno, y también en menor medida, en la cebada o el trigo. Este hongo, al ser ingerido por el ser humano, provoca en él una sustancia denominada ergotamina, que deriva en ácido lisérgico, el cual puede producir alucinaciones y convulsiones, y en situaciones de mayor gravedad, puede llevar incluso a la necrosis de los tejidos, y en situaciones límites, a que las extremidades terminen gangrenándose, llegando a producir en estos casos el fallecimiento.

Fue ésta una enfermedad muy tenida y usual en algunos momentos de la historia, por la dificultad de conservar en buen estado los alimentos, y por las graves consecuencias en las que podía derivar. Así, para intentar mejorar la calidad de vida de los que habían sido afectados por ella, Gastón de Valloire, un noble oriundo de la región francesa del Delfinado, en Arlés, fundó en 1095 la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio Abad, o Antoneros. Desde Arlés, la orden se fue extendiendo en los años siguientes por otras comarcas de Francia, y más tarde también al resto de Europa, de manera que entre los siglos XII y XIII se habían instituido ya dos grandes encomiendas en Castilla y en Navarra, con sedes principales en Castrojeriz, en la provincia de Burgos, y en Olite, respectivamente, ésta última también con extensiones en el reino de Aragón, y ambas con diferentes casas dependientes establecidas en diversos lugares de dichos reinos. En 1777, el papa Pío VI la unió canónicamente a la orden de Malta, pero una sucesión de acontecimientos terminaría por provocar su extinción de la orden en toda Europa: la Revolución Francesa, en 1789, que le llevó a perder sus últimos monasterios en el país vecino; el breve pontificio de 1791, firmado por el mismo prelado a petición de Carlos III, que originó la desamortización de todos sus bienes en España; y el proceso de mediatización y secularización de todos los territorios soberanos alemanes, que se llevó a cabo en el Sacro Imperio Germánico a principios de la centuria siguiente.

               En Cuenca, el convento-hospital de San Antón se fundó en 1345, bajo la advocación del propio santo ermitaño y el patronazgo de la Virgen del Puente. A partir de este momento se fue desarrollando en el espacio que había sido elegido por los frailes antoneros para establecer su casa, extramuros de la ciudad y al otro lado del curso del Júcar, aguas abajo de la desembocadura del Huécar, una frenética actividad hospitalaria y espiritual, que llevaría, por una parte, a la instalación en las cercanías del convento de diferentes hospitales, de tamaño reducido y con carácter eminentemente asistencial y benéfico, como los de San Lázaro y San Jorge, y por la otra, a un importante desarrollo de la devoción a la Virgen, fruto de la cual sería el nacimiento, en los siglos siguientes, de diferentes leyendas piadosas con una nota en común: el patronazgo de la Virgen sobre las tropas cristianas durante el cerco y la conquista de la ciudad a los musulmanes. Y ese crecimiento devocional, finalmente, sería el que a la postre terminaría por sustituir aquella original devoción mariana, del Puente, por la de la Virgen de la Lu; una devoción que si en los siglos XVI y XVII surge de manera bastante marginal en el devocionario conquense, terminaría por sustituirla definitivamente a lo largo del siglo XVIII.

En efecto, durante el siglo XV, la devoción de los conquenses por la Virgen del Puente estaba ya bastante extendida, tal y como se puede apreciar en la documentación conservada; también entre algunos de los miembros más destacados del cabildo diocesano, como en el chantre don Niño Álvarez de Fuente Encalada, quien había fundado el convento de religiosas benedictinas, que todavía se mantiene abierto, y que había mandado construir también, aguas arriba del Júcar, el todavía llamado Puente del Chantre, con el fin de evitar accidentes entre los ganaderos que en ese punto estaban obligados a cruzar sus rebaños entre una margen y otra del río. Todo llevó a los antoneros a ordenar una primera ampliación de la iglesia, que la llevó a cabo al finalizar el primer cuarto del siglo XVI, siendo comendador de la casa Cristóbal Agustín de Montalbo, testigo de la cual es la portada plateresca que todavía se conserva. Y una nueva ampliación se llevaría a cabo también a mediados del siglo XVIII, por José Martín de Aldehuela, el arquitecto que, llegado a Cuenca poco tiempo antes para construir la iglesia del oratorio de San Felipe, fue nombrado después maestro mayor de obras del obispado, terminando de esta forma por dar su carácter personal a la arquitectura religiosa barroca de la ciudad.

Sin embargo, no es mi intención trazar en este artículo una historia del convento hospital conquense de San Antonio Abad; quien desee adentrarse en esa historia, puede encontrarla en el genial trabajo del profesor Pedro Miguel Ibáñez Martínez, que fue publicado en 2011 por la Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca, con la colaboración económica de la Caja Rural de Cuenca[1]. En este texto, por el contrario, sólo deseo presentar al lector cierto documento de archivo que está referido a esta casa-hospital, y que encontré hace algún tiempo entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, en su sección notarial. El documento está fechado en 1782, unos pocos años antes de la supresión definitiva de la orden en España. Se trata de un poder firmado ante uno de los escribanos de la ciudad, José Félix de Navalón, por el comendador de la comunidad conquense, es decir, la máxima autoridad de la casa que la orden tenía en la ciudad de Cuenca, José López de Tejada, en favor de dos procuradores de la Real Chancillería de Granada, Salvador Cheverría y Sebastián Collantes. El motivo que había llevado al religioso a firmar el poder era permitir que ambos procudadores pudieran representarles, a él y al resto de la comunidad antonera, en el pleito que ésta mantenía contra el cabildo de Ánimas de San Gregorio, que había sido establecido en la iglesia parroquial de San Juan, a cuya jurisdicción pertenecía el hospital, y que estaba unido a la antigua hermandad y hospital de San Jorge. El proceso había sido originado por la obra que un tercero, el sacerdote Antonio Rojas, pretendía construir sobre un solar que era propiedad del hospital, pero que estaba en litigio desde algún tiempo antes con el mencionado cabildo de Ánimas. Transcribo a continuación el documento aludido:

“En la ciudad de Cuenca, a catorce días del mes de Mayo de mil settezientos ochenta y dos, ante mí el presente escribano y testigo infraescriptos, Don Frey Josef López de Tejada, comendador de la Real Cassa Obspital del Señor San Antonio Abad, sitto extramuros de esta ciudad, dijo que por cuanto haviéndose tomado conocimiento por el tribunal ordinario eclesiástico de ella y su obispado, en ciertas causas contra el mismo Real Ospital sobre denuncia de nueva planta hecha por Don Antonio Rojas, presbítero de nuestra ciudad, en un solar perteneciente a la propia Real Casa por un censo perpetuo como si fuera libre que le vendió el Cabildo tratado de San Jorge, unido al de Ánimas de San Gregorio del Magno, de esta referida ciudad, y reconocimiento subsidiario del indicado censo, y últimamente acerca de la entrega del valor del prenotado solar correspondiente al Ospital, se mandó retener por dicho tribunal eclesiástico, con ocasión de una nueba demanda que contra aquel y su comunidad puso el citado cabildo sobre pago pretendido de una supuesta consignación censitiva enfitéutica a su favor de doscientos maravedíes en diferentes casas, y entre ellas las del solar de la disputa, nol afianzando el otorgante sus resultas, con lo demás que aparece en unos y otros autos, los cuales a su solicitud por vía de fuerza se llevaron a la Real Chancillería de Granada, por cuya superioridad se declaró la hacía el juez eclesiástico en haber conocido en dichos autos, y mirando retenerlas en aquella corte, donde las partes usasen en su derecho como les combeniere, y por las del memorado Cavildo de las Benditas Ánimas a que está unido el citado de San Jorge, en efecto se puso demanda al mencionado Real Ospital y al otorgante, como su comunidad, acerca de que, de los bienes de su Real Cassa le pague los expresados doscientos maravedíes de dicha pensión anual, de que resultó darle traslado. Y por consecuencia de dicho cavildo por la misma Real Chancillería fue expedida en nuebe de abril último la correspondiente Real Provisión de emplazamiento, en término de quince días, refrendado de Don Francisco Anastasio Díaz de Morales, escribano de cámara de ella, que en el de ayer trece del corriente, se le hizo saber al otorgante por Juan Antonio López Malo, que lo es del número de esta ciudad. Por tanto, y con ratificación de cuanto en virtud del poder, y ante Martín González de Santa Cruz, otro de él, en diez y seis días de agosto del año pasado de mil settezientos setenta y nueve, hubiera pedido hecho y obrado en la expresada razón Don Salvador de Cheverría y Don Sebastián Collantes, procuradores en dicha Real Chancillería de Granada, a quienes le confirió: otorga el referido Don Frey Josef López de Tejada, a los mismos dos dusodichos juntos y a cada uno de por sí in solidum, les da y confiere este nuevo poder, tan cumplido como se requiere, para que a nombre del otorgante y representación de su persona como tal comendador, parezcan ante Su Majestad y señores Presidente y oidores de la referida Real Chancillería, y en contestación de la relacionada demanda puesta en aquella superioridad por dicho Cavildo de Ánimas en el explicado asumpto, pidan, aleguen y expongan cuanto hallaren y tuvieren por necesario y oportuno, hasta que se desprecien las solicitudes y pretensión de dicho cavildo, y consigan sentencia favorable hacia la mencionada Real Cassa Ospital de San Anttonio Abad, con condenación a costas a aquél, para cuyo logro y demás declaraciones a favor de dicha Real Casa, conforme al derecho y justicia que se le asiste, hagan presentes, pedimientos, alegatos, requerimientos, citaciones y protestas…”[2]

El documento continúa, en los mismos términos que es usual en un escrito de estas características, en los que nada se deja al azar, de cara a un enfrentamiento legal ante un tribunal, el de la Real Chancillería de Granada, que, como es sabido, tenía los efectos del tribunal supremo de Castilla, en todo tipo de asuntos relativos territorialmente a todo el sur del río Tajo; los referidos al norte de dicho río se veían en la Real Chancillería de Valladolid. Para conocer en qué terminó la causa aludida, habría que acudir probablemente a la documentación generada por el propio tribunal granadino. Nueve años más tarde, en 1791, tal y como ya hemos dicho, la orden sería suprimida en toda España. A partir de este momento, el edificio permaneció cerrado durante más de veinte años, hasta que, hacia el año 1816, sería reclamado al Estado por el Ayuntamiento de Cuenca, con el fin de hacer allí una nueva iglesia de patrocinio municipal. Pero esa será otra historia, suficientemente conocida al menos en algunas de sus particularidades.




[1] Ibáñez Martínez, Pedro Miguel, La iglesia de la Virgen de la Luz y San Antón y el Barroco conquense, Cuenca, Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca, 2011.

[2] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Sección Notarial. P-1437.

Etiquetas