Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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viernes, 6 de junio de 2025

“LA AGONÍA DE FRANCIA”, UNA VISIÓN AGUDA DE LA FRANCIA DE LOS AÑOS TREINTA DE LA PLUMA DEL PERIODISTA ESPAÑOL MANUEL CHAVES NOGALES

 

La agonía de Francia, escrita por el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales y publicada por primera vez en 1941, es una de las más lúcidas y desgarradoras crónicas sobre la caída de Francia ante la Alemania nazi en 1940. Lejos de conformarse con una exposición factual de los hechos, Chaves Nogales construye un testimonio personal y moral, cargado de amargura y lucidez, que denuncia la decadencia de una sociedad que, según él, había renunciado a defenderse a sí misma.

Manuel Chaves Nogales (1897-1944) fue un periodista y escritor español, uno de esos periodistas “de raza”, un profesional del periodismo que tiene una gran vocación, pasión y ética por su trabajo. Se trata de alguien que, más allá de simplemente informar, investiga a fondo, desafía el poder, busca la verdad con coraje y tiene una fuerte identidad periodística. Son periodistas que no se conforman con lo superficial, que van más allá de los comunicados oficiales, y que tienen un instinto especial para descubrir lo que realmente importa. A menudo, se les reconoce por su compromiso con la sociedad, su independencia y su capacidad de contar historias de manera impactante y rigurosa.

Célebre por su compromiso con la democracia y por su estilo directo, preciso y honesto. Hijo de un periodista republicano, Manuel Chaves Rey, Chaves Nogales se formó en un ambiente liberal y muy crítico. Durante los años treinta trabajó en medios como Ahora y Estampa, y destacó por su cobertura de la Guerra Civil española, en la que se posicionó contra los totalitarismos de ambos bandos. Su obra “A sangre y fuego” recoge relatos sobre ese conflicto, desde una perspectiva humanista y profundamente comprometida con la verdad. En 1936 se exilió en París, y más tarde, cuando el país vecino se vio invadido también por la bota del nacismo, y huyendo del avance del fascismo por todo el viejo continente, se vio obligado a exiliarse, esta vez en Londres, donde escribió estas reflexiones sobre la crisis y la agonía del país que le había acogido en un primer momento. Publicó sus crónicas en los mejores diarios, no sólo españoles, sino también en Francia y en Inglaterra, y escribió varios libros, en los que demuestra su apuesta por la democracia y en contra de las dictaduras. Chaves Nogales murió prematuramente en 1944, en el exilio londinense, víctima de una úlcera.

En 1928 había ganado el premio Mariano de Cavia, uno de los más prestigiosos del periodismo español en aquellos años, por la cobertura que había realizado el año anterior del viaje de la aviadora norteamericana Ruth Elder, quien, en compañía de George Haldermann, había intentado cruzar el Atlántico. Aunque la gesta no pudo terminar tal como quería, al estrellarse su aparato en las aguas del océano, la norteamericana logró llegar a Lisboa, ciudad desde la que se trasladó hasta Getafe, a los mandos de un Junker de la Unión Aérea Española, acompañado por el propio Chaves Nogales y tres periodistas más.

Volviendo al texto analizado, quizá uno de los libros más conocidos de su autor, debemos tener en cuenta la situación en la que se encontraba la nación vecina cuando el periodista, huyendo de la dictadura de Franco, se instaló en el país vecino. La narración de Chaves se contextualiza en el momento más crítico de la historia contemporánea francesa: la derrota fulminante del ejército francés ante las tropas nazis en la primavera de 1940. El país quedó partido en dos: una zona norte ocupada militarmente por Alemania, y una zona sur nominalmente libre, gobernada desde Vichy por el mariscal Philippe Pétain, quien aceptó colaborar con el régimen nazi. Esta “zona libre” no fue en realidad independiente: el régimen de Vichy fue un Estado títere que, bajo la apariencia de legalidad y orden, se entregó al colaboracionismo, instaurando un régimen autoritario, antisemita y represivo. Chaves Nogales desenmascara esta falsa neutralidad: para él, Pétain y los suyos no fueron más que facilitadores de la dominación nazi. La caída de Francia no fue sólo militar: fue —y esta es la tesis del libro— una derrota moral.

Ya hemos dicho antes que Chaves Nogales fue un convencido demócrata. Por eso, no puede estar de acuerdo con quienes culpabilizan a la democracia de los males que asolan al país vecino: “Todos los idiotas del mundo -incluso los idiotas demócratas- se han puesto de acuerdo en proclamar que la democracia y el liberalismo, con su corrupción, su incapacidad, su falta de energía y resolución, han sido la causa fundamental de la decadencia de Francia y de su derrumbamiento final. Esta unanimidad en el juicio de los tontos, es uno de los mayores prodigios realizados por los fabulosos medios de captación de que dispone en nuestro tiempo la propaganda manejada sin escrúpulos por los Estados. Porque la verdad, la última verdad de Francia, la pura verdad, que hay que estar ciego para no ver, es precisamente la contraria… Cuando los franceses, haciendo coro al doctor Goebbels, decían que era la democracia, el régimen parlamentario, el liberalismo, la República, lo que estaba podrido, se engañaban o pretendían engañarse, ocultando pudorosamente que no era el país oficial, como decían sino el país real. La Francia que se creía inmortal, con sus veinte siglos de civilización, lo que llevaba a la muerte las generaciones impotentes de la posguerra.”

 Chaves Nogales, por el contrario, hace un análisis certero de cuáles son los verdaderos problemas de la Francia de los años treinta, problemas que tienen más que ver con el derrotismo en el que habían caído la mayor parte de los franceses: “Éste es el gran señuelo de socialismo. Mientras la democracia mantiene a los hombres en un estado permanente de impureza, el totalitarismo es un Jordán purificador maravilloso. Mientras el demócrata tiene que subir un calvario con la cruz a cuestas, cayendo y levantándose entre la befa y los salivazos de la canalla irritada, el totalitario aparece ante las masas humildemente postrada como un arcángel resplandeciente. Basta imaginar las catástrofes que se producirían en Alemania, Italia o la URSS si las masas, humildemente postradas ante sus arcángeles rutilantes que menean diestramente las espadas flamígeras del totalitarismo, adoptasen la actitud rebelde que habían adoptado en el seno de la democracia francesa. Porque la única verdad de la decadencia de las democracias radica en el hecho innegable de la rebelión de las masas, el gran fenómeno de nuestro tiempo, provocado no por un afán de superación multitudinario, sino por un desencadenamiento diabólico de los más bajos instintos.”

Y más adelante, ante la situación prebélica en la que el país se encuentra ante la inminente invasión alemana Chaves Nogales es muy crítico ante el sentimiento derrotista del ejército y del pueblo francés ante la inminente guerra: “En esto, como en muchas otras cosas, Francia había renegado de su verdad profunda para dejarse sugestionar por los procedimientos de sus adversarios. La doctrina democrática de la nación en armas, con todos sus defectos, con todas las corruptelas del reclutamiento, hasta con sus emboscadas y sus objetores de conciencia, pero con su humana e inteligente comprensión de las posibilidades auténticas de heroísmo que existen en un pueblo de cuarenta millones de habitantes, era mucho más eficaz de esa grotesca  simulación del heroísmo universal en que se basan las doctrinas totalitarias, que Francia nos ha enseñado, es como se derrumba, no un régimen verdaderamente democrático, sino un totalitarismo incipiente. Si Francia hubiese seguido siendo fiel a sí misma, si no hubiese adoptado frívolamente las funciones que tarde o temprano han de ser fatales para Hitler y Mussolini, si no hubiese caído en un régimen híbrido y, como tal, infecundo, si hubiese seguido siendo una democracia con todas sus consecuencias, no habría sido vencida.”

En “La agonía de Francia”, Chaves Nogales narra su experiencia como testigo directo de la invasión alemana en Francia y la posterior huida de París en 1940. El libro es tanto un testimonio personal como una reflexión política. Con su estilo característico —claro, honesto, incisivo—, el autor denuncia el colapso moral de la Tercera República Francesa, desbordada por la pasividad de sus élites, el desencanto del pueblo y el avance del totalitarismo. La obra es también una severa advertencia sobre los peligros de la neutralidad cobarde, el pacifismo mal entendido y la rendición ante el fascismo.

Chaves Nogales no se ahorra críticas, ni siquiera hacia la izquierda, a la que acusa de haber perdido el norte frente al comunismo, mientras la derecha coqueteaba con el autoritarismo. Francia, según él, se había desarmado moral y políticamente antes de ser vencida militarmente. En este sentido, recogemos las palabras del autor: “Las dos grandes fuerzas de destrucción del mundo moderno, el comunismo y el fascismo, la nueva barbarie de nuestro tiempo, que ha conseguido arrastrar consigo las eternas antinomias de tradición y revolución, pobreza y riqueza, nación y universalismo, habían librado en Francia una larga batalla no por incruenta menos funesta. Todo había sido arrasado a derecha e izquierda. Quedaba únicamente lo que era indestructible, la norma, el espíritu, que si bien no impide a las naciones morir, es lo que las permite resucitar.” Y más adelante, en uno de los últimos capítulos del libro, concluye afirmando lo siguiente: “Para los unos, Francia no sería si no era fascista. Para los otros no había más Francia posible que la de la revolución del proletariado.” Entre ambos extremismos, podemos decir, no había solución para el país vecino.

La agonía de Francia es un libro imprescindible para entender no sólo Francia, sino la Europa de entreguerras, el colapso de las democracias liberales ante los totalitarismos y la responsabilidad de las sociedades que, por miedo, comodidad o desidia, renuncian a defender sus valores. Chaves Nogales, con una mezcla de tristeza, valentía y claridad, no sólo retrata el hundimiento de un país, sino que lanza una advertencia atemporal: la libertad no se mantiene sola, hay que defenderla, incluso cuando todo parece perdido.

Por todo ello, en tiempos de crisis, como es el nuestro, esta obra conserva una vigencia inquietante, y la figura de Chaves Nogales, periodista íntegro y demócrata sin partido, sigue brillando como ejemplo de honestidad intelectual y compromiso moral. Su lectura, de esta forma, nos permite hacer una honda reflexión que también, esa es mi opinión y con las lógicas diferencias entre un régimen y otro, pero puede servir también para España, y quizá también para el conjunto de Europa, de este siglo XXI que nos ha tocado vivir: “En un régimen democrático auténtico, Daladier no hubiese fracasado. Eran precisamente los enemigos de la democracia, aquellos que se habían negado a consentir su continuidad, quienes esterilizaban su talento y rendían impotente su fuerza. Al juzgar ahora a Daladier, se repite el sofismo mil veces repetido de cargar a la cuenta de la democracia los crímenes que cometen sus enemigos. Daladier fracasaba y llevaba a Francia a la catástrofe, no porque fuese demócrata, ni porque el régimen democrático condujese fatalmente a la derrota, sino porque, en Francia, actuaban criminalmente y con impunidad otras fuerzas antidemocráticas que estaban resueltas a hundir el país con tal de que se hundiese el régimen. El único pecado de la democracia ha sido no aniquilar esas fuerzas de destrucción antes de que provocasen la rebelión de las masas estimulando sus más bajos instintos. Contra ese movimiento general de regresión  que Georges Bernanos llama la rebelión de los imbéciles, la democracia, es cierto, no ha sabido defender y proteger al pueblo, al demos auténtico, que no está formado, ni mucho menos, por esas falanges mesocráticas, híbridas y estériles como mulas que, para apoderarse del poder y conservarlo, han tenido que caer en la barbarie del totalitarismo.”

Mapa de Francia en 1940, después de la invasión nazi





El podcast de Clio: LA AGONÍA DE FRANCIA



martes, 14 de junio de 2022

Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 

En los últimos meses han visto la luz dos nuevos libros, que son resultado de las respectivas investigaciones realizadas por sendos historiadores, doctores ambos en historia contemporánea, que cuentan ya, los dos, con una destacada bibliografía sobre esos años tan complejos de la primera mitad del siglo pasado, marcados por la violencia y el apogeo de políticas extremas, y en muchos casos populistas, como fueron el fascismo y el comunismo; años marcados, sobre todo, en el ámbito nacional, por la Guerra Civil española, y en el ámbito internacional, por la Segunda Guerra Mundial. Dos autores que, como decimos, han dedicado buena parte de su trayectoria científica e intelectual, a esta etapa de nuestra historia, muchas veces olvidada, y casi siempre mal entendida. Se trata de los doctores Ángel Luis López Villaverde y Ana Belén Rodríguez Patiño.

Ana Belén Rodríguez Patiño dedicó su tesis doctoral, precisamente, al desarrollo de la Guerra Civil en la provincia de Cuenca, un territorio, por otra parte y como es bien sabido, que se mantuvo durante todo el tiempo que duró el conflicto en la retaguardia republicana. Y es que, cuando estudiamos un tema tan apasionante, y apasionado, como es la Guerra Civil, al igual que sucede siempre con cualquier otro conflicto bélico, tendemos muchas veces a hablar sólo de las grandes batallas, de las operaciones militares, y a olvidarnos de la importancia que la retaguardia puede tener también en el desarrollo de la guerra. Aquella primera tesis fue resumida por la autora, y ampliada a un mismo tiempo,  con dos pequeños libros, titulados respectivamente “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). Del 18 de julio a la Columna del Rosal” y “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). De la pugna ideológica a la revolución”; y más tarde, en colaboración con Rafael de la Rosa Rico, y su impresionante colección fotográfica sobre nuestra ciudad, un nuevo volumen, bajo el título de “Represión y Guerra Civil en Cuenca. Nuevos testimonios u fotografías”. En este nuevo estudio sobre la Guerra Civil en nuestra provincia, se ha decidido a profundizar en un tema que hasta ahora se hallaba completamente inédito: la llamada Quinta Columna, y su realidad en el territorio conquense, como factor de importancia en la definitiva liberación de nuestra ciudad por las tropas nacionales.

Antes de entrar a analizar el libro en sí mismo, conviene tener claro qué es lo que se entiende realmente cuando hablamos de la quinta columna, un término que a veces es empleado de una forma diferente a lo que significó cuando fue acuñado, en plena Guerra Civil. De esta forma, si echamos mano de la Wikipedia, podemos leer lo siguiente: “Es una expresión para designar, en una situación de confrontación bélica, a un sector de la población, que mantiene ciertas lealtades (reales o percibidas) hacia el bando enemigo, debido a motivos religiosos, económicos, ideológicos o étnicos. Tal característica hace que se vea a la quinta columna, como un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven, y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo.”

En realidad, la invención de la expresión se atribuye al general Emilio Mola, uno de los principales líderes del ejército sublevado, quien la pronunció, según la teoría mayoritaria entre los historiadores, en el transcurso de una alocución radiofónica, cuando se refería al avance de las tropas nacionales sobre Madrid. Así, al referirse a las cuatro columnas militares que, bajo su mando, avanzaban en ese momento, otoño de 1936, sobre la capital de España, desde Toledo, Sigüenza, la propia sierra madrileña y la carretera de Extremadura, era necesaria también la existencia de una “quinta columna” que, formada también por militares, pero principalmente por civiles, y con el fin de socavar la resistencia republicana, trabajara desde dentro de la ciudad, creando una estado de opinión favorable a los sublevados. La frase de Mola, o según otros autores inventada por otro de los generales nacionales, José Enrique Varela, tuvo tanto éxito, que a partir de ese mismo momento se popularizó tanto entre ambos ejércitos, y en los medios de comunicación, que desde entonces, y sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido utilizada en todos los conflictos bélicos que se fueron desencadenando repetidamente en los años siguientes, y sigue siendo utilizada en el actual conflicto de Ucrania, e3n este caso para referirse a la población rusa de la región del Donbás.

Dicho esto, ¿se puede hablar, realmente, de una quinta columna en la ciudad y en la provincia de Cuenca, durante los años de la Guerra Civil? Y en el caso de que sea así, ¿Quién o quiénes formaban esa quinta columna, cuando es un hecho suficientemente conocido, que la supresión de los elementos favorables al bando sublevado, religiosos y creyentes, y políticos de derecha, sobre todo, por parte del gobierno republicano, fue brutal en toda la provincia de Cuenca durante los primeros meses de la guerra? La autora lo tiene bastante claro: esa quinta columna, por supuesto, y como sucedió en todas las ciudades que seguían estando del lado republicano, también existió en nuestra ciudad; y no sólo eso: su actividad, realizada, por supuesto, de manera clandestina, a escondidas de las autoridades, fue vital hasta el mismo momento de la liberación, que se llevó a cabo pocos días antes de la toma definitiva de Madrid, el día 1 de abril de 1939. Y uno de los elementos más significativos de esa quinta columna, además de la actividad realizada por algunos de los miembros de la Iglesia, fue, también en Cuenca, el partido de Falange, especialmente desarrollado desde el primer momento de su fundación, en algunos de los pueblos de la Manchuela, como Quintanar del Rey.

Es cierto que en el verano de 1936, durante las primeras semanas de la guerra, tal y como ya se ha dicho, la represión republicana había sido brutal, y que fueron asesinados muchos de los máximos dirigentes provinciales del partido, al mismo tiempo que se ejercía también ese misma represión contra algunos elementos de la Iglesia, desde seglares católicos hasta el propio obispo de la diócesis. Sin embargo, en los meses siguientes, pasada ya la plena ebullición represiva de los primeros días, la propia Falange pudo reorganizarse, como sucedió también en otras ciudades de España, pasando a organizar algunos trabajos soterrados en contra de las instituciones republicanas, desde hacer proselitismo en favor de los sublevados, hasta organizar huidas en favor de aquellos que, perseguidos por las autoridades, corrían grave riesgo de ser detenidos.

A esas actividades antigubernamentales no eran ajenas tampoco las mujeres, algunas de las cuales se encontraban todavía en una edad casi adolescente, organizadas en Cuenca, como en otros puntos, alrededor de la Sección Femenina. La doctora Rodríguez Patiño ha dado nombre a alguna de aquellas mujeres valientes, que no dudaron en arriesgar su vida en defensa de sus ideales -no entro aquí a juzgar esos ideales, porque lo que realmente nos interesa es el hecho de que lo hicieron- , mujeres muy jóvenes algunas de ellas, de entre quince y diecisiete años, que durante la guerra habían seguido los pasos de otras mujeres, como la madrileña María Luisa Martínez-Kleiser, la hija del conocido escritor Luis Martínez Kleiser, y que era a su vez la esposa de otro derechista conquense reconocido, el abogado Cayo Conversa Muñoz, hijo, a su vez, del antiguo alcalde de Cuenca de la época primorriverista, Cayo Faustino Conversa Martínez, y él mismo, en 1930, nombrado presidente de la Diputación Provincial de Cuenca. Mujeres que, todas ellas, después, en la posguerra, cuando la provincia y el país se vieran por fin sacudidas por el aire reconfortante de una paz ganada tras la victoria, serían reconocidas por el conjunto de la sociedad conquense.

Pero si hay un nombre que ejemplifica por sí mismo la actividad de la quinta columna en la ciudad de Cuenca, líder en la arriesgada tarea de sacar de la provincia a los elementos perseguidos por el gobierno republicano y llevarles hasta un lugar seguro, al otro lado de las líneas del frente, ese fue, sin duda alguna, José4 Roibal Pérez, un mecánico que era el padre del quien después se convertiría en el reconocido pintor conquense Luis Roibal. Él mismo terminaría pagando aquella actividad con su propia vida, tal y como recoge, a partir de los testimonios de su hijo, la doctora Ana Belén Rodríguez Patiño:

“José Roibal contactó con sus amistades para escapar hasta Teruel. Lo intentó en una etapa muy temprana, en los primeros meses de 1937, lo que demuestra la existencia de expediciones hacia el bando contrario desde que acabara el conflictivo 1936.  Y también evidencia el acercamiento con la Falange Clandestina de Madrid. Quizá no fuera él sólo quien organizara la quinta columna, pero no cabe duda de su importancia en ella. Con todos estos datos, la policía republicana optó por esperar y ver hasta dónde podían extraer mayor información de Roibal y otros falangistas escondidos. Le permitieron mover los hilos para conseguir un coche que le facilitara la huida, pero alguien dio el aviso de su fuga. Y así, en la noche del 12 de abril, una vez subido en ese coche, al lado de una supuesta persona de confianza llegada desde la capital, y de quien José Roibal tenía referencias o conocía directamente, iniciaron el camino hasta la zona nacional. Pasada la población de La Melgosa, a poco más de 50 km. de la capital, cuando llevaban una hora de camino y estaban lejos de núcleos rurales, el coche se detuvo, y Roibal fue sacado al exterior y abatido a balas.”

El asesinato de José Roibal no paralizó totalmente a la quinta columna conquense, como lo demuestra la actividad que, en el bandeo republicano, tuvo también, hasta el mismo final de la guerra, el Servicio de Investigación Militar. Y es que, como es lógico suponer, los gobiernos local y provincial no se quedaron parados ante la actividad quintacolumnista de los individuos favorables al bando de los sublevados, como no lo hizo tampoco el gobierno republicano del país, que por decreto del 6 de agosto de 1937, del Ministerio de Defensa, creaba el citado Servicio de Investigación Militar -el temido SIM-, que en Cuenca estableció sus oficinas centrales en una casa de la que entonces se llamaba calle del General Lasso -hoy calle de San Juan-, y que además contaba con varios edificios carcelarios, como los del Seminario Conciliar y el convento de carmelitas descalzas, ambas propiedades de la Iglesia que habían sido expropiadas al principio de la guerra, o la llamada Casilla de San José, a la entrada de la carretera de Valencia, tristemente desaparecida hace algunos años en aras de una nueva urbanización de la zona que, sin embargo, podía haber respetado un edificio tan singular para la historia de Cuenca. En estos edificios fueron encarcelados, muchas veces sin juicio previo, multitud de elementos derechistas, y de ellos fueron sacados después, casi siempre de noche y en ausencia de testigos, para recibir un último “paseíllo”, que siempre terminaba, irremediablemente, con una ración de plomo en el pecho o en la cabeza.



El segundo de los libros que quiero comentar en esta entrada, es el último trabajo del doctor Ángel Luis López Villaverde, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha en su campus conquense: “En la guerra como en el amor. Emociones e historia de un voluntario de la División Azul y banalización de la cruzada contra el bolchevismo”. En la línea de esa microhistoria que caracteriza a otros estudios previos de este historiador, y que hizo especialmente popular la tan comentada obra del historiador italiano Carlo Ginzburg, abanderado de la Nouvelle Hostorie, la tercera generación de la llamada Escuela de los Anales”, “El queso y los gusanos”, López Villaverde profundiza en uno de esos voluntarios conquenses que, formando lo que vino a llamarse la División Azul -en realidad, la División Española de Voluntarios, que ese es realmente su nombre oficial-, que, incorporada a la Wehrmatch, a ese ejército alemán que en su momento se consideraba prácticamente imbatible, como los ejércitos napoleónicos cine años antes, y enviados con él al frente ruso, quería, tal y como aparece en su ideario, y titula uno de los capítulos del libro, erradicar el comunismo, convertir fieles, y salvar a España”. Ángel Rico Escudero, el protagonista de la obra, fue uno más de los centenares de divisionarios conquenses -aunque no había nacido en nuestra provincia, de donde, sin embargo, su familia sí era oriunda, Ángel Rico era un vecino más de nuestra ciudad en el momento de su alistamiento, porque a Cuenca había regresado, con el resto de la familia, cuando se produjo el fallecimiento de su padre-. Uno más, como tantos otros, pero a través de sus vicisitudes, primero en los campos de entrenamiento alemanes y más tarde, ya en campaña, se puede seguir, al menos en padre, las vicisitudes generales por las que todos ellos tuvieron que pasar en los años de la Segunda Guerra Mundial.

El punto de partida de este libro es una colección de postales que por casualidad, fueron halladas por el cineasta conquense Juan Ramón Fernández Serrano -Juanra Fernández-, también profesor, como el autor del libro, en la Universidad de Castilla-La Mancha. Las postales habían sido remitidas desde Alemania, desde el propio frente, y también, las últimas de ellas, desde el hospital en el que había sido ingresado el protagonista, con el fin de curarse de sus heridas, y tenían como única destinataria a la novia del soldado, Conchita Rubio, con la que después terminaría por casarse. La intención del autor, en un primer momento, fue la de convertir aquellas postales en el guion de un documental que tratara la realidad de los divisionarios. Sin embargo, López Villaverde se dio cuenta desde un primer momento, de las claras posibilidades historiográficas que tenía en la mano, y en base a una importante documentación, procedente de diferentes archivos conquenses y foráneos -el Archivo Histórico Provincial de Cuenca y el Archivo Histórico Militar de Ávila, principalmente-, de la prensa local -Ofensiva- y nacional -ABC-, y de algunas fuentes orales -las proporcionadas por uno de los hijos de la pareja, José Manuel Rico Rubio-, ha logrado trazar la peripecia vital del protagonista, desde los años de su movilización e incorporación a filas, primero durante la Guerra Civil y más tarde durante la Segunda Guerra Mundial, hasta los años posteriores a su repatriación, que se produjo algunos meses antes que la repatriación general del conjunto de los divisionarios, debido a una herida de guerra que si no fue lo suficientemente grave para ser declarado mutilado de guerra, si lo fue para poder abandonar, antes de tiempo, las trincheras rusas y el frente de guerra.

A través de este conquense, de origen y de adopción, el doctor López Villaverde logra responder algunas preguntas sobre una institución tan polémica, denostada por unos y alabada por otros, como es ésta de la División Azul. Preguntas tan importantes como si el grueso de sus miembros fueron realmente voluntarios, o si en realidad eran otras las motivaciones que les movieron a alistarse a filas y marchar a un frente y a un territorio, que en realidad les eran ajenos. Preguntas relativas al verdadero papel que los españoles jugaron en la represión contra los soldados rusos que habían sido tomados prisioneros, o contra el conjunto del pueblo ruso, principalmente los judíos, como miembros de un ejército, el alemán, que sería condenado en Nuremberg por graves delitos de crímenes de guerra -bien es verdad que en cualquier guerra, al final, sólo son juzgados por este tipo de delitos los ejércitos vencidos, y que los crímenes de guerra cometidos por los vencedores siempre quedan impunes-. Preguntas como cuál fue verdaderamente la acogida que los voluntarios, una vez repatriados, tuvieron entre el conjunto de la sociedad española. La labor del historiador es hacerse preguntas respecto del pasado para, con el rigor científico que es lógico suponerle, y con una honradez intelectual y profesional, encontrar las respuestas a todas esas preguntas, a partir de las diferentes fuentes consultadas.

Un tema, a priori, contrapuesto, éste de la guerra y el amor, pero que muchas veces ha ido en consonancia. A este respecto, el propio López Villaverde ha escrito lo siguiente: “Aceptar el reto de reconstruir la historia particular de un divisionario a partir de las huellas que dejó la correspondencia a su prometida, una veintena de tarjetas postales, y de alrededor de una cincuentena de fotografías, en su viaje, estancia y regreso del frente ruso, resulta especialmente atractivo para quien se ha interesado en anteriores trabajos por una perspectiva micro y los enfoques desde abajo. Aunque no es fácil, se trata de narrar el viaje emocional de una experiencia bélica donde las percepciones y sentimientos tienen más protagonismo que los aspectos militares. Unas percepciones que se van significando entre la salida y el regreso, y que forman parte de una memoria histórica contrapuesta a la democrática. El punto de partida era cómo explicar unas declaraciones de amor mientras se viajaba a miles de kilómetros de casa para invadir un país de la mano de la mayor maquinaria de guerra del momento, para culminar la obra iniciada durante la Guerra Civil, matar comunistas para salvar una civilización como la cristiana. A lo largo de esta investigación, las percepciones de Ángel Rico se han puesto en diálogo con las de otros divisionarios. Uno de ellos, Dionisio Ridruejo, falangista pronazi, llegó a escribir bellos sonetos mientras se preparaba para el combate. También entre los brigadistas internacionales hubo poetas, como Edwin Rolfe. Y es que la poesía, como otras manifestaciones artísticas, han bebido de las guerras desde el principio de los tiempos.”

El lector debe perdonar la larga cita que acabo de transcribir, que por otra parte resume a la perfección una realidad que muchas veces ha sido olvidada. Una realidad que se remonta, como dice el autor del libro, al origen de toda la literatura -ver, si no, ejemplos tan clarificadores como la Iliada de Homero, o la Eneida de Virgilio-, que tan importante ha sido siempre en la tradición literaria española -desde el Cantar del Mio Cid hasta los hermosos poetas de Francisco de Aldana-, y que está también presente en la literatura actual, incluso entre los poetas más pacifistas. Recordemos, si no, los mágicos versos de Miguel Hernández, que fueron escritos en prisión: “ Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes, tristes. // Tristes armas / si no son las palabras. // Tristes, tristes. // Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes, tristes.



jueves, 26 de agosto de 2021

“Hora Zero”. El espionaje inglés en territorio español durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 


Durante la Segunda Guerra Mundial, la posición del gobierno del general Franco fue, al menos oficialmente, la de neutralidad o no beligerancia, más allá de la incorporación de un número escaso de tropas voluntarias en la Wehrmacht, el ejército alemán: la División Azul, que fue enviada inmediatamente al frente de Este, donde los soldados españoles se batieron contra los rusos y, al mismo tiempo, contra el “General Invierno”, el mismo que ya había derrotado a Napoleón Bonaparte a principios del siglo anterior. Conocido es el encuentro que Franco y el propio Hitler mantuvieron en Hendaya, un encuentro del que se han realizado multitud de interpretaciones, y que ha generado, también, ríos de tinta entre periodistas e historiadores. Éste y otros aspectos de las relaciones políticas entre el caudillo español y las potencias del Eje han sido tema de múltiples ensayos, y la bibliografía sobre este periodo de la historia de España y de Europa sigue creciendo continuamente. Dentro de esa extensa bibliografía, quiero destacar en esta nueva entrada del blog, por la originalidad y el interés del tema tratado, un libro de pequeño formato del historiador gallego, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Emilio Grandío Seoane. El libro, que ha sido publicado por Cátedra en abril de este mismo año, se titula “Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial”.

            El primer capítulo del libro está dedicado a estudiar las relaciones geopolíticas entre ambos países en 1936, en los meses previos al estallido de la Guerra Civil, y también durante los primeros meses del conflicto. Se trata de un capítulo interesante, porque explica un hecho que muchos historiadores, principalmente de izquierda, no han llegado a comprender nunca: ¿por qué durante todos esos meses, cuando el enfrentamiento entre dos polos en los que la sociedad española era más que evidente, como evidente era la rotura de las hostilidades en un frente bélico, las potencias europeas no pusieron toda la carne en el asador para hacer frente a los postulados fascistas de extrema derecha? La respuesta es bastante clara para cualquier historiador que no se halle imbuido de cierta ideología: ayudar al gobierno de la República era ayudar también a los comunistas de la Unión Soviética, y en aquel momento, cuando el nazismo en Alemania no era todavía más que un embrión de lo que iba a ser durante los años siguientes, las democracias europeas tenían más miedo a Stalin que al propio Hitler. Recogemos el posicionamiento que la inteligencia inglesa, y todo su gobierno, tenía de este asunto, en las palabras del autor del libro:

“Lo cierto es que, en el caso de Gran Bretaña, el ascenso del Partido Conservador al poder en los últimos meses de la Segunda República española hizo girar de manera decisiva la opinión hacia la incipiente democracia española. La inesperada victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 hizo saltar todas las alarmas diplomáticas británicas. La orientación del nuevo Gobierno de izquierdas fue saludada con notable inquietud por parte del Foreign Office. La documentación procedente de los archivos consultados nos muestra el incremento de la actividad diplomática ante lo que consideraban podía constituirse como la nueva «república soviética». Las informaciones hacia Londres procedentes de la Embajada en España realzaban los aspectos más dramáticos del corto período de gobierno frente-populista. No ha habido un tema de política exterior en el espacio británico antes de la Segunda Guerra Mundial de mayor repercusión que éste. Observada como lucha en territorio ajeno entre el desarrollo del fascismo y el comunismo, de lo que se estaba produciendo en Europa y en Gran Bretaña, la defensa de la democracia republicana realizada por la mayoría de la izquierda del país se vio obstaculizada por la oposición de buena parte del establishment político, que hacía de la defensa de los intereses británicos su argumentación principal. Teoría frente a praxis”.

Los servicios de inteligencia británicos en España, si bien habían sido ya importantes durante toda la guerra, se van a hacer mucho más determinantes desde 1939, coincidiendo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La posición del nuevo gobierno español, cercano todavía a las posiciones de las potencias del Eje, y la situación estratégica de nuestro país, al norte del Mediterráneo, y en la boca de entrada a este mar desde el Atlántico, hacia que, para ambos contendientes, el dominio fáctico sobre el país fuera determinante. Gibraltar, un faro de dominio inglés en el corazón meridional de la península, se llenó de espías ingleses. Pero no fue el único lugar en el que se asentaron legiones de espías, y otros territorios de la península se convirtieron también en campo de esa batalla de esa otra guerra tácita, no declarada oficialmente, en la que los militares al uso se convierten en espías, y en el que las armas son las propias de los servicios de inteligencia. Así, Cartagena, las islas Canarias, la propia capital madrileña, Galicia, prácticamente todo el país se había convertido en un nido de espías, de un bando y de oro. Recogemos de nuevo las palabras de Grandío Seoane, en lo que se refiere al espionaje inglés, foco principal de su estudio, pero fácilmente extensible a los servicios de inteligencia de los otros países en conflicto, principalmente los de Alemania:

“Los servicios de inteligencia británicos se encontraban deficientemente preparados en los inicios del conflicto bélico, ante la posibilidad de una invasión alemana sobre España. Para Gran Bretaña el control de la información en España era algo secundario, controlable a partir de las redes empresariales y diplomáticas ya existentes. Por cierto, en paralelo a lo que ocurría con las redes alemanas, antes de la llegada del régimen nazi. Su participación en el interior era muy reducida, y cuando intervenían, siempre se realizaba desde suelo británico: intervenciones precisas con fachada española. Pero la expansión nazi lo cambia todo. Inicialmente, en la defensa de las democracias frente a la agresión nazi se establece una especie de reparto de áreas de influencia: el control de la información en España quedó en manos de las redes de inteligencia francesas, desarrolladas sobre todo en el norte de España, entre Bilbao y Barcelona. Las redes británicas comenzaron a desarrollarse especialmente desde el verano de 1940, en la península ibérica en el momento en que resultó absolutamente necesario movilizar todas las fuerzas ante un Tercer Reich que llega literalmente a las costas británicas, y se requiere un esfuerzo suplementario para derrotarlo. También en el momento en el que se observan serias posibilidades de deriva de las dictaduras ibéricas hacia un compromiso firme con el Eje, abandonando definitivamente los estados «aparentes» de neutralidad. Aquellos territorios de Europa, como España, que aún permitían formalmente la entrada de británicos se convertían en países referenciales para llevar adelante trabajos indispensables para el rumbo del conflicto.”

Hubo un momento en el que, nada más haber terminado la guerra, las democracias europeas, principalmente Gran Bretaña, se plantearon derrocar del poder al general Franco, aunque el estallido de una nueva guerra que va a afectar primero a toda Europa, y más tarde también a otros territorios, hasta alcanzar características globalizadoras, obligó al gobierno inglés a cambiar de opinión en este sentido. Así, continúa el autor afirmando lo siguiente: “El responsable máximo de la inteligencia británica pretende ampliar el número de empleados en los servicios diplomáticos y, desde su protección, crear y desarrollar una red de inteligencia ampliable desde Madrid hasta Barcelona, Lisboa y Gibraltar. Hillgarth se encontrará de manera casi permanente en comunicación directa con Churchill. Ya en enero de 1940 le avisaba al duque de Malborough de que había miembros del Gobierno español que deseaban llegar a un acuerdo directo con los alemanes. Hillgarth advertía desde el primer momento de una de las constantes para atacar el punto débil de Franco: sus propios compañeros de armas. Esa condición de primus inter pares que tenía Franco al final del conflicto civil español, aún humeante y muy latente, provocó una primera preocupación —que se plasmará en los siguientes meses— por indicación directa de Churchill al agregado naval de la Embajada, de plantear de manera inmediata acciones de soborno a generales y funcionarios españoles. Esta circunstancia se facilitaría a través del siempre presente Juan March. March aparece de manera constante envuelto —debido a su utilización de fondos en otros países— en la financiación de buena parte de las tentativas que afecten a los cambios de gobierno en España. Y no solo a principios de los cuarenta. Como ya conocemos, Juan March juega un papel clave —y decidido— en la política española de mayor nivel desde la dictadura, pasando por el período republicano, y por supuesto en la financiación del golpe militar y de la Guerra Civil, y también en los años de la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña se aprovecha de estas relaciones para crear un sistema de transferencias económicas a los militares que no deja mucha huella y que permitía a su vez tener información de las relaciones del régimen español con los alemanes.”

El papel de la inteligencia británica en España fluctuó durante toda la Guerra entre dos aspectos contrapuestos: por una parte, la necesidad de atraer a Franco hacia el bando de los aliados, como contrapeso a la importancia que el nazismo había alcanzado ya en el conjunto del continente; y por el otro, la convicción de que se trataba el de España de un gobierno no democrático, y por ende, muy cercano a las posiciones fascistas de las potencias que conformaban el Eje. En ese juego de poderes jugaron un papel importante figuras como el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, quien además fue embajador de España en el Reino Unido entre 1939 y 1942, quien mantenía en el país insular ciertas intereses económicos y algunas relaciones familiares importantes, incluso con la propia familia real. Y también, algunos de los principales generales que durante la guerra habían formado parte del ejército vencedor -en este caso nunca decisivo, porque al final ninguno de ellos se mostró capaz de hacer frente, de manera decisiva, a los postulados oficialistas desarrollados desde el gobierno de Franco-. Volvemos a recoger las palabras del historiador gallego:

“Posiblemente el régimen de Franco nunca estuvo tan amenazado como en estos momentos. Aún más: las conversaciones entre la diplomacia británica y portuguesa del mes de octubre de 1943 no presagiaban nada bueno para el franquismo, ya que se orientaba hacia la tendencia de arreglar el problema estratégico de la península ibérica y su relación con el Eje por la doble vía de negociar con Portugal —siempre mucho más favorable por las tradicionales relaciones con Gran Bretaña— y aislar a España… El 28 de octubre tuvo lugar una reunión en casa de Kindelán con Ponte, Orgaz, Solchaga y Dávila. Kindelán insistía en que no había fuerza suficiente para poder afrontar un cambio de esta envergadura sin el consentimiento de Franco, cuando menos hasta el próximo año. A Kindelán le molestó la actitud posterior a la carta de los generales Asensio, Moscardó, Muñoz Grandes, García Valiño y Yagüe, que según su perspectiva solo atendieron a sus intereses personales. La fuerza de Franco residía en el control de Madrid (Asensio, ministro; Muñoz Grandes, jefe de la Casa Militar; García Valiño, jefe del Gabinete Militar, y Saliquet al mando de la Región Militar de Castilla). La unión a este grupo clave de los generales Moscardó y Yagüe, al mando de dos zonas estratégicas como Burgos y Barcelona, entradas fundamentales de defensa desde el norte —recuérdense las planificaciones previstas de posibles invasiones—, así como territorios de fuerte oposición monárquica a Franco (cita a Cataluña y Navarra), podría haber variado sustancialmente la situación de presión hacia el Caudillo. Aun así, Kindelán volvería a pedir la Restauración «con Franco y la Falange» a finales de diciembre de 1943.”

Por otra parte, también durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de que España se viera invadida por un ejército u otro, el Reino Unido o la propia Alemania, siempre estuvieron en el ánima de ambos combatientes. Todo ello obligó, por otra parte, a la construcción de nuevas defensas bélicas en los territorios más factibles de ser invadidos, como la propia Gibraltar o la línea de costa, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo; defensas que, en algunos de esos lugares, están empezando a ser puestas en valor, de cara a una interpretación didáctica y turística de las mismas. El valor de la historia, como el de la arqueología (y existe también una arqueología bélica del siglo XX, que en los últimos años está alcanzando un importante desarrollo científico; en este sentido, y para lo que al caso conquense se refiere, hay que destacar aquí los trabajos que en los últimos años vienen realizando Michel Domínguez y Santiago David Martínez Solera, sobre la arqueología conquense del siglo XX en torno a la Guerra Civil), pasa también por el hecho de que puedan servir como canalizador de un conocimiento cada vez mayor de nuestro pasado, un conocimiento que se basa siempre en dos pilares principales: la investigación y la difusión, también por medio de la explotación turística de los yacimientos arqueológicos.

Un libro, en fin, que debe ser leído, para otbener nuevas perspectivas históricas de este periodo de nuestra historia, la de España y también la de Europa, esa etapa, tan decisiva para nuestra propia configuración como ciudadanos europeos, que abarca los años convulsos de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial.


El embajador británico en España, Samuel Hoare, en el centro, en el acto de presentación
de credenciales. Fotografia: Martín Santos Yubero.

viernes, 9 de octubre de 2020

Casa Winter, entre la historia y la leyenda, al sur de Fuerteventura

 

               En el sur de la isla de Fuerteventura, al otro lado de la península de Jandía, se halla una de las playas más desconocidas y despobladas de todo el archipiélago canario, un espacio desolado, enormemente ventoso, rodeado por una cadena de montañas que la aíslan del resto de la comarca. Si en la actualidad, a pesar de todos los avances que se han venido realizando en los últimos años en cuanto a los sistemas de comunicación se refiere, principalmente una carretera estrecha, pero asfaltada, que se asoma continuamente al abismo, resulta todavía muy complicado llegar hasta Cofete, mucho más difícil debía  resultar entonces, hace ya unos ochenta años, cuando el país entero, y también las islas, acababan de salir de una guerra civil que había dejado asolados todos los rincones de España, y mucho más una zona como esta, a la que sólo se podía acceder por un camino de cabras, que reptaba sinuosamente entre barrancos y desfiladeros cortados a pico. Allí, en aquel rincón tan remoto de Cofete, a pesar de que apenas se encuentra a unos pocos kilómetros de la propia Jandía, se encuentra todavía en pie la Casa Winter, una extraña construcción de los años cuarenta del siglo pasado, construida durante la Segunda Guerra Mundial. Un edificio que todavía es foco de polémica, una polémica que afecta a su futuro y también a su pasado; una polémica que va mucho más allá del pretendido uso hotelero que se le pretende dar, y que afecta también al uso que el edificio tuvo en el pasado, precisamente durante aquella guerra que afectó también a España, a pesar de su posición oficial como país neutral, o no beligerante. Y es que la casa, y sobre todo la leyenda que rodea a la casa, tiene que ver con el verdadero papel jugado por el gobierno de Franco en apoyo, más o menos oculto, en favor de los alemanes, durante gran parte de la misma.



               Antes de hablar sobre la leyenda de la casa, conviene hacer primero un breve acercamiento hacia la historia del edificio, y de su constructor, el ingeniero alemán Gustav Otto Winter. Éste había nacido en Zastler, una pequeña ciudad de la región de la Selva Negra, al sur de Alemania, en 1893, pero pasó gran parte de su vida en España, país al que llegó ya durante la Primera Guerra Mundial. Después de haber pasado los primeros años que vivió en nuestro país en Madrid, ciudad en la que terminó, en 1921, la carrera de Ingeniería Industrial, recorrió durante los años siguientes varias ciudades, con el fin de participar en diversos proyectos de electrificación, que en aquellas fechas tanto se estaban desarrollando: Tomelloso (Ciudad Real), Murcia, Zaragoza y Valencia, además de la propia capital madrileña. Y poco tiempo después, en 1924, viajó por primera vez a las islas Canarias, con el fin de impulsar allí la creación de una nueva planta energética, que estaba pagada con capital británico y norteamericano. Fue entonces cuando hoyó hablar por primera vez de Fuerteventura, que en aquella época era apenas un islote de tierra casi despoblado, más allá de un grupo de casas en su capital, Puerto del Rosario, llamado entonces Puerto Cabras, y unas pocas aldeas diseminadas por todo el territorio, y con escasas comunicaciones entre ellas. Y allí, en la parte más inhóspita de la isla, en la parte norte de la península de Jandía, en la de barlovento, que a su vez ocupa todo el extremo sur de la isla, a los pies del llamado Pico de la Zarza, que con sus 817 metros de altitud es el punto más elevado, a unos tres kilómetros de la playa de Cofete, en una zona en la que suele azotar con fuerza los vientos alisios. Y en unos terrenos que hasta entonces eran propiedad del conde de Santa Coloma, Gustav Winter decidió construirse una residencia en la que vivir, y desde donde dirigir todo ese imperio industrial y económico que ya entonces se estaba desarrollando en su mente, y que consistía precisamente en la electrificación de toda la isla Para entonces, la electricidad todavía no había llegado aún a ningún lugar de la isla, y Winter se dio cuenta de las posibilidades que la nueva industria tenía para el desarrollo del ocio y la construcción en el conjunto de la isla. Gustav Winter falleció en Las Palmas en 1971, y muchos años después, sus herederos vendieron la casa a una importante empresa canaria, con intereses en el negocio hotelero e inmobiliario, con vistas a poder transformarla en un hotel de lujo. Sin embargo, el proyecto se encuentra paralizado judicialmente por las presiones de la familia Fumero, descendiente de los últimos moradores de la casa (Pedro Fumero, quien está realizando a fondo una investigación sobre la historia de la mansión, se sobrino de los antiguos administradores de la finca), que desean convertirla en una especie de museo en el que pueda mostrarse al público la leyenda y la historia del edificio[1].

               Y mientras tanto, la leyenda sobre Gustav Winter y sobre la casa que mandó construir en Fuerteventura sigue viva, entrelazado sus raíces con la propia historia del edificio, de manera que hoy es difícil saber dónde acaba una y dónde empieza la otra; quizá la publicación del libro “Winter, el mito”, prometido desde hace algunos años en sus tres versiones, alemán, inglés y español, del que es autor el escritor austro alemán Alexander Peer, retrasada en repetidas ocasiones, y sobre todo por la aparición en diversos archivos de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, de diferentes documentos secretos que han sido desclasificados recientemente, pueda dar nuevas luces sobre este curioso personaje. Y es que, según parece, Winter estaba incluido en una lista negra que, formada por un total de ciento cuatro espías alemanes que residían en España, fue elaborada por los aliados, quienes reclamaron su repatriación al gobierno del general Francisco Franco. Este hecho, unido a que su nombre también aparecía mencionado en otros documentos de los servicios de inteligencia estadounidense como militar y operador de radio, ha alimentado la leyenda de que la casa sirvió en aquellos momentos, durante la Segunda Guerra Mundial, como base de aprovisionamiento y descanso para la tripulación de los submarinos alemanes que operaban en el océano Atlántico, incluso desde algún tiempo antes de que Estados Unidos entrara en la guerra, y que la torre que se levanta en uno de los costados del edificio servía, a su vez, como una especie de faro para este tipo de naves, pues en ella se había instalado una potente emisora de radio para facilitar las comunicaciones. Lo cierto es que aún se conserva, convenientemente expuestos para el visitante, diferentes objetos que podrían estar relacionados con ese periodo oscuro de la casa.



               La teoría de una posible base de aprovisionamiento para submarinos alemanes en la casa Winter viene avalada por algunos hechos históricos. No es ningún secreto que durante toda la Segunda Guerra Mundial, una flota de submarinos alemanes operaba en todo el Atlántico norte, patrullando con el fin de intentar bloquear los posibles envíos de armamento o de provisiones hacia Gran Bretaña por parte sobre todo de Estados Unidos, y logrando el hundimiento de varios barcos mercantes y de pasajeros. En aquella época, los submarinos tenían un radio de acción bastante limitado, estando obligados a subir a la superficie cada poco tiempo para recargar las baterías que permitían la inmersión, y en aquellas circunstancias, los archipiélagos portugueses de Madeira y Azores, y también el de Canarias, se convertían en un punto de apoyo importante para aquellos U-Boot alemanes. Así, no es tampoco ningún secreto que durante la guerra se habían establecido varias estaciones de submarinos alemanes en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, a pesar de la pretendida neutralidad de España en el conflicto, e incluso en una ocasión, el 6 de agosto de 1943, un bombardero inglés consiguió hundir un submarino , el llamado U-167, en aguas del archipiélago de Canarias[2]. Por otra parte, algunos habitantes de las islas fueron testigos de la presencia de militares nazis en el extremo sur de la isla, y también de la emersión de este tipo de buques, que en la imaginación popular les parecían una especie de “barcas al revés”.

               La leyenda fue utilizada, además, por el novelista Alberto Vázquez Figueroa para escribir, en 1991, una de sus exitosas novelas, “Fuerteventura”. En ella, el escritor canario se basa en la teoría de la casa como base de aprovisionamiento para submarinos para inventar una trama de espionaje, tan característica de algunas de sus obras, en la que la mansión Winter era, además, una especie de prostíbulo de lujo creado por la Kriegsmarine, la marina alemana, para que los oficiales de sus tripulaciones pudieran descansar mientras los buques se aprovisionaban y se reparaban, olvidándose por unos días de la vida bajo el mar, e incluso, también, de sus propias familias, que habían dejado durante la guerra en algún rincón de Alemania. Esta interpretación está relacionada también con otra de las leyendas de la casa, según la cual en el edificio se celebraban cotidianamente algunas fiestas de sociedad, que muchas veces contaban con algunos invitados que formaban parte importante del organigrama del Reich. La trama de espionaje puede parecer exagerada, pero hay que recordar que el libro de Vázquez Figueroa es solamente eso, una novela. Sin embargo, también hay muchos elementos reales en el entorno de la casa.

               Así, existen algunos elementos reales que también deben ser tenidos en cuenta: la existencia en la casa de una emisora de radio, que todavía se conserva; la valla que rodeaba al edificio, que lo mantenía alejado de miradas indiscretas; la existencia en el extremo sur de la isla, en un lugar tan inhóspito como la propia casa, de una pista de aterrizaje; la vagoneta Krupp, que también existe aún frente a la casa, y los raíles que aparentan huir hacia la montaña cercana, en la que, según los defensores de la teoría, los nazis pretendieron aprovechar las cavidades volcánicas de la isla para ocultar los submarinos, y también para unir de alguna manera Cofete con Morro Jable, al sur de la isla, facilitando de esta manera la navegación por la zona; las frecuentes explosiones, que algunos testigos creyeron oír en aquella época, producto quizá de las extracciones de roca; y el propio emplazamiento de la casa, como se ha dicho en la zona más inhóspita de toda la isla.

También aboga por esa posibilidad el supuesto viaje que, según parece, el propio Gustav Winter realizó a Berlín en 1937, apenas dos años antes de que se iniciara la guerra, con el fin de recoger y traer a España una importante cantidad de dinero para invertir en la isla. La existencia de ese viaje no ha podido ser demostrada, pero según la revista alemana Stern, que en 1971 publicó una de las escasas entrevistas al dueño de la casa, Winter regresó de Alemania con una maleta llena de dinero que, según las versiones, se lo había proporcionado el propio Hermann Göring, vicecanciller del Reich, comandante supremo de la Luftwaffe, las fuerzas aéreas alemanas, y lugarteniente del propio Adolf Hitler. La existencia de ese viaje, por supuesto, fue negada por el protagonista, pero eso tampoco quiere decir que no existiera en realidad. Por otra parte, ya desde algún tiempo antes del estallido de la guerra, los nazis se estaban preparando para ella, y en aras de esa preparación, tampoco es un secreto que el gobierno alemán había ido estableciendo relaciones empresariales y familiares en algunos lugares estratégicos de toda Europa, relaciones que luego les pudieran ayudar de alguna manera durante el desarrollo del conflicto bélico. Y las islas Canarias, y en concreto Fuerteventura, por su situación en el extremo sur de Europa, y muy cerca del continente africano, era uno de esos puntos estratégicos de vital importancia.



A pesar de todo ello, muchos estudiosos no se muestran de acuerdo en la teoría de los submarinos, y aducen que las aguas que rodean a la playa de Cofete no tienen una profundidad suficiente para que este tipo de buques puedan operar en ellas. Por otra parte, la torre de la casa, que según la leyenda, ya lo hemos dicho, habría sido utilizado como torre de control para las comunicaciones entre la casa y las naves, no fue construida hasta 1947, dos años después de terminada la guerra, e incluso el conjunto principal del edificio no se había iniciado, según parece, hasta unos pocos años antes. Sin embargo, todo ello no es óbice para poder mantener, más allá de las leyendas, una relación real de la casa con el mundo nazi, y en concreto con otra de las leyendas, o no tanto, que rodean la casa: la interpretación del edificio como escondite y escala, en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, como vía de escape para los criminales de guerra nazis, hacia los países de América del Sur.

En este sentido parece abogar la inclusión de Winter en la mencionada lista de espías alemanes que residían entonces en España, y que fueron reclamados infructuosamente por las autoridades alemanas, con el fin de que pudieran ser enjuiciados como crímenes de guerra. Y en ese sentido abogan también algunas de las estructuras que aún se conservan en el interior de la casa, y que el ya citado Pedro Fumero enseña a los curiosos que todavía se acercan por la mansión: túneles secretos, puertas diminutas que se abren hacia estancias de grandes dimensiones, pasillos que fueron tapiados en algún momento sin ninguna razón aparente; una especie de búnker en el sótano de la casa; extraños recovecos en las esquinas, que parecen construidos a propósito para convertirlos en nidos de ametralladoras, o una instalación eléctrica muy potente, demasiado potente para ser la de una casa común, y más en la época en la que fue construida; es cierto que Winter se había ganado la vida, precisamente, modernizando la electrificación de la isla, pero eso no justifica una instalación tan compleja en una casa aparentemente normal. Y entre esos espacios tan extraños, destaca por encima de todo una inusual cocina en la que, en lugar de los fogones normales de cualquier cocina, albergaba en su interior otros elementos que parecen extrapolados de un campo de concentración, y que recuerdan a un lúgubre laboratorio. ¿Se utilizaba acaso esa cocina para hacer extraños experimentos con los prisioneros? ¿Era, por el contrario, un no menos extraño quirófano, y eso es más probable, en el que se llevaban a cabo operaciones secretas de cirugía estética, con el fin de modificar el aspecto exterior de los espías que debían viajar a Hispanoamérica?



¿Qué hay de realidad en esta trama de espionaje, y que es sólo un cúmulo de leyendas? La existencia de espías nazis en las islas Canarias durante la Segunda Guerra Mundial, y también durante los años siguientes, ya lo hemos dicho, es un hecho constatado por diferentes historiadores, y así lo demuestran también algunos documentos del Federal Bureau of Invetigation (FBI; Oficina Federal de Investigación), que fueron desclasificados en enero de 2019. Algunos de esos documentos confirman que la colonia alemana que vivía en Canarias en los años cuarenta no había pasado desapercibida para la CIA estadounidense Uno de ellos, en concreto, es un informe que fue remitida a ésta por el FBI; fechado en 1974, en él se da cuenta de la investigación que unos años antes había realizado uno de sus agentes, que en ese momento se encontraba detrás de la pista de Martin Bormann, jefe de la cancillería del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán desde mayo de 1941, presidente del partido durante los últimos días de la guerra, y secretario personal del Führer desde abril de 1943. Durante la búsqueda de Bormann, el agente había conseguido contactar con un confidente anónimo. En el documento original puede leerse lo siguiente: “The man also advised  NY T-1 that a  number of former Nazis live on the Island of Fuerteventura in the Canary Islands. Large land holdings in the Jandia section of the island are either owned by ex-Nazis who recibe the income from ther, or are sites of their residences. A man name Winter reportedly acts on behald of the Nazis in their real estate dealings.”[3]

Es cierto que la información proporcionada por el confidente era falsa. Éste le había informado al agente de que Bormann, junto a otros jerarcas nazis, se encontraban viviendo en ese momento en Zurich (Suiza) bajo sendas identidades falsas. Sin embargo, para entonces el líder del partidoi, que había sido juzgado en Núremberg in absentia, llevaba ya muchos años muerto. En efecto, después de que Hitler se hubiera suicidado en su propio búnker de Berlín, él y otros miembros de su círculo intentaron escapar de la capital alemana con el fin de evitar ser capturados por las tropas soviéticas. No se sabía nada de él hasta que en 1972, unos trabajadores de la construcción encontraron los restos de varios hombres, que habían sido enterrados en las cercanías de la estación Lehrter, en el Berlín Oeste. Uno de esos restos fueron identificados como los del propio Bormann por los registros dentales, así como por algunos daños que el cadáver presentaba en la clavícula, que se correspondían con un accidente de equitación que éste había sufrido en 1939. Sin embargo, aquello no fue suficiente para acallar las especulaciones sobre su paradero hasta 1998, cuando se llevaron a cabo exámenes genéticos de los huesos que certificaron que los restos eran del dirigente nazi. Se supone que éste debía haberse suicidado para evitar su apresamiento, pues en la boca del cadáver fueron encontrados también algunos trozos de cristal, que sugirieron a los forenses que había mordido las tradicionales cápsulas de cianuro que eran utilizadas por los nazis para no ser hechos prisioneros. Algún tiempo después de su muerte, su cadáver, y el de algunos nazis que también intentaban huir, fueron enterrados en una zanja, donde serían encontrados algunos años más tarde.

Sin embargo, la historia de Bormann no debe hacernos olvidar lo que el confidente del agente le había dicho sobre el propio Winter. Y sobre todo, no debe hacernos olvidar lo que en realidad nos interesa: la historia de esta casa, real y legendaria, una mansión singular, hermosa a pesar de las condiciones de abandono en las que actualmente se encuentra. Una casa que se levanta frente a la playa de Cofete, en un espacio casi fantasmal, deshabitado, como un vigía atento a todo lo que sucede en esas playas de barlovento que se extienden por el extremo sur de la isla de Fuerteventura. Y como un elemento más de la leyenda, muy cerca de la casa se puede visitar también un extraño cementerio alemán, cerrado solamente por una empalizada de madera, de baja altura, incapaz de evitar que la arena que el viento trae desde la playa pueda cubrir gran parte de las tumbas. Tumbas sin nombre, muchas de ellas, y otras con extraños nombres de profunda raíz germánica, que nos recuerdan todo ese pasado alemán que tiene la casa, esa casa singular que se alza a medio camino entre la playa y la pelada cordillera que la separa del resto de la isla.

 


 

 



[1] https://casawinter.com/la-casa-winter.  Blog sobre la casa Winter, en español, inglés y alemán.

[2] http://www.u-historia.com/uhistoria/historia/articulos/u167/u167.htm. César O’Donnell. “Hundimiento del sumergible alemán U167 en aguas de la Isla de Gran Canaria durante la Segunda Guerra Mundial”. Revista Española de Historia Militar. Nº. 3. Mayo-Junio, 2000.

[3] “El hombre también informó a NY T-1 que varios ex nazis viven en la isla de Fuerteventura en las Islas Canarias. Las grandes propiedades de tierra en la sección de Jandía de la isla son propiedad de ex nazis que reciben los ingresos de la frontera, o son sitios de sus residencias. Según los informes, un hombre llamado Winter actúa siguiendo el comportamiento de los nazis en sus gestiones inmobiliarias.” http://espiral21.com/1973-fbi-tras-la-pista-la-colonia-nazi-fuerteventura-2/. José S. Mújica. “1973: el FBI tras la pista de la colonia nazi en Fuerteventura”. Espiral 21. Publicado el 23 de enero de 2017.

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