Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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martes, 19 de agosto de 2025

UNA NOVELA SOBRE LOS AÑOS DEL PLOMO EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

 


En otras entradas anteriores hemos comentado, en este mismo blog, otros libros anteriores de la historiadora y novelista conquense Ana Belén Rodríguez Patiño (ver en este blog “Donde acaban los mapas primera novela de Ana Belén Rodríguez Patiño, 4 de enero de 2014; “Dos novelas históricas escritas desde Cuenca”, 14 de julio de 2016; “Un mensaje escrito en un libro diferente”, 11 de junio de 2019; “La estética de los nadadores, una nueva novela de la escritora conquense Ana Belén Rodríguez Patiño”, 9 de octubre de 2020, “Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial”, 14 de junio de 2022). Ahora llega el momento de comentar aquí una novela que saltó a los escaparates de las librerías hace ahora casi un año, algo que debemos tener en cuenta si queremos juzgar adecuadamente la oportunidad de su lanzamiento.


En efecto, “La piel de los tártaros”, la última novela de esta escritora conquense, apareció en el mes de septiembre del año pasado, un mes antes del estreno, en febrero de 2025, de la película “La infiltrada”, de Arantxa Echevarría; ella firma también, con Amelia Mora, el guión de la misma. Esta película ganó el Goya a la mejor película  en los premios de este año, ex aequo con “El 47”, así como el premio a la mejor actriz protagonista,  en la figura de Carolina Yuste, quien  fue reconocida como Mejor Actriz. Y es que la casualidad ha hecho que ambas, película y novela, novela y película, trabajando de forma independiente sobre una historia real, la historia de la primera, y única, mujer policía española que se infiltró en ETA en los años noventa, en los años más duros de la banda armada, hayan salido a la luz prácticamente en el mismo momento.

En efecto, en "La piel de los tártaros" se narra la historia de una joven policía española que fue seleccionada en 1992 para infiltrarse en la organización terrorista ETA, convirtiéndose en la única mujer en lograrlo. La autora, historiadora y escritora, se sumerge en los años más intensos del conflicto, mostrando el entrenamiento, la doble vida y los riesgos extremos a los que se tuvo que enfrentar, hasta 1999 la protagonista, Esther Castells (nombre ficticio en la novela, Arantzazu Berradre en la película, Elena Tejada en la vida real, en un juego de nombres que nos lleva hacia un nombre desconocido y anónimo, oculto a la vida pública en la actualidad por las propias necesidades de protección de la verdadera policía que se oculta en todos esos nombres).

Aunque ambientada en los años noventa, y basada en hechos reales, la novela no pretende, en realidad, ser una novela histórica en sí misma, porque además, y como no podía ser de otra forma, la sucesión de los hechos reales, tal y como sucedieron, se encuentran todavía, por razones obvias, protegidas por la ley de los secretos oficiales. La protagonista no forma parte de una trama histórica documentada, sino de una operación secreta real con una fuerte implantación emocional y psicológica. Sin embargo, todo lo que se cuenta en ella forma parte, por desgracia, de la historia contemporánea de España. La ambientación traza un recorrido de varias décadas marcadas por el terrorismo, por la ley lógica de las bombas y las pistolas, reflejando la violencia y el dolor provocado en muchos miles de personas -políticos, jueces, militares, policías y guardias civiles sobre todo, incluso bastantes hombres y mujeres casi anónimos, gente de la calle-. Las cifras sí son históricas, aunque no formen parte ni de la película ni de la novela: 853 asesinatos, más de 3.500 atentados, más de 2.362 heridos, 86 secuestros documentados, además de una cantidad incontable de extorsiones a empresarios y la fractura de una sociedad, la vasca, una parte de la cual se vio obligada a emigrar para poder huir de aquel infierno.

La obra rinde homenaje explícito a hombres y mujeres de la Guardia Civil y la Policía Nacional, a todos aquellos ángeles de la guarda que vestían de uniforme, sea éste de color verde, azul o marrón, quienes arriesgaron sus vidas luchando contra ETA desde dentro; porque también en la Guardia Civil, en aquellos años oscuros, hubo infiltrados en el grupo armado, que tuvieron que abandonar su vida tranquila, en el seno de sus familias verdaderas, para cambiarla por una forma de vida que, en realidad, les era ajena. La protagonista es precisamente una policía infiltrada, y la novela enfatiza el papel crítico, oculto y sacrificado de las fuerzas de seguridad del Estado en los años de plomo.

Quiero hacer aquí una referencia al llamado Síndrome del Norte, una dolencia psicológica que afectaba a agentes  que estaban destinados en Euskadi durante los años en los que estuvo activa la violencia etarra: “Ha escuchado en otras ocasiones hablar del Síndrome del Norte. Ya en la academia de Ávila había tenido noticias de ello, como una enfermedad que aqueja irremediablemente a los agentes del orden desplazados en el País Vasco. Se trata  de un desequilibrio mental provocado por un estrés intenso y estimulado en el tiempo. La padecen policías, guardias civiles y funcionarios estatales ante las provocaciones sistemáticas. No sólo ellos, también sus familiares más cercanos. Es lo que buscan los terroristas y sus cómplices: la asfixia total de aquellos que colocan a la diana. Una experiencia que, en algunas ocasiones, aboca al suicidio (aunque se disfrace de muerte natural).  Una decisión desesperada para quienes la vida se convierte en un camino tortuoso. Tensión, presión y miedo. Desamparo y soledad. Mucha soledad.” La mención  sirve como reflejo de los efectos emocionales que dejó el enfrentamiento al terrorismo desde dentro.

Y ante todo esto, la necesidad de la protagonista de crear una rutina en la que pueda mantenerse ajena a toda esa violencia: “Esther anota todo en su cerebro como una máquina Y desde ese mismo cerebro sabe procesarlo de la forma más conveniente. M ira, escucha, memoriza.  No enjuicia nada públicamente si no es con intención. Mantiene la calma. No comprende muchas de las vicisitudes que vive, pero ha de hacer ver que las tiene asumidas, y que las marca a fuego en su piel. Una piel que ha de endurecer rápidamente, y asemejarla a la de los terroristas, encallecida e insensible ante el dolor ajeno, como los antiguos guerreros tártaros de las estepas.”

En todas sus novelas, Ana Belén Rodríguez siempre ha sabido elegir el título -muchas veces, en el título de un libro suele estar el principio de su éxito-, y en la última frase de la cita, los lectores podemos encontrar el significado y las motivaciones de la autora para titular así su última obra: Esther, como cualquier infiltrado en una banda terrorista, no tiene más remedio que despojarse de su propia piel, la de un ciudadano normal, la de una buena policía, para vestirse con la piel de una serpiente -no debemos olvidarnos de que el emblema de la banda terrorista es, precisamente, un hacha y una serpiente-, de uno de aquellos tártaros del siglo XIII que, montados siempre sobre sus ágiles caballos, con los que formaban un ente casi único, cruzaban las estepas, invadiendo ciudades y derrotando a pueblos enteros, sembrando la muerte y el dolor allá por donde iban. Así, la equiparación entre la banda terrorista y la Horda de Oro se hace bastante elocuente.

En la página 120 se aborda directamente el dolor provocado por las muertes de ETA: “A pesar de los buenos resultados, el número de muertos aumenta en los años posteriores. Lo hace en cuanto la banda se reorganiza. El periodo siguiente vuelve a ser terrorífico. Los atentados con bombas lapa y los asesinatos a sangre fría se convierten en trágicos protagonistas de la escena pública. Y con la misma triste regularidad que solían. El país entero se acostumbra a la violencia, y los sucesos luctuosos provocados por los terroristas se suceden sin parar. El 8 de junio de 1995 acabarán con la vida de un inspector jefe de la Policía Nacional. Un disparo en la nuca en un asalto en la avenida Sancho el Sabio, de San Sebastián. Llevaba tiempo amenazado por la ETA. Él y su familia, esposa y dos hijas. Le habían ofrecido por ello un cambio de destino, pero prefirió seguir en su puesto  en la Unidad Territorial Antiterrorista de Guipúzcoa. A la rueda de la muerte aún le quedan muchos muertos en la cartera (entre ellos, políticos destacados del PP y del PSOE). En las siguientes décadas, los terroristas asesinarán a tres comisarios en activo, cuatro subcomisarios, más de veinte inspectores, seis subinspectores, y sobrepasarán el centenar de agentes. La Guardia Civil aún sufrirá un número mayor de víctimas. Los heridos y las cicatrices emocionales, siguen siendo incontables.”

Esa reflexión sirve para conectar el legado del franquismo con el terrorismo contemporáneo en España, destacando cómo ambos han marcado la memoria colectiva y personal, contraponiéndolo de esta forma las políticas de memoria histórica y la Ley de Memoria Democrática. A lo largo de la novela van pasando los años, entre engaños y disimulos, mientras solo una verdad permanece: el terror de ETA. La protagonista vive bajo una identidad falsa durante siete años, en una realidad donde el silencio y la ocultación son constantes, pero la violencia real y sangrienta sigue siendo el eje que mueve todo.

Para finalizar, unas breves palabras sobre el estilo literario de la novela: éste es ágil, con frases cortas, directas e incisivas. La narrativa se construye sobre diálogos y descripciones contundentes, que mantienen la tensión sin saturar la página, facilitando que el lector avance sin freno en la lectura de la novela.












El podcast de Clio: LA PIEL DE LOS TÁRTAROS

martes, 14 de junio de 2022

Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 

En los últimos meses han visto la luz dos nuevos libros, que son resultado de las respectivas investigaciones realizadas por sendos historiadores, doctores ambos en historia contemporánea, que cuentan ya, los dos, con una destacada bibliografía sobre esos años tan complejos de la primera mitad del siglo pasado, marcados por la violencia y el apogeo de políticas extremas, y en muchos casos populistas, como fueron el fascismo y el comunismo; años marcados, sobre todo, en el ámbito nacional, por la Guerra Civil española, y en el ámbito internacional, por la Segunda Guerra Mundial. Dos autores que, como decimos, han dedicado buena parte de su trayectoria científica e intelectual, a esta etapa de nuestra historia, muchas veces olvidada, y casi siempre mal entendida. Se trata de los doctores Ángel Luis López Villaverde y Ana Belén Rodríguez Patiño.

Ana Belén Rodríguez Patiño dedicó su tesis doctoral, precisamente, al desarrollo de la Guerra Civil en la provincia de Cuenca, un territorio, por otra parte y como es bien sabido, que se mantuvo durante todo el tiempo que duró el conflicto en la retaguardia republicana. Y es que, cuando estudiamos un tema tan apasionante, y apasionado, como es la Guerra Civil, al igual que sucede siempre con cualquier otro conflicto bélico, tendemos muchas veces a hablar sólo de las grandes batallas, de las operaciones militares, y a olvidarnos de la importancia que la retaguardia puede tener también en el desarrollo de la guerra. Aquella primera tesis fue resumida por la autora, y ampliada a un mismo tiempo,  con dos pequeños libros, titulados respectivamente “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). Del 18 de julio a la Columna del Rosal” y “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). De la pugna ideológica a la revolución”; y más tarde, en colaboración con Rafael de la Rosa Rico, y su impresionante colección fotográfica sobre nuestra ciudad, un nuevo volumen, bajo el título de “Represión y Guerra Civil en Cuenca. Nuevos testimonios u fotografías”. En este nuevo estudio sobre la Guerra Civil en nuestra provincia, se ha decidido a profundizar en un tema que hasta ahora se hallaba completamente inédito: la llamada Quinta Columna, y su realidad en el territorio conquense, como factor de importancia en la definitiva liberación de nuestra ciudad por las tropas nacionales.

Antes de entrar a analizar el libro en sí mismo, conviene tener claro qué es lo que se entiende realmente cuando hablamos de la quinta columna, un término que a veces es empleado de una forma diferente a lo que significó cuando fue acuñado, en plena Guerra Civil. De esta forma, si echamos mano de la Wikipedia, podemos leer lo siguiente: “Es una expresión para designar, en una situación de confrontación bélica, a un sector de la población, que mantiene ciertas lealtades (reales o percibidas) hacia el bando enemigo, debido a motivos religiosos, económicos, ideológicos o étnicos. Tal característica hace que se vea a la quinta columna, como un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven, y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo.”

En realidad, la invención de la expresión se atribuye al general Emilio Mola, uno de los principales líderes del ejército sublevado, quien la pronunció, según la teoría mayoritaria entre los historiadores, en el transcurso de una alocución radiofónica, cuando se refería al avance de las tropas nacionales sobre Madrid. Así, al referirse a las cuatro columnas militares que, bajo su mando, avanzaban en ese momento, otoño de 1936, sobre la capital de España, desde Toledo, Sigüenza, la propia sierra madrileña y la carretera de Extremadura, era necesaria también la existencia de una “quinta columna” que, formada también por militares, pero principalmente por civiles, y con el fin de socavar la resistencia republicana, trabajara desde dentro de la ciudad, creando una estado de opinión favorable a los sublevados. La frase de Mola, o según otros autores inventada por otro de los generales nacionales, José Enrique Varela, tuvo tanto éxito, que a partir de ese mismo momento se popularizó tanto entre ambos ejércitos, y en los medios de comunicación, que desde entonces, y sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido utilizada en todos los conflictos bélicos que se fueron desencadenando repetidamente en los años siguientes, y sigue siendo utilizada en el actual conflicto de Ucrania, e3n este caso para referirse a la población rusa de la región del Donbás.

Dicho esto, ¿se puede hablar, realmente, de una quinta columna en la ciudad y en la provincia de Cuenca, durante los años de la Guerra Civil? Y en el caso de que sea así, ¿Quién o quiénes formaban esa quinta columna, cuando es un hecho suficientemente conocido, que la supresión de los elementos favorables al bando sublevado, religiosos y creyentes, y políticos de derecha, sobre todo, por parte del gobierno republicano, fue brutal en toda la provincia de Cuenca durante los primeros meses de la guerra? La autora lo tiene bastante claro: esa quinta columna, por supuesto, y como sucedió en todas las ciudades que seguían estando del lado republicano, también existió en nuestra ciudad; y no sólo eso: su actividad, realizada, por supuesto, de manera clandestina, a escondidas de las autoridades, fue vital hasta el mismo momento de la liberación, que se llevó a cabo pocos días antes de la toma definitiva de Madrid, el día 1 de abril de 1939. Y uno de los elementos más significativos de esa quinta columna, además de la actividad realizada por algunos de los miembros de la Iglesia, fue, también en Cuenca, el partido de Falange, especialmente desarrollado desde el primer momento de su fundación, en algunos de los pueblos de la Manchuela, como Quintanar del Rey.

Es cierto que en el verano de 1936, durante las primeras semanas de la guerra, tal y como ya se ha dicho, la represión republicana había sido brutal, y que fueron asesinados muchos de los máximos dirigentes provinciales del partido, al mismo tiempo que se ejercía también ese misma represión contra algunos elementos de la Iglesia, desde seglares católicos hasta el propio obispo de la diócesis. Sin embargo, en los meses siguientes, pasada ya la plena ebullición represiva de los primeros días, la propia Falange pudo reorganizarse, como sucedió también en otras ciudades de España, pasando a organizar algunos trabajos soterrados en contra de las instituciones republicanas, desde hacer proselitismo en favor de los sublevados, hasta organizar huidas en favor de aquellos que, perseguidos por las autoridades, corrían grave riesgo de ser detenidos.

A esas actividades antigubernamentales no eran ajenas tampoco las mujeres, algunas de las cuales se encontraban todavía en una edad casi adolescente, organizadas en Cuenca, como en otros puntos, alrededor de la Sección Femenina. La doctora Rodríguez Patiño ha dado nombre a alguna de aquellas mujeres valientes, que no dudaron en arriesgar su vida en defensa de sus ideales -no entro aquí a juzgar esos ideales, porque lo que realmente nos interesa es el hecho de que lo hicieron- , mujeres muy jóvenes algunas de ellas, de entre quince y diecisiete años, que durante la guerra habían seguido los pasos de otras mujeres, como la madrileña María Luisa Martínez-Kleiser, la hija del conocido escritor Luis Martínez Kleiser, y que era a su vez la esposa de otro derechista conquense reconocido, el abogado Cayo Conversa Muñoz, hijo, a su vez, del antiguo alcalde de Cuenca de la época primorriverista, Cayo Faustino Conversa Martínez, y él mismo, en 1930, nombrado presidente de la Diputación Provincial de Cuenca. Mujeres que, todas ellas, después, en la posguerra, cuando la provincia y el país se vieran por fin sacudidas por el aire reconfortante de una paz ganada tras la victoria, serían reconocidas por el conjunto de la sociedad conquense.

Pero si hay un nombre que ejemplifica por sí mismo la actividad de la quinta columna en la ciudad de Cuenca, líder en la arriesgada tarea de sacar de la provincia a los elementos perseguidos por el gobierno republicano y llevarles hasta un lugar seguro, al otro lado de las líneas del frente, ese fue, sin duda alguna, José4 Roibal Pérez, un mecánico que era el padre del quien después se convertiría en el reconocido pintor conquense Luis Roibal. Él mismo terminaría pagando aquella actividad con su propia vida, tal y como recoge, a partir de los testimonios de su hijo, la doctora Ana Belén Rodríguez Patiño:

“José Roibal contactó con sus amistades para escapar hasta Teruel. Lo intentó en una etapa muy temprana, en los primeros meses de 1937, lo que demuestra la existencia de expediciones hacia el bando contrario desde que acabara el conflictivo 1936.  Y también evidencia el acercamiento con la Falange Clandestina de Madrid. Quizá no fuera él sólo quien organizara la quinta columna, pero no cabe duda de su importancia en ella. Con todos estos datos, la policía republicana optó por esperar y ver hasta dónde podían extraer mayor información de Roibal y otros falangistas escondidos. Le permitieron mover los hilos para conseguir un coche que le facilitara la huida, pero alguien dio el aviso de su fuga. Y así, en la noche del 12 de abril, una vez subido en ese coche, al lado de una supuesta persona de confianza llegada desde la capital, y de quien José Roibal tenía referencias o conocía directamente, iniciaron el camino hasta la zona nacional. Pasada la población de La Melgosa, a poco más de 50 km. de la capital, cuando llevaban una hora de camino y estaban lejos de núcleos rurales, el coche se detuvo, y Roibal fue sacado al exterior y abatido a balas.”

El asesinato de José Roibal no paralizó totalmente a la quinta columna conquense, como lo demuestra la actividad que, en el bandeo republicano, tuvo también, hasta el mismo final de la guerra, el Servicio de Investigación Militar. Y es que, como es lógico suponer, los gobiernos local y provincial no se quedaron parados ante la actividad quintacolumnista de los individuos favorables al bando de los sublevados, como no lo hizo tampoco el gobierno republicano del país, que por decreto del 6 de agosto de 1937, del Ministerio de Defensa, creaba el citado Servicio de Investigación Militar -el temido SIM-, que en Cuenca estableció sus oficinas centrales en una casa de la que entonces se llamaba calle del General Lasso -hoy calle de San Juan-, y que además contaba con varios edificios carcelarios, como los del Seminario Conciliar y el convento de carmelitas descalzas, ambas propiedades de la Iglesia que habían sido expropiadas al principio de la guerra, o la llamada Casilla de San José, a la entrada de la carretera de Valencia, tristemente desaparecida hace algunos años en aras de una nueva urbanización de la zona que, sin embargo, podía haber respetado un edificio tan singular para la historia de Cuenca. En estos edificios fueron encarcelados, muchas veces sin juicio previo, multitud de elementos derechistas, y de ellos fueron sacados después, casi siempre de noche y en ausencia de testigos, para recibir un último “paseíllo”, que siempre terminaba, irremediablemente, con una ración de plomo en el pecho o en la cabeza.



El segundo de los libros que quiero comentar en esta entrada, es el último trabajo del doctor Ángel Luis López Villaverde, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha en su campus conquense: “En la guerra como en el amor. Emociones e historia de un voluntario de la División Azul y banalización de la cruzada contra el bolchevismo”. En la línea de esa microhistoria que caracteriza a otros estudios previos de este historiador, y que hizo especialmente popular la tan comentada obra del historiador italiano Carlo Ginzburg, abanderado de la Nouvelle Hostorie, la tercera generación de la llamada Escuela de los Anales”, “El queso y los gusanos”, López Villaverde profundiza en uno de esos voluntarios conquenses que, formando lo que vino a llamarse la División Azul -en realidad, la División Española de Voluntarios, que ese es realmente su nombre oficial-, que, incorporada a la Wehrmatch, a ese ejército alemán que en su momento se consideraba prácticamente imbatible, como los ejércitos napoleónicos cine años antes, y enviados con él al frente ruso, quería, tal y como aparece en su ideario, y titula uno de los capítulos del libro, erradicar el comunismo, convertir fieles, y salvar a España”. Ángel Rico Escudero, el protagonista de la obra, fue uno más de los centenares de divisionarios conquenses -aunque no había nacido en nuestra provincia, de donde, sin embargo, su familia sí era oriunda, Ángel Rico era un vecino más de nuestra ciudad en el momento de su alistamiento, porque a Cuenca había regresado, con el resto de la familia, cuando se produjo el fallecimiento de su padre-. Uno más, como tantos otros, pero a través de sus vicisitudes, primero en los campos de entrenamiento alemanes y más tarde, ya en campaña, se puede seguir, al menos en padre, las vicisitudes generales por las que todos ellos tuvieron que pasar en los años de la Segunda Guerra Mundial.

El punto de partida de este libro es una colección de postales que por casualidad, fueron halladas por el cineasta conquense Juan Ramón Fernández Serrano -Juanra Fernández-, también profesor, como el autor del libro, en la Universidad de Castilla-La Mancha. Las postales habían sido remitidas desde Alemania, desde el propio frente, y también, las últimas de ellas, desde el hospital en el que había sido ingresado el protagonista, con el fin de curarse de sus heridas, y tenían como única destinataria a la novia del soldado, Conchita Rubio, con la que después terminaría por casarse. La intención del autor, en un primer momento, fue la de convertir aquellas postales en el guion de un documental que tratara la realidad de los divisionarios. Sin embargo, López Villaverde se dio cuenta desde un primer momento, de las claras posibilidades historiográficas que tenía en la mano, y en base a una importante documentación, procedente de diferentes archivos conquenses y foráneos -el Archivo Histórico Provincial de Cuenca y el Archivo Histórico Militar de Ávila, principalmente-, de la prensa local -Ofensiva- y nacional -ABC-, y de algunas fuentes orales -las proporcionadas por uno de los hijos de la pareja, José Manuel Rico Rubio-, ha logrado trazar la peripecia vital del protagonista, desde los años de su movilización e incorporación a filas, primero durante la Guerra Civil y más tarde durante la Segunda Guerra Mundial, hasta los años posteriores a su repatriación, que se produjo algunos meses antes que la repatriación general del conjunto de los divisionarios, debido a una herida de guerra que si no fue lo suficientemente grave para ser declarado mutilado de guerra, si lo fue para poder abandonar, antes de tiempo, las trincheras rusas y el frente de guerra.

A través de este conquense, de origen y de adopción, el doctor López Villaverde logra responder algunas preguntas sobre una institución tan polémica, denostada por unos y alabada por otros, como es ésta de la División Azul. Preguntas tan importantes como si el grueso de sus miembros fueron realmente voluntarios, o si en realidad eran otras las motivaciones que les movieron a alistarse a filas y marchar a un frente y a un territorio, que en realidad les eran ajenos. Preguntas relativas al verdadero papel que los españoles jugaron en la represión contra los soldados rusos que habían sido tomados prisioneros, o contra el conjunto del pueblo ruso, principalmente los judíos, como miembros de un ejército, el alemán, que sería condenado en Nuremberg por graves delitos de crímenes de guerra -bien es verdad que en cualquier guerra, al final, sólo son juzgados por este tipo de delitos los ejércitos vencidos, y que los crímenes de guerra cometidos por los vencedores siempre quedan impunes-. Preguntas como cuál fue verdaderamente la acogida que los voluntarios, una vez repatriados, tuvieron entre el conjunto de la sociedad española. La labor del historiador es hacerse preguntas respecto del pasado para, con el rigor científico que es lógico suponerle, y con una honradez intelectual y profesional, encontrar las respuestas a todas esas preguntas, a partir de las diferentes fuentes consultadas.

Un tema, a priori, contrapuesto, éste de la guerra y el amor, pero que muchas veces ha ido en consonancia. A este respecto, el propio López Villaverde ha escrito lo siguiente: “Aceptar el reto de reconstruir la historia particular de un divisionario a partir de las huellas que dejó la correspondencia a su prometida, una veintena de tarjetas postales, y de alrededor de una cincuentena de fotografías, en su viaje, estancia y regreso del frente ruso, resulta especialmente atractivo para quien se ha interesado en anteriores trabajos por una perspectiva micro y los enfoques desde abajo. Aunque no es fácil, se trata de narrar el viaje emocional de una experiencia bélica donde las percepciones y sentimientos tienen más protagonismo que los aspectos militares. Unas percepciones que se van significando entre la salida y el regreso, y que forman parte de una memoria histórica contrapuesta a la democrática. El punto de partida era cómo explicar unas declaraciones de amor mientras se viajaba a miles de kilómetros de casa para invadir un país de la mano de la mayor maquinaria de guerra del momento, para culminar la obra iniciada durante la Guerra Civil, matar comunistas para salvar una civilización como la cristiana. A lo largo de esta investigación, las percepciones de Ángel Rico se han puesto en diálogo con las de otros divisionarios. Uno de ellos, Dionisio Ridruejo, falangista pronazi, llegó a escribir bellos sonetos mientras se preparaba para el combate. También entre los brigadistas internacionales hubo poetas, como Edwin Rolfe. Y es que la poesía, como otras manifestaciones artísticas, han bebido de las guerras desde el principio de los tiempos.”

El lector debe perdonar la larga cita que acabo de transcribir, que por otra parte resume a la perfección una realidad que muchas veces ha sido olvidada. Una realidad que se remonta, como dice el autor del libro, al origen de toda la literatura -ver, si no, ejemplos tan clarificadores como la Iliada de Homero, o la Eneida de Virgilio-, que tan importante ha sido siempre en la tradición literaria española -desde el Cantar del Mio Cid hasta los hermosos poetas de Francisco de Aldana-, y que está también presente en la literatura actual, incluso entre los poetas más pacifistas. Recordemos, si no, los mágicos versos de Miguel Hernández, que fueron escritos en prisión: “ Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes, tristes. // Tristes armas / si no son las palabras. // Tristes, tristes. // Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes, tristes.



lunes, 5 de octubre de 2020

“La estética de los nadadores”, una nueva novela de la escritora conquense Ana Belén Rodríguez Patiño

 

               En esta ocasión quiero hacer un pequeño paréntesis en el blog para comentar un libro que no es estrictamente sobre historia, aunque sí está escrito por una historiadora conquense suficientemente conocida por los lectores, a pesar de su juventud. Ella es Ana Belén Rodríguez Patiño, doctora en Historia Contemporánea, especialista en temas relacionados con la Guerra Civil, y especialmente con la Guerra Civil en Cuenca, a la que ya ha dedicado su tesis doctoral, varios ensayos, uno de ellos realizado con la colaboración, especialmente fotográfica, del tristemente desaparecido Rafael de la Rosa, y algún que otro documental, que ha sido publicado en formato DVD. Pero, junto a esa faceta como historiadora, en los últimos siete años, ella también ha venido desarrollando una labor importante desde el punto de vista de la creación literaria, con un total de seis novelas publicadas (“Donde acaban los mapas”, 2013; “Todo mortal”, 2015; “Las aventuras del joven Bécquer”, 2016; “El mensajero sin nombre”, 2018; “Yo soy Greta Garbo”, 2020; y “La estética de los nadadores”, 2020), un libro de poemas (“La ciudad que hay en mí”, 2015) y un volumen de relatos (“La lógica del algoritmo”, 2018), además de haber participado como directora en otros proyectos literarios, teatrales y artísticos.

               Algunos de esos libros que acabo de mencionar, como no podía ser de otra forma en una autora de sus características, que también es historiadora al mismo tiempo, están encuadrados en el género de la novela histórica, que tanto interés está reclamando en los últimos años por parte de los lectores; aunque en ocasiones, Rodríguez Patiño enmarca esa novela histórica con ciertas dosis de misterio, un misterio de sombras que es más propio de ese otro subgénero que se ha venido a llamar la novela gótica, tan del gusto de los autores románticos, como Gustavo Adolfo Bécquer, sin duda uno de sus principales personajes históricos preferidos. Sin embargo, en esta que venimos a comentar, “La estética de los nadadores”, la autora se aleja de ese género de la novela histórica para proporcionarnos una trama policiaca y de novela negra, pero lo hace utilizando un paisaje de fondo luminoso, la propia ciudad de Cuenca, fácilmente reconocible por cualquier lector conquense que pueda acceder a la novela.

Y es que, como dice la propia autora en el epílogo -un epílogo, por cierto, a cuya lectura no se debe en ningún caso acceder antes de haber terminado con la propia novela-, “igualmente juzgué que era hora de encuadrar una novela en mi ciudad, después de haber situado las anteriores en Madrid, Sevilla, París, Cádiz, Londres, Viena o Pekín. Ya era hora de rendir un pequeño homenaje a mi ciudad natal, cuya belleza es lo único no inventado del libro. Mi víctima aparecería ahora igualmente desnudo, pero ya no en las playas de Miami, sino colgado del puente más famoso de Cuenca”. Confieso que me he tomado la libertad de citar un párrafo de ese epílogo, aún a sabiendas de que el lector, como he dicho, no debe acudir a él hasta el final de la lectura, pero creo que lo hecho sin traicionar los deseos de la autora, sin llegar a hacer ese spoiler, término feo a mi modo de ver, pero más descriptivo que cualquier otro de los que existen en nuestro idioma.

Efectivamente, se trata de un paisaje, el de Cuenca, la ciudad natal de Ana Belén, que está muy presente por primera vez en el conjunto de su obra narrativa. Y una narración que comienza en enero de 2019: “Como una postal de viaje que mandar a la familia en Navidad, la imagen presentaba una ligera capa de nieve, de un blando nuclear que cubría de hielo y frío, entre piedras relamidas por el tiempo, los tejados y boscajes del precipicio. Sobre un abismo de altura considerable, cruzando de parte a parte la hoz del pequeño río Huécar, un audaz puente llamado de San Pablo une la parte antigua de la ciudad de Cuenca con una ladera que asciende la montaña. De él colgaba aquel día un hombre completamente desnudo, sujeto únicamente por uno de sus pies, abierto en canal y suspendido como un cerdo tras la matanza.” Comienza así una aventura que no va a dejar indiferente al lector, un misterio que debe desentrañar su protagonista, Erik Brandon, un resolvedor de casos más que un investigador privado al uso, venido de Madrid, al  estilo de la mejor novela negra norteamericana, la de Dashiell Hammett o la de Raymond Chandler, la de las películas en blanco y negro de Humphrey Bogart o de Alfred Hitchock, “experto en desbrozar casos sucios con métodos no siempre legales, para que resuelvan una investigación que parece definitivamente estancada.” Un Philip Marlowe o un Sam Spade español, procedente de Lavapiés o de Usera, reuniendo de esta forma las dos ciudades que enmarcan la perspectiva vital de Ana Belén Rodríguez Patiño, la ciudad en la que nació, Cuenca, y en la que vive actualmente, Madrid.

Pero antes de terminar esta breve reseña, quisiera dejar antes una cosa clara. He mencionado con anterioridad que no se trata ésta de una novela histórica, y eso es cierto. Sin embargo, sí está presente en la narración un hecho histórico, un proceso singular que ha marcado el devenir de nuestro país en sus últimos cincuenta años. No puedo decir de qué hecho se trata, pues cometería ese mismo spoiler (otra vez la palabrita) que tanto teme la autora, pero será fácilmente reconocible por cualquier persona que llegue al final de la lectura.



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