Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


jueves, 28 de septiembre de 2023

El Barroco conquense en la ciudad media. Una nueva entrega de Cuenca, Ciudad barroca


Una de las grandes referencias bibliográficas que, en el mundo de la historia del arte, han visto la luz en los últimos años, es el proyecto “Cuenca, ciudad barroca”, del catedrático de escuela universitaria de la Universidad de Castilla la Mancha, Pedro Miguel Ibáñez Martínez, ha venido desarrollando, con el apoyo del Consorcio Ciudad de Cuenca y el servicio de publicaciones de la propia universidad regional. En este sentido, en los años anteriores ya habían sido publicados dos volúmenes, “La Plaza Mayor y su entorno arquitectónico”, en 2018, y “La cumbre urbana, de las Carmelitas Descalzas a la Casa del Corregidor”, en 2021, a cada una de las cuales ya le dediqué en su momento una entrada en este mismo blog )ver “La Plaza Mayor de Cuenca y su estructura barroca”, 3 de agosto de 2020; y “Del edificio de las religiosas carmelitas a la Casa del Corregidor. Segunda entrega de Pedro Miguel Ibáñez sobre el barroco en Cuenca”, 20 de diciembre de 2022). Recientemente, el autor ha publicado la tercera entrega de su magna obra, titulada “Las vertientes y el llano, de los Descalzos a San Antón”, en el cual, como se anuncia desde el mismo título, se estudian los diferentes edificios barrocos que se alzaron tanto en las vertientes de ambas hoces (franciscanos descalzos, ermita de la Virgen de las Angustias, convento de San Pablo, iglesias de San Miguel, de la Santa Cruz y del Salvador y oratorio de San Felipe Neri; en lo que a la arquitectura civil respecta, la Casa del Corregidor, por razones técnicas y de oportunidad, ya había sido estudiado en el tomo anterior), como en la Cuenca nueva (convento de las concepcionistas, hospital de Santiago e iglesia de la Virgen de la Luz, incluyendo también en esta parte llena el edificio del Pósito, más allá de las escaleras que, en la calle del Agua, las separan de ésta.No hac e falta decir que muchos de estos edificios ya habían sido construidos en épocas anteriores, aunque la renovación estructural realizada durante el Barroco fue muy importante.

            Las motivaciones que le han llevado a este autor a realizar tan magna obra las ha repetido en cada uno de los tomos publicados; baste, en este sentido, recogen alguno de esos motivos, tal y como él mismo lo refiere en la introducción a este tercer volumen: “Desde el último tercio del siglo XVIII, y hasta bien adentrados en el siglo XX, predominan determinados mitos negativos para la substancia patrimonial de Cuenca, luego mantenidos y acrecentados con olvido de las aportaciones efectuadas por la moderna historia del arte. El caso del Barroco es paradigmático al respecto.  El resultado, todavía hoy, es un flujo de visitantes hacia escasos y puntuales objetivos dentro del mapa urbano, la catedral y algún museo, y el desconocimiento y falta de valoración del resto del centro histórico. Todo ello se ha visto acrecentado por la inexistencia durante muchos años de un debate riguroso sobre los tratamientos de restauración, puesta de valor y rehabilitación debidos a dicho patrimonio, con riesgo de la pérdida o mistificación de los caracteres históricos que le son propio. En nuestro criterio, deben tratarse todos estos aspectos no aislados, sino como parte de una totalidad. La educación de la mirada resulta imprescindible en dos direcciones complementarias, para que el público llegue a apreciar en su justo valor el acervo arquitectónico que la ciudad poseed, y para que ese legado reciba los cuidados de protección y valoración que merece”

            Una consecuencia de ese desinterés por el resto de nuestros monumentos por parte incluso de muchos conquenses, más allá de la propia catedral (es increíble, incluso, la cantidad de conquenses que ni siquiera la conocen), es el profundo desconocimiento que se tiene de esa arquitectura, especialmente la arquitectura barroca. Y es que el siglo XVIII, en lo que a la arquitectura barroca se refiere, parece quedar limitado a la figura del genial arquitecto turolense José Martín de Aldehuela, al que se le atribuye la práctica totalidad de cuantos edificios, religiosos y civiles se edificaron en nuestra ciudad a lo largo de la centuria, incluso de algunos que ya habían sido construidos a finales de la anterior, en detrimento de otros arquitectos también interesantes, con fray Vicente Sevila, a la cabeza. En este sentido, la obra del profesor Ibáñez sirve para asentar definitivamente la autoría del arquitecto de la orden de los mínimos, uno de los grandes desconocidos por el público conquense, en algunos de nuestros mejores monumentos, por comparación con algunas obras documentadas suyas, como el seminario de San Julián y la iglesia de la Santa Cruz, sin menoscabar el gran valor artístico que también tienen las obras que sí son suyas: la terminación (sólo la terminación, del oratorio de San Felipe, las iglesias de San Antón y del hospital de Santiago, la capilla del la Virgen del rosario en el convento de San Pablo,…)

            Y es que, sin obviar el papel determinante que José Martín tuvo para la arquitectura conquense del siglo XVIII, antes de su etapa final en la diócesis de Málaga, de la que también he hablado en otra entrada (ver “Por tierras de Jaén y Málaga, siguiendo los paseos de Andrés de Vandelvira y José Martín de Aldehuela”, 31 de enero de 2023), hay que destacar también la figura histórica de otros arquitectos que también trabajaron durante el siglo XVIII en nuestra ciudad, como son los casos de Felipe Bernardo Mateo o el propio Vicente Sevila. Precisamente, el oratorio de San Felipe, una de las obras más importantes del Barroco conquense, sería el nexo común entre estos tres arquitectos destacados, y mientras Mateo sería el autor de la tantas veces mal llamada cripta, que en realidad es el oratorio parvo o la iglesia de la Divina Pastora, necesitada de una rehabilitación que pudiera convertirla en otro de los monumentos a visitar, los otros dos arquitectos, a juicio del autor del texto, serían los autores de la iglesia alta, Sevila para la arquitectura propiamente dicha, y Juan Martín para el entramado decorativo. Y es que para el profesor Ibáñez, ya lo hemos dicho, el de Aldehuela no vino, en realidad, para realizar la obra de los hermanos Carvajal en su conjunto, sino para terminarla. La obra de Sevila, precisamente, dio un cambio a partir de este momento, convirtiéndose en una arquitectura mucho más decorada en los interiores, al estilo de la del maestro turolense, aunque sin llegar a esos aspectos casi borrominescos que caracterizan a éste.

            Otro capítulo a destacar es el que el autor dedica a la iglesia del Salvador, o de San Salvador, como es denominada en toda la documentación, al menos hasta bien entrado el siglo XIX. Especialmente interesante es la ampliación que en el siglo XVII se realizó en la capilla de la Soledad, también llamada del Santo Entierro. Y es que no debemos olvidar tampoco el purismo barroco que se llevó a cabo en el siglo XVII, en el que destacaron arquitectos como el carmelita fray Alberto de la Madre de Dios o José Arroyo, autor de la capilla de la Virgen del Sagrario, en la girola de la catedral conquense, y también de las obras realizadas en esta otra capilla de la iglesia del Salvador. José de Arroyo, por otra parte, es el arquitecto que trasladó a Cuenca ese barroco puro, sencillo, que en ese momento se estaba realizando en Madrid, con autores como Francisco Bautista, Lorenzo de San Nicolás, Manuel del Olmo, o el propio Pedro de la Torre, un arquitecto conquense muy desconocido para sus paisanos del siglo XXI, al que prometo dedicar en las próximas fechas una entrada de este blog.

            Un libro, en definitiva, que debe leer todo conquense que quiera conocer más sobre nuestro patrimonio. Un patrimonio, por otra parte, mucho más rico de lo que los propios conquenses piensan, y desconocido hasta el punto de que toda la señalética instalada por el Ayuntamiento para dar a conocer los monumentos a los turistas que nos visitan, como aseguró el propio autor en la presentación del libro, y reconoció así mismo el concejal de cultura, adolece de errores y de inexactitudes. En aquella ocasión se nos prometió corregirlo en fechas próximas, pero todavía no ha llegado el día de que ello se lleve a cabo.

Oratorio Parvo o iglesia de la Divina Pastora, mal llamada cripta de San Felipe.


 

jueves, 14 de septiembre de 2023

Gerónimo de Vera, un combatiente de la Armada Invencible que terminó sus días en el colegio de jesuitas de Huete

El 28 de mayo de 1588 salía del puerto de Lisboa, que, como el resto de Portugal, hacía diez años que había pasado a formar parte de la corona española, desde le muerte del rey Sebastián I en la batalla de Alcazarquivir (Marruecos), la flota más grande que hasta entonces ningún soberano del mundo había logrado reunir, con el fin de invadir las islas británicas, en el seno de la guerra que, desde algún tiempo antes, enfrentaba al monarca español con la reina Isabel I. La enorme flota, que pomposamente había sido llamada Grande y Felicísima Armada, estaba formada por un total de 194 navíos de diferente tamaño, tonelaje y capacidad de fuego (veinte galeones, cuatro galeazas napolitanas, cuatro galeras portuguesas, veintidós urcas, veintitrés carabelas, quince pinazas, veintidós pataches y cuarenta y cuatro navíos mercantes armados para la ocasión). La capacidad total de fuero de todos esos barcos ha sido tema de debate entre los historiadores, con unas cifras que abarcan entre los 1.100 y los 2.400 cañones; más coincidencia existe en lo que respecta a los medios humanos, con un ejército compuesto poco más de ocho mil marinos y diecinueve mil soldados, que poco tiempo antes habían sido puestos al mando general del duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán, y que ya en el Canal de la Mancha debían encontrarse con los tercios de Alejandro Farnesio, duque de Parma, para conformar la cabeza de puente que invadiría Inglaterra, en una operación anfibia que llevaría a las tropas españolas, en muy poco tiempo, a la propia capital londinense.     

  El resultado final de la fallida invasión es bien conocido: muchos barcos españoles se perdieron, algunos de ellos en enfrentamientos directos contra la flota inglesa y otros, muchos, dispersados por las tormentas y embarrancados, en diferentes puntos de las islas británicas y del Mar del Norte, incluso en las propias costas de Noruega. Sin embargo, y a pesar de la certeza de la derrota, también es mucho lo que se ha exagerado,  motivado por una Leyenda Negra que, desde siempre, tuvo precisamente a los ingleses y a los holandeses como principales muñidores de su mensaje. En contraposición a ello, poca publicidad se ha dado al fiasco que significó la Contra Armada, el intento de invasión que, algunos años más tarde, intentó protagonizar la propia reina de Inglaterra, Isabel I, aprovechando la supuesta debilidad naval de España. Para la ocasión, los ingleses habían conseguido reunir un total de 184 barcos y un total cercano a los treinta mil hombres de armas, que estaban a las órdenes de Francis Drake; por su parte, la mayor parte de los mejores barcos pañoles habían desaparecido algunos años antes, o se encontraban todavía en reparación, en los diversos astilleros. Los ingleses intentaron invadir La Coruña y otros puertos gallegos, como paso previo para una posterior invasión de Lisboa. El tiempo perdido en la invasión fallida La coruña, en la que es famosa la gesta de María Pita, fue vital para el resultado definitivo de la batalla: Cercados en Cascaes, cerca de Estoril, los ingleses fueron obligados a huir el norte con apenas 102 de sus barcos y menos de cuatro mil soldados.

En efecto, mucho es lo que se ha escrito sobre la Armada Invencible, desde un lado y otro de los contendientes, y muy poco lo que se ha escrito sobre esa Contra Armada, en este caso sólo desde el campo de la historiografía española (como los libros de Hugo O’Donell y Luis Gorrochategui). Entre los libros que tratan sobre la propia Armada Invencible, hay que destacar aquí la última revisión bibliográfica, que ha sido llevada a cabo por Geoffrey Parker y Colin Martin, dos de los mejores representantes de la importante escuela de hispanistas ingleses, y que trata de poner en su justo valor la derrota española, que, como decimos, tanto ha sido exagerada, desde un primer momento, por los historiadores ingleses. El libro, titulado “La Gran Armada. Una nueva historia de la mayor flota jamás vista desde la creación del mundo”, ha sido publicada, en su versión española, por la editorial Planeta.

Entre los miembros de aquella enorme flota figuraban también un total de veintitrés religiosos jesuitas, cuya misión principal, más que entrar en combate, era la atención espiritual de aquellos marinos y soldados que pudieran verse necesitados de ella en el último trance, y que fueron dispersado en diferentes barcos de la flota. Uno de aquellos jesuitas era Gerónimo de Vera, quien había nacido en Córdoba en 1558; por lo tanto, tenía treinta años de edad cuando entró en batalla. El jesuita estaba embarcado en uno de los navíos que fueron sorprendidos por los ingleses frente a la ciudad francesa de Gravelinas, la misma que treinta años antes, aquel mismo año 1558 en el que nuestro protagonista había visto la luz por vez primera, había sido escenario de una de las victorias más importantes de nuestros tercios, contra las tropas del conde de Egmont. La Armada se había acercado hasta allí con el fin de intentar embarcar a las tropas del duque de Parma, pero éstas todavía no habían llegado allí, por lo que barcos españoles se vieron sorprendidos por la flota inglesa, que antes había maniobrado con el fin de situarse a barlovento de los españoles.

Como consecuencia de ello, la flota se vio obligada a huir hacia mar abierto, donde, pocos días después, el barco en el que viajaba el jesuita, al que le había entrada una vía de agua, tardó poco tiempo en hundirse. Intentó pasarse a otros barcos de la flota, que en aquel momento estaban ya atestados de personas, por lo que no era aceptado en ninguno, según el obituario del propio Gerónimo de Vera, que fue publicado en la monumental obra titulada “La batalla del Mar Océano”. Así, después de varios intentos de encontrar refugio en alguno de esos barcos, fue finalmente recibido en uno de ellos, según escriben los autores del libro, “sólo gracias a que había curado a uno de los muchachos del barco que, al reconocerlo, convenció a sus camaradas de que lo dejaran subir a bordo.”

Gerónimo de Vera logró desembarcar en el puerto de Santander, algunos meses más tarde. La vida de nuestro protagonista, a partir de ese momento, se mantuvo alejada de aquellos escenarios bélicos, en los que había estado a punto de perder la vida, para dedicarse sólo a sus obligaciones religiosas. Durante algún tiempo, estuvo sirviendo en la sede que su comunidad tenía en la Villa y Corte madrileña, es decir, el famoso Colegio Imperial, que todavía existe, en la intersección de la calle Toledo con la de los Estudios, muy cerca de la Plaza Mayor, que en la actualidad es el instituto de secundaria San Isidro. Finalmente, nuestro protagonista sería enviado al colegio que su orden tenía en Huete, uno de los cuatro que existieron, hasta su expulsión, en la provincia de Cuenca. Allí falleció mucho tiempo después, en 1631, a la edad de sesenta y tres años.

Antes de terminar, y a modo de curiosidad, los autores del libro, en el marco del gran desconocimiento y leyenda que, al otro lado del Mar del Norte, ha tenido siempre el asunto de la Armada Invencible, menciona lo siguiente, que nada tiene que ver con nuestro protagonista, pero si con nuestra historia: “Un libro sobre la Armada publicado en 1840 decía que los visitantes de la Torre de Londres eran informados de que algunos de los instrumentos de tortura exhibidos se encontraron a bordo de la flota española, y en 1888, algunos de ellos formaron parte de una exposición en  celebración del tricentenario de la Armada, entre ellos, grilletes, aplastapulgares y otros instrumentos de tortura, pese a que el propio catálogo especificaba que todos procedían de una celda que la Inquisición mantenía en Cuenca, y databan en 1679, lo que significaba que no tenían nada que ver con la Armada” ¿Cómo habían llegado aquellos elementos de tortura de la Inquisición a la Torre de Londres? ¿Procedían de los saqueos realizados por las tropas inglesas durante la Guerra de Sucesión, o que las tropas napoleónicas realizarían cien años más tarde, a partir de 1808? Es sabido que algunas partes de la custodia que Fran cisco Becerril realizó para la catedral de Cuenca, destruida por los franceses en esa época,  robadas a su vez a estos por los ingleses después de la batalla de Waterloo, en encuentra en la actualidad, entre los fondos del Victoria and Albert Museum, también en Londres.

‘Derrota de la Armada Invencible’, Philippe-Jacques de Loutherbourg (1796).
Royal Museums Greenwich, London.

lunes, 4 de septiembre de 2023

El conquense Juan López de Ayala, posible fundador de la ciudad de Guacarí (Colombia)

 

Hace ya algún tiempo que escribí, en este mismo blog, una entrada la locura que significó, en el marco de la colonización del Nuevo Mundo, la búsqueda del reino mítico de El Dorado, aquella supuesta civilización perdida en los confines del río Amazonas, en la que abundaba el oro (ver “Juan López de Ayala y la locura de El Dorado”, 29 de diciembre de 2018). Hablaba en ella de aquella expedición, que había sido enviada a la intrincada serva amazónica por el virrey conquense, Andrés Hurtado de Mendoza, con el fin de encontrar el supuesto reino dorado. La expedición estaba comandada por un capitán demasiado bisoño e inexperto, el navarro Pedro de Ursúa, y desde un primer momento se rebeló una empresa difícil para un capitán de estas condiciones. De todos es sabido cómo terminó aquella expedición, sobre todo a partir de la famosa novela de Ramón J. Sender, “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre”, 1964, aunque ésta estaba precedida de otro relato anterior, menos conocido, el titulado “El camino de El Dorado”, del venezolano Arturo Uslar Pietri) y de las diferentes películas que han tratado el tema, principalmente “Aguirre o la cólera de Dios”, del alemán Werner Herzog, y “El Dorado”, de Carlos Saura.       

La relación que Cuenca mantiene con la famosa expedición va más allá de la personalidad del virrey que la envío. En la entrada citada ya aludía a los orígenes conquenses de uno de los expedicionarios, Juan López de Ayala, quien fue, además, uno de los expedicionarios que acompañaron al propio Lope de Aguirre en su levantamiento contra los jefes de la expedición. Así lo manifiesta el propio Lope de Aguirre, en el escrito que, desde Borbuata, en la actual Venezuela, remitió al propio Felipe II, declarándose enemigo suyo e independiente de España, quien, además de mencionarlo, como a otros de sus compañeros de rebelión, declaraba su origen conquense.

            Nada más es lo que, a día de hoy, conocemos de nuestro paisano. Sin embargo, a raíz de aquella entrada, este verano he recibido un correo electrónico desde la ciudad de Guacarí, en Colombia, que ha proporcionado alguna pista sobre su biografía. En el escrito, Juan David Jara, que así se llama el remitente, me informaba que su ciudad, situada en el centro del departamento colombiano del Valle del Cauca, había sido fundada en 1570 por cierto López de Ayala, y me solicitaba mayor información sobre dicho personaje, del que es muy poco lo que se conoce, también, en su ciudad de origen. En efecto, una pequeña investigación en intenet, me ha corroborado la fundación de esa ciudad colombiana, algunos años después de la desastrosa expedición de Lope de Aguirre. Así, entrada correspondiente a esta ciudad colombiana de la Wikipedia, se haced una ligera mención a las condiciones en las que se produjo su fundación a partir de una encomienda de tierra que le fue entregada a Juan López de Ayala en el valle del Cauca, el 20 de noviembre de 1570, y a la que el encomendero denominó San Bautista de Guacarí. Por otra parte, en una página sobre archivos de España y de Iberoamérica, propiedad del Ministerio de Cultura y deporte de España, y al hablar en concreto del Archivo de la Alcaldía Municipal de Guacarí, podemos leer lo siguiente al respecto:

“El capitán Juan López Ayala, construyó la primera Iglesia bajo el Patronato de San Juan Bautista, Santo de su nombre y fundó el pueblo que llamó "San Juan Bautista de Guacarí", siendo encomendero de los indios guacaríes en el año de 1570. La palabra Guacarí, según las lenguas aborígenes, se deriva de las palabras del dialecto Caribe ""Gua"" y ""Cari"" que traducen ‘Laguna de los Caribes"" y se afirma que esta laguna es la del Chircal la cual se encuentra en la llanura de Sonso a orillas del río Cauca. Jorge Robledo y Pedro Cieza de León, se refieren a la excelente actividad textil desarrollada por las tribus que habitaban esta parte del valle geográfico del río Cauca y corroboran esta actividad, la cantidad abundante de volantes de huso encontrados. Fabricaban mantas y tejidos favorecidos por la presencia de algodón, otro cultivo de gran importancia en esta región. Según Edison Escobar, experto en guaquería, esta región estuvo poblada desde muchos siglos antes de la llegada de los españoles, dada la cantidad de tumbas y abundantes vestigios encontrados en ellas (cráneos, esqueletos, etc.). La riqueza ecológica fue fundamental para el desarrollo de la vida humana, animal y vegetal, la presencia de caudalosos ríos como el Cauca, el Zabaletas, Guabas, Sonso y La Chamba, que mantenían una gran parte del área inundada, originaban ciénagas y lagunas, como El Chircal, Videles y El Conchal. Esto constituyó una importante despensa alimenticia, al proporcionar abundante pesca y caza. Cronistas e historiadores coinciden en las versiones de que el canibalismo entre estas tribus era una práctica extendida a todos los indígenas de la región. En el Valle geográfico del río Cauca, el sector plano del municipio de Guacarí se caracteriza por la existencia de importantes yacimientos arqueológicos, pertenecientes a sociedades que ocuparon este medio ambiente durante el período prehispánico. Las investigaciones arqueológicas realizadas entre 1981 y 1994, en los corregimientos de Guabas, Cananguá y Guacas han permitido conocer importantes aspectos socioeconómicos y religiosos de la "Sociedad Cacical de Guabas”, variante meridional de la denominada "Cultura Quimbaya Tardío de Guabas", que existió entre 700 y 1400 después de Cristo aproximadamente. Según la comisión arqueológica del INCIVA que efectuó excavaciones en el año de 1981, es probable que las "Culturas de Guabas y Cananguá" eran de filiación caribe, derivadas de una cultura más amplia conocida por los arqueólogos como Sonso temprano, que existió en los siglos VI, XII y XIII D.C. Los creadores del "Cacicazgo de Guabas" representaron magistralmente la figura humana en cerámica. La máxima estilización del rostro humano y de animales fue transmitida por medio de figuras geométricas, en la decoración de los volantes de huso. Las formas cerámicas típicas son cuencos, platos, copas de base alta, ollas y cántaros de variados tamaños, en los que aparecen estilizaciones de rostros humanos en los cuellos. Los objetos de metal se caracterizaron por su sencillez. Hay narigueras circulares, en forma de clavos retorcidos, brazaletes, pectorales circulares planos con decoración en relieve y cuentas de collar confeccionados en tumbaga (aleación de cobre y oro). En huesos de animales (venado, saino, perro, aves) elaboraron instrumentos musicales (flautas), agujas y collares de uso generalizado entre la población.”

¿Qué posibilidades hay de que estemos hablando de una misma persona? Quizá sería mejor ha cernos la pregunta de otro modo: ¿Qué posibilidades reales hay de que existan dos personas con el mismo nombre, en una misma región del nuevo mundo, que entonces empezaba a poblarse con europeos, y en un plazo de sólo nueve años? Pero en ese caso, no cabe duda de que el conquense vería perdonada su traición en los años siguientes a la sublevación, hasta el punto de que sólo nueve años más tarde, las autoridades del virreinato le considerarían merecedor de una encomienda de indios, que con el tiempo daría lugar, ya en 1864, a la nueva ciudad de Guacarí. Hay que tener en cuenta, en este sentido, lo que ya escribí en la entrada aludida: “Muchos de los expedicionarios, entre ellos el propio Aguirre, eran criminales, que buscaban en el viaje el perdón a su condena. ¿Sería López de Ayala uno de ellos? Sin embargo, hay que decir en descargo de ellos, que aquellos hombres no eran traidores de por sí. La personalidad de Lope de Aguirre, así como el terror que en ellos inspiraba la selva y un seguro castigo posterior, si eran capturados por las tropas del virrey, se había apoderado de todos ellos. Y aunque al principio el tirano había conseguido muchos partidarios, el gran número de muertes que Aguirre había provocado, incluso entre sus propios hombres, muchas de ellas innecesarias, pesó demasiado en la balanza de aquellos corazones oscuros. Algunos de ellos lograron huir de su cólera y pasarse al campo del Rey, pero los que eran capturados por el rebelde, eran seguidamente asesinados por varios negros que estaba en el servicio de Aguirre.”

De todos es sabido cómo terminó aquella expedición. En la entrada de la Wikipedia sobre Lope de Aguirre, podemos leer también lo siguiente: “El 29 de agosto de 1561, abandonó la isla de Margarita con rumbo a Borburata, en tierra firme, donde su abierta rebelión contra la monarquía española cambió de curso. Borburata fue víctima también del saqueo de Aguirre y sus marañones. En su intento de tomar Venezuela ocupó Nueva Valencia del Rey, provocando la huida de los vecinos llenos de pánico a los montes mientras que otros se refugiaron en las islas del lago Tacarigua. El conquistador Juan Rodríguez Suárez le sale al encuentro con cuatro soldados más para emboscarlos y terminar con los insurrectos, pero los indios que le seguían los pasos los cercan y después de tres días de lucha, dan muerte a Rodríguez Suárez y a sus acompañantes. Atravesando la serranía de Nirgua, Aguirre cayó sobre Barquisimeto. Alertadas por Pedro Alonso Galeas, un desertor de la expedición, tropas españolas acantonadas en Mérida, Trujillo y El Tocuyo bajo el mando del maestre de campo Diego García de Paredes y Hernando Cerrada Marín se dirigen a Barquisimeto para detenerlo y ajusticiarlo. Aguirre desesperadamente llegó a matar a puñaladas a su propia hija, Elvira, hecho que justificó diciendo: "Porque alguien a quien quiero tanto no debería llegar a acostarse con personas ruines". También asesinó a varios de sus seguidores que intentaron capturarlo. Finalmente, el 26 de octubre de 1561 dos de los marañones le apuntaron con sus arcabuces; uno de ellos disparó, pero solo consiguió rozarlo, causando la mofa de Aguirre. El otro marañón sí acertó, matándolo en el acto. Saltó luego sobre él un soldado, llamado Custodio Hernández, y por orden de García de Paredes le cortó la cabeza, y sacándola de los cabellos, que los tenía largos, se fue con ella a ofrecerla al maestre de campo, pretendiendo ganar indulgencias con él. Su cuerpo fue descuartizado y sus restos fueron comidos por los perros con la excepción de su cabeza, que fue enjaulada y expuesta como escarmiento en El Tocuyo; sus manos mutiladas fueron llevadas a Trujillo y Valencia. En un juicio de residencia post mortem realizado en El Tocuyo fue declarado culpable del delito de lesa majestad. En Mérida y El Tocuyo varios de sus marañones fueron llevados a juicio, declarados culpables de los crímenes cometidos y sentenciados a muerte por descuartizamiento.”

¿Sería el propio Juan López de Ayala uno de aquellos antiguos marañones de Lope de Aguirre, anónimos, que se rebeló contra el traidor, volviendo así a la obediencia del rey de España? En el estado actual de los conocimientos no podemos saberlo, pero sin duda, de ser cierto, sería uno de los marañones perdonados por el virrey, siendo susceptible de poder recibir, nueve años más tarde, la encomienda en el valle del río Cauca. Y por lo que respecta a la propia ciudad de Guacarí, en la actualidad tiene una población, a fecha del año 20158, de 43.789 habitantes, de los que algo más de treinta mil residen en su núcleo urbano, mientras que los restantes se encuentran diseminados por la zona rural que rodea a la ciudad.

Klaus Kinski, caracterizado como Lope de Aguirre, en una escena de la película "Aguirre, la cólera de Dios", de Werner Herzog, en la que el aventurero, a punto de ser asesinado por algunos de sus marañones, asesina a su propia hija. En las otras dos fotografías, localización actual de la ciudad de Guacarí, y vista de la iglesia y duna casa colonial, de la propia ciudad.

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