La ermita de San Julián en el siglo XIX
Cuenta la tradición que San Julián, segundo obispo de Cuenca, se acercaba al paraje conocido como el Tranquillo, en compañía de su fiel criado Lesmes, cada vez que la administración de la diócesis se lo permitía, para orar. Obligaciones que debían ser muchas en aquel momento, por otra parte, en una época en la que la frontera entre cristianos y musulmanes todavía no se había alejado mucho de la ciudad, y cuando ésta se hallaba además en pleno proceso de repoblación. Cuenta la tradición, también, que en aquel paraje, junto a la hoz del Júcar, ambos, prelado y criado, al amparo de la cueva que existe junto a la ermita, trenzaban con sus manos los cestillos de mimbre que luego vendía para hacer más soportable la pobreza de algunos de sus feligreses. El lugar, todavía, es uno de los espacios que permanecen con más fuerza en el imaginario de muchos conquenses, incluso entre los jóvenes: San Julián el Tranquillo, que no Tranquilo, porque aquél y no éste es el nombre que el espacio ...