Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


Mostrando entradas con la etiqueta Israel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Israel. Mostrar todas las entradas

jueves, 31 de octubre de 2024

LA GUERRA DE GAZA SEGÚN LA VERSIÓN DE HAMÁS

 No decimos nada nuevo si afirmamos que hoy en día, en pleno siglo XXI, uno de los principales focos de tensión en la geopolítica internacional, más allá de la guerra de Ucrania, generada por el deseo de Rusia de volver a resucitar algo similar al antiguo imperio soviético perdido con la Perestroika, en su antiguo territorio de influencia, o, en otro orden de cosas, el constante conflicto entre la República Popular China y Estados Unidos por el dominio económico de todo el planeta, procede del área de Oriente Medio. La tensión entre palestinos e israelíes en lo que un día fue Tierra Santa; la proliferación del terrorismo de carácter islamista, en los países árabes y también en el mundo occidental; o el propio debate entre oriente y occidente, entre democracias liberales y dictaduras teocráticas, está en el germen de todo ese conflicto, que ha venido a desmentir en las últimas décadas, ya lo he dicho en este mismo blog en repetidas ocasiones, al politólogo norteamericano Francis Fukuyama y su teoría del “final de la Historia”.

Comprender el origen de esos focos de tensión, por otra parte, resulta complicado para todos los que no somos expertos en el tema, entre la multitud de artículos periodísticos publicados y los debates de televisión, hasta el punto de que muchas veces nos resulta difícil identificar a los verdaderos expertos de aquellos que sólo repiten, de manera más o menos acertada, lo que otros han dicho otros. Y es que, entre tantos supuestos expertos y otros que verdaderamente sí lo son, muchas veces nos resulta complicado saber quién tiene la razón en un conflicto internacional, si es que, de verdad, es uno el que tiene toda o casi toda la razón, que casi nunca es así. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, puede parecer sencillo poder deducir que Rusia es el país invasor, mientras Ucrania ha sido el país invadido. Pero, ¿qué ocurre en el caso de la franja de Gaza y, más allá de ello, en la posterior extensión del conflicto a Libano, Hizbolá e incluso Irán?

Según un cuento tradicional hindú, que ha sido recogido por algunos escritores europeos, entre otros el historiador, economista y politólogo escocés James Mill, existía una vez, en una ciudad de la vecina Afganistán, una ciudad lejana en la que todos, absolutamente todos sus habitantes, estaban ciegos. Un día, les llegó la noticia de que iba a llegar a la ciudad un elefante, y tuvieron curiosidad por saber cómo eran los elefantes, pues nunca los habían visto. Por ello, cuando llegó el paquidermo a la ciudad, ellos enviaron una comisión de tres mensajeros para que se encontraran con él y pudieran saber cómo eran a través del sentido del tacto. Cuando el primer mensajero se acercó al elefante tocó su trompa, y el hombre pensó que éste era un gusano enorme que se mantenía enhiesto, en posición vertical. Cuando el segundo mensajero llegó al elefante tocó una de sus piernas, y el hombre llegó a la conclusión de que éste era como una columna. Y cuando llegó al animal el tercer mensajero, tocó una de sus orejas, y el hombre creyó que el nuevo animal que habían conocido era similar a un abanico. La conclusión, la moraleja del cuento, es bastante clara: en ocasiones, cuando nos acercamos a una realidad, no existe una verdad total y absoluta, sino que ésta es, realmente, una suma de verdades parciales. Y más, como es el caso, cuando se trata de complicados asuntos de geopolítica contemporánea.

Por ello, para intentar conocer al elefante en su totalidad y no sólo una parte del elefante, es por lo que me atrevo a comentar el libro del politólogo jordano Tareq Baconi, “Hamás. Auge y pacificación de la resistencia palestina”, que en realidad es una reedición de un libro anterior de este mismo autor, que ha vuelto a ser publicado a raíz de las acciones del pasado mes de octubre, en las que un numeroso grupo de terroristas de Hamás atacó desde los túneles de la franja de Gaza varias ciudades del sur de Israel, provocando en su ataque varios miles de asesinatos y un número superior a los doscientos secuestros. Este texto es en un intento de acercar al lector el problema palestino desde el punto de vista del grupo terroristas, al que, por cierto, dista mucho de definir como un grupo terrorista, que lo es, al menos, desde el punto de vista occidental, dando prioridad a su posicionamiento como un grupo político, que es mayoritario dentro de Gaza.

Antes de nada, y para que no haya dudas entre los lectores, quiero dejar clara cuál es mi postura en el conflicto, una postura que, por otra parte, ya he clara antes en alguna otra entrada del blog (ver “Un libro para entender el conflicto judeo-palestino: Israel, la tierra más disputada, de Joan B. Culla y Adriá Fortet”, 22 de mayo de 2024). Sin embargo, ningún conflicto, éste tampoco, es dual entre buenos y malos, entre blancos y negros, y conviene ser analizado desde todas sus perspectivas, también desde el punto de vista del contrario, para poder llegar a comprenderlo en todos sus términos. Y por ello, y dejando de lado ahora la posición israelí en el conflicto, ya analizada en el libro de Culla y Fortet, quiero analizar ahora el conflicto desde el punto de vista del combatiente palestino, y que el libro de Baconi, escrito a partir de la propia documentación generada por Hamás, y por diversas entrevistas realizadas por el autor a algunos de sus dirigente, es una buena forma de hacerlo.

Dicho todo ello, hay que tener en cuenta que no se puede identificar, en puridad, al grupo Hamás con el pueblo palestino, tal y como también reconoce el propio autor del libro. Por este motivo, también hay que diferenciar las diferentes maneras de vivir el conflicto con Israel por los diversos grupúsculos palestinos, asentados tanto en la propia franja de Gaza como en Cisjordania o en otros países de la zona, y también, y es algo que muchas veces se nos olvida, desde el de los palestinos asentados en el propio territorio de Israel o en la misma Jerusalén Este. Y es que, en los últimos años, desde Cisjordania, más afín a la propia Autoridad Palestina, los palestinos han sido bastante más comprensivos cuando, desde Israel, se ha intentado hacer una política relativamente pacificadora, mientras que en Gaza, más afín con Hamás y con otros grupos violentos, la política ha sido diametralmente opuesta, y eso es algo que también reconoce el autor del ensayo.

Así, Hamás se ha caracterizado históricamente por su selección a la hora de realizar atentados terroristas de carácter masivo, muchas veces con decenas de muertos y, a veces, centenares de heridos. Muchos de esos atentados eran realizados, además, en momentos muy críticos, cada vez que se iniciaba un proceso de paz, y con el fin de intentar descarrilar el proceso. Por otra parte, un error de concepto de Hamás, y en ocasiones también del propio Baconi, es pensar que únicamente los palestinos tienen derecho a ocupar el territorio en conflicto. No se trata de intentar identificar aquí las claves que se hallan en el origen del conflicto entre judíos y palestinos -algo que tampoco intenta el politólogo jordano, y que sí se hacía en el libro de Fortet y Culla-. Sin embargo, sí se hace alusión en el texto al famoso lema de Hamás: Palestina, del río al mar. Un lema que tanto ha sido repetido también por gran parte de la izquierda europea, sobre todo española, sin llegar a comprender en toda su importancia lo que las palabras significan realmente: la desaparición completa y absoluta del estado de Israel, y su sustitución por un nuevo estado palestino que abarcará todo el territorio en conflicto.

Por todo ello, y más allá de intentar comprender la posición palestina, no resulta extraño que, ya en 1997, Estados Unidos incluyera a Hamás en la lista de organizaciones terroristas, y de forma paralela con otras organizaciones similares, como la más peligrosa Hizbolá, por su capacidad de armamento, que opera principalmente desde el sur del vecino país del Libano. Y también, como es sabido, de forma paralela al paulatino reconocimiento de la Autoridad Palestina como verdadero y único interlocutor del pueblo palestino. Por ello, también, y a pesar de la crudeza de los sucesos del 7 de octubre, en los que un grupo de guerrilleros de Hamás cruzaron la frontera de Gaza para invadir territorio israelí,  provocando entre la población civil  un total de mil cuatrocientos asesinatos, además de varios miles más de heridos, y unos doscientos diecisiete judíos secuestrados, muchos de ellos fallecidos posteriormente, la violenta respuesta del gobierno de Israel fue dirigida, al menos en un primer momento, sólo contra la franja de Gaza, dominada por los propios terroristas de Hamás, que no dudan es utilizar a los civiles palestinos en su propio beneficio, usándolos, incluso, como escudos humanos, y dejando libre de ataques, sobre todo en un primer momento, al territorio de Cisjordania.

Y es en parte por este mismo motivo también, por el que el propio Israel, la única democracia existente en la zona, como ya es conocido, cuenta con algunos aliados también entre algunos países árabes del entorno, como Jordania, tal y como puso de manifiesto el ataque posterior de Irán contra Israel, con misiles y drones, el pasado mes de abril. En este sentido, si el escudo defensivo de Israel, la llamada Cúpula de Hierro, actuó de manera positiva, impidiendo que el grueso de los misiles y de drones alcanzara los objetivos israelíes desde el país de los ayatolás, posibilitando que apenas se produjera sola víctima, y además un palestino que fue alcanzado por los restos de un misil que anteriormente había sido destruido, la propia Jordania ayudó a Israel a repeler el ataque mediante la decisiva actuación de sus fuerzas aéreas.



miércoles, 22 de mayo de 2024

UN LIBRO PARA ENTENDER EL CONFLICTO JUDEO-PALESTINO. “ISRAEL, LA TIERRA MÁS DISPUTADA”, DE JOAN B. CULLA Y ADRIÁ FORTET

 

El pasado 7 de octubre, un grupo de activistas de Hamás salieron de los túneles subterráneos que comunican el campo de refugiados de Gaza con los territorios israelíes que se encuentran al otro lado de la frontera, desatando el caos y la muerte entre los grupos de colonos judíos que viven cerca de ésta. El número de víctimas provocado por el grupo terrorista fue muy importante: doscientos cuarenta judíos fueron tomados como rehenes por los palestinos, algunos de los cuales murieron en las semanas siguientes, y el número de judíos asesinados en el ataque, que en un primer momento ya había pasado de los mil, a fecha de 14 de enero de 2024 había llegado ya a los mil doscientos, después de haber tenido que sumar a las primeras cifras algunos de los más de veinte mil judíos que habían resultado heridos en el ataque. Pero a estas cifras hay que sumar, además, otro tipo de víctimas, de las que apenas se ha hablado desde entonces en los medios de comunicación, que han sido fruto de violaciones y de todo tipo de humillaciones por parte de los atacantes.

          Tampoco se ha hablado en España de qué era lo que pretendían los terroristas de Hamás a la hora de desencadenar ese ataque, y que, tal y como sí han recogido algunos medios internacionales, “no es el resultado lamentable de un gran error de cálculo. Más bien, dicen, todo lo contrario: es el precio necesario de un gran logro, la ruptura del statu quo y la apertura de un capítulo nuevo y más volátil en su lucha contra Israel.” Así lo han publicado Ben Hubbard y María Abi-Habib, en la edición digital en español del diario The New York Times, en su edición correspondiente al día 9 de noviembre de 2023. Y continúan: “El precio necesario de un gran logro”. En realidad, no es una apreciación subjetiva de los periodistas, sino el reflejo de las palabras de uno de los dirigentes de Hamás, Khalil al-Hayya: “Era necesario cambiar toda la ecuación y no solo tener un enfrentamiento… Logramos volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa, y ahora nadie en la región vive en calma”. Esto es, había que crear, otra vez, un estado de guerra permanente en Oriente Medio, sin importar el número de víctimas inocentes de uno y otro lado del conflicto, con el fin, además, de atraer la atención de la opinión pública del mundo árabe y, si era posible, de todo el mundo”. Lo ha dicho, también, otro de los dirigentes de Hamás, Taher el-Nounou, al diario Times: “Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras, y que el mundo árabe se ponga de nuestro lado”.

En un primer momento, y como no podía ser de otra forma, la opinión pública internacional se puso del lado del agredido. Sin embargo, la respuesta del estado judío, como no podía ser de otra forma, no se hizo esperar, y muy pronto se multiplicaron los ataques bélicos contra la franja de Gaza, el territorio del que partieron los ataques terroristas -no hubo ataques contra el otro territorio Palestino, Cisjordania, cuyos dirigentes, por otra parte, condenaron desde un primer momento los ataques-,  en el cual los propios terroristas de Hamás se han hecho fuertes desde hace algunos años, y donde llegaron a alcanzar en las últimas elecciones el setenta por ciento de los votos; en realidad, hablar de elecciones en estos territorios, donde no se pueden garantizar las más mínimas garantías de seguridad, y donde no existe una verdadera democracia, no tiene demasiado sentido. Ello ha provocado que la opinión pública, manejada desde algunos medios de la izquierda, haya cambiado, y se manifieste mayoritariamente propalestina. Las múltiples manifestaciones universitarias, que se iniciaron en Estados Unidos, uno de los tradicionales aliados de Israel, y que se han extendido en las últimas semanas a otros países de Europa, entre ellos España, es buena prueba de ello. También lo es la tremenda politización que este año ha sufrido el festival de Eurovisión. En efecto, desde muchos países se quiso evitar la participación de la representante israelí, a la que se le sometió a una verdadera persecución, obligándosele a cambiar varias veces la letra de su canción, y que fue postergada por los jurados profesionales de casi todos los países participantes, a pesar de que fuera una de las favoritas por el tele votó particular, demostrando que, en algunos casos, no resulta tan sencillo domesticar a las masas.

Sin embargo, la mayor parte de los países, o al menos de la opinión pública de esos países, ha comprado el relato de Hamás, que en realidad era también una de las pretensiones de este grupo terrorista cuando se decidió a iniciar los ataques. Las manifestaciones en favor de los palestinos se suceden en gran parte de Europa y de Estados Unidos, y en ellas se lanzan consignas sin realizar antes una mínima crítica de lo que significan las palabras: “Desde el río hasta el mar” se grita en muchas ciudades europeas y americanas, un lema que, incluso, es también el título de un programa cultural puesto en marcha por el madrileño Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y que, en realidad, no deja de ser un mensaje de odio contra los judíos, considerado como tal en muchos países europeos. Porque lo que hay detrás de estas seis palabras no es, ni más ni menos,  que el deseo de la desaparición completa del estado de Israel, el deseo de ver a toda la nación judía fuera de la zona de conflicto: del río, el Jordán, hasta el mar, el Mediterráneo, es lo mismo que decir que todo ese espacio geográfico que se encuentra entre ambos accidentes debe quedar vacío de judíos.

            Es cierto que la respuesta de Israel a los ataques de Hamás fue, posiblemente, demasiado cruenta, cebándose con la población civil, pero también lo es que la posición de Israel en esta guerra tampoco esa fácil, teniendo que hacer frente a continuos ataques terroristas de Hamás, desde Gaza, y también de Hizbolá, desde Líbano y Siria. Por otra parte, son los propios terroristas de Hamás los que no han tenido ningún problema en usar a su pueblo como carne de cañón, tal y como se desprende de las propias palabras de uno de sus dirigentes, que hemos reproducido en líneas anteriores. Por otra parte, tal y como ha reconocido la ONU en los últimos días, las cifras de víctimas palestinas en los ataques de Israel, cuya única fuente es la de los propios palestinos por la imposibilidad de que los periodistas internacionales puedan entrar en la zona, muy probablemente han sido infladas de manera partidista, tal y como sucede siempre en todas la guerras. No es ésta la primera vez que las cifras de muertes entre los palestinos, de manera interesada o no, han sido exageradas por los medios de comunicación o, incluso, por los informes oficiales. A propósito de ello, quiero recoger aquí uno de los párrafos del libro que, bajo el título de “Israel, la tierra más disputada. Del sionismo al conflicto de Palestina, no es ni más ni menos que la versión actualizada, publicada póstumamente, de Joan Baptista Culla, uno de los mayores especialistas españoles en Oriente Medio, y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona desde 1977, acaba de publicar, con la colaboración de Adriá Fortet:

            “La voluntad de conseguir una primicia y de transmitir la última actualidad sobre el terreno también hacía vulnerable al periodismo frente a las acusaciones interesadas. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la penetración israelí en el casco antiguo de Yenín en abril de 2002, en el marco de la operación Escudo Defensivo. El día 10, aún en medio de las operaciones, la BBC había informado de que había 150 palestinos muertos, cifra que al día siguiente las agencias humanitarias habían elevado a 200 y la ANP -Autoridad Nacional Palestina- a 500. El 13 de abril, el ministro de Información palestino hablaba de 900 muertos, de fosas comunes y de genocidio. Solamente después de verificaciones independientes se constató a finales de mes que el balance de victimas había sido de 23 israelíes y 52 palestinos, pero naturalmente las rectificaciones no ocupaban el mismo espacio que las acusaciones iniciales en los titulares de prensa y la apertura de los telediarios. Human Rights Watch y Amnistía Internacional necesitaron dos años y más de trescientas víctimas mortales israelíes antes de condenar los atentados suicidas como crímenes contra la humanidad, y aunque hubiera muchos judíos (Noam Chomsky, Nadine Gordimer,…) entre la intelectualidad crítica con el gobierno israelí, ello no quita la presencia de un componente antisemita en los ataques contra Israel, como quedó patente en la Conferencia de Durban, en la que se clasificó al sionismo como una forma de imperialismo colonialista y racista.”

            Como suele suceder, son muchas las novedades literarias que en los últimos meses han llegado a las librerías sobre el conflicto de Palestina, un conflicto que es difícil de llegar a conocer en toda su complejidad a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre ello; o quizá, precisamente, por lo mucho que se ha escrito. Y es que algunas de esas publicaciones se hacen desde postulados ideológicos, partidarios de uno o de otro de los bandos enfrentados. Respecto a ello, a esa especie de bosque que no nos deja ver la hermosura de un árbol concreto -en contraposición al refrán-, extraigo las primeras palabras de la introducción del libro del profesor Culla, respecto a cuáles son, a juicio de los autores, los principales problemas a los que debemos enfrentarnos a la hora de intentar conocer en profundidad el problema palestino, y que no tienen nada que ver con la falta de referencias literarias y periodísticas, sino todo lo contrario:

“En la configuración de nuestra opinión pública -occidental; europea- respecto del litigio árabe-israelí o isaelo-palestino, respecto de aquello que venimos denominando con optimismo el conflicto de Oriente Próximo -como si en aquello región no existiera más conflicto que ese, como si Iraq, Siria o el Yemen fuesen plácidas balsas de aceite- se produce un fenómeno singular, tal vez único: todo el mundo tiene, o cree tener, una posición tomada y definida ante el contencioso, un punto de vista formado. Cualquier persona que colabore en un periódico -aunque sea como autor de chistes gráficos- se siente autorizada para utilizar su viñeta, o su tira, o su crítica cinematográfica, si de tal cosa se ocupa, para tomar partido en la confrontación entre Israel y Palestina; cualquier entidad, asociación, grupo político u ONG se siente capaz de formular doctrina propia -a menudo, bajo la forma más contundente y categórica- sobre los derechos y las culpas de aquellas dos comunidades enfrentadas; cualquier corresponsal espontáneo osa enviar a los diarios una carta al director donde otorga enfáticamente la razón a un bando y abomina del otro; cualquier tertulia, ya sea mediática o de café, que se ocupe de Oriente Próximo permite escuchar un puñado de sentencias definitivas que, al parecer de sus autores, dejan la tragedia palestino-israelí juzgada de manera irrevocable… ¿Quién, entre nosotros, se ha atrevido a prescribir fórmulas de solución a la guerra civil siria que estalló en 2011 y que ya acumula más de 600.000 muertos? Después del genocidio de 1994 en Ruanda (entre medio millón y un millón de muertos), ¿quién ha vuelto a ocuparse de la suerte de las dos comunidades enfrentadas, hutus y tutsis, y de si la situación actual de la región de los Grandes Lagos les hace o no justicia? ¿Quién se manifiesta, recoge firmas o hace lobby a propósito de la guerra de Yemen, que dura desde 2014 y ha causado quizá 60.000 muertes directas? Paradójicamente, y a pesar de que otros conflictos han sido infinitamente más mortíferos que el de Israel-Palestina -durante el mismo periodo o incluso en toda su historia-, nuestras opiniones públicas los contemplan en respetuoso silencio, dejando que sean los escasos especialistas o conocedores directos del terreno quienes arrojen alguna luz.”

Los dos primeros capítulos del libro hablan sobre el origen del sionismo, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial y la declaración Balfour, que establecía el establecimiento de los judíos en Palestina. Un origen que se remonta a mediados del siglo XIX y que tiene como principal valedor a Theodor Herzl, un escritor vienes de origen húngaro, que fue corresponsal en París del prestigioso diario New Freie Presse. Aunque en el momento de su llegada a París, Herzl era uno de esos judíos cosmopolitas y descreídos, asimilado a la cultura alemana, el affaire Dreyfus, un proceso al que fue sometido un oficial del ejército francés que era de origen judío, y que provocó el conocido escrito en su defensa de Emile Zola, le convirtió en un sionista convencido, tal y como él mismo escribiría algunos años más tarde.  Fundador del sionismo político moderno, creó la OSM -Organización Sionista Mundial-, y promovió la inmigración de retorno de la diáspora judía a Israel.


El estallido de la Primera Guerra Mundial, y la derrota en ella del imperio turco, al cual pertenecía el territorio de Palestina, daría la oportunidad a las potencias vencedoras, principalmente a Reino Unido, de organizar esa inmigración, aún en contra de las pretensiones árabes, encabezadas por Hussein ibn Ali, jerife de La Meca y rey del Hiyad. Surge así en Gran Bretaña un desencuentro entre los militares, con Thomas E. Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia, a la cabeza, defensores de la pretensiones de los árabes, y los políticos, más cercanos a las pretensiones judías, que dieron como resultado la llamada Declaración Balfour, de noviembre de 1917, en la que se anunciaba el establecimiento de un "hogar nacional" para los judíos en Palestina. Son embargo, el plan tenía muchos problemas, tal y como recoge Joan Culla en su libro, y esta es una de las causas que provocaron el enfrentamiento entre judíos y árabes, al que todavía, en pleno siglo XXI, nadie ha podido encontrar una solución adecuada.

En efecto, esta dicotomía entre los derechos de los judíos y los de los palestinos, será lo que va a provocar todas las tensiones que vinieron después, y que van a caracterizar uno de los más enconados conflictos de la geopolítica contemporánea, foco de continuos enfrentamientos durante los siglos XX y XXI.  Ya en la década de los años veinte de la centuria pasada, los primeros conflictos, iniciados por la instalación en Amman el príncipe Abdullah, segundo hijo del rey Hussein, se solucionaron con la creación de dos territorios, la Cisjordania para los judíos y la Transjordania para la árabes, dejando la frontera entre ambos en el río Jordán. Sin embargo, este hecho no solucionó el problema, porque en el lado israelí va a quedar un número importante de musulmanes, que a partir de este momento van a ser conocidos con el nombre de palestinos. Desde el primer momento, múltiples actos de violencia se van a suceder, en forma de enfrentamientos entre palestinos y colonos judíos.

Y si la primera guerra mundial permitió a los judíos la promulgación de la Declaración Balfour, con lo que ello suponía para la entrada de los primeros colonos en el territorio, el desenlace de la Segunda Guerra Mundial va a permitir, pasado unos pocos años, la definitiva creación del Estado de Israel, tal y como David Ben-Gurión ya había previsto en 1939. La creación de Israel, en efecto, se llevó a cabo en 1948, momento en el que las tropas inglesas abandonaron el territorio, dando fin con ello a lo que se había llamado el “mandato británico”. Sin embargo, la aprobación del nuevo estado israelí tampoco estuvo exenta de problemas, tal y como los autores del libro describen en el capítulo quinto de su ensayo. A partir de este momento, la historia del nuevo estado de Israel, tal y como ya es conocido por todos, está repleta de actos violentos, con múltiples guerras contra los países árabes vecinos (Guerra del Yom Kipur, Guerra de los Seis Días,… ), y de múltiples actos terroristas provocados por diferentes grupos armados (Organización para la Liberación de Palestina, Hamás, Hizbolá,…), aunque también el estado judío ha sido acusado en no pocas ocasiones de realizar una especie de terrorismo de estado contra la población civil palestina.

Culla y Fortet, a lo largo de su estudio, nos ayudan a comprender toda esa historia violenta; a entender las razones de un bando y de otro; sobre todo, es cierto, las de Israel. Sin embargo, Israel, para los historiadores catalanes, no debe ser entendido simplemente como un pueblo, como la plasmación en un territorio concreto de todo el pueblo judío, sino como un espacio geográfico que desde hace muchos años se encuentra en disputa. Dicho esto, no es mi deseo resumir en esta breve entrada cada uno de los capítulos de esta guerra inacabada entre judíos y palestinos, que, según es previsible, está lejos de acabar; hacerlo sería poco menos que comportarnos como esos tertulianos a los que ambos autores critican en la introducción ya citada. Más allá de ello, la única manera de acercarnos realmente a un conflicto como éste, es leer por uno mismo a aquellos que de verdad lo conocen. Y en el caso del conflicto árabo-israelí, ya lo hemos dicho, Joan B. Culla es uno de los principales expertos que tenemos en España.

Pero a modo de conclusión, sí conviene decir que en los últimos días se han sucedido las noticias al respecto de esta última tierra de Gaza, y éstas no son demasiado alentadoras para el proceso de paz. El 20 de mayo de este año, el fiscas jefe de la Corte Penal Internacional de La Haya, el abogado británico Karim Khan, ha solicitado sendas órdenes de detención internacional contra varios líderes de Hamás -Yahya Sinwar, jefe del grupo de la franja de Gaza; Isamil Haniya, antiguo primer ministro de Palestina en Gaza, y actual jefe principal del grupo terrorista; y Mohammed Deif, comandante en jefe de las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, y por lo tanto, jefe militar de su brazo armado-, pero también para el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y a su ministro de Defensa, Yoav Galiant. Es cierto que Netanyahu es el mismo líder ultraderechista que durante su primera etapa en el cargo, entre 1996 y 1999, torpedeó los acuerdos de paz de Oslo con una política demasiado agresiva contra los palestinos, que hicieron imposible la plasmación de dichos acuerdos, pero también lo es que poner en el mismo nivel al agresor y al agredido no es la mejor manera de acabar con la guerra en los territorios en disputa. Y por otra parte, el propio fiscal general, no debe olvidarse, es también un personaje demasiado controvertido, que no ha duda en defender, a lo largo de su carrera, a otros dictadores, acusados de cometer crímenes de guerra de mayor calado que los que ha producido el político judío.

Y al día siguiente, el mismo en el que estoy terminando de escribir estas líneas, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, ha anunciado que el próximo día 28 de mayo, nuestro país va a reconocer oficialmente el estado de Palestina, hecho que no llega en el mejor momento, y que probablemente nuevas tensiones diplomáticas con el país judío. Porque, aunque es justo que Palestina pueda ser reconocido por la comunidad internacional, y que sólo con este reconocimiento se podría llegar a poner fin a la guerra, ello no se debería producir nunca sin realizar antes un sincero ejercicio de reflexión, buscando las respuestas más adecuadas a la problemática que, sin duda alguna, se va a generar con ello. Asuntos difíciles, como qué papel va a jugar Hamás, y otros grupos terroristas en el futuro estado palestino -la presencia de Hamás en el gobierno puede provocar un nuevo Afganistán, en un territorio ya de por sí demasiado caliente-. Sólo así, a través de la reflexión internacional, Palestina podrá evitar convertirse en un estado fallido desde el mismo momento de su creación, y germen, por lo tanto, de nuevos enfrentamientos armados entre judíos y palestino.



jueves, 2 de mayo de 2024

GEOPOLÍTICA EN EL SIGLO XXI

 

A mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, el líder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, inició el gran terremoto ideológico que ha venido a llamarse la Perestroika: la reforma política y económica que haría el viejo imperio comunista, que sería sustituido por una Rusia renovada, libre ya de las tensiones que se habían ido sucediendo en la gran nación de naciones desde el mismo momento en el que había triunfado la revolución de 1917. Y paralelamente a ello, también, la libertad y la independencia para todas esas naciones que, ya desde antes de la Segunda Guerra Mundial, habían formado parte también de aquel imperio, de manera que tanto una como las otras pasaron a incorporarse, al menos nominalmente, a la lista de los países de la Europa democrática. También, todos aquellos países que, nominalmente independientes de la Rusia comunista, formaban parte también, de facto, de ese entente comunista que fue el Pacto de Varsovia, siguieron engrosando la lista de las nuevas democracias europeas, de manera que se fue generando en todo el mundo una especie de proceso sociológico y psicológico, cuyo efecto más importante sería, ya en el mes de noviembre de 1989, el derrumbe del muro de Berlín, que durante muchos años había dividido en dos a Alemania y a todo el mundo occidental.

La caída del muro permitió la definitiva reunificación del país que había sido derrotado durante la Segunda Guerra Mundial, pero sus efectos no se limitaron sólo a la propia Alemania. Se había iniciado, o al menos eso es lo que entonces se creía, una nueva historia: una historia diferente, que había logrado trascender por fin a la Guerra Fría, a ese mundo dividido en dos bloques enfrentados, esas dos maneras opuestas de entender la política, la economía, y la sociedad en general. “El fin de la historia y el último hombre”, es el título del ensayo que el historiador norteamericano Francis Fukuyama publicó en 1992, basándose en la teoría de otros pensadores anteriores, que arrancan del propio Hegel: la historia de la humanidad, concebida como una lucha entre ideologías contrapuestas, ha concluido con la derrota definitiva del mundo comunista; dando inició con ello a un nuevo mundo de paz, basado en la economía del libre mercado. La teoría, como decimos, no era nueva, pero hasta entonces no se habían podido poner las bases para ese “hombre nuevo” del que hablaba Fukuyama, en una Europa de entreguerras primero, y más tarde, en un mundo polarizado y dividido por lo que Winston Churchill, nada más acabada la guerra, en 1946, llamó el Telón de Acero, haciéndose eco de una vieja locución inglesa utilizada ya desde el siglo XVIII en los viejos teatros londinenses.

Sin embargo, los hechos posteriores han venido a demostrar que la teoría del historiador estadounidense estaba equivocada, dándole la razón, de esta forma, a Samuel Huntington y su teoría del choque de las civilizaciones. A la antigua polarización entre capitalismo y comunismo, que caracterizó a la etapa de la Guerra Fría, le ha venido a sustituir una nueva polarización, en la que el gran enemigo del liberalismo democrático es el terrorismo. En efecto, desde hace algunos años es el terrorismo, especialmente el terrorismo de carácter integrista, musulmán, el que ha venido a desempeñar el papel que hasta hace algunos años ocupaba el propio comunismo soviético. Pero además, la propia sociedad occidental ha venido a demostrar también que la historia, tal y como la entendía Fukuyama, sigue teniendo la misma vigencia que antes, y que la guerra sigue siendo, también en la propia Europa, una forma muy común de relacionarse entre los diferentes países. Lo demostraron, poco tiempo después de la caída del comunismo, las Guerras de Yugoslavia, y lo sigue demostrando la actual Guerra de Ucrania, que otra vez ha venido a traer el dolor y la muerte hasta las mismas fronteras de Europa.

Sin embargo, la guerra de Ucrania -o la no guerra, si queremos seguir la denominación que le ha dado el dirigente del país invasor, Vladimir Putin, en una clara muestra de esa hipocresía que le caracteriza, que la denominó, hay que recordarlo, operación militar de carácter especial-, no es un hecho aislado, sino el desenlace lógico de una forma de hacer política que ha caracterizado al propio Putin desde el mismo momento en que llegó al poder, convirtiendo así al país en el heredero vital de la antigua Unión Soviética. El proceso se inició ya con su antecesor en el cargo, Boris Yeltsin, quien protagonizó las primeras injerencias rusas en Georgia, defendiendo a los independentistas de Osetia del Sur y Ajasia, dos pequeñas repúblicas de mayoría prorrusa, y haciendo lo mismo en la Transnitria moldava, o en la guerra civil que asoló entre 1992 y 1997, la república de Tayikistán. Y dentro de los propios límites de la Rusia actual, las revueltas en Chechenia fueron aprovechadas tanto por Yeltsin como por el propio Putin para enraizarse todavía más en el poder. Desde entonces, las injerencias rusas en las antiguas repúblicas soviéticas independizadas han sido múltiples, como ya demostraron, en la misma Ucrania, las anteriores crisis de Crimea y el Dombás.   

Tal y como ha descrito en su libro “Putinistán” el periodista Xavier Colás, quien había sido enviado especial del diario “El Mundo” a Moscú hasta el pasado mes de marzo, cuando fue expulsado del país al no haberle sido renovado su visado profesional, Putin concibe su país como ese gran territorio que va más allá de esa Gran Rusia, que está conformada también por Bielorrusia y Ucrania, además de la propia Rusia, y dotada, también, de una zona de influencia que se debe extender a muchos de los territorios que habían conformado la antigua Unión Soviética. Así lo ha definido el británico Mark Galeotti, autor de uno de los libros más imprescindibles para comprender la psicología del mandatario ruso, “Las guerras de Putin, desde Chechenia a Ucrania”, en un artículo publicado recientemente en España: “En muchos aspectos, Putin es un geopolítico del siglo XIX. Desde su punto de vista, un gran país necesita una esfera de influencia, de modo que la soberanía de estados como Ucrania debe subordinarse a los intereses de Moscú, de la misma manera que debe tener derecho a ser escuchada -lo que viene a ser un derecho de veto- de todos los asuntos de importancia global, y tener la posibilidad [Rusia] de romper las reglas del orden internacional, con impunidad de vez en cuando. Esto es, después de todo, de lo que piensa que gozan los Estados Unidos.”

La guerra de Ucrania, aún entendiéndola como una consecuencia final de la política de Putin -y que no sólo es de Putin, pues no son escasos los rusos que piensan como él-, no es el único problema al que debe enfrentarse el mundo civilizado en pleno siglo XXI. También debemos dirigir la vista hacia otros territorios, que también están anclados, desde hace mucho tiempo, en un profundo pozo de sangre y de terror: la guerra de Siria, que en estos momentos se encuentra tan enraizada; el enfrentamiento entre Israel y Palestina, tan asociado también con el mismo problema de Siria; la creciente belicosidad de territorios como el Sahel africano, tan empobrecido por el hambre y por la falta de agua, y que constituye un importante caldo de cultivo para el crecimiento de los más sangrientos grupos islamistas como el Grupo de Apoyo al Islam, filial en la zona de Al Qaeda, o Boko Haram. Son sólo algunos ejemplos; los focos de conflicto se multiplican por todo el mundo, y los analistas internacionales siguen vertiendo ríos de tinta en periódicos, revistas especializadas o libros, intentando dar las claves para que la opinión pública pueda intentar comprender todos estos conflictos en toda su extensión, aunque en ocasiones, es cierto, esas claves no dejan de estar teñidas con su propia ideología, lo cual, por otra parte, hace todo mucho más confuso.

Sobre el problema de Palestina, por ejemplo, mucho es lo que se ha escrito en los últimos años, y ahora, cuando la guerra ha vuelto a avivarse, no son pocos los libros sobre el tema que siguen llegando a los escaparates de las librerías. Algunos han sido escritos desde el punto de vista de los israelitas, y otros, más incluso, lo han sido desde el punto de vista de los palestinos. No es extraño que haya sido así, sobre todo en un conflicto como éste, que desde hace tanto tiempo se halla tan incardinado al conjunto de la sociedad, y más aún en momentos como éste, cuando la polarización en el conjunto de la sociedad es tan exacerbada. En un lado del tablero se aduce que Israel es el único país realmente democrático en toda la zona de Oriente Medio, y que los aliados de los palestinos, Irán y Rusia sobre todo, pero también otros grupos terroristas, como Hizbulá en Líbano y los yutíes en Yemen, forman parte del llamado eje del mal; a los que defienden esta teoría, desde luego, no les falta una parte de razón. Y se defiende, sobre todo, y en lo que se refiere a esta última etapa del conflicto, que Israel ha sido el país agredido por un grupo terrorista, Hamás, que ni siquiera es capaz de defender a su propia población palestina, que ha matado y raptado a civiles inocentes, en un ataque perpetrado desde la franja de Gaza. Y desde el punto de vista de los árabes, y tampoco les falta una parte de razón, se aduce que los palestinos también tienen el derecho a vivir en esta parte de la tierra, que fue suya al menos durante un tiempo, antes de la llegada masiva de colonos semitas.

Desde el mundo occidental, que no sufre el conflicto de manera directa, que sólo lo vive de manera tangencial, se ha intentado solucionar el problema de diversas maneras, pero ninguna de ellas, al menos hasta el día de hoy, ha tenido el éxito esperado. Se ha hablado de la posibilidad de crear un país binacional, que acoja en su seno a judíos y a palestinos. Se ha hablado, también, de la creación de dos países diferentes, Israel y Palestina, lo que debería contar con un reconocimiento generalizado desde las Naciones Unidas. Quizá sea ésta la teoría que más adeptos tienen, aunque en Estados Unidos y en la mayor parte de los países europeos, muchos coinciden en afirmar que no es éste el mejor momento para alcanzar este reconocimiento, y que no puede estudiarse en serio la propuesta mientras el territorio se encuentre sumido en una guerra a sangre y fuego. El apoyo de algunos países árabes vecinos, como Jordania y la propia Arabia Saudí, que colaboraron con Israel hace unas semanas, cuando fue atacado por Irán, hace pensar que el conflicto entre ambos países es más territorial que puramente religioso.

      Así las cosas, la sensación que puede tener el observador externo es la de un mundo que está a punto de estallar, un mundo que, en esencia, no es muy diferente al del siglo XX, el siglo de las dos guerras mundiales y de la Guerra Fría. Y entre ambas guerras, además, el creciente auge de los totalitarismos, de izquierda y de derecha; el mundo de Stalin y de Hitler, y con ellos, de tantos y tantos dictadores -Benito Mussolini en Italia, Miguel Primo de Rivera en España, Óscar Carmona en Portugal, Miklós Horthy en Hungría, Józef Pilsudsky en Polonia,… y más tarde, también, Antonio de Oliveira Salazar y Francisco Franco en los dos países de la península Ibérica- que siguieron sus pasos, convirtiendo el continente europeo en un extenso territorio en el que las libertades democráticas brillaron por su ausencia.

En efecto, el fascismo en este siglo XXI se llama populismo. Y el populismo, que puede ser de izquierdas o de derechas, o incluso nacionalista, se está extendiendo por toda Europa, también por los Estados Unidos -Joe Biden y Donald Trump pueden ser dos ejemplos de ambos populismos- de manera bastante peligrosa, poniendo en jaque a todo el sistema democrático liberal. También en España, el populismo está atacando todo el edificio de la Transición, como también han puesto de relieve José Manuel García-Margallo y Fernando Eguidazu en su último libro “España, terra incógnita”; y buen ejemplo de ello es la llamada ley de la [des]memoria [anti]democrática, que al mismo tiempo que blanquea los crímenes cometidos por ETA -a fin de cuentas, Bildu ha tenido mucho que ver en el desarrollo de la ley-, reescribe la historia, y convierte a la Segunda República, y también a la Guerra Civil, en eso que nunca fue: una historia dulcificada de buenos demócratas, los de izquierda, y de malos, malísimos, opresores liberticidas, los de derecha. Ninguna guerra civil, tampoco la española, ha sido nunca nada más que la firme constatación de un enorme fracaso de la convivencia social.

Etiquetas