Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


jueves, 28 de diciembre de 2017

¡Ande, ande, ande,… la Marimorena!


El glorioso imperio que España habla llegado a ser durante los reinados de Carlos I y de Felipe II, comenzó a decaer cuando el hijo de este último, Felipe III, accedió al trono. Las razones de ello hay que buscarlas en la política interior y exterior de España. Los reinados de Felipe IV y de Carlos II, tanto como el del propio Felipe III, fueron un verdadero caos a nivel gubernamental. El poder no estaba en manos de los reyes, sino de los validos, políticos incapaces muchas veces de gobernar, que sólo buscaban su propio beneficio. La corrupción de la aristocracia y de la alta nobleza llegó también al pueblo, y en todas las ciudades, los regidores se veían incapaces de controlar el desorden en el que el país entero había caído.

A la muerte de Carlos II, sin descendencia, la nación se quedó sin rey. La degeneración de todas las clases sociales en la España de aquella época ayudó a que fuera la guerra la que decidiera los destinos de España, una guerra en la que las potencias europeas se jugaron el futuro del trono de los Austrias. Con la victoria de Luis Felipe de Anjou, futuro rey Felipe V, el primero de los Borbones españoles, nuestro país se abrió a Europa, principalmente a Francia, aún más corrupta que España, y la degeneración de las costumbres llegó a sus más altas consecuencias.

En el año 1703, en plena Guerra de la Sucesión, era regidor en Cuenca el conde de Cervera. Él fue el encargado, el día de Nochebuena de aquel año, de mantener el orden en toda la ciudad. Su labor era muy difícil, porque en todas las calles había muchos grupos de personas que, armadas de zambombas, tambores, rabeles y otros instrumentos humildes, no paraban de alborotar y de armar todo el ruido posible, llegando incluso a invadir las iglesias.

Estando el conde de Cervera haciendo la ronda en la zona de la Catedral, recibió un aviso de que en el convento de San Francisco, que se hallaba en las cercanías de lo que ahora son el palacio de la Diputación y la iglesia de San Esteban, un grupo de personas impedía la celebración de la Misa del Gallo. No tardó mucho el conde en bajar a esta parte de la ciudad para enfrentarse con el grupo de alborotadores, imponiendo el respeto necesario para que ésta pudiera celebrarse.

El regidor ordenó la detención de todos aquellos que habían intervenido con mayor fuerza en aquel desorden, y entre ellas detuvo a una tal María Moreno. El castigo que la Justicia le impuso consistió en cien azotes, la prohibición de beber vino u otras bebidas alcohólicas en todo el año siguiente, y la obligación, todas las semanas, de asistir a Los Oficios en el convento de los dominicos. Finalmente, el propio conde rebajo la pena de los azotes a treinta.

Al año siguiente, cuando llegó otra vez la Navidad, el pueblo volvió a sacar a la calle sus humildes instrumentos; zambombas y rabeles, panderos y tambores, volvieron a sonar por las calles de la ciudad. Pero entonces, un nuevo villancico surgió de los labios de los conquenses, y desde Cuenca se extendió a todo el país. Muchos son los que lo han cantado, y lo siguen cantando, pero pocos son los que conocen su origen, que está en nuestra tierra y en nuestras costumbres. Porque la Marimorena del estribillo es la misma que María Moreno, natural de Alcantud y residente en Cuenca, en el barrio del Castillo.

¿Qué hay de verdad en esta historia? Los datos han sido recogidos del libro Guía histórico-legendaria de Cuenca, que fue publicado en 1972 por la Caja Provincial de Ahorros de Cuenca y Ciudad Real, un libro en el que se recogen, junto a abundantes datos sobre la historia de la capital conquense, un número abundante de leyendas, algunas de ellas hoy olvidadas por la gran mayoría de sus habitantes. Algunas de esas leyendas tienen una base real, es cierto, pero siempre hay que ser conscientes de dónde termina la historia y dónde empieza la leyenda. Si bien es verdad que el condado de Cervera, que hace referencia al pueblo conquense de Cervera del Llano, fue ocupado históricamente por el linaje Álvarez de Toledo, y que miembros de esta familia ocuparon asiduamente una de las regidurías del Ayuntamiento conquense, en el momento en que surgió esta historia, ni siquiera existía aún este título nobiliario, que fue concedido por el rey Carlos IV el 10 de marzo de1790 a Juan Nicolás Álvarez de Toledo y Borja, decimotercero señor de Cervera, además de ser señor también del pueblo vecino de Parra de las Vegas. Como regidor perpetuo decano del ayuntamiento de Cuenca, le correspondió por sorteo la representación de la ciudad en las Cortes que se celebraron en Madrid en 1789, celebradas con el fin primordial de jurar como Príncipe de Asturias al futuro Fernando VII. Por este motivo fue por lo que el monarca le concedió al año siguiente la gracia de concederle el título de conde de Cervera.

Dicho esto, ¿quién es ese supuesto conde de Cervera que en aquellos momentos, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, se encontraba al frente del Ayuntamiento conquense? Consta que en el año 1702 era corregidor de Cuenca Juan Francisco Marañón, caballero de la orden de Santiago y consejero real, y que tres años después le había ya sustituido, Gómez de Aguilera y Guevara. El hecho de que el primero fuera además capitán de guerra, y la situación en la que en ese momento se encontraba el país, sumido en plena Guerra de la Sucesión entre los defensores de los Habsburgo y los de la nueva dinastía  Borbón, nos permite suponer que en el momento en que sucedió la supuesta correría de la protagonista, fuera corregidor interino uno de los regidores de la ciudad, supuestamente el más antiguo de ellos. Consta, por otra parte, que en 1726, el padre del primer futuro conde de Cervera, Juan Manuel Álvarez de Toledo Milán de Aragón, duodécimo señor de Cervera, además de las villas de Parra de las Vegas, Villanueva del Palomar, Valdeloso y Cañada del Manzano, sustituyó como regidor de Cuenca a su abuelo, Cristóbal Álvarez de Toledo. En este sentido, no es difícil suponer que, tratándose de una persona mayor como era, fuera precisamente a este Cristóbal Álvarez de Toledo al que hace referencia la tradición aludida.

Por otra parte, el origen del villancico se lo disputan a Cuenca otros lugares, principalmente la propia capital madrileña. Así pues, según otra tradición, que tiene aspectos en común con la conquense, el villancico nació en 1702, fecha en la que un grupo de alborotadores armados con instrumentos musicales, proveniente de una taberna del barrio de la Cava Baja, interrumpió una ceremonia religiosa que se estaba llevando a cabo en el convento de San Francisco el Grande. Entre los manifestantes se encontraba una mujer que tenía el mismo nombre y apellido que la conquense, una famosa tabernera madrileña que era llamada así por el color negro de sus cabellos; probablemente se tratara de la mujer que regentaba aquella taberna de la Cava. Este sería el origen, no sólo del villancico, sino también de la popular expresión “armarse la marimorena”. Otra tradición, con menos rasgos de verosimilitud, alude a una supuesta Virgen Negra (Moreneta, María Moreno).

Como vemos, son muchos los puntos en común entre las dos tradiciones, la madrileña y la conquense. La historia es prácticamente la misma, como también lo es el año en el que se produjo la supuesta irrupción popular. Sea Madrid o Cuenca el lugar en el que se produjo esta musicada intervención del pueblo, y en nombre del pueblo, de la supuesta María Moreno, no cabe duda de que detrás de la leyenda hay algo de historia.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Diputados y representantes conquenses en las Cortes de Cádiz


El 24 de septiembre de 1810, en la isla gaditana de León, actual ciudad de San Fernando, se reunieron las primeras Cortes modernas españolas, es decir, las primeras en las que ya no estaban representados por sí mismos, como en las antiguas Cortes de los Austrias, los viejos estamentos sociales. Cortes que tienen un antecedente, aunque en este caso para la España ocupada, en las que se reunieron en la ciudad francesa de Bayona por Joaquín Murat, duque de Berg, a instancias del propio Napoleón, para proceder a la redacción de un estatuto que diera visos de legalidad a las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII, abdicaciones que habían dejado el país en manos del emperador, y por designación suya, en las de su hermano José I. A las Cortes de Bayona, celebradas en 1808, la ciudad de Cuenca también habían mandado a su representante, en la persona de Vicente Castillo Álvarez de Toledo, que era doctor en ambos derechos por la universidad de Alcalá de Henares, ganadero rico y alcalde de la cuadrilla de la Mesta por el partido conquense. Así lo demuestra el poder que fue firmado en su nombre el 28 de mayo de ese año, otorgado ante el escribano Pablo Ramón Ramírez por las personas que estaban en ese momento al frente del concejo municipal: Román Gundín de Figueroa como corregidor; los regidores Francisco de Paula Castillo Haro, que era señor de las villas de Hortizuela y El Palmero, Ignacio Rodríguez de Fonseca, Santiago Antelo y Coronel, Ignacio Esteban Romero y Andrés María Cerdán, y el procurador síndico y personero del común, Pascual de Lope[1].

La situación había cambiado dos años después, el 15 de febrero de 1810. Al menos, lo suficiente para que la junta provincial de defensa de Cuenca, que en la ciudad se había creado como en todas las ciudades del reino, para proceder a la defensa contra las tropas francesas de ocupación, pudieran nombrar a Guillermo Hualde, miembro de la propia junta y chantre de la catedral, “para que en su nombre y representación pase inmediatamente y sin pérdida de un momento, a elevar y poner las representaciones y recursos de qualquier género que sean necesarios a la propia Suprema Junta Central Gubernativa del Reyno, ante qualesquier tribunal supremo que sea necesario, o bien a las Cortes mismas de la Nación legalmente congregadas, suplicando por todas las vías de reclamación que tengan lugar, la representación de esta Junta Superior de Provincia.”[2]. Un nuevo poder en este mismo sentido sería suscrito unos días más tarde, el 26 de febrero[3]. Sin embargo, hay que dejar constancia de que en este caso no se trata del nombramiento de un diputado a Cortes, sino de un representante de la junta ante la propia regencia del Reino y ante las decisiones que deberían tomar las propias cortes que pudieran afectar a la provincia de Cuenca.

 Promulgación de las Cortes de Cádiz
Salvador Vinagra
Museo de las Cortes de Cádiz

La junta conquense estaba formada, además de por el propio Hualde, por las siguientes personas: Luis Alejandro Procopio de Bassencour Dupiere, caballero de la orden de Montesa, mariscal de campo y jefe del regimiento de Guardias Valonas, comandante general político de la ciudad, como presidente; Ramón Falcón y Salcedo, obispo de Cuenca; Ramón María de Lleopart, alcalde del crimen de la Chancillería de Granada y corregidor de la ciudad; Félix Bargado, comisario de los reales ejércitos y administrador general de rentas de la provincia; León José Tenajas, caballero de la orden de Carlos III y deán del cabildo catedralicio; Francisco Manuel de Parada y Sandoval, miembro de una importante familia nobiliaria oriunda de Huete; Bernabé Antonio Grande, abogado de los Reales Consejos y miembro del claustro de la universidad de Alcalá; Andrés Núñez de Haro; y el procurador síndico y personero del común de la ciudad, Vicente López Salcedo.

A las Cortes debían acudir seis representantes por la provincia de Cuenca, más otros dos que acudirían respectivamente representando al ayuntamiento de la ciudad y a la junta de defensa local. Por esas mismas fechas, el ayuntamiento en pleno se había reunido para nombrar a su propio representante ante las Cortes, por lo que el 24 de febrero, sus miembros se presentaron ante el mismo notario, Pablo Ramón Ramírez, para extender el consiguiente poder en favor de su representante, esta vez en la figura de Antonio García Gómez, abogado de los Reales Consejos, que había acudido al sorteo como elector del pueblo. Y es que la elección se debía realizar mediante un sorteo, en el que también participaban uno de sus regidores, Santiago Antelo y Coronel y el propio Vicente López Salcedo, como personero del común[4].

También la junta tuvo que proceder a nombrar de la misma forma a su diputado en Cortes, eligiendo por sorteo a un representante en una terna anteriormente nombrada para ello: “Se había procedido por los individuos de la junta a la elección de las tres personas que debían entrar en el sorteo bajo las reglas prevenidas en la instrucción, y resultaron en las tres votaciones haber reunido más de la mitad de los votos los señores Ilustrísimo Señor Don Ramón Falcón de Salcedo, obispo de esta ciudad y diócesis, don Juan Antonio Rodrigálvarez, caballero de la real y distinguida orden de Carlos III, arcediano titular de esta santa iglesia catedral, y don Ramón María de Lleopart, del consejo de Su Majestad, alcalde hordinario del crimen de la Real Chancillería de Granada y corregidor de esta ciudad y partido. Y habiéndose extrahido la cédula del que había de ser diputado a Cortes por esta Junta Superior de los tres que se pusieron con los nombres de dichos señores, resultó estar en ella escrito el nombre del señor don Ramón María de Lleopart, según resulta del acta estendida y celebrada en el día quince del presente mes de febrero y año de mil ochocientos diez.”[5] 

Y por lo que respecta a los diputados de la provincia, para nombrar a dichos representantes se habían reunido a principios del mes de febrero en las salas consistoriales, esto es, en el propio ayuntamiento de la ciudad, los diferentes electores de la provincia. Estos eran, por el partido de Cuenca, los ya citados Luis Alejandro de Bassencour, Ramón María de Lleopart, Ramón Falcón y Salcedo, Félix Bargado, Guillermo Hualde, Juan José Tenajas y Bernabé Antonio Grande, además de Miguel Villar y Solera, fiscal del tribunal de la Inquisición, y Dionisio Enríquez de Navarra, cura de la iglesia de San Nicolás de Requena. Por el partido de Huete participaban en la reunión las siguientes personas: Diego de Parada y Bustos, miembro del claustro de la universidad de Alcalá, y Juan Antonio Domínguez y Juan José Martínez Toledano, sacerdotes que estaban destinados en las villas de Leganiel e Illana respectivamente. Finalmente, por el partido de San Clemente, los administradores de las salinas de Minglanilla y Fuentealbilla, Francisco Antonio Portillo y Agustin Garrido; Diego Ventura de Mena, conde de Buenavista Cerro y vecino de Belmonte; Joaquín Melgarejo y Sandoval, caballero de Santiago y teniente coronel de Infantería retirado en Iniesta; José Lucas Ortega, abogado de los Reales Consejos y vecino de El Pedernoso; Francisco Belinchón, vecino de Pinarejo; Juan Caballero Martínez, vecino de Tarazona de la Mancha y abogado así mismo de los Reales Consejos; Diego de Osma, también abogado y vecino de Tébar, y Diego de la Torre, maestrante de Ronda y vecino de La Roda[6].

Reunidos todos estos representantes, decidieron lo siguiente, según consta en el respectivo poder: “Rehunidos los electores de todos los partidos de esta provincia de Cuenca en el día once del mes de febrero de este año, habían procedido bajo las reglas establecidas en la instrucción al nombramiento de los diputados que en nombre y representación de esta provincia han de concurrir a las Cortes Generales que el Rey nuestro señor don Fernando Séptimo, y en su nombre la Junta Gubernativa de España e Indias ha mandado juntar en la isla de León, y se abrirán el día primero de marzo de este año. Y fueron electos y posteriormente sorteados para diputados a Cortes de esta provincia los señores don Alonso Núñez de Haro, natural de Villagarcía, don Felipe Miralles, natural de Cañaveruelas, canónigo penitenciario de la santa iglesia de Valencia, don Fernando Casado Torres, brigadier de artillería de marina, natural de la villa de Zafra, don Diego de Parada y Bustos, natural de la ciudad de Huete, don Diego Ventura de Mena, conde de Buenavista Cerro, natural de la villa de Belmonte, y don Manuel de Rojas, natural de la villa de Jorquera, oficial de la secretaría de depósito universal de Hacienda. Y por suplentes para en su caso, don Pedro Pinuaga, natural de la villa de Castillo de Garcimuñoz, oidor de la real audiencia de Sevilla, y don José Lucas Ortega, natural de la villa de Santa María del Campo, como resulta del acta estendida y testificada por el doctor don Máximo Julián López, del gremio y claustro de la universidad de Alcalá de Henares, abogado de los Reales Consejos, y primer secretario de la junta suprema de observancia y defensa de esta ciudad y provincia.”

Sin embargo, las Cortes no se reunirían en Cádiz, tal y como se ha dicho, hasta el 24 de septiembre de ese mismo año. Para entonces, tanto el ayuntamiento como la junta provincial habían nombrado nuevos representantes, o lo harían en los días siguientes. Así, el 29 de septiembre, el primero de ellos designaba en tal sentido al arquitecto iniestense Mateo López, diputado del común, en un sorteo en el que los otros dos representantes de la terna eran, una vez más, Santiago Antelo y Coronel y Vicente López Salcedo[7]. Y por parte de la junta de defensa, lo había hecho ya unos días antes, el 3 de septiembre. En este caso, el elegido era el propio obispo de la diócesis, Ramón Falcón y Salcedo, y los opositores del sorteo eran otros dos miembros del cabildo ya conocidos, Guillermo Hualde y Juan José Tenajas, dignidades de chantre y deán respectivamente[8].

Pero es sabido que algunos de los diputados que habían sido elegidos por sus respectivas provincias no pudieron llegar a tomar posesión de su nombramiento, por no haber podido llegar a Cádiz debido a las circunstancias en las que se encontraba el país, una gran parte del mismo ocupado por las tropas francesas, siendo sustituidos algunos de ellos por otros ciudadanos de sus mismas provincias que ya se encontraban en la ciudad m,editerránea. Por lo que respecta a los diputados conquenses, el brigadier Fernando Casado Torres de Irala no había podido presentarse en esta legislatura, o al menos su nombre no figura en el diario de sesiones. Según su biógrafo, Octavio Cano Huélamo, había sido hecho prisionero por el enemigo, por no haber querido prestar juramento al rey intruso, siendo trasladado desde Puerto de Santa María, en donde se encontraba al inicio de la guerra, a Madrid[9].

Y por lo que se refiere a Mateo López, quien, como sabemos, había sustituido a Antonio García Gómez, es bastante clarificador el Diario de Sesiones de las Cortes correspondiente al 17 de marzo de 1813: habiéndose negado éste último a tomar posesión del cargo correspondiente, quien además había decidido abandonar el país, acompañando a las tropas francesas, y no siendo admitido como sustituto por las propias Cortes el propio Mateo López “por no constar la justa excusa del primer nombrado…el Ayuntamiento había procedido a nombrar al diputado que correspondía a la ciudad de Cuenca, recayendo su elección en D. Policarpo Zorraquín”. En efecto, consta también la carta de poder en favor de éste, uno de los regidores del ayuntamiento, otorgada por el Ayuntamiento el 14 de enero de ese mismo año.[10] Los máximos representantes municipales en ese momento eran Ignacio Rodríguez de Fonseca, como jefe político comisionado, y Feliciano Grande, como alcalde.  También los nombres de algunos de sus regidores habían cambiado en esos pocos años; ahora figuraban como tales, además del propio Policarpo Zorraquín, los siguientes: Andrés María Cerdán, Miguel Antonio Arcas, Felipe de la Osa, Antonio Recuenco, Juan Ramón Valiente, Atanasio Felipe Piquero, Hilarión Muñoz y Lomas, Benito Canales, Domingo Mendieta y Pedro del Castillo y Ayala. Y como procurador síndico, además del ya citado Vicente López Salcedo, Luis Gonzaga.

El asunto de la elección del obispo de Cuenca como diputado a Cortes resulta bastante controvertido. Aunque Muñoz y Soliva defiende este hecho, y a pesar de que se encuentra, como hemos visto, entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca su nombramiento como diputado[11], su nombre no aparece nunca entre la nómina de los representantes en Cádiz de la provincia de Cuenca. Aunque había sido nombrado como representante de la junta de la provincia, de la cual era presidente, el 26 de octubre de 1810 se pasaba a la Comisión de Poderes de las Cortes una representación del propio prelado sobre los poderes que éste había presentado, asunto que sería retomado en la sesión secreta del 7 de noviembre, aunque el asunto fue diferido para otra reunión posterior[12]. Las Cortes no aceptaron el nombramiento, por lo que Guillermo Hualde, chantre de la catedral y residente en ese momento en Cádiz en virtud de su primer nombramiento como representante de la junta provincial ante la regencia, envió un recurso en defensa de su prelado, provocando una sonora discusión en la que participaron algunos de los más destacados liberales de la asamblea, como Ramón Utges y el propio Agustín Argüelles. El asunto no llegó nunca a cerrarse de forma definitiva. En este sentido, hubiera resultado positivo el nombramiento del propio Hualde ante las Cortes, aprovechando así su presencia en la ciudad mediterránea.

El resto de los diputados a Cortes sí llegaron a jurar su nombramiento en la ciudad mediterránea, según hemos podido saber por las anotaciones de los diarios de sesiones. Diego de Ventura Mena, conde de Buenavista Cerro, en unión con otros diputados, como los conquenses Diego Parada y Manuel de Rojas, o el valenciano Joaquín Lorenzo Villanueva, juró su cargo en la sesión nocturna que se celebró el 24 de octubre de 1810, recién llegados todos ellos a Cádiz en un barco desde el puerto de Valencia. Los datos que tenemos sobre él son muy escasos, por lo que no es posible a partir de los propios diarios sacar ninguna conclusión definitiva sobre su personalidad o su ideología. El 23 de junio de 1811, las Cortes le concedían una licencia de cuatro meses para viajar a la provincia de Cuenca, sin informar sobre los motivos que le habían movido a solicitarla. Por otra parte, el 15 de junio de 1812 fue admitido como uno de los miembros de la comisión que debía salir a recibir al regente, el duque del Infantado, y la regencia en pleno, cuando ambos debían presentarse ante las Cortes para prestar juramento. Sin embargo, dice Federico Suárez que en algunos informes posteriores se le cita como reiteradamente insultado desde los escaños liberales, lo que hace suponer que debía ser de filiación conservadora.

Alfonso Núñez de Haro fue uno de los representantes en Cortes que pudo ya jurar su cargo en la primera sesión de las mismas, el 24 de septiembre de 1810. Como en el caso anterior, también a este diputado se le concedió licencia el 3 de abril de 1812 para viajar, esta vez a Mallorca y a Murcia, con el fin de solucionar algunos asuntos particulares de su familia. En la sesión correspondiente al 20 de febrero del año siguiente, se dio por informado al pleno que el conquense había contestado al jefe político de la isla de tenía pensado cumplir la orden por la que se mandaba que todos los diputados que por cualquier razón se encontraban fuera de Cádiz, regresaran lo más pronto posible a la ciudad andaluza. Formó parte de las comisiones de premios, el 8 de febrero de 1811, y la que debería examinar el expediente abierto sobre el Consejo Supremo, el 1 de abril de ese mismo año. Junto a Manuel Rojas, el 8 de abril de 1812 se enfrentó con Antonio Cano Manuel, fiscal del Consejo Real, por un asunto relativo a dos sobrinos de éste, que pretendían entrar en el cuerpo de artillería. Sin duda, debíaó ser familia de otro Alfonso Núñez de Haro y Peralta, nacido también en Villagarcía del Llano al iniciarse el segundo cuatro de la centuria anterior, que falleció en Méjico en 1800, después de haber sido nombrado arzobispo de la ciudad americana y virrey interino de Nueva España.

Diego Parada era sin duda uno de los descendientes de esta ilustre familia de Huete. Catedrático de Alcalá, también tuvo que pedir licencia a las Cortes en el mes de julio de 1812, aunque esta vez motivado por razones de salud. Formó parte también de algunas comisiones: el 14 de abril, para examinar los reglamentos de las Secretarías de Estado; el 23 de septiembre, para la de inspección del propio Diario de Cortes; y el 1 de diciembre del año siguiente, para la de la Biblioteca de Cortes. Por lo que se refiere a Manuel Rojas, consejero de Estado, también formó parte de algunas comisiones, como la de Hacienda, en diversas etapas de las Cortes. Debe ser el mismo que, ya con el segundo apellido, Ortega, figura como suplente en la Junta de Censura de Cuenca, que fue aprobada por la Junta Suprema de Censura, con el visto bueno de las Cortes, el 7 de septiembre de 1813.

Mención aparte merece el diputado Felipe Miralles, canónigo de la catedral y de tendencia liberal. Fue éste también uno de los que juraron su cargo el 24 de octubre de 1810. Sin embargo, apenas cinco meses más tarde, en la sesión del 31 de marzo del año siguiente, se daba cuenta de su fallecimiento, así como de que su sustituto, el ilustrado militar Fernando Casado Torres, no se había podido presentar, por hallarse el país ocupado. La situación se complicó aún más por el hecho de que el segundo suplente, Pedro Pinuaga, también había fallecido. Así pues, le sustituiría José Lucas Ortega. Como hemos podido ver, Fernando Casado no era, en esencia, un diputado sustituto; en realidad, había sido nombrado como diputado titular desde un primer momento, aunque no había podido presentarse en Cádiz con el resto de sus compañeros.

Por otra parte, el 21 de marzo de 1811, los miembros de la junta conquense de defensa otorgaron un nuevo poder en favor de Pedro Nalda, miembro del consejo de Su Majestad y contador general de pósitos del reino, “para que en su nombre, y con arreglo a las instrucciones de ella, haga las reclamaciones, súplicas, y gestiones convenientes ante Su Majestad, el augusto Congreso de las Cortes generales y extraordinarias del reino, Supremo Consejo de Regencia, y demás tribunales superiores que necesario fuese, hasta conseguir los objetos a que se dirijen los desvelos de la junta, que sólo terminan a la felicidad y bien de esta provincia, pues para todo le dan poder amplio, con plena, franca, libre general facultad, sin que por falta de expresión, circunstancia o calidad deje de hacer cosa alguna, pues todo el poder que se necesita le confieren, sin excepción ni limitación alguna.”[13] Al mismo tiempo, revocaban los dos poderes anteriores, de fecha 15 y 26 de febrero, a nombre del chantre de la catedral, Guillermo Hualde.

Juramento de las Cortes de Cádiz
José Casado del Alisal
Congreso de los Diputados. Madrid


En 1813 se constituyó la nueva legislatura, la que debía proceder al traslado de las Cortes a Madrid, una vez expulsado del país el ejército invasor. Así, en los primeros días del mes de abril se reunieron en Cuenca los electores que debían proceder al nombramiento de los nuevos diputados por la provincia de Cuenca. Muchos de los nombres de esos electores son diferentes a los que se habían reunido para la legislatura anterior, especialmente los que representaban al partido de Cuenca. Así, además del propio jefe político, Ignacio Rodríguez de Fonseca, se encontraban Manuel González de la Villa, provisor, vicario general y gobernador eclesiástico de la diócesis, en sustitución del propio prelado, trasladado para entonces a su señorío de Pareja; Miguel Francisco de Gaona, abogado y vecino de Villar de Cañas; el también abogado Pedro Antonio González, vecino de Campillo de Altobuey; y los sacerdotes Nicolás García Page y Máximo Julián López, que estaban destinados respectivamente en las parroquias de San Andrés y San Nicolás de la capital. Por el partido de Huete asistieron los ya conocidos Juan Antonio Domínguez y Juan José Martínez Toledano. Extrañamente, no había ningún representante por el partido de San Clemente[14].

En aquella reunión se decidieron los cuatro diputados que debían representar a la provincia de Cuenca en la nueva legislatura. Los nombres de los cuatro diputados eran todos nuevos, y algunos de ellos salieron de entre los propios asistentes a la reunión. Dice así el acta correspondiente, transcrita en el respectivo poder que otra vez se otorgó ante el mismo notario el día 6 de ese mismo mes: “Habían hecho el nombramiento de los diputados que en nombre y representación de esta provincia han de concurrir a las Cortes, y que fueron electos por diputados para ella por esta provincia los señores don Nicolás García Page, natural del lugar de Ribagorda, aldea de esta ciudad de Cuenca, cura párroco de San Andrés de ella; don Antonio Quartero, natural de la villa de Tarazona de la Mancha, partido de San Clemente, residente en Cádiz; don Juan Antonio Domínguez, natural de la villa de La Parrilla, cura de Leganiel, partido de Huete; don Andrés Navarro, natural de Rubielos altos, partido de San Clemente, catedrático que fue de Filosofía Moral en los Estudios de San Isidro [el Real, tachado]; y por suplente para en su caso, don Juan Crisóstomo Ramírez de Almazán, presbítero, natural de la villa de Aliaguilla.”

Poco es lo que se sabe de la filiación de Andrés Navarro, más allá de lo que dice en la propia acta de nombramiento. Éste, igual que Antonio Cuartero, juró ya el 25 de septiembre de 1813, en el transcurso de la última jornada preparatoria para la instalación de las Cortes ordinarias. Formó parte de la comisión especial para el arreglo del Código Penal, y también en la de instrucción pública, y en la legislatura de 1814, en la de reforma del reglamento de Cortes. Y por lo que se refiere a Antonio Cuartero, fue miembro de diversas comisiones en ambas legislaturas, como la de Hacienda en 1813 y la de Patrimonio del Rey en 1814, y era de ideología liberal. En sus memorias, el también diputado liberal Joaquín Lorenzo Villanueva sigue sus pasos una vez terminada su aventura en las Cortes, después de la suspensión de éstas. Fue éste uno de los veinticuatro diputados liberales, junto al citado y al también conquense Nicolás García Page, que formaba parte de una lista que desde Valencia se había remitido al general Francisco Eguía el 4 de mayo de aquel año para proceder a su arresto, aunque logró escapar del país antes de que se procediera a su detención. Por este motivo se le declaró prófugo, y su causa siguió abierta en rebeldía.

También es compleja la filiación personal, no ideológica por cuanto también está contrastado su carácter liberal, del cuarto diputado de las legislaturas de 1813 y 1814, Juan Antonio Domínguez, que otros historiadores llaman Juan María Domingo o Juan María Domínguez, problema del que también se hace eco el historiador Francisco José Fernández de la Cigoña. No obstante, las propias actas, tanto las correspondientes a este periodo como las de las Cortes del Trienio Liberal, de las que también fue diputado, resuelven una vez más el problema: se trataba de la misma persona. Juró su cargo en la sesión correspondiente al día 5 de octubre de 1813.

Mención especial, por su especial relevancia tanto en las propias Cortes  de 1813 y 1814 como en su posterior devenir histórico, hay que hacer del cuarto de los diputados conquenses, Nicolás García Page, quien había nacido en Ribagorda, como ya se ha dicho, en 1771. Elegido como uno de los diputados que deberían representar a Cuenca en las Cortes de Cádiz, su labor allí fue bastante importante, formando parte del grupo de diputados liberales, y de diversas comisiones, entre ellas las de Ultramar y de Instrucción Pública. Formando parte de ésta última, el 9 de diciembre de 1813 presentó al conjunto de las Cortes una serie de cinco proposiciones para mejorar este aspecto de la sociedad, tan abandonada por el poder civil en los años del Antiguo Régimen. Exigía en ellas la preparación de un plan uniforme, solicitaba asimismo que hasta la preparación de este plan pudiera regir el que en su día había preparado el afrancesado marqués de Caballero, que había sido Ministro de Gracia y Justicia. Asimismo, propugnaba la extensión de dicho plan a los centros educativos propios de la Iglesia, incluidos los seminarios, obligando a éstos a dar cuenta al Gobierno de su puesta en ejecución. Finalmente, solicitaba la publicación de un nuevo catecismo nacional, que debería ser aprobado por una comisión formada por seis obispos, y solicitaba además el establecimiento de una junta de censura para la corrección de costumbres, que debería depender del poder civil.

Dos días más tarde se admitieron a discusión las cuatro primeras proposiciones, acordándose que fuera trasladado el debate, para su aprobación definitiva, a la propia Comisión de Instrucción Pública. Fernández de la Cigoña, que tan crítico es con todo lo sospechoso de ser susceptible de ser tildado de liberal, considera esta intervención del diputado conquense como “una intromisión más del Estado en las competencias de la Iglesia, indicándole cual debe ser el sistema de enseñanza de las instituciones que ella sostiene para la formación de sus miembros”. Es evidente que no tiene en cuenta, no sólo el carácter eclesiástico del autor de estas cinco proposiciones, sino tampoco el hecho de que en una sociedad laica como la que la nueva España quería ser, a pesar del carácter confesional de la propia Constitución de 1812, la instrucción de la sociedad en su conjunto no podía estar ya en manos del poder eclesiástico, como lo había estado en el Antiguo Régimen, sino en manos del poder civil, que se quería hacer residir en el propio pueblo.

Una vez terminada la Guerra de la Independencia, ocupado otra vez el trono por Fernando VII y traicionados así los liberales por un monarca que quiso hacer tabla rasa de todo lo que las Cortes habían aprobado, éstos sufrieron una violenta represión, que les llevó a muchos de ellos al exilio o a las cárceles reales. Junto al prófugo Andrés Navarro, Nicolás García Page estuvo preso en Madrid cerca de un año, habiéndole sido confiscados sus bienes y sus rentas; después fue enviado al convento de franciscanos observantes de Saceda, en la provincia de Guadalajara, de donde no pudo salir hasta 1820, triunfante la revolución de Riego. En ese año, su figura fue exaltada por el cuerpo de ingenieros zapadores, que le visitó en la localidad de Alcalá de Henares, y también, junto a la de otros políticos liberales, por la Sociedad Patriótica Amigos de la Libertad, que poco tiempo antes había sido fundada en el madrileño café de Lorenzini. En esos años fue nombrado canónigo de Cuenca.

Ese año, recuperado el poder por los liberales, tanto él como Joaquín Lorenzo Villanueva fueron premiados con una canonjía por la diócesis de Cuenca, aunque ambos volverían a ser nombrados diputados a Cortes, cargo en el que permanecieron hasta la derrota liberal de 1823. Derrotado el liberales,p, García Page pasó desde Cádiz a Gibraltar, salvando de esta forma la vida. Exiliado primero en Francia y más tarde en Inglaterra, donde estuvo al cargo de una iglesia católica de Londres, en 1826 pasó desde allí a la isla de Guernsey, y en 1834, fallecido Fernando VII, pudo regresar a España. Establecido en Madrid, fue abad de Santa Leocadia y académico de Ciencias Eclesiásticas de San Isidoro. Organizó el Hospital General de Madrid, y falleció en la capital de España en 1836.





[1] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 76-77v.
[2] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 283-284v.
[3] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 291-293.
[4] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 288-289.
[5] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 290-291v.
[6] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 279-280v.
[7] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 368-369.
[8] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, P-1576, ff. 355-356v.
[9] CANO HUÉLAMO, OCTAVIO, El Rusiano, almirante e ilustrado zafreño, Cuenca, 2002, pp. 157-158.
[10] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, leg. 1576, fol. 60-60v
[11] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, leg. 1576, fol. 355r-356v.
[12] Diario de Sesiones de las Cortes secretas. Sesión del día 7 de noviembre de 1813.
[13] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, leg. 1576, fol. 427-428
[14] Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Sección Notarial, leg. 1576, fol. 83-84.

jueves, 14 de diciembre de 2017

El obispo Antonio Palafox y el Parador de las Escuelas


Antonio Palafox fue el último obispo ilustrado de la diócesis de Cuenca (1800-1802). Había nacido el 10 de junio de 1740 en Madrid, y era hijo de Joaquín de Palafox y Rebolledo, almirante de Aragón y marqués de Ariza. Después de haber estudiado en Valencia y en Roma, regresó a España en 1761, y en el mes de diciembre de 1762 era nombrado arcediano de Cuenca, ciudad en la que permanecería, más allá de algunas visitas a su ciudad natal, hasta el momento de su muerte. En Cuenca se destacó como un prelado ilustrado, verdadero impulsor de la Sociedad Conquense de Amigos del País, y fundador, en el edificio que había sido sede de la casa de la moneda, de una fábrica textil de cierta importancia, adscrito a la Real Fábrica de los Cinco Gremios de Madrid, en la que pudo impulsar temporalmente una industria que había sido floreciente en la ciudad sobre todo durante el siglo XVI, pero que en aquellos momentos se encontraba en crisis. Fundó también, para la educación infantil, sendas escuelas, de niños y de niñas, que llevaba su nombre, y que funcionaron como tales hasta bien entrado el siglo XX.

En el año 1800 fue nombrado obispo de la ciudad, y durante el escaso tiempo en el que permaneció al frente de la diócesis, se destacó como un consumado urbanista. Modificó el trazado callejero de la ciudad desde la entrada a ésta por su parte occidental, en la Puerta de Huete o de Madrid, hasta la Plaza Mayor, transformando así el conjunto de callejas estrechas y mal ventiladas que había antes, en un acceso cómodo, al menos para la época, que conforman las actuales calles Palafox, San Juan, Andrés de Cabrera y Alfonso VIII. Sin embargo, su temprana muerte, acaecida en 1802, imposibilitó que pudiera transformar también la no demasiado espaciosa Plaza Mayor en una plaza mucho más amplia, proyecto que contaba con el derribo de las dos manzanas de casas que se encuentran a un lado y otro de la calle Clavel, de manera que de esta forma se podía encontrar en una misma plaza el ayuntamiento, la catedral y el palacio episcopal.


Precisamente se encuentra entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca el contrato de compra, por parte del obispo Palafox, de una casa junto a la puerta de Huete, casa que serviría en parte para la construcción de un importante edificio, cuyas rentas servirían para sufragar los gastos derivados del funcionamiento de sus propias escuelas[1]. El contrato, firmado el 8 de julio de 1801, fue firmado ante la escribanía del notario Pablo Román Ramírez, y en él figuraba como entidad vendedora el propio ayuntamiento de la ciudad, representado para la ocasión por su corregidor, José Miret, que era además consejero de Su Majestad y alcalde mayor del crimen de la chancillería de Granada, acompañado además por otros miembros del concejo municipal: los regidores Ignacio Rodríguez de Fonseca y Santiago Antelo y Coronel; Pedro de la Cuba y Avellaneda y Manuel González de Santa Cruz, diputados del común; Diego Antonio de Valdeolivas, procurador síndico personero; y el contador de propios, José Antonio Ramírez.

Los motivos de la venta de la casa, y de otros bienes municipales, tenían que ver con la necesidad en la que se encontraba en ese momento el ayuntamiento para recaudar fondos con los que contribuir a un impuesto especial con el que Carlos IV había gravado a todas las ciudades del reino. Dice así el documento: Que por Real Decreto de seis de noviembre de mil setecientos noventa y nueve, inserto en Real Cédula de doze del mismo, mandó Su Magestad repartir trescientos millones de reales por vía de subsidio entre los pueblos del Reyno con proporción a sus riquezas y según el método que dictare el zelo, luzes y acreditada experiencia del Consejo, dejando a los mismos pueblos la facultad de buscar arbitrios, que sin ser gravosos a los pobres, produjeran la suma referida, para cuyos efectos reformó instrucción, que se comunicó a los intendentes del reyno en primero de febrero de mil ochocientos, de que se remitió a esta capital copia, con nota de haverle cavido a esta provincia tres millones setezientos onze mil, trescientos doce reales y treinta y dos maravedíes, para cuyo pago dispuso el ayuntamiento proponer varios arbitrios al supremo Consejo, como lo hizo en el celebrado en diez y nueve de noviembre de dicho año de ochocientos, de haber de imponerse arbitrio sobre el vino, carne, aceyte, jabón y otros géneros, y vender la Casa Quartel de milicias, y otras dos situadas en esta población, pertenecientes a sus propios, tituladas de la Matrona y Casa Nueba de la Nevería, y la dehesa de la Solana, que también le Pertenece, y remitido a la aprobación del Consejo, mandó la exacción temporal del arbitrio que se refiere y venta, y de las dos últimas citadas casas y dehesa de la Solana, según se expresa en el oficio que pasó a la ciudad el caballero intendente de esta provincia, que para que conste y documente la superior licencia para la enagenación de estas fincas se entrega testimonio que ha de insertar en esta esscritura.”

El documento inserta también la autorización real para proceder a  los nuevos impuestos municipales, así como también a la venta de los tres edificios, y también la de la dehesa en cuestión. Dicha autorización había llegado el 3 de febrero de 1801, remitida a la ciudad por Bartolomé de la Dehesa, contador general de propios y arbitrios del reino. Y como primer paso para proceder a la venta, se tasaron las dos casas aludidas, la de la Matrona y la de la Nevería, por parte del maestro mayor de obras de la ciudad, en la cantidad de 7.600 reales y 7.800 reales respectivamente. Puestos ambos bienes inmediatamente a subasta a la baja, la casa de la Nevería fue rematada en la cantidad de 5.210 reales en la persona del arquitecto iniestense Mateo López, aunque el interesado afirmó desde un primer momento que actuaba a nombre del propio obispo de Cuenca, Antonio Palafox. No sabemos qué es lo que pudo pasar con la otra casa que debía enajenarse, la de la Matrona, que sería sin duda vendida a alguna otra persona interesada en ella.

En el documento también aparece documentada la certificación de haberse producido el pago de los poco más de cinco mil reales por parte del propio Mateo López, en representación del prelado, certificación que estaba firmada por José Cantero, tesorero de rentas reales de la provincia conquense. Por este motivo se procedía a hacer escritura de la venta de la casa, la cual, y según está pormenorizado en el documento, se halla libre de toda carga y gravamen, que no la tiene por haberse levantado de nueva planta y construido a cuenta de los caudales públicos quando hizo la citada obra de calle, y como tal se la vende en precio y quantía…” Y continúa el documento: “Da y otroga carta de pago y finiquito en forma con las fuerzas y firmezas en derecho necesarias, confesando la entrega y renunciación de su prueba y demás del caso. Y declara que el precio justo de esta venta son los referidos cinco mil doscientos diez reales de vellón, que no vale más ni hubo quien más diese en el remate público celebrado de ella, y si algo más vale o pudiese valer en adelante, en poco o mucha suma le hacen a su Ylustrísima gracia, cesión y donación buena, para mera perfecta irrevocable que el derecho llama intervivos, cerca de lo qual renuncia la ley y reglas del ordenamiento real fecho en Cortes de Alcalá de Henares, que trata de las cosas que se compran o venden por más o menos de la mitad del justiprecio, y de los quatro años que prefine para poder pedir rescisión o suplemento de esta venta, y de ella no usara en manera alguna, de cuyo remedio renuncia para que no le valga. Y desde oy día de la fecha en adelante, perpetuamente y para siempre jamás, se desiste, quita y aparta esta ciudad del derecho de posesión, título, voz y recurso que dicha casa tenía, y todo lo cede, renuncia y traspasa en el referido Ylustrísimo Señor Don Antonio de Palafox y Croy, obispo de ella, para que sea suya, habida y adquirida por su dinero justo y dicho título de compra.”


La situación de la casa es bastante clarificadora: “En el camino y calle nuebamente construida de vajada  de San Juan al combento de la Trinidad, y alinda a saliente con corral accesorio a las casas principales del mayorazgo que goza el Excelentísimo Señor Marqués de Hariza y Estepa, que habitó su Ylustrísima y ahora su familia, y por las demás partes la citada calle, con todas sus entradas y salidas, usos y costumbres, derechos y servidumbres quantos oy día y en adelante le pertenecieren.” El edificio en cuestión, por lo tanto, no es otro que el todavía conocido como Edificio Palafox, y hasta hace no mucho tiempo también Parador de las Escuelas, sede actual del Conservatorio de Música, y que a lo largo de la historia ha sido sede de diversos centros educativos, entre ellos, y sobre todo, el único instituto con el que contaba la ciudad hasta los años cuarenta del siglo pasado. Un edificio conformado en su origen, en realidad, por las dos casas, la casa familiar que había sido propiedad con anterioridad del propio prelado y la nuevamente adquirida por éste, la llamada Casa Nueva de la Nevería. Sobre ambas casas se construiría el nuevo edificio, cuyas rentas servirían, como ya se ha dicho, para sufragar los gastos de las dos escuelas que habían sido fundadas por el obispo ilustrado. La participación de Mateo López como intermediario en la compraventa, así como la relación existente entre el eclesiástico y el arquitecto, miembros ambos de la Sociedad Conquense de Amigos del País, hace pesar en su participación activa en el proyecto y la construcción del nuevo edificio.



[1] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Sección notarial. P-1573, fols. 456-459v.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Conquistadores y colonizadores de América


Mucho es lo que se ha escrito sobre la personalidad de los primeros conquistadores de América: eternos segundones, condenados por la ley del mayorazgo a no poder nunca heredar los bienes de sus padres; aventureros en busca del oro y la gloria; condenados por diversos delitos, que buscaban en las nuevas tierras descubiertas la redención de sus condenas; y también, por supuesto, nobles caballeros que sólo pretendían los intereses de la corona de España.

No debieron los conquenses de entonces, que muy pronto comenzaron ya a llegar a las tierras americanas, ser muy diferentes a estos tipos característicos de colonizadores. Es más, si profundizamos un poco en las cualidades de cada uno de nuestros ilustres conquistadores, encontraremos seguramente en su forma de ser, entremezclados, varios de estos tipos: el noble junto al aventurero; el avaricioso buscador de minas de oro junto al enemigo declarado de la esclavitud de los indígenas... Nadie es perfecto por definición, y todos somos buenos y malos, dependiendo del momento y de la situación en la que nos encontremos.

Ya hemos comentado antes que nuestros paisanos de los siglos XV y XVI, comenzaron a llegar al nuevo continente desde los primeros años del descubrimiento, y fueron muchos los que llegaron a formar parte de la historia de la conquista por méritos propios. De todos ellos, el primero fue Gabriel de Barahona, natural de Belmonte, que fue uno de los que formaron parte del primer viaje del almirante Colón, el del descubrimiento.

El historiador mexicano Francisco A. de Icaza, en su libro “Conquistadores y Pobladores de Nueva España”, menciona, entre los que primeramente llegaron a las tierras descubiertas, a varios hijos de la provincia de Cuenca: Melitón Álvarez, Juan de Beteta, Pedro de Cañamares, Diego de Caraballo, Juan López de Fuentes, Pedro de Pantoja y Alonso Verdejo.

Otro conquense ilustre fue Amador de Cabrera, nacido en la capital de la provincia, de familia noble, pariente del marqués de Moya. Llegó a América en 1557, formando parte de la escolta del segundo marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza, que había sido nombrado virrey de Perú. Descubrió en Huencavélica una importante mina de mercurio.

Los hermanos Francisco, Julián y Lope de Cañizares, después de haber adquirido una importante experiencia militar en Europa, marcharon también al Perú con el otro virrey de la misma familia, García Hurtado de Mendoza, en donde combatieron contra los araucanos y su famoso caudillo Caupolicán, cantado por Rubén Darío. De todos ellos, el que más se destacó en tierras americanas fue el primero, llegando a general de la Armada y corregidor de varias provincias.

Juan de Carvallón, de Castillo de Garcimuñoz, fue uno de los conquistadores de Costa Rica, donde también se destacó Juan Ortiz Barriga, natural de Belinchón. Fundó allí una ciudad, a la que le dio el nombre de su pueblo natal, aunque después se transformó en la actual Cartago. Tuvo el cargo de oidor de la audiencia de Nueva España, donde murió.

Leonel de Cervantes, de Tarancón, recorrió las tierras de América del Norte y la ribera del río Misisipi, a las órdenes de Pánfilo de Narváez; fue nombrado gobernador. Por aquel tiempo también se destacaba ya entre los aventureros Andrés de Contreras y Carranza, de Cañada del Hoyo.

También se destacó más arriba del río Grande, en el actual estado de California, Alonso García Remón, de Cuenca. Fundó la factoría de Monterrey, fundación en la que también intervino otro conquense, ya nombrado, Pedro López, natural de Fuentes. Esta factoría se convirtió con el paso del tiempo en la ciudad de Los Ángeles, y García Remón, habiendo ya regresado otra vez al cono sur, fue nombrado gobernador de Chile.

Cuando Andrés Hurtado de Mendoza, virrey de Perú, organiza por el río Marañón, o Amazonas, la expedición en busca de la mítica ciudad de El Dorado, que según se decía estaba toda ella fabricada de oro, también figuraba entre los expedicionarios otro conquense de la capital, Pedro López de Ayala. Fue uno de los que se rebelaron contra el gobernador Pedro de Ursúa, y fue nombrado por el usurpador Lope de Aguirre pagador del nuevo reino independiente que el tirano había fundado en el cauce del río, y que se mantenía entre sus hombres a base del terror. Ésta fue la expedición más tristemente famosa de cuantas tuvieron como meta la búsqueda de los tesoros inexistentes de Amagua y El Dorado.

A Juan Morales Abad, también de Cuenca, lo cita Ricardo Palma es su libro “Tradiciones peruanas”. Estuvo con Pizarro en la Entrada, gesta por la cual el emperador inca Atahualpa fue capturado por los españoles, por lo cual en algunos documentos figura con el nombre de Juan Morales de la Entrada. Luchó contra Femando de Carbajal, cabecilla de la revuelta que su hermano Gonzalo encabezó a la muerte de Francisco Pizarro. Siendo derrotado por aquél en Pocona, fue mandado ejecutar, aunque logró salvar la vida.

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De todos los conquenses que se destacaron en la conquista de América, el de mayor importancia histórica es sin duda Alonso de Ojeda, vencedor en el Caribe sobre las huestes del cacique Caonabo, y descubridor de Venezuela. Torrejoncillo del Rey se disputa con la capital de la provincia ser la cuna de este ilustre paisano, aunque parece que esta última es la más defendida por los historiadores.

Pedro de Ojeda era sobrino del anterior y, como él, nacido probablemente en Cuenca. Mandaba una de las cuatro carabelas que formaron parte de la expedición que en 1.502 organizó su tío, y que le llevó de nuevo a las tierras de América.

Finalmente, en las crónicas antiguas figura un capitán de navío de apellido Valenzuela, cuyo nombre de pila se ignora, y que había nacido en Cuenca. En 1557 participó en la conquista de Chile. Ignoramos si es el mismo que participó en alguna de las expediciones de Alonso de Ojeda, y que fue uno de los que permanecieron en el fuerte de San Sebastián esperando inútilmente su regreso.

Estos son algunos de los que, habiendo nacido en los límites actuales de la provincia de Cuenca, cruzaron el Atlántico y a su modo influyeron en la cultura actual de América. Otros muchos llegaron hasta allí, portando entre sus brazos poderosos, no sólo la espada, sino también la cruz o el libro de leyes. Incluir a todos ellos en este artículo hubiera sido empresa demasiado costosa y aburrida para el lector. Baste de momento estos ejemplos, y quede lo que resta para trabajos posteriores que desde aquí prometo cumplir.



Nuevo Diario, 28 de octubre de 1991

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