Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


jueves, 28 de diciembre de 2023

¿Encontrado un belén entre las ruinas de la ciudad de Pompeya? ¿Fake new o mala praxis periodística?

 

Hace algunos meses, saltó a la prensa generalista una noticia que parecía que iba a cambiar, de algún modo, la historia del imperio romano, o al menos, de una parte de esa historia: “Descubierto un nuevo emperador romano, Esponciano, gracias al descubrimiento de cuatro monedas de oro”. El supuesto emperador habría sido proclamado como tal en la provincia de la Dacia, en el año 260, y las monedas habían sido descubiertas hacia el año 1713 en Transilvania, aunque desde entonces, habían permanecido en algún sótano olvidado de la Galería de Arte Hunterian, en Glasgow (Escocia), hasta que alguien se había dignado a estudiarlas con detenimiento. ¿Hasta qué punto, este supuesto emperador desconocido, Esponciano, es digno de figurar en las listas de los principales mandatarios del imperio romano? ¿Fue de verdad emperador o, como mucho, uno de esos aspirantes a emperador, que intentó usurpar el trono en algún momento de la historia de Roma, y que sólo llegó a ser aclamado, durante unos pocos días, por una parte de sus tropas?

Muy pronto, algunos medios más especializados -y yo me hice eco de esos medios, en la sección de este blog dedicada a las noticias históricas; ver “¿De dónde salió esta moneda?”, https://www.youtube.com/watch?v=a0NwZxplT0Q-, enfriaron la noticia con una realidad mucho menos renovadora de la historiografía: las cuatro monedas eran una sola -las otras tres estaban a nombre de otro emperador ya conocido por los historiadores, Filipo el Árabe-, y ésta contenía en la leyenda una gran cantidad de faltas de ortografía, que, unidas a la mala calidad de la impronta de sus caras, demostraba que la moneda era, si no una falsificación realizada en pleno siglo XVIII, como antes se pensaba, en todo caso una simple imitación realizada por alguno de los pueblos bárbaros que en el siglo III tenían contacto con el imperio romano. En todo caso, el tal Esponciano, de haber existido, no sería un verdadero emperador romano, sino un reyezuelo de alguno de esos pueblos bárbaros.

Algunas de las figuritas de terracota encontradas en la Casa de Leda y el Cisne, en Pompeya,
según han sido publicadas en el periódico digital 20Minutos

Éste es un claro ejemplo de lo que últimamente está sucediendo con una parte de la prensa sensacionalista: se toman algunas noticias sesgadas de  diferentes revistas científicas, o pseudocientíficas -algunas veces, incluso, se las inventan-, y se lanzan a los medios con titulares ostentosos, con el fin de asegurarse la atención de los lectores. Después, cuando se lee el artículo con cierto detenimiento, uno se da cuenta de que el redactor respectivo ha exagerado la noticia, o se ha malinterpretado el descubrimiento, o si, incluso se ha manipulado, sin haberse dignado a contrastarla, como hubiera sido su obligación. Algo parecido ha sucedido estos días, con la noticia de que en el transcurso de las excavaciones de la ciudad de Pompeya habían sido descubiertas trece figurillas de terracota, que podrían resultar un claro antecedente de nuestros modernos belenes. A continuación, menciono algunas de esas referencias, algunas de esas notas de prensa, tal y como han sido publicadas por algunos de esos medios:

·         ”Descubierto un 'Belén' de la antigua Pompeya en una Domus sepultada bajo la lava del Vesubio”. https://www.abc.es/cultura/descubierto-belen-antigua-pompeya-domus-sepultada-bajo-20231223173824-nt.html.

· “Descubren en Pompeya «el belén» de la Antigüedad”. https://www.lasprovincias.es/sociedad/descubren-pompeya-belen-antiguedad-20231223181633-nt.html.

· “Nuevo hallazgo en Pompeya: un 'portal de Belén' pagano”. https://vandal.elespanol.com/noticia/r23932/nuevo-hallazgo-en-pompeya-un-portal-de-belen-pagano.

·  “Hallan en Pompeya “el belén” de la Antigüedad”. https://www.msn.com/es-es/noticias/other/hallan-en-pompeya-el-bel%C3%A9n-de-la-antig%C3%BCedad/ar-AA1lWlKZ.

·     “Hallan en Pompeya 13 singulares figurillas de barro: se usaron en un ritual romano”. https://www.msn.com/es-es/noticias/internacional/hallan-en-pompeya-13-singulares-figurillas-de-barro-se-usaron-en-un-ritual-romano/ar-AA1lUrM7.

¿Hasta qué punto se puede decir, y quedarse tan tranquilo, que un grupo de figuritas de barro encontradas entre las ruinas de una ciudad romana, puede ser consideradas como el antecedente más remoto de una celebración tan asentada en España, incluso en buena parte de Europa, como es la instalación de belenes para celebrar el nacimiento de Jesús? No hace falta ser un especialista en historia antigua para saber que ello es imposible. Pompeya, como es sabido, fue destruida durante la erupción del Vesubio en el año 79, como otras ciudades que se hallaban también, como ella, en las faldas del volcán. No sabemos en qué año se produjo realmente la Crucifixión de Jesucristo, pero si aceptamos, como la mayor parte de los expertos, que pudo haber sido cuatro años antes del inicio de nuestra era, y que murió a la edad de treinta y tres años, debemos considerar que el hecho debió producirse alrededor del año 30, es decir, cincuenta años de la erupción del volcán. Por otra parte, es cierto que la extensión del Cristianismo por todo el imperio romano se inició muy pronto, y que ya en el año 64, cuando se produjo el gran incendio de Roma, éste se hallaba ya bastante asentado en la capital del imperio, hasta el punto de que el entonces emperador, Nerón, fue capaz de culpar de la tragedia a la nueva “secta”, tan peligrosa en ese momento para la aristocracia romana.

La destrucción de Pompeya, por otra parte, fue total, porque una gruesa capa de lava y de cenizas cubrió toda la ciudad en muy poco tiempo, impidiendo en ella toda clase de vida. De esta forma, las ruinas de Pompeya son muy interesantes para los arqueólogos actuales, porque la erupción convirtió a una de las urbes más populosas del imperio en una ciudad fosilizada, tal y como se encontraba en el mismo instante de la erupción del Vesubio. La erupción causó la muerte de muchos ciudadanos romanos, entre ellos el filósofo Cayo Plinio Segundo, a quien su curiosidad científica le condujo a acercarse demasiado a los ríos de lava que caían por las laderas del volcán. Su sobrino, Cayo Plinio Cecilio, describió aquellos hechos en algunas de sus cartas:

“El 24 de agosto, alrededor de la una de la tarde, mi madre le llamó la atención a Plinio el Viejo sobre una nube que tenía un tamaño y una forma muy inusuales. Acababa de tomar el sol y, tras haberse bañado en agua fría y haber tomado una comida ligera, se había retirado a su estudio a leer. Ante la noticia, se levantó inmediatamente y salió fuera; al ver la nube, se dirigió a un montículo desde donde podría tener una mejor visión de este fenómeno tan poco común. Una nube, procedente de qué montaña no estaba claro desde aquél lugar (aunque luego se dijo que venía del monte Vesubio), estaba ascendiendo; de su aspecto no puedo darte una descripción más exacta que se parecía a un pino, pues se iba acortando con la altura en la forma de un tronco muy alto, extendiéndose a su través en la copa a modo de ramas; estaría ocasionada, me imagino, bien por alguna corriente repentina de viento que la impulsaba hacia arriba pero cuya fuerza decreciera con la altura, o bien porque la propia nube se presionaba a sí misma debido a su propio peso, expandiéndola del modo que te he descrito arriba. Parecía ora clara y brillante, ora oscura y moteada, según estuviera más o menos impregnada de tierra y ceniza. Este fenómeno le pareció extraordinario a un hombre de la educación y cultura de mi tío, por lo que decidió acercarse más para poder examinarlo mejor”.

Dicho esto, está claro, también, el supuesto belén no pudo llegar allí después de la propia destrucción  de la ciudad. Por otra parte, el primer belén de la historia ha sido atribuido muchas veces a San Francisco, quien ya a finales del primer cuarto del siglo XIII lo instaló para decorar una misa de Navidad que el propio santo celebró en una cueva italiana, cerca de su ciudad de Asís. En todo caso, no existe ninguna referencia histórica de la existencia de este tipo de instalaciones hasta la Baja Edad Media. Además de todo ello, y volviendo a la noticia tal y como ha sido presentada por una parte de la prensa generalista, algunos de los redactores han querido resaltar el hecho de que Pompeya se encuentre tan cerca de Nápoles, como si éste fuera un término a tener en cuenta para demostrar aún más la certeza de la noticia, sin tener en cuenta que los llamados belenes napolitanos, por conocidos y admirados que sean, no son los primeros belenes de la historia, sino que su momento culminante se remonta sólo al siglo XVIII.

Entonces, ¿de qué estamos hablando realmente al referirnos al descubrimiento de esas trece figuritas de terracota en las ruinas de una casa pompeyana? El registro arqueológico es bastante clarificador de ello: las trece figuritas fueron descubiertas en una pequeña habitación, junto al atrium de la Casa de Lena y el Cisne, llamada así por la escena representada en uno de los hermosos frescos que adornan las paredes de la domus. Nada de lo que ha sido encontrado en la casa puede hacernos pensar, como es lógico, que sus dueños fueran cristianos. Por el contrario, en la casa abundan los frescos y los mosaicos con representaciones que son propias de algunos mitos muy conocidos de la religión romana. Y, por otra parte, es sabido, también, que en ese preciso lugar de la domus, entre la entrada a la casa y el atrium, junto al vestibulum, era el lugar en el que, en muchas ocasiones, solían colocarse los altares en los que se veneraban a los lares y a los penates, los dioses del hogar y de los antepasados, que eran venerados por todos los habitantes de la casa, porque, de esta forma se fortalecían los lazos familiares y comunitarios de todos los miembros de la familia.

Así pues, la identificación de estas estatuillas con estos dioses parece bastante clara, y a ello hacen referencia, también, algunas de las noticias publicadas, no sin antes haber llamado ya la atención del lector en titulares, como mínimo, engañosos. A la hora de informar sobre el descubrimiento, hubiera sido más sencillo y honrado atribuir a estos dioses del hogar, comúnmente representado en todos los hogares de la antigua Roma, las trece figurillas de terracota, pero me pregunto si esta manera de hacer periodismo, más respetuosa con la ontología de la profesión, hubiera logrado atraer la atención de los lectores de la misma manera que estos titulares lo han conseguido.

"Destrucción de Pompeya y Herculano". John Martin. 1822. Tate Gallery. Londres.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Una monografía sobre la Primera República Española

 

“Ya hay un español que quiere / vivir, y a vivir empieza / entre una España que muere / y otra España que bosteza. / Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios, / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.” ¿Quién no conoce el famoso poema de Antonio Machado, sobre esas dos Españas eternamente enfrentadas, que han teñido de dolor y de sangre esta España, la única España en realidad, durante al menos dos siglos?  Sin embargo, no fue el poeta andaluz, castellanizado por esa fría Soria de la meseta, y que pudo haber terminado su carrera como profesor en Cuenca -es sabido su deseo de  permutar su plaza en Baeza con el catedrático de francés del instituto conquense, en un desesperado intento por regresar a su querida Castilla, deseo que finalmente pudo hacerse realidad con su traslado definitivo a Segovia-. Antes de él, ya había hablado de esas dos Españas el novelista canario Benito Pérez Galdós, en alguno de sus inolvidables Episodios Nacionales, precursores de esa novela histórica que tan de moda está en la actualidad, y que de manera acertada retratan toda la historia de España a lo largo del siglo XIX.

¿Cuándo nace, en realidad, el mito de las dos Españas, que ya es consustancial con toda la historia de España? Difícil sería encontrar una respuesta a la pregunta que se nos hace. El pintor aragonés Francisco de Goya ya retrató a esas dos Españas enfrentadas en una de sus pinturas negras, la que tituló “Duelo a garrotazos”, y que actualmente puede ser contemplada en el Museo del Prado. No es casual, por otra parte, que este lienzo fuese pintado, precisamente, entre los años 1820 y 1823, durante el Trienio Liberal, el mismo arco temporal en el que, para muchos historiadores, el mito de las dos Españas se convirtió ya en una realidad incuestionable. En efecto, la España inmediatamente anterior, la de la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, la que significó la aprobación de la primera Constitución de nuestra historia, era también una España dividida: dividida entre absolutistas y liberales; dividida entre patriotas y afrancesados; dividida entre quienes buscaban renovar las instituciones políticas, al estilo de lo que ya estaba empezando a suceder en otros países europeos, y los que deseaban la pervivencia del Antiguo Régimen. Pero no será hasta los años del Trienio, con el triunfo temporal de los liberales exaltados, enfrentados incluso con los otros liberales más moderados, los doceañistas, cuando las posiciones políticas y sociales terminarán de enfrentarse para siempre; y sólo diez años más tarde, por culpa de ese enfrentamiento, se iniciará el ciclo periódico de guerras sangrientas -las tres guerras carlistas más la propia Guerra Civil-, que hasta hace muy poco tiempo, y gracias a la Transición, creíamos cerrado para siempre.

       Uno de los momentos más álgidos de ese enfrentamiento político y social, sin duda, fue la revolución mal llamada Gloriosa, iniciada en 1868, y su apoteosis final, la Primera República Española, en la que, en muy pocos meses, los que van desde febrero de 1873 hasta diciembre de 1874, se sucedieron, en el más alto poder del Estado, cuatro presidentes, además de otro presidente de facto, al propio Francisco Serrano; el mismo Serrano que había sido amante de la propia reina Isabel II, y que en muy poco tiempo pasó a convertirse en uno de los cabecillas de la revolución, llegando incluso a regente del reino, y que en 1874 terminó por constituirse en el definitivo enterrador de la propia República. Etapa ésta, la de la Primera República, que ha sido tenida por algunos historiadores, como una de las más importantes en la historia de España, a pesar de que no pudo mantenerse en el tiempo por la acción dinamitadora, según ellos, de los sectores más reaccionarios de la sociedad; y tenida por otros, por una de las épocas más oscuras, más sórdidas, por las que ha pasado nuestro país en las últimas centurias. 

Sobre la realidad histórica de esta Primera República, sobre sus virtudes y, sobre todo, sobre sus múltiples defectos, es sobre lo que trata el nuevo libro  de Jorge Vilches, doctor en Ciencias Políticas y Sociología, y profesor del Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. El libro lleva un título bastante clarificador: “La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos”, y en su contraportada podemos leer lo siguiente: “La Federal, como fue conocida, se predicó como una utopía política y social que traería paz, prosperidad y felicidad. Sin embargo, la élite dirigente demostró su desprecio a la democracia prefiriendo la Revolución, el golpe de Estado y la conspiración a la legalidad, el consenso y la educación del pueblo en costumbres públicas democráticas. Pronto el país quedó desgarrado. Entre febrero de 1873 y diciembre de 1874 hubo cinco presidentes, cuyos mandatos estuvieron marcados por la guerra, el desdén de Europa, el desorden público, la desorganización e indisciplina del Ejército y la amenaza de una guerra con Estados Unidos, así como por el cuestionamiento de la unidad nacional con la proclamación del Estado catalán y la expansión del movimiento cantonalista desde Cartagena. El fracaso de la República, último episodio de la Revolución de 1868, se llevó por delante la confianza ciega en el ejercicio de las libertades, y perjudicó la evolución democrática de España.”   

Dicho esto, ¿quiénes fueron los responsables del fracaso de esta primera aventura republicana en nuestro país? Desde luego, y como ha sucedido siempre en todos los procesos revolucionarios, los propios líderes que protagonizan la Revolución, por querer avanzar demasiado deprisa en ese proceso revolucionario. En efecto, el autor ha puesto, negro sobre blanco, quienes fueron esos culpables: los políticos, y principalmente, los  políticos radicales, con sus dirigentes, Manuel Ruiz Zorrilla y Cristino Martos, a la cabeza; los mismos que, pocos meses antes, habían obligado a abdicar a Amadeo I, aquel rey extranjero al que habían llamado los propios revolucionarios, conscientes de que el país todavía no estaba preparado para la República, para convertirlo en  su propia marioneta política. Y junto a los radicales, el resto de dirigentes republicanos de Francisco Pi y Margall, quien fuera segundo presidente republicano, al frente. A este respecto, recogemos a continuación las palabras del propio Jorge Vilches:

“La República no murió el 3 de enero de 1874, sino con el golpe de Francisco Pi y Margall del 23 de abril. Aquel acto de fuerza contra la legalidad hizo que fuera imposible que los dirigentes de los grandes partidos llegaran a una fórmula de gobierno aceptable para todos o, al menos, para la mayoría. Sin los radicales y los conservadores, cualquier acción política era imposible, porque el país era muy plural, y entre sus filas había grandes cuadros de la Administración, del Ejército y de la sociedad civil. Así, la política quedó en manos de golpistas y revolucionarios, o de federales taimados, incapaces de asentar por sí mismos un sistema político perdurable. Sin entendimiento entre las élites políticas y sin respeto a la legalidad no era viable levantar un régimen liberal y democrático. Aquel 23 de abril se rompieron las reglas del juego político establecidas el 11 de febrero, que eran la reconciliación en torno a la República como forma de Estado, y la reunión de unas Cortes Constituyentes. El golpe de Pi y Margall, urdido para impedir que legalmente se cambiara el Gobierno -el suyo-, rompió una reconciliación, que ya estaba maltrecha por los enfrentamientos del 24 de febrero y del 8 de marzo, entre la Asamblea Nacional, dominada por los radicales, y el Gobierno en manos de los federales.  El desprecio al adversario y la falta de un proyecto definido, junto con la irresponsabilidad y el mesianismo político, hundieron la posibilidad de sostener la República. Los republicanos prefirieron contentar a los federales intransigentes y cantonales antes de conciliar con radicales y conservadores. Usaron la fuerza el 23 de abril, y la República murió.”

La cita es demasiado larga, es cierto, pero consideramos que es, también, clarificadora de la situación en la que el país se encontraba en aquellos momentos; y resulta, además, demasiado cercana si la comparamos con la situación actual de España. En este sentido, el autor termina afirmando lo siguiente: “La incompatibilidad de Pi y Margall con el proyecto de establecer una República basada en la democracia, pluralista, conciliadora y de progreso, era completa. Tantos años predicando la utopía, excitando al pueblo para imponer la solución universal, para, una vez en el Gobierno, obsesionarse con calmar a los utópicos -a los cantonales- pero sin reprimirlos, para no perder su apoyo. En realidad, su pretensión era convertir la Federal -construida desde arriba- en un proyecto equidistante entre los cantonales y los partidos liberales, y con gran ingenuidad o miopía política, albergaba la esperanza de que los que rechazan la federación porque realmente la temen, como escribió, se irían convenciendo de que no pretendemos romper la unidad de la patria, y de que el orden se impondría.” El subrayado responde a las propias palabras del presidente republicano.

En efecto, muchos de los problemas repetitivos por los que tuvo que pasar nuestro país a lo largo del siglo XIX, y sobre todo durante la Primera República, y que volverán a aflorar durante el segundo intento republicano, cincuenta años más tarde, son los mismos que en la actualidad vuelven a florar en pleno siglo XXI, pese a que ya los creíamos superados, después de una Transición que, pese a sus indudables defectos, ha sido vista, en muchos escenarios internacionales, como un proceso político y democratizador ejemplar: una clase política, en buena parte, corrupta, que mira más hacia su beneficio propio que al del país; un nuevo auge de los nacionalismos excluyentes, sobre todo del catalán y del vasco, que, como ha pasado siempre que el Estado no es lo suficientemente fuerte como para hacerle frente con convicción, se apoya en su propia corrupción y en la de las élites gobernantes de la nación; la polarización del conjunto de la sociedad, consecuencia de todo ello, con el consiguiente abandono de las posiciones centrales y la basculación hacia los dos extremos del espectro político; el aumento de las posturas populistas, de uno y otro signo,…


La lectura de este nuevo libro del Jorge Vilches, colaborador habitual en diferentes medios de comunicación, radiados y escritos, en papel y en la web, nos resulta, ya lo hemos dicho, demasiado próxima a sus lectores, por su comparación con la realidad en la que nuestro país, España, se encuentra en estos momentos difíciles, tanto en lo que se refiere a la política interior como, desgraciadamente, también en la política exterior: “España se encontró aislada de Europa -gracias a la pertenencia de nuestro país a la Unión Europea, el aislamiento de nuestro país no es tan claro como entonces, pero también es cierto el retroceso que en este sentido ha sufrido nuestro país en los últimos años, después de la presidencia de Aznar -, lo que era una anomalía sin precedentes. Las potencias no se fiaban de la República española, ni siquiera la República francesa, porque no era estable y porque ni siquiera los propios federales se ponían de acuerdo. No hay que olvidar que la minoría republicana de las Cortes de 1871 apoyó a la Comuna de París en contra del Gobierno republicano de Versalles, el de la III República, y que eso tuvo sus consecuencias. Reino Unido y Francia decidieron esperar, y el resto de países europeos, salvo Suiza, aguardaron a que británicos y franceses tomaran una decisión. El problema de España era que, como demostró la historiadora Gómez-Ferrer, en Europa había pasado el tiempo de las utopías, en gran parte por el impacto de la Comuna de París, y se había instalado la realpolitik. La pugna española entre cantonalistas y carlistas asustaba en Europa. España era un país que se alejaba del camino que habían tomado las potencias europeas, y la cosa se complicaba aún más con los fusilamientos de la tripulación del Virginius. -el 31 de octubre de 1873, en el marco de la Guerra de los Diez Años contra los insurgentes cubanos, el Virginius, un veloz barco de vapor norteamericano que había tenido un importante papel en la Guerra de la Secesión, fue capturado por la corbeta española Tornado cerca de Morant Bay, en Jamaica, llevando a bordo alrededor de ciento cincuenta pasajeros, la mayoría de ellos cubanos, pero también estadounidenses y británicos; más tarde, el vapor americano fue llevado a Santiago de Cuba, y después de  una corte marcial, cincuenta y tres de esos pasajeros fueron ejecutados entre el día 4 y el 8 de noviembre, acusados de piratería, incluyendo entre ellos al capitán de la embarcación,  Joseph Fry, un antiguo héroe de la Guerra de Secesión americana, y a varios ciudadanos de aquellos dos países, ajenos al conflicto-. Castelar preguntó a Jovellar si obedecerían en Cuba la orden de entrega del Virginius a Estados Unidos y el saludo a su bandera. Esto era una cuestión de orgullo y honor que pesaba mucho entre los peninsulares de la isla. La respuesta debería ser urgentísima, porque, de ser negativa, se iría a la guerra y habría que abrir las Cortes.”

La Primera República Española terminó con la Restauración de Alfonso XII, promovida, sobre todo, por Antonio Cánovas del Castillo, pero también por Práxedes Mateo Sagasta, líderes respectivos del partido conservador y del partido liberal -la derecha y la izquierda moderadas de la época-, quienes crearon la idea de un turnismo político que, con todos sus defectos, fue capaz de traer al país, por primera vez después de mucho tiempo, un periodo de paz más o menos largo. Todos sabemos también como terminó la segunda aventura republicana que ha conocido nuestro país: en una guerra sangrienta, que volvió a enfrentar con las armas a esas dos Españas durante casi tres años, y que después seguiría enfrentándolas, durante cuarenta años más. A nosotros, los españoles del siglo XXI, los de la inteligencia artificial y los vuelos espaciales, nos toca elegir cómo queremos que termine esta nueva etapa de las dos Españas enfrentadas; nos toca elegir si preferimos el doloroso final que sucedió a la Segunda República, o si preferimos una nueva Restauración, en la que los partidos moderados, los que se llaman a sí mismos partidos de Estado, se alejen definitivamente de esas posiciones extremas, y vuelvan a trabajar en beneficio de España.

Galdós abogó por una tercera España, la España “de la razón frente a la barbarie, la de la moderación frente al fanatismo”, en palabras de María Ángeles Valera Olea, profesora también de la misma Universidad Complutense, y también del CEU San Pablo, en Madrid, aunque en el campo de la literatura. Así lo pronosticó en otras novelas suyas el escritor canario, y entre ellas, en “Doña Perfecta”. Es deseable que esa tercera España logre hacer olvidar en un futuro más o menos próximo a esas dos Españas enfrentadas, para que, de esta manera, y definitivamente, podamos los españoles que no pertenecemos a  ninguna de esas dos Españas, sino a la tercera, empezar a trazar el camino verdadero del progreso democrático.

Cromolitografías de Tomás Padró para la revista "La Flaca". Marzo de 1873.
En la imagen superior, la República, montada sobre un león, tal y como solía representarse,
intentando someter a sus enemigos: carlistas, federales, conservadores,...
En la imagen inferior, alegoría de la República, vestida con toga romana y con un pecho 
al descubierto, tal y como se representó a Hispania en algunas monedas romanas.
Lleva en una mano la balanza de la justicia, y en la otra, las tablas de la ley,
al estilo de la representación judeo-cristiana propia de la iconografía de Moisés.


lunes, 4 de diciembre de 2023

El Tercer Ángel: el colofón a la trilogía de Ignacio Márquez sobre el Virus Lunar

 

En las últimas semanas comentábamos en este blog las dos primeras novelas de la trilogía del escritor ciudadrealeño Ignacio Márquez Cañizares (ver "Una trilogía entre la historia y la fantasía“, 10 de noviembre de 2023). La finalidad de esta nueva entrada no es otra que la de retomar el argumento general de la trilogía, esa lucha entre el bien y el mal -representado éste por el malvado cardenal Mecirio, y por su lucha sin fin por hacerse con ese virus que puede cambiar el mundo, y aquél por el Tetrasoma que da título a la segunda entrega de la trilogía, y sobre todo, por esos tres ángeles que, de manera sucesiva, a lo largo de los siglos, deben salvar a la humanidad.

Pero es, también, y al margen de esa lucha, la lucha entre otros opuestos: la lucha, sobre todo, entre la magia y la ciencia. En efecto, si el primer ángel es Cristo, el Hijo del Hombre, y el segundo ángel, Lucas, es el hijo de la magia, el tercer ángel debe ser el hijo de la ciencia. En efecto, si los cuatro mensajeros del pasado son capaces  de regenerar  sus tejidos y  pervivir a través del tiempo gracias a la magia, el poder de ese tercer ángel, su pervivencia en el tiempo, está en la propia ciencia, a través de la alteración de los cromosomas que conforman el ADN humano. Por eso, el Tetrasoma no es más que los pares de bases que conforman el ADN; por eso, lo que Judas salvaguardó en el lápiz del carpintero no es más que la hélice que conforma todos los procesos de la vida: “Lo que tenía ante sí -y citamos literalmente de la novela- nada tenía que ver con los nombres de los inmortales, aunque la coincidencia distaría mucho  de ser casual: se trataba de pares de bases: adenina, timina, guanina y citosina.” Y continúa afirmando: “El estilete se había perdido consumido por el ácido; sin embargo, de una forma inexplicable desde el punto de vista de la óptica, la imagen que se proyectaba desde sus manos había logrado perdurar en un modelo tridimensional de ordenador; lo que había quedado grabado no era solamente la imagen, sino también un programa que era capaz de presentar los tres mil millones de bases de un genoma humano. Para mostrar toda esa información, el programa podría necesitar meses.”

No es extraño que sean cuatro, ni más ni menos, el número de caballeros que conforman el Tetrasoma. El número cuatro es, desde siempre y en todas las culturas, uno de los números mágicos: los cuatro elementos que conforman el universo, es decir, la vida; los cuatro apóstoles, los cuatro puntos cardinales, … También en el plano más negativo de todos, porque también son los jinetes que nombra San Juan en su Apocalipsis: Gazer, la guerra; Fuego Solar, el hambre; Polaris, la peste; Gambito, la muerte. Y en esta nueva entrega de la trilogía, el lector se da cuenta de por qué el autor ha elegido ese número y no otro.

Porque el número cuatro también está presente en la doble hélice que conforma el ADN. Si le preguntamos a ChatGPT, tan de moda en la actualidad, por cualquiera de estas sustancias, la timina, por ejemplo, podemos encontrarnos con la siguiente definición:  “La timina es una de las cuatro bases nitrogenadas que forman parte de las unidades estructurales básicas del ácido desoxirribonucleico (ADN). Las otras tres bases son adenina, citosina y guanina. Estas bases se combinan de manera específica para formar los pares de bases que constituyen los escalones de la doble hélice del ADN. La timina se empareja siempre con la adenina mediante dos enlaces de hidrógeno, formando así un par de bases complementarias. Esta especificidad en la unión de las bases es crucial para la replicación y la transmisión precisa de la información genética durante la división celular. La secuencia de estas bases en el ADN codifica la información genética que determina las características y funciones de un organismo. La timina desempeña un papel vital en la estabilidad y la integridad del ADN al participar en la formación de estos pares de bases. Cabe destacar que la timina es específica del ADN y no se encuentra en el ácido ribonucleico (ARN), que utiliza la uracilo en lugar de timina en su estructura.”

Pero la magia y la ciencia tienen una cosa en común: las dos nacen para dar respuesta, cada una a su manera, a los enigmas que nos vamos encontrando a diario. Por eso, esta tercera entrega de la trilogía, como las dos anteriores, también está repleta de enigmas. Y el más importante de todos es quién ese tercer ángel cuya venida debe proteger el Tetrasoma. A primera vista, ese tercer ángel parece ser Carlos, ese Carlos padre que protagoniza ya las primeras páginas de la trilogía, o ese Carlos hijo, del que apenas se habla en las dos entregas anteriores. Después, parece que ese ángel va a ser Edmon, pero enseguida se ve que también Edmon es un simple intermediario, como el propio Carlos.

En efecto, a partir de las primeras páginas de ese tercer volumen se va viendo que ese nuevo ángel tiene  que ser una mujer: Ana. Volvemos a citar un párrafo de la novela: “Edmon viajó varias veces a Estados Unidos para ver a Ana. Lo sabía imprudente, pero no podía soportar la idea de estar tanto tiempo sin verla. Él envejecía, su fuerza se adormecía, su piel se hundía, no gozaba del don de sus cuatro amigos, que se podían permitir el lujo de esperarla. Muy bien podría superar los sesenta cuando pudiera aparecer ante ella para explicárselo todo, necesitaba gozar sorbos de su infancia, de su adolescencia, de su juventud. Cuando la veía la contemplaba desde lejos, se cruzaba con ella por la acera, al principio con alguno de sus padres, después con grupos de jóvenes, y en la última ocasión, en la que la encontró sola, fingió buscar una calle cercana y le preguntó por ella; Ana tenía dieciséis años por entonces, era la primera vez que Edmon la miraba tan de cerca y escuchaba su voz. Todo en ella le pareció hermoso y todo en ella le pareció excepcional; se sonrojó y tartamudeó un poco al darle las gracias y alejarse. Ana le miró con una sonrisa que parecía irradiar a todo pálpito, a toda luz, que parecía desenfocar toda realidad más allá de su contorno. Pensó que realmente era un ángel.”

Ana, un hermoso nombre, muy significativo, que, si lo unimos con el apellido de la muchacha, Taric, es al mismo tiempo el anagrama de Caterina. Ana y Caterina, la hermosa mujer de la que Lucas se había enamorado, provocando aquel pecado primigenio que había impedido, allá por el siglo XV, el éxito de su mensaje, son la misma persona. Porque Ana, el tercer ángel, es la misma Caterina rediviva. Y como Ana es el anagrama de Caterina, de la misma forma, Tohupia, erigido como laboratorio para ese nuevo mundo traído por el tercer ángel, es también el anagrama de Utopía, el mundo creado por Tomás Moro, esa sociedad ideal en la que todos los problemas -sociales, políticos, económicos,…- han sido resueltos de una manera perfecta. Una sociedad que, sin embargo, y como se demuestra a partir de la propia etimología del término - del griego "ou-topos", que significa "ningún lugar" o "lugar que no existe"., es realmente inalcanzable para el género humano.

Leemos en el “Libro del Orden y el Devenir”, el manuscrito inexistente en el que se basa nuestro escritor, como Cervantes se había basado en otro manuscrito inexistente firmado por un inexistente Cide Hamete Berengeli, cómo se produjo la separación entre Dios y los hombres: “Sí, conocieron la magia del amor humano, y sucumbieron a ello. Los ángeles amaron como hombre o mujer, odiaron y maldijeron por su amor, y perdieron su condición divina en pos de su corazón enamorado.  Y la naturaleza elegida, el hombre, negó por tres veces el Don que le libraría de su cruel destino.  Y la Muerte se acomodó entre ellos, a un lado del espejo, incapaz de alterar el Amor que se hallaba en el otro, en el lado de los sueños. La divinidad volvió sus ojos a una mota de polvo que viajaba perdida en el universo; en ella había fijado su ilusión y su esperanza de una humanidad nueva. Repudió a los ángeles que encarnaban ciencia y magia, y fueron expulsados del Paraíso, alejándolos para siempre de Dios. Y entonces los dioses dieron la espalda a los hombres, por despecho, por envidia, por miedo. Sólo el Primer Ángel volvía a veces sus ojos, desde su seráfica morada, para cuidar de ellos.”

Al final, la misión del tercer ángel no es salvar a la humanidad, sino crear una humanidad nueva, diferente. De la misma forma, la derrota final de Mecirio simboliza el paso del tiempo, que trae consigo la muerte. Mientras tanto, Caterina y Lucas vuelven a encontrarse a través de los tiempos, para vencer a la muerte con su magia. Porque, ¿y si en realidad es la magia del amor la única que puede cambiar el mundo? Por lo menos, si eso no es posible, lo hizo en poco menos de dos horas, el tiempo que dura un abrazo. Leemos en las últimas páginas de la novela de Nacho Márquez: “Fueron muchas las manifestaciones en todo el mundo que, en contra de toda lógica, preservaron la vida en situaciones extremas. Fue conocido el caso del incendio que, después de tener en jaque a todo un país, se extinguió súbitamente, sin que mediara la lluvia o la reducción de la fuerza del viento; una patrulla que se vio acorralada contó haber salido milagrosamente de allí atravesando las gigantescas llamaradas sin sufrir quemaduras ni inhalar humo alguno. Los accidentes de tráfico, las algaradas, las guerras, los crímenes, la enfermedad o la vejez. Todas las circunstancias en que los seres humanos morían, fracasaron durante un periodo de tiempo. Cuando los gobiernos empezaron a compartir e integrar información, fue tomando forma la idea de que ningún ser humano había muerto en un intervalo de tiempo de una hora y cuarenta y seis minutos; además, durante ese tiempo se habían producido  fenómenos extraños, sobrenaturales, incomprensibles, en muchos rincones del mundo, y no dejaban de documentarse cada vez más; todos ellos con el denominador común  de perpetuar la vida condenada a morir, de forma inexplicable. Por un tiempo, los hombres recordaron un intervalo de magia y misterio, un tiempo en que lo oculto y lo arcano gobernaban su destino; aquellos ciento seis minutos mágicos les hablaron de que una vez hubo un poder más allá de toda comprensión, de cualquier ciencia o divinidad, les recordaron que una vez hubo magia en el mundo de los hombres.”

En definitiva, “El Tercer Ángel”, como las otras dos novelas de la trilogía, narra una historia diferente, en la que Dios y la ciencia no son tan diferentes entre sí. Y es precisamente el amor, la magia que hay detrás de toda relación en la que prime el amor verdadero, aunque el término pueda parecer un contrasentido, lo que pone en relación los dos términos contrapuestos.

 


Etiquetas