Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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viernes, 27 de septiembre de 2024

“HISTORIAS DE LA HISTORIA”. UNA COLECCIÓN DE RELATOS LITERARIOS SOBRE LA HISTORIA DE ESPAÑA

 En varias entradas anteriores ya he comentado lo que para mí significa la novela histórica, y cuál es el interés que este género literario tiene para acercarnos al estudio de la propia Historia. En este sentido, quiero recordar lo qué dije hace muy poco tiempo, en la entrada que dediqué a la última novela de Antonio Pérez Henares, “El juglar”:  “En entradas anteriores de este mismo blog ya comentábamos qué es lo que entendemos por novela histórica, que no es ya la completa historicidad de todos los hechos narrados, sino la connivencia absoluta de esos hechos, sobre todo de aquellos que no son conocidos en todos sus detalles, con la propia historia; que esos hechos, si no sucedieron como el autor lo describe, bien pudieron haber sucedido así. Y es que, si la tarea del historiador es la de narrar la historia tal y como sucedió, sin ninguna concesión para la imaginación del autor, la del novelista, y la del novelista histórico en concreto, es la de acercarnos a nuestro pasado de una manera literaria, con el apoyo de un argumento sólido y de unos diálogos bien trazados. Pero en la novela histórica, al contrario de lo que sucede en la novela fantástica, ni el argumento ni los diálogos nunca pueden estar en contraposición con la historia.”

Esto mismo vale también para comentar el libro que traigo a relucir en esta ocasión, que no es en sí mismo una novela, sino una serie de relatos cortos, en los que cada uno de ellos nos acerca a una página concreta de la historia de España. Es, además, otro libro en el que, de nuevo, el propio Antonio Pérez Henares es partícipe, como autor de uno de esos relatos, y como uno de los principales coordinadores del libro. Y es, sobre todo, una de las últimas aportaciones que la Asociación Escritores con la Historia ha realizado para la cultura y la sociedad de nuestro país, una asociación de la que el propio escritor alcarreño es fundador y primer presidente de la misma.

Un vistazo a la página web de la asociación Escritores con la Historia (http://www.escritoresconlahistoria.es/) nos puede dar una idea aproximada de cuáles son sus intereses, entre los que figura el de trabajar en pro de un mejor conocimiento de nuestra historia, que pasa, entre otras cosas, porque los españoles nos podamos quitar, por fin, el complejo en el que nos ha sumido tantos años de leyenda negra, una leyenda negra que, por otra parte, en la actualidad, está más presente entre los propios españoles, sobre todo entre los más jóvenes, que fuera de nuestro país, y que está muy relacionado, por otra parte, con el olvido creciente que del estudio de la Historia, y de las Humanidades en general, se ha ido teniendo en los años recientes, y que se ha ido manifestando de manera creciente desde un tiempo a esta parte.

Por todo ello, es necesario que la asociación Escritores con la Historia se vaya haciendo presente en el conjunto de nuestra sociedad, y en ello es en lo que están trabajando un grupo de escritores más o menos conocidos en el actual mundo editorial, pero que todos ellos tienen en común un amplio currículum en lo que se refiere a la novela histórica; y también, algún pintor bastante reconocido, como es el caso de Augusto Ferrer Dalmau, el conocido “pintor de batallas del siglo XXI”. En este sentido, no hay más que citar a quienes forman parte de su actual junta directiva, y que está formada por el propio Antonio Pérez Henares como presidente, Isabel San Sebastián como vicepresidente, Emilio Lara como secretario y María Vila como vicesecretaria, a los que habría que añadir, en la figura de vocales, los escritores siguientes: Juan Eslava Galán, Santiago Posteguillo, Almudena de Arteaga, Luz Gabás y Jaime Sierra.

Una visita a su página web, ya citada, nos da también idea de cuál es la amplia actividad que los miembros de la asociación realizan, a lo largo y a lo ancho de todo el país, con el fin de divulgar nuestra verdadera historia patria, más allá de esa leyenda negra que se inventaron otros países, pero también de la leyenda rosa que forma parte de ese espíritu nacionalista mal entendido, que también existe. No es éste el lugar más adecuado para relacionar aquí esa actividad, porque mi único interés es recomendar al lector del blog un libro, de muy entretenida lectura por otra parte, con el cual el lector podrá acercarse a algunas páginas, más o menos olvidadas de nuestro pasado. Pero sí quiero antes de pasar a hablar del propio libro, porque considero muy necesario hablar de ello, la redacción de un manifiesto contra el último proyecto de reforma curricular de Enseñanza Secundaria, que fue aprobado por el Gobierno hace sólo unos meses, y que, según el propio documento, “supone enviar a la Historia a la guillotina”, un proyecto que es, en realidad, una vuelta de tuerca más en ese deseo de los políticos de hacer de la Historia una herramienta más de sus propios intereses.

Porque sólo de esta forma, mediante esa falsa concepción de la historia como una herramienta política, se puede entender la absurda polémica diplomática que en los últimos días, otra vez, ha vuelto a enfrentar a dos países hermanos, México y España. Más allá de la ignorancia mostrada por la nueva presidenta del país hispanoamericano, Claudia Sheinbaum, que ni siquiera ha sabido situar en su momento histórico real el origen de Tenochtitlan, que según ella debió se debió producir, poco más o menos, en la misma época en la que sus antepasados de independizaban de España, la reclamación de su antecesor, Andrés López Obrador, para que el rey de España le pidiera disculpas por las supuestas faltas contraídas por España durante la etapa del virreinato, que no de una supuesta e inexistente colonización de los territorios americanos, era, en sí misma, absurda. Por eso, por ser algo absurdo y falto de sentido, aquella carta no tuvo respuesta por parte de nuestro monarca. Y por ello, por ser absurda, el hecho de que ella no le haya invitado a su toma de posesión es, también, tan absurdo y falto de sentido como la propia misiva. Es cierto que el debate entre los defensores de la actuación del gobierno, que en este caso se han colocado del lado el sentido común y han cerrado filas al lado del monarca, y los defienden la postura de la izquierda más extrema, esa misma izquierda que también forma parte del gobierno, bebe en parte esa leyenda negra, que históricamente ha venido alimentando las posturas antiespañolas, de fuera y de dentro del país.

Muchas son las preguntas que podríamos hacer tanto a Claudia Sheinbaum como a Andrés López Obrador, o también a cualquiera de esos políticos de esa izquierda extrema que, lejos de conocer la historia de su país, compran sin problemas la versión de los que no conocen, no ya la historia de España, sino la del propio país mexicano. ¿Saben ellos quienes eran los aztecas? ¿Saben que los aztecas ofrecían sacrificios humanos a sus dioses, sacrificios que siempre terminaban con el consumo antropófago de sus víctimas? ¿Saben que la conquista del imperio azteca por parte de los españoles no hubiera sido posible sin la ayuda de esas otros pueblos centroamericanos, víctimas de los aztecas, que vieron a Hernán Cortés y a sus hombres como sus verdaderos libertadores? ¿Saben que Hernán Cortés tuvo con Malinche, una mujer del pueblo nahua, que habitaba Mesoamérica antes incluso de la llegada de los aztecas, y que había estado a punto de ser sacrificada por estos, al menos un hijo, al que le dio su apellido, al que legitimó y envío a la corte del emperador Carlos? ¿Saben de la existencia del testamento de la reina Isabel, en el que se protegían a los indios? ¿Saben de la existencia de las leyes de Burgos, dictadas ya en 1512 por el rey Fernando de Aragón, en las que, entre otras cosas, se abolía la esclavitud indígena? ¿Saben que al finalizar el siglo XVI existían ya, en las más importantes ciudades del continente americano, cerca de diez universidades, que llegaron a ser hasta treinta y tres en el momento de la independencia, y una gran cantidad de hospitales, a los que, por cierto, podían asistir tanto ndígenas como españoles? ¿Cuántas existían en ese momento en las antiguas colonias inglesas o francesas? Es cierto que algunos conquistadores y encomenderos no se comportaron tal y como marcaban las leyes, pero eso es algo que siempre ha pasado, sin necesidad de responsabilizar de ello a los gobiernos actuales?

Pero seguimos con las preguntas, porque ambos presidentes mexicanos han responsabilizado a España del atraso en el que, todavía, doscientos años más tarde, viven los países americanos respecto de Europa. ¿Es responsable España de que gran parte del continente, a pesar de su riqueza, se haya gobernado, muchas veces a lo largo de la historia, por políticos corruptos, que han dirigido a sus respectivos países como si fuera un cortijo personal? ¿Saben los señores López Obrador y Sheinbaum que a principios del siglo XIX, cuando España abandonó su país, mucho más extenso de lo que lo es en la actualidad, existían aún en él grandes núcleos de población formados por los antiguos indios apaches? ¿Saben que ya en el siglo XIX, cuando parte de su país fue tomada por los Estados Unidos, desparecieron todos esos núcleos, y que en la actualidad, los pocos indígenas que perviven en ese país lo hacen, casi siempre, dentro dd reservas? ¿Saben que el presidente Thomas Jefferson, uno de padres de la patria norteamericana, tuvo varios hijos con una de sus esclavas, y que no manumitió nunca ni a ella ni a los hijos? ¿Por qué, en doscientos años de historia, sólo ha habido un presidente de origen indígena, Benito Juárez, quien era de origen zapoteca? ¿Qué piensan los indígenas que todavía residen en México de las políticas de los señores López Obrador y Sheinbaum? Y, quizá, la más importante de todas: ¿Cuál es el origen de los apellidos López Obrador y Sheinbaum?

Dicho esto, al hilo de la más rigurosa actualidad y al amparo que me ha dado la oportunidad de haber escrito sobre una asociación cultural tan necesaria, sobre todo en estos tiempos, tengo ahora que regresar al libro que ésta ha coordinado; un libro que, por otra parte, no deja de ser una iniciativa más para que los españoles podamos conocer mejor nuestra historia. Se trata, como ya he dicho, una colección de relatos, un total de treinta y cinco cuentos, presentados de forma cronológica, escritos cada uno de ellos por un miembro de la asociación, escritores más o menos conocidos pero que cuentan, todos ellos, con una característica común: todos ellos se han acercado con anterioridad a la creación literaria, desde el género de la novela histórica. Relatos que van desde la más remota antigüedad, cuando se produce el que quizá fue el mayor descubrimiento de la humanidad, el fuego -Antonio Pérez Henares nos acerca otra vez a los lectores esa temática argumental con la que empezó a ser conocido  en el mundo editorial, aquella tetralogía, la de Nublares, con la que nos relató la prehistoria de su tierra alcarreña-, hasta el descubrimiento de la civilización tartésica en la primera mitad del siglo XX, por la piqueta del arqueólogo alemán Adolf Schulten.  En esta ocasión, es Manuel Pimentel, autor de interesantes proyectos en el campo de la divulgación de la arqueología, quien nos ofrece este último relato.

Se trata, como digo, de un interesante libro, muy cómodo de leer tanto para el que conoce bien nuestra historia, como aquel que sólo tiene de nuestro pasado vagas referencias y algún recuerdo de su etapa escolar. He aquí, para terminar, la relación de autores: Abenia, Isabel; Arteaga, Almudena de; Arveras, Daniel; Balbás, Yeyo; Buesa Conde, Domingo; Calvo Poyato, Julio; Cano, Rafaela; de Carlos Bertrán, Luis, y de Carlos Santiago, Luis; Castellanos, Santiago; Díaz Pérez, Eva; Eslava Galán, Juan; García Mauriño, Matilde; Gil Soto, José Luis; Giner, Gonzalo; Gómez Domínguez, David; López, Obdulio; López Herrador, Marcos; Luján, Olga;  Maeso de la Torre, Jesús; Martínez Laínez, Fernando; Mazarro, Santiago; Michavila, Nieves; Molist, Jorge; Pérez Henares, Antonio; Pimentel, Manuel; Pro Uriarte, Begoña; Queralt del Hierro, María Pilar; Reig, María; Sala Martí, José Manuel; San Sebastián, Isabel; Valero, Begoña; Vallina, Alicia; Vila, María; Villa, Ramón; y Zoilo, José. Faltan algunos nombres entre los principales y más conocidos miembros de la asociación, es cierto -Pilar de Arístegui, Marcos Chicot, Luis del Val, Chencho Arias, o, sobre todo, Santiago Posteguillo, entre otros-, es cierto, pero la relación de los que sí aparecen es, por sí misma, una muestra suficiente de la importancia que el libro tiene tanto en lo que se refiere a la capacidad literaria de los autores, como al interés histórico de cada uno de los relatos.

Relieve azteca en el que pueden verse sacrificios humanos


miércoles, 21 de agosto de 2024

“EL JUGLAR”, LA ÚLTIMA NOVELA DE ANTONIO PÉREZ HENARES

 

En entradas anteriores de este mismo blog ya comentábamos qué es lo que entendemos por novela histórica, que no es ya la completa historicidad de todos los hechos narrados, sino la connivencia absoluta de esos hechos, sobre todo de aquellos que no son conocidos en todos sus detalles, con la propia historia; que esos hechos, si no sucedieron como el autor lo describe, bien pudieron haber sucedido así. Y es que, si la tarea del historiador es la de narrar la historia tal y como sucedió, sin ninguna concesión para la imaginación del autor, la del novelista, y la del novelista histórico en concreto, es la de acercarnos a nuestro pasado de una manera literaria, con el apoyo de un argumento sólido y de unos diálogos bien trazados. Pero en la novela histórica, al contrario de lo que sucede en la novela fantástica, ni el argumento ni los diálogos nunca pueden estar en contraposición con la historia.

 De esta forma, la última novela de Antonio Pérez Henares, con la que de momento cierra la tetralogía que ha dedicado a la Edad Media, es tan histórica como las otras novelas que, con anterioridad, el escritor ha publicado sobre este mismo período histórico, a algunas de las cuales le he dedicado también sendas entradas (ver “Crónica del rey pequeño", 12 de agosto de 2016; y “Tierra Vieja, una epopeya sobre las gentes de frontera”, 5 de noviembre de 2022).  

En efecto, “El juglar” es una novela histórica, como también lo fueron las otras novelas de la serie medieval del escritor guadalajareño. Como lo es “El rey pequeño”, en la que el autor nos cuenta la vida del rey Alfonso VIII, uno de los grandes reyes de Castilla, o como lo son esas dos novelas en las que nos narra como era la vida en la frontera para dos generaciones sucesivas: “La tierra de Álvar Fáñez” y “Tierra vieja”. O como lo son sus libros de la serie sobre el descubrimiento y la primera colonización de las tierras americanas, “Cabeza de Vaca” y “La Española” principalmente. O como lo son también, las novelas que conforman aquella otra tetralogía sobre los primeros pobladores de las Alcarrias, todavía en tiempos prehistóricas, con las que el escritor de Bujalaro empezó a ser conocido en el mundo editorial. Una novela en la que Pérez Henares nos narra la vida de esos juglares, tan olvidados muchas veces por los historiadores cuando nos acercamos a la Edad Media, pero que tan importantes fueron en su momento para el solaz y descanso de los grandes señores, entre batalla y batalla, pero también para el resto de la población, a través de las ferias y mercados que se celebraban en villas y ciudades. Pero también para el desarrollo de la literatura, en aquellos momentos en los que estaban naciendo todos los idiomas modernos.

Porque lo que Pérez Henares nos narra en este nuevo libro no es la historia de cualquier juglar castellano, sino la del autor de uno de los grandes hitos de la literatura castellana; no es, ni más ni menos, que la historia de Pero Abbat, o Pedro Abad, el autor del “Cantar del Mío Cid”. En efecto, ya en los últimos versos del cantar podemos leer la cita siguiente: “Per Abbat lo escribió, era de mil e CCxLv annos”. Pero, ¿quién era ese Per Abbat, o Pedro Abad, que escribió en verso la historia del Cid Campeador -una gran novela, a pesar de haber sido escrita en verso, tal y como lo afirma el autor, y de la misma forma que son grandes novelas la Ilíada y la Odisea-, si es que en realidad la escribió él y no fue éste, como era usual en la época, un simple copista? Hoy por hoy, sería imposible para cualquier historiador o historiador de la literatura, llegar a alcanzar una conclusión lógica, con los escasos datos con los que contamos. Algunos autores han atribuido la obra a un canónigo de la catedral de Toledo, documentado históricamente entre los años 1204 y 1211. Otros autores lo han atribuido a cierto abad de ese mismo nombre que vivió cerca de Gormaz, en base a un documento encontrado en la catedral de Burgo de Osma, aunque después se ha demostrado que dicho documento está datado en una fecha bastante posterior a la que aparece en el propio cantar. En realidad, el nombre del autor del cantar era demasiado frecuente en la primera mitad del siglo XIII como para intentar enlazar una teoría incuestionable, pues, si bien el propio nombre, Pero o Pedro, ya lo era de por sí, la otra parte del mismo, Abad, no hace referencia en realidad a un apellido, sino a la profesión o cargo que el autor tenía: abad de una catedral o de un monasterio, probablemente de uno de los muchos monasterios que existían en la frontera castellana en el momento en que el cantar fue redactado.

En este sentido, también es interesante conocer la fecha de la redacción, que está escrita, como ya hemos visto, en números romanos: MCCXLV -1245-; aunque se ha aducido que el texto podría haber sido escrito casi cien años más tarde, en base a un espacio en blanco que aparece entre la última C de la fecha y la X, recientes análisis realizados en el propio documento han demostrado que nunca existió, tal y como se había supuesto, una C más, y que haría retrotraer la composición del cantar al siglo siguiente. Por otra parte, la fecha que aparece en el documento no hace referencia a la manera actual de computar los años, sino a la era, la forma usual en la que estaban fechados todos los documentos en Castilla hasta el reinado de Juan I. Se refiere a la era hispánica o gótica, que se empezó a utilizar durante el reino visigodo de Toledo, a partir del concilio de Tarragona del año 516, y que, si bien  había sido abandonado en los condados catalanes ya en 1180, en Castilla no lo sería hasta el acuerdo tomado en las Cortes que se celebraron en el Alcázar de Segovia en 1383. Pasado ese año a la cronología actual en todo el mundo occidental, dicha fecha, 1245, se correspondería con el año 1207.

En este sentido, Pérez Henares es libre de trazar su propia teoría sobre la identidad real del autor del Cantar de Mío Cid, o al menos de la redacción del mismo tal y como hoy es conocida: el autor del texto sería cierto Abad, de nombre Pedro, que pudo estar al frente del monasterio cisterciense de Santa María la Real de Huerta, un convento que estaba y está situado en la actual provincia de Soria, muy cerca de la frontera entre los reinos de Aragón y Castilla. Un monasterio que, por cierto, estuvo bajo el patronazgo de los señores de Molina, la poderosa familia de los Lara, y sobre todo de quien fue el líder del clan durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Manrique Pérez de Lara, quien murió en 1164 durante la batalla de Huete contra el clan contrario de los Castro, y de su hijo, Pedro Manrique de Lara. Éste es, también, otro de los principales protagonistas de la novela. Un monasterio en el que, además, está constatado una primera lectura del cantar, a principios del siglo XIII, en un acto que estuvo presidido por los propios reyes, Alfonso VIII y Leonor Plantagenet.

La teoría es eso, una teoría, imposible de ser constatada documentalmente -si no, no sería teoría-, tan buena o más como cualquier otra teoría de las que han sido ofrecidas por los estudiosos de la historia o de la historia de la literatura. Y una teoría, además, que el autor tiene el sentido común de mostrarnos en que se apoya, y que, al menos en parte, pasamos a relatar: “Bien pudiera, y lo que ahora planteo ya es una teoría personal, ser una mezcla de varias posibilidades. Que por un lado copiara o recreara pasajes, y que otros los añadiera él. Hay además un hecho muy significativo y que he podido constatar como nativo de las tierras de la transierra castellana y las alcarrias, siguiendo el itinerario que marca con total precisión el propio Cantar, desde que acampados en la sierra de Miedes… divisan las torres de la Peña Fort (Atienza)… hasta llegar a la Molina de Aragón actual, donde mandó el moro amigo Abengalbón. Todo el primer libro, donde se recrea la toma de Castejón de Henares y la algara de Álvar Fáñez, es de una precisión topográfica tal y de un conocimiento del terreno y del recorrido, que pareciera que el autor hubiera sido testigo presencial y participante en ella”. De ahí, su apuesta porque el cantar fuera realmente la obra de tres generaciones de juglares, tres juglares sucesivos, de tres generaciones sucesivas, que vivieron en su conjunto todo un periodo tan sustancial para la historia de España, y de la península en su conjunto, incluso del resto de Europa, que abarca casi cien años, durante los reinados de los tres reyes castellanos nominados Alfonso: el Bravo, el Emperador y el Noble.

Y más tarde, basándose en historiadores tan eminentes como el propio Menéndez Pidal, Pérez Henares continúa: “Medinaceli aparece de continuo en la obra y con todo su alfoz. El gran medievalista don Ramón Menéndez Pidal, y bastantes historiadores más, señalan que todo indica que el autor primero del romance bien pudo ser natural de aquel estratégico e importante lugar, no sólo por el conocimiento que demuestra de todo el entorno, su toponimia, rutas y caminos, sino por los giros y expresiones que utiliza. El gran monasterio, el más cercano, era el de Santa María de Huerta, en la misma frontera con el gran aliado Aragón, y en él está documentado que se produjo la primera lectura del Cantar, celebrada en presencia del propio rey Alfonso VIII, y auspiciada por el poderoso señor Pedro Manrique de Lara II, señor de Molina y gran impulsar del libro, su copia y difusión. Su primera esposa, doña Sancha de Navarra, enterrada allí, junto a él, era a su vez descendiente del propio Cid, a través de su hija Cristina, casada con un infante navarro y madre del rey García Ramírez el Restaurador, como lo eran el rey castellano y el navarro, tataranietos todos del Campeador”.

Pero, más allá de la historia de este Pero o Pedro Abad, la historicidad de esta última novela de Chani está en los propios hechos políticos que se nos narran, y que abarcan, como se ha dicho, cien años de la historia de España, y también del continente europeo, desde la muerte del rey Fernando I, dividiendo su reino entre sus hijos, y dando lugar a una de las frecuentes guerras civiles que se han venido sucediendo primero en Castilla y después, una vez unidos todos los reinos peninsulares, en toda España, hasta la victoria de Alfonso VIII en la crucial batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212 y el temprano fallecimiento, sólo dos años después y con pocos meses de diferencia, de los monarcas, Alfonso y Leonor. Y ya en el campo de lo puramente anecdótico, la otra faceta de nuestro protagonista, como espía al servicio de los reyes o de las poderosas familias que gobernaron sobre los propios reyes, los Castro y los Lara. Una faceta, quizá, no tan anecdótica como parece a primera vista, pues un acercamiento a otras etapas de la historia nos demuestra que ambos trabajos, el de escritor y el de espía, muchas veces pueden ir unidos -Cervantes, Quevedo o Christopher Marlowe pueden ser buenos ejemplos de ello-. Y en todo caso, la figura del juglar, siempre nómada de una feria a otra, y siempre con las puertas abiertas, algunos de ellos, en los palacios y en los castillos de los grandes señores, incluso de los reyes, puede ser, además, una buena tapadera para el espionaje.

Refectorio del monasterio de Santa María la Real de Huerta, lugar donde se llevó a cabo la primera lectura del Cantar de Mío Cid, en presencia de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet. 


sábado, 5 de noviembre de 2022

“Tierra vieja”, una epopeya sobre las gentes de la frontera

 



Conocí personalmente a Antonio Pérez Henares, “Chani”,  hace algunos años, durante un encuentro que el autor tuvo con sus lectores en Huete, en el marco de una de esas ferias de libro que anualmente celebra la Diputación Provincial de Cuenca en fechas primaverales, y con motivo de la publicación de una de sus novelas, “El rey pequeño”, que tuve también la ocasión de comentar posteriormente en una de las entradas de este blog (ver “Crónica del rey pequeño”, 12 de agosto de 2016). La ocasión que se me daba entonces de participar en este evento era interesante para mí por dos motivos: por el autor de la novela que iba a ser comentada, uno de los escritores españoles a los que yo más admiro, por la calidad de sus novelas y por la sinceridad y moderación que siempre ha manifestado, tanto en sus artículos de prensa como en los debates y las tertulias televisivas en las que ha participado; y por la personalidad del protagonista de la novela, nuestro rey Alfonso VIII, uno de los reyes más importantes de la Castilla medieval, no ya por el hecho de que fue él quien conquistó definitivamente la ciudad de Cuenca para Castilla y para el cristianismo, sino también, sobre todo por ello, porque fue el protagonista principal de la victoria que las huestes cristianas obtuvieron el 1212 en Las Navas de Tolosa. La importancia de esta batalla, que fue saldada con la victoria de Alfonso VIII y del resto de reyes cristianos de la península, ya ha sido puesta de manifiesto muchas veces, y en concreto, y por lo que a este blog se refiere, en otra de las entradas (ver “Alfonso VIII y la batalla de Las Navas de Tolosa,”,  15 de julio de 2018).

En esta ocasión, mi intención es la de comentar la última novela del escritor guadalajareño, “Tierra vieja”. Un libro que, a pesar de sus diferencias, se puede considerar como el cierre perfecto a la saga que inició el autor, hace ya varios años, con la novela “La tierra de Alvar González”, y que continuaría después con “El rey pequeño”, conformando de esta manera lo que podemos considerar como una “trilogía medieval”. Porque si en la primera novelaba la epopeya de estas tierras castellano-manchegas, a caballo entre las provincias de Guadalajara y de Cuenca, en la época de Alvar Fáñez de Minaya -o mejor dicho, como afirma el autor, Minaya Alvar Fáñez, “Mi hermano” Alvar Fáñez, porque así le llamaba el propio Cid campeador, y hasta la reina doña Urraca-, y si en la segunda hacía lo propio con la epopeya del rey Alfonso, el “rey pequeño” porque lo era, porque todavía era un niño cuando accedió al trono, marcados sus primeros años de reinado por la regencia y por las luchas civiles entre los Castro y los Lara, las dos familias más poderosas del reino en aquellos años tan complicados, lo que ahora nos novela Pérez Henares es la epopeya de vivir en la frontera para todos aquellos que, como dice el autor, no tienen nombres, no son reyes, ni obispos, ni grandes señores. La epopeya de aquellos hombres y mujeres que repoblaban las tierras que eran conquistadas a los sarracenos. Humildes trabajadores de la tierra, que no eran poderosos, pero sin los cuales hubiera resultado imposible la epopeya de la Reconquista.

Algunos de los protagonistas de esta última novela habían aparecido ya en “El Rey pequeño”, y entre ellos conviene destacar la figura de Pedro Gómez de Atienza, aquel niño recuero que había ayudado al rey Alfonso a escapar en Atienza, cuando estaba a punto de ser hecho prisionero por las tropas leonesas. Pedro Gómez, que a su vez era nieto de aquel Pedro el Pardo, a quien el mismo Alvar Fáñez había premiado con su amistad en la primera gesta de la trilogía. Ahora, convertido en una persona importante, por su cercanía al propio rey, pero también por su propia personalidad, es respetado por el resto de los personajes, y sobre él es sobre quien va a gravitar todo el engranaje de la repoblación en esta parte de la frontera.

Pero de alguna manera, “Tierra Vieja” también conecta con la tetralogía prehistórica de Antonio Pérez Henares, la serie que empezó a hacerle famoso en el mundo de las letras, y que está formada por las novelas “Nublares”, “El hijo de la garza”, “El último cazador” y “La mirada del lobo”. Y es que, a pesar de los muchos años que separan las dos sagas, el espacio geográfico en el que se desarrollan es el mismo: las mismas alcarrias de Guadalajara y del noroeste de Cuenca. En este sentido, la cueva de Nublares, que sirve de cobijo tanto para Ojo Largo y el resto de los miembros de su clan como para el hijo del Manquillo o el resto de los habitantes de Bujalaro, cuando sienten el peligro y se ven en la necesidad de esconder el ganado, es clarividente. Como tampoco parece que sea una casualidad el apodo de la Garza, la hija del Maula, que no deja de ser un trasunto de una de las principales protagonistas de la tetralogía prehistórica.

“Tierra vieja” es la historia de todos aquellos que no tienen nombre, o, mejor dicho, de todos aquellos que no cuentan con un apellido glorioso que pueda acompañar a su nombre de pila. Son aquellos que sólo cuentan con un adjetivo que pueda darles una característica a los ojos de los otros -el Rubio, el Mozo, el Alto, …-, o una profesión que les diferencie de los demás -el Molinero, el Herrero, el Escudero…-, o un lugar de procedencia, que quizá abandonaron para siempre cuando aún eran niños -El Atienza, el Úbeda, el Bujalaro, …-. Es la epopeya de todos aquellos que, huyendo de un pasado doloroso, a veces inconfesable, escapando de la esclavitud que suponía en las tierras del norte el trabajo de la gleba, o el tener que servir a un señor que a veces tenía incluso derecho de pernada, buscaban en la frontera la libertad que podía ofrecerles un fuero y unas pocas yuntas de tierra propia. Es también, y el autor así lo ha reconocido cada vez que ha tenido oportunidad de hacerlo, la novela que le debía a su padre y a todo un pueblo. Por ello, creo que no hay mejor definición para explicar lo que es “Tierra vieja”, que el mensaje que aparece en la contraportada del libro:

“Se han contado los relatos de los reyes, de los nobles, de las batallas y de los grandes guerreros, pero quienes repoblaron la tierra yerma fueron hombres y mujeres que, con una mano en la estiba del arado y la otra en una lanza, arriesgaron sus vidas por repoblar las tierras perdidas. Entonces, cuando una peligrosa tropa acechaba -y junto a ella la muerte- ellos dibujaron las fronteras que hoy heredamos. En esta novela de prosa evocadora y exhaustivo rigor histórico, Antonio Pérez Henares nos traslada, a golpe entre el siglo XII y el XIII, a las fronteras de la Extremadura castellana por las sierras, las alcarrias, el Tajo y el Guadiana. A través de sus personajes -cristianos y musulmanes, campesinos y pastores, señores y caballeros-, nos muestra la historia de los que sembraban y segaban, de los que levantaron ermitas e hicieron brotar pasiones, amistades, rencores, pueblos y vivencias. Aquellos que dieron humanidad a la tierra y se convirtieron en la semilla de nuestra nación. Esto es Tierra Vieja, y ellos, sus héroes.”

En efecto “Tierra vieja” es la historia de una forma de vida diferente, en la frontera, entre el cayado y la lanza o la ballesta, entre la paz de los surcos de tierra y la sementera y el mido a las algaras de los enemigos, en esas tierras, entre Cuenca y Guadalajara, que hoy se llama la sierra de Altomira, y que entonces era llamada la Sierra de En medio, porque precisamente, estaba en el medio entre las tierras de los árabes y las tierras de los cristianos. Una sierra que, durante mucho tiempo, durante siglo y medio, una etapa crucial para la historia de España, estaba separando dos culturas, dos civilizaciones, diferentes. Hasta que llegó la conquista de Cuenca, en 1177, y se llevó la frontera un poco más al sur, a las estribaciones de las llanuras manchegas, que eran algo más difíciles de defender para los mahometanos. Por ello, a partir de este momento, la frontera empezó a alejarse de las alcarrias, aunque todavía, de vez en cuando, sobre todo a partir de la derrota de Alarcos, el miedo a vivir en la frontera volvía a atenazar a los que allí vivían cada vez que escuchaban acercarse los cascos de los caballos al galope. Así, hasta la victoria en Las Navas de Tolosa, que llevaría definitivamente la frontera hasta más allá de Despeñaperros.

-Esta es una novela histórica, desde luego, pero es también la novela iniciática de un pueblo, Bujalaro, el pueblo natal del autor, pero que podría ser también cualquier otro pueblo de Guadalajara, o de Cuenca, o de Castilla-La Manca, o incluso de cualquier lugar de España. Porque la manera de cultivas la tierra y de trabajar en el campo era la misma, en aquellos años de frontera, en todos los lugares de la península, y lo siguió siendo, a través de los siglos, hasta mucho tiempo después, hasta mediados del siglo pasado, cuando la industrialización del campo, con sus tractores con aire acondicionado y sus grandes cosechadoras, vinieron a alejar a los hombres del campo y a vaciar nuestros pueblos. Ya lo hemos dicho: el libro es un homenaje, una especie de tributo que el autor ha querido hacer a su padre, el último hombre que, según sus propias palabras, había seguido trabajando en Bujalaro de la misma manera en que lo habían hecho sus antepasados, de la misma forma en que lo hicieron, en los años de la frontera, el Maula, que se había quedado en el pueblo cuando los demás lo habían abandonado, conquistado por los cristianos, o el Julián y el Valentín, los dos hermanos que vinieron hasta aquí, huyendo de un pasado inconfesable en las tierras septentrionales de la provincia de León.

El libro parece que termina con la victoria cristiana en Las Navas de Tolosa, y podría ser así, porque, ya lo hemos dicho, es entonces cuando la frontera se aleja con carácter definitivo. Es ahora cuando los habitantes de la frontera, por fin, pueden vivir más tranquilos, lejos ya de las algaras de los musulmanes, en busca de riquezas o de esclavos. Sin embargo, dos hechos posteriores y sucesivos pondrán colofón al texto. Primero, la muerte de Alfonso VIII y de su esposa, Leonor Plantagenet, con sólo unos días de diferencia, que colocó en el trono de Castilla un nuevo “rey pequeño” y devolvió a Castilla la inestabilidad en la que había vivido en los primeros años de su reinado. Otra vez el reino estaba sumido en una regencia, y otra vez las principales familias de Castilla, Los Lara y los Haro -Los Castro hacia ya mucho tiempo que habían caído en desgracia, por culpa de sus propias traiciones, que les habían colocado primero al lado del rey de León, y más tarde, incluso, del propio sultán almohade. Después, la muerte del propio rey Enrique, en un trágico y estúpido accidente, pondría las cosas más difíciles para la regente, la infanta Berenguela, y para los intereses de su hijo, el ya coronado rey Fernando III. Sin embargo, la inteligencia de la infanta logró llevar las cosas a su cauce, en beneficio del propio reino de Castilla, logrando que no sólo fueran los castellanos, sino también los propios leoneses, los que coronaran a su hijo como rey, logrando, de esta manera, la unión definitiva de Castilla y de León.

No quiero cerrar esta entrada sin hacer alguna referencia al protagonismo que Cuenca, ciudad y provincia, también tiene en la última novela de Chani. Y lo tiene no sólo por la propia conquista de la ciudad por parte de Alfonso VIII, la primera que el rey, ya no tan pequeño, pudo obtener en su carrera, y en cuyo cerco, más allá de leyendas y de falsos cronicones (respecto a las mentiras que se han escrito sobre la conquista de Cuenca, y que todavía se tienen por verdades, ver en este blog “Desmitificando la historia. La verdadera conquista de Cuenca por Alfonso VIII”, 9 de mayo de 2019) se produjo la muerte del propio hayo del rey, don Nuño Pérez de Lara, en1177, cuando éste acudió a proteger al monarca cuando un grupo de sarracenos llegó hasta su campamento con el fin de asesinarle. Después, en la batalla de Alarcos, y sobre todo en la de Las Navas, tendrían un papel destacado las mesnadas concejiles de Cuenca y de Huete, e incluso las de Alarcón, algún tiempo después, serían las que lograrían la conquista de la entonces pequeña población de Al Basit, Albacete, convirtiéndola durante algún tiempo en aldea dependiente de su alfoz. Incluso alguno de los personajes inventados por el autor, alguno de los llamados Siete Lanzas, protagonistas de importantes batallas y de pequeñas algaras por tierras de moros, seria originario también de una de las aldeas del alfoz de Huete, Jabalera.

También hay que destacar el papel jugado por alguna de las familias más poderosas del reino en la conquista de Cuenca, y en concreto, por su alférez, Diego López de Haro, cuyos servicios fueron premiados por el monarca entregándole un extenso territorio en la Mancha conquense, concretamente en esa comarca que todavía se sigue llamando de Haro, que él mismo gobernó desde su hoy olvidado castillo, necesitado de una restauración urgente si no queremos perder una parte de nuestra historia. Después, tras la muerte del rey, y en el escenario de la guerra civil que asoló Castilla durante la minoría de edad de Enrique I, destacaría la figura de Alvar Núñez de Lara, el hijo del mismo Nuño Pérez e Lara que había salvad la vida del propio Alfonso VIII a costa de la suya, y que había cambiado sus servicios a Castilla por otros nuevos, en beneficio del rey Alfonso IX de León. Éste, adentrado en tierras conquenses, logró tomar los casillos de Alarcón y de Cañete, aunque una vez derrotado por Fernando III, y obligado a entregar los extensos territorios de los que se había apoderado, ingresó en la orden de Santiago, en cuyo monasterio de Uclés sería enterrado después de su muerte, acaecida en 1218 en Castrejón (Palencia), según el arzobispo Ximénez de Rada, o en Toro (Zamora), según la Crónica General.

El propio Antonio Pérez Henares, durante la presentación de la novela que se llevó a cabo en Cuenca hace algunas semanas, puso el dedo en la llaga sobre la importancia que en los últimos tiempos está teniendo la novela histórica. En efecto, de todas las novelas que se publican actualmente en España, y son muchas, el treinta por ciento son novelas históricas, siendo, con mucha diferencia, el género literario que más éxito está teniendo en la actualidad, seguido, a mucha distancia, por la novela negra. Definitivamente, a la mayor parte de las personas les gusta la historia, porque la historia es una parte de nosotros mismos. Lo que no nos gusta es que los políticos, o incluso los propios historiadores, nos quieran modificar nuestra propia historia en beneficio de una ideología determinada. Por ello, el propio Pérez Henares, junto a otros grandes novelistas que también han escrito novelas históricas -Santiago Posteguillo, Isabel San Sebastián,  Juan Eslava Galán, Javier Sierra, Almudena de Arteaga, Luz Gabás, Julio Calvo Poyato, Carmen Posadas, …- o pintores como Augusto Ferrer Dalmau, el “pintor de batallas”, como ha sido definido, fundaron la asociación Escritores con la Historia. Considero interesante finalizar esta entrada haciendo referencia a esta asociación, y la mejor manera de hacerlo es añadiendo un enlace, en el que el lector puede acceder al texto completo del manifiesto firmado por todos los miembros de la asociación:

http://www.escritoresconlahistoria.es/escritores-con-nuestra-historia/



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