Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


jueves, 11 de septiembre de 2025

De Felipe V a Felipe VI: tres siglos de historia del ejército español

 

La historia de España, como la de cualquier otro país moderno, no puede entenderse sin la historia de sus ejércitos. Esa es la premisa de la obra ”De Felipe V a Felipe VI. Trescientos años del ejército español”,  que firman Carlos Canales, Miguel del Rey y Augusto Ferrer-Dalmau. Este libro traza un recorrido de algo más de trescientos años, que arranca con la llegada de los Borbones al trono español, a comienzos del siglo XVIII, y culmina en la actualidad, en pleno siglo XXI, bajo el reinado de Felipe VI; un presente en el que nuestro país cuenta, como no podía ser de otra forma, con unas fuerzas armadas profesionales, modernizadas, y plenamente integradas en la OTAN y en la Unión Europea.

No se trata aquí de reivindicar una sociedad belicista, sino de ser conscientes del papel que en cualquier sociedad, también en la actual, tienen los ejércitos, aunque sólo sea con el fin de garantizar una paz justa en el país correspondiente. En alguna entrada anterior ya he explicado mi posición en este sentido (ver  “Reflexiones para una paz consensuada”, 22 de mayo de 2025). Dicho esto, creo interesante recoger aquí algunas frases del prólogo del libro, del  que es autor el abogado y periodista, antiguo corresponsal de guerra, Javier Nart:

“Vivimos tiempos en los que la miseria moral, el analfabetismo o manipulación de la Historia (la histeria de la historia) se ha puesto al servicio de la ideología, y donde es lamentable tener que defender lo obvio. Así con anacronismo digno de mejor causa se descalifican y condenan conductas que en su tiempo eran la praxis no solo habitual sino admitida. Desde la toma de Granada a la conquista de las Indias. En nuestros días las guerras de conquista, de agresión, por tanto, se condenan (y es justo) como crímenes de guerra. Hoy a nadie se le pasa por la imaginación que sea legítimo el saqueo de una ciudad conquistada, ponerla a saco, como en Cuzco, en Roma... o en Badajoz, los enemigos franceses y los «amigos» ingleses. Si ahora en la Península Ibérica, Francia, Bélgica, Suiza o Rumanía, se hablan lenguas derivadas del Latín, lugares en los que la impronta romana es indeleble, es porque siglos atrás sus ancestros fueron conquistados, ocupados o colonizados, y los vencidos ibéricos vendidos como esclavos en los mercados del Imperio.”

Y más adelante continúa: “Así la derrota de Felipe V en Italia fue el fin del proyecto del dominio hispano/borbónico en aquella península. Como la victoria sobre Napoleón en 1814 (la guerrilla y el ejército español y británico coaligados) mantuvo la nación española al sur de los Pirineos (ya que sin aquellas tropas, Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona serían hoy tan franceses como el Rosellón, la Cerdeña y el Capcir, para horror del separatismo catalán). Este es un libro donde la gloria y la miseria cabalgan juntas. No es una hagiografía de las hazañas de nuestras banderas. Es sencillamente una crónica de la historia de España a través de la historia de nuestros ejércitos. Una reflexión sobre nuestro pasado sin el que es imposible entender y defender el presente. Una historia de dolor, honor, y también horror De nuestras fratricidas guerras in-civiles. Y también del respeto y veneración con que fuimos reconocidos por nuestros enemigos. Porque ningún, NINGÚN, país colonial (Francia tras Dien Bien Phu, Gran Bretaña en sus guerras afganas, Holanda en Indonesia, Bélgica en el Congo) ha tenido un reconocimiento como el que se dedicó por sus enemigos a los derrotados héroes de Baler.”

No se trata solo de un repaso a las batallas y a las campañas protagonizadas por nuestras tropas. Los autores muestran cómo la evolución del ejército corre en paralelo a la transformación del propio Estado, desde la Guerra de Sucesión y las reformas borbónicas, que el  Estado se vio obligado a efectuar para modernizar el ejército, algunas de ellas con el fin de poder sustituir a los Tercios, que, si bien habían demostrado su excelencia las dos centurias anteriores, se habían quedado ya obsoletas, como había demostrado cincuenta años antes la derrota en Rocroy. También, la pérdida de las colonias en América, la Guerra de la Independencia contra Napoleón, o la tragedia de la Guerra Civil.

Acabada la Guerra Civil, el siglo XX y lo que va de este mismo siglo, se presentan como una etapa de redefinición: la neutralidad en las dos guerras mundiales, al aislamiento internacional durante el franquismo, la modernización impulsada a partir de la Transición, con lo que supuso la llegada de la democracia, también para el ejército, y finalmente, la proyección internacional desde los últimos años del siglo pasado, con la participación de nuestras tropas en  las principales misiones de paz que, desde entonces, se han ido repitiendo por todo el mundo. El trabajo combina el rigor de la investigación con un planteamiento narrativo, pensado para el gran público, pero sin que por ello deje  de resultar interesante también para el historiador especializado en historia militar, que caracteriza a los autores de los textos. Además, estos se encuentran acompañados por un despliegue visual, que hace más cercano el relato para el lector.

Y es que el libro cuenta como autores, con varios nombres de referencia en la historia militar. Por un lado, debemos citar a Carlos Canales y Miguel del Rey. El primero es historiador y escritor, especializado en historia militar y en la España imperial. En este sentido, cuenta con un amplio catálogo de publicaciones, y se ha destacado por acercar al lector los principales episodios bélicos de nuestro pasado, con un estilo claro y divulgativo. Por su parte, Miguel del Rey es, también, un historiador experto en historia de la guerra. Y juntos los dos, Carlos y Miguel, Miguel y Carlos, ha firmado una prolífica bibliografía, que explora la historia bélica de nuestro país, desde la Edad Media hasta los conflictos contemporáneos. Así, esta pareja intelectual se ha consolidado como una de las más influyentes en la divulgación militar en lengua española desde hace ya muchos años.

Como decimos, una parte importante del libro la conforman las ilustraciones, hasta el punto de que el autor de los mismos, el propio Augusto Ferrer-Dalmau, el conocido en el mundo del arte como el “pintor de batallas”, aparece en la portada del libro también como autor del mismo. Sus lienzos, al igual que sus dibujos, de un realismo minucioso, recrean con fuerza plástica los episodios clave de la historia bélica española, desde los tercios de Flandes hasta las misiones actuales desarrolladas en escenarios internacionales. Y también, por supuesto, la evolución del armamento, desde los antiguos mosquetes y picas de los propios Tercios, hasta el armamento de última generación con el que, hoy en día, son equipados nuestros soldados ahora, en pleno siglo XXI.

“De Felipe V a Felipe VI” es, en definitiva, un ejercicio de memoria histórica y cultural, que reivindica el papel de los ejércitos en la configuración de España. Un trabajo que conjuga análisis, relato y arte, destinado tanto a los aficionados a la historia militar, como a quienes desean comprender mejor el lugar que hoy ocupa el ejército en una sociedad moderna, como es España. Y es que, en un momento como éste, en el  que Europa debate su futuro en materia de defensa común, y en que los conflictos internacionales vuelven a poner a prueba la estabilidad del continente, obras como la que ahora nos ocupa, nos recuerdan que la historia militar no es solo una imagen de nuestro pasado: es también una clave para entender los desafíos del presente en el mundo en el que nos ha tocado vivir.

Para finalizar, quiero volver a recoger unas frases más del prólogo de Javier Nart, porque resumen, de manera bastante clara, el papel que el conocimiento de la historia debe jugar para el conocimiento de nosotros mismos. Y es que la historia debería ser ajena a esos planteamientos hipócritas que muchas veces nos llegan desde uno de los extremos del espectro político, cargados de ese “buenismo” simplista al que nos tienen acostumbrados. Unas palabras que, en cierto sentido, parecen haber sido escritas con el fin de responder a esos planteamientos obscenos que, demasiadas veces, se nos hace por parte de algunos políticos americanos, como López Obrador o  su destacada alumna, Claudia Sheinbaum, quien le sustituyó como presidenta de México. Y también, por desgracia, desde algunos sectores de nuestro propio país, porque muchas veces, demasiadas, somos nosotros, los propios españoles, nuestros principales enemigos:

“¿Debemos exigir reparaciones morales o materiales a la República italiana por Numancia? ¿Y a la francesa por la traición, invasión, masacre y expolio en la España de 1808? ¿Y nosotros a los países americanos, aunque nunca los entendiéramos como colonia? ¿O a Italia por la conquista del reino de Nápoles... donde nuestro enemigo resultó no italiano sino francés? En verdad todas las naciones del mundo son consecuencia tanto de actos de afirmación defensiva interna (de súbditos a ciudadanos) como de agresión/defensa respecto al externo. Cataluña, como Castilla, Aragón, Navarra, León o Portugal son la consecuencia de la reconquista/reflujo del al-Ándalus hispano. De campañas militares, de espada, de sangre y dolor, que no de metafísica. Se expulsó a moriscos y judíos en la España de los Reyes Católicos, como los nobles catalanes y aragoneses desde el Pirineo a Murcia, como Tarik y Muza hicieron antes con visigodos e hispanorromanos. ¿Condenamos por xenófobos a Isabel y Fernando y no a Jaime I el Conquistador? ¿Y a Abderramán o a Almanzor?”

Porque, decimos nosotros, ni los hechos históricos, ni los personajes que los protagonizaron, puede ser juzgados con el rigor ni la vara de medir propias del siglo XXI, sino con los que eran propios del momento en el que sucedieron.

Bernardo de Gálvez, con los hombres del Regimiento Fijo de Luisiana, del regimiento de Navarra y del 2.º de Voluntarios de Cataluña, durante uno de los ataques británicos a las posiciones españolas que cercaban Pensacola.  
Uno de los cuadros más famosos de Augusto Ferrer-Dalmau y, al mismo tiempo, una de las ilustraciones del libro.



lunes, 1 de septiembre de 2025

EL CAMINO Y LA ORDEN DE SANTIAGO. DOS REALIDADES PARALELAS

 

El Camino de Santiago. El origen de una vía de espiritualidad

Según la tradición cristiana, el apóstol Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, predicó el Evangelio en la península ibérica, después de que Jesucristo, una vez resucitado, lo enviara, como al resto de los Apóstoles, a anunciar su mensaje entre los gentiles. Aunque ni los propios Evangelios ni los Hechos de los Apóstoles, el libro de las Sagradas Escrituras que narra la vida de los doce en los años siguientes a la Pasión de su Maestro, recogen esta misión evangelizadora de Santiago, y por lo tanto la historicidad de su presencia en el extremo occidental del mundo conocido, algunos de los textos apócrifos y, sobre todo, crónicas posteriores, sostienen que el Apóstol viajó hasta Hispania, posiblemente a través de la vía marítima fenicio-romana, cruzando todo el mar Mediterráneo, evangelizando diversas regiones del noroeste peninsular. Después, tras regresar a Jerusalén, fue martirizado allí por orden de Herodes Agripa, hacia el año 44 d.C. Sus discípulos, según la tradición sagrada, trasladaron su cuerpo por mar hasta las costas de Galicia, donde sería enterrado en un lugar oculto, cuyo recuerdo se perdió durante muchos siglos.

Pasado el tiempo, a comienzos del siglo IX, en torno al año 820, un eremita llamado Pelayo observó, durante varias noches, unas luces misteriosas, como “estrellas danzantes”, sobre un bosque cercano al monte Libredón. Informó del hecho al obispo de Iria Flavia, la antigua sede episcopal que actualmente se encuentra en el municipio de Padrón. Teodomiro, que así se llamaba el obispo, investigó el fenómeno, y descubrió la existencia en el lugar de donde procedían las luces, de una tumba, que identificó con la del apóstol Santiago. Así, esta aparición fue considerada milagrosa, y rápidamente legitimada por el rey asturiano Alfonso II el Casto, quien acudió en peregrinación al lugar. Allí ordenó construir una primera iglesia sobre el sepulcro, lo que marca el nacimiento de Compostela (Campus Stellae, “campo de la estrella”) como santuario. Con este acto, Alfonso II no sólo legitimó la autenticidad del hallazgo, sino que vinculó la figura del apóstol a la construcción del reino cristiano, en resistencia contra el Islam.

En las décadas siguientes, Compostela se convirtió en un importante centro de devoción y de poder eclesiástico. Echemos un vistazo rápido a lo más destacado de la cronología de lo que, ya entonces, empezaba a ser conocido como un importante lugar de peregrinación. Entre los años 834 y 843, la sede episcopal fue trasladada desde Iria Flavia a lo que ya entonces era llamado Santiago de Compostela. En 997, el caudillo musulmán Almanzor saqueó la ciudad, pero no dudó en respetar la tumba del apóstol, lo que reforzó su carácter sagrado que tenía el lugar. En 1095, el papa Urbano II reconoció oficialmente el culto a Santiago. En 1139, Inocencio II otorgó a la diócesis la dignidad arzobispal. En 1164, Compostela fue reconocida como uno de los tres grandes centros de peregrinación cristiana, junto con Roma y Jerusalén.

Con el crecimiento del culto al apóstol, se fue estructurando el Camino de Santiago, como una red de rutas que desde el norte de Europa, especialmente Francia, pero también otros países, como Inglaterra o Portugal,  llegaban hasta Galicia. A lo largo de estos caminos fueron surgiendo con el paso del tiempo decenas de hospitales y de albergues para acoger a peregrinos, y monasterios y templos para asegurar el culto y la asistencia espiritual. Y también, cono no podía ser de otra forma en aquellos años medievales, en los que la caballería tenía una especial importancia, órdenes militares y religiosas, especialmente la de Santiago (1170), encargadas primeros de la protección de los caminantes, pero que poco tiempo después, y a imitación de otras órdenes que fueron naciendo en toda Europa,  pasaron también a combatir contra los musulmanes, llegando a ser uno de los elementos principales de la Reconquista.

En aquellos tiempos, igual que ahora, el Camino no solo tenía un sentido devocional, sino que también articulaba la repoblación de los territorios conquistados, repoblación en la que la orden también terminó siendo protagonista, al menos en una parte de los territorios conquistados. Además, servía de eje de comunicación, intercambio cultural, y construcción de la identidad cristiana peninsular. El románico, ese nuevo orden arquitectónico que estaba llegando de Francia en aquel lejano siglo XI, y durante toda la primera mitad de la centuria siguiente, también lo hizo, sobre todo en su primera época, a través del Camino.

En tiempos del reinado de Alfonso VII (1109-1157), el apóstol Santiago fue presentado como símbolo de la unidad política de Hispania. Y entre los siglos XI y XIII, el Camino vivió su época dorada. Millones de peregrinos europeos lo recorrieron en aquella época. A su paso se desarrollaron núcleos urbanos, como Jaca, Estella, Burgos, León o Astorga. En 1075 comenzó a  construirse la catedral románica de Santiago, culminando, en muy pocos años, un impresionante santuario de peregrinación. Sin embargo, a partir del siglo XIV, diversos factores, como el estallido en el continente europeo, de importantes conflictos armados, la extensión de la peste, y a partir del siglo XVI, la reforma protestante, provocó en toda Europa un cambio en las rutas de peregrinación, lo que llevó a un declive del Camino, que ya no resurgiría con fuerza hasta tiempos recientes. Ya en el siglo X, el Camino de Santiago volvió a resurgir con gran fuerza.

Con la expansión del Imperio español, el culto a Santiago se exportó a América, donde fue adoptado como santo patrono de numerosas ciudades. En muchas regiones, se sincretizó con deidades indígenas, o fue reinterpretado como símbolo de justicia, protección y autoridad. La figura del apóstol, ya sea como peregrino, como santo o como guerrero, continúa hoy siendo un referente de identidad, espiritualidad y encuentro entre pueblos, tanto en Europa como en América. Así, la aparición del apóstol Santiago en Compostela no es sólo un episodio religioso, sino un acontecimiento con profundas consecuencias políticas, culturales y sociales. El Camino de Santiago se transformó en un eje de comunicación espiritual, territorial y simbólica que articuló gran parte de la cristiandad medieval. Y aunque de una manera muy diferente, más propia de este siglo XXI, lo sigue articulando también en la actualidad.

Sin embargo, en realidad no existe un Camino de Santiago, sino varios caminos. Los más conocidos son los que atraviesan el norte de la provincia de Cuenca, pero un camino de peregrinación como era éste, transitado por peregrinos de todo el continente europeo, era, en realidad, una red de vías que  tienen un destino común, Santiago de Compostela, y muchos puntos de origen diferentes; todos los caminos llevan a Roma, dice el refrán, y casi todos los caminos llegan a Santiago. Hay que recordar aquí el camino inglés, que, procedente de las Islas Británicas, y a través del Canal de la Mancha y el Mar Cantábrico, recorría, en muy pocas jornadas, el trayecto entre La Coruña y Compostela; o el portugués, que comunicaba Lisboa y Santiago a través de Oporto o Tui.  En este sentido, no se puede dejar de lado el llamado Camino de la Lana, que desde la costa mediterránea, principalmente desde Alicante, pasando por las provincias de Cuenca, Guadalajara y Soria, llegaba hasta Burgos, donde enlazaba directamente con el camino francés.

 

Santiago Matamoros y la dimensión guerrera del apóstol

La aparición del apóstol Santiago a lomos de un brioso corcel blanco en la batalla de Clavijo (844), según las crónicas, consolidó su imagen de apóstol-guerrero. Montado sobre un caballo blanco y blandiendo una espada, habría intervenido milagrosamente para dar la victoria a los cristianos frente a los musulmanes. Esta poderosa imagen nace, tal y como se ha dicho, de la legendaria Batalla de Clavijo donde, según las crónicas medievales, cuando las tropas cristianas estaban a punto de ser derrotadas por los temibles musulmanes, el apóstol se apareció sobre un caballo blanco, blandiendo una espada, y provocando el terror entre las tropas musulmanas. Como resultado de esta visión, los cristianos recobraron unas fuerzas que ya estaban demasiado mermadas, logrando de esta forma, al día siguiente, la victoria sobre sus enemigos. Este es el origen de la iconografía del apóstol a caballo, con uno o varios guerreros moros a sus pies, a punto de ser pateados por el corcel.

 Este relato no está documentado históricamente, como tampoco la propia batalla, pero su poder simbólico fue enorme durante toda la Edad Media. Con el tiempo, Santiago se convirtió en patrón de una España unificada, protector de los cristianos, y figura central del ideario de cruzada contra el enemigo musulmán. Su culto se asoció a la lucha religiosa, a la reconquista de la tierra y, como consecuencia de todo ello, al deber del caballero cristiano.


Este episodio, aunque legendario, fue crucial para convertir a Santiago en patrón de España, reforzar la idea de una Reconquista sagrada, y vincular el Camino a la lucha religiosa y a la política peninsular. La figura de Santiago Matamoros se convirtió en un icono visual y simbólico de la cristiandad peninsular, y su imagen ecuestre se difundió ampliamente en esculturas, relieves, códices y retablos. Y junto a la imagen de San Jorge, el otro santo caballero, derrotando al dragón -un antiguo soldado de la guardia pretoriana, que también se encuentra en la difusa frontera entre la historia y la leyenda-, puede ser considerado como una transliteración de los antiguos mitos grecolatinos, y también de las tradiciones celtíberas. En efecto, Santiago Matamoros comparte rasgos con San Jorge, venerado tanto en Europa como en Oriente Próximo, especialmente en lugares tan distantes entre sí como Georgia, Inglaterra y, en lo que respecta a la península ibérica, en Aragón y en Cataluña. Ambos aparecen como guerreros montados, salvadores frente al enemigo infiel o monstruoso -el dragón o el enemigo musulmán-, lo que sugiere una transposición cristiana de antiguos arquetipos guerreros indo-europeos.

En cuanto a la mitología clásica, la imagen del caballero celeste tiene paralelos claros con los héroes montados de la mitología griega, como el centauro, ese ser híbrido que unifica, en un mismo cuerpo, al caballo y al jinete; el dios guerrero Ares, o los gemelos Cástor y Pólux, los Dioscuros, hijos de Leda; o incluso Belerofonte, montando a Pegaso para derrotar a la Quimera. Y en cuanto a las tradiciones celtíberas celtiberas, debemos recordar que, para estos pueblos del centro de la meseta, el caballo era un animal sagrado, asociado con la guerra, la nobleza, la muerte y el tránsito al más allá. En algunos yacimientos como Numancia, se han hallado jarros rituales con hombres-caballo y domadores, símbolo posiblemente chamánico o funerario.

Esa imagen del caballo como símbolo totémico también aparece en el folklore español y americano. En efecto, el caballo no sólo está presente en la tradición guerrera, sino también en las festividades populares, muchas de ellas con orígenes medievales o incluso paganos, aunque en muchas ocasiones el origen mítico está parcialmente oculto en una tradición histórica realmente existente. Así se puede apreciar en algunas fiestas de enorme interés, como en la Caballada de Atienza (Guadalajara) que conmemora el rescate del rey Alfonso VIII, siendo todavía niño, en el marco de la guerra civil que asoló Castilla a mediados del siglo XII; o los Caballos del Vino, en Caravaca de la Cruz (Murcia), donde se mezcla la simbología cristiana y pagana con las tradiciones agrícolas, y en la que el caballo es símbolo de fuerza protectora.

También es este caso, y después del descubrimiento y conquista de América, todas esas tradiciones fueron exportadas al Nuevo Mundo, donde se fusionaron con algunas cosmovisiones indígenas. En Peteu (Guatemala), por ejemplo, existe el "Baile del Caballito", una danza ritual en la que el caballo, en esta ocasión a través de hombres disfrazados de tales, sigue siendo símbolo sagrado, asociado a la lucha entre el bien y el mal, lo divino y lo terrenal. Este sincretismo se refleja en cómo los pueblos indígenas adoptaron la figura de Santiago como “santo guerrero”, defensor del orden, muchas veces reinterpretándolo dentro de sus propias creencias.

En resumen, la figura de Santiago Matamoros y su asociación con el caballo blanco no puede entenderse sólo desde el punto de vista del cristianismo medieval. Es, en realidad, un arquetipo de héroe montado, heredero de múltiples tradiciones: celtas, grecolatinas, visigodas, islámicas y cristianas. Sin embargo, sí es cierto que, más allá de todo ello, su figura articula la identidad nacional española en la Edad Media, como símbolo de la lucha sagrada contra el invasor musulmán. Y al mismo tiempo, y una vez producida la unificación de todos los reinos bajo una misma corona, y prolongada esa unicidad hasta más allá del Océano Atlántico, permite la evangelización y legitimación del dominio en las nuevas tierras descubiertas, usando símbolos ya presentes en las culturas autóctonas.

 

La orden militar de Santiago, entre la cruzada y la frontera

En el panorama espiritual, político y militar de la Europa medieval, pocas instituciones alcanzaron tanta relevancia y proyección como las órdenes militares. Nacidas en el contexto de las cruzadas orientales, especialmente después de la conquista de Jerusalén en 1099, estas fraternidades de caballeros profesaban votos religiosos y, al mismo tiempo, empuñaban las armas. Su misión consistía en: defender la cristiandad frente a sus enemigos, ya fuesen los musulmanes, los paganos o, más tarde, los herejes.

Las tres grandes órdenes internacionales los templarios, los hospitalarios de San Juan (futuros caballeros de Malta, después de que el emperador Carlos V les otorgara el señorío sobre la isla homónima), y la orden teutónica (nacida en Alemania, pero que contaba también con una rama española desde el matrimonio del rey Fernando III con Beatriz de Suabia, nieta del emperador Federico Barbarroja), marcaron el modelo organizativo, simbólico y espiritual para las nuevas milicias religiosas que surgirían también en Europa occidental y, de modo muy especial, en la península ibérica; hay que recordar, en este sentido, que también la Reconquista tuvo un cierto cariz de cruzada contra el enemigo musulmán. Por ello, aunque el foco inicial de estas órdenes se centró en Tierra Santa, sus ramas y prioratos se extendieron también por Occidente, encontrando en España un campo fértil de acción.

A diferencia de sus homólogas internacionales, las órdenes hispánicas nacieron directamente vinculadas a la lucha por la Reconquista y bajo el patrocinio de los reyes cristianos. Su función era eminentemente práctica: custodiar los territorios de frontera, repoblar las tierras conquistadas y servir de brazo armado a la monarquía. Las principales fueron: la Orden de Calatrava, fundada en 1158 con apoyo del Císter, y con sede en el castillo homónimo, en la actual provincia de Ciudad Real; la orden de Santiago, establecida en 1170, protagonista de esta entrada; la orden de Alcántara, surgida en 1166 en el reino de León, con fuerte implantación en Extremadura; la orden de Montesa, fundada en 1317 en el reino de Aragón, adoptando muchos de los beneficios que habían tenido los templarios después de la disolución de estos; y la orden de Avis. menos conocida en nuestro país porque, en esencia, se limitó al reino de Portugal. Estas órdenes compartían rasgos comunes: obediencia a una regla monástica, la de San Benito, el Císter o San Agustín; adopción  de votos religioso; disciplina militar; y una estructura feudal bien articulada. A diferencia de las órdenes supranacionales, las órdenes hispánicas estaban sujetas principalmente a la autoridad de los reyes, lo que reforzaba su papel como instrumento de la política regia.

La Orden de Santiago fue fundada en el reino de León hacia 1170, por un grupo de caballeros que se habían reunido en la ciudad de Cáceres. Su objetivo inicial era doble: proteger a los peregrinos que transitaban el Camino de Santiago, y combatir a los musulmanes en los territorios de la frontera sur. Su fundación fue avalada por el rey Fernando II de León, y poco después, en 1175, recibió el reconocimiento pontificio, mediante una bula del papa Alejandro III. En 1174, la orden se extendió también al reino de Castilla, donde el monarca Alfonso VIII les otorgó el castillo de Uclés, que de este modo, se convirtió en su casa madre y centro de operaciones. Allí se erigió el priorato de Uclés, un complejo que funcionaba como monasterio, fortaleza, centro administrativo, archivo y residencia del maestre. Desde ese núcleo estratégico, la orden dirigía sus campañas militares, organizaba la repoblación de nuevas tierras y gestionaba una extensa red de encomiendas.

La Orden de Santiago se regía por la regla de San Agustín, que permitía combinar la vida religiosa con la acción armada. Sus miembros eran frailes-caballeros, nobles que profesaban votos de obediencia, castidad y pobreza personal, pero no llevaban una vida estrictamente conventual. Su símbolo, una cruz roja en forma de espada, sintetizaba perfectamente su doble misión, espiritual y militar. La orden asumía funciones clave en el entramado de la Reconquista: la protección de peregrinos hacia Santiago de Compostela, la defensa de los territorios fronterizos frente al Islam, y la repoblación y colonización agrícola de las tierras conquistadas. Su influencia en la corte castellana, donde sus maestres llegaron a ejercer poder político significativo, fue muy importante.

Uno de los episodios más reveladores del protagonismo de la orden de Santiago tuvo lugar en 1177, cuando Alfonso VIII emprendió la conquista de Cuenca, que para entonces era un importante bastión musulmán en el centro-este de la península. Así, la orden participó de manera decisiva en la campaña, aportando tropas, logística y recursos. Su colaboración fue recompensada generosamente por el rey con bienes inmuebles, heredades rurales, molinos, dehesas y propiedades urbanas dentro de la ciudad. Estos donativos no fueron meramente honoríficos. Respondían a una estrategia política: consolidar la presencia cristiana, facilitar la repoblación con gentes de confianza y asegurar la fidelidad de la orden. Desde su sede en Uclés, la orden de Santiago proyectó su influencia sobre el territorio conquense, estableciendo una red de posesiones como el Hospital de Santiago, el Molino de Santiago, la Dehesa de Santiago, dentro de la ciudad, o la fortaleza de Torrebuceit, en el actual municipio de Villar del Águila.

A lo largo de los siglos, la Orden de Santiago se consolidó como una de las instituciones más poderosas de la Corona de Castilla. Su red de posesiones, su capacidad militar y su inserción en la estructura política, le permitieron mantener una posición destacada hasta bien entrado el periodo moderno. A partir de los Reyes Católicos, y especialmente bajo Carlos V y Felipe II, y como sucedió con el resto de las órdenes hispánicas, la corona asumió el control directo del maestrazgo, lo que marcó el comienzo de su progresiva integración en el aparato estatal. No obstante, y a pesar de los procesos desamortizadores del siglo XIX, su legado permanece hoy en día: iglesias, castillos, archivos, escudos, y topónimos recuerdan aún hoy la huella profunda de una institución que encarnó, como pocas, el cruce de caminos entre la religión, la guerra y la política  en la España medieval.









martes, 19 de agosto de 2025

UNA NOVELA SOBRE LOS AÑOS DEL PLOMO EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

 


En otras entradas anteriores hemos comentado, en este mismo blog, otros libros anteriores de la historiadora y novelista conquense Ana Belén Rodríguez Patiño (ver en este blog “Donde acaban los mapas primera novela de Ana Belén Rodríguez Patiño, 4 de enero de 2014; “Dos novelas históricas escritas desde Cuenca”, 14 de julio de 2016; “Un mensaje escrito en un libro diferente”, 11 de junio de 2019; “La estética de los nadadores, una nueva novela de la escritora conquense Ana Belén Rodríguez Patiño”, 9 de octubre de 2020, “Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial”, 14 de junio de 2022). Ahora llega el momento de comentar aquí una novela que saltó a los escaparates de las librerías hace ahora casi un año, algo que debemos tener en cuenta si queremos juzgar adecuadamente la oportunidad de su lanzamiento.


En efecto, “La piel de los tártaros”, la última novela de esta escritora conquense, apareció en el mes de septiembre del año pasado, un mes antes del estreno, en febrero de 2025, de la película “La infiltrada”, de Arantxa Echevarría; ella firma también, con Amelia Mora, el guión de la misma. Esta película ganó el Goya a la mejor película  en los premios de este año, ex aequo con “El 47”, así como el premio a la mejor actriz protagonista,  en la figura de Carolina Yuste, quien  fue reconocida como Mejor Actriz. Y es que la casualidad ha hecho que ambas, película y novela, novela y película, trabajando de forma independiente sobre una historia real, la historia de la primera, y única, mujer policía española que se infiltró en ETA en los años noventa, en los años más duros de la banda armada, hayan salido a la luz prácticamente en el mismo momento.

En efecto, en "La piel de los tártaros" se narra la historia de una joven policía española que fue seleccionada en 1992 para infiltrarse en la organización terrorista ETA, convirtiéndose en la única mujer en lograrlo. La autora, historiadora y escritora, se sumerge en los años más intensos del conflicto, mostrando el entrenamiento, la doble vida y los riesgos extremos a los que se tuvo que enfrentar, hasta 1999 la protagonista, Esther Castells (nombre ficticio en la novela, Arantzazu Berradre en la película, Elena Tejada en la vida real, en un juego de nombres que nos lleva hacia un nombre desconocido y anónimo, oculto a la vida pública en la actualidad por las propias necesidades de protección de la verdadera policía que se oculta en todos esos nombres).

Aunque ambientada en los años noventa, y basada en hechos reales, la novela no pretende, en realidad, ser una novela histórica en sí misma, porque además, y como no podía ser de otra forma, la sucesión de los hechos reales, tal y como sucedieron, se encuentran todavía, por razones obvias, protegidas por la ley de los secretos oficiales. La protagonista no forma parte de una trama histórica documentada, sino de una operación secreta real con una fuerte implantación emocional y psicológica. Sin embargo, todo lo que se cuenta en ella forma parte, por desgracia, de la historia contemporánea de España. La ambientación traza un recorrido de varias décadas marcadas por el terrorismo, por la ley lógica de las bombas y las pistolas, reflejando la violencia y el dolor provocado en muchos miles de personas -políticos, jueces, militares, policías y guardias civiles sobre todo, incluso bastantes hombres y mujeres casi anónimos, gente de la calle-. Las cifras sí son históricas, aunque no formen parte ni de la película ni de la novela: 853 asesinatos, más de 3.500 atentados, más de 2.362 heridos, 86 secuestros documentados, además de una cantidad incontable de extorsiones a empresarios y la fractura de una sociedad, la vasca, una parte de la cual se vio obligada a emigrar para poder huir de aquel infierno.

La obra rinde homenaje explícito a hombres y mujeres de la Guardia Civil y la Policía Nacional, a todos aquellos ángeles de la guarda que vestían de uniforme, sea éste de color verde, azul o marrón, quienes arriesgaron sus vidas luchando contra ETA desde dentro; porque también en la Guardia Civil, en aquellos años oscuros, hubo infiltrados en el grupo armado, que tuvieron que abandonar su vida tranquila, en el seno de sus familias verdaderas, para cambiarla por una forma de vida que, en realidad, les era ajena. La protagonista es precisamente una policía infiltrada, y la novela enfatiza el papel crítico, oculto y sacrificado de las fuerzas de seguridad del Estado en los años de plomo.

Quiero hacer aquí una referencia al llamado Síndrome del Norte, una dolencia psicológica que afectaba a agentes  que estaban destinados en Euskadi durante los años en los que estuvo activa la violencia etarra: “Ha escuchado en otras ocasiones hablar del Síndrome del Norte. Ya en la academia de Ávila había tenido noticias de ello, como una enfermedad que aqueja irremediablemente a los agentes del orden desplazados en el País Vasco. Se trata  de un desequilibrio mental provocado por un estrés intenso y estimulado en el tiempo. La padecen policías, guardias civiles y funcionarios estatales ante las provocaciones sistemáticas. No sólo ellos, también sus familiares más cercanos. Es lo que buscan los terroristas y sus cómplices: la asfixia total de aquellos que colocan a la diana. Una experiencia que, en algunas ocasiones, aboca al suicidio (aunque se disfrace de muerte natural).  Una decisión desesperada para quienes la vida se convierte en un camino tortuoso. Tensión, presión y miedo. Desamparo y soledad. Mucha soledad.” La mención  sirve como reflejo de los efectos emocionales que dejó el enfrentamiento al terrorismo desde dentro.

Y ante todo esto, la necesidad de la protagonista de crear una rutina en la que pueda mantenerse ajena a toda esa violencia: “Esther anota todo en su cerebro como una máquina Y desde ese mismo cerebro sabe procesarlo de la forma más conveniente. M ira, escucha, memoriza.  No enjuicia nada públicamente si no es con intención. Mantiene la calma. No comprende muchas de las vicisitudes que vive, pero ha de hacer ver que las tiene asumidas, y que las marca a fuego en su piel. Una piel que ha de endurecer rápidamente, y asemejarla a la de los terroristas, encallecida e insensible ante el dolor ajeno, como los antiguos guerreros tártaros de las estepas.”

En todas sus novelas, Ana Belén Rodríguez siempre ha sabido elegir el título -muchas veces, en el título de un libro suele estar el principio de su éxito-, y en la última frase de la cita, los lectores podemos encontrar el significado y las motivaciones de la autora para titular así su última obra: Esther, como cualquier infiltrado en una banda terrorista, no tiene más remedio que despojarse de su propia piel, la de un ciudadano normal, la de una buena policía, para vestirse con la piel de una serpiente -no debemos olvidarnos de que el emblema de la banda terrorista es, precisamente, un hacha y una serpiente-, de uno de aquellos tártaros del siglo XIII que, montados siempre sobre sus ágiles caballos, con los que formaban un ente casi único, cruzaban las estepas, invadiendo ciudades y derrotando a pueblos enteros, sembrando la muerte y el dolor allá por donde iban. Así, la equiparación entre la banda terrorista y la Horda de Oro se hace bastante elocuente.

En la página 120 se aborda directamente el dolor provocado por las muertes de ETA: “A pesar de los buenos resultados, el número de muertos aumenta en los años posteriores. Lo hace en cuanto la banda se reorganiza. El periodo siguiente vuelve a ser terrorífico. Los atentados con bombas lapa y los asesinatos a sangre fría se convierten en trágicos protagonistas de la escena pública. Y con la misma triste regularidad que solían. El país entero se acostumbra a la violencia, y los sucesos luctuosos provocados por los terroristas se suceden sin parar. El 8 de junio de 1995 acabarán con la vida de un inspector jefe de la Policía Nacional. Un disparo en la nuca en un asalto en la avenida Sancho el Sabio, de San Sebastián. Llevaba tiempo amenazado por la ETA. Él y su familia, esposa y dos hijas. Le habían ofrecido por ello un cambio de destino, pero prefirió seguir en su puesto  en la Unidad Territorial Antiterrorista de Guipúzcoa. A la rueda de la muerte aún le quedan muchos muertos en la cartera (entre ellos, políticos destacados del PP y del PSOE). En las siguientes décadas, los terroristas asesinarán a tres comisarios en activo, cuatro subcomisarios, más de veinte inspectores, seis subinspectores, y sobrepasarán el centenar de agentes. La Guardia Civil aún sufrirá un número mayor de víctimas. Los heridos y las cicatrices emocionales, siguen siendo incontables.”

Esa reflexión sirve para conectar el legado del franquismo con el terrorismo contemporáneo en España, destacando cómo ambos han marcado la memoria colectiva y personal, contraponiéndolo de esta forma las políticas de memoria histórica y la Ley de Memoria Democrática. A lo largo de la novela van pasando los años, entre engaños y disimulos, mientras solo una verdad permanece: el terror de ETA. La protagonista vive bajo una identidad falsa durante siete años, en una realidad donde el silencio y la ocultación son constantes, pero la violencia real y sangrienta sigue siendo el eje que mueve todo.

Para finalizar, unas breves palabras sobre el estilo literario de la novela: éste es ágil, con frases cortas, directas e incisivas. La narrativa se construye sobre diálogos y descripciones contundentes, que mantienen la tensión sin saturar la página, facilitando que el lector avance sin freno en la lectura de la novela.












El podcast de Clio: LA PIEL DE LOS TÁRTAROS

miércoles, 6 de agosto de 2025

HERMANOS DE ARMAS: UNA HISTORIA SOBRE LA COLABORACIÓN DE FRANCIA Y DE ESPAÑA EN LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

 

Entre  los historiadores norteamericanos, tradicionalmente, se ha venido asumiendo, de manera bastante acrítica, que la gesta de la independencia de los Estados Unidos fue, sobre todo, un asunto eminentemente interno, excepcionalista, un levantamiento de unos colonos norteamericanos que, sin prácticamente ninguna ayuda externa, lograron independizarse de Gran Bretaña y crear un nuevo país. Esta visión parcial se basa en la voluminosa obra de George Bancroft, que en 1878, justo cuando el país se estaba preparando para el primer centenario de su existencia, culminó una profusa obra de diez extensos volúmenes, en la que primaba este punto de vista. Por ello, es por lo que es tan interesante el libro de Larry D- Ferreiro, que ha sido publicado recientemente, en su versión española, por el sello editorial Desperta Ferro, bajo el título de “Hermanos de armas: la ayuda internacional en la independencia de Estados Unidos

En efecto, en este interesante volumen, el historiador norteamericano Larry Ferreiro desmonta el mito de que la Revolución estadounidense fue una empresa exclusivamente angloamericana, impulsada por el espíritu de libertad y por el enfrentamiento con una metrópolis opresora. A través de una rigurosa investigación histórica, el autor revela que sin la crucial ayuda militar, financiera y diplomática de Francia y de España, la independencia de las trece colonias habría sido inviable. Recogemos las palabras que, en este sentido, ha escrito su autor:

“El mito de que las colonias británicas se convirtieron por sí solas en una nueva nación, que combatieron y ganaron la independencia por sí mismas, siempre ha sido una falsedad y nunca ha encajado. Francia y España apoyaron la Guerra de la Independencia desde antes de que esta comenzase, antes incluso de que los colonos supieran que su revolución conduciría a la guerra. John Adams hizo esta conexión en una carta a Jefferson fechada en 1815… Según Adams, la Revolución comenzó con el mal gobierno británico después de la guerra de los Siete Años, y la Guerra de Independencia fue su consecuencia inevitable. Sin embargo, Francia y España habían  comprendido la situación desde hacía tiempo.  Ya en 1763, en la firma del Tratado de París, sus ministros eran conscientes de que la incomodidad de las colonias con la dominación británica crearía el escenario para la siguiente contienda, y se sirvieron de espías y  observadores para vigilar de cerca la revolución en ciernes, mientras reforzaban sus flotas y ejércitos de cara al próximo choque con Gran Bretaña. Cuando la lucha estallo por fin, la presencia de Francia y España fue constante en todo momento, antes incluso de que la Declaración de Independencia las invitara… La alianza franco-estadounidense de 1778 deshizo la ventaja naval de que gozaban los británicos en aguas de Norteamérica, y, aunada a la incorporación de España a la lucha en 1779, convirtió un conflicto regional en uno global, que desangró la fuerza militar y la voluntad política de Gran Bretaña, hasta abocarla a la rendición.”

Antes de proseguir analizando el libro, quiero dirigir unas breves palabras sobre su autor. En este sentido, Larry D. Ferreiro es un historiador estadounidense, especializado en historia de la ciencia, la ingeniería y la tecnología, con una marcada inclinación hacia la historia naval y militar de los siglos XVIII y XIX, especialmente en el contexto atlántico. Es profesor en la George Mason University, en Virginia, y en el Stevens Institute of Technology, en Nueva Jersey, donde ha desarrollado una destacada carrera docente e investigadora. Pero sobre todo, Ferreiro no es un académico convencional: su formación y su experiencia profesional combinan la ingeniería naval, la historia intelectual, y el servicio gubernamental. Antes de dedicarse plenamente a la docencia, trabajó como ingeniero naval en el Departamento de Defensa de Estados Unidos, y en instituciones como la Marina y la Guardia Costera, lo que aporta a sus obras una mirada técnica y estratégica poco común entre los historiadores tradicionales. Esta experiencia transdisciplinar se refleja en la escritura que presenta el libro, caracterizada por un enfoque riguroso, pero también muy accesible para todo tipo de lectores, capaz de conectar los hechos militares, científicos y diplomáticos, con el trasfondo ideológico e institucional de la época estudiada.

Por otra parte, Ferreiro es miembro de la Royal Historical Society, y ha recibido varios reconocimientos por su labor investigadora y divulgadora. Lo que distingue a su obra es su capacidad para cuestionar las narrativas nacionales encerradas en sus propios mitos fundacionales, y colocar los grandes eventos históricos en el marco de las redes internacionales, las estrategias geopolíticas, y las colaboraciones transnacionales. Su perspectiva se aleja tanto del excepcionalismo americano, del que ya hemos hablado, como del eurocentrismo, apostando por una historia del Atlántico como espacio compartido, entre dos grandes continentes, de conflicto, innovación y construcción política. Larry Ferreiro es autor de dos libros más sobre la historia de la navegación, que todavía no han sido publicados en España: “Measure of the Earth “(2011), en el que explora cómo la expedición geodésica francesa a Sudamérica en el siglo XVIII, ayudó a medir la forma del planeta, y contribuyó de esta forma a la ciencia moderna; y     “The Art of War: Naval History of the Age of Sail”  (2019), centrado en la evolución de la ingeniería naval en el contexto bélico.

Y por lo que se refiere a este libro que analizamos aquí, fue finalista del Premio Pulitzer de Historia, y ganador del “Journal of the American Revolution 2016 Book of the Year Award”,  un premio que reconoce obras de no ficción que destacan por su investigación rigurosa y narrativa accesible, alineadas con la misión propia de la identidad que lo otorga: proporcionar investigaciones históricas y narrativas perspicaces sobre la Revolución Americana y su impacto en la historia. En “Hermanos de armas”, ya lo hemos dicho, el historiador Larry D. Ferreiro rompe con la narrativa tradicional estadounidense que presenta la Guerra de Independencia como una gesta exclusivamente norteamericana, revelando con rigor y claridad la decisiva participación de las potencias europeas, en especial Francia y España, en la emancipación de las Trece Colonias.

Volviendo al libro,  Ferreiro sostiene que la famosa Declaración de Independencia de 1776 tenía un objetivo más estratégico que simbólico: su verdadero destinatario no era Jorge III, sino los gobiernos de Europa, especialmente las cortes de Versalles y Madrid. Al proclamar la ruptura con la metrópolis, los dirigentes estadounidenses buscaban justificar su causa a ojos del derecho internacional y hacer un llamamiento directo a las potencias europeas rivales de Gran Bretaña. Es decir, fue un documento diplomático en busca de aliados. Francia respondió con entusiasmo y España, aunque más cauta, aportó fondos, suministros, inteligencia y tropas que resultaron esenciales, especialmente en campañas como la de Luisiana, el Caribe o el sitio de Pensacola.

El primer capítulo del libro nos retrotrae a los años previos al estallido revolucionario, comenzando con la Guerra de los Siete Años (1756–1763), conflicto global que enfrentó a las principales potencias europeas por el control del comercio y los territorios coloniales. Las consecuencias de esta guerra -incluyendo el fuerte endeudamiento de Gran Bretaña y su intento de imponer nuevas cargas fiscales a las colonias americanas- sentaron las bases del descontento colonial. En este marco, la obra reconstruye con minuciosidad la inestabilidad internacional que precedió al conflicto, y cómo fue aprovechada por las colonias para buscar apoyos externos frente al poder abrumador del Imperio británico. Ferreiro destaca la precaria situación de los independentistas en los primeros compases de la guerra: Sin ejército profesional, sin armamento suficiente, sin una marina propia, resultó vital la labor de los comerciantes norteamericanos que, con redes de contactos clandestinas, lograron establecer canales de suministro con Francia y con España. Una figura central en esta trama fue el polifacético Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, famoso autor de la trilogía de Fígaro, que inspiraría a autores operísticos como Rossini y Mozart, quien, además, fue también relojero, espía y traficante de armas, entre otras muchas cosas. Gracias a su mediación y a una empresa pantalla, Roderigue Hortalez et Cie, Beaumarchais canalizó un flujo crucial de armas y suministros, fundamentales para victorias tan decisivas como la de Saratoga, en 1777.

El relato también se centra en la participación directa de personal militar europeo en el conflicto. Ingenieros, artilleros y oficiales, en su mayoría franceses, y también algunos españoles, se incorporaron al Ejército Continental, no sin generar tensiones internas con los mandos locales. Entre ellos destacan figuras como el marqués de Lafayette, entre los franceses, símbolo del ideal revolucionario compartido, o Bernardo de Gálvez, entre los españoles, gobernador español de Luisiana, cuyo liderazgo fue esencial en las campañas del Misisipi, Mobile y Pensacola. Ferreiro resalta también la importancia de la contribución naval, especialmente relevante cuando se recuerda que, al inicio de la contienda, los Estados Unidos carecían por completo de fuerza marítima organizada.

A todo esto se suma una eficaz labor diplomática, articulada sobre alianzas dinásticas y geopolíticas. Ferreiro estudia el papel de los Pactos de Familia entre las casas borbónicas de España y Francia, y cómo condicionaron la entrada escalonada de ambas monarquías en la guerra. Mientras Francia sellaba una alianza directa con los insurgentes en 1778, España adoptó una posición más prudente, entrando en guerra solo tras asegurar la estabilidad de dos convoyes estratégicos: uno con las tropas del Río de la Plata que habían participado en el conflicto fronterizo con Portugal, y otro cargado con los fondos que estaban destinados a financiar la contienda.

Este redescubrimiento del papel de las potencias católicas, en especial del imperio español de Carlos III -el papel jugado por Francia en la independencia de los Estados Unidos siempre ha sido más reconocido, al menos en Europa, que el jugado por nuestro país-, permite una reflexión más profunda sobre los equilibrios geopolíticos del Atlántico en el siglo XVIII. Así como España, deseosa de debilitar a Gran Bretaña, ayudó a los colonos norteamericanos a liberarse de su metrópolis, décadas más tarde será la propia Inglaterra la que colabore, de forma directa o indirecta, en la emancipación de los virreinatos españoles. En este contexto, la ayuda británica a los movimientos independentistas hispanoamericanos podría interpretarse como una réplica del modelo: instrumentalizar causas revolucionarias para debilitar a un imperio rival. En última instancia, la independencia de Estados Unidos no fue solo un experimento de libertad ilustrada, sino un episodio en una cadena de guerras imperiales, donde los apoyos mutuos y los intereses cruzados determinaron el nacimiento de las nuevas naciones del hemisferio occidental.

En este sentido, igual que la experiencia americana de muchos militares y políticos franceses sirvió para que en 1789, pocos años después de que la independencia del nuevo estado fuera un hecho, se desencadenara en el país vecino el proceso revolucionario, para algunos españoles, especialmente aquellos que habían ya nacido en el nuevo continente, sirvió también para que se desencadenara en ellos un nuevo espíritu independentista, que terminaría por aprovechar la guerra en la península para desarrollar su propia revolución. Recogemos, de nuevo, las palabras de Ferreiro: “Estas declaraciones de independencia hispanoamericana, igual que la de los Estados Unidos, constituyeron el preludio de la guerra. Uno de los primeros jefes militares fue Francisco de Miranda, que tras abandonar los Estados Unidos, había luchado en el bando francés durante las Guerras Revolucionarias. En 1811 volvió a destacar, al encabezar la creación de la Primera República de Venezuela, que cayó ante las fuerzas españolas al año siguiente. El relevo lo tomaron Simón Bolívar, en la parte norte de Sudamérica, y José de San Martín, en la parte sur. Luchas similares se desarrollaron en México y América Central. Aunque España recuperó su propio gobierno en 1814, sus colonias siguieron combatiendo. En la década de 1820, España estaba exhausta por el conflicto, y políticamente debilitada. Ya había cedido Florida a los Estados Unidos, y era incapaz de sostener su enorme imperio. En 1825, el hemisferio americano, que sólo cincuenta años antes no era más que una extensión de las potencias europeas, ahora albergaba dos docenas de naciones independientes, que se abrían camino a tientas hacia un futuro esperanzado, pero incierto.”

Pero, más allá de ello, una de las tesis que se desprenden de la lectura del libro es que, desde su mismo nacimiento, los Estados Unidos fueron aliados naturales de España. Esta alianza, aunque frecuentemente olvidada o tergiversada por relatos nacionalistas, resultó beneficiosa para ambos países. Ferreiro sugiere que las etapas históricas de colaboración, como en la independencia estadounidense, han producido frutos más estables y duraderos que los periodos de enfrentamiento entre nuestros respectivos países, como ocurrió en 1898, con la desastrosa guerra hispano-estadounidense. Una lección que no debería ignorarse en nuestros días, marcados por el populismo del actual presidente norteamericano y por los errores diplomáticos de los gobiernos socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, que han enfriado unas relaciones bilaterales que deberían sostenerse sobre un legado común de cooperación.

Con una investigación rigurosa, acceso a fuentes primarias y un estilo divulgativo pero sólido, “Hermanos de armas” es un libro indispensable para comprender que la independencia de Estados Unidos no fue sólo un acto de rebelión interna, sino también el resultado de una compleja red de intereses, alianzas y apoyos internacionales, en los que España tuvo un papel protagonista.



Batalla de Pensacola. Grabado de 1781.  State Archives of Florida 






 El blog de Clio: HERMANOS DE ARMAS

lunes, 28 de julio de 2025

SORIA: TIERRA DE HISTORIA, LUZ Y LEYENDA

 

Un viaje por la provincia donde se funden Roma y Castilla, la épica y la poesía

 

Soria es una tierra discreta, pero no silenciosa. En sus campos se oye aún el eco de voces celtíberas, de proclamas romanas, de rezos medievales y de versos modernos. Es provincia de castillos y de obispos, de templarios y de poetas. Es, en definitiva, la gran desconocida de todas las provincias que conforman la actual comunidad autónoma de Castilla-León. Un territorio que invita al viajero atento a recorrerlo sin prisa, sintiendo que el tiempo, aquí, avanza de otro modo. Emprendamos, pues, este viaje por la historia y la literatura que forjaron el alma de Soria.

Iniciamos nuestra ruta en Medinaceli, donde la meseta parece inclinarse suavemente hacia el valle del Jalón. Antigua ciudad celtíbera, el oppidum de Ocile, en territorio de los belos, su nombre resuena con ecos árabes y cristianos. Aquí levantaron los romanos en el siglo I un arco triunfal único en España, de tres arcos,  y, siglos después, los musulmanes una alcazaba. Lugar de paso en el camino de destierro del Cid, en Medinaceli se refugiaron su esposa, doña Jimena, y sus dos hijas, doña Elvira y doña Sol, cuando iban a Valencia, escoltadas por Álvar Fáñez y por ciento sesenta y cinco de sus más fieles caballeros, para encontrarse allí con don Rodrigo, que había logrado conquistar la ciudad levantina, y allí volvieron a refugiarse, después de la legendaria afrenta de Corpes. Más allá de la leyenda, aunque el poema la presenta como plaza castellana, en realidad no fue conquistada por Alfonso VI hasta 1104, cinco años después de la muerte del Cid. Medinaceli se convirtió definitivamente en un importante bastión cristiano y, con el tiempo, en cabeza del ducado de Medinaceli, uno de los títulos nobiliarios más poderosos de la monarquía hispánica. Su palacio ducal, obra del arquitecto conquense Juan Gómez de Mora, y su colegiata, conservan la dignidad de la villa, mientras que su plaza mayor porticada sigue siendo un remanso de belleza castellana.

A orillas del río Ucero se alza la noble ciudad de Burgo de Osma, sede episcopal desde que San Pedro de Osma, primer obispo de la nueva diócesis, trasladó hasta aquí el foco espiritual de la antigua Oxama celtíbera. Precisamente por ser ciudad del obispo, Burgo de Osma no tuvo señores feudales: el único señor era el propio prelado. Este singular hecho garantizó su estabilidad y desarrollo. Su catedral, de piedra clara y gótica majestad, levantada sobre la antigua catedral románica, guarda los restos del obispo Pedro. La Universidad de Santa Catalina, fundada en el siglo XVI, y su hospital, de estilo renacentista, dan cuenta de la vocación educativa y caritativa de la ciudad, y sobre todo la de su fundador, el obispo Pedro Álvarez de Acosta; Por todas partes, tanto en la fachada como en el patio, el escudo del prelado, con la rueda de cuchillas de la santa, de la que la familia era devota, y las cinco costillas que aluden a su linaje, de origen portugués, timbrado con el capelo y las seis borlas que hacen referencia a su alcurnia. Caminar por su Calle Mayor y por su homónima plaza, bajo soportales de aire cervantino, es entrar en un espacio suspendido en el tiempo.


Frente a Burgo de Osma, al otro lado del río Ucero, en el llano, la localidad de Osma, y en lo alto del cerro de Castro, los restos de Uxama Argaela,  un importante oppidum celtíbero de los arévacos, que, como Numancia, participó también en las Guerras Celtibéricas, y más tarde se romanizó, convirtiéndose en una ciudad clave en la vía que comunicaba Caesaraugusta (Zaragoza) con Asturica Augusta Astorga (Astorga, León) . El yacimiento conserva restos de sus murallas, una terraza porticada, que probablemente formaba parte del foro, rodeada de tiendas - tabernae-, y con un importante templo con columnas en su parte superior.  También han salido a la luz algunas viviendas, como la Casa de los Plintos, un auténtico palacio,  organizado en torno a dos patios rodeados de habitaciones, una cisterna, y un acueducto que abastecía a la ciudad. También,  una atalaya de época islámica,  construida durante la Reconquista, que ofrece unas vistas espectaculares de ambas ciudades. En época visigoda, la ciudad de Uxama fue sede episcopal, tal y como demuestran las actas de algún concilio toledano.

Soria capital es una ciudad tranquila y austera, cuya esencia se descubre al recorrerla despacio. En su Instituto General y Técnico enseñó Antonio Machado, del que recibe su nombre en la actualidad. El poeta frecuentaba el Círculo Amistad Numancia, donde compartía tertulias con la élite cultural de la ciudad; algunos años más tarde, también la frecuentaría otro poeta, Gerardo Diego, quien también fue profesor en ese mismo instituto. En la pequeña ciudad castellana, Machado conoció a Leonor Izquierdo, con la que se casó en la iglesia de Santa María la Mayor, una pequeña iglesia de austero románico que se asoma a la Plaza Mayor, frente a su ayuntamiento porticado, que ocupa el palacio en donde se reunían los llamados Doce Linajes, una antigua casa que parece estar salida de una leyenda artúrica; no en vano, como los Doce Linajes, los caballeros de la Tabla Redonda también eran doce, y en el siglo XVI, el escribano Alonso Ramírez comparó explícitamente los Doce Linajes con los Doce Pares de Francia y la Tabla Redonda de Inglaterra, sugiriendo una inspiración directa entre la histórica casa y las leyendas artúricas. En realidad, los llamados  Doce Linajes de Soria eran una institución nobiliaria que agrupaba a doce familias hidalgas que tenían privilegios especiales, también bajo un principio de igualdad entre ellas.

No puede faltar la visita a la iglesia de San Juan de Duero, situada a las afueras de la ciudad, junto  curso del río Duero, con su claustro de arcos entrecruzados, joya románica de estética orientalizante. El claustro de la iglesia, construido en el siglo XIII, es uno de los más singulares del románico europeo por su sorprendente fusión de estilos: combina arcos de medio punto típicamente románicos, arcos de herradura de influencia árabe, y estructuras bizantinas, creando un espacio de gran riqueza visual y simbólica. Sus columnas pareadas, capiteles decorados con motivos vegetales y fantásticos, y los arcos entrelazados que se cruzan en ángulos irregulares, lo convierten en una auténtica sinfonía de culturas tallada en piedra. Y por lo que se refiere a la iglesia, propiamente dicha, ésta es una joya del románico castellano del siglo XII, destacada por sus dos templetes únicos junto al presbiterio, que evocan el rito griego, y por su claustro del siglo XIII, de sorprendente mezcla estilística —románica, mudéjar y oriental— que la convierte en uno de los espacios más singulares del arte medieval europeo. Un hermoso enclave, en fin, que inspiró a Gustavo Adolfo Bécquer para escribir una de sus más célebres leyendas, “El Monte de las Ánimas”, ambientada en los parajes que rodean el monasterio; especialmente, en el monte que se alza detrás del claustro, y que, según la tradición, era lugar de enterramiento de caballeros templarios; En efecto, el poeta sevillano, fascinado por la atmósfera mística y melancólica del lugar, convirtió San Juan de Duero en escenario de fantasmas, misterio y romanticismo, consolidando así su vínculo eterno con la ciudad de Soria y su patrimonio medieval.

Al norte de la ciudad de Soria nos aguarda el cerro de La Muela de Garray, donde se libró una de las gestas más recordadas de la antigüedad hispánica: la resistencia numantina frente a Roma. Numancia, capital de la tribu de los arévacos, resistió durante décadas el avance del imperio romano, hasta que, finalmente en el año 133 a.C., el general Escipión Emiliano la cercó con un impresionante sistema de fortificaciones, con el fin de derrotarles por el hambre. Antes de él lo habían intentado ya otros generales romanos. Quinto Fulvio Nobilior sufrió una gran derrota frente a los numantinos, a pesar de que había incorporado a su ejército tropas númidas, que estaban apoyadas por una decena de elefantes, animales que nunca antes se habían visto en aquellas latitudes. Después de él, también sufrieron sendas derrotas Marco Claudio Marcelo y Quinto Pompeyo, y Cayo Hostilio Mancino firmó un tratado con los numantinos que el Senado romano nunca aprobó; por el contrario, entregó a su general a los propios numantinos, atado y vestido con una simple túnica en pleno invierno, dejándolo frente a las murallas de la ciudad. Poco tiempo antes de llegar a Numancia, Publio Cornelio Escipión Emiliano había terminado de derrotar a Cartago en la Tercera Guerra Púnica, por lo que había recibido el sobrenombre de Africano “el Menor” para diferenciarlo de su abuelo, el vencedor de Aníbal medio siglo antes. Los habitantes, antes que rendirse, eligieron la muerte y el incendio. Esta tragedia épica inspiró a Cervantes, a los historiadores románticos y a los ideólogos del regeneracionismo español como ejemplo de dignidad frente a la opresión, más allá de que, detrás de la tragedia colectiva de Numancia, haya en realidad más leyenda que historia. 

Volviendo a la ciudad de Soria, y siguiendo el curso del Duero, llegamos a Gormaz, cuya fortaleza califal domina el horizonte castellano. Fue erigida en el siglo X por orden del califa Hixem II, sobre un castillo anterior de origen visigodo. Se dice que es la fortaleza califal más extensa de Europa, y su silueta, poderosa y solemne justifica esta afirmación. En la Ruta del Cid, Gormaz ocupa también un lugar destacado, pues fue una de las posiciones que Rodrigo Díaz asedió durante su paso por la frontera entre Castilla y Al-Ándalus. El héroe castellano llegó a ser alcaide de Gormaz, lo que significa que tuvo la custodia militar de la fortaleza. En 1081, un ataque musulmán a la población de Gormaz provocó una represalia del Cid contra los territorios de la taifa de Toledo, que en aquel momento estaba gobernada por la familia de los Dil Nun, de origen conquense, y a la que hemos dedicado ya alguna entrada en este blog (ver “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval “, 15 de marzo de 2021; y “Mito y realidad de la princesa Zayda”, 9 de marzo de 2023). Aliados los reyes de Toledo del monarca castellano, Alfonso VI, y realizada la acción, sin tener antes permiso del monarca, este hecho fue una de las causas que motivaron su primer destierro, marcando un punto clave en la biografía del héroe. Desde los elevador muros de Gormaz se contempla un mar de campos castellanos que no ha cambiado en siglos.

Muy cerca de Gormaz se halla San Esteban de Gormaz, cuna de un románico tempranero y creativo. Hasta este luego, el todavía joven Alfonso VIII sería trasladado secretamente, desde Atienza, para protegerlo de las intrigas nobiliarias entre los Castro y los Lara, y en 1187, el rey celebró aquí una Curia Regia, que incluyó por primera vez representantes de los concejos, y que ha sido considerada por algunos estudiosos, como las primeras Cortes de Castilla y de Europa. La iglesia de San Miguel, con su galería porticada y el célebre canecillo del maestro Juliano, que nos da la fecha de finalización de su construcción -IVLIANUS MAGISTER FECIT ERA MCXVIIII; “me hizo el maestro Juliano en la era 1119", correspondiente al año 1081del año actual-  es un ejemplo magnífico de ese estilo aún en fase de ensayo. En cambio, la iglesia de Nuestra Señora del Rivero muestra ya un románico más maduro, solemne y equilibrado. La tradición local sitúa aquí la leyenda, según la cual, Fernán Antolínez, un caballero cristiano que, por devoción, decidió asistir a tres misas en esta iglesia antes de unirse a la batalla del Vado de Cascajar, en el río Duero. Mientras rezaba, un ángel enviado por la Virgen María tomó su forma, montó su caballo, y luchó en su lugar, logrando la victoria frente a los. Cuando Fernán salió del templo, encontró sus armas melladas y su caballo herido, prueba de, de alguna forma, había participado en el milagroso combate. Entonces,el conde García Fernández lo recibió con honores, y desde aquel momento, el antiguo caballero adoptó el nombre de Vivas Pascual, en memoria del día de Pascua en que ocurrió el prodigio. Alfonso X recogió el milagro en las Cantigas de Santa María, concretamente en la Cantiga LXIII.

Soria es tierra de castillos. Uno de los más conocidos por su historia, y de los más descuidados por su conservación, es el castillo de Catalañazor. Ubicado en la provincia de Soria, es una fortaleza medieval que se alza sobre un risco dominando el llamado “valle de la Sangre”, escenario legendario de la derrota del caudillo andalusí Almanzor en el año 1002. Su nombre proviene del árabe Qalat al-Nusur, que significa “castillo de los buitres”. Construido en el siglo XII y reformado en el XIV, fue residencia del linaje de los Padilla, y más tarde de los duques de Medinaceli. Aunque hoy está en ruinas, conserva parte de su torre del homenaje, así como algunos restos de murallas, que evocan su antiguo esplendor como bastión fronterizo entre los reinos cristianos y musulmanes.

Hacia el oeste nos adentramos en territorio de templarios. En Ucero, donde el río homónimo se junta con el Lobos, iniciándose la famosa hoz que, en forma de cañón, le da nombre, se alza un castillo de origen templario, probablemente asentado sobre fortificaciones celtíberas y musulmanas. En la primera mitad del siglo XIII fue la residencia y señorío de Juan González de Ucero, de donde partió para combatir, junto a Alfonso VIII, en la batalla de Las Navas de Volosa. La fortaleza destaca por su triple recinto amurallado, su torre del homenaje, con gárgolas fantásticas, y una bóveda ojival decorada con un agnus dei, símbolo asociado a los caballeros templarios. Incluso posee un pasadizo subterráneo que conectaba con el río para garantizar agua en caso de producirse un asedio. Aunque hoy está en ruinas, su silueta sigue impresionando a quienes se acercan por la cuesta de la Galiana.

Junto al castillo, desde el mirador de La Galiana se divisa el Cañón del Río Lobos, la espectacular garganta del río, uno de los parajes naturales más hermosos de Castilla, más de diez mil hectáreas de paisaje kárstico, que ha sido moldeado por el río Lobos, entre las provincias de Soria y de Burgos. Sus imponentes paredes calizas, cuevas, pozas con nenúfares, y una rica biodiversidad, tanto de animales vertebrados, como los majestuosos buitres leonados que surcan el cielo, como de invertebrados, lo convierten en un destino ideal para senderistas, fotógrafos, y amantes de la naturaleza en general. En su interior, la ermita de San Bartolomé, de origen también templario, se erige como un eje místico y simbólico: su ubicación exacta señala el centro geográfico de la antigua Hispania, según la tradición. Rodeada de leyendas templarias, destaca por su rosetón,  en forma de estrella de cinco puntas, y sus enigmáticos canecillos tallados. Se cree que formó parte de un antiguo cenobio, aunque de él hoy solo queda la capilla. Y detrás de la ermita, la Cueva Grande conserva vestigios de ocupación prehistórica, y también de cultos paganos.

Junto al paisaje histórico de Soria, destaca también su paisaje literario. Antonio Machado inmortalizó la ciudad y su entorno, entre San Polo y San Saturio, en su libro más conocido, “ Campos de Castilla”; en él, el alma del paisaje y la memoria colectiva castellana confluyen: “Allá, en las tierras altas, / por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria, / entre plomizos cerros / y manchas de raídos encinares, / mi corazón está vagando, en sueños.”  Gustavo Adolfo Bécquer, en su “Rayo de Luna” o en “El monte de las ánimas”, también evoca parajes sorianos como escenarios de misterio y pasión. Gerardo Diego, en sus versos dedicados a San Saturio, ofrece otra mirada lírica y mística sobre el Duero soriano. Pocas provincias han suscitado tal caudal de literatura intensa, sentida y hondamente vinculada al terreno. Al norte de la provincia, la Laguna Negra se oculta entre pinares y riscos calizos. Oscura, profunda, de aguas inmóviles, inspiró a Machado uno de sus relatos, “La tierra de Alvargonzález”, reconvertido después en romance e incorporado a su “campos de Castilla”. En la leyenda, los celos y la codicia de los hijos acaban con el padre, cuyo cuerpo es arrojado a la laguna. Es un lugar de silencios densos, que parece contener todos los secretos de la naturaleza castellana. Muy cerca, los Picos de Urbión elevan la mirada hacia el nacimiento del Duero.

Este itinerario ofrece solo un destello del vasto patrimonio soriano. Restan joyas de la historia y de la historia del arte, como la iglesia mozárabe de San Baudelio de Berlanga, con sus pinturas únicas; la colegiata y el castillo de Berlanga de Duero; la muralla y las iglesias de Almazán; el yacimiento arqueológico de Tiermes, otro oppidum arévaco, conocido como la “Pompeya soriana” por sus mosaicos; o la villa romana de La Dehesa. Soria, en fin, es tierra para regresar, para redescubrir, y para dejarse transformar por la huella de la historia y la voz de los poetas.











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