Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


miércoles, 5 de marzo de 2025

FRAY VICENTE SEBILA Y SUS IGLESIAS CONQUENSES

 

La historia de la arquitectura española está llena de figuras que, por diversas razones, han permanecido en un discreto segundo plano a pesar de sus valiosas aportaciones. Uno de estos personajes es Fray Vicente Sebila, un fraile arquitecto cuya labor estuvo estrechamente vinculada a la diócesis de Cuenca durante el episcopado de Don Joseph Flórez Osorio. En efecto, poco es lo que se conoce de este arquitecto, que llegó a la diócesis conquense de la mano del obispo leonés, con quien ya había trabajado en su anterior cátedra episcopal, como prelado en la diócesis de Orihuela, y en cuyo palacio, incluso, vivió durante todo el tiempo que se mantuvo en la ciudad del Júcar, como maestro mayor de obras del obispado, más allá de que fue uno de los más estrechos colaboradores del prelado en su extensa labor como constructor y restaurador de iglesias y de ermitas por toda la diócesis, y que su pertenencia a una orden como la de los mínimos de San Francisco de Paula, que no tenía ningún convento en todo el obispado conquense, hizo que fuera visto con cierta extrañeza y desconfianza por gran parte de los habitantes de la ciudad en aquel largo periodo. A la diócesis llegó, como ya hemos dicho, de la mano del nuevo prelado, en 1738, y de Cuenca tuvo que marcharse en 1759, pocos meses después del fallecimiento de su tutor en la diócesis.

Su nombre, poco conocido fuera de los círculos especializados, merece un reconocimiento mayor por su contribución al esplendor arquitectónico de la ciudad en el siglo XVIII, y eso es , precisamente, lo que ha venido a hacer en su estudio la doctora Ana López de Atalaya Albaladejo:  “Fray Vicente Sebila. Un fraile arquitecto al servicio del obispo de Cuenca D. Joseph Flórez Osorio (1738-1759)”. Se trata de un libro muy necesario, para hacer justicia a un maestro que, durante mucho tiempo, ha sido bastante desconocido, oculto de la crítica y de la opinión pública general, por una corriente que nació hace ya cuarenta o cincuenta años, bajo la égida de Fernando Chueca Goitia, y que se ha venido manteniendo, sin ningún ejercicio de crítica por los diversos estudiosos que han venido trabajando el tema en las últimas décadas: la atribución al arquitecto José Martín de Aldehuela de todo cuanto se construía y reconstruía en Cuenca a lo largo del siglo XVIII. En efecto, sólo muy recientemente, los trabajo, más escrupulosos, de Jesús Barrio Moya o del profesor Pedro Miguel Ibáñez, han empezado a dudar de algunas de esas atribuciones.

En este sentido, la monografía de López de Atalaya ha terminado de clarificar la importante obra de este arquitecto, en un periodo en el que las reconstrucciones de iglesias y de ermitas por toda la diócesis se multiplicaron, al amparo de la labor constructora del propio prelado. Recogemos, en este sentido, las palabras de la autora: “Hace aproximadamente treinta años, mientras investigaba en los archivos conquenses para escribir mi tesis, comencé a percibir  que los datos documentales que encontraba no coincidían con lo que la historiografía local me mostraba. La quiebra se hallaba en la figura del famoso José Martín, apodado “Aldegüela”, arquitecto al que los historiadores del arte le habían construido una trayectoria vital y laboral amplísima sin apenas soporte documental, y con un pleno desconocimiento del contexto social del entorno conquense del siglo XVIII, de tal manera que había terminado fagocitando la carrera profesional de fray Vicente. De ahí surgió el empeño personal de localizar el mayor número posible de datos e informes  sobre fray Vicente, con la intención de separar las experiencias profesionales de ambos maestros. Y sobre todo, resaltar la figura  del arquitecto del Obispo, otorgándole el lugar y mérito que  merece dentro de la historia de la arquitectura barroca conquense. El soporte documental procedente de los archivos locales y nacionales me ha permitido adjudicar con soltura las obras  mostradas, pero la pérdida de fuentes directas me ha obligado, puntualmente, a recurrir a atribuciones razonadas.

Tal y como he dicho, el obispo y el arquitecto se conocieron, y trabajaron juntos, en la zona mediterránea, durante la etapa de Flórez Osorio como obispo de Orihuela. Se conocen algunas obras del arquitecto realizadas en la zona de Murcia, en donde la orden de los mínimos sí tenía establecidos algunos conventos, en los cuales, sin duda, ya había trabajado fray Vicente. Es especialmente interesante el convento que la orden tenía en Alcantarilla, en el que el futuro maestro mayor de obras del obispado conquense realizó algunos trabajos, y en los que ya se pueden encontrar varios elementos que, después, repetirá en las construcciones conquenses. De la misma forma, se pueden comparar también algunos elementos característicos de las iglesias murcianas, como en las de San Pedro o en San Nicolás, con los que más tarde repetirá en la iglesia conquense de San Felipe, o en otras iglesias de la diócesis. De esta forma se puede decir que, a lo largo del siglo XVIII, y en lo que a la arquitectura barroca se refiere, se puede apreciar una especie de camino de ida y vuelta entre Cuenca y Murcia, protagonizadas especialmente por Jaime Bort y el propio fray Vicente Sebila, de tal manera que, si éste se trajo a nuestra ciudad importantes elementos arquitectónicos tomados directamente de las iglesias murcianas, aquél, que había abandonado Cuenca pocos años antes, en cuya provincia llegó a realizar importantes obras como la ermita del Santo Rostro de Honrubia, llevó a la comarca murciana, en cuya catedral se encargó de hacer la nueva portada para sustituir a la antigua portada plateresca que se hallaba arruinada por las múltiples crecidas del río Segura, algunos elementos de inspiración conquense. En este sentido hay que destacar el ayuntamiento de la villa de Caravaca, cuya  fachada es como una transliteración, en pequeño, y en el que los tres arcos abiertos en su parte inferior son sustituidos por un único arco y dos portadas adinteladas, del propio ayuntamiento conquense, cuyas trazas había entregado ya antes de su marcha.

            Si bien la documentación sobre la vida y obra de Fray Vicente Sebila es escasa, se le atribuyen importantes intervenciones en edificios religiosos de la diócesis. Su estilo, dentro del barroco tardío, se caracteriza por una cuidada ornamentación, el uso de estructuras dinámicas y una perfecta integración de la arquitectura con el programa iconográfico religioso.El obispo Joseph Flórez Osorio, conocido por su interés en el embellecimiento de la diócesis y su mecenazgo en diversas obras artísticas y arquitectónicas, encontró en Fray Vicente Sebila a un colaborador idóneo. Bajo su protección, el fraile desarrolló una serie de proyectos que contribuyeron a la transformación urbanística y monumental de Cuenca.

Entre sus posibles contribuciones destacan la reforma y ampliación de algunos conventos y parroquias de Cuenca, así como la planificación de espacios destinados al culto. Aunque muchas de estas obras han sido modificadas con el paso del tiempo, la huella de su concepción arquitectónica aún puede rastrearse en la fisonomía de algunos templos de la región. También, por supuesto, algunas construcciones de nueva planta: Valverdejo, Pozoseco, la hoy arruinada iglesia de Fresneda de la Sierra, o las de Huertapelayo y Alique, en la actualidad en la provincia vecina de Guadalajara, entre otras que, por falta de documentación, todavía no han podido ser atribuidas con total exactitud, aunque la autora sí se las atribuye. Y entre ellas sí quiero destacar la iglesia del pequeño lugar de Navalón, muy cerca de la capital de la diócesis, de la que ya hablé en su momento en otro lugar de este blog (ver “El altar mayor de la iglesia de Navalón”, 19 de enero de 2018; y “La iglesia de Navalón (Cuenca) en el siglo XVIII”, 20 de agosto de 2019).


Iglesia de Navalón

Cuando hablamos de arquitectura histórica, debemos distinguir entre quien fue el constructor final de un edificio cualquiera, y quien había sido el verdadero autor intelectual de éste, es decir, entre el autor de las trazas y la persona que finalmente realiza el proyecto. Y es que lo usual era que, una vez que el arquitecto principal hubiera elaborado los planos, la construcción final del edificio era pregonada abiertamente, siendo adjudicada la obra al mejor postor, en una subasta abierta a la baja; aunque en algunos casos, también, las obras se adjudicaban directamente, sin subasta, a algún arquitecto que fuera de la confianza del maestro de obras. En el caso de la iglesia de Navalón, la documentación existente es bastante clarificadora, tanto en lo que respecta a quién había realizado las trazas, fray Vicente Sebila, como en lo que se refiere al autor material, el iniestese Agustín López, aunque la existencia de diferentes autores que, perteneciendo a la misma familia, compartieron también el mismo nombre, hace casi imposible saber, con total exactitud, cuál, de todos ellos, fue el que realizó el templo.

En las diferentes visitas diocesanas que se realizaron a este pueblo a lo largo del siglo XVIII ya se había hablado repetidamente de la ruina en la que estaba la iglesia antigua, que se encontraba extramuros de la población. Por ello, y teniendo en cuenta los escasos recursos materiales con los que contaba la parroquia, fue el propio obispo el que sufragó la nueva iglesia, sobre un solar que era propiedad de Antonio del Castillo y Prast, alférez de guardias reales y descendiente de dos familias importantes de la capital, los Castillo y los Chirino. Así, en mayo de 1758, fray Vicente Sebila ya había redactado las trazas y las condiciones para la fabricación de la nueva iglesia, que fue presupuestada y, puesta en subasta, fue adjudicada finalmente en la persona de Agustín López, por una cantidad de veinte mil reales, que cobró de la manera que era usual en este tipo de obras: un tercio antes de iniciarse la obra, otro tercio a mitad de obra, y el último tercio una vez acabada, y certificada por el maestro de obras del obispado. Para entonces, fray Vicente Sebila ya se había visto obligado a abandonar la diócesis, después del fallecimiento de su benefactor, el prelado Flórez Osorio, por lo que fue su sucesor en el cargo, Bartolomé Ignacio Sánchez, quien tuvo que dar el visto bueno definitivo a la construcción, lo que hizo en noviembre de 1760. Y en los años siguientes se procedería a amueblar la iglesia con los elementos devocionales, propios de este tipo de edificios, obra que corrió a cargo del tallista Alonso Ruiz, quien se hizo cargo del retablo principal de la iglesia, del pintor y dorador Julián López, y del maestro organista Julián de la Orden, el mismo que había hecho los dos órganos del coro de la catedral.

Desde luego, y a pesar de algunas remodelaciones sufridas por el templo en el siglo XIX, y que provocó la desaparición del pequeño cimbalillo que, según la documentación, coronaba la espadaña, transformando los tres huecos para campanas de los que habla la documentación, en sólo dos vanos, la obra final responde a todas las características propias de la arquitectura de este maestro de arquitectura: la amplia cornisa, que rodea toda la iglesia, que procedía incluso, como se ha visto ya, de su época murciana; la propia cúpula de media naranja, adornada con molduras mixtilíneas y largos rameados en forma de rayos, dando la apariencia de falsos gallones; las rocallas de yesería que adornan tanto  las pechinas de la cúpula central como los medallones, con cabezas de querubines, que adonan los entrecruces de los lunetos; las pilastras que separan los diferentes tramos en los que se divide la única nave de la iglesia; el ancho, y a la vez muy corto, crucero,… Quizá el único elemento característico de fray Vicente que falta en la obra de Navalón es la tradicional ventana cuatrilobulada, que podemos ver en tantas otras obras del maestro, repartidas por toda la diócesis.

Su obra, como no podía ser de otra forma, también se encuentra en la capital de la diócesis, sobre todo en la restauración de algunas iglesias, que en ocasiones, como ya hemos dicho antes, han sido repetidamente atribuidas al maestro de Aldehuela; pero también, en ocasiones, en obras civiles, porque también el Ayuntamiento, algunas veces,  y a pesar de que también recibió repetidamente ciertas críticas por parte de algunos regidores, solicitó su colaboración, por sus amplios conocimientos en los campos de la arquitectura y de la ingeniería, para la realización de diversos proyectos, a los que también se hace referencia en el texto de López de Atalaya. De entre todos esos trabajos realizados en la ciudad de Cuenca, quizá haya que destacar, precisamente, la construcción del seminario, que debía sustituir al pequeño y casi ruinoso seminario que antes había existido cerca de la iglesia de San Pedro; un edificio, por otra parte, que guarda también importantes paralelismos con el palacio episcopal de Orihuela, que el mismo maestro mayor había realizado en la anterior etapa que ambos, el prelado y el arquitecto, habían compartido en la ciudad mediterránea. Y también, aunque ha sido repetidamente atribuido a José Martín de Aldehuela, la iglesia de San Felipe, a cuya construcción, el turolense, apenas debió incorporarse cuando ya se estaba terminando la obra.

Pero, sobre todo, queremos destacar aquí los trabajos realizados para la catedral de Cuenca. En este sentido destaca, sobre todo, el conjunto que está conformado por el coro, el trascoro y los canceles interiores de las puertas; obras de gran interés, a pesar de la mala prensa que tradicionalmente ha tenido entre los críticos y entre los visitantes del edificio, sobre todo el trascoro, que, si bien es cierto que impide la visibilidad completa de las tres naves, refleja el gusto de la época, como puede observarse en tantas otras catedrales españolas. De su mano como tracista también salieron otras obras de la catedral, como la creación de la actual sacristía, sobre un espacio tardogótico que anteriormente había servido de archivo, la restauración de la sala capitular, y sobre todo, el diseño de las rejas que cierran la capilla Mayor, que en ese momento terminaba de inaugurarse, bajo diseño de Ventura Rodríguez; rejas que finalmente realizó el herrero vizcaíno Rafael de Amezúa.

En definitiva, Fray Vicente Sebila representa un ejemplo de dedicación y talento en el ámbito de la arquitectura religiosa del siglo XVIII. Su trabajo, aunque no siempre visible, dejó una impronta que merece ser rescatada y valorada como parte del legado cultural de Cuenca. Fue, por otra parte, en lo que a la arquitectura conquense dieciochesca se refiere, el inventor de algunos elementos decorativos que tradicionalmente han sido atribuidos a José Martín, como las rocallas o las ventanas cuatrilobuladas. Y quizá, por otra parte, haya que atribuirse a este arquitecto, y no, como tantas veces se ha hecho, al arquitecto turolense, el paralelismo existente entre algunos templos conquenses del siglo XVIII, o restaurados en esa centuria, con el rococó alemán y centroeuropeo.

Fray Vicente Sebila no fue un arquitecto al uso. Su formación y trayectoria estuvieron marcadas por su condición de religioso, lo que le permitió desarrollar una visión arquitectónica que combinaba el rigor técnico con una profunda espiritualidad. Su obra estuvo siempre, o casi siempre, al servicio de la Iglesia, con una clara orientación hacia la funcionalidad y la estética propias del barroco tardío español. A diferencia de otros arquitectos de su época, Fray Vicente Sebila no buscó la fama ni el reconocimiento personal. Su vocación religiosa y su servicio al obispo de Cuenca marcaron una trayectoria discreta, en la que su labor fue siempre puesta al servicio de la Iglesia antes que de su propio prestigio. Sin embargo, esto no debe hacer que su figura caiga en el olvido. La historia de la arquitectura en Cuenca no puede entenderse sin reconocer el papel que desempeñaron personajes como él, cuya obra silenciosa sigue formando parte del patrimonio histórico y artístico de la ciudad.


Trascoro de la catedral de Cuenca







lunes, 24 de febrero de 2025

UN LIBRO DE JOAQUIN BOSCH SOBRE LOS PELIGROS Y LAS AMENAZAS A LAS QUE HOY SE ENFRENTA LA DEMOCRACIA

 

El libro que voy a comentar en esta entrada, en esencia, no es un libro de historia; no relata hechos del pasado, ni analiza sociedades ya pasadas. Por el contrario, el libro de Joaquim Bosch, “Jaque a la democracia. España ante la amenaza de la deriva autoritaria mundial”, es un libro de presente; de un presente que nos afecta a todos, porque esa amenaza a los estados democráticos, creciente en los últimos años, todos debemos sentirla como propia. Hace cien años, el crecimiento del fascismo en buena parte de Europa, y del comunismo, no menos totalitario, en otros países, derivo en una guerra mundial que se llevó por delante la vida de millones de personas. La amenaza actual no es el fascismo, por más que, desde determinados extremos del espectro político, se tiende a tildar de fascistas a todo aquél que no piensa como ellos, trivializando un término que, en todo su significado, es muy peligroso. Sin embargo, las amenazas a las que se enfrentan los sistemas democráticos en pleno siglo XXI son igual de peligrosas que el propio fascismo.

Antes de nada, si queremos comprender cuáles son las amenazas a las que hoy, en pleno siglo XXI, deben enfrentarse los sistemas democráticos, lo primero que debemos tener en cuenta es entender qué es realmente un sistema democrático, pregunta a la que responde el autor del libro de manera elocuente: “No basta con que un Gobierno afirme que el sistema político de su país es democrático para que lo sea. Lo más importante no son las manifestaciones de los dirigentes, sino las prácticas institucionales realizadas. La democracia representativa liberal tiene unos rasgos muy concretos. Y hay amplio consenso entre los especialistas al describir esos aspectos normativos. Las reglas principales de la democracia representativa es que debe existir pluralismo político. Además, han de celebrarse elecciones periódicas, con sufragio universal, de modo que se garantice el derecho al voto de todas las personas, sin discriminación por razón de sexo, etnia o capacidad económica.” En este sentido, algunos países que se autodefinen como democráticos, como algunas republicas hispanoamericanas, en las que no puede garantizarse el derecho al voto de todos los ciudadanos, y en los que tampoco está garantizada la pluralidad política, teniendo en cuenta que los partidos que están fuera del establishment no son autorizados a participar en las votaciones, no son verdaderas democracias.

La democracia contemporánea enfrenta una serie de desafíos que amenazan su estabilidad y eficacia. Entre los peligros más destacados se encuentran el auge de los movimientos ultraconservadores, la desinformación y la manipulación informativa, sobre todo en las redes sociales, y la creciente desconfianza ciudadana hacia las instituciones democráticas. En efecto, el ascenso de los partidos de extrema derecha en los últimos años es una realidad muy preocupante en muchos países occidentales. Estos grupos buscan sacudir los cimientos del consenso democrático, promoviendo discursos xenófobos, machistas y regresiones autoritarias. En España, esta tendencia no es ajena, y se observa una creciente presencia de formaciones políticas que cuestionan principios democráticos fundamentales.

Joaquim Bosch, siguiendo a los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblau, indican cuáles son los cuatro indicadores de comportamiento político autoritario que deberían hacer saltar las alarmas en cualquier sistema democrático: “En primer lugar, el rechazo a la débil aceptación de las reglas democráticas del juego, con muestras de no querer acatar las normas constitucionales o los resultados electorales, entre los que se incluye la restricción de derechos y libertades de las minorías. En segundo lugar, la negación de la legitimidad de los adversarios políticos o la afirmación de que otros partidos no deberían participar de manera plena en la esfera política. En tercer lugar, la tolerancia o el fomento de la violencia, junto a la negativa a condenar los actos agresivos de sus partidarios o a justificarlos. Y en cuarto lugar, la restricción de las libertades de los opositores políticos, con inclusión de los medios de comunicación o de entidades de la sociedad civil.”

Sin embargo, el autor del ensayo parece olvidar otro factor que también está desestabilizando la democracia en muchos países, de manera tan marcada como el avance de la ultraderecha, pero desde el lado opuesto del prisma político: el similar avance de la ultraizquierda en algunos países europeos y, sobre todo, en el continente americano. Y es que, a pesar de la superioridad moral que las izquierdas se atribuyen a sí mismas, ni la derecha tiene la exclusividad sobre la mentira, ni la izquierda tiene la exclusividad sobre la verdad; y mucho menos, cuando hablamos de los postulados más extremos. En este sentido, ya desde el primer capítulo, que el autor dedica a analizar históricamente el defectuoso desarrollo de la democracia en nuestro país, y al hablar de la Segunda República, el magistrado, que critica la espiral de violencia política provocada por la ultraderecha después de la victoria del Frente Popular en 1936 -como si las izquierdas no tuvieran también parte de responsabilidad en aquella ola de sangre y fuego-, obvia por completo lo que supuso el estallido revolucionario de 1934, como factor de desestabilización de un sistema republicano que, desde el principio, no fue tan democrático como algunos quieren ver.

Así pues, no es difícil encontrar las huellas de un doble juego político entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Ambas pugnan por acabar con las democracias; al menos, con las democracias tal y como hoy las conocemos. Son como fuerzas centrífugas, como polos opuestos que se atraen en la forma de concebir el Estado, aunque para ello sigan caminos diferentes. Aunque es cierto que determinados agentes de ultraderecha pueden ser nocivos para la democracia en sus respectivos países, también lo es el hecho de que, en su aceptación por parte de una mayoría de los ciudadanos de sus países ha podido jugar un papel fundamental las políticas, igualmente nocivas, de sus respectivos antecesores, igualmente nocivos, de extrema izquierda. Y no quisiera poner ejemplos concretos, que a todos se nos ocurren.

En efecto, la victoria de las derechas en aquellas elección fueron contestadas, por parte de la izquierda, que ya desde la misma proclamación de la Segunda República había dado muestras de sus verdaderas intenciones, poco democráticas, con un doble proceso revolucionario. Las palabras de uno de los primeros defensores de la implantación de la República, y contrastado demócrata, José Ortega y Gasset, son bastante sintomáticas de la situación en la que se encontraba el país en aquel momento. En efecto, en uno de sus artículos, que tituló, de manera muy sintomática, “No es esto”, publicado en el diario “El Sol” el 9 de septiembre de 1931, ya expresó su preocupación por la falta de autenticidad y moderación en la República. y temía que el radicalismo, que ya empezaba a manifestarse desde el propio Gobierno, terminara por perjudicar el desarrollo futuro de la República. Lamentablemente, los hechos que se sucedieron en los seis años siguientes terminaron por darle la razón al filósofo madrileño.

Volviendo al momento actual, el neocomunismo que propugnan algunos partidos de extrema izquierda, también contribuye a desestabilizar las democracias modernas, como hemos podido ver, sobre todo, en algunos países americanos; también en España, donde el Partido Socialista Obrero Español ha abandonado las posturas socialdemócratas en las que se situó el partido después de congreso de Suresnes, y de las que se benefició todo el país en los años de la Transición, y donde las tensiones entre los dos partidos del Gobierno han venido provocando, en los últimos años, una pérdida paulatina de la salud de nuestro sistema democrático. La gradual colonización de las instituciones y de los otros poderes por parte del ejecutivo, principalmente del judicial, tampoco son ajenos a este hecho.

Tampoco lo son los intentos del Gobierno por callar a periodistas y medios no afines con su pensamiento político. Y no lo son tampoco, finalmente, los intentos de establecer un cordón sanitario contra Vox, que todavía no ha provocado actos contrarios al sistema democrático, por más que deba ser incluido dentro del espectro político de la ultraderecha, al mismo tiempo que mantiene acuerdos políticos con otros grupos políticos, relacionados con el terrorismo de ETA o con el separatismo catalán. Sobre todo, cuando no se le ofrece ninguna alternativa al centro o a la derecha convencional, como sucede en otros países europeos, en los que las dos alas más convencionales y moderadas de la política no tienen problemas en unirse, cuando el resultado en las urnas así lo obliga, impidiendo a los partidos más extremistas a alcanzar posiciones de gobierno.

Al contrario de lo que pasa con algunos tertulianos y opinadores de izquierda, Joaquim Bosch sí intenta encontrar las causas de ese peligroso ascenso de la ultraderecha en muchos países occidentales, y una de esas causas, quizá la más importante, radica en la elevada inmigración descontrolada a la que se enfrentan algunos apíses: “El incremento de la movilidad humana, favorecida igualmente por las innovaciones tecnológicas, chocó con la precarización que sufrían los países de acogida. Y se acentuaron las actitudes de rechazo hacia la inmigración. Como explicó  Zygmunt Bauman, la manipulación de la incertidumbre favoreció que las iras por la gestión de la mala situación económica se desviaran hacia los extranjeros. Todo ello fue posible por la incapacidad del sistema democrático de modular esas desigualdades, o de implementar medidas de protección de los nacionales y de integración de los inmigrantes. Mientras tanto, la misma revolución digital que había propiciado todo tipo de transformaciones económicas también empezó a incidir en el debate político y en la discusión colectiva, a través de formatos que auspiciaron la implantación progresiva de la extrema derecha.”

Si en esencia las palabras del magistrado son ciertas, también lo es que, en determinadas circunstancias, se quedan cortas. Si bien es cierto que la inmigración no tiene por qué ser un riesgo para la democracia del país de acogida, que no lo es, la inmigración ilegal y descontrolada, sí puede llegar a serlo. En efecto, las sociedades receptoras de esos grandes grupos de inmigrantes, en ocasiones descontrolados, en esencia las europeas o la norteamericana, pueden sentirse desprotegidos. En efecto, muchas ciudades europeas, sobre todo en las grandes ciudades, aquellas que más problemas tienen de superpoblación, la inmigración ha llegado a alcanzar cotas tan altas, que la población oriunda es incapaz de absorber. En muchas de esa ciudades hay barrios enteros poblados casi íntegramente por inmigrantes, que viven arracimados en guetos, en malas condiciones higiénicas y sanitarias, en los que, además, se ha producido un elevado incremento de la delincuencia. Un paradigma, en este sentido, puede ser el barrio parisino de La Chapelle, ubicado en el distrito 18 de la ciudad del Sena, en el que los inmigrantes procedentes del norte de África son una inmensa mayoría, pero el problema puede extenderse también a otras grandes ciudades europeas. Así, la sociedad receptora puede llegar a sentir que las políticas sociales se hacen para beneficiar al inmigrante y perjudicar al nacional. Y a esa sensación de inseguridad contribuye también el miedo al terrorismo islámico, y a perder la propia identidad cultural.

La desconfianza ciudadana hacia las instituciones es otro factor que debilita la democracia. Casos de corrupción, percepciones de ineficacia gubernamental y la sensación de que las élites políticas están desconectadas de las necesidades reales de la población alimentan el descontento y la apatía política. Este desencanto facilita el terreno para discursos populistas que prometen soluciones rápidas, pero que a menudo carecen de fundamentos sólidos y pueden derivar en prácticas autoritarias. La desinformación y la propagación de noticias falsas a través de las redes sociales agravan esta situación. Plataformas digitales, en ocasiones, facilitan la difusión de bulos y mensajes de odio que polarizan a la sociedad y erosionan la confianza en el sistema democrático. Figuras influyentes y multimillonarios propietarios de estas plataformas son señalados como actores que, con fines lucrativos, promueven la polarización y el odio, poniendo en riesgo la cohesión social y los valores democráticos.

En su libro "Jaque a la democracia", el magistrado Joaquim Bosch analiza estos peligros y destaca la necesidad de fortalecer los principios democráticos para contrarrestar la deriva autoritaria. Bosch subraya la importancia de identificar las dinámicas y los intereses de los grupos ultraconservadores que buscan debilitar la democracia desde dentro. Además, propone una reflexión profunda sobre las carencias del sistema democrático actual y la implementación de instrumentos adecuados que permitan mejorar la calidad democrática. Bosch también enfatiza la relevancia de una ciudadanía informada y participativa como pilar fundamental para la defensa de la democracia. Aboga por una mayor transparencia en las instituciones, la promoción de una cultura política basada en el respeto y la tolerancia, y la necesidad de regular las plataformas digitales para evitar la difusión de desinformación y discursos de odio.

En resumen, la democracia actual enfrenta amenazas significativas que requieren una respuesta decidida y consciente. La obra de Joaquim Bosch ofrece un análisis detallado de estos desafíos y propone vías para fortalecer el sistema democrático, enfatizando la importancia de una ciudadanía activa y de instituciones sólidas y transparentes. Para estabilizar la democracia y el estado del bienestar, el autor nos ofrece una receta lógica: desconfiar de las proclamas de todos los partidos de ultraderecha, pero también de ultraizquierda, de conseguir el estado perfecto, porque el estado perfecto no deja de ser, como en el libro de Tomás Moro, una utopía. Recojo, en este sentido, las palabras del propio Bosch: “Esa apuesta por la sociedad perfecta ha sido la promesa habitual de todo tipo de movimientos totalitarios, que han acabado empeorando los males que prometían solucionar. No debemos esperar que la democracia nos traiga el paraíso, pero sí reivindicar que evite la llagada del infierno. Sólo un conjunto de seres perfectos puede constituir un estado de perfección. Los humanos somos falibles, y por eso las democracias siempre serán imperfectas. Hay que cuidarlas, renovarlas y actualizarlas constantemente. Además, siempre que se obtienen progresos suelen aparecer nuevos problemas, desajustes o perturbaciones, que hay que volver a resolver. Y así sucesivamente.” En fin, y como ya dijera en su momento Winston Churchill, "la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, a excepción de todos los demás".









martes, 11 de febrero de 2025

EL OLVIDADO HOSPITAL DE LA MISERICORDIA “VIEJO”. UN DOCUMENTO PARA SU HISTORIA

 

Trifón Muñoz y Soliva, en su “Noticia de todos los Ilustrísimos Señores Obispos que han regido la diócesis de Cuenca”, nos habla del espíritu filántropo del obispo Antonio Palafox, ya desde su etapa como arcediano de Cuenca, y nos informa de que, entre otras fundaciones, destaca su colaboración en la construcción de la Casa de la Misericordia, a partir del año 1784, cuando todavía era arcediano de Cuenca, con el fin de atender a enfermos y ancianos sin recursos; una institución que, a partir del fallecimiento del obispo Flores Pabón, sería agregada a la Casa de Recogidas, que él mismo había fundado, haciéndose él cargo de gran parte de los recursos necesarios para su mantenimiento. Sin embargo, hay noticia de que existía, al menos ya desde el siglo XV, otro “Hospital de la Misericordia”, situado en la calle que hasta buena parte del siglo XX se llamaba de esta forma, junto a la Carretería, y frente a lo que entonces era el convento de San Francisco, actual iglesia de San Esteban. La primera referencia que tenemos de dicho hospital nos la proporciona José María Sánchez Benito, a partir de un documento procedente del Archivo Municipal de Cuenca. Se trata de una donación realizada en 1438 por el concejo de la ciudad a los cofrades de cierto cabildo, de una cantidad de tres mil reales para apoyar la construcción de un hospital.


A partir de este momento, varios son los interrogantes que podemos hacernos a este respecto. ¿Tiene algo que ver este cabildo-cofradía de la Misericordia, con el cabildo homónimo que sería autorizado un siglo más tarde, en 1527, por el emperador Carlos V, con el fin de enterrar a los ajusticiados? ¿Se trata del mismo hospital, que pervivió a lo largo de varias centurias, hasta su incorporación a la Casa de Recogidas de Flores Pabón? ¿Tiene en realidad algo que ver este hospital con la Çasa de la Misericordia de Palafox, creada, como es sabido, en un espacio muy diferente, junto al Júcar, enfrente, y al otro lado del puente, de la iglesia de San Antón? La falta de documentación sobre este hospital contribuye a que resulte muy difícil responder a estas y otras preguntas que podemos hacernos.


He podido encontrar, muy recientemente, entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, un documento que parece incidir en que se trata de edificios diferentes. Fechado en 1828, se trata de un “reconocimiento y tasación hecho por Nicolás Gómez, vecino y maestro de obras de Cuenca, de los materiales necesarios para construir el piso nuevo y tejado hundido de la Casa de la Misericordia Vieja, en la calle de Carretería, frente al convento de San Francisco (signatura 111; CO-05/020). En efecto, el documento parece indicar que por aquel entonces, muy adentrado ya el siglo XIX, y por lo tanto, más de cincuenta años después de la construcción de la obra de Antonio Palafox, aún existía este edificio, cuya gestión, por otra parte, es fácil suponer, también se va a incorporar poco tiempo después, como el resto de los hospitales, a la Diputación Provincial, una vez estas instituciones, que habían sido creadas a principios del siglo XIX, con las Cortes de Cádiz, se asentaran definitivamente, al amparo del régimen liberal.

Paso aquí a transcribir literalmente el documento encontrado, por su especial interés y, sobre todo, por la escasez de documentación existente sobre este hospital: “Digo yo, Nicolás Gómez, vecino y maestro de obras de esta ciudad, que en ejecución y cumplimiento de lo que se me ha mandado por el Y. L. Ayuntamiento realista  de esta dicha ciudad, he pasado a ver, reconocer y tasar los materiales necesarios para cubrir el tejado y echar el piso que falta, en toda la parte que mira a poniente, hasta el calicanto que divide todo el patio último de la entrada, y primero que mira al estado poniente, incluso en el insinuado patio y pasillos correspondientes a él, de la casa nominada de la Misericordia Vieja, sita en la calle hoy llamada de la Carretería, frente al convento de padres franciscanos de esta ciudad, y sin inclusión de otra obra de reparo alguno de la indicada casa, suelo, puerta ni ventana, que sólo el mencionado piso y tejado. Asciende el valor de las maderas necesarias, teja, clavazón y uso, a la cantidad de diez mil cuatrocientos noventa y siete reales y dieciséis maravedíes, sin inclusión del coste de jornales o de manos, que no pongo, por poder ser estos más bajos a dicho costo, cuyos materiales, en el tanteo que a V. y L. acompaño a esta declaración, son los precios necesarios para dicha reparación, bajo el pie a que si estos materiales bajan de valor que llevan puestos, y el que hoy corre, bajara dicha cantidad, que es cuanto puedo decir, en desempeño de mi cargo. Cuenca y febrero 14, de 1824.”

Pasa a continuación el propio maestro de obras a pormenorizar el presupuesto de costes, punto por punto. Más allá de ese presupuesto pormenorizado, se trata, como se ha podido ver, de uno de esos documentos de carácter económico, que abundan en los protocolos notariales, y en otras secciones del Archivo Histórico Provincial, cuyo principal interés principal radica en el hecho de que es uno de los escasos documentos que sobre este hospital han llegado hasta nosotros; y, sobre todo, en que, al menos aparentemente, todavía se encontraba en uso en las primeras décadas del siglo XIX. De ahí, el interés que el Ayuntamiento de la ciudad, que el año anterior, como en todo el país, había vuelto a caer en manos de los absolutistas, una vez terminada la segunda aventura política de los liberales, tenía para restaurar el edificio, con el fin de seguir asistiendo en él a los necesitados.

También es interesante el hecho de que el edificio, se encontraba frente al convento de San Francisco, es decir, en su misma jurisdicción geográfica, como pasaba también con el viejo cabildo homónimo. El hecho, aunque por sí mismo no demuestra nada, sí parece incidir en la posible relación con éste, el cual, por otra parte, ya se había convertido para entonces en cabildo de la Vera Cruz, alternando así su función social, la de enterrar a los pobres y ajusticiados, con otra función meramente penitencial, a través de la creación de hermandades satélites: la de organizar la procesión del Jueves Santo. Por otra parte, a lo largo de todo el siglo anterior aquellas hermandades dependientes del cabildo matriz ya se habían independizado por completo, y treinta años después de que este documento fuera redactado, llegarían a unirse de nuevo, constituyendo la archicofradía de Paz y Caridad. (ver “La hermandad de la Vera Cruz de Cuenca. Antecedente directo de la archicofradía de Paz y Caridad”, 5 de abril de 2019; “De cabildo de la Vera Cruz  a archicofradía de Paz y Caridad. La procesión del Jueves Santo en Cuenca”, 13 y 20 de abril de 2019; El cabildo de la Vera Cruz y Nuestra Señora de la Misericordia, protohistoria de la Semana Santa de Cuenca”, 21 de marzo de 2021).








El podcast de Clio: EL OLVIDADO HOSPITAL DE LA MISERICORDIA

jueves, 23 de enero de 2025

UNA NOVELA HISTÓRICA DE ARTURO PÉREZ REVERTE: “LA ISLA DE LA MUJER DORMIDA”

 No es la primera vez que traigo a colación en este blog qué es para mí la novela histórica. En este sentido, quiero recordar, una vez más, las palabras de un experto autor de novelas históricas italiano que, a su vez, es también un experto historiador y arqueólogo; un autor que, al mismo tiempo, cuenta en su bibliografía con reputados ensayos de carácter científico, y también con exitosas novelas de las llamadas “de romanos”: Valerio Massimo Manfredi. En uno de sus textos, el profesor italiano definía el género de la siguiente manera: “La historia tiene que comunicar hechos. Por eso, tiene la obligación de demostrar lo que dice. Es lo que se llama en inglés the burden of truth, la carga de la verdad, como en los tribunales. Por eso, un libro de historia tiene tantas notas a pie de página y una enorme bibliografía al final, tiene que probar todo lo que dice. Nosotros necesitamos saber lo que pasó. Si no sabemos lo que pasó no podemos saber lo que pasará. Al mismo tiempo necesitamos emociones, una vida sin emociones no es nada, es terrible, lo mismo cada día, un mar sin olas, un desastre. Todo lo que nos ha emocionado no lo olvidamos, puede ser un amor, el sonido de un violín en una noche de verano, las emociones dan sentido a nuestra vida”.

A este respecto, en una entrada anterior de este mismo blog (ver “La violinista roja: una historia diferente del comunismo rojo”, 26 de julio de 2023) yo explicaba lo que, para mí, debe ser una buena novela histórica, en la misma línea que lo hacía el profesor italiano: ”En la novela histórica, al contrario que en el ensayo, no es necesaria la carga de la prueba, lo que no quiere decir que los hechos narrados no tengan que ser reales, históricos. No existe, pues, diferencias importantes entre la novela histórica y el resto de los géneros novelísticos, más allá del hecho de que en la narración prima más la historicidad que la pura inventiva, la imaginación del escritor. No se trata de que todos los hechos, hasta los más insignificantes, sean hechos históricos, pero sí que estos, cuando no son conocidos suficientemente bien por la historia, bien pudieron haber sido reales”.       

Y dicho esto, ¿se puede considerar la última novela de Arturo Pérez Reverte como una buena novela histórica? Desde luego, se trata de una historia basada en la Guerra Civil española, una etapa polémica de la historia de España que, por otra parte, ha sido ya temática central de centenares de novelas de todo tipo -novelas de amor, de espías, de costumbres, …-; y también de novelas históricas, aunque el escritor de Cartagena la trata desde un aspecto completamente novedoso. De esta forma, “La isla de la mujer dormida” puede ser considerada, también, una novela histórica con todas sus consecuencias. Sin embargo, también es cierto que esta novela no narra hechos históricos, verificables desde el punto de vista de la Historia, lo cual, a mi juicio, sin embargo, no resta ni un ápice para que pueda ser considerada como una de las grandes novelas de este género que han visto la luz en este año pasado. Justifico mi afirmación a partir de lo que ya he dicho anteriormente: al contrario que la monografía o el estudio histórico, la novela, aunque sea histórica, no tiene la obligación de contar hechos contrastados, verificables a partir de la documentación conservada. En la novela histórica, y por el hecho de ser precisamente eso, novela, debe primar, lo dijo el propio Manfredi, las emociones, los sentimientos. No quiero decir con ello, desde luego, que todo valga a la hora de describir los hechos con tal de que el relato vaya en beneficio de esas emocione. Pero está claro que el novelista tampoco puede verse cohibido a la hora de inventarse algunos elementos que, si bien no son históricos en sí mismos, bien pudieran haber sucedido de la forma en la que él los cuenta, en beneficio de su propia capacidad narrativa.

Ya he dicho también, en otras ocasiones, que para mí existen dos tipos de novelas históricas. El primer tipo es el de las novelas que narran hechos reales, históricos, sin ninguna concesión, o muy pocas concesiones, a la propia inventiva del autor. Serían, mas bien, historia novelada, algo parecido a un trabajo histórico pero contado de una manera diferente, literaria. El segundo tipo, probablemente mucho más interesante para el autor, porque le concede más labor creadora, es la novela en la que el escritor es capaz de inventarse historias que, irreales desde el punto de vista puramente histórico, bien podrían haber sucedido así en el contexto histórico en el que se ambientan. Los hechos, si no han sucedido tal y como los cuenta el novelista, reitero una vez más, bien podrían haber sucedido así. La historia de la literatura española, y también la historia de otras literaturas europeas y americanas, abunda en este tipo de novelas. Es más, algunas de las mejores novelas históricas son de este tipo. Los “Episodios nacionales”, de Benito Pérez Galdós, considerados por muchos como la obra cumbre de la novela histórica española, tienen como principal protagonista a un personaje inexistente desde el punto de vista histórico, inventado por la imaginación del novelista, Gabriel de Araceli, quien, de manera inesperada, se convierte en protagonista de todos los hechos importantes que han sucedido en la España del siglo XIX. Por otra parte, tampoco los protagonistas de “Quo Vadis?”, la magna novela del escritor polaco Thomas Mankiewicz sobre el origen del cristianismo, son personajes históricos, más allá de San Pedro o del propio Jesucristo, que tiene en el relato una presencia testimonial, pero importante.

A pesar de ello, tanto en un caso como en el otro, los autores de este tipo de libros tienen que hacer frente a un método común: antes de empezar a escribir el relato, deben pasar por una importante fase de documentación, a partir de fuentes primarias o de estudios monográficos, que es vital para que la historia sea creíble para el futuro lector de la obra. Desde luego, debe hacerlo si el narrador trata de escribir hechos reales, históricos en sí mismos, pero también cuando lo que trata es de inventarse una historia para situarla en un momento concreto del pasado. Y es que, en mi opinión, para escribir una verdadera  novela histórica no basta con situar los hechos en una etapa concreta del pasado. Por el contrario, hay que convertir ese contexto histórico en algo parecido a un personaje más de la novela, hacer que el lector pueda entender mejor esa etapa histórica en la que se ambienta el relato que está leyendo independientemente del conocimiento que tenga sobre él. En definitiva, que los hechos, si no sucedieron tal y como los cuenta el novelista, insisto una vez más en ello, bien pudieron haber sucedido así.

Desde este punto de vista, y a pesar de que sus protagonistas, como casi todos los personajes de las novelas de Arturo Pérez Reverte, por otra parte, pueden ser considerados como antihéroes de la Historia más que como héroes verdaderos, “La isla de la mujer dormida” sí puede ser considerada, desde luego, como una novela histórica; más histórica, incluso, que otras novelas sobre la Guerra Civil, de cuya historicidad nadie duda, en la que los protagonistas se mueven por ideologías y no por sus propias necesidades y circunstancias. En este sentido, quiero recordar lo que una  vez, hace ya mucho tiempo, me contó uno de esos combatientes de la guerra, más incivil que civil, en la que se vieron obligados a participar, muy a su pesar. Muchas veces, en medio de los combates, entre las balas que silbaban sobre él, y sobre sus compañeros de uno y otro bando, no había rojos ni azules, no había fascistas ni comunistas. Sólo había hermanos enfrentados por una guerra que en realidad no era, o no debía ser, la suya. Que disparaban para que no les dispararan antes los otros; que mataban sólo para que no los mataran ellos antes. Las ideologías, en realidad, eran sólo cosa de los militares profesionales y, principalmente, de los comisarios políticos.

Por eso, la historia que se narra en “La isla de la mujer dormida”, a pesar de sus protagonistas, es una historia completamente verídica. Porque verídicas son las motivaciones de su principal protagonista, Miguel Jordán Kyriazis, un marino mercante hispanogriego reconvertido en un militar del bando nacional, movilizado y enviado a una misión en medio del Egeo, que está más cerca de la piratería que de una verdadera acción de guerra. Son creíbles también, o pueden serlo, los dueños de la isla, un extraño matrimonio que está formado por una rusa de edad madura, procedente de una clase burguesa, antigua viuda de un oficial zarista asesinado por los bolcheviques y emigrada a París, y un aristócrata europeo, el único aristócrata existente en una monarquía nueva, la griega, casi artificial y en declive, reconvertida en una dictadura de clase fascista. Y son también creíbles, sobre todo y a pesar de las ideologías, los dos espías del relato, antiguos amigos de la juventud, con cuya amistad ni siquiera la guerra ha sido capaz de terminar, enviados a Estambul por sus respectivos gobiernos en conflicto, con el fin de vigilar, cada uno por su parte y por sus motivaciones opuestas, las rutas de los barcos que llevaban hasta España la ayuda, convenientemente pagada, eso sí, que los soviéticos dfieron a la ya también declinante Segunda República española.

En resumen, “La isla de la mujer dormida”. es una excelente novela histórica, en la que, junto a este tema tan querido por el autor, la Guerra Civil -querido, sólo, desde el punto de vista literario, más allá de la tragedia que supuso para España, y de la que todavía los españoles no nos hemos recuperado, como nos lo demuestran, en cada momento, los políticos, de un signo y de otro-, tal y como puede verse en otras novelas anteriores, como n “Línea de fuego” y “El italiano”, se unen, también, otros temas que son igual de queridos por el autor. En este sentido, en algunos momentos, la novela nos recuerda un poco a la mejor novela negra norteamericana -Dashiell Hammett, Raymond Chandler-, a las que ya se acercó el autor murciano en otros textos anteriores, como en la saga de Lorenzo Falcó -Falcó, Eva, Sabotaje-, y que tan relacionadas están, también, con las novelas de espías -John Le Carré, Graham Greene, Frederick Forsyth-, con el propio cine de suspense -Alfred, Hitchcock, Howard Hawks-, o, incluso, con el comic -Corto Maltés-.

Y a propósito de este extraño aventurero del comic, Corto Maltés, ese aventurero del mar que fuera inventado por el italiano Hugo Pratt, que había hecho las delicias de los jóvenes italianos en los años sesenta, y que tanta influencia llegó a tener entre el público español, no sólo el juvenil, a partir de la década siguiente, el tercer gran tema de Pérez Reverte es el mar; ese mar genérico de Stevenson, de Verne, o de Melville, o el Mediterráneo, que tan presente está en una de sus primeras novelas, “La carta esférica”. A este respecto, en esta última novela hay una referencia, muy explícita, a ese otro gran novelista del mar que fue Joseph Conrad. Y no quiero terminar esta entrada sin hacer referencia a lo que el Mediterráneo supone para Arturo Pérez Reverte, según él mismo le confesó al periodista Alberto Herrera en una entrevista radiofónica que ambos mantuvieron hace muy poco tiempo: “El Mediterráneo es mi mar de siempre. Yo siempre digo que yo soy español, yo soy europeo, pero sobre todo soy mediterráneo. Yo nací en Cartagena. Yo estoy más a gusto en un café de Beirut, o en un bar de Estambul, o en un hotel de Sicilia, o comiendo o hablando con un genovés, que en Londres, o en París, o en Rotterdam. Es más, yo me he sentido solo en Nueva York, o en París o en Londres, pero jamás me he sentido solo, aunque estuviera solo, en ningún lugar del Mediterráneo. Viajé mucho por él cuando era reportero, lo sigo haciendo ahora, y aunque no hables con nadie, estás en tu casa”.












El podcast de Clio: "LA ISLA DE LA MUJER DORMIDAD", UNA NOVELA HISTÓRICA DE ARTURO PÉREZ REVERTE


viernes, 10 de enero de 2025

UNA “HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL” PARA RECORDAR UNA PARTE DE NUESTRA HISTORIA

 

Si tuviéramos que elegir cuatro o cinco puntos calientes en el mapa geopolítico de las últimas décadas, de esos que permanecen latentes y perennes a lo largo del tiempo, más allá de las sangrientas crisis bélicas que ahora podemos seguir en directo a través de la televisión, como la guerra de Ucrania o en el Oriente Medio, uno de ellos es, sin duda, el Sahara español. Territorios olvidados durante mucho tiempo para la opinión pública del mundo “civilizado”, porque no son ya teatro de operaciones de ninguna guerra actual, pero que de vez, por un suceso puntual, como fue hace algunos meses el asunto de Brahim Ghali, vuelven a las páginas de los periódicos o a los debates televisivos, para recordar a los diplomáticos y a los expertos en geopolítica que el problema sigue vigente, y sin resolverse por los órganos competentes. Territorios olvidados en la memoria colectiva de aquellos países que un día fueron parte de su historia, o de aquellos países que se creen con derechos históricos para decidir sobre las vidas de sus habitantes. Territorios desconocidos, como éste del Sahara, incluso para los propios españoles. Y por ello, porque el antiguo Sahara español es un gran desconocido incluso en España, sobre todo entre los más jóvenes, es por lo que resulta interesante este libro que vengo a comentar en esta nueva entrada, y que ha sido escrito por el escritor e investigador Gerardo Muñoz Lorente, un autor que conoce bastante bien el territorio africano español porque, aunque actualmente reside en Alicante, nació en la plaza de Melilla en 1955.

Se trata, como se describe ya desde el mismo título, de una historia del Sahara español, una historia que arranca desde la primera colonización del territorio; incluso desde algún tiempo antes, porque, si bien es verdad que la historia de la colonia, como tal, arranca de los años finales del siglo XIX, la relación de nuestro país con este territorio del África occidental se remonta a mucho tiempo antes, incluso a los mismos años de la conquista española de las islas Canarias. Porque, de forma paralela a la conquista del propio archipiélago, se conocen ya las primeras incursiones de los españoles en la zona, con el fin de aprovechar los recursos pesqueros que ofrecía el litoral africano y, sobre todo, los que ofrecían las rutas caravaneras que, desde la no demasiado lejana Tombuctú, hoy en el norte de Mali, comunicaban con las ciudades más septentrionales del continente, en Marruecos o en Argelia, y desde allí, también con el lejano oriente; rutas que comerciaban con oro, marfil o, incluso, con esclavos.

Para ello, para proteger las razias que, desde canarias, protagonizaban aventureros como Juan de Bethacourt o Pedro Fernández de Saavedra, señor de Lanzarote, se fueron creando diferentes fortines en la costa africana, entre Cabo Bojador y la actual ciudad marroquí de Agadir, entre las que destacó, ya en tiempos de los Reyes Católicos, la fundación de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en el territorio que más tarde,  hasta 1976, fue la provincia de  Saguía el-Hamra, y que actualmente es la provincia marroquí de Tarfaya.

A lo largo del siglo XIX, la historia del Sahara español, como también la historia de Río Muni, la otra colonia española en África, en la actual Guinea Ecuatorial, estuvo siempre unida a la historia de los territorios norteafricanos que, con el tiempo, se convertirían en el protectorado español de Marruecos. Así, el tratado de Uad-Ras, que pondría fin a la guerra que entre 1859 y 1860 había enfrentado a Marruecos con España, obligaba a aquél a “ceder a perpetuidad, para la explotación de pesquerías, un territorio donde estaba establecida la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, frente a Lanzarote”. Si bien es cierto que la dificultad que en ese momento existía para localizar la antigua fundación española fue alargando el plazo que se le había dado a Marruecos para ceder a España el dominio sobre el territorio, fue éste el primer paso que se dio para la creación, a partir de 1884, de la futura colonia. La fundación de Villa Cisneros por el Emilio Bonelli,  como representante de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, fue el primer hito histórico para dicha colonización. Cincuenta años más tarde, en 1938, en plena guerra civil, el comandante Antonio de Oro fundaría El Aaiún, convirtiéndola en nueva capital de la colonia.

Más allá de ello, el establecimiento de los españoles en el Sahara siempre fue bastante precario, y sólo el descubrimiento de yacimientos de fosfatos en la década de los años cuarenta del siglo pasado, hizo que aumentara, al menos en algunos círculos, el interés de España por un territorio desértico, poblado sólo por algunos grupos de tuaregs, nómadas que entraban y salían de la colonia al albur de sus propios intereses. Para entonces, sin embargo, los tiempos habían empezado a ser bastante complicados para continuar con aquella política colonialista que había caracterizado a la Europa del siglo XIX. La década de los años cincuenta, y sobre todo en los sesenta, había significado la descolonización de muchos territorios, y el nacimiento de nuevos países. También en el Sahara español se estaban empezando a desarrollar los primeros movimientos nacionalistas, que provocaron una guerra encubierta, de la que el gobierno quiso dejar al margen a la opinión pública que residía en la metrópoli. Una guerra que provocó, a lo largo de estas décadas, un número importante de muertos, y que obligó a los gobernantes de la colonia a crear, en el mes de febrero de 1958, la operación Teide, para liberarse definitivamente de la presión militar que ejercía el ELN saharaui (Ejército de Liberación Nacional), apoyados por las FAR marroquíes (Fuerzas Armadas Reales) sobre la población civil y sobre las escasas tropas que defendían la colonia:

“El 25 de febrero concluyó la operación Teide, con la completa derrota del ELN en el Sahara español. Las tropas francesas regresaron a su territorio: tuvieron 7 muertos y 32 heridos. Los españoles registraron 5 muertos y 17 heridos. Del ELN se contabilizaron 40 muertos. Este mismo día, Mohammed V reclamó solemnemente el Sahara español para Marruecos, en un discurso pronunciado en M`Hamid el Ghizlane (a poca distancia de la frontera sur con Argelia), asumiendo así oficialmente el programa expansionista del Istiqlal sobre el Gran Marruecos. El 20 de marzo de 1958 se dio por terminada oficialmente una campaña militar que bien podría denominarse guerra oculta de Ifni y Sahara, puesto que fue una contienda que pasó desapercibida para la opinión pública española. A lo máximo que llegaron los españoles fue a ver unos incomprensibles Nodos, en los que diversas cantantes españolas alegraban la Navidad de unos soldados españoles que nadie sabía qué hacían allí… El balance final de esta guerra oculta es impreciso, pero puede calcularse, por parte española, en aproximadamente 300 muertos y desaparecidos, más de 500 heridos, y al menos 40 prisioneros, pues éste es el número de los que fueron liberados un año después. Si bien el Sahara español fue totalmente recuperado, no ocurrió lo mismo con Ifni, cuyo territorio quedó por completo en poder de Marruecos, a excepción de la Capital, Sidi Ifni. Mohammed V forzó la disolución del ELN, y sus tropas en Ifni fueron sustituidas por las Fuerzas Armadas Reales.”

Y es que, aunque es cierto que el territorio del Sahara nunca había formado parte del sultanato marroquí, desde la independencia definitiva del país alauita se habían venido a asentar las tesis del partido Istiqlal, el partido nacionalista que había tomado sobre sus espaldas la tarea de conseguir la independencia, respecto a la creación de un Gran Marruecos, formado, además por el propio país marroquí y por el Sahara, y las plazas norteafricanas de soberanía española (Ceuta, Melilla, Vélez de la Gomera, Alhucemas, islas Chafarinas y Perejil), toda Mauritania, las provincias argelinas de Béchar y Tinduf, y la zona norte de Mali, alrededor de la histórica ciudad de Tombuctú. De esta forma, los deseos de Marruecos empezaron a colisionar con los postulados de los nacionalistas saharauis, un nacionalismo que fue creciendo alrededor de los primeros partidos políticos, reconvertidos, poco tiempo después, en grupos terroristas: OVLS (Organización de Vanguardia para la Liberación del Sahara) y el Frente Polisario. Algunos de los primeros dirigentes de estos grupos habían formado parte de las llamadas tropas nómadas, un regimiento auxiliar del ejército colonial español, como es el caso del propio Brahim Gali, uno de los dirigentes primeros del OVLS, y actual  secretario general del Frente Polisario y presidente de la no reconocida República Árabe Saharaui Democrática, el mismo que desencadenó, hace algunos meses, la última crisis hispano-marroquí, al haber permitido el gobierno español su entrada en el país con el fin de curarse, en un hospital de Logroño, de los problemas de salud que le había producido el contagio por Covid.

Para el futuro del Sahara español, todo se desencadenaría durante la primera mitad de la década de los años setenta. En 1973, la Yemaa, la Asamblea General del Sahara, que había sido creada por el Gobierno español en 1967 sólo como un órgano de carácter consultivo, y que estaba formada por los jefes de las diferentes tribus que estaban asentadas en el territorio, por el presidente del cabildo provincial, y por los alcaldes de El Aaiún y Villa Cisneros, solicitó oficialmente la aprobación de un estatuto de autodeterminación para el Sahara, una autodeterminación que se fue retrasando a pesar de contar con el favor de una parte del Gobierno. A lo largo de 1974, tanto en España como entre los diplomáticos extranjeros se fueron creando dos posturas antagónicas: por un lado, y al amparo de un posible referéndum en el conjunto de los habitantes, la independencia plena del territorio, como un país nuevo; por el otro lado, incorporar el Sahara a Marruecos:

“Según Piníés [Jaime de Piniés, representante español ante las Naciones Unidas en esta época], por aquellas fechas había entre los españoles tres tendencias acerca de cómo gestionar el futuro del Sahara. La primera era la determinada por la diplomacia, encabezada por el ministro Cortina y acorde con el referéndum anunciado. Esta tendencia creo que está conforme con la línea personal de Franco y los intereses económicos que, en ese momento, España tenía en el Sahara: el INI, Unión Española de Explosivos, la pesca,… A este grupo de interés económico se refería Menéndez del Valle en su artículo de la revista Triunfo…, llamándolo lobby proargelino y, por tanto, a favor de la independencia saharaui…. La segunda tendencia se circunscribía a la oficialidad del Ejército destacada en el Sahara. Coincidía con la primera tendencia, pero por razones diferentes. Primero por la amargura constante ante reiteradas prohibiciones de defenderse eficazmente ante Marruecos, aunque fuese haciendo uso del principio de persecución en caliente que está admitido en todo el Derecho Internacional, y que, sistemáticamente, se vetaba entonces. Segundo, porque opinaban que la preparación de un referéndum previo a la descolonización era para fomentar y promocionar al pueblo saharaui y no para acceder al territorio en un plazo inmediato… La tercera tendencia era la de los partidarios de ceder el territorio a Marruecos, integrada por un grupo de inmovilistas encabezado por el ministro-secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, y algún allegado a la familia de Franco… El argumento principal de este grupo era el de que, una vez decidida la salida de España del Sahara, éste no debía quedar bajo el dominio del Polisario, aliado de la Argelia revolucionaria, por cuanto debía servir para que el MPAIAC [Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario] acentuara su influencia en Canarias; además, estaban las ventajas ofrecidas por Marruecos si se le cedía el territorio: concesión de dos bases militares y olvido indefinido de las reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla. Próximos a esta tesis estarían los gobiernos estadounidense y francés.”

Es precisamente esta coyuntura política entre los defensores de la independencia y los que defendían los postulados marroquíes, la que ha provocado el posterior, e irresuelto a pesar de las diferentes resoluciones de la ONU, conflicto saharaui. El año 1975 fue decisivo en este sentido. A la división del propio Consejo de Ministros de Arias Salgado, entre los defensores de una y otra postura, se vino a añadir, en los primeros meses, el aumento de los ataques por parte del Frente Polisario, la visita a todos los países interesados en el conflicto (Marruecos, Argelia y Mauritania, además de la propia España) de una comisión de delegados de la ONU, el aviso de una retirada unilateral de las tropas españolas, el inicio de la operación Golondrina (encaminada a preparar la evacuación del territorio, si así se considerara necesario, especialmente de la población civil), y los planes marroquíes de invasión, primero con carácter militar, que desembocaron finalmente en la llamada “Marcha Verde”, organizada por el rey Hasán II, con el apoyo de algunos países extranjeros (en este sentido, ha sido muy discutido entre los investigadores el papel jugado por el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger, y por su país, en la organización de la propia marcha).

Todo se desencadenó a partir del mes de noviembre. Ya desde los primeros días del mes anterior la tensión fue in crescendo, sobre todo desde que hubieran aumentado las noticias respecto a una posible invasión armada del Sahara por parte de Marruecos. En efecto, el 31 de octubre se llevó a cabo una incursión militar contra algunas ciudades del norte de la colonia (Haousa, Farsia e Idriya), y entre los días 6 y 7 de noviembre también cruzó la frontera la Marcha Verde, dividida en tres columnas (de Tarfaya a Daoura; de Abattekh a Hagunia, y de Zag a Mabhes), que estaba formada por centenares de marroquíes y de voluntarios procedentes de diferentes países musulmanes (también, entre sus miembros, pudo verse, incluso alguna bandera norteamericana). En los campamentos permanecieron hasta  los días 10 y 11 de noviembre, cuando estos se levantaron y la Marcha regresó a las cuidades del sur de Marruecos. En los días siguientes, durante todo el mes de noviembre, la población civil española del Sahara, y también los militares, terminaron la evacuación de la antigua colonia, al tiempo que se establecía allí una nueva administración, amparada por la ONU, con la colaboración de los gobiernos de Marruecos y Mauritania.

Con respecto a la ONU, hay que señalar la contradictoria política del organismo internacional, que si bien por su resolución 3485 aprobaba (con 88 votos a favor, cuatro en contra y cuarenta y dos abstenciones, incluida la de España) , la libre autodeterminación y la responsabilidad de la potencia administradora y de la propia ONU con respecto a la descolonización del territorio, con la resolución 3458 (con 48 votos a favor, entre ellos el voto español,  32 en contra, y 52 abstenciones), reafirmaba el derecho, de todas las poblaciones originarias del Sahara a esa autodeterminación. Con respecto a esto, dice lo siguiente el autor del libro: “Las diferencias eran importantes por cuanto la resolución A, haciendo caso omiso de los Acuerdos de Madrid, seguía pidiendo la celebración de un referéndum bajo la administración española y el auspicio de las Naciones Unidas, mientras que la resolución B, tomando nota de los Acuerdos de Madrid, pedía a los firmantes de estos que, también con el concurso de la ONU, organizaran un referéndum en el que pudieran ejercer su derecho todas las poblaciones saharianas originarias del territorio, es decir, también los saharauis que se habían trasladado a Tarfaya y vivían desde hacía unos años en esta provincia marroquí, a los que se les reconocía cualidad de refugiados”.

En esa doble resolución de las Naciones Unidas reside toda la problemática que, a este respecto, ha venido repitiéndose a lo largo de los años. Y es que, el posible referéndum de autodeterminación nunca llegó a producirse, en base, teóricamente, a  ciertos desacuerdos entre las diferentes partes, en cuanto a la composición del censo. Por otra parte, desde el primer momento de producirse la descolonización, los gobiernos de Marruecos y Mauritania, sobre todo el primero a ocupar el territorio de la antigua colonia, lo que ha venido a desproteger a la población aborigen del Sahara. Ello provocó, por su parte, el aumento de los ataques terroristas del Frente Polisario, generándose, durante mucho tiempo, un a guerra encubierta entre las FAR marroquíes y el grupo terrorista.

Con respecto a España, nuestro país, durante décadas, mantuvo una postura de neutralidad en el conflicto saharaui, evitando tomar partido en el conflicto entre Marruecos y el Frente Polisario, pero en 2022, todos lo recordamos, el Gobierno, unilateralmente, provocó un cambio de postura, al apoyar una propuesta de autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí, lo que ha generado una fuerte crítica tanto dentro del país, por parte de la oposición, como fuera de ella. Pero más allá de esa cambiante postura oficial, para la opinión pública española, el problema del Sahara, ya lo hemos dicho, sigue siendo uno de los asuntos más desconocidos, quizá por ese halo de misterio que sobre él se cernió cuando el último español abandonó aquella colonia, una de las últimas colonias de África, que otros españoles habían fundado antes, entre el desierto y el Océano Atlántico.









El Podcast de Clio: HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL

Etiquetas