Desde que en 1976 el historiador italiano Carlo Ginzburg publicara su obra más conocida, “El queso y los gusanos”, la historia de Doménico Scantella, hasta entonces un desconocido molinero de Friul, en el Véneto, que fuera sometido a un proceso inquisitorial por su personal concepción del mundo, nada convencional y contraria a los postulados oficiales de la Iglesia en aquellos momentos del siglo XVI, es mucho lo que ha cambiado en la forma de investigar la historia. Y es que, desde entonces, se ha venido a desarrollar lo que se ha venido a llamar la “microhistoria”, que en parte no es más que una vuelta de tuerca más de ese fenómeno que es la “nueva historia”, la “nouvelle historie”, que a lo largo de toda la segunda mitad del siglo pasado puso de moda la francesa Escuela de los anales, de Jacques Le Goff y Pierre Nora. Y lo que importa realmente de esa microhistoria, es la transformación que esa nueva forma de hacer historia ha tenido sobre nuestro conocimiento del pasado en determinados aspectos, como es el de la movilidad social de las familias a lo largo del Antiguo Régimen.
En
este campo de la microhistoria es donde se mueve el libro que en esta nueva
entrada vamos a comentar, un libro de la historiadora Yolanda Fernández
Valverde, doctora en Historia Moderna por la Universidad de Castilla-La Mancha
-precisamente el texto es la adaptación de su tesis doctoral, sobre la historia
de la familia Enríquez, desde su primera vinculación comercial y social con la
provincia de Cuenca, hasta su incorporación, por razones de diferentes
casamientos de conveniencia, a la grandeza titulada de España-, que además de
sus dotes como investigadora, es también profesora tutora de la Universidad
Nacional de Educación a Distancia, en su centro asociado de Cuenca, y profesora asociada de la Universidad de Castilla-la
Mancha, también en su campus conquense. El libro en cuestión tiene el título
siguiente: “De mercaderes a la grandeza de España”; y como subtítulo, mucho más aclaratorio de lo
que contiene en sus páginas: “De los Enríquez de Cuenca a los Queipo de Llano,
condes de Toreno, ss. XVI-XIX”. Y ha sido publicado por la editorial madrileña
Dykinson, con la colaboración del Seminario de Historia Social de la Población,
de la propia universidad manchega, del que la autora es miembro activo.
En
realidad, el linaje de los Enríquez hunde sus raíces en la más alta nobleza de
Castilla, vinculado al infante Fadrique de Castilla, hijo ilegítimo del rey Alfonso
XI y de su amante, Leonor de Guzmán, y hermano gemelo de Enrique de Trastámara,
el futuro monarca Enrique II a partir de 1366, el primero de su dinastía, después
de salir victorioso en la guerra civil que mantuvo contra su medio hermano, Pedro
I. Fue este Fadrique Enríquez, adelantado mayor de la frontera de Andalucía y
maestre de la orden de Santiago entre 1342 y 1358, fecha en la que falleció,
asesinado por orden del propio Pedro I, porque había sido uno de los
principales defensores de su hermano gemelo en aquella guerra civil, que a todo
el reino de Castilla había llevado el enfrentamiento entre los dos hijos de
Alfonso XI. Fue a partir de la victoria del nuevo rey, Enrique II, cuando el
linaje de los Enríquez se convirtió en uno de los más importantes de Castilla,
asentado con el título hereditario de almirantes de Castilla y, con el tiempo, a
partir del reinado de Carlos I, con el ducado de Medina de Rioseco. Y entre sus
descendientes más próximos figura incluso la propia madre del rey Fernando el
Católico, Juana Enríquez, quien era hija de otro Fadrique Enríquez, posterior
en el tiempo, segundo señor de Medina de Rioseco, que también fue almirante de
Castilla, como el resto de los miembros de esta familia.
De este ilustre linaje, aunque de una rama secundaria del mismo, procedía el primer protagonista de nuestra historia, Juan Enríquez, un adinerado financiero que había nacido en las primeras décadas del siglo XVI en Becerril de Campos, en la provincia de Palencia. Era hijo de Alonso Enríquez, quien a su vez era hijo ilegítimo de Rodrigo Enríquez, deán de la catedral palentina, y hermano de la propia Juana Enríquez, la madre del rey Católico, y de María de Arce. Dedicado durante toda su vida al comercio con Italia, tanto de lana castellana como de otros artículos de lujo, vivió durante algún tiempo en las ciudades de Roma, Génova y Savona, ciudades estas dos últimas situadas en la región septentrional de Liguria, al final de su vida decidió afincarse definitivamente en esta última, después de haber conseguido una importante fortuna. Y a caballo entre los dos países vivieron también algunos de sus familiares, dedicados como él al comercio entre ambos países, y también a actividades bancarias. Así, uno de sus sobrinos, Juan Enríquez Herrera, quien era hijo de su hermana Inés Enríquez y de Pedro Herrera, llegó a fundar, con un socio italiano, Octavio Costa, un importante banco en Roma, Herrera & Costa, que ofrecía liquidez estable a algunas familias de la élite nobiliaria de la ciudad papal, y también a pintores y escultores tan afamados, y tan importantes para la historia del arte, como Guido Reni, Annibale Carraci, o el propio Michelangelo Caravaggio. Y cuando falleció, en la propia ciudad del Tíber, fue enterrado en la misma capilla que él había fundado, en la iglesia de Santiago de los Españoles de la Plaza Navona, embellecida a su costa con pinturas realizadas al fresco por el propio Carraci, pinturas que en la actualidad se encuentran repartidas entre el Museo del Prado y el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
No
trataremos, en esta breve entrada, de desentrañar todo el entramado genealógico
que de la familia Enríquez nos presenta la autora del libro, bastante complicado
de por sí debido a los diferentes entronques matrimoniales del linaje,
entronques que en ocasiones son de carácter endogámico y otras veces exogámico,
pero siempre buscando, de manera premeditada, el mantenimiento de la fortuna
familiar y ciertos beneficios sociales, en la medida en la que el Antiguo Régimen
permitía cierta movilidad social. Sí hemos querido aquí destacar, por el
contrario, la influencia que, sin duda, esta familia tuvo en la economía
conquense durante aquellos siglos, y sobre todo las relaciones económicas que,
a partir de su establecimiento en nuestra provincia, primero en la ciudad de
Huete y después en la propia capital, se pudieron dar entre la capital
conquense y las ciudades italianas. De esta forma, se creó un canal comercial
entre ambos países, basado, como había sido en el caso del propio patriarca del
clan, Juan Enríquez, en el comercio de la lana y de ciertos productos de lujo,
pero ahora, también, con la tramitación de documentos diplomáticos y burocráticos,
tan necesarios en aquella sociedad eminentemente eclesial, como era la
extensión de bulas y de otros documentos papales.
Baste
decir, en este sentido, que el propio Juan Enríquez Herrera, futuro banquero en
la ciudad del Tíber, había pasado una parte de su juventud en la ciudad de
Cuenca, dedicado, en la compañía de algunos de sus primos, al mismo negocio
familiar. En este sentido, cuando falleció el Savona el padre del linaje, Juan
Enríquez, sin descendencia, fueron llamados a la ciudad italiana varios de sus
sobrinos con el fin de hacerse cargo de la fortuna familiar, entre ellos Alonso
Enríquez, hijo del homónimo mercader que se había asentado en Huete en 1540,
ciudad en cuya nobleza se había asentado como caballero hijosdalgo. Allí, en
Huete, se casaría por dos veces, primero con la hija del comendador de la
Merced de la propia ciudad optense, de cuyo matrimonio nacería el hijo mayor,
Alonso, y más tarde con Francisca Beltrán Valdelomar, quien era a su vez hija
del entallador Pedro Valdelomar. Este Alonso Enríquez falleció en 1579 en la
capital italiana, después de haberse dedicado a las mismas actividades
comerciales entre los dos países, pero con su fallecimiento no finalizaron
dichas actividades: en sentido contrario, uno de sus hermanos, en Savona habían
nacido Francisca y Beatriz Enríquez, hijas de Jerónimo Enríquez Valdelomar,
quien había acompañado a la ciudad italiana a su hermano Alonso Enríquez, y que
en esa ciudad había contraído matrimonio con Lucrecia Ferrara, quienes, huérfanas
de padre y madre, fueron llamadas a Cuenca por sus tíos. Aquí, en la capital
conquense, la primera de ellas contraería matrimonio morganático en 1597 con
uno de sus primos, el regidor de la ciudad Pedro Enríquez Valdelomar; la otra,
Beatriz, se casaría en 1602 con Juan Buedo Gomedio, natural de Vara del Rey, y
sus descendientes terminarían emparentando después con otra de las familias más
poderosas de la ciudad, los Chirino.
Durante
los años siguientes, la riqueza familiar se fue asentando, incorporando otros
tipos de actividades, como las relacionadas con el préstamo, de lo que da fe
diferentes protocolos notariales conservados en el Archivo Histórico
Provincial, relativos a diferentes contratos relacionados con censos y otros productos
similares, actividad que, por otra parte, provocó en algunos de los miembros de
la familia concretas situaciones de dificultad. Préstamos que, en ocasiones,
llegaron a tener como prestatario al propio ayuntamiento de la capital, como
los más de cien mil reales que Gaspar Dávila Enríquez reclamaba todavía en
1732, correspondientes a unos censos que sus antepasados habían otorgado a
finales del siglo XVI, con autorización real, sobre los bienes propios del
ayuntamiento y las rentas municipales. El hecho demuestra, una vez más, que los
problemas financieros que tiene el ayuntamiento de Cuenca, no son un hecho aislado
del siglo XX.
Con
el tiempo, algunos de los miembros de la familia fueron ampliando sus
relaciones familiares con otros linajes importantes, de Cuenca y de algunas
ciudades limítrofes, como las de Madrid, Toledo y Albacete, ciudades en las que
los Enríquez siguieron ostentando puestos de gran relevancia social y económica. Y algunas vicisitudes familiares,
relacionados con la descendencia femenina del linaje y sus lazos matrimoniales,
motivaron el nacimiento de nuevas variantes del apellido: Dávila Enríquez y
Ruiz de Saravia Dávila Enríquez. Fue precisamente la última descendiente del
linaje, Dominga Ruiz de Saravia y Dávila Enríquez, quien a su vez era hija de
María Joaquina Dávila Enríquez y del regidor toledano Domingo Ruiz de Saravia y
Neira de Montenegro -hijo, a su vez, de Juan Ruiz de Saravia, caballero de Calatrava
y tesorero del reino de Aragón-, quien condujo al linaje familiar, de nuevo, a
formar parte de la más alta nobleza titulada, y a la propia grandeza de España,
al contraer matrimonio el 14 de septiembre de 1778, con el sexto conde de
Toreno y vizconde de Matarrosa, José Marcelino
Queipo de Llano Bernaldo de Quirós. De este matrimonio nacería el famoso
político del liberalismo, José María Queipo de Llano, quien llegaría a ser
futuro presidente del Consejo de Ministros. Sobre esta parte de la historia familiar,
y sobre los motivos por los que la vieja casa familiar de los Enríquez, en la
calle de San Pedro, haciendo esquina ya con la plaza del Trabuco, y frente a la
homónima iglesia -en la que la familia tenía su capilla particular, la de san
Marcos, que todavía contiene su hermoso artesonado mudéjar, y en cuyo interior
recibe culto actualmente el también homónimo paso de Semana Santa-, pasó a
recibir popularmente los nombres de Palacio de Mayorga y Palacio de Toreno, ya
he hablado en alguna otra entrada anterior de este blog. Ver, en este sentido, “El
palacio de los condes de Toreno, en la calle de San Pedro de Cuenca”, 28 de
noviembre de 2019.