Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


Mostrando entradas con la etiqueta El Virus Lunar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta El Virus Lunar. Mostrar todas las entradas

lunes, 4 de diciembre de 2023

El Tercer Ángel: el colofón a la trilogía de Ignacio Márquez sobre el Virus Lunar

 

En las últimas semanas comentábamos en este blog las dos primeras novelas de la trilogía del escritor ciudadrealeño Ignacio Márquez Cañizares (ver "Una trilogía entre la historia y la fantasía“, 10 de noviembre de 2023). La finalidad de esta nueva entrada no es otra que la de retomar el argumento general de la trilogía, esa lucha entre el bien y el mal -representado éste por el malvado cardenal Mecirio, y por su lucha sin fin por hacerse con ese virus que puede cambiar el mundo, y aquél por el Tetrasoma que da título a la segunda entrega de la trilogía, y sobre todo, por esos tres ángeles que, de manera sucesiva, a lo largo de los siglos, deben salvar a la humanidad.

Pero es, también, y al margen de esa lucha, la lucha entre otros opuestos: la lucha, sobre todo, entre la magia y la ciencia. En efecto, si el primer ángel es Cristo, el Hijo del Hombre, y el segundo ángel, Lucas, es el hijo de la magia, el tercer ángel debe ser el hijo de la ciencia. En efecto, si los cuatro mensajeros del pasado son capaces  de regenerar  sus tejidos y  pervivir a través del tiempo gracias a la magia, el poder de ese tercer ángel, su pervivencia en el tiempo, está en la propia ciencia, a través de la alteración de los cromosomas que conforman el ADN humano. Por eso, el Tetrasoma no es más que los pares de bases que conforman el ADN; por eso, lo que Judas salvaguardó en el lápiz del carpintero no es más que la hélice que conforma todos los procesos de la vida: “Lo que tenía ante sí -y citamos literalmente de la novela- nada tenía que ver con los nombres de los inmortales, aunque la coincidencia distaría mucho  de ser casual: se trataba de pares de bases: adenina, timina, guanina y citosina.” Y continúa afirmando: “El estilete se había perdido consumido por el ácido; sin embargo, de una forma inexplicable desde el punto de vista de la óptica, la imagen que se proyectaba desde sus manos había logrado perdurar en un modelo tridimensional de ordenador; lo que había quedado grabado no era solamente la imagen, sino también un programa que era capaz de presentar los tres mil millones de bases de un genoma humano. Para mostrar toda esa información, el programa podría necesitar meses.”

No es extraño que sean cuatro, ni más ni menos, el número de caballeros que conforman el Tetrasoma. El número cuatro es, desde siempre y en todas las culturas, uno de los números mágicos: los cuatro elementos que conforman el universo, es decir, la vida; los cuatro apóstoles, los cuatro puntos cardinales, … También en el plano más negativo de todos, porque también son los jinetes que nombra San Juan en su Apocalipsis: Gazer, la guerra; Fuego Solar, el hambre; Polaris, la peste; Gambito, la muerte. Y en esta nueva entrega de la trilogía, el lector se da cuenta de por qué el autor ha elegido ese número y no otro.

Porque el número cuatro también está presente en la doble hélice que conforma el ADN. Si le preguntamos a ChatGPT, tan de moda en la actualidad, por cualquiera de estas sustancias, la timina, por ejemplo, podemos encontrarnos con la siguiente definición:  “La timina es una de las cuatro bases nitrogenadas que forman parte de las unidades estructurales básicas del ácido desoxirribonucleico (ADN). Las otras tres bases son adenina, citosina y guanina. Estas bases se combinan de manera específica para formar los pares de bases que constituyen los escalones de la doble hélice del ADN. La timina se empareja siempre con la adenina mediante dos enlaces de hidrógeno, formando así un par de bases complementarias. Esta especificidad en la unión de las bases es crucial para la replicación y la transmisión precisa de la información genética durante la división celular. La secuencia de estas bases en el ADN codifica la información genética que determina las características y funciones de un organismo. La timina desempeña un papel vital en la estabilidad y la integridad del ADN al participar en la formación de estos pares de bases. Cabe destacar que la timina es específica del ADN y no se encuentra en el ácido ribonucleico (ARN), que utiliza la uracilo en lugar de timina en su estructura.”

Pero la magia y la ciencia tienen una cosa en común: las dos nacen para dar respuesta, cada una a su manera, a los enigmas que nos vamos encontrando a diario. Por eso, esta tercera entrega de la trilogía, como las dos anteriores, también está repleta de enigmas. Y el más importante de todos es quién ese tercer ángel cuya venida debe proteger el Tetrasoma. A primera vista, ese tercer ángel parece ser Carlos, ese Carlos padre que protagoniza ya las primeras páginas de la trilogía, o ese Carlos hijo, del que apenas se habla en las dos entregas anteriores. Después, parece que ese ángel va a ser Edmon, pero enseguida se ve que también Edmon es un simple intermediario, como el propio Carlos.

En efecto, a partir de las primeras páginas de ese tercer volumen se va viendo que ese nuevo ángel tiene  que ser una mujer: Ana. Volvemos a citar un párrafo de la novela: “Edmon viajó varias veces a Estados Unidos para ver a Ana. Lo sabía imprudente, pero no podía soportar la idea de estar tanto tiempo sin verla. Él envejecía, su fuerza se adormecía, su piel se hundía, no gozaba del don de sus cuatro amigos, que se podían permitir el lujo de esperarla. Muy bien podría superar los sesenta cuando pudiera aparecer ante ella para explicárselo todo, necesitaba gozar sorbos de su infancia, de su adolescencia, de su juventud. Cuando la veía la contemplaba desde lejos, se cruzaba con ella por la acera, al principio con alguno de sus padres, después con grupos de jóvenes, y en la última ocasión, en la que la encontró sola, fingió buscar una calle cercana y le preguntó por ella; Ana tenía dieciséis años por entonces, era la primera vez que Edmon la miraba tan de cerca y escuchaba su voz. Todo en ella le pareció hermoso y todo en ella le pareció excepcional; se sonrojó y tartamudeó un poco al darle las gracias y alejarse. Ana le miró con una sonrisa que parecía irradiar a todo pálpito, a toda luz, que parecía desenfocar toda realidad más allá de su contorno. Pensó que realmente era un ángel.”

Ana, un hermoso nombre, muy significativo, que, si lo unimos con el apellido de la muchacha, Taric, es al mismo tiempo el anagrama de Caterina. Ana y Caterina, la hermosa mujer de la que Lucas se había enamorado, provocando aquel pecado primigenio que había impedido, allá por el siglo XV, el éxito de su mensaje, son la misma persona. Porque Ana, el tercer ángel, es la misma Caterina rediviva. Y como Ana es el anagrama de Caterina, de la misma forma, Tohupia, erigido como laboratorio para ese nuevo mundo traído por el tercer ángel, es también el anagrama de Utopía, el mundo creado por Tomás Moro, esa sociedad ideal en la que todos los problemas -sociales, políticos, económicos,…- han sido resueltos de una manera perfecta. Una sociedad que, sin embargo, y como se demuestra a partir de la propia etimología del término - del griego "ou-topos", que significa "ningún lugar" o "lugar que no existe"., es realmente inalcanzable para el género humano.

Leemos en el “Libro del Orden y el Devenir”, el manuscrito inexistente en el que se basa nuestro escritor, como Cervantes se había basado en otro manuscrito inexistente firmado por un inexistente Cide Hamete Berengeli, cómo se produjo la separación entre Dios y los hombres: “Sí, conocieron la magia del amor humano, y sucumbieron a ello. Los ángeles amaron como hombre o mujer, odiaron y maldijeron por su amor, y perdieron su condición divina en pos de su corazón enamorado.  Y la naturaleza elegida, el hombre, negó por tres veces el Don que le libraría de su cruel destino.  Y la Muerte se acomodó entre ellos, a un lado del espejo, incapaz de alterar el Amor que se hallaba en el otro, en el lado de los sueños. La divinidad volvió sus ojos a una mota de polvo que viajaba perdida en el universo; en ella había fijado su ilusión y su esperanza de una humanidad nueva. Repudió a los ángeles que encarnaban ciencia y magia, y fueron expulsados del Paraíso, alejándolos para siempre de Dios. Y entonces los dioses dieron la espalda a los hombres, por despecho, por envidia, por miedo. Sólo el Primer Ángel volvía a veces sus ojos, desde su seráfica morada, para cuidar de ellos.”

Al final, la misión del tercer ángel no es salvar a la humanidad, sino crear una humanidad nueva, diferente. De la misma forma, la derrota final de Mecirio simboliza el paso del tiempo, que trae consigo la muerte. Mientras tanto, Caterina y Lucas vuelven a encontrarse a través de los tiempos, para vencer a la muerte con su magia. Porque, ¿y si en realidad es la magia del amor la única que puede cambiar el mundo? Por lo menos, si eso no es posible, lo hizo en poco menos de dos horas, el tiempo que dura un abrazo. Leemos en las últimas páginas de la novela de Nacho Márquez: “Fueron muchas las manifestaciones en todo el mundo que, en contra de toda lógica, preservaron la vida en situaciones extremas. Fue conocido el caso del incendio que, después de tener en jaque a todo un país, se extinguió súbitamente, sin que mediara la lluvia o la reducción de la fuerza del viento; una patrulla que se vio acorralada contó haber salido milagrosamente de allí atravesando las gigantescas llamaradas sin sufrir quemaduras ni inhalar humo alguno. Los accidentes de tráfico, las algaradas, las guerras, los crímenes, la enfermedad o la vejez. Todas las circunstancias en que los seres humanos morían, fracasaron durante un periodo de tiempo. Cuando los gobiernos empezaron a compartir e integrar información, fue tomando forma la idea de que ningún ser humano había muerto en un intervalo de tiempo de una hora y cuarenta y seis minutos; además, durante ese tiempo se habían producido  fenómenos extraños, sobrenaturales, incomprensibles, en muchos rincones del mundo, y no dejaban de documentarse cada vez más; todos ellos con el denominador común  de perpetuar la vida condenada a morir, de forma inexplicable. Por un tiempo, los hombres recordaron un intervalo de magia y misterio, un tiempo en que lo oculto y lo arcano gobernaban su destino; aquellos ciento seis minutos mágicos les hablaron de que una vez hubo un poder más allá de toda comprensión, de cualquier ciencia o divinidad, les recordaron que una vez hubo magia en el mundo de los hombres.”

En definitiva, “El Tercer Ángel”, como las otras dos novelas de la trilogía, narra una historia diferente, en la que Dios y la ciencia no son tan diferentes entre sí. Y es precisamente el amor, la magia que hay detrás de toda relación en la que prime el amor verdadero, aunque el término pueda parecer un contrasentido, lo que pone en relación los dos términos contrapuestos.

 


viernes, 10 de noviembre de 2023

Una trilogía entre la historia y la fantasía

Hace ya algunos meses llevábamos a este blog una novela que, si bien en ese momento ya calificaba como algo diferente a una novela histórica estrictamente hablando, porque en el texto primaba más la fantasía que la propia historia, contaba también con ese componente histórico que justificaba su presencia aquí (ver “Svaniti, una original novela de Ignacio Márquez”, 5 de enero de 2002). Y en esta ocasión vamos a triplicar la apuesta, porque no se trata de una nueva novela de este autor ciudadrealeño, pero amigo de Cuenca, sino de tres; una auténtica trilogía, en la que, al igual que la novela citada anteriormente, mezcla diferentes dosis de fantasía y de historia, aderezados convenientemente con sus abundantes conocimientos de la ciencia y de la cábala -porque, de alguna manera, ambas cosas no son tan diferentes entre sí-, con el único fin de entretener al lector. Se trata de esa trilogía que está compuesta por sus novelas “El Virus Lunar”, “El Tetrasoma” y “El Tercer Ángel”.

            En su momento, el autor ya definía su obra, en unas declaraciones realizadas en agosto de 2012 a la Tribuna de Ciudad Real, en el marco de la presentación conjunta de las dos últimas novelas de la colección, como de una obra difícil de clasificar: No me parece que esta historia, finalmente presentada en tres volúmenes a través de casi mil seiscientas páginas, se ajuste perfectamente al perfil de literatura fantástica. Alberga diferentes líneas argumentales, variados momentos históricos, distintos estilos narrativos, aunque seguramente sea cierto que son preponderantes en ella las características de la novela fantástica. En la fantasía uno siente la libertad de crear e imaginar más allá de lo racional, de lo tangible, de la lógica y la ciencia, el mundo se vuelve menos inmutable, más dócil al cambio y al progreso. La imaginación, cuando está dotada de libertad sin límites, se convierte en un matraz en el que uno puede mezclar hechos y personajes para construir una historia apasionante.” Y después de citar algunos de los hechos históricos que sí aparecen en el texto, como la Guerra de los Cien Años, la guerra civil navarra entre el príncipe de Viana y su padre, o el cerca de Belgrado por parte de los turcos, continúa: “El virus lunar era una novela que quedaba muy redonda, con apariencia de conclusión, aunque dejando sin resolver algunas líneas argumentales; es decir, podía presentarse como una obra concluida en sí misma. Sin embargo, El Tetrasoma finaliza la historia de cuatro personajes que quedan abocados a cumplir una misión, la que se relata en El Tercer Ángel; queda por lo tanto fracturada, y nos pareció más apropiado entregar al lector la trilogía completa.”

En efecto, no se puede hablar, en puridad, de tres novelas históricas, o una historia completa narrada a lo largo de tres relatos complementarios; pero sí de una historia que está enmarcada en un hecho, o en varios, de un pasado real, el propio de los años intermedios del siglo XV; una etapa, por otra parte, marcada por el cambio, un periodo en el que una manera de vivir se está muriendo, y otra nueva está empezado a nacer. Una época en la que la Edad Media, con su pensamiento teocéntrico y guerrero, propio de los libros de caballerías, está empezado a dar paso al Renacimiento, en la que el hombre                 a ser la medida de todas las cosas.

Y una historia en la que también, y no podía ser de otra forma, también está presente esa España del siglo, la España de la emigración y del éxodo rural. Por eso, no está fuera de lugar las palabras de Juan Sisinio Pérez Garzón, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, y autor del prólogo a la primera de las partes en las que se divide la trilogía: “En todo caso, los registros de esta novela son variados, y se encuentran trabados por una argumentación muy vinculada a la historia de nuestra sociedad española. El autor aborda estadios distintos de la historia, y en todos ellos se advierte la escritura como explicación del tiempo. Se enraíza en una larga tradición de mundos paralelos. No quiero descubrirlos al lector. No es una tarea de quien prologa para incitar a la lectura de esta novela. Sólo me cabe, pienso, sugerir o esbozar las cualidades sin desvelar los contenidos.  Por eso, de los diversos elementos que se encuentran en los sucesivos capítulos, del ambiente que se respira, ya sea la España de la emigración, a través del padre ya la sociedad medieval, o las relaciones familiares, o más aún, la historia de amor con la prima Águeda, el esfuerzo narrativo y simbólico logra asentar la idea de lo permanente y lo discontinuo, esa esencia de lo humano que sobrevive a los individuos, a las dinastías, a los modos económicos y a las culturas. La cadena que se entreteje entre la edad media y el presente, recordado como inmediato pasado de un anciano actual, es una inteligente historia personal en las que se cruzan el campo y la ciudad, la edad media y la edad del pop, el castillo medieval y el videoclip, con sesgos autobiográficos casi seguros.”

Desde el primer momento de su lectura, el lector le acomete una pregunta crucial: ¿Qué es ese virus lunar del que se habla desde el título de la primera entrega de la trilogía? La respuesta del autor aparece ya en las primeras páginas de la novela:  “Una sustancia pura, que no existe en la tierra Su contacto tiene la capacidad de deshacer las obras humanas, buenas o malas. Guarda dentro de sí la naturaleza del tiempo, juega con miles de años en un segundo. Nadie sabe muy bien, cómo puede actuar. Podría cambiar un a catedral de lugar desvanecerla o llenarla de oro. Según quien sea quien invoque su poder, es sumiso y obedece, o díscolo y castiga haciendo todo lo contrario de lo que se pide. Puede modificar todo lo que ha ocurrido en el tiempo, el espacio, los hechos, los sentimientos, los recuerdos,… Pero es muy sensible a la vida, en cualquiera de sus formas. Siempre es complaciente para levantar un árbol talado, para revivir a un animal muerto por la crueldad de los hombres, incluso se dice que es el responsable del amor.”

Sin embargo, la solución a la intriga no resta ni un ápice a la curiosidad del lector, a la necesidad de conocer más sobre ese virus lunar y la relación que éste tiene con la historia, con la alquimia, con ese conocimiento esotérico que, de un tiempo a esta parte, tanto se ha puesto de moda en la literatura nacional e internacional. Se trata de un registro que el autor maneja bastante bien, como lo demuestra en cada uno de los títulos de la trilogía, y también de los demás relatos que han salido de su pluma en los últimos años.

Pero junto a ese registro fantástico y misterioso, ya lo hemos dicho, también se encuentra la propia historia real, la que aparece en los libros especializados. Por eso, en “El Virus Lunar” tiene tanta importancia la Historia. Por eso tiene tanta importancia la Navarra medieval, los grandes escenarios del reino, como el castillo de Olite o el monasterio de Leyre, las relaciones familiares entre los miembros de la dinastía real de Navarra y otras dinastías europeas, o la guerra civil entre el príncipe Carlos de Viana y su padre, el rey Juan II de Aragón, usurpador de una corona que no le correspondía más que como consorte de la verdadera reina, Blanca I de Navarra.

Y si es al principio de la primera novela dónde el lector se da cuenta de qué es ese extraño objeto que da título a la novela, en la segunda éste tiene que leer prácticamente todo el libro para conocer cuál es realmente el significado del nuevo misterio, ese conjunto de cuatro cuerpos diferentes. En esta segunda parte, la alquimia cobra todo su sentido, en la búsqueda de esa piedra filosofal, capaz de otorgar el don de la inmortalidad. Porque, ¿qué es realmente el Tetrasoma? Para entenderlo, hay que comprender con exactitud las cuatro partes que estructuran la novela, y que reflejan el transcurso vital de cuatro de los protagonistas secundarios de “El Virus Lunar”. Crestes, Silvestre Gofredo y Auriol, los cuatro amigos de Lucas, son ese Tetrasoma del que habla la alquimia, porque ellos son los encargados de guardar, a través de los tiempos, hasta que llegue el día definitivo en el que ha de venir el tercer ángel, el verdadero Tetrasoma capaz de convertir la materia en algo divino, convertir lo mortal en inmortal. Son ellos, en realidad, los encargados de conservar, hasta que llegue ese día, los cuatro metales que conforman ese Tetrasoma: el plomo, el estaño, el cobre y el hierro.

Sí, en la segunda entrega de la trilogía hay fantasía, pero también hay historia. Y es que esa historia interna, que afecta sólo al reino de Navarra, se transforma en un interesante acercamiento a la historia de Europa y de todo el mundo conocido en aquel lejano siglo XIV: la Guerra de los Cien Años, entre Inglaterra y Francia; la llamada Guerra de los Trece Años, que enfrentó al doble reino de Polonia y Lituania con los caballeros teutónicos; el cerco de Belgrado por parte de los turcos; las Cruzadas, que asolaron Jerusalén,…  Una historia, eso sí, trasmutada con la magia, representada en esa fantasmagórica batalla que los caballeros e los dos ejércitos enfrentados, los soldados de Polonia y los llegados desde los diferentes territorios germanos, sostienen contra los golos, esa especie de vampiros que aparecen en la noche nevada.  Y siempre, como fondo, la Iglesia, la Iglesia romana, capaz al mismo tiempo de trasladar a los hombres el mensaje de amor de Jesús y de mantener la Inquisición, ese brutal tribunal que envía a los hombres a la hoguera.

Porque también hay espacio en la trilogía para ofrecernos una reinterpretación e la verdad de Jesús, transmutado, como se verá posteriormente, en el Primer Ángel enviado por Dios; y, sobre todo, sobre el verdadero sentido que el autor da al destino de Judas Iscariote. A través de su diario, hallado tras un oscuro altar en una ermita de una pequeña aldea holandesa, se nos muestra a un Judas diferente, huraño en un principio, ajeno al mensaje del Maestro, pero que poco a poco se va dando cuenta de que va a ser un personaje importante en la historia de la salvación. Que su destino, en efecto, está junto al de Jesús, y se somete a él, aunque para ello tenga que pagar con la vida o, lo que es peor, con la clara conciencia de su traición.

    La segunda parte de la novela da respuestas a muchas de las preguntas que el lector se va haciendo a lo largo de todo el libro, pero también se deja algunas otras sin responder. ¿Cuáles son, en realidad, las últimas palabras que el apóstol escribe en su diario, y que después arranca y esconde dentro del buril metálico que el había dado el hijo del carpintero? Otras, sin embargo, empiezan a vislumbrarse nada más empezar la lectura de la tercera entrega. ¿Quién es ese Tercer Ángel que da título a esa tercera entrega? ¿Será, quizá, aquél extraño primer protagonista que aparece en las primeras páginas de “El Virus Lunar”, contemporáneo al lector, y que, sorprendentemente, desaparece por completo para dar voz a esa historia, real y fantástica, de Navarra, de Europa y del Próximo Oriente? Parece claro que ello es así, y el título que enmarca la primera parte de esa tercera entrega de la trilogía así parece indicárnoslo. Sin embargo, en la alquimia, como en la vida misma, no es posible desentrañar todos todos los enigmas, todas las preguntas, de una sola vez; para disfrutar del verdadero conocimiento que ésta nos proporciona debemos dejar que el misterio se vaya desvaneciendo por sí mismo, envolviéndonos poco a poco en la luz pura que, como la de un ángel, siempre aparece detrás de sus sombras aparentes.

Y en la literatura, en la le tura de unas novelas tan originales como éstas, también sucede lo mismo. Baste decir, de momento, que es fácil encontrar en la obra de Ignacio Márquez Cañizares algunos elementos que son propios también de la buena literatura; especialmente, de los cuentos de Jorge Luis Borges, especialmente de aquellos cuentos que conforman uno de sus libros más característicos, “El Aleph”. 


Etiquetas