Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


Mostrando entradas con la etiqueta Conquista de América. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Conquista de América. Mostrar todas las entradas

lunes, 29 de noviembre de 2021

Polemizando con la Historia

 No deja de ser curioso cómo, en una sociedad como la actual, en la que tan denostado se encuentra el estudio de la Historia, como el del resto de las ciencias consideradas como humanas, en la que los planes de la enseñanza desarrollados por la administración continúa reduciéndose cada vez más la enseñanza de estas áreas de conocimiento, tan necesarias para el desarrollo íntegro del ser humano, las polémicas históricas, arduas y estériles, siguen acudiendo con bastante asiduidad a los medios de comunicación. No se trata ahora de polémicas científicas, en las que se enfrenten eruditos e investigadores. Se trata de polémicas absurdas, que saltan a los periódicos y a los medios de comunicación generalistas, al albur de ocultos intereses ideológicos, y en ellas no se enfrentan verdaderos historiadores; por el contrario, son casi siempre las ideologías, las diferentes tendencias políticas, las que ponen su poso en esas polémicas. Y aunque alguna vez podamos encontrar a auténticos profesionales de la historia interviniendo en ese tipo de enfrentamientos, casi siempre lo hacen, consciente o inconscientemente, en beneficio de esas ideologías.

Ocurrió hace ya algunos años, al hilo de la publicación de “Sidi”, la novela de Arturo Pérez Reverte sobre la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Nacionalistas y antinacionalistas se enfrentaron entonces, blandiendo de nuevo la espada del héroe castellano, o su figura legendaria. ¿Quién fue realmente Rodrigo Díaz de Vivar, el personaje histórico o su retrato legendario; el héroe que el franquismo, y también muchos historiadores antes de que el franquismo fuera una realidad, no lo olvidemos, o el traidor que combatió al lado de los musulmanes? Quizá lo conveniente, y lo exacto, sería decir que el Cid fue las dos cosas al mismo tiempo, el héroe y el villano, el personaje histórico, protagonista en una frontera entre dos mundos diferentes, pero no tan opuestos como ahora podría parecernos, y el personaje de la leyenda, el que en Santa Gadea hizo jurar a todo un rey, Alfonso VI, que no había tenido nada que ver con la muerte de su hermano. Porque allí donde acaba la historia empieza la leyenda, y la leyenda, que no es historia pero se le parece, puede ayudarnos, algunas veces, a interpretar esa historia adecuadamente; lo conveniente es no llegar nunca a confundirlas. Y sobre todo, hay que decir que Rodrigo Díaz fue, ni más ni menos, un hombre de su tiempo, alguien que vivió siempre en la frontera: en esa frontera física entre cristianos y musulmanes, y en esa otra frontera, siempre tenue, entre la vida y la muerte.

Y ya que estamos hablando de la Edad Media, que en España es lo mismo que hablar de la Reconquista, no podemos olvidar tampoco la polémica pseudocientífica que hay abierta sobre la influencia que en nuestro país pudieron dejar los árabes -habría que hablar, en realidad, de los musulmanes, porque árabes de verdad llegaron muy pocos a la península, más allá de las élites que formaron parte de la corte de los Omeyas-. Una polémica, por otra parte, que muchas veces ha sido confundida por otros problemas más actuales, que nada tienen que ver con la Historia, como son la inmigración ilegal, en España procedente casi siempre de Marruecos y de otros países del Magreb, o el terrorismo islámico. Una etapa, la Edad Media española, en la que largos periodos de guerra alternaron con etapas pacíficas, donde cristianos y musulmanes podían convivir en una situación más o menos tranquila -ochocientos años dan para mucho tiempo-. Etapas en las que pudieron florecer Toledo con Alfonso X y su Escuela de Traductores, y, varios siglos antes, Córdoba con Averroes y de Maimónides, musulmán y judío respectivamente, o Sevilla, en la que vivió después el místico murciano ibn-Arabí, puente de plata entre los filósofos griegos, especialmente los neoplatónicos, y el pensamiento moderno. Desde luego, la Córdoba de los siglos IX y X, la de los Omeyas, llegó a convertirse en la ciudad más floreciente de toda Europa, económica y culturalmente. Sería ya a partir de la centuria siguiente, con la llegada primero de los almorávides y más tarde de los almohades, quienes trajeron a España su integrismo más extremista -algunos historiadores, haciendo un ejercicio de anacronismo, los consideran como la Al Qaeda de la época-, procedentes del otro lado del Estrecho de Gibraltar, quienes acabaron con esa Córdoba floreciente, pero también tenemos que recordar que para entonces, aquel paraíso floreciente se había empezado ya a romper, partido el antiguo imperio Omeya en pequeños reinos de taifas, esos reinos, algunos casi insignificantes, que tanto nos recuerdan -hagamos nosotros también un ejercicio de anacronismo- a la situación actual.

En estos últimos meses, y por una sucesión de intereses y motivaciones que se han ido concadenando en los últimos tiempos, los focos más importantes de esa polémica “histórica”, están relacionados con el descubrimiento y la conquista de América, y también con una de sus más importantes consecuencias, la circunnavegación del globo terráqueo, que supuso la primera vuelta al mundo, de la que ahora se cumple el quinto centenario. Respecto a la primera, el descubrimiento de todo un continente por un grupo de marinos que estaban al servicio de España, es verdad que desde siempre este hecho ha estado en el foco de la polémica, que desde hace ya muchos años se viene argumentando que Cristóbal Colón no había sido el primer europeo que llegó a poner sus pies en las tierras que más tarde serían llamadas América. Es cierto que los testimonios arqueológicos atestiguan que muchos siglos antes ya lo habían hecho los vikingos, quienes se instalaron en Groenlandia allá por el siglo X, y que más tarde pusieron también sus cuarteles en Terranova y la Península de Labrador, y por lo tanto, en el propio continente americano. Es cierto, también, que cada vez tienen más peso las noticias sobre otros europeos que, poco tiempo antes de que lo hiciera Colón, habían llegado también a tierras americanas. Algunos habrían regresado, contando en las tabernas todo lo que allí habían visto, y Colón pudo empaparse de aquellas historias que no todos se creían; otros, sin embargo, no pudieron regresar, por un motivo u otro, y allí, en el nuevo continente, fueron vistos por los compañeros del navegante italiano -no quiero abundar en la polémica sobre el origen de Colón, que actualmente está teniendo un mero cariz nacionalista, y que en realidad nada importa porque, naciera donde naciera, lo único cierto es que el marino se encontraba ya al servicio de España-. Pero, y aunque demos ambas cosas por sentado, ¿puede realmente hablarse, en los dos casos, de un auténtico descubrimiento de un continente? Los descubrimientos de nuevas tierras, aunque sean casuales, llevan consigo algo más que una experiencia personal o de un pequeño grupo de hombres. Nadie, en términos historiográficos, discute el hecho de que fue el inglés David Livingstone quien descubrió para Europa las cataratas Victoria, en el corazón del África negra, cuando en realidad, como muy bien demostró para el conjunto de los lectores el arqueólogo y novelista italiano Valerio Massimo Manfredi en su novela “Antica Madre” basándose en la obra de Plinio y de otros historiadores romanos, ya lo había hecho mucho tiempo antes, en el año 62, una expedición romana que había sido enviada allí por el emperador Nerón.

Algo similar puede decirse respecto a la primera vuelta al mundo. Más allá de la rivalidad entre España y Portugal que se produjo hace algunos años, durante la celebración del quinto centenario del comienzo de la expedición, fruto de las nacionalidades respectivas de quienes la dirigieron -primero el portugués Fernando de Magallanes, aunque en el momento de iniciarse el viaje éste se encontraba, también, al servicio del rey de España, y más tarde Juan Sebastián Elcano-, el foco de la polémica está ahora, incluso, en dar la primacía de la primera vuelta al mundo de un hasta ahora casi desconocido Enrique de Malaca, un esclavo y fiel servidor de Magallanes que era originario de las Molucas, a las que Magallanes había llegado antes navegando por la ruta portuguesa, bordeando el continente africano. Y es que algunos periódicos han llegado a afirmar que fue éste quien daría, en realidad, por primera vez la vuelta al mundo, al llegar en 1521 a Filipinas, en la misma expedición que Magallanes y Elcano, y aducen en favor del hecho su trayectoria personal anterior a aquel viaje, una trayectoria que le había llevado a completar el camino de regreso a la península, mucho tiempo antes que sus compañeros de expedición, durante los viajes anteriores en compañía de su amo, Magallanes. Polémica y afirmación que no dejan de ser absurdas y sin sentido: una vuelta al mundo es eso, un viaje de ida y vuelta al mismo lugar del que se partió, siguiendo siempre el mismo sentido de la navegación, como muy bien conocen los organizadores de la Ocean Race, la vuelta al mundo en vela. Es decir, lo que consiguió Elcano y un puñado de diecisiete hombres que, más allá de su origen, estaban al servicio de España, cuando llegaron al puerto de Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522.

Pero lo más agrio de este tipo de polémicas históricas, allí donde se vierten más ríos de tinta -y esperemos que nunca llegue a convertirse en sangre-, viene dado desde dos aspectos diferentes y complementarios: la tan criticada Ley de Memoria Democrática, que tan poco tiene en realidad de democrática, y el nacionalismo más extremo. Sobre la primera, no voy a insistir más en ello; sólo decir, una vez más, que esta ley, a mi modo de ver injusta porque convierte a la Historia en una historia de buenos y malos, ha venido a desdecir y a criticar uno de los periodos más fructíferos, desde el punto de vista de la convivencia, de nuestro pasado más reciente: la Transición. Respecto al otro aspecto, el relacionado con los postulados nacionalistas, y el aprovechamiento que estos hacen de la Historia, el problema también viene de largo. Muchos son los ejemplos que se pueden dar de ello, hasta el punto de que éste, especialmente el catalán, ha llevado a cabo una manipulación completa de la Historia que es fácil de seguir, y que ha producido, más allá de una gran cantidad de artículos, varias decenas de monografías, desde un lado y otro del espectro, desde las que defienden esa historia manipulada por los nacionalistas hasta los que intentan, con una buena panoplia de pruebas documentales incluso, rebatirla. Tampoco voy a insistir más en ello, porque es de todos conocido.

Sí quiero sacar a la luz una última polémica, que tiene ahora que ver con el nacionalismo vasco: en las últimas semanas los medios de comunicación, sobre todo los publicados en aquella comunidad, han sacado a la luz la noticia de la aparición en Italia de un códice antiguo en el que se presentan algunas palabras en euskera. Se trata de una edición de 1553 de una crónica de España escrita por el humanista italiano Lucio Marineo Sículo, cuya primera edición estaría fechada hacia el año 1496. Sea verdad o no la aparición del libro, que en realidad tampoco supone tanto para la historia de este idioma, que por otra parte siempre fue más oral que escrito, el hecho nos recuerda en algo a otra noticia anterior. En el año 2006, en el yacimiento romano de Iruña-Veleia (Pamplona), fueron encontradas diferentes representación de Jesucristo crucificado, acompañadas con diferentes signos que, interpretaron los arqueólogos, eran palabras escritas en euskera, realizadas sobre piedra y sobre trozos de cerámica. El descubrimiento tenía una gran importancia en sí mismo porque, datadas las piezas en el siglo III, significaba la más antigua representación de la crucifixión, y porque lo convertía, además, en los restos más antiguos escritos en ese idioma. Sin embargo, poco tiempo después una sombra de duda se vertió sobre aquel descubrimiento: el hallazgo fue estimado como una gran falsificación histórica, una más, y fue a parar a los tribunales. A principios de este mismo año, 2021, Eliseo Gil, el director de las excavaciones, y también alguno de sus colaboradores, fue condenado a dos años y tres meses de prisión por la Audiencia de Álava, por haber manipulado cerca de quinientas piezas de gran valor histórico y arqueológico.



domingo, 17 de octubre de 2021

Doce de octubre…, Día de la Hispanidad

 Acabo de recibir por correo, hace apenas unos pocos días, el grueso volumen que, bajo el título de “España y la Evangelización de América y Filipinas (siglos XV-XVII), ha sido coordinado por Francisco Javier Campos, y editado por el Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, dependiente del Real Centro Universitario Escorial-María Cristina, en San Lorenzo del Escorial (Madrid). Se trata de una nueva entrega, la correspondiente a este año 2021, de la cita que este padre agustino, y un número importante de investigadores y profesores universitarios de España y de algunos países hispanoamericanos mantienen, con carácter anual, primero, durante veinte años, de forma presencial, junto al monasterio herreriano, y desde hace algunos años sólo de forma virtual, a través de la publicación de estos libros monográficos bajo un tema global común: la historia de la Iglesia. En este año, en el que se celebra el quinto centenario de la conquista y evangelización de México, el antiguo reino azteca, el tema elegido por el profesor agustino ha sido la evangelización de las nuevas tierras descubiertas durante los dos primeros siglos de su historia común. Un volumen, por otra parte, en el que se reúnen treinta y un trabajos, procedentes de diferentes puntos de España, pero también de algunos países hispanoamericanos (Perú, México, Chile, Argentina,…), y entre ellos, el trabajo que yo mismo dediqué a la figura del obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, apóstol de indios y primer organizador, como experto legalista que era, de todo el territorio de Nueva España.

       La casualidad ha hecho que el volumen haya llegado a mis manos precisamente en estas fechas, cuando se está celebrando la festividad de la Virgen del Pilar, el día de la Fiesta Nacional, y también, el día de la Hispanidad. Sí, aunque sé que hacer esta afirmación, desde el punto de vista de una parte de la sociedad, no es políticamente correcta. Pero considero que ningún país, tampoco España, debe renunciar a su historia, arrepentirse de las gestas de su pasado, ni siquiera en un aspecto como éste, el del descubrimiento y la conquista del continente americano, por más que se pretende que se haga desde algunos estamentos poco conocedores de la historia,. De lo contrario, todos, absolutamente todos, tendrían que estar continuamente arrepentidos, y pidiendo perdón por nuestro pasado. Está claro que en este tema de la hispanización de los nuevos territorios descubiertos se hicieron algunas cosas mal, como en toda labor humana, pero logró llevar la civilización a unos territorios que vivían aún en la prehistoria; de esta forma, América consiguió avanzar en el largo camino del desarrollo, en muy poco tiempo, lo que a Europa le había costado varios siglos hacerlo. Y por otra parte, el mito del indio bueno que, precisamente por no conocer la civilización, vive todavía en una situación idílica de felicidad no corrompida, es sólo eso, un mito que ha sido desarrollado a partir del siglo XIX, sin ningún rigor histórico. Que se lo digan, si no, a todos aquellos indios pertenecientes a todas aquellas tribus (traxcaltecas, chancas, caxamarcas,…), que en el momento de la conquista americana vivían oprimidos por los poderosos imperios mexica (azteca) e inca, en condiciones de pura esclavitud, sufriendo, incluso, sacrificios humanos, en los que también estaban incluidos actos de canibalismo.

            Muchas veces se ha dicho que la leyenda negra contra España fue un invento de los países de la Europa septentrional, con el fin, precisamente, de ocultar a Europa sus propios defectos, y que después, a partir del siglo XIX, principalmente durante toda la centuria siguiente, fue aprovechado por muchos gobernantes hispanoamericanos para tapar, a su vez, sus propios errores de gobierno, la realidad de que muchos de ellos se convirtieron en estados fallidos por un motivo u otro. Todo ello es cierto. Una parte de esa leyenda negra está formada por simples exageraciones de hechos que, probablemente negativos en sí mismos, pero otra parte, quizá más importante, está basada también en simples mentiras; y en todo caso, los crímenes aducidos por la leyenda son comunes a todos los países europeos: la Inquisición, que nació antes en el centro de Europa, y especialmente en los estados pontificios, como demuestra la devastación que se llevó por delante en el sureste francés, ya en el siglo XII, más de trescientos años antes de que apareciera por España, a miles de cátaros y albigenses; la destrucción de las culturas aborígenes, que acabó con millones de personas en todos los continentes. Qué decir, por ejemplo, del reino belga de Leopoldo II, que durante la segunda mitad del siglo XIX mantuvo sometido a las diferentes tribus de su colonia en el Congo, a la que gobernó con mano de hierro, explotando de forma privada sus grandes plantaciones de caucho, aislando a los indígenas en dolorosos campos de trabajo, y provocando entre ellos, varios millones de muertos.

            En Norteamérica, en las zonas que no estaban sometidas a la influencia de España, sino que dependían de Francia o de Inglaterra, las tribus nativas fueron sometidas al exterminio, hasta el punto de que aún en los tiempos actuales, en pleno siglo XXI, la mayoría de los indios que han logrado subsistir, lo hacen en absurdas reservas, con leyes diferentes a las del resto de ciudadanos norteamericanos. Los apaches y los comanches, tribus que habitaban durante el siglo XVIII los actuales estados de Nuevo México, Texas o Arizona cuando esos territorios todavía eran españoles, pudieron sobrevivir a la colonización de nuestro país, alternando algunos periodos de guerra contra el virreinato de Nueva España, de cuya gobernación dependían, con etapas pacíficas de colaboración mutua. Sólo a partir del siglo XIX, ocupado ya el territorio, primero, por un México independiente, y más tarde por los Estados Unidos de Norteamérica, se produjo la desaparición, casi completa, de estas dos etnias. Todavía en 1900 vivían en estos territorios, en situación de libertad, diecisiete mil apaches (se calcula que su número, en pleno siglo XVIII, era de varias centenas de miles). En 1928, cuando el gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles, declaró oficialmente extinta la etnia en todo su territorio, los tres mil apaches que aún vivían en Estados Unidos fueron sometidos y encerrados en reservas, instaladas en los estados de Arizona, Nuevo México y Oklahoma, como la Reserva India Apache Mescalero, la más antigua, que había sido ya establecida en las cercanías de Ford Stanton en 1873, por el presidente Ulysses S. Grant.

Por otra parte, la historia de los países norteamericanos de los dos últimos siglos, desde que las antiguas colonias fueron logrando progresivamente la independencia respecto de España, nos demuestra también la realidad de aquella segunda afirmación. Una historia en la que abundan las guerras entre los diferentes países, a instancias de unos gobernadores que nunca, o casi nunca, legislaron en favor de sus ciudadanos, sino de ellos mismos, y de dolorosas dictaduras, de una ideología o de otra.  Dictaduras de derecha, como las de Augusto Pinochet en Chile, o la de Jorge Rafael Videla y de los otros generales en Argentina, y dictaduras de izquierdas, como las que todavía gobiernan en países como Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua, por citar sólo algunas de las que han gobernado en el continente en los últimos años. Y gobernantes caracterizados por el más puro populismo. Estados fallidos todos ellos, desde el punto de vista de la justicia más elemental, sumidos en la opresión, en la violencia, a los que el desarrollo y la civilización apenas les toca, y cuando lo hace, es gracias a la cooperación internacional, algo que caracteriza a la geopolítica moderna.

El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, aprovechando la celebración del quinto centenario de la conquista de México, volvió a criticar el papel jugado por nuestro país en el descubrimiento y la colonización del continente norteamericano, y lo ha vuelto a hacer en estos días, durante la celebración del día de la Hispanidad. Mientras tanto, su país, desde hace muchos años, sigue sumido en un caos judicial, que ni él ni sus antecesores han sido capaces de solucionar: la muerte violenta de miles de mujeres, precedidas muchas veces de desaparición, unido al asesinato de jueces, policías, periodistas, de todo aquél que se haya decidido a investigar los hechos. Sólo durante el pasado año, 2020, se produjeron en el país centroamericano casi cuatro mil muertes violentas de mujeres, hechos que en la mayoría de los casos, ni siquiera fueron investigados por las autoridades. Un informe de Amnistía Internacional afirma lo siguiente: “Las investigaciones sobre feminicidios precedidos de desaparición, realizadas por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM), presentan graves deficiencias por la inacción y negligencia de las autoridades, lo que ha llevado a la pérdida de evidencias, a que no se examinen todas las líneas de investigación y a que no se aplique correctamente la perspectiva de género. Esas insuficiencias obstaculizan el proceso judicial y aumentan las probabilidades de que los casos queden impunes.” Y todo esto se hace con la connivencia del propio Estado, un estado fallido, que está actualmente gobernado por uno de los gobernantes más populistas de toda Hispanoamérica, y que no duda en ocultar sus ineptitudes extendiendo un manto de niebla y de mentiras sobre la país, España, que logró hacer de México un país moderno.

Lo peor de la leyenda negra sobre la historia de España es el hecho de que, casi desde su nacimiento, pero sobre todo en los dos últimos siglos, viene siendo palmeada y defendida por muchos españoles, que se creen a pies juntillas todo lo que les cuentan, ignorantes de nuestra historia real; una historia que, con sus luces y sombras, viene siendo ignorada repetidamente por nuestros propios gobernantes. Afortunadamente, en los últimos años están saliendo a la luz decenas de libros que tratan de luchar contra esa leyenda negra, libros en los que, sin olvidar tampoco esas sombras que también sobrevuelan nuestra historia real, tratan de explicarnos sus verdaderas dimensiones. Libros como el de María Elvira Roca Barea (“Imperiofobia y leyenda negra”) o el de Borja Cardelús (“América hispánica”), pero también libros procedentes desde el otro lado del océano Atlántico, como el titulado “Madre patria”, del que es autor el politólogo argentino, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Marcelo Gullo. Son sólo unos pocos ejemplos; la bibliografía sobre el tema es abundante, precisamente ahora, cuando desde muchos lugares del mundo, no sólo en España, se viene realizando una revisión de nuestra historia. Una revisión, por otra parte, a la que es ajena, en realidad, la propia historia que se pretende revisar, una revisión que no se hace desde la historiografía, sino de políticos, y de seguidores de esos políticos, que en realidad nada, o muy poco, saben de historia. Como he dicho, el problema no es sólo de España. En Portugal hay quien pretende que pueda ser desmontado algo tan “ecuménico”, desde el punto de vista de la cultura, como es el Monumento de los Descubrimientos, que se alza a las afueras de Lisboa, en el barrio de Belém. Poco importa que el monumento fuera encargado por el régimen del dictador Antonio de Oliveira Salazar, lo que probablemente aducen sus enemigos para pretender su desaparición, sino lo que éste representa para la historia de Portugal y de Europa.

Los defensores de la leyenda negra, los de fuera y los de dentro de España, desconocen la realidad de lo que significa el descubrimiento y la conquista del continente americano. Desconocen, u olvidan de forma premeditada, a labor realizada por los misioneros españoles, que aprendieron las lenguas aborígenes con el fin de facilitar la evangelización, y que después publicaron diccionarios y estudios de aquellos idiomas, en las múltiples imprentas que se fueron instalando en aquellos territorios, mucho tiempo antes de que pudieran establecerse en los territorios que estaban dominados por ingleses y franceses; gracias a ello, las lenguas de los indios lograron pervivir a través de los tiempos. Desconocen que desde la península, los propios reyes legislaron a favor de los indios, algo que no se hizo tampoco en las colonias de otros países europeos. Desconocen que aquellas leyes prohibían entre ellos la esclavitud, a pesar de que algunos encomenderos las ignorasen, enfrentándose, muchas veces, a duros castigos; en todas las sociedades hay personas que cumplen las leyes y otras que no las cumplen. Ignoran que desde muy pronto, en el nuevo continente se fueron creando hospitales, en los que se curaban las enfermedades que sufrían los colonos, pero también las que sufrían los indios, e importantes centros de enseñanza, a los que también podían asistir los indígenas con los mismos derechos que los españoles. Ignoran que a finales del siglo XVI, cuando en todo el territorio inglés apenas existían tres universidades, ninguna de ellas en el territorio de sus colonias (ni siquiera en Estados Unidos), y muy pocas más en el resto del continente europeo más allá de los Pirineos, en todo el territorio español existían ya más de veinte centros de este tipo, muchas de ellas en el propio continente americano, y que muchas de esas universidades contaban, ya para entonces, con algunos catedráticos y profesores que eran de procedencia indígena.

Nuestro desconocimiento de la realidad de la conquista de América está en consonancia con un desconocimiento general de nuestra historia. ¿Quién ha oído hablar alguna vez, por ejemplo, de cierto Juan de Sessa, conocido también como Juan Latino, quien, a pesar del color negro de su piel, pudo llegar a ser, en pleno siglo XVI, profesor y catedrático en la universidad de Granada? Nacido hacia el año 1516 en algún lugar de Etiopía, fue trasladado, todavía niño, a España, vendido como esclavo junto a su madre, y adquirido por el cuarto conde de Cabra, Luis Fernández de Córdoba y Zúñiga, y su esposa, Elvira Fernández de Córdoba, segunda duquesa de Sessa, e hija del gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, de cuyo título adoptó su apellido. Fue asignado por sus dueños a la compañía de Gonzalo, uno de sus hijos, futuro gobernador de Milán y alcalde de Castell de Ferro, con el que compartía aproximadamente su misma edad, de quien terminaría por hacerse gran amigo, después de que fuera manumitido por él, en 1538. Acompañó a éste durante sus estudios en la universidad de Granada, logrando seguir las asignaturas desde fuera de las aulas, convirtiéndose de esta forma, en el primer liberto negro que pudo titularse en una universidad europea, obteniendo en 1546 el título de bachiller en Filosofía. Más tarde, en 1556, obtuvo también la licenciatura, y a finales de ese mismo año, ya como profesor, obtuvo la cátedra de Gramática y Lengua Latina. Escribió varias obras, entre ellas la “Austriada”, una composición métrica en hexámetros latinos sobre la estancia en Granada de don Juan de Austria, y otra sobre la victoria de las tropas aliadas en el golfo de Lepanto. Fallecido entre los años 1594 y 1597, poco tiempo después de su retirada de la docencia, fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de la ciudad de la Alhambra.



Etiquetas